*Foto de Paloma Baigorria Arellano.
DESCANSO*
“Nada se compara a esa
leyenda de semillas
que deja tu presencia”
VICENTE HUIDOBRO
Cansa el viento zonda, amor,
Tu ausencia mucho más.
Languidece la luna desteñida,
Jazmín del aire, en aire marchitado.
Tenuemente ilumina
El relincho cansado del caballo.
Cansa la sequía, amor,
Tu ausencia mucho más.
Magullados los cardos,
Siguen las huellas vacilantes
De los perros flacos.
Cansa la vigilia del carancho,
Tu ausencia mucho más.
Las penumbras vacilantes de la noche
Huyen, tras un lagarto azul.
Mi corazón muere de sed.
Cansa la soledad, amor.
Despojados, la rosa y el espejo
De presencias errantes,
Buscan la plenitud del aire.
Las semillas.
Del agua, del fuego y de la tierra.
Cansa el olvido, amor
Tu ausencia, mucho más.
El caldén, tan callado,
Con destino de poste,
Con sus vainas preñadas de agorera savia.
Camina lentamente sumándose
A mis pasos.
Enciende la lámpara y la luna.
Trayéndome el descanso
Profundo de tus ojos.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
UN HILO SUTIL SE DESPLAZA…
*
Dos o tres palabras en
el lugar correcto
son capaces de
iluminar un cementerio.
Una vez prendida,
no hay viento capaz de
tirar la lámpara.
Las flores se vuelven
brillantes
y empiezan a tener
sentido
los nombres, los
cuerpos.
Dos o tres palabras en
el lugar correcto
tienen la ferocidad
que abre un jardín.
No importa si está
vivo o muerto.
Ahora estas son mis
manos.
Todos los fósforos
buenos fueron tirados al mar.
(Poema incluido en “Triza”)
*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com
-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
-Coordina MOJITO, taller y clínica virtual/presencial de poesía y el "Ciclo de poesía en Bella Vista".
-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar"
Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015),
"Del otro lado de la noche"
(2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La
trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al
viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar",
Editorial AqL (2021).
-Primer Premio del Concurso de Letras,
categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, con su libro "Zarmina".
Varios de sus poemas fueron traducidos al
francés, al portugués y al italiano.
-Administra el blog de difusión de poesía
contemporánea https://laficciondelolvido.blogspot.com.ar
-Su blog personal es https://tantotequeria.blogspot.com
CARTA*
La del café negro y sin azúcar, como el
mate. La de la cerveza a la tardecita (si es ipa tirada, mejor). La loca por el
dulce de leche y cualquier cosa que tenga gusto a limón. La de la voz ronca. La
que no pegaba una letra de una canción ni un ritmo ni en joda. La que no le
tenía miedo a nada. La que era una leona adentro y afuera de la cancha. La de
las mil y un anécdotas. La que siempre te tiraba una respuesta ocurrente. La
fanática de Tini. La que te hacía reír hasta que te doliera la panza. La
“bulinera”. La rebelde. La de la lengua geográfica y los “choridedos”. La de la
risa a carcajadas. La tecnológica que tenía una aplicación para lo que se te
ocurra. La no políticamente correcta. La que te decía todo, sin filtro. La que
llevaba el humor y el sarcasmo en la piel. La bostera e hincha de ferro hasta
la médula. La compañera. La que estaba en todas. La que no te fallaba. La que a
veces mentía con pavadas. La calentona. La que no iba al médico ni a patadas.
La competitiva que si no ganaba, te la empataba. La que no paraba hasta
alcanzar sus objetivos. La ingeniera. La “fiminizi”. La organizadora de
eventos. La incansable. La manija. La fiestera. La que no te “careteaba” nada.
La que arreglaba cualquier cosa que se rompiera. La autosuficiente. La líder
nata. La tía solterona. La enana. La que siempre podía con todo, ella sola. La
Iro, la Iris, la Indira. La que era una amiga, hija, hermana, tía, sobrina las
24 horas del día, los 365 días del año.
Te llevaste de todas las personas que te
quieren un pedazo enorme pero quédate tranquila que nos dejaste muchísimo más.
