*Dibujo de Erika Kuhn
https://obraerikakuhn.blogspot.com
32*
Como la gota
que horada
mi lengua.
Como la niebla
que cubre
el camino.
Como el silencio
que aturde
en tu ausencia.
Como el otoño
que empaña
mi ventana.
Como la turba
empantanada.
Impotente
ante los otros
que son otros muy lejanos,
muy distantes
muy distintos.
*De Paula
Novoa. novoapaula8@gmail.com
-Poema incluido en Hija de mala madre.
Cave Librum Editorial. (2016)
Kafka en el
siglo xxi: más humano que los humanos*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Es bien conocida la pesadilla kafkiana: una
persona es víctima de un complot que apenas puede discernir y cuyo centro
gravitatorio lo arrastra inexorablemente. A veces la conjura aparece de pronto,
como en La metamorfosis —una de las pocas obras del autor checo publicadas en
vida—, y otras son una inmersión en el delirio burocrático como El proceso.
Siguiendo un poco la idea del complot y la paranoia que provoca, podemos
entender que la angustia existencial del arquetipo kafkiano es el problema para
distinguir la realidad de la ficción. El protagonista de la pesadilla sabe bien
que el mundo ha sufrido una alteración, un desvío fundamental, pero los
personajes que lo rodean reaccionan de forma normal a ese cambio, como cuando Gregor Samsa sale, al fin, de su habitación,
sólo para encontrar que no han desaparecido las exigencias laborales y
familiares.
El posthumanismo como pensamiento
filosófico y cultural nos interpela para que nos preguntemos qué es un ser
humano y cuál es su relación con lo artificial o lo externo. En la época de los
primeros autómatas era claro. La obsesión por replicar el mundo natural hizo
que los inventores crearan los primeros seres sintéticos. Uno de los más
curiosos fue un pato de cobre que defecaba falsamente, creado por Jacques de Vaucanson en el siglo XVIII.
Sin embargo, antes de que el hombre occidental intentara ocupar el lugar de
Dios, privilegió el uso de la tecnología como una ayuda para las pesadas
labores manuales. La llegada de la máquina de vapores, quizás, el ejemplo más emblemático,
pues inauguró la producción industrial. Siguiendo esta línea de tiempo podremos
entender que el posthumanismo —entendido como el mejoramiento de lo humano— es
la prolongación de la filosofía positivista del Siglo de las Luces.
El universo es un engranaje y, como tal, se
puede descomponer y volver a armar para nuestro beneficio. Sin embargo, hay un
cambio fundamental: si en el pasado la máquina funcionaba como una herramienta,
ahora la herramienta ya no necesita al ser humano ya sea porque se basta a sí
misma o se ha fusionado con nosotros. En cualquiera de los dos casos, hay una
crisis que involucra la identidad y la manera en cómo entendemos nuestra
evolución como especie.
Entramos a un mundo en el que las promesas
de la técnica impiden que veamos la realidad que se gesta tras ella. Como el
personaje de cualquier obra de Kafka comprendemos que algo ha cambiado y que,
de alguna forma, este cambio nos lleva por caminos que nos trastornan cada vez
más. En el cine hay muchas aproximaciones: la serie de películas basadas en el
androide Terminator nos muestra una
transición que ha ido al parejo de nuestras expectativas con una tecnología
cada vez más sofisticada. Al inicio, el robot del futuro que viaja al pasado
(nuestro presente) es claramente distinguible de un ser humano; en los filmes
recientes el ser artificial trasciende esa división porque tiene un origen
humano. Como sucede en la paradoja de Teseo, nos preguntamos si un objeto
conserva su identidad cuando las partes que lo conforman han sido sustituidas
gradualmente.
