viernes, enero 11, 2008
QUE TODO LO DA VUELTAS Y LO TRANSFORMA...
SOL*
Esperma penetrando nuestra femenil curva de planeta,
Materia como l´agua y también como l´aire,
Primavera,
Velocidad madura
Constante en los versátil de los días:
Y qué son los días del hombre sino sólo
Repetida certeza esperanzada de tu resurrección,
Y, así, la suya...
Mar a punto azul de torbellino de oro,
Melena mil de un solo reflejo
Que habla de la felicidad que no es promesa,
También de la bonanza indetenida
Con que acunas al viento del tiempo...
Cristalería océanica luminosonora y ajena,
Final de todas las comparaciones,
Efecto de tormenta sobre la piel del alba y del crepúsculo,
Como una rueda de espejados gusanos girando loca y cantando...
Punto imposible,
Semilla general...
Nos dices que, allá arriba,
Prosigue el vasto asombro imperturbable del infinito,
De sus formidables dones y de su absoluto claramente dispuesto
Hacia el perplejo error de la energía
Que somos,
Posándonos ante tu aro inmenso
Como una polifónica sombra en vanidad,
Anhelándote:
Germen, eje, alimento, razón,
Andamio, límite, acto,
Ojo del cielo,
Flor ardida,
Boca que exhala paz y sorbe amor,
Cuello de antiguos mapas celestiales
Y ombligo de una panza común...
Sol
Que te hemos llamado padre y madre,
Nosotros
Los que apenas dos de tus sexos hemos alcanzado a merecer como dispensa,
Y ni siquiera a sustentar con la gracia gentil de tu joven edad...
Puerta de la cosmovisión
Que estás ahí.
Costumbre.
Gesto de lo inconmensurable...
Badajo viajero a resonar el último día:
El día del primer hombre...
Sol que sales.
Sol que tienes la facultad de l´aire.
Esfera siempre significando
Divinidad.
Ya todo ha sido dicho. Me toca repetirlo.
De nuevo. Por primera vez.
En el sin fín confín o sea que en fin pero sin fin.
Amén:
Día del día.
Siempre principio.
Alma o perfume.
Primera letra de lo universal:
Y me toca hablar tratando de decir por ante Vos que:
Sea la idea que tenés de nosotros, sí, tan ojalá, magnánima.
Y pueda mi instrumento permanecer, así cantándote,
Humano, perfectible,
Toda la eternidad que es ahoramismo.
Hermano. Ápice. Vida.
Vértice. Luz.
Milagro.
*de Horacio Rossi. terrazio@ciudad.com.ar
QUE TODO LO DA VUELTAS Y LO TRANSFORMA...
AQUEL PERONISMO DE JUGUETE*
Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía "Perón cumple, Evita dignifica", era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos.
Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que contentarnos con un camión de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirábamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martín: ¿se llevaban eso porque ya no había otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenían cualquier forma menos redonda.
En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo ponía a navegar en un hueco lleno de agua, abajo de un limonero. Tenía que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcionó sólo un par de veces pero todavía me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf, que parecía un ruido de verdad, mientras yo soñaba con islas perdidas y amigos y novias de diecisiete años. Recuerdo que ésa era la edad que entonces tenían para mí las personas grandes.
Rara vez la lancha llegaba hasta la otra orilla. Tenía que robarle la caja de fósforos a mi madre para prender una y otra vez el alcohol y Juana y yo, que íbamos a bordo, enfrentábamos tiburones, alimañas y piratas emboscados en el Amazonas pero mi lancha peronista era como esos petardos de Año Nuevo que se quemaban sin explotar.
El general nos envolvía con su voz de mago lejano. Yo vivía a mil kilómetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traía su tono ronco y un poco melancólico. Evita, en cambio, tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta años.
Mi padre desataba su santa cólera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tenía miedo de que perdiera el trabajo. sospecho que mi padre, como casi todos los funcionarios, se había rebajado a aceptar un carné del Partido para hacer carrera en Obras Sanitarias. Para llegar a jefe de distrito en un lugar perdido de la Patagonia, donde exhortaba al patriotismo a los obreros peronistas que instalaban la red de agua corriente.
Creo que todo, entonces, tenía un sentido fundador. Aquel "sobrestante" que era mi padre tenía un solo traje y dos o tres corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambición era tener un poco de queso para el postre. Cuando cumplió cuarenta años, en los tiempos de Perón, le dieron un crédito para que se hiciera una casa en San Luís. Luego, a la caída del general, la perdió, pero seguía siendo un antiperonista furioso.
