sábado, octubre 20, 2007
VIEJOS, ALBOROTADORES E INCORREGIBLES
Espectador*
Los ojos saltones del hombre que en la actualidad es de Monte Castro como antes lo fuera de General Rodríguez, antes de Villa Riachuelo, antes de Lincoln -hombre que conserva gratos recuerdos de sus primeros años, en una chacra, dándole de comer a las aves de corral o potreando a sus anchas con
los amigos-, esos ojos saltones se posan desde una cuarta fila sobre la superficie impecable de una morochita de aire abúlico, que al son de un corrido mexicano cabalga desnuda sobre el palo de una escoba, remedando a una precaria y sumamente contemplable especie de bruja.
Los ojos ávidos del hombre de chomba amarilla, pantalón beige y mocasines -hombre que ayer permaneciera enfundado en un traje a medida, debiendo comparecer en un juzgado como testigo de un hecho de sangre, y que hoy formalizara compras en firmas mayoristas, para así abastecer sus tres
locales de librería escolar y comercial-, esos ojos ávidos se posan ya desde la tercera fila sobre las nalgas sobrecogedoras de una falsa mucamita que mientras baila cha-cha-chá sólo cubierta con un delantal, plumerea falsamente el sofá arratonado a foro.
Los ojos súbitamente opacos del hombre que hace un buen rato abonara en la boletería del burlesque 15 australes con tres billetes nuevos, después de tomarse un capuchino con edulcorante artificial en el barcito contiguo al cual chicas muy maquilladas entraban y salían por una pequeña puerta lateral, y que en el barcito, alternándose, bebían té o café y comían un tostado o una media luna con jamón y queso, esos ojos súbitamente opacos se posan, desde la segunda fila, en las tetas siliconadas de una artista del
destape total que se complace en bambolearlas marcialmente -oyéndose un toque de clarín- sin dejar de sonreír mientras, mecanizada, provoca a su platea de machos.
Los ojos avezados del hombre que a principios del próximo mes lucirá su ligera pancita en playas patagónicas a las que arribará en su automóvil de marca japonesa y que hoy cargó nafta, cambió filtro y aceite y agregó un mejorador de combustión, y que pagó con Carta Franca en una YPF, esos ojos
avezados se posan, ya a un metro escaso del proscenio, sobre la vulva magnética de la arrodillada pelirroja que se fricciona en esperpéntico frenesí -a poco más de un metro del hombre- con una convincente hortaliza, mientras el gran maestro Toscanini acompaña desde el disco con su inconfundible pericia musical.
El hombre saltón, ávido, súbitamente opaco y avezado, posándose todo él en el escenario, a puro tango canyengue, horas después, durmiendo, interpreta a un inevitablemente fálico y regocijado puente corporal que vibra, ante un público fantasmático, con sus dos pies dentro de los genitales de su madre,
y la cabeza embutida en los de su hermana menor, seres amadísimos, hasta que una polución monumental de estofa atávica, lo despabila horrorizado en su cama de bronce.
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Viejos, alborotadores e incorregibles...
Pecats vegetals*
Per a León Ferrari
Els pètals formen una catifa, quasi una pell, amb porus entreoberts penetrats per brins de past, quasi aire. Damunt de la tela-flor ella posà textos, damunt dels textos la veu, que atragué una altra veu que féu lloc a un cos. Ell es montà damunt de la pell vegetal per estranys camins del llenguatge. Abraçà les encabritades flors carnoses, amb el seu somriure verd, el seu olor a fusta, el seu pes d´arbre. Elles li donaren a prendre saba del centre dador doble-corol·les-pits. L´home i la dona mig amagats a la selva contínua, estams, fulles, ulls. La mirada del sol obri la cúpula de branques per a entrar-hi tatuatges de llum en l´ombra nua dels cossos. Ells descansen entrellaçats, escoltant el xiuxiueig suau d´insectes, ocells i papallones. Somriuen, han escapat als pecats de la carn que els amenaçaven amb focs des de la infantesa.