Este dilema, discutido, entre otros, por
Heráclito y Platón antes de nuestra era, nos plantea si el ser humano mejorado
pierde su condición —esencia— o, incluso, sus derechos legales al considerarse
como alguien de segunda clase, pues ha perdido su identidad. Si este escenario
se llegara a materializar veríamos la aparición de nuevos extremismos: los
ciudadanos libres de implantes tecnológicos masivos reclamarían derechos de
origen y exigirían el exilio de los seres mejorados. Esta problemática la
establecen varios filmes de Ciencia Ficción. Quizás, dos de los más
interesantes son Blade Runner (la
película de 1982) y la continuación Blade
Runner 2049, ambos inspirados en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Más allá del tema identitario, hay una
vertiente social que vale la pena analizar. En la primera adaptación dirigida
por Ridley Scott, los llamados
replicantes —robots casi indistinguibles del ser humano— se asumen como
víctimas de una obsolescencia programada temprana. Su existencia tiene como
finalidad provocar placer en los humanos o trabajar para ellos. Después de una
revuelta, los replicantes son exiliados de la Tierra. Su perseguidor, el “blade
runner” (interpretado por Harrison Ford
en 1982 y por Ryan Gosling en la
continuación del 2017) es el encargado de “retirar” a aquellos androides que
quieren traspasar el umbral de lo no humano para tratar de igualarse a
nosotros. Como afirma el filósofo esloveno Slavoj
Žižek, en la continuación de la película (una interpretación libre del
director Denis Villeneuve ya que Dick
no escribió una segunda parte del libro), los replicantes posteriores al modelo
Nexus 6 y 7 viven en una especie de vacío, pues saben que los recuerdos que
tienen son implantes y, a pesar de eso, nunca se cuestionan su lugar en el
mundo y los procesos de autoconciencia que desarrollan. Son la metáfora del
trabajador alienado que no necesita ningún poder que lo coaccione, pues su
esencia —su memoria, incluso— ha sido colonizada por lo corporativo: ¿qué sentido
tiene rebelarse cuando ningún elemento que te conforma te pertenece?
Más allá de conflictos sociales a gran
escala, la imitación de lo que creemos verdadero realizado con copias cada vez
más perfectas, puede alimentar una sociedad que establezca una relación
obsesiva, acaso neurótica, con la realidad. Como sucede en la serie británica Years and Years (una especie de distopía
de corto plazo que imagina El mundo del 2019 al 2034), el gobierno o cualquier
corporación vinculada a él ofrecen a crédito implantes a jóvenes y adolescentes
quienes, hartos de la crisis sistémica que viven todos los días, buscan evadir
la realidad. No les importa que la tecnología que controla algunas funciones
corporales los vuelva dependientes de un poder central. Esto es lo que está
atrás de proyectos como Meta de Mark Zuckerberg o el interés de Elon Musk sobre implantes cerebrales.
Volviendo a la serie: la nieta de la matriarca, una adolescente apenas,
fantasea con abandonar su cuerpo y vivir para siempre en “la nube informática”,
pues asume que un ser humano es sólo información. La trama no explora a
profundidad esa historia, pero podríamos pensar en una epidemia de jóvenes
deseosos de protagonizar una suerte de eutanasia para vivir por siempre en una
suerte de universo que pueden moldear a su voluntad.
¿El héroe antihéroe kafkiano es un sujeto
inmerso en una sociedad que pierde, aceleradamente, los límites entre lo real y
su copia? Gregor Samsa —convertido en
un monstruoso insecto— no conmueve a su familia, pues han perdido la capacidad
de interpretar la realidad inmediata que los rodea. Acostumbrados a un entorno
en continua metamorfosis, sólo se concentran en la “sociedad del rendimiento”,
término acuñado por el filósofo Byung-Chul
Han para describir las dinámicas de explotación propias del capitalismo del
siglo XXI. Las historias del autor checo nos llevan al vértigo de la pérdida de
identidad. Si Jorge Luis Borges pensó
que Kafka había creado a sus
precursores, —es decir, nos enseñó a leer en su clave a autores como Herman Melville o Nathaniel Hawthorne, también nos puede orientar en la búsqueda de
un horizonte tecnológico cada vez más absurdo, una realidad en la que, acaso,
lo artificial —nutrido por nuestras aspiraciones, pero también por nuestras
paranoias— pueda ser más humano que los humanos.
-Fuente: https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/22-ct-vi-7/351-ct-vi-7-kafka-en-el-siglo-xxi-mas-humano-que-los-humanos-alejandro-badillo
-Alejandro
Badillo. (Ciudad de México, 1977)
-Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida
(Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles
(BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El
clan de los estetas (Universidad
Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa
Mariano Azuela) y las
novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza
(Premio Nacional de Novela Breve Amado
Nervo).
Recientemente ha publicado:
“La Habitación Amarilla” (cuentos) por
Editorial BUAP. -2021-
“Reconstrucción” (novela) Ediciones EyC. -2021-
SIOFN*
"Después de haber pasado varias veces
por el planeta Siofn los seres tienen
una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de
vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos,
incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes
psicofísicas que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan
naturalizados en su inconsciencia (...)"
