miércoles, octubre 31, 2007

EL AGUARDAMIENTO


EL AGUARDAMIENTO....











“Lejos del Paraíso”*


A la memoria de mi abuela





La última vez que fui al Panteón Florido me senté en una lápida bajo un árbol de tamarindo, lejos de las avesmarías de los demás. La que amablemente me daba la bienvenida era Doña Gertrudis Conde Viuda de López.
“Aquí acaba el orgullo mundano”, decía mi abuela, que ahora es vecina de doña Gertrudis.
Algo brillante me lastima los ojos. Al fondo, un enorme cristo de bronce resplandece en un mausoleo, que tiene su propio altar elevado sobre escalinatas de mármol. Los lotes posteriores están poblados de esplendorosos jardines. Una valla circunda el magnífico terreno.
Muy lejos de la zona residencial denominada “Pedregales del recuerdo” descansa don Manuel Aké empotrado en una pared, en un espacio no mayor a un buzón de correos. Su nombre lo sé porque está escrito al frente, con pintura barata y a pulso. Chorrea y hasta parece que llora cada letra.
Al lado de don Manuel hay otro “nicho”, de un niño supongo, porque a través de un vidrio, junto a una veladora consumida se alcaza a ver un zapatito roto. A un lado del vidrio se descuelga una estampita del Divino Niño, pegada con cinta “scotch”.
Como el “chiquito” que acarrea los baldes de agua no aparece por ningún lado y yo vengo cargando mis flores desde la entrada, me encamino sobre la “avenida” de “Pedregales del recuerdo”. Cuento veinte postes de luz mercurial, diez por lado, hasta llegar a una zona menos elegante pero no tan ejidal llamada “Jardines de paz”, lo que sería la “clase media”, donde reinan las lápidas al estilo fraccionamiento.
Uno no puede hacer más que comparar, en medio de esta dolorosa estratificación, al camposanto con la propia ciudad, con sus zonas residenciales y sus zonas marginadas, donde todo sigue siendo desgarradoramente terrenal, muy lejos del paraíso.
En una visita anterior recuerdo un caso particular. Detrás de un rosal asomaba una “casita” de piedra blanca, decorada con una especie de serpentinas luminosas y esferas de colores. Al frente “oraba” lo que creí que era la estatua de una virgen. Al acercarme vi que en realidad era una niña, con el cabello tan largo como el velo de una novia. A un costado se leía esta inscripción: “En honor a Martita, hija pródiga y maestra dedicada, a quien Dios quiso llamar a la edad de dieciocho años”, luego unas fechas que datan de más de medio siglo y la firma: “Recuerdo de sus padres”.
Cuánto querrían a Martita sus papás que todavía le llevaban, a cincuenta años de su muerte, la navidad hasta su tumba.
Las flores comenzaron a pesarme. Cuando por fin llegué a donde enterraron a mi abuela, encontré un lugar ajeno a los que ella habitaba, lejos de la veleta del patio que ella hacía girar con una tonadita mágica que silbaba. Entonces las ramas de los árboles se empezaban a doblar y venía lo que ella llamaba “el viento de agua”. Y llovía, como un milagro.
Un niño se acerca corriendo con un balde que es casi de su tamaño. Me dice “¿donde va a poner las flores?” Y es lo último que escucho en la realidad, porque en mis sueños ella silba y la veleta gira.
Le regalo una moneda al niño y me enfilo de nuevo por el sendero de las velas rotas, de las flores de plástico que han colocado algunos parientes para la perpetuidad, para no volver...
De nuevo me recibe doña Gertrudis Conde viuda de López. ¿Quién sería?, ¿sería feliz?, ¿le molestará que cada vez que venga me siente sobre su tumba, a quererla un poco, como a una pariente nueva? ¿Se dará cuenta que ella no está acá, que ninguno de ellos está acá? Aquí sólo estamos los que los recordamos, dividiendo la miseria y la opulencia para aspirar a ser iguales en el paraíso. El gran amor por nuestros muertos nos hizo olvidarlo.







-Con motivo del Día de Muertos en México que se celebra este 1 y 2 de noviembre.