Pecados vegetales*
a León Ferrari
Los pétalos forman una alfombra,casi una piel,con poros entreabiertos penetrados por hebras de pasto, aire casi. Sobre la tela-flor ella puso textos, sobre los textos la voz, que atrajo a otra voz que hizo lugar a un cuerpo. El se montó sobre la piel vegetal por extraños caminos del lenguaje. Abrazó a las encabritadas flores carnosas, con su sonrisa verde, su olor a madera, su peso de árbol. Ellas le dieron a tomar savia del centro dador doble-corolas-pechos. El hombre y la mujer semiescondidos en la selva
continua, estambres, hojas, ojos. La mirada del sol abre la cúpula de ramas para entrarles tatuajes de luz en la desnuda sombra de los cuerpos.
Ellos descansan entrelazados, escuchando el murmullo suave de insectos, pájaros y mariposas.
Sonríen, han escapado a los pécados de la carne que los amenazaban con fuegos desde la infancia.
*de Cristina Villanueva pluma@velocom.com.ar
-Poema en prosa traducido al catalán, un abrazo con hojitas
Sábado, 20 de Octubre de 2007
Aquella muestra de León*
*Por Sandra Russo
Lo vi hace poco, en el Teatro Alvear. Con Boy Olmi estábamos conduciendo la entrega de los premios Cultura Nación, que distinguió este primer año la trayectoria de veinte grandes nombres de la música y las artes plásticas.
Antes de que se abriera el telón los premiados posaban para los fotógrafos.
Era una fotografía fuerte. No voy a dar la lista porque es antinarrativo, pero diré: entre ellos estaba León Ferrari.
No lo conozco personalmente; hemos intercambiado un par de mails y escribí muchas notas sobre él y su obra cuando su muestra en el Recoleta fue censurada por presión de un grupo ultracatólico. Quiero recuperar, de aquella época, una anécdota que en su momento quedó sin escribir, y que a León probablemente va a interesarle. Creo que va a causarle gracia.
Mi ayudante en el taller de texto breve, Christian Rodríguez, es un pibe muy curioso intelectualmente, y avanza sin contradicciones sobre territorios que a mí me parecen muchas veces extraños, pero el impulso de la comunicación es misterioso y a veces provoca dislates como éste. Chris es gay y tiene un blog muy visitado que se llama putoyaparte. El tema del momento era la clausura de la muestra de León Ferrari en el Recoleta. En un bar, Chris se puso a leer el correo de lectores de La Nación. Era una carta que apoyaba la clausura, con el argumento de que se trataba de una ofensa a la Iglesia Católica, y esgrimía que la libertad artística no puede expenderse más allá de los límites del respeto a la Iglesia. Firmaba un hombre, y abajo estaba su dirección de mail. Chris tomó nota, y cuando llegó a su casa le escribió
un correo a ese lector de La Nación, interpelándolo por las falacias de sus argumentos. Chris cuando escribe se entusiasma, y escribió largo y denso.
Muy poco después recibió la respuesta, larga y densa, de parte del lector de La Nación.
Fue una chispa que se encendió de pronto. Un correo largo y denso se sumó a otro y a otro, y el día siguiente los entretuvo a los dos en un interminable ida y vuelta de posiciones aparentemente irreconciliables. Pero hay un detalle que todavía no conté y que es relevante para entender lo bizarro de la escena de estos dos tipos escribiéndose correos furiosos y a la vez invitándose a salir del presunto error respectivo.
El lector de La Nación resultó ser un cura (que no había firmado como cura), y no uno cualquiera: era miembro activo del grupo ultracatólico que había presentado la demanda ante la Justicia para que la muestra de León Ferrari fuera clausurada (eso la carta de lectores tampoco lo decía).
Así que lo que tenemos es a un gay y a un cura, después de haberse escrito sin parar algunos días, sentados en un bar de Palermo para tomar un café. No tengo dudas de qué hacía Chris allí: antropología. Quería ver cómo es la cara de alguien que, cultísimo y especializado en arte bizantino, era capaz de sostener que la Iglesia Católica debe seguir tutelando las conciencias de cristianos y no cristianos. Quería confrontar personalmente. No es peronista, pero es incorregible.