Por eso el hombre ruega que lo transfieran
a un planeta de "sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida.
Donde pueda sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un
principio y un final.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
Dos
sanguinarias guerras*
Dos sanguinarias guerras hay en marcha.
La más antigua enfrenta
al hombre contra el hombre
desde el alba difusa de los tiempos.
Pero hay otro combate más terrible,
más irreal, más lento, más certero:
Es la lucha irracional del hombre
contra la tierra que le dio la savia
para formar ciudades hasta el cielo.
Yo vengo a hablar por boca del herido,
del que sufre el horror, del mutilado,
de la mujer que espera, del soldado,
del suelo amenazado de exterminio.
Yo invoco la pasión y las palabras
para hablar de los golpes recibidos,
para nombrar los nombres olvidados.
Quiero ser del caballo la herradura,
del águila las garras carniceras.
Quiero tener los hilos de la araña
y el salto repentino del animal salvaje
y la tenacidad inamovible
de la pequeña hormiga.
Quiero tener la fuerza del torrente
y la elevada altura de los riscos
y el poder permanente de la lluvia.
Quiero tener las olas oceánicas,
la furia del volcán y la lava candente.
Quiero estar en la sangre de los pobres,
en la resina espesa de los pinos
y en la herida mortal del combatiente.
Quiero ser trigo, tigre, peregrino
en sendas donde no haya bombardeos;
ser eucalipto, menta, ardilla, grajo,
luciérnaga fugaz, caballo, avena,
hoja perenne, oliva, jornalero,
aroma, niña, tallo, crisantemo,
amapola radiante, gorrioncito,
y nunca, nunca, nunca
ennegrecido
cráter.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De El
horizonte traicionado
*
Esa mujer de ojos
cansados
saca su bidón a la
vereda.
Aquella de piernas
firmes
que cada mañana
camina hasta la ruta
cuelga el bidón de una
reja.
La señora pudorosa,
antes de llevar a sus
hijos al colegio,
lleva el bidón hasta
la esquina.
La del hijo muerto
deja su bidón junto a
la puerta.
La que no pegó un ojo
esperando al marido
tira el bidón
a mitad de la calle.
El empleado
tercerizado
del laboratorio
europeo
los recoge
y los cambia por
bidones vacíos.
Se lleva la orina
de las menopáusicas,
que a cambio de un
regalo
ofrendan sus restos
para que otras,
mejor tratadas por la
vida,
puedan replicar la
historia de sus padres.
*De Paula
Novoa. novoapaula8@gmail.com
-Poema incluido en "El paso de la babosa"
Cave Librum Editorial. (2018)
Acomodando las
pupilas*
Era época de estar siendo demasiado feliz,
y eso es imperdonable.
A la mañana temprano andaba una pareja de
cardenales revoloteando sobre el paredón del frente, aparecieron los primeros
azahares en el limonero, el bizcochuelo de chocolate salió plano por arriba en
vez de tomar forma de montaña o de hundirse lastimosamente en el centro. Los
dolores de los huesos y otros achaques de la edad le eran casi imperceptibles,
un sol espléndido prometía días de primavera y aromas de ligustro terso.
La señora ya había desayunado, terminó de
hacer las compras, y ahora volvía arrastrando su changuito del supermercado
chino, con una sonrisa imperceptible pero firme plantada en los labios.
Saludaba a la gente adulta que cruzaba en su camino, conocida o desconocida,
tal como se acostumbra en la costa y la mayoría de los pueblos. El Negritus
salió de la pollería caracoleando y moviendo frenéticamente la colita, saltó
dos o tres veces buscando la caricia en las orejas y después de seguirla unos
pasos, volvió a echarse entre los otros perros que adornaban la entrada del negocio.
La señora en ese momento aprobaba la
creación y a sus creaturas, abarcando su porción de mundo con una mirada
amorosa. El aire era suave, una única nube blanquísima servía para subrayar el
intenso color celeste del cielo. Era feliz, con la felicidad plena que da estar
dentro de una burbuja luminosa, placentera y dulcemente, sin el desgarro de
esas felicidades rabiosas de un único suceso dichoso, que se terminan
asemejando al dolor.
Fácil, simple, sin nudos, una carretera
perfectamente recta. Este era un día que no sólo se justificaba a sí mismo,
sino que borraba la posibilidad y hasta el recuerdo de la mala fortuna.