Gracias por siempre haber sido vos.
Te vamos a extrañar mucho.
Te amo, te amamos Iri ♥️
Anita.
*De Ana
Lucía Medina Villalonga.
General Pico. La Pampa
*
Anular una jaula
cerrar una fosa
volar sobre tu mar
navegar tu cielo
Que mi voz se haga
visible ante tus ojos.
*De Miryam
Colombotto Seia. colombottomiryam@gmail.com
La papelera:
resignificar los restos*
*Por Jorge
Isaías. jisaias4646@gmail.com
Un libro de poemas como quería Oliverio Girondo no necesita de
prólogos, no necesita ser “protocolizado” porque corre el albur de cansar al
lector que debe descubrir por sí mismo sin estar condicionado en su espíritu
para que en entera mansedumbre encuentre el poema que lo estaba esperando.
Encuentro, comunión que no siempre se
produce en la primera lectura y hasta puede tardar años en producirse o no
consumarse nunca.
César Actis Brú ha querido en La Papelera –un libro de 1996-- salvar los restos de una escritura
destinada metafóricamente al lugar de los papeles inútiles. Ha salvado esta
“borra” de sentido, que como na adherencia no quiere morir, e insiste en ser
aireado en un conjunto que el autor supone “heterogéneo”.
Si me lo permite el autor y con el permiso
del benevolente lector de estos poemas que sucederán a mi letra salteable,
escribiré un par de cosas que me sugiere este libro.
En primer lugar, podríamos objetar la
opinión del propio autor ya que debemos partir de una premisa: los libros de
versos no tienen por qué ser reunidos necesariamente en una secuencia
“temática”. Y me hago esta pregunta para mí mismo, ya que no le he encontrado
respuesta: ¿existe en la poesía aquello que la tradición nombra como “tema”?
¿Acaso Roland Barthes no aseguraba
que toda literatura de occidente circulaba alrededor de dos definiciones o “lev
motivs”: “te amo” y “tengo miedo a la muerte”?
Creo firmemente —si bien cuando de poesía
se trata toda aseveración puede no ser pertinente— que “armar” una colección de
poemas implica siempre un acto de inspiración como su previa escritura. ¿Con
qué razón o sobre qué presupuestos se ordena un libro de versos? ¿No cambia la
escena de esa baza compacta cuando sus piezas son movidas de lugar? ¿Y qué pasa
cuando el lector de versos lo tiene entre sus manos? ¿Acaso los lee de la
primera a la última página? ¿Nos acostumbramos a saltear —desordenado,
arbitrario— la paginación numerada y leemos, al azar, deteniéndonos en este
poema o aquel verso que más concita nuestro deseo o nuestro placer?
Esto, claro, a menos que uno fuera el autor
del “Roman de la Rosa” o el “Cantor del mío Cid”.
Resumiendo entonces, amigablemente con el
autor podríamos decir que no hay tal arbitrariedad en esa inteligente
“recopilación” de La Papelera.
Porque hay una razón y es que entre las
piezas que componen el libro Actis Brú
ha permitido estacionar uno de los más excelente poemarios suyos —sino el más—
y es el que nos presenta con su idea de “lectura”, pero que nos permite a
nosotros, sus lectores, reformularla. Esa es, justamente, la maravilla y la
riqueza de la poesía.
Ante su temor de no poder conformar un
libro homogéneo, deberé aseverar que, entre esas piezas aparentemente anómalas,
se desplaza un hilo sutil, un tono de parentesco lírico que las cohesiona de un
modo que evita toda monotonía y nos depara una sensación de auténtico goce al
repasar esos versos.
La vasta y reconocida cultura de su autor
asoma en La Papelera, apenas entre las junturas de los versos que no admiten
ripios ni excesos. Escritura sin adherencias —entonces— en un corpus que quiere
presentarse como una muestra metafórica de ella.
Escritura engañosamente simple, que nos
trae y nos lleva casi imperceptiblemente por el hondo y amable carril de sus
versos.