Por correo, el cura había insistido en que la muestra de Ferrari era un delito porque ofendía a la Virgen, y le decía que ya había abierto causas en lo civil y en lo penal. Chris le contestaba: "La denuncia penal y la civil son ridículas y van a terminar en la nada, porque te guste o no, la 'blasfemia' es una figura religiosa, no jurídica. Lo mismo ocurre con la ofensa. Y encima en este caso es la ofensa a una iconografía. Si yo mañana construyo una religión alrededor de un cacho de queso de rallar y te
encuentro a vos un día rallando queso encima de tus spaghetti, ¿me tengo que sentir blasfemado? ¿Debería iniciarte una causa civil o penal?".
El cura lector de La Nación no había ido al bar, en cambio, para ver cómo es la cara de un gay. Había ido a evangelizar. Comenzó piadoso: la Iglesia no expulsa a los homosexuales. Los recibe en su seno. Son personas que no pueden controlar ciertos aspectos de sus vidas y sienten una aberrante inclinación hacia personas de su mismo sexo. No pronunció la palabra "enfermedad" por delicadeza, pero sí expuso la condición: el celibato. Un homosexual célibe es perfectamente apto para integrar la grey.
Cuando finalmente la muestra fue levantada, se terminó el clima cordial de la relación, que había seguido unos días más por correo. Chris terminó tratándolo de energúmeno, y el cura decretándolo irrecuperable. Sin embargo, poco después, por lo jugoso y rabioso de esos correos, Chris le pidió
permiso para editarlos y subirlos a su blog. El cura no se opuso. Y allí están, pero ahora con León Ferrari diciendo lo que quiere decir muy lejos, en el país en el que está enclavado el Vaticano.
A mí siempre me llamó la atención León Ferrari, pero más allá de su obra. Lo vi hace poco, decía, en el Alvear, y recuerdo que cuando lo veía recibir su premio y ser aplaudido de pie, pensaba "puta, qué lindo viejo", porque Ferrari, a sus 84 años, es lo que tantos aspiramos a ser alguna vez. Viejos pero como él, con su sonrisa divertida por los escándalos que arma, con su energía disponible para seguir creando y creyendo en las cosas que creyó siempre. Un tipo con vida vivida, ideas pensadas, obra hecha, mente abierta, ganas. El premio de Venecia fue para León Ferrari. León Ferrari es el premio que nos sacamos nosotros.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-93258-2007-10-20.html
Las/12|Viernes, 19 de Octubre de 2007
leyendas
La vieja dama indigna
La semana pasada, su nombre, su pelo gris, sus arrugas, el sentarse de piernas abiertas en la puerta de su casa inundaron diarios y noticieros cuando se conoció la novedad. Finalmente, Doris Lessing había ganado el Nobel. Se mencionaron sus 87 años, su vaso de gin, y hasta se la definió como feminista. Se habló un poco de dos o tres de sus libros. Y poco más.
Sin embargo, detrás de esa escritora con vida de novela hay bastante, mucho más: por empezar, una alborotadora con el ánimo intacto.
*Por Liliana Viola
El capitán Alfred Tayler había perdido una pierna durante la Primera Guerra Mundial y Emily McVeagh había perdido al amor de su vida. Dos perfectos candidatos para el matrimonio. Eso hicieron. Perfectos británicos: abandonaron la Inglaterra decadente de la posguerra y se instalaron en Persia, donde nació Doris May Tayler el 22 de octubre de 1919.
Persia en 1919 era Persia, y no iba a ser Irán hasta dos décadas más adelante. Doris nació en Oriente, en un territorio con nombre helenizado que viene de "Parsa", que en persa antiguo quiere decir "más allá de los reproches". Estos padres le estaban dando a la futura Doris Lessing un excelente comienzo para aspirar al Nobel.
