martes, abril 16, 2024

AL BORDE DE LA NIEBLA

 


*Obra de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 




 

 

Poema secreto*

 

   Dije que me estrello contra la playa de los asteroides y salió del mar el espíritu de la diosa, el sueño encarnado de todas mis nostalgias. Escuché la urgencia del sol, que era un rayo y un latido o un virus carcomiéndome. Miré como entregando mis ojos a la desolación, la ruina de un beso que horadó mis ventanas. Fue esa lejanía donde se apaciguan las cadencias, ese final obsesionado con mis palabras oscuras, las joyas embarradas de un fracaso universal. Y la molécula centrífuga salió otro sol por la misma negación de los contrastes.

     Llegué a la orilla de un abismo. Me bajo de los pájaros, camino por las piedras y encuentro un templo derrumbado en el que incidían vías lácteas de saliva. Ahora me doy vuelta, veo la nada y me río. Hay una puerta abierta que se hace de viento si toco las estrellas. Mis dientes mordidos giran como alas y yo vislumbro una sombra inmóvil.

     Vi que el cielo cambiaba de color y desvié mi locura hacia el centro de la nada y sentí que las rayas se concentraban en cualquier punto y me partí en 57 toneladas de basura y me morí y no resucité y dije que estoy tan lejos como las paredes y conocí el borbotear de la marea y me enamoré de un reflejo contra la sombra de los edificios y vi que los árboles bailaban como antes del tiempo y escuché claramente un latir desvanecido y escuché que algo callaba y entendí que no hay nada que entender.

     Sol quieto donde la nieve florece, mi sombra de la primavera: ¿dónde estás? En la vertiente, lo no nacido, la rendición del rocío. Solo con la birome y el canto que no se oye porque los pájaros se comieron entre sí. Ardor de mis ojos delante de un vidrio negro, las luces encienden la lluvia anhelada y sin embargo inexistente. ¿Estoy perdido en el hueco que nadie dejó?

     Me acuerdo de un día que no era parte del tiempo, una calle que se caminaba sola llevándose la vida por sendas de soles. Yo hablaba con el viento acerca de las flores tristes y el rocío que las clarifica y los mares aéreos que hacen flotar los cuerpos y los débiles cristales que nos separan. Mis ojos tocaban la esperanza de una luz automática, ilógico fulgor que te hace renacer, pero yo no estaba ahí: yo soy mi sombra. En el libro de mis aneurismas, en el caño oxidado por donde corre mi sangre, me acuerdo de una convergencia de fatalidades que encandiló mi amor para siempre.

 

 

*De Gabriel Francini.

-De “Entropía” (La Yunta, 2019)

 

-Gabriel Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Es bibliotecario. Publicó, entre otros: Nadir de Ardora (Huesos de Jibia, 2014), La plenitud de la ausencia (Cave Librum, 2017), Humo en el humo (Qeja, 2019), Entropía (La Yunta, 2019), Ser con el fuego (Cave Librum, 2019), Entrevisiones y vislumbres (El Mono Armado, 2020), En el río y en el puente (La Yunta, 2021), Cenizas de hojas en blanco (El Mono Armado, 2022).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Dos o tres palabras en el lugar correcto

son capaces de iluminar un cementerio.

Una vez prendida,

no hay viento capaz de tirar la lámpara.

Las flores se vuelven brillantes

y empiezan a tener sentido

los nombres, los cuerpos.

Dos o tres palabras en el lugar correcto

tienen la ferocidad que abre un jardín.

No importa si está vivo o muerto.

 

Ahora estas son mis manos.

Todos los fósforos buenos fueron tirados al mar.

 

 

*De Valeria Pariso. valeriapariso@outlook.com

 

-Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento Ediciones patagónicas (2018), Segunda edición AqL (2020), Zarmina, Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo Nacional de las Artes, año 2019, Ed. Mascarón de proa (2020); "Flores para no regar", Editorial AqL (2021).