*de Patricia Garma pgarma@dy.sureste.com
Mérida, Yucatán; México













Miércoles, 31 de Octubre de 2007
El aguardamiento*



*Por J. M. Pasquini Durán




Con motivo del trigésimo aniversario de la entidad, entre otras actividades, Abuelas de Plaza de Mayo realizó un acto en el teatro ND/Ateneo. Allí se exhibió un video con algunas de las fotografías que integran un volumen recordatorio y fue leído el prólogo del mismo. El texto, redactado por el columnista de este diario, es el siguiente:


Hay fotografías en este libro que podrían pertenecer a cualquier álbum de familia: sin héroes ni bandidos, sólo gente del pueblo, jóvenes de ambos sexos en su mayoría, cuya única distinción era la categoría de sus sueños.
Otras, en cambio, deberían mostrarse en algún museo del terror para que reciban el debido repudio de las sucesivas generaciones. La colección de imágenes tan distintas, aparte del mérito de sus autores, intenta evocar a los protagonistas de sucesos que chocaron en una encrucijada de la historia nacional reciente, dando lugar a la emergencia de abuelas de treinta años.
La tragedia, por supuesto, sorprendió a la mayoría de estas mujeres en condición de madres acongojadas por la sorpresa y, por un tiempo, dispuestas a pensar que la crueldad tendría límites, que el fruto de sus vientres, como manda la vida, volverían para estar a su lado hasta el final de sus propios días. Descubrieron, en cambio, la terrible categoría de detenido-desaparecido, esa situación de inasible que adquiere el secuestrado por el terrorismo de Estado. Peor aún, si cabe: de a poco o de golpe a cada
una le fue revelado que el manotazo diabólico se apropió además de sus nietos, ya nacidos o paridos sobre el piso de la prisión clandestina. Con suprema arrogancia, los desalmados verdugos decidieron arrancar esos flamantes gajos del tronco familiar para injertarlos en otros hogares y con las identidades cambiadas. Los convirtieron en parte del "derecho al botín", por el que dispusieron de vidas y bienes ajenos, muchas veces motivados sólo por la codicia, la envidia o el rencor, aunque cobijaran esas mezquindades con retóricas "patrióticas" o "antisubversivas". Tal vez con intención de equilibrio compensatorio por esos actos de infamia, la historia parió, hace tres décadas, a las Abuelas de Plaza de Mayo, demandantes de cinco centenares de nietas y nietos, casi todos presentidos, nunca disfrutados,
siempre amados.
Amas de casa, por lo general apolíticas cuando aún el terror no había golpeado a sus puertas, escuchaban, a veces suponían, los sueños de sus jóvenes retoños, tan florecidos de nobles ideales. Querían cosas simples, pero enormes: una vida mejor para todos, en especial para los humildes y
desamparados, justicia y libertad en comunidades solidarias. Aunque apostaban la vida a sus convicciones, pese a que no todos caminaron por el atajo de la insurgencia armada, el ímpetu de la sangre joven pudo combinar la seriedad del compromiso con la música, las fiestas, las risas y, claro está, las tempranas pasiones amorosas. Eso explica por qué los hijos tienen hoy más años, alrededor de treinta, que los que tenían los padres al momento de su detención. ¿No era irresponsable que procrearan cuando sus propias vidas estaban en riesgo? En todo caso, era extrema confianza en la victoria, era la creencia profunda en otro mundo y en otra vida posibles para las siguientes generaciones. Al fin y al cabo, la década de los años '60 había acumulado gloriosas insubordinaciones: el Cordobazo, la Revolución Cubana, el Mayo Francés, el sonido inédito de Los Beatles, para citar sólo algunas entre muchas. Al comienzo, los '70 pintaban con colores nuevos: en Chile, por primera vez, había un presidente socialista por la voluntad de las urnas, y aquí, en Argentina, terminaban dieciocho años de proscripción del mayor movimiento popular que había conocido el país en la segunda mitad del siglo XX y regresaba su fundador del exilio, excitando a propios y extraños.
Al influjo de ese tiempo, ninguna pasión era extravagante y las rebeldías, también las más extremas, adquirían sentido. Para criticar el pasado, primero hay que entenderlo.
Les tomó años a las Abuelas descifrar los acertijos de la política y comprender el alcance de los sueños desaparecidos. Vinieron a su encuentro como pensamientos laterales, puesto que en el centro de su voluntad y de su inteligencia se hacía cada vez más fuerte la voluntad de búsqueda de los amores arrebatados. Aparte del vigor de sus sentimientos, la realidad comenzó a ceder ante semejante tenacidad: en 1980 alcanzaron a las dos primeras nietas y a la fecha, mejor dicho al escribir estas líneas, casi llegan a noventa, ochenta y ocho con exactitud, el número de recuperaciones.