En la puerta de una de las casitas pobres
cercanas a la ruta, un señor tomaba mate sentado en una silla descoyuntada. Una
de las patas estaba reforzada con una madera de otro color, el asiento lucía un
almohadón floreado que atenuaba la rigidez de la tabla.
La señora envolvió beatíficamente el
universo todo con la sonrisa ensanchada y muchos pliegues que le enmarcaron el
rostro. Saludando afablemente, se interesó por la salud de la esposa. Ahí está,
le dijo el hombre, en la lucha. Y la invitó a pasar un ratito a ver a la
enferma.
No, gracias, el día es adorable, los
angelitos revolotean en las copas de los árboles, no quiero arruinar esta espléndida
mañana con dolores y sufrimientos que no me pertenecen. Es un día unívocamente
perfecto, Don Roberto, no es cosa de mancharlo con abismos, hoces brillantes y
asomo de calaveras.
Sintió que caminaba por una cinta
despejada, y este hombre la obligaba a internarse en el bosque oscuro donde
moran las bestias sin nombre.
Pero estacionó el changuito al lado de la
silla destartalada, y, sin una señal que la delatase, sin una milimétrica
modificación en la sonrisa, golpeó las manos y entró a la casa gritando “Hola,
¿Se puede?”
Deslumbrada por el cambio de luz, al pasar
del sol a la penumbra al principio no vio nada, pero el olor a enfermedad le
superpuso cien camas, cien rostros, cien salas de hospital y mil habitaciones
del desamparo.
La enferma estaba pequeña. Es notable cómo
los enfermos empequeñecen, se encogen, tienden a ocultarse dentro de sí mismos,
como si la muerte viniese a buscarlos desde afuera, siendo que en realidad los
está habitando por adentro, los va corroyendo y les come las vísceras.
Hubo que mentir alegría, contar nimiedades,
llenar el silencio con sombras de manos en la pared.
A la mujer se le veía la muerte espiando
por las pupilas. Y a lo mejor se salva, se dijo la señora, pero sea o no sea,
ahora la habita la oscuridad.
Un rosario de madera en la pared, un ramito
de laurel del miércoles de ceniza, los santitos en la mesa de luz, el vaso de
agua, las cajitas de remedios. Esa cómoda que da ganas de llorar a lágrima
tendida, los vestidos en el ropero que no cierra, las chinelas sucias
ridículamente chuecas, todas las cosas donde lo gracioso se echó a perder y se
volvió patético.
La señora que estaba henchida de luz se fue
apagando, la voz se le asordinó, se sintió vieja, muy vieja, muy cansada. Quién
va a estar cuando sea mi muerte. Quién me va a alcanzar la toallita húmeda, el
perfume para espantar a los espectros, quién va a prender la salamandra para
que no vengan a comerme los perros de la noche. Quién va a rezar por mí, que no
creo, para que San Pedro abra el portón dorado.
Le relató a la mujer cómo había visto la
pareja de cardenales, del Negritus que tiene una garrapata en el cuello, de
cosas que a la enferma no le podían interesar en absoluto. Pero estuvo como una
hora, le acortó la espera del mediodía, le dio la esperanza de que aún la gente
de afuera de ese cuarto la recordaba, la aguardaba para retomar la vida
interrumpida.
Cuando la señora salió de nuevo al sol
sintió que emergía de una caverna o de una tumba. Todo seguía ahí. El cielo
pleno, las hojas turgentes de las plantas, el olor de la arena recalentada, los
arrullos constantes de las palomas torcazas. El universo seguía siendo
maravilloso.
Me tuve que topar con el mundo real, qué
macana, se dijo la señora que ya no sonreía. Todavía llevaba en la mano la
sensación reseca y gélida de los dedos de la enferma, en la mejilla el beso de
la enferma con un tenue resto de colonia.
Me tuve que encontrar con el mundo real, se
dijo, mientras un par de chicos pasaron pedaleando y hablando de bicicleta a
bicicleta, un chucho quedaba inmóvil en el gesto de rascarse la oreja, indeciso
de ir a saludar a otro perro que se acercaba o solucionar el problema de la
comezón.
El sol estaba ya casi en el cenit, las
sombras se afirmaban debajo de los objetos, los pollos asados en la rotisería
crujían y enviaban un reclamo apetitoso, tiñendo el aire de especias. En el
vivero, los arbustos crecían, las flores se ofrecían olvidadas de todo pudor. A
través de la reja de una quinta, se podía ver a un muchacho regando que puso el
dedo en la boca de la manguera para lograr el efecto de la lluvia, y luego de
una corta búsqueda, logró que se formase un arcoíris sobre su cabeza.