Y a los pocos años, hicieron todavía más. Habían regresado a Inglaterra en 1924 cuando en el transcurso de un paseo por el Museo del Imperio Británico los ojos del capitán se cruzaron con la réplica de una casita de campo en Rhodesia. "Hay que ir a Rodhesia y poner una granja", dijo el capitán que no sabía ni cómo había que hacer para remover la tierra y lograr que creciera algo comestible o intercambiable por otra cosa. Así fue que su hija pasó la mayor parte de su infancia "en el medio de un gran paisaje con escasos seres humanos alrededor", bajo la tutela del cielo estrellado de Rodhesia que su padre, sentado en una silla y fumando sin pausa, consultaba como quien asume que arriba hay más palabras. La madre hacía un autoritario esfuerzo por mantener vivo el espíritu anglosajón encargando encomiendas con libros para que la hija no se contaminara del ambiente salvaje y recuperando todo gesto, por más mínimo que fuera, siempre que fuera victoriano.
La escuela católica con religiosas tratando de extirparle el protestantismo de cuna no resultó. Doris abandonó sus estudios a los 14 años. "Todavía tengo algunas lagunas. Las cosas que los chicos normalmente aprenden a los 14, yo he tenido que ir a buscarlas a las enciclopedias. Me habría gustado
aprender matemáticas y lenguas, me habría resultado muy útil en estos días".
La laguna, las aguas, los ríos que se llevan datos importantes, como para los jóvenes pobres y aventureros de Dickens, ha sido su lugar privilegiado de formación. Suele enumerar tres tutores cuando le preguntan sobre esa ausencia de educación formal: Africa, el legado de la Primera Guerra y la
literatura, especialmente la de Tolstoi y Dostoievski. "Estoy contenta de no haber sido educada en literatura, historia y filosofía, esto implica que no tengo este eurocentrismo corriendo por mis venas, al cual considero el único logro que Europa consiguió sostener: es prácticamente imposible para un occidental no ver a Occidente como un legado divino, sentirse tocados por Dios".
En este punto, el capitán y su esposa desaparecen formalmente del camino que la llevará lentamente hacia el Nobel, aunque es justo mencionar que van a reaparecer en algunas novelas y también en Dentro de mí (1994), el primer volumen de su autobiografía. El padre voluntarioso y emprendedor de la
historia de Martha Quyest (1952), primera de la serie "Hijos de la violencia", bien podría ser un retrato de Alfred Tayler. Por lo pronto, Lessing ha admitido ante algunos amigos que esta serie es la más autobiográfica de sus ficciones. Dejó pasar 50 años desde sus noches en Rodhesia para retomar la confianza en la lectura de estrellas y construir entonces su serie de ciencia ficción '"Canopus'', cuyo primer título está dedicado justamente al capitán Alfred Tayler.
CAMINO CONTRA EL NOBEL
Primero hizo aquello para lo cual había sido educada: digna blanca hija de blancos en colonia británica. Emplearse como telefonista, emborracharse a la salida, ir a muchas reuniones, casarse, tener dos hijos -un varón y una nena-. Inmediatamente después hizo lo otro: divorciarse, irse de casa sin los chicos, hacerse escritora, comunista, casarse en segundas nupcias, tener otro hijo, divorciarse de nuevo, renunciar al comunismo, publicar una primera novela, Canta la hierba donde un negro y una blanca viven una historia de amor en plenos años '50 y en el paraíso de la segregación racial. "Cuando me convertí en política y comunista fue porque los comunistas de Rodhesia eran las únicas personas que yo había conocido que pelearan por la causa de los negros. Los comunistas de Rhodesia eran inocentes que probablemente habrían sido inaceptables en los partidos comunistas del mundo. Pero lejos de la doctrina comunista central ellos intentaban ser puristas."