- “Final francés”, AqL ediciones, 2023

 

 

 

 

 




 

 

BLUES PARA MI MADRE*

 

 

Te vi al borde de la niebla

te vi caminar al borde

con esa manera tan tuya

de caminar la casa

de caminar tus mundos.

Al borde de la niebla del tiempo

que va borrando los rostros

te vi caminar

y caminabas entre los almácigos

de verduras tiernas

aquellos, sostenidos por las manos del viejo.

Mi ademán fue en vano

seguiste caminando al borde de la niebla

haciendo que tu mundo continúe:

tiernas verduras, el puchero del medio día,

la ropa lavada, el saludo barrial,

la misa dominguera, la espera con mesa servida.

Te vi allí

en el preciso borde de la niebla

caminando

y yo

con el impreciso ademán de dibujar tu rostro.

 

*De Oscar A. Agú.

Santo Tome. Santa Fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL ANTIGUO PARAISO*

 

Un ángel, bebiendo café

en mi cocina

me dice

que algo no anda bien.

 

Tomo un vaso con agua

y vuelvo al calvario

de mi cama solitaria

y fría

musitando si será

en el cielo

o en la tierra.

 

 

*De Jorge Palma.

Montevideo. Uruguay

https://www.jorgepalma.com.uy/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LO HEROICO*

 

Le dejo a su sobrino sus cuadernos de notas por legado. Le llegaron embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elige abrir el que dice “Amor”.

Son frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber del tío gestado en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con resaltador en un recorte de diario.

Todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban tanto en su empleo de revisor de cuentas.

El hombre va al final del cuaderno.

Esa es la última frase.

Lo verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.

Tiene una aclaración:

“Me dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con mi memoria no tan buena…"

"Tal cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.

Luego sigue una reflexión:

 “Cada vez seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a

estar sentados en el geriátrico mirando un Potus.

Con suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.

Y en una mañana cualquiera, una viejita nos tomara la mano.

Y será tarde para casi todo, menos para sonreír”

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

https://www.facebook.com/CansadoDeTriunfar/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 


Olí el fuego,

en los bosques

donde habitaban

las hembras de mi especie.

Sé que ardían los árboles.

He visto los pájaros huir hacia la estepa;

los escuché cantar.

 

Me cubrí los ojos

con hojas secas.

 

Todo es tan sereno,

ahora,

como la frágil ceniza suspendida

entre el cielo y la tierra.

Mi mano

desanda el laberinto

de mi cuerpo sin dios ni cicatrices.

 

 

*De Mariana Finochietto.

-Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

-Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014).

Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador (La Magdalena, 2016).

Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018).

El orden del agua, (GPU Ediciones 2019).

MADURA, (Editorial Sudestada 2021)

-Quiero sacar la cabeza por la ventanilla de tu coche.

Halley ediciones (2022)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESTACIÓN DE LOS TEMBLORES*

 

“De vez en cuando la vida nos besa en la boca”

(Serrat)

 

De vez en cuando el crepúsculo nos besa las manos.

Y el presagio se cumple. Y la rosa se prende en el costado izquierdo.

Y se juega el último suicidio. Tiemblan peces de plata.

Atrás las brumas tristes y mujeres dolientes. Atrás los jirones de patria.

 

 

ESTACIÓN DE LOS CUERPOS

 

Hay un esencial rumor entre los cuerpos. Galopes.

Y aprieta la carne una ronca voz comprimida.

Y el elixir de dioses que deshace la boca… se derrama.

Y el cuerpo toma la forma de sus manos y arrasa cicatrices.

 

 

ESTACIÓN DE LAS FABULAS

 

Y él recuerda las viejas leyendas de su infancia.

Y comprueba. Es fábula. Mujer. Panal. Desvelo.

Y le duelen las manos yertas de la piedra.

Y la busca. Y la sorbe. Y la encuentra.

 

 

ESTACIÓN DE PUÑALES

 

Ella mira las líneas de sus manos. Canción que asoma.