Y me tuve que topar con el mundo real, se
dijo la señora.
Detenida en la puerta de su reja, buscando
las llaves en la cartera cruzada en banderola, la señora se miró las manos,
tomó uno de los barrotes negros como apoyo, miró el pasto verde y dijo en voz
alta “éste también es el mundo real”.
Otra vez sonreía, pese a seguir viendo,
superpuesto a todo, el rostro de la enferma que seguía en su lecho esperando
que finalizara el día, la enferma tangible y cercana, con sus dolores, con la
muerte agazapada en la esquina más húmeda de la pieza.
Éste también, éste también es el mundo
real.
Mientras guardaba cada cosa en su lugar, la
señora tarareaba una canción y bailoteaba un poco.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
A los que somos libres
en cualquier sentido, a los que no nos importan los mandatos ancestrales, de la
publicidad y del capitalismo, del patriarcado o de lo que sea, especialmente a
los artistas, músicos, escritores y poetas (que jamás seremos
"normales"), no permitamos que la estrecha sociedad fundamentalista
nos desvíe de nuestras búsquedas, nos convierta en vulgares, normalitos,
obedientes, carneros, o el adjetivo que prefieran. Seamos herejes, pensemos por
nuestra cuenta. (Y, fundamental: dejemos pensar a otros)
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
EL ROLLO DEL
TIEMPO*
1
La vida me permitió acceder al fantástico
mundo del arquitecto Jerome Ricardo Klepka.
Antes de partir a Corbett, su gran obra,
había recibido de manos de su amiga Irene una caja con planos, dibujos de
esculturas y cuadernos donde Jerome anotaba frases o explicaba el significado
de sus obras.
Mientras viajaba en tren ya sentía que el
arquitecto Klepka tenía una lúdica creatividad que le permitió colocar sus
esculturas "Como los 109 trofeos que debía cazar un Maharajá". En su
cuaderno explicaba:
“esta es una cacería de recuerdos propios a
los que debo darles una materialidad”.
2
El hotel se llama "Edward James
Corbett Resort". Bien visible a metros de la estación de tren. Es un hotel
de tres estrellas con baño privado. Pedí una habitación sin saber cuánto tiempo
necesitaría para recorrer el parque natural y las obras de arte que Jerome
había dejado allí plantadas para que sean vistas e interpretadas por los
visitantes.
Ni bien entré pude escuchar del conserje
una historia que habla de la personalidad del arquitecto. Durante la obra del
reciclado del hotel, el hombre había tenido una fuerte discusión con el
contratista que colocaba el parquet. La discusión había llegado al punto de la
furia y los hombres iban a arreglar sus diferencias a trompadas. Hasta que el
parquetista lo insulto en ruso y Klepka le contesto con otro insulto similar
también en idioma ruso. -Irene me había contado que Jerome había aprendido ruso
porque su padre lo hablaba como segundo idioma; ya en su adolescencia había
decidido estudiarlo bien para leer a Gorki en su idioma madre. -
La cosa es que el conocimiento común de
cultura eslava los amigó. El contratista y el arquitecto comenzaron a cantar
juntos canciones tradicionales. Para festejar el descubrimiento, Jerome fue
hasta su auto, trajo una botella de Grappa Chizzotti y brindaron con los
obreros presentes en la obra.
-Como Ud. mismo podrá observar, el parquet
de pinotea ha quedado impecable. -Concluyó el conserje.
3
Un buen rato antes de lograr dormir en una
cama desconocida pensaba que escribir sobre un hombre y su obra no es tarea
sencilla -al menos con Klepka-. ¿Podría escribir algo más que una crónica sobre
lo visto en Corbett? No quería -como muchas otras veces- plantearme objetivos
demasiados alejados, tenía certeza sobre las limitaciones de mi escritura. Sin
respuesta, lo mejor fue dormirme y esperar que el día siguiente aclarara con su
luz las cosas.
4
Desayuné con vista al verde del parque. Un
cielo amplio se elevaba. El día se mostraba como una promesa
esplendida. Como muchas otras veces sentía incomodidad con la soledad. Casi
siempre mi trabajo me llevaba a permanecer solo en diferentes hoteles, la
soledad me convertía en un observador o en un cazador de imágenes más
precisamente. Me llamó la atención la leyenda impresa en la remera del hombre
de la cabeza afeitada. Tenía menos de cuarenta años, un cuerpo trabajado en
horas de gimnasio. Parecía estar en gira de negocios desayunando con socios o
clientes. La remera decía en letra enorme: "Y si la mujer del prójimo me
desea a mí".