Logros de inmensas dimensiones, ya que empezaron en la noche y la niebla, si no fuera que hay cuatro centenares más de historias sin terminar. Aparte de la política, estas venerables y tozudas mujeres también se obligaron a penetrar los secretos de las ciencias genéticas y del derecho nacional e
internacional. A su influjo surgió el Banco Nacional de Datos Genéticos, donde hoy cualquiera puede resolver las dudas sobre sus orígenes, quedaron establecido el Derecho a la Identidad en la Convención Internacional del Niño aprobada por Naciones Unidas y formada la Comisión Nacional por el
Derecho a la Identidad. En estos días están inaugurando una biblioteca, videoteca y hemeroteca para alumnos de posgrado y otras iniciativas en beneficio de la sociedad toda.
Es imposible resumir la obra de estas madres-abuelas, tanta es su pertinacia y acumulación, pero menos se puede medir la densidad de su influencia social y cultural que desde hace años incluso trascendió las fronteras nacionales.
Durante los treinta años fueron parte del movimiento en defensa de los derechos humanos, por la verdad y la justicia, con el coraje cívico que demandan esas tareas, pero el inconmensurable amor por las víctimas y la voluntad de imponer castigo al terrorismo de los años pasados combinó con la búsqueda de vida entre los escombros de esos años de plomo. Ser abuelas duplica la maternidad, pero desde su aparición se propusieron dar a luz a nietas y nietos, concebidos en el vientre original de sus hijas,
escamoteados por la maldad de quienes creyeron que eran dioses paganos que podían repartir a su arbitrio la vida y la muerte. Rescatar la vida es un mensaje tan potente que no hay disciplina artística, desde la opera al rock, desde el teatro y el cine a la telenovela, desde la fotografía a la literatura, que haya podido pasar indiferente, todas las contienen y las proyectan. Lo mismo sucede con las ciencias sociales y políticas que las eligieron como centro de ensayos y estudios. Son, también hay que decirlo,
modelo y espejo donde se miran otros pueblos que sufrieron también la violación sin misericordia de los más elementales derechos humanos. Con seguridad, cada uno de estos datos debe llenarlas de orgullo, pero no tanto por cuestiones de mundanidad personal sino porque son caminos todos que aceleran y dispersan el llamado urgente a destinatarios que necesitan reconocer. De todos los orgullos merecidos, el primer lugar lo ocupan las ochenta y ocho alegrías de recuperación de identidad. Luego, su infatigable
pelea contra la impunidad: el secuestro de niños y recién nacidos es uno de los delitos que no pudieron sortear ninguno de los intentos que se hicieron desde gobiernos elegidos en las urnas para imponer el olvido sobre el pasado con el argumento de una reconciliación imposible sin verdad ni justicia. Por
la misma causa, Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, igual que otros de la misma catadura, regresaron a prisión. Todo eso fue logrado con la ley como ariete, sin revancha por mano propia, soportando los golpes del infortunio, las claudicaciones en democracia, el dogmatismo ocasional de
compañeros de camino, el aislamiento de pasajeros exitismos reconciliatorios o la indiferencia de los que siempre miraron hacia otro lado, pero con inclaudicable confianza en la gota de agua que horada la piedra.
A esta altura, ¿no sería mejor dejar que hombres y mujeres de más o menos treinta años de vida permanezcan ignorantes de su pasado? ¿Confrontar la verdad ignorada, reivindica o destruye? Para ninguna de estas preguntas hay respuestas únicas, pero sí hay enseñanzas de la experiencia. No hay parto sin dolor y recuperar la verdadera identidad es como volver a nacer, con los dolores de la madre y del bebé al mismo tiempo en la misma persona. A la vez, ese sufrimiento forja la vida, pero en estos casos sin la ingenuidad del recién nacido. Son adultos que han desarrollado sentimientos por sus
apropiadores, algunos hasta se los han ganado de buena fe, que han madurado en culturas familiares que a lo mejor son opuestas o extrañas a las de sus casas biológicas, que una vez enfrentados a la identidad verdadera quedan en suspenso por tiempo indeterminado, sin ser de aquí ni ser de allá. Las

