*Foto: Estación Elías
Romero. Circa 1940.
Vida en el Estado de
derecho *
¿Cómo salir de mi mundo y llegar al tuyo?
¿Cómo se construye aquel
túnel que se traga el brillo de tus ojos?
¿Cómo se llega a ese otro espacio, esa
galaxia
que tiene como único centro de gravedad
un viejo tanque de agua?
La civilización del recuerdo
creyó saberlo: por vías de ferrocarril.
Es un viaje de túneles, donde las letras se
van formando
y anuncian tu nombre o el mío del mismo
modo,
en el mismo orden, esperando en la misma
estación…
Así puede leerse: “Elías Romero”, ya sea
que se va
o se viene de alguna estrella distante
o galaxia rural.
¿Qué será de mí, que soy de este planeta
extraño?
Mundo sin ti, con el último andén en el
pecho
en un punto donde el caldo de pollo coagula
como corriente
eléctrica en la cordillera. Habita allí
quien respira su propio mito: deidad
minúscula
que oscila en su propia galaxia… Viajar
como si fueran
tus ojos y volver a leer la misma estación
pulsante.
Subí al tren en otra constelación, solo
para perder
el tiempo con tu recuerdo, en la fuente de
los coyotes
donde el agua fluye para tejer las cuevas
que adornan
los hocicos de esos animales con las
gallinas
que serán el obsequio para los viajeros…
Hay aullidos
en cada hoja del estambre que nos
transporta
por la cordillera, fuera del sistema solar
donde tu recuerdo
marcha como aperitivo para las estrellas.
Hoy sabemos que no es así: las vías pueden
abandonarse,
los durmientes son robados y la estación
queda destellando
pasajeros de fotografías en papel viejo.
Si fueran como tus ojos
aquellos túneles, se pasaría por la
cordillera hasta la región
donde mis pies reconocen la tierra mojada:
“Elías Romero”,
estrella distante, llegada y punto
intermedio en el ferrocarril…
Allí, tus caminos se unen con el agua
del planeta de los coyotes (se acorta la
distancia).
*De hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
LA DESPEDIDA*
*Dedicado a mi hermano
Esteban, quien cumpliría 57 años.
Llegué a la estación Elías Romero un
miércoles con el tren de las 4 de la tarde. Me agradó verla entre altos
árboles. Había sido una estación pequeña pero lujosa y elegante, y a pesar del
tiempo, todavía se notaba su esplendor de antaño.
Llegaba al pueblo, o más bien al caserío
que se dispersaba por el paisaje rural, para acompañar a mi madre.
Mi madre se moría. Eran los últimos días de
esa enfermedad cruel, larga, que la había estado consumiendo desde hacía meses.
Mi madre había decidido morir. Yo estaba
segura de eso. Ella comentaba que tenía más afectos y conocidos “del otro lado”
que en este mundo. Y los extrañaba.
Cuando enviudó se había mudado a ésta, la
casa de sus padres y allí siguió sola los últimos diez años. Había creado un
mundo de recuerdos, poblado de personas que mucho tiempo atrás habían partido.
En su ausencia encontraba las respuestas a preguntas del pasado, les pedía
perdón o consejo, y se animaba a decirles lo que nunca hubiera expresado
delante de ellos.
La encontré acostada y a pesar de su
debilidad, una intensa luz iluminó sus ojos cuando me vio. Ya no tenía fuerzas
ni para hablar pero, sonriendo, me tendió su mano. Me impresionó su delgadez,
la piel mustia, el cabello débil. Por supuesto, no se lo dije. Las dos sabíamos
que yo me quedaría junto a ella hasta el final, que estaba próximo.
Pero no hablamos de eso. Recordamos, en
cambio, buenos momentos. Anécdotas que nos divirtieron, personajes de nuestra
ciudad, alguna travesura mía. Cada tanto se dormía y yo me retiraba en
silencio.
Los lunes, miércoles y viernes pasaba el
tren por la estación Elías Romero. Llegaban o partían algunos habitantes del
pueblo, o gente del campo que había ido hasta allí para tomarlo. No me perdía
ese acontecimiento: el paso del tren. Era lo único interesante en ese pequeño
lugar, y tal vez podría traer algo diferente, novedoso, o extraño.
Como a esa hora mi madre dormía, salía de
la casa con sigilo y caminaba por el sendero de baldosas grises hasta la vieja
puerta de chapa y alambre del jardín. Tan pronto como aseguraba el pestillo y
daba mis primeros pasos por la calle de tierra, empezaba a llorar.
No eran lágrimas que se deslizaran
suavemente, Eran sollozos intensos, desesperados. No podía evitarlo, era
involuntario. Sentía que todo el cuerpo se me sacudía, atravesado por el dolor
y la angustia. Nunca lloré frente a mi madre, ni cuando era chica. No quería
causarle esa tristeza. Ahora sentía asombro ante esa extraña que era yo misma,
que no podía contenerse, que se descomponía de dolor ante lo inevitable. Me
avergonzaba que alguien pudiese verme llorar así, A veces me paraba unos
minutos junto a un antiguo fresno para tratar de tranquilizarme, antes de tomar
la calle principal que iba a la estación. Y cuando escuchaba a lo lejos el
silbato del tren acercándose, me limpiaba la cara y caminaba rápido hasta el
andén.