Esa cita resume un don de Doris Lessing: la facilidad increíble para ingresar antes que nadie, y retirarse cuando le parece, de las grandes ideas que ha ido construyendo el siglo XX -comunismo, stalinismo, psicoanálisis, feminismo, realismo, futurismo, intimismo, ciencia ficción- con válidas y
suficientes razones, tanto para abrir la puerta como para el portazo. Será por eso que los señores suecos tardaron tanto tiempo en decidirse -ellos mismos declararon hace pocos días que la elección de Lessing ha sido la más sopesada de la historia del Nobel-, les habrá costado mucho seguirle los pasos a lo largo de estos 87 años de estado de alerta, respeto total a su sexto sentido de la libertad empezando por la propia, respeto a la escritura sin el menor apego a la crítica, los lectores fervientes, o los premios. Una combinación entre el lugar esquivo que ocupa el feminismo en el presente con el carácter de bronce de aquellas viejas batallas de las mujeres del siglo pasado consiguió, finalmente, que los astros suecos coincidieran sobre su cabeza.
En 1945 se casó con uno de los miembros del Partido, un refugiado alemán llamado Gottfried Lessing, de quien se divorció cuatro años más tarde, llevándose de casa un apellido de escritora y un hijo que mantener. Más tarde declaró: "Creo que el matrimonio no está entre mis talentos. He sido mucho más feliz cuando no estuve casada que cuando lo estuve. Soy una persona incasable. No puedo imaginarme un matrimonio que tenga sentido para mí. Una vez pasados los 30 años, creo, resulta cada vez más difícil casarse para una mujer. Es fácil cuando se es una adolescente; a lo mejor ahí reside el mecanismo para la continuación de la especie".
El mismo voluntarismo que hizo emigrar a su padre y la seducción de una imagen -ya no la casita bucólica sino la de escritora profesional- la impulsaron a dejar Africa y volver a Londres. Ya estaba allí y había
publicado entre otros Un casamiento convencional cuando en 1956, conocidas sus críticas implacables, se le negó la visa y la posibilidad de entrar en Africa del Sur, donde sus libros estuvieron prohibidos durante años. Más piedras para un mismo camino.
LA BIBLIA OLVIDADA
Doris Lessing, al recorrer el trayecto inverso al de su propio padre, estaba ubicándose en el lugar preciso en el momento correcto. Pronto llegó la primera confirmación: un emisario del Nobel se presentó personalmente en su casa para advertirle que nunca iban a darle ese premio. Inequívoca señal:
faltaban apenas unos 40 años para que dijeran más o menos lo mismo pero en otras palabras: "El floreciente movimiento feminista lo consideró (por El cuaderno dorado) como un trabajo pionero, y figura entre un puñado de libros que informa sobre cómo era vista la relación de hombres y mujeres en el siglo XX".
No es el único libro de Doris Lessing donde la situación de las mujeres, o los débiles, o las minorías tienen un lugar crucial en la trama. Pero en 1962, con la publicación de El cuaderno dorado, ingresó por la misma puerta por la que había pasado antes Simone de Beauvoir, como autora de la segunda Biblia del feminismo pero en versión literaria. El cuaderno... es una novela experimental donde una protagonista femenina, la escritora Anna Wulf, transcribe su crisis -donde se combinan diversas crisis, desde las de género pasando por las de época y continuando por las de todo escritor/a- mientras escribe una novela llamada Mujeres libres. Los cuadernos corresponden a los cuatro niveles de escritura y de pensamiento en los que podía descomponerse entonces la mente de una mujer emblemática. Anna Wuulf escribe cuatro cuadernos de nota simultáneos: el cuaderno rojo tiene el carácter de documento político, el amarillo representa el alter ego de Anna, el azul es un diario íntimo y el negro son memorias de infancia. La imposibilidad de capturar la vida absurda de esta mujer escritora, pero sobre todo el cuerpo cruzado por todos los conflictos que acechaban a una mujer en la década del sesenta, fue leído como descripción, diagnóstico y bandera.
Pero esto no iba a durar mucho. Doris Lessing, como ya aclaró más arriba, no ha nacido para ningún casamiento. Una década más tarde y, a pesar de que nunca superará su hábito de escribir con máquina eléctrica, se mudó al terreno del fantasy y la ciencia ficción. Los lectores, y sobre todo las lectoras, que la admiraban por aquella novela o por sus radiográficos cuentos -como "La costumbre de amar" o "Una anciana y su gato"- se ofendieron, se aburrieron, se desconcertaron y huyeron. Olvidaron casi todo.