abuelas-madres no hubieran podido contener tanto impaciente amor si no fueran capaces de entender, uno por uno, los pliegues y repliegues de la condición humana. Por eso, a cada reencuentro le dieron cauce propio para reconciliar en el alma de los inocentes sus tiempos pasado, presente y futuro. Las Abuelas de la Plaza saben que su propio tiempo se escapa como granos de fina arena entre los dedos, pero a esta altura, después de treinta años, construyeron un legado tan firme que se prolongará más allá de las peripecias individuales. Han enseñado a todos los que quisieron aprender la acción de aguardar, el aguardamiento, esa sabia mezcla de esperanza, de lucha, de fe en las propias fuerzas y de firme convicción que al final del camino alguien las espera, sabiéndolo o no, desde hace tres décadas. Ese
aguardamiento acuna la dulce y férrea decisión de alumbrar vidas.





*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-93822-2007-10-31.html














Noche de Animas*





Las sombras de nuestros cuerpos bailaban sobre las paredes encaladas de la cocina, jugueteando bajo los caprichos de la luz de carburo que, con su azulada claridad, daba un aire misterioso al ambiente, trasladando al aire esa sensación de ultratumba que requería el momento.
Mi abuela, con su moño blanco y el blanco delantal sobre la negra falda, blandía un enorme cuchillo con una hoja ancha y larga que emitía destellos a cada tajo. De no ser porque veíamos la sonrisa en su rostro limpio y sereno desde el otro lado de la mesa, mis tres amigas y yo hubiéramos pensado que intentaba realizar un conjuro o un sacrificio.
Aquella tarde, espoleados por la tradición del día uno de noviembre y por seguir estas cosas tan atractivas para los niños como son todas aquellas relacionadas con el más allá y la parte de secretos y misterios que conllevan, habíamos ido saltando y corriendo a los campos de la parte norte del pueblo, donde habitualmente se sembraban calabazas, a buscar las más idóneas para la Noche de Ánimas.
Escogimos las que nos parecieron mejores, dando brincos entre los surcos de los sembrados, contrastando la de Neus, llena de chorretones verdes y completamente lisa, con las de Juanita y Adela, que prefirieron unas más grandes, con un rabo largo y muchos granos. Yo elegí una muy ancha y chata
con la intención de poder poner más de una vela dentro y que fuera la que diera más luz.
Los propietarios de los campos sabían que cada primero de noviembre tenían que pagar un diezmo en calabazas debido a la tradición de las ánimas y no vigilaban sus sembrados este día, así que volvimos al pueblo cargados con el producto de aquel robo consentido, planeando las estrategias a seguir en la
noche.
La tradición se remontaba más allá del recuerdo: justo después del crepúsculo, los niños del pueblo con sus calabazas convertidas en calaveras por obra y gracia de unos agujeros estratégicamente distribuidos por su rugosa piel y, después de vaciadas, -guardando las pepitas para secar al sol
y comer en los días siguientes- se dirigían al cementerio, se escondían en los lindes del camino, detrás de los árboles, en las cunetas o entre los zarzales y allí esperaban agazapados y juntos (el miedo rondaba con las ánimas sueltas) a que los mayores se dirigieran al cementerio.
Una vez cerca, se encendían las velas colocadas en el interior de las calabazas vacías y profiriendo murmullos de ultratumba y gritos desgarradores, aparecían ante los familiares que debían asustarse y correr despavoridos al verlos.
El camino, desde los campos al pueblo, estaba jalonado de planes de lugares, ensayos de gritos y cuentos de muertos y aparecidos que en la noche de las ánimas tenían más posibilidad de ser verdad que en las demás noches del año.
Una vez en la cocina, con las cuatro calabazas sobre la mesa, comprobamos con desolación que hacerles un agujero era una tarea más difícil de lo que habíamos imaginado. Neus, la mayor de la banda, lo intentó haciendo mucha fuerza y no consiguió más que clavar el cuchillo, pero no lo desplazó ni un centímetro. Probamos todos, uno detrás de otro sin conseguir nada... La noche iba llegando y no habíamos podido preparar ninguna de las calabazas.
Llegaba la noche y si no conseguíamos transformarlas, no estaríamos a tiempo en el camino del cementerio para asustar a los mayores.
A la vista de esto, claudicamos y me fui a buscar a mi abuela, completamente convencido de que ella sabría cómo convertir las calabazas en calaveras - mi abuela sabía de todo -y guardaría el secreto ante el resto de la familia para que así el susto nocturno no perdiera la sorpresa.
Ahora, alrededor de la mesa y ya casi anocheciendo en el exterior, nos venían las urgencias mientras observábamos a mi abuela que, sin ningún esfuerzo aparente, iba insertando el cuchillo creando un ojo aquí, una boca con dientes allá, una nariz triangular, otra redonda... Con cara de asco íbamos vaciando con la mano el amasijo de pepitas sobre un papel de periódico, incrédulos de que cupieran tantas en cada calabaza. Ella daba el visto bueno: "No, hay que limpiarlo mejor", "mira, aún quedan en la parte
del fondo", "hay que quitar los hilos también, que después podrían encenderse con la vela..."
Cuando acabó la operación y las cuatro cabalazas estaban encima de la mesa y las pepitas en un enorme montón a su lado sobre el periódico, nos preguntó:

- ¿Tenéis los clavos?
- ¿Clavos? ¿Qué clavos? -Dije yo.
- Necesitamos clavos para poder atravesar el fondo y que sirvan de soporte a la vela. Así podréis correr con la calabaza levantada sin temor a que la vela se caiga.
- Y así asusta más, ¿no? -Dijo Adela.
Adela era toda espontaneidad y sus ojos, redondos y grandes, hablaban casi más que su boca.
- Sí, -respondió mi abuela sonriendo por el comentario de Adela- así es como más se asusta.
Corrimos en tropel -de hecho siempre corríamos todos juntos empujándonos- y buscamos cuatro clavos que llevamos, también corriendo, a mi abuela.

- Pero, aquí sólo hay cuatro clavos...
- Sí, uno por calabaza...
- Pero entonces... ¿Sólo tenéis cuatro calabazas?
- Sí, claro, una para cada uno...
El rostro de mi abuela se ensombreció. Algo grave estaba pasando y al ver ese cambio de actitud nos quedamos sorprendidos y expectantes. ¿Qué sería lo que habíamos hecho mal? ¿Habíamos olvidado algún conjuro? ¿Habíamos escogido mal las calabazas?. Quedamos todos quietos y pendientes de aquella mujer que nos miraba desde su altura, ahora completamente seria.