Ociosamente actuaríamos si nos pusiéramos a
elegir entre una y otra, ya que no podríamos acentuar preferencias sin llamar a
la puerta de lo injusto. Pero para no evadir una opinión, que no por humilde
puede a veces resultar atinada, nos inclinamos por alguna pieza de antología.
Se trata de “Flumen Fluminis”, donde se juntan en un mismo accionar al pescador
y al poeta, metaforizando así la paciencia de esa búsqueda axial de los poetas:
la de la esperanza de la palabra aquella que le ayude en la construcción del
verso perfecto.
La Papelera se presenta entonces como un
artilugio, porque quiere presentar como inútil lo útil. Simulacro de
inutilidad, entonces.
Es un libro que debe leerse con el corazón
encalmado, con la misma “ardiente paciencia” con que algún día entraremos a las
ciudades como quería Rimbaud. Solaz
entonces para cuando no lo tengan los años nuestros, tan vapuleados y actuales.
Si fuéramos Borges, podríamos decir que un poeta es bueno cuando evita errores
y no cuando perpetra hallazgos. En “Arte menor”, el poema se va desplazando
como en filamentos de sentido y relumbran por entre la textura de esa trama que
tanto la araña como el poeta tejen. Sentido hacia afuera pero también hacia
adentro, íntimo, como una introspección que se hace metáfora. Leemos: “con las
redes desechas/ de la vida, la esperanza y el tiempo”.
Nada más. Y nada menos podemos agregar,
pues tal vez como en un espejo ilusorio el poeta puede suponer que existe una
conexión muy íntima entre el tejido de la araña paciente y sus propias
cavilaciones tejidas en absoluto silencio, que ni el laborioso accionar del
arácnido perturban. Esa vigilia tal vez necesaria. Uno tal vez a cierta edad
prefiera el silencio a las voces que son estentóreas. Prefiere entonces
aquellos poemas que nos toquen con su antenita invisible, que nos toquen “como
las olas del mar”, escribía Borges,
esos poemas que convergen en nosotros como algo sensible, algo que nos deja un
recuerdo indeleble, que nos protege de la vastedad del desastre. Si esta
opinión es compartida por el lector, los versos también los serán.
En la página dieciocho, leemos: “Como estas
aguas”; una comunicación, un compartir la emoción con un amigo poeta —Arturo Lomello— según la dedicatoria.
Lleva al sujeto poético a interrogar sobre la densidad de “esas aguas”, que no
solo son las que rodean la ciudad en que ambos vivían (digo: Actis y Lomello), la ciudad a la que se
alude, sino las de la purificación, las primigenias del bautismo cristiano tal
vez, aquello que nos compromete con Dios, que nos pone en este camino limpios
de pecado original y a la espera (el compromiso) de seguir por la vida con la
exclusiva responsabilidad de los actos futuros. “Remota y bautismal” será
también esa reflexión que produce en nuestro ánimo el recuerdo del río “que nos
interroga con sus aguas”, esas aguas que van a dar en la mar y nos grafican en
su fluir interminable la finitud de nuestro paso por la tierra. Acaso ofrenda:
“En el pálido hueco de mi mano”, sea la ofrenda al mensajero un recuerdo que
somos solamente un “pedazo de carne pasajera” como escribió Cátulo Castillo. El agua es también el
partir de los amigos, que como ellos, nos avisa que parte dejándonos más solos,
como un niño a la intemperie.
La Papelera entonces se nos presenta como dijimos más
arriba “simulando” una inutilidad que no tiene, que está lejos de percibirse
apenas uno hojea y ojea sus páginas prietas. Es sin lugar a dudas un trabajo
que adensa y profundiza la obra de César
Actis Brú, enriqueciéndola diría yo, con estos textos que por suerte salvó,
con sus manos llenas de amor, su clara adherencia a la mejor poesía de estos
tiempos terribles.
ADÓNDE VOLVER*
Uno envidia a quien es capaz de desnudarse,
de dejar las prendas y los lenguajes, abandonar la merienda servida e irse;
irse lejos, atravesar países tiempos y gentes. Todos sentimos alguna vez esa
inclinación a soñar con el mar, con los caminos que se pierden, con horizontes
difusos que borren el asfixiante aquí y ahora.