En la estación había dos bancos de hierro y
madera, que raramente estaban ocupados cuando llegaba el tren. Me sentaba en
uno y contemplaba toda la rutina: el arribo de la locomotora, los pasajeros que
bajaban, los bultos y las personas que subían, las indicaciones. Todo duraba
unos 20 minutos y luego partía. Cuando ya no quedaba nadie, volvía a casa.
La segunda semana de mi estadía en aquel
lugar llegó hasta el andén una niña, de unos 7 años. Me sorprendió que
estuviese sola, pero parecía ser algo habitual en el lugar, y nadie se
asombraba por ello. Luego me contó que vivía a unas cuadras de la estación.
Traía en una de sus manos, colgada de una argolla, una jaula chica, de color
plateado, con un pajarito amarillo dentro de ella.
No me gustan los pájaros enjaulados, y se
lo dije, pero me respondió que era la única manera de tenerlo cerca. Lo llevaba
a ver el tren, porque sentía que el pájaro no conocía más que el lugar donde
estaba colgada la jaula. Me pareció insólito sacar a pasear a un pájaro, pero
reconozco que tenía razón. El mundo para esa pobre ave se limitaba a unos
metros debajo de una galería, entre plantas y tapiales.
Nos acostumbramos a encontrarnos, la niña,
el pájaro y yo, cada vez que el tren se acercaba a la estación. Ella siempre se
maravillaba ante la enorme locomotora, y aplaudía y saludaba a los pocos
pasajeros, mientras yo cuidaba de la jaula. Éramos un extraño trío: una mujer
madura, una delicada niña de largo pelo castaño y un pequeño pájaro inquieto.
Esos dos seres, tan inocentes, tan
frágiles, me conectaban con la vida.
Cuando el tren ya no se veía en el
horizonte nos volvíamos juntos y yo los seguía con la mirada hasta que doblaban
la esquina. Me apuraba, imaginando que mi madre habría despertado y tal vez se
hubiese levantado, pero cuando llegaba la realidad me aliviaba y entristecía:
continuaba dormida, en la misma posición en la que la había dejado.
Una fría tarde de agosto, ochenta y tres
días después de que pisé la estación Elías Romero por primera vez, mi madre
murió.
Unas pocas vecinas, el cura y yo la
acompañamos hasta el cementerio y la dejamos con un ramo de esos lirios violeta
que tanto le gustaban.
Después volví a la casa, vacié la heladera,
regalé algunas cosas a los vecinos y luego de dar mi teléfono a la secretaria
de la Comuna, me fui al andén, a las cuatro de la tarde.
Esperé a mi pequeña amiga, pero no vino. El
tren se acercó con la furia de siempre y aguardé hasta el último llamado, pero
ella no apareció.
Más triste aún subí y me senté junto a la
ventanilla, mientras la máquina, despacio, empezaba a marchar. Estaba buscando
mi boleto cuando escuché un ruido del otro lado del vidrio y levanté los ojos.
El pequeño pájaro amarillo estaba frente a
mi cara. Revoloteó varias veces y luego de vacilar unos segundos se alzó
rápido, decidido, para perderse en el inmenso cielo gris.
*De Cecilia
Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-Santo Tome. Santa Fe.
*
En el andén
de los sueños
es donde duerme
mi tren
Mi tren
se pierde en las nubes
desde lejos
no se ve
Tren de abrazos
tren de olvidos
tren de lágrimas
y miel
Lleva
palabras de seda
en vagones
de papel
Mi tren
está hecho de niebla
no todo el mundo
lo ve
*De Silvia Arazi.
*Silvia Arazi es poeta, narradora y cantante. Su libro Qué temprano anochece obtuvo el
Premio Julio Cortázar de Narrativa Breve en España. En poesía publicó Claudine
y la casa de piedra, y La medianera (una novelita haiku) que
obtuvo el Segundo Premio del Fondo Nacional de las Artes. Su novela La
maestra de canto fue traducida al alemán y al holandés y llevada al
cine.
La separación, novela, se publicó en Argentina, España,
países del Mundo árabe, República Checa, India, Bulgaria y Macedonia. Para
público infantil publicó La familia Cubierto, El niño de pocas
palabras, Vidas de Gatos (para cantar con un niño o un gato) con
canciones de su autoría y La niña que vivía en las nubes.
Crónicas
terrestres*
La gente de antes no hablaba mucho o casi
nada de su vida pasada, estaba demasiado ocupada en vivir el día a día. A mi
edad ya soy parte de la gente de antes, de aquellos que están “más cerca del
arpa que de la guitarra”. Aunque los hechos tal cual ocurrieron son imposibles
de reconstruir para mí. Siempre quise saber porque llegamos con mis padres
desde Tucumán a Elías Romero.