- Ay no, no es así... Dejadme que os cuente...-Dijo mientras acercaba una silla baja y se acomodaba al lado del fuego.- Sentaos, sentaos y escuchad...
Con un ademán distraído bajó un poco la intensidad de la luz de carburo. La noche ya asomaba por la ventana de la cocina pero ante lo que iba a contarnos se pasaron las prisas y nos sentamos a su alrededor. Mi abuela contaba cosas increíbles y sabía de los secretos como nadie.
Mirábamos fijamente su cara dulce, enmarcada en aquellos cabellos blancos rematados en moño, que ahora estaba iluminada por el azul del carburo y el rojo de las brasas. Aun así era tranquilo, apacible...
Despacio, muy despacio y mirándonos a cada uno a los ojos, empezó a contar:
"Hace muchos años, a varios días al norte del pueblo, en una noche como la de hoy, un caballero regresaba a su casa después de un largo viaje. La noche era negra como una cueva y el viento cantaba una trémula canción al acariciarse con las ramas de los árboles. La luna estaba escondida detrás de
unas nubes gruesas y oscuras.
El viajero empezó a ascender por un camino que tenía bastantes piedras sueltas, por lo que aminoró el paso de su caballo y aupándose sobre él, intentó reconocer la edificación que se encontraba en lo alto de la loma.
El camino iba serpenteando sobre sí mismo y subía bruscamente de forma que para poder remontar la pendiente, muchas veces, tras una curva muy cerrada, volvía sobre sus pasos un poco más arriba.
En una de las curvas y aprovechando la aparición de la luna vio con claridad el edificio. Las rejas en la puerta, las paredes sin ventanas, los altos cipreses que asomaban por arriba y el pequeño campanario... Era un cementerio.
El viajero no se asustó en absoluto, ya que era un hombre poco temeroso de la muerte y solamente se preguntó cuánto tardaría en llegar arriba.
En esto estaba cuando le pareció ver movimiento en las puertas del cementerio y, entrecerrando los ojos para ver más claramente, se apercibió de que por la puerta, que se había abierto sin que él se diera cuenta, salían dos filas de sombras, una a cada lado del camino, que empezaban a descender hacia donde él se encontraba.
Su movimiento cadencioso hacía que avanzaran lentamente y más que caminar daba la sensación de que se deslizaban sobre el suelo. A medida que se acercaban pudo ver que las figuras estaban cubiertas por lienzos oscuros o por trozos y jirones de ropajes, incluso algunas de ellas traían la cabeza cubierta con una capucha.
En la primera curva del camino cada una de las sombras encendió un farol en forma de calavera y lo puso delante, pegado al vientre.
En silencio. En un completo y sobrecogedor silencio.
El viento se detuvo y la quietud de la noche fue mayor aún. Las siluetas, enmarcadas ahora por el resplandor de las calaveras encendidas, parecían balancearse mientras avanzaban. No producían ningún ruido a pesar de ser más de un centenar.
El caballero, a la vista de tan fantasmal procesión salió del camino resguardándose entre los árboles y dando paso franco a la comitiva, que fue desfilando por delante del lugar donde se hallaba ignorando su presencia o haciendo caso omiso de la misma. A medida que iban pasando, descubrió que la luz procedía de una especie de farol hecho con una calabaza en la que se habían taladrado agujeros que formaban ojos, nariz y boca por los que salía la luz.
Se mantuvo apartado a medida que la larga fila de sombras pasaba ante él, preguntándose el motivo de tan siniestra procesión, pero manteniéndose medio oculto. A pesar de no sentir temor, algo en su interior lo mantenía apartado de las miradas de aquellos rostros sin ojos.
Al final de la comitiva vislumbró una sombra que la cerraba. Iba caminando por el centro del camino y no traía calavera de luz. Salió de su refugio como en un impulso y se dirigió hacia esa sombra, pasando por entre las últimas de la procesión. Al atravesar el cortejo sintió un frío intenso y pensó: "es el frío de la muerte". Pero siguió avanzando sin saber exactamente por qué lo hacía.
La última figura se detuvo a su lado en el momento que en se iban a cruzar y pareció esperar a que preguntara.
- ¿Puedes decirme el motivo de esta procesión? -Dijo el viajero.
- Es la Procesión de las Ánimas, que se realiza cada día primero de noviembre, en el Día de Todos los Santos y antes del Día de Difuntos- respondió una voz susurrante que a pesar de hablar en un tono muy grave le sonó conocida.
- Y... ¿Todo el pueblo viene a esta hora tan tardía a la procesión?
- No, los habitantes del pueblo no se atreven a venir. Sólo las ánimas participan en esta procesión...
La sorpresa del viajero fue enorme. Notó que se le erizaban los cabellos y que una mano helada le recorría la columna vertebral, pero manteniendo su compostura quiso estar seguro de lo que pensaba.

- Entonces... ¿Todos los componentes son muertos?
- No exactamente, la procesión la componen las Ánimas de los muertos.
- ¿Tú también estás muerto? -dijo dándose cuenta de que no sentía ya ningún miedo. Era como si estuviera entre conocidos.
- Sí, yo estoy muerta -musitó la sombra.
- ¿Y por qué no llevas luz?
- Yo soy el ánima de tu esposa, a la que nunca fuiste rezar al cementerio y a quien jamás le llevaste luz..."
La cara de Adela asomaba por detrás de la mesa mirando a mi abuela con los ojos más grandes que nunca veré. Neus apretaba mi mano tan fuerte que tenía un dolor intenso en los dedos y el silencio se apoderó de la cocina tras las últimas palabras.