No quise distraerme más. Llevaba en mi
bolso un par de cuadernos donde Jerome describía el origen de las obras que iba
a ver ni bien me animara a salir al afuera del hotel.
En el pequeño parque lindero al que miran
los ventanales del comedor está el monumento a Edward J. Corbett. Es una
escultura de hierro negro. Teriántropos en lucha: Cuerpo humano con cabeza de
Tigre. Arriba de la cabeza lleva el sombrero clásico que hemos visto en las
películas llevar a los cazadores. Esa figura lucha con una enorme víbora que se
enrosca por su cuerpo desde su pie izquierdo. La serpiente termina en una
cabeza humana que mantenía colmillos y lengua de serpiente.
La estatua tiene el subtítulo de "Metamorfosis". Se lee en su
enorme base de cemento la inscripción de autoría: JEROME RICARDO KLEPKA.
ESTATUARIO. ARQUITECTO. CLONADOR PAISAJISTA.
En el cuaderno dice -textual-:
"Metamorfosis". Fue con la infección del colmillo izquierdo. Tenía la
mitad del rostro con aspecto felino. Sentía que la fiebre era una enorme
serpiente que se enroscaba. Deliraba. Lo más lógico es que la serpiente tuviera
en su rostro el aspecto de la serpiente a la que llamamos, afiebrados de
autoengaño, "ser humano".
5
Alejándose de la estación hacia el norte se
llega al Parque Natural, situado en las tierras de la antigua estancia de los
Corbett. Allí quedaron al aire libre las obras de arte de Klepka. La primera
obra que pude observar se titula: "El
rollo del tiempo".
Escribe: "Después de la salud, el
tiempo es lo más valioso que posee una persona. (...) Pensé en las manos de mi
padre, en los objetos que había dejado abandonados en el galpón de la casa.
Había dos lavarropas oxidados, una heladera Siam. Los alambres que sostenían la
antigua parra habían quedado formando un rollo, una nebulosa galaxia que ya no
podría volver a extenderse. Fue mi hijo quien lo bautizó como rollo del
tiempo"
Me maravilló mucho la obra dedicada a Kurt Vonnegut. "Insectos atrapados en ámbar" Son piedras traslucidas
apiladas como un muro adentro hay cuerpos de insectos con cabeza humana. Arriba
del muro desfila un soldado con un uniforme alemán de la segunda guerra.
Jerome anotó: “están mi padre y mi tío en
la guerra, nunca saldrán del todo. Llegaron a la Argentina, no quedaron
enterrados en el cementerio polaco. En el oído les quedara el zumbido de los
proyectiles que reventaban al tímpano. Puedo volver a los ojos vivaces de mi
padre cuando recordaba la noche iluminada por los proyectiles en la batalla de Montecassino”.
6
Retorné del parque bastante cansado. Era
plena noche. Había cenado en un pequeño restaurante ubicado en la antigua
residencia del comisionado inglés. Volví a la habitación. me bañe con una ducha
que no logre regular bien. Aflojé el cansancio y me dispuse a dormir. La
cercanía al campo convertía al hotel en un espacio de resonancia de lo lejano y
lo inmediato a la vez. Desde la habitación contigua se oía una pareja hacer el
amor. En un trance interminable la mujer jadeaba o gritaba. Mi primera idea no
fue nada romántica: este Jerome, ha sido un gran artista, pero como puede ser
que haya construido paredes con paneles de yeso que aíslan poco por no decir
nada.
Desde el campo empezó a ganar espacio un
tren acercándose con el inconfundible sonido de las vaporeras.
En el limbo entre despierto y dormido, se
mixturaban en mis oídos las furias: las del vapor de la locomotora con los
jadeos de la pareja.
Una locomotora atraviesa la noche. Otra
mujer se enciende, se deshace en vapores, jadea. Hay viajes que crean vida y
otros que la llevan de un sitio a otro. Antes de lograr conciliar el sueño
pensé en lo apropiado del título de una de las obras de Klepka: "Lo erótico es la vida".
*De Eduardo
Francisco Coiro.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial.
-Próxima estación:
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
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escritura
-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
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