Ya no hay testigos vivos. Ni mis padres ni
parientes de aquel entonces en Tucumán.
Nací en Campo Rouges. Mis padres eran cañeros.
Todo el mundo era cañero, se vivía de la zafra. Antes y después de la zafra
había que cultivar la parcela, criar gallinas. La familia que tenía un caballo
con carro para moverse podía sentirse rica. Era muy chico cuando Evita bendijo
con su visita al ingenio Santa Rosa. Lo guarde con mis ojitos mientras me
acompañen la memoria y la vida. Las dos juntas porque la vida sin memoria no
sirve.
Por Estación León Rouges pasaba el
provincial de Tucumán que se perdía hacia el sur hasta terminar en estaciones
que no conocí ni de nombre. Mi madre era de La Cocha. Ella cuando se juntó con
mi padre se vino a vivir a Campo Rouges. Hasta La Cocha viajábamos en tren cada
tanto a visitar familia. La gente tenía muchos hijos. Mi madre solo quería dos.
decía que traer más hijos a casa de pobre era hacerlos pasar necesidad. Mi
hermano menor murió a poco de cumplir un año de una enfermedad repentina.
Quizás fue esa desesperación o esa tristeza irreparable la que empujo a mis
padres a venirse conmigo a Elías Romero.
El abuelo de mi madre estaba establecido en
este descampado, puro campo, pero sin cañaverales a la vista ni montañas
cercanas. Les mando decir –él no sabía leer ni escribir- que aquí había futuro.
Trabajo asegurado. hospital cercano para atenderse.
No mintió. En Marcos Paz había trabajo. Mi
madre limpiaba casas. Mi padre aprendió el oficio de albañil. Yo tuve una buena
escuela. Había médicos, lugares donde atenderse.
Un día intente escribir en un papel el
recorrido que hicimos los tres hasta llegar hasta aquí. Cambiamos cuatro veces
de tren. El que llegaba desde San Miguel hasta Retiro tenía la vía ancha. Y no
viajamos hasta Elías Romero en el Midland que ya se llamaba Belgrano. Se conoce
que no tenía frecuencias, así que el bisabuelo nos esperó con su jardinera
tirada por la fiel petisa en la estación del Sarmiento.
Crecí. Aprendí el oficio de carpintero.
Trabajé por mi cuenta mientras pude. Hasta el Rodrigazo se podía trabajar en el
oficio de cada cual. El trabajador era un señor, no una pieza descartable.
Voy a evitar relatar como el país acompaño
mi recorrido desde carpintero especializado y lustrador de muebles al viejo de más
de 70 años que junta latas de aluminio mientras espera una pensión.
La calle de tierra que pasa por la estación
muerta del Midland se llama Discépolo. Ese hombre sí que la vio venir. La vida
fue nomas “Cambalache”.
Aquella vez –por el 2001 o 2002- cuando
todavía tenía trabajo vi a un hombre viejo sentado en la vereda de la calle
comercial. Vendía sus libros para poder comer me dijo.
Le compre dos libros que me acompañan en
esta soledad. Los releo seguido: “El
corazón de las tinieblas” de Conrad. Y “Crónicas
Marcianas” de Ray Bradbury.
Los dos libros hablan a su modo del triste
mundo de la explotación que alguna vez llegará a Marte y mucho, pero mucho más
allá.
De Hataway
comprendí que la soledad es universal. No es una maldición personal
inexplicable. Por donde vaya el ser humano llevará su soledad o su soledad
acompañada que suele ser aún peor.
Pero no tengo la capacidad del personaje de
Ray para recrear robóticamente a su familia perdida. Así esperó Hataway. Los largos años noche por noche mirando al cielo.
Tengo las herramientas mínimas para que mi
casa de ladrillos asentados en barro no se derrumbe conmigo adentro. Sé que la
condición de pobre incluye no poder arreglar lo que no puedas arreglar con tus
propias manos.
Por eso quisiera ser el ingenioso Hataway.
Y no “Don Pere” el viejo que hasta ha
perdido su primer nombre y la z de su apellido.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
*
En esta travesía,
amaso tu silencio como pan leudado
junto a la tibieza del hogar.
Tu silencio
Será tu equipaje
en esta travesía.
Las luces del alba sostienen
aquella mirada que no supe darte
porque el cansancio dolía
en el pecho, las uñas, la espalda, las
manos.
(Una fotografía sorprendida por el tiempo.
Así fue la vida)
Y como no quiero
Que el lenguaje pese en tu despedida
lo hago como si estuviéramos
en una estación de trenes...
Defiendo algunas palabras que guardaré
contra el tiempo que todo lo arrebata.
Ya llega el estrépito de hierros candentes.
Lo infinito se consuma en los rieles
sobre el tren que parte.
Y te lleva de viaje…
(Una fotografía sorprendida por el tiempo.
Así tu imagen)
*De Miryam
Colombotto Seia. colombottomiryam@gmail.com
-Próxima estación.
En el recorrido del
tren literario por el Ferrocarril Provincial:
CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
*
-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el
Ferrocarril Midland:
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.
JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI.
KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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