Se puede viajar, si, es posible disolver la
pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las
cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede,
aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no
está visible en la frente.
Lo que perdura allá en un fondo de pozo con
sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera es la dificultosa
construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea
un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su
aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que por ser
el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la
mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán tenido puerto para la charla
amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen
reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran
propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la
jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo
absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos engañemos, viajamos tanto los que
se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de
veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae.
Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará la narración efímera de los
incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro
cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.
En qué lugar habrá una caja con fotografías
de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y,
si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo absoluto de
un viajero es no tener adónde volver.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
NEBULOSAS*
Este capricho mío de llorar descalza.
Pertinaz boca que beso y no me nombra.
Pájaro negro que grazna sobre el zumo de
mis pálidas lunas
Recién nacida. Vieja rugosa y desdentada.
¿De qué múltiples rumores de espejos me
arrancaron?
Yo jugaba entre lápidas. Besaba el aura de
los muertos.
Árboles tristísimos y trigales venerables.
Y robaba flores a los ricos. Nardos y
flores de papel morado.
Bravura de polleras cortas. Trenzas y
largas falsedades.
Huía y huía y Dios me perseguía. No me
alcanzaba
No lo consigue, aún. No lo consigue.
Fugitiva yegua con crines coloradas.
- ¿Tampoco viene este domingo, madre? -
Ella alisaba los pliegues de la almohada.
Una desnudez de hierro la arropaba.
Un vaso de agua y cuatro hembras yertas.
Y el reloj se detuvo. Y la noche.
Quise beber, tirada es sus faldas de
albahaca.
Sus manos de Magdalena, cruzadas sobre el
pecho.
Leve brisa elevando un cansancio de años.
¿Están todos? No. No están.
¿Por qué esa soledad? ¿Quién te obligó a
orinar de pie?
¿Escuchas madre? Es la eterna nebulosa.
Es otra vez el mar… y la rosa y un puñado
de sal.
Y una incansable visión de cabezas
truncadas
Y este capricho mío de llorar descalza.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
HISTORIAS INQUIETANTES*
*Por Jorge
Isaías. jisaias4646@gmail.com
En los años ochenta una revista española,
creo que se llamaba “Quimera” había
reproducido un célebre reportaje realizado a William Faulkner, donde se despacha con una serie de anécdotas
–reales o ficticias, poco importa- y que fueron mi delicia durante un tiempo. A
este extenso reportaje difundí por medio de fotocopias en mi época en que
dictaba Literatura Argentina y a fin de año su nombre y algunas de sus novelas
llegaban a la sección “sugeridos”, con la última tiza de la última clase. Allí
el autor comentaba cómo se hizo escritor. Siendo un adolescente se sentaba en
un bar de una pequeña ciudad del Medio Oeste Norteamericano con un exitoso hombre
de letras que fundó una dinastía, aunque hoy como casi todo hay quedado un poco
en el olvido. Sherwood Anderson, de
él se trata, puso en sus historias las grises vidas de los habitantes, es decir
los granjeros de ese lugar, los pobladores de un pequeño condado con sus
ambiciones y sueños y sus deseos y bajo su mirada penetrante realiza un agudo
retrato de la vida americana en los inicios de la industrialización.
En “Winesburg,
Ohio”, un libro estremecedor de veintidós relatos maestros donde narra la vida
diaria de esos habitantes no exentos de fantasías.
Dicen los críticos que influyó
profundamente en toda una generación de escritores, desde el mismo Faulkner, hasta Dos Passos, Steinbeck y
el mismísimo Hemingway que estetizó
su estilo tal vez demasiado carente de tensiones que le supo imprimir el autor de
“El viejo y el mar”
William Faulkner cuenta que un día se puso a pensar que si
la vida de Anderson era la de un
escritor, a él le interesaba, que si a las seis de la tarde se estaba libre
para tomar cerveza, esa vida era la que quería para él. Y se encerró a
escribir. Extrañado, su amigo de la súbita desaparición del joven golpeó una
tarde la puerta de la casa.
-Usted está enojado conmigo que no comparte
más mis cervezas le preguntó
-- Señor Anderson, estoy escribiendo una
novela.
-Dios mío- exclamó Anderson pegándose con la
mano en la frente. Y se fue. Al mes, mientras el joven cruzaba la plaza se
encontró con la esposa del escritor afamado, quien le dijo-
-Dice mi marido que si no le hace leer el
original le consigue un editor. Y cumplió.
Así fue como salió “La paga de los soldados”, primer trabajo del que sería en 1949
galardonado con el premio Nobel de Literatura.
Whinesburg, Ohio estuvo muchos años agotado hasta que en
2014 apareció en una editorial porteña con un prólogo imperdible de Luis
Chitarroni, Y se puso a circular de nuevo una buena literatura que nunca
debería faltarle a los sufridos lectores de estos tiempos desangelados.
No es raro que lo ficcional deba ser
“apoyado” por una batería documental, no importa si real o no. Quiero creer que
la literatura sigue siendo ese mundo maravilloso que salta el corset de los
géneros y tiene que ir dirigido al corazón del lector. Acaso esas
mediatizaciones empezaron con la escritura de Don Quijote de la Mancha. Y si no
que lo digan los textos del gran Arnaldo
Calveyra que con sus libros sortea todos los géneros.
Ante este libro de Anderson no podemos ser indiferentes porque como todos los hombres
diestros los narradores de raza empiezan dese el primer párrafo y nos pone las
manos en el cuello y nos suelta al final de cada relato. Exhaustos y felices.
George Willard es el reportero que busca
una historia para ser contada y no sabe que cualquiera de ellas puede ser
relatada aun la más anodina.
Tal vez la matriz esté en la Antología de Spoon River, donde Edgar Lee Master pone en esas lápidas el embrión de lo que
escribirán después otros, como el caso de Anderson.
Tantas vidas llenas de deseos, de
angustias, en esos atardeceres donde el olor del cereal cortado en el campo iba
invadiendo las últimas callejas del
pueblo, los carruajes de los campesinos que iban levantando el polvo hacia
aquellas ramas que quebrarían el viento de todas las tormentas y las muchachas
casaderas, definitivamente abandonadas a su suerte, irían desangrando como las
cuentas de un rosario, casi sin esperanza, que alguien la saque de esa desidia,
de esa vida gris como la maldición de los oradores religiosos, que irían repiqueteando
como las patas de las gaviotas sobre los techos de cinc que las lluvias no
lavan del todo y el fuego de todos los crepúsculos no los hace estallar cuando
deflagra detrás de las colinas donde
ondea el trigo de todos los veranos.
BYE BYE LOVE*
Utilizaron una canción movida, hay una
mujer que se desdobla, es muchas mujeres, baila, se esconde, se transforma en
muchas porque se cambia el peinado, el color del cabello. Es un comercial de
shampoo, invita a la diversión, el cambio, el juego. Nos advierte que
permanentes o planchado o trenzado no afectarán al cabello gracias a ese
producto milagroso que lo fortalece y repara.
La música es pegadiza y vital, como debe
ser. Claro que si una la escucha con un mínimo de atención y algo de memoria puede
advertir que es una versión de la que usó Bob
Fosse en “All that jazz”, para
ese fantástico número musical en el final, cuando se despide de la vida y
saluda a cada una de sus amantes, a su hija, a sus amigos, y se alegra de haber
sido perdonado por todos y alejarse hacia la muerte que sucede en otro plano,
solo, sin ningún glamour, en una cama de hospital.
Toda la película es sobre la muerte, esa
amante hermosa, la única de siempre, la fiel, la que lo recibirá finalmente en
sus brazos y se burlará de los alardes y debilidades ocultas. La muerte, esa
mujer elegante que proporciona la salida apoteótica en el escenario. La muerte,
única confidente y única seguridad. Ella estará allí.
Y la canción dice adiós, adiós amor, adiós
adiós felicidad, hola soledad, pienso que voy a morir.
Bob Fosse en ese film logró que casi todas las
amantes fuesen sus amantes de la vida real. Y cuentan que cuando se rodaría la
última escena, la ensayó él mismo en vez del actor que lo representaba, y al
finalizar el ensayo se volvió hacia uno y dijo con lágrimas en los ojos
“¿Viste? ¡Me perdonaron!”
Narrar la propia vida, exponerse,
transformarla en ficción para actuar sobre la realidad. Hacerse perdonar con
las líneas que él mismo escribió, ficcionar su propia defunción que ocurrió
luego de la misma manera, cigarrillos, alcohol, pastillas, vida enajenante y el
corazón que ya no soporta.
Un poco más profundo, con más significado
que la propaganda del shampoo. La misma canción, diferentes aspiraciones.
Me pregunto cómo la escogieron los
publicistas. Saben que en estos días pocos son los que no comprenden esas
palabras en inglés, adiós, amor, soledad, muerte. Quizás saben, también, que
nadie se toma el trabajo de pensar, que todo se acepta si tiene buen ritmo y
hay colores y una mujer bella. Aunque esa mujer bella sea la muerte, y una
muerte bastardeada.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Miedo al futuro*
Vi a una vecina caminar al revés. Si. Caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí
desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el
equilibrio. Cuando llegué a su lado por un momento supuse que debía sujetarla,
hablarle o al menos preguntarle el porqué. No me animé. La vi despierta -no en
trance- con los ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba
un ramo de jazmines y en la izquierda apretaba algo invisible en el puño.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/
*
No es tarde para mirar
el mundo como si recién acabáramos de conocer este planeta remoto y lejano.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
*
Hay un tren en la montaña que me vio nacer.
Antes lo tomaba para pasear o mirar el paisaje del valle desde la cima. Era emocionante
la rutina de prepararme para pasear en tren. Y era hipnótico su monocorde ritmo
que solía adormecerme.
Una vez viajé lejos. Me alejé de mi familia
con determinación porque no querían que me fuera de la montaña.
En el trayecto de regreso al pueblo luego
de un viaje distinto durante años, luego de recorrer lugares nuevos y conocer
gente diferente, noté desde mi visión lejana, que las vías del tren dibujaban
sobre la montaña una línea paralela al valle. No había ascenso, solo una leve
inclinación hacia un pico aledaño, que nada tenía que ver con el pico de la
montaña que creí, desde siempre, visitar cada vez.
Noté ese rasgo y no dije nada, tampoco
avancé en el razonamiento, ni calculé motivos, ni desconfié abiertamente de la
inocencia de todos. Tuve como una de esas imágenes, esos pensamientos inconexos
que es mejor no pronunciar porque, seguramente, provocarían desilusión,
tristeza.
Nunca más sentí el deseo de subirme a ese
tren. Tampoco volví a viajar tan lejos.
Por ahora prefiero sentarme, apartada, en
la misma piedra que me sostenía cuando era chica, para cerrar los ojos y
visitar los destinos reales que guardo en mi memoria, repasar las
conversaciones en otros idiomas, los recorridos de trenes agitados, prefiero
sentirme extranjera, no ser parte de este tren que se traslada sobre el mismo
paralelo y vuelve a abordar al mismo pueblo, una y otra vez, una y otra vez,
monocorde como su ritmo.
*De Lorena
Suez. suezlorena@gmail.com
- Lorena
nació en 1975 en la Ciudad de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la
Comunicación y Psicóloga Social.
En 2016 publicó Intemperie, su primer
libro de poemas, por Viajera Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde
el Mandarino” de la Antología Tetas. Historias de Pecho, por Textos
Intrusos. Hace varios años es convocada para leer en la Feria del Libro, en
ciclos de poesía, programas de radio y eventos artísticos. En 2018 publicó Mis
Vendavales, su primer libro infantil por la editorial Peces de Ciudad.
Con Mis
Vendavales viajó a España y presentó el libro en diversos espacios como
bibliotecas, radios y librerías, alcanzando a un gran público infantil.
-Concluyó una novela
inédita para adultos.
-Propone acompañar la
creación literaria en modo individual y grupal.
-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril
Provincial:
CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
*
-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el
Ferrocarril Midland:
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.
JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI.
KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de
escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
https://twitter.com/INVENTIVASOCIAL
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