De hecho, John Mullan, en su blog de The Guardian, cuenta que la semana pasada, una vez que supo que Lessing había ganado el Nobel, preguntó a sus alumnos de secundario en la cátedra de Literatura Inglesa quién había oído hablar de ella -no leído-. Sólo seis levantaron la mano. Años atrás, los críticos más adeptos se lamentaban de "haber perdido una de las mentes más racionales en pos de estas fantasías intrascendentes" y por estos días Harold Bloom dijo algo parecido: "Aunque la señora Lessing al comienzo de su carrera tuvo algunas cualidades admirables, encuentro que su trabajo en los últimos 15 años es un ladrillo ... ciencia ficción de cuarta categoría", que de todas maneras es mucho más amable que lo que antes ya había consignado en El Canon Occidental: "Aun cuando uno esté apasionadamente de acuerdo con la cruzada contra el macho humano instigada por Doris Lessing, su retórica de la exclusión no proporciona ningún placer".
Lessing no se inmutó. La máxima presión que aceptó de su casa editora fue la que la llevó a escribir los dos primeros tomos de su autobiografía, que, por otra parte, en la década del '90 se vendieron mucho más que sus ficciones.
Pero nada de esto hizo desaparecer a esta escritora del planeta. Este año se publicará su última novela, probablemente una amalgama entre sus nuevas ideas sobre la falsa primacía femenina y el recurso de situar la acción en mundos paralelos al nuestro.
Y aquí, nuevamente entonces, llega la voz de la Academia sueca, otorgando valor a lo que hasta el momento se le ha negado: "La visión de una catástrofe global que obliga a la humanidad a volver a una vida más primitiva ha tenido un atractivo especial para Doris Lessing. Reaparece en algunos de sus libros de los últimos años, entre los que figuran Mara y Dann (1999) y La historia del General Dann, la hija de Mara, Griot y el perro de las nieves (2005)". El Premio Nobel, injusto, arbitrario, prestigioso, sigue siendo el peso con el que se miden las trayectorias, la suerte y el nivel de adrenalina en el mercado editorial. Ahora ha sido concedido a una mujer de 87 años -su estilo de vejez es tal vez su última innovación- con una novela recién publicada. La mujer que recibe la noticia sentada en las escaleras de
su casa -porque "adentro está todo muy desordenado"- con pollera larga, sonrisa y sin cruzar las piernas, no parece ser objeto de homenaje sino de el primer capítulo de algo por venir.
SIN CUARTO PROPIO
Doris Lessing vivió siempre en departamentos alquilados. Sistemáticamente se ha negado a formar discípulos. Ha tirado a la basura tres manuscritos que no le convencían. Considera que el saber no se transmite de maneras convencionales y ha repetido mil veces que si los seres humanos deben sobrevivir como especie, tendrán que adaptarse, lo que implica concebir muchas ideas a la vez, muchas veces contradictorias y sobre todo tener la capacidad de resistir a lo que el grupo cree que es lo que vale. Esta enumeración podría integrar un resumen de su vida. Pero todo resumen, en su caso sobre todo, ya se ha visto que es provisorio.
Muchos la acusaron de arrepentida y de gagá, cuando hace diez años declaró en Edimburgo que a las mujeres de hoy les estaba faltando sentido del humor y que los hombres, sobre todo los niños, estaban condenados a ser víctimas de un atropello, el de un discurso que los estancaba en un sitio de culpables e impotentes. ¿No hablaría Doris Lessing de la vanidad de un discurso que se regodea en su propio clisé mientras las leyes, la educación de niños y niñas, las políticas de salud, entre otras cosas, se mantienen
estancas?
Hace unos pocos años, con el dinero de las regalías y de los premios en mano, acató el consejo de sus amigos que le decían que tenía que tener "la casa propia". Para ese entonces, Lessing hacía rato que se las había arreglado para tener un cuarto propio y sus razones tendría para dejar evaporar aquello que ella llama "el oro mágico". Y por eso, ahora tiene razón cuando se queja: "Todo el mundo me decía siempre que tenía que tener una propiedad... Bueno, ahora que la tengo, ocupo la mayor parte de mi
tiempo haciéndome problema con agujeros en el techo, cañerías, y esas cosas."