Después del almuerzo pelaba una manzana, mientras oía las protestas de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puño sobre la mesa y gritaba: "¡No me voy a morir sin verlo caer!". Es un recuerdo muy intenso que tengo, uno de los más fuertes de mi infancia: mi padre pudo cumplir su sueño en los lluviosos días de setiembre de 1955, pero Perón se iba a vengar de sus enemigos y también de mi viejo que se murió en 1974, con el general de nuevo en el gobierno.
En el verano del 53, o del 54, se me ocurrió escribirle. Evita ya había muerto y yo había llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas líneas y él debía recibir tantas cartas que enseguida me olvidé del asunto. Hasta que un día un camión del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: "Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo". Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenían los jugadores en las fotos de El Gráfico.
El general llegaba lejos, más allá de los ríos y los desiertos. Los chicos lo sentíamos poderoso y amigo. "En la Argentina de Evita y de Perón los únicos privilegiados son los niños", decían los carteles que colgaban en las paredes de la escuela. ¿Cómo imaginar, entonces, que eso era puro populismo demagógico?
Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven manzanas para la exportación. Choice se llamaban las que iban al extranjero; standard las que quedaban en el país. Yo les ponía el sello a los cajones. Ya no me ocupaba de Perón: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban "tirano prófugo" al general. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avión negro que lo traería de regreso.
Ese verano conocí mis primeros anarcos y rojos que discutían con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban "Viva Perón, carajo". Entonces cargaron los cosacos y recibí mi primera paliza política. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora.
No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa.
*De Osvaldo Soriano,
"Cuentos de los años felices". Editorial Sudamericana. Buenos Aires. Edición de 1993.
Viernes, 11 de Enero de 2008
Esos veranos
*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar
Estábamos próximos en las penas, sin embargo el cielo daba sus altas señales mientras el solo verano entraba a saco con su sol impiadoso por las veredas frondosas de las quintas, haciendo presión sobre el olor del tomatal regado por la mano diligente de mi madre.
Estábamos próximos a todo. O lejanos, no lo sé.
El verano era la libertad no sólo de la escuela sino de la presencia paterna ya que era época de la cosecha fina y nuestros padres recorrían kilómetros rapando el trigal por las provincias vecinas. Quedábamos con la mínima obligación del mandado, la comida a las gallinas, la limpieza de la jaula donde trinaban "corbatitas" y canarios. Y estábamos abrigados por la sola mirada permisiva de la madre.
Los veranos sí que eran muy bellos. La pesca, los juegos, la caza de las mariposas ciegas, el fútbol en los atardeceres con el pasto tibio aún por la frecuencia salvaje del sol bruto de la pampa.
Cuando pienso en mi pueblo o en ese pueblo que ya nada tiene que ver con el actual salvo en mi memoria obsesiva, pienso que el universo era pequeño y que no me llegaba aún el dolor que produce el sentimiento del poder que no tenemos, el que otros usan para oprimirnos, tornarnos vulnerables y dejarnos solos, en un lugar donde tenemos que luchar "para no cumplir años lejos de uno mismo" como escribió Raúl Gustavo Aguirre.
Ahora quiero decir algo: todo en aquel tiempo era nuestro.
Sólo que la pena empezó a aparecer con el número Dos, como dice Marechal.
Porque empezó el atardecer que la primer muchacha manchó de tristeza, nos dejó frente a la obviedad bella del crepúsculo, frente a las hojas que calan en un Otoño que no dejó de desprender sus hojas desde entonces.
Cuando pienso en mi pueblo, en sus calles que la lluvia volvía lodazales y caminar hacia la escuela era casi una proeza, siempre con las botas que heredamos de un primo mayor ya que nunca alcanzaba para poder estrenar esas brillosas que vendía el Cholo Belluschi, lo hago como si todo aquello no hubiera sido cierto.
Uno anduvo en la vida. A los tumbos, a incierta alegría de un amor que no nos deja sino cada vez más desamparados porque pone a prueba nuestra falibilidad y nuestra temporalidad temerosa.
Uno también recuerda a los pequeños amigos de ese entonces, hombres que ya no vemos hoy, pero no los puede dejar de mirar en su traviesa inocencia como si nada nos dejara más solos que el hecho de saber que esa noche la paliza del padre sería tal vez peor que la del nuestro, cuando comparábamos la crueldad de las reacciones frente a una travesura común. El miedo de volver a la casa y el miedo de refugiarse en casa de la tía buena, porque buscar refugio sin dar la cara sería peor. ¿No éramos machos o proyecto de tales, acaso? En esa dura disciplina cercana a la crueldad o en ella misma nos criaron estos inmigrantes que no retacearon ninguna rudeza rectora.
En el pueblo todo era perfecto por entonces, pese a las palizas y los miedos.
Porque el verano con sus anchos callejones donde corrían los cuises, que guardaban en sus alambrados las lechuzas somnolientas era el tramo donde se trazaba nuestra aventura pequeña e invalorable. Y si todo quedaba demasiado lejos, si algunas pocas cosas nos hacían felices, como un partido de fútbol que ganábamos, el hallazgo de un nido de teros esquivos o el pequeño búho que se escapó pese a mis mimos porque la noche era para él más libre y necesaria.
Los anchos caminos eran de todos.
La senda hacia la escuela se abandonaba en el verano y el campo con sus verdores de sandías nos ponía alegres porque hartarnos de su pulpa rojiza mientras los mayores mateaban y se espantaban las moscas con una rama de tamariscos y los caballos se inquietaban perseguidos por las mismas moscas que al olor fuerte de sus orines se congregaban entre sus patas y ese olor que subía por el aire con su vaho también era el verano y esa certeza ya no se podía discutir, era toda la felicidad junta del mundo para nuestras
demandas.
Era el verano.
Era la bella estación que gustaba a Pavese, la de los juegos libres y las caminatas y los chapuzones en la laguna de Compañy o el robo a los naranjales del Ruso Way o la inevitable quinta saqueada de don Clemente Gerlo, italiano sufrido que nos daba a veces pena con su mansedumbre en el bigote encaneciendo lejos de su tierra.
El verano era el verano.
Los partidos que los pelotaris encarnizaban en los atardeceres de hacha y tiza. Tony Olaviaga, Corsito, el loco Peralta, los Míguez, Pablito Becerro que acariciaba con su paleta rota esa pequeña pelotita negra como si fuera la mejilla de una novia adorada.
Pongo en este papel con el desorden de los años y la angustia del pueblo que se va para siempre de las manos, digo que pongo o quiero poner un poco de coto y golpear al tiempo sobre el hombro, para que me escuche un poquito, porque si bien sé que no vuelve ni tropieza como quería Quevedo, yo no me puedo resignar a ello y por eso me siento a escribir.
Lejos de todos, lejos de mis viejos amigos, del pueblo, de los afectos, como si en este naufragio sólo quedara mi sola memoria que no se deja vencer por el olvido que todo lo da vueltas y lo transforma.
*FUENTE: ROSARIO-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-11875-2008-01-11.html
Viernes, 11 de Enero de 2008
el escritor marcelo cohen habla sobre "impureza", su nuevo libro
"La desigualdad brutal es un síntoma de nuestra locura"*
El autor de Donde yo no estaba concibió una novela de aprendizaje, pero también un relato "político" que arroja el interrogante sobre los posibles caminos de la emancipación de los marginados por el sistema.
"Todos tenemos un álbum vital de personajes que renuevan lo humano", señala Cohen.
*Por Silvina Friera
"Me cansé del tango, de la repetición, de la escasa creatividad musical y poética, y de la falta de adaptación a los tiempos que corren", dice el escritor y traductor Marcelo Cohen. En Impureza (Norma) -su nueva "novelita", como él prefiere llamarla por la brevedad, un mundo condensado en apenas 103
páginas-, Neuco es uno de los supervivientes humanos de la maraña de casuchas del barrio Lafiera, donde la paciencia y un solapado temor al aburrimiento parecen conjurar la posibilidad de salir de ese escenario estable y brutal de desigualdad social. En ese barrio, estancando en un largo rezongo, Abrán Baienas, un cultor de melonches y merigüeles -ritmos similares a la cumbia villera, que el escritor los concibió como una mezcla de las canciones de Rodrigo, Juan Luis Guerra y Eminem-, es el cantante
popular del momento. La violencia arrogante de sus letras seduce tanto a los ricos como a los pobres. Aunque parece que el futuro se ha desplomado sobre esa vasta región, son tiempos de veneración de la memoria. Los habitantes de Lafiera recuerdan la esencia del baile de Verdey Maranzic, quien se
transformaría en militante sindical al unirse a una organización de desocupados que pedía comida. Después de su muerte en un accidente, muchos se acercan al santuario que se construyó para llevarle comida, adorarla en silencio, rezar o bailar. En esta atmósfera el tango es una música del pasado en la que Neuco encuentra una retórica que traduce su tristeza por la pérdida de la mujer amada.
Como en un juego de cajas que se van desplegando, Impureza es una novela de aprendizaje, una historia de amor, pero también un relato "político" en la medida en que arroja el interrogante sobre los posibles caminos de la emancipación de esos seres postergados. "Es evidente que estamos en un mundo muy loco, y una de las manifestaciones más brutales de la locura es que vivimos en un estado de desigualdad espantosa. Carlos Monsiváis dice algo evidente, pero que muchas veces olvidamos. La desigualdad hay que solucionarla, incluso por la salud social general. Esta desigualdad brutal es un síntoma de nuestra locura", plantea Cohen en la entrevista con Página/12. "La novela trata sobre cómo salir de un barrio miserable y de lo que hay en juego en la educación o en su falta; si es posible torcer un destino regimentado, sistemático, si lo que hace el sistema en las cabezas es inmutable, o si una serie de azares y sensaciones procesadas de diversas maneras cambian a la gente. Es una pregunta que me he hecho de muchas maneras distintas dentro de lo que escribo."
Cohen explica que la brevedad de la novela se debe a que originalmente iba a ser un cuento para un libro sobre tango que editó Fernando Cittadini. "En ese momento estaba escribiendo Donde yo no estaba y no me pareció mal parar un rato porque fue una novela muy larga y muy interrumpida por muchas peripecias de la vida", señala el escritor. "Siendo porteño, es inevitable tener ideas sobre el tango; las mías han variado mucho a lo largo de la vida y en este momento están pasando por una etapa de profunda repulsión."
-¿Por eso en la novela el tango aparece como si fuera una música del "paleolítico"?
-Sí (risas), me gustó que entre mis pocas ideas estuviera el hecho de que en ese mundo el tango ya hubiera retrocedido casi irreversiblemente a un diminuto horizonte mítico, que estuviera arrinconado en una jukebox de una especie de estación de servicio, la Gasomel, donde por cierto van a cargar combustibles taxis que vuelan. El tango es uno de los elementos que agitan la mente de Neuco y la hacen más maleable a la comprensión de lo que pasa.
Si algo parpadea en su pensamiento, él hace caso a los destellos de la conciencia, está más disponible que los otros personajes porque no tiene apuro, ha sufrido una pérdida, está elaborando el duelo, tiene una deuda pendiente y no sabe si la debe cobrar. Para Neuco, el tango no es más que una de las piedritas que cae en esa laguna de aguas disponibles que es su cabeza. En cambio el viejo taxista, que propaga un código de honra, de causas, de dignidad y de sentimientos, muere de la manera más grotesca. No
soy muy partícipe de esa idea de que la muerte de los hombres abre el verdadero juicio sobre su vida, pero lo que él defiende en vida, antes de que la muerte muestre un supuesto revés, no lo comparto demasiado. Como la traición siempre está latente, el tango genera una cultura de la sospecha, y parte de ese caldo influyó en la propagación del psicoanálisis, entendido en el sentido más popular: "me engañás, no me estás diciendo la verdad".
-A propósito del título, la historia empezó como un cuento y devino novela, desde lo genérico ya hay algo impuro, y tanto el tango como la cumbia villera también son músicas consideradas impuras. ¿Por qué tanta obsesión con la impureza?
-Desde hace un tiempo vengo perdiendo el interés por las historias que presentan gente que cree que hace bien las cosas, o lo finge, y se engaña, miente. Escribir sobre eso, sobre los equivocados, los malos, los estafadores, los entontecidos por el espectáculo, me parece cada vez más sospechosamente fácil, incluso para la comedia. Prefiero contar sobre los que se preocupan o sufren, sin exagerar, porque querrían hacer bien las cosas, con más valentía y más entrega, pavonearse poco y dejar en buen estado el jardín después de usarlo, y sienten que no están a la altura de ese deseo. De esa preocupación trata Impureza. Hay un poema de Montale que habla de esto: "No se oculta fuera del mundo/ el que no lo salva sin saberlo./ Es uno como nosotros, / y no de los mejores".
-Hay un contraste notable respecto de la confianza o no que generan las palabras en algunos de los personajes. ¿El escritor siempre se mueve en el marco de esta tensión entre confianza y desconfianza?
-Sí, venimos de una larga etapa de desconfianza en las palabras, que tiene un primer momento culminante, que todavía nos influye, en Wittgenstein, que no tiene tanta desconfianza por la palabra, sino que plantea una aceptación de los límites del lenguaje, por lo menos en la medida en que la palabra, la que usamos para entendernos entre sí, recorta definitivamente el mundo. No es el recorte de la noticia periodística o de la representación; estamos hablando de un repertorio verbal en el cual algo no puede entrar. Y lo que nunca puede entrar es lo que Wittgenstein llama lo místico, y sin embargo parte del patrimonio humano es la palabra de la fe. Venimos de una cultura de la sospecha alentada por la teoría literaria -por los extremos de la consideración justa de que no ya el lenguaje sino la escritura misma es un mecanismo que conforma el decir-, que junto con la herencia de las vanguardias y el auge de la literatura experimental, sumado a