Y febrero le trae golondrinas nuevas. Brevedad de puñales.

Y sabe: La canción y la herida son la misma cosa.

Ay. Y le duele en el pecho la sed. Y el pan. Y los cipreses.

 

Ay, no demores la ciudad sumergida te espera.

 

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como si fuésemos inmunes*

 

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan.

 (Lejana. Julio Cortázar)

 

 

Como si fuésemos inmunes

miramos el entorno y nada vemos.

 

Vivimos encerrados

en nuestro mundo invulnerable

nuestra pequeña burbuja de cristal

donde no llega el eco

de los lamentos desgarrados

 

(como si todo ello no formara

parte de nosotros mismos,

como si esos rostros famélicos o atroces

no fuesen un reflejo abominable

de nuestros propios rostros impasibles)

 

Encerrados en el cuadro que pintamos

para obviar los colores imperfectos.

 

Y nos olvidamos.

Irreparablemente.

Nos olvidamos del otro:

ése que sin siquiera percatarse vive

el reverso de nuestra existencia

mientras reímos y jugamos y nos emborrachamos

como si fuésemos inmunes.

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

-De Por si mañana no amanece.

 

 

 

 

 


 

 

 

BYE BYE LOVE*

 

Utilizaron una canción movida, hay una mujer que se desdobla, es muchas mujeres, baila, se esconde, se transforma en muchas porque se cambia el peinado, el color del cabello. Es un comercial de shampoo, invita a la diversión, el cambio, el juego. Nos advierte que permanentes o planchado o trenzado no afectarán al cabello gracias a ese producto milagroso que lo fortalece y repara.

La música es pegadiza y vital, como debe ser. Claro que si una la escucha con un mínimo de atención y algo de memoria puede advertir que es una versión de la que usó Bob Fosse en “All that jazz”, para ese fantástico número musical en el final, cuando se despide de la vida y saluda a cada una de sus amantes, a su hija, a sus amigos, y se alegra de haber sido perdonado por todos y alejarse hacia la muerte que sucede en otro plano, solo, sin ningún glamour, en una cama de hospital.

Toda la película es sobre la muerte, esa amante hermosa, la única de siempre, la fiel, la que lo recibirá finalmente en sus brazos y se burlará de los alardes y debilidades ocultas. La muerte, esa mujer elegante que proporciona la salida apoteótica en el escenario. La muerte, única confidente y única seguridad. Ella estará allí.

Y la canción dice adiós, adiós amor, adiós adiós felicidad, hola soledad, pienso que voy a morir.

Bob Fosse en ese film logró que casi todas las amantes fuesen sus amantes de la vida real. Y cuentan que cuando se rodaría la última escena, la ensayó él mismo en vez del actor que lo representaba, y al finalizar el ensayo se volvió hacia uno y dijo con lágrimas en los ojos “¿Viste? ¡Me perdonaron!”

Narrar la propia vida, exponerse, transformarla en ficción para actuar sobre la realidad. Hacerse perdonar con las líneas que él mismo escribió, ficcionar su propia defunción que ocurrió luego de la misma manera, cigarrillos, alcohol, pastillas, vida enajenante y el corazón que ya no soporta.

Un poco más profundo, con más significado que la propaganda del shampoo. La misma canción, diferentes aspiraciones.

Me pregunto cómo la escogieron los publicistas. Saben que en estos días pocos son los que no comprenden esas palabras en inglés, adiós, amor, soledad, muerte. Quizás saben, también, que nadie se toma el trabajo de pensar, que todo se acepta si tiene buen ritmo y hay colores y una mujer bella. Aunque esa mujer bella sea la muerte, y una muerte bastardeada.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio”.

 

*Alejandra Pizarnik.

https://es.wikipedia.org/wiki/Alejandra_Pizarnik

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

Inventren*

 

Al amigo Coiro, que sueña trenes.

 

Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.

Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.

Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".

Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.

Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.

Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.

Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, más el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, más nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".

 

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

 

 

-Próxima estación:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

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