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-3665-2007-10-19.html
PINTAR DE AMARILLO Y ROJO LA CASA ESTÁ DE MODA*
*Por Leopoldo de Quevedo y Monroy leoquevedom@hotmail.com
La decoración para un producto, dicen los que saben de publicidad, es venta pronta. La envoltura, el olor, -si es preciso-, y otros aditamentos llamativos al ojo y al sentido. La promoción audiovisual es propia de la era de los chips, de la imagen y de la moda que caracteriza los mercados. ¿Qué es lo “chic”, lo “in”, lo que anda en boca y entre el hígado de la gente? Es la pregunta que guía al comerciante, al librero, al escritor, al periodista. Y a continuación llega la respuesta.
Abre uno un libro, hace clic en el PC, cambia de canal en la TV y el menú que se encuentra siempre es el mismo. Gárrulos, ramplones en escena con lenguaje soez y a voz en cuello. Uno se pregunta si esta comida está de moda o si acaso es un síntoma de una sociedad que ha bajado su estima y que se mide con el hampa. Porque este es el modo de tratarse entre bribones. Estúpido, hijo de puta, mierda, güevón, culo, marica, gonorrea son palabras que con gran desparpajo y desinhibidos los personajes espetan sin mover un músculo siquiera. Sólo falta el arma al cinto.
Mezclar expresiones obscenas en el lenguaje público, sin una mínima autocensura, supone complacencia del grupo y una normalidad extraña. ¿Qué dirá la psicología al respecto? Es una costumbre traída de otros ambientes y de otras latitudes? Nos ha llegado de un mundo global y cool-oscuro? ¿Qué función cumple en los medios y en la literatura la palabra gruesa? ¿Será que del inconciente brotan como agresividad y miedo como mecanismo de defensa? ¿Será que al pronunciarlas o escribirlas se intenta botar afuera lo oscuro que hay por dentro?
En verdad, Gabo, Vargas Llosa, Fernando Vallejo utilizan en su obra algunas veces palabras de este calibre. Mejor, lo usan sus personajes o retratan sentimientos o ambientes generales. En entrevista Al Pacino concedió que en Scarface habían utilizado 137 veces una “mala palabra” –no dijo si fue fuck o shit- y el dato fue corregido porque en realidad fueron 173. O sea, que el lenguaje es introducido y controlado por los grandes directores. No es que “cualquier cosa puede pasar” o que se pronuncien sin estar a propósito en el libreto. Eso no es proclividad, es un artificio para representar, el rol de un personaje. No por eso la película debe tildarse de escatológica.
Y, entre nosotros, ¿quién verifica los guiones y los diálogos? ¿Hasta dónde llegará la cursilería? Corre el riesgo de mostrar como lenguaje ordinario la chabacanería y hacer de la bacanería un estilo de salón. Porque estas palabras no son meras muletillas. Son aguijones que atormentan callados allá, por dentro y quieren vomitarse pronto. Mas siempre queda su veneno picando y pidiendo ser sacado por pedazos como escupitajo por entre colmillo y diente. Parece que al expulsar esas palabras saliera el páncreas amarillo o el hígado sangriento con salmuera y salpicara de rojo el pavimento.
El colombiano común, el viejo y niño, hemos aprendido el castellano de Cervantes de manos de Bello, Neruda, Vallejo, Vargas Llosa, Cortázar, y de periodistas como Sanín Cano, los Santos, los Cano, Calibán, Pangloss, Caballero, Jimena Dussán, de oradores como Silvio Villegas, Laureano Gómez, Gaitán, libretistas como Martha Bossio, Julio Jiménez, Fernando Gaitán, Enrique Buenaventura. Esa es nuestra escuela, es nuestra cultura y no podemos mandarla en barco de remesa ni alquilarla de bacanes ni sicarios.
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