Nos miró despacio, lentamente, uno a uno, y dijo en un susurro:
"Nadie sabe qué pasó con el viajero, ni a quién contó lo que había visto, ni qué hizo, pero desde entonces, en todas las casas, en la Noche de Ánimas, siempre se hacen un par de faroles de más con calabazas, por aquellas a las que nadie rezó y por aquellas a las que nadie llevó luz..."
Aquella noche, en el camino del cementerio, ocultos tras los zarzales y esperando con las calaveras-calabazas en el regazo, preparadas para ser encendidas y asustar a los familiares, había tensión. Miedo y tensión. Los cuatro, pegados los unos contra los otros, esperamos ver aparecer una sombra sin farol e imaginando las excusas que podríamos darle por no tener uno de más para ella.
Aquella noche fue larga. Tan larga que ha durado hasta hoy, en que mis dos hijos preparan cuatro calabazas en el día de las ánimas, porque su bisabuela me contó a tiempo que a las ánimas hay que rezarles y sobre todo, hay que llevarles la luz.


*de Joan. joan@cimat.es








*





La fiesta del resto


Sobre la transparencia del deseo

brillo o sonrisa en el aire


lo que queda de la ausencia.


*de Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar













*





Tiene andaluza la sangre
y la gracia, y el talante
tiene ochenta y cuatro abriles
y mira siempre adelante
y sabe de poesías
y de poetas galantes

Los ojillos se le achican
cuando le piden que cante
y una sonrisa se escapa
y parece que se espante

Luego, dice muy flojito:
"Sólo puedo recitarte
lo que recuerde, no toda
que solo recuerdo parte...
Recuerdo una poesía
de Lorca
de Federico García.."

E inicia tímido el cante
Y va brotando despacio
- parece que va a pararse -
recordando aquellos versos
y empezando a emocionarse
y ya los ojos chispean
mirando de medio lado
y las manos participan
y el duende ha despertado
y palabra por palabra,
toda la poesía entera,
entremezclando suspiros
gitanos y madreselvas
sintiendo lo que se dice
y viviendo lo que cuenta
surgen alfacas de plata
toros bravíos, reyertas
sangre color escarlata
"Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada..."

Y las manos van,.. y hablan
y los aires quietos, callan
el cuchillo corta el aire
los ojillos se hacen agua
"El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña..."

El pelo brilla precioso
la boca sonríe y canta
y esa mujer increible
nos lleva con lo que narra
a unos mundos de misterio
y al final, cuando acaba
se escucha solo el silencio
y la emoción que se palpa
el duende y el sentimiento
que trae con sus palabras





*de Joan. joan@cimat.es











Correo:





Espacio Cultural Algo se Trama*
Viernes 9 de noviembre de 19 a 22
Centro Cultural La Urdimbre (San Jerónimo 2523)

Los alumnos de 3º Polimodal de la Escuela de Artes Visuales Prof. Juan Mantovani de Santa Fe organizan una muestra de sus producciones realizadas en los distintos trayectos artísticos: dibujo, pintura, video, animación, historieta, fotografía, escultura y cerámica. La invitación es para el 9 de
noviembre de 2007 en el Centro Cultural La Urdimbre (San Jerónimo 2523) a partir de las 19.
Además se presentará la Antología Literaria Santafesina Ilustrada "La Luz de los Decires III. Efímera huella, eterno reflejo" realizada por los mismos estudiantes sobre textos de distintos escritores locales que estarán presentes en dicha oportunidad y que fue coordinada por la profesora
María Alejandra Tiraboschi.
El cierre estará a cargo de un quinteto de la Jazz Ensamble Junior de la ciudad de Santa Fe.
La entrada al espacio cultural será la entrega de un libro infantil para la biblioteca de la escuela Pedro de Vega de la ciudad de Santa Fe.

La iniciativa de Algo se Trama se vio fundada en la propuesta y necesidad de los alumnos de montar una muestra en un centro cultural de la ciudad. La
formación, enmarcada en distintas vertientes de las artes visuales, motivó a los estudiantes a vincularse con otros espacios, de convocar a un público y de poder producir y gestionar su propio escenario. Además. otro desafío fue cómo hacer posible la convivencia en un mismo encuentro de diferentes
lenguajes y disciplinas, como son junto con lo visual, la música y la literatura.


*Contactos: Mariana Rabaini
a cargo de la cátedra Producción y Gestión Comunicacional rabaini@arnet.com.ar
0342 154 214484



*

Queridas amigas, queridos amigos:


El domingo 28 de octubre del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor colombiano Jesús Pinzón Urrea. Las poesías que leeremos pertenecen a Flora Chavarry Orellana (Guatemala) y la música de fondo será de Rikchariy
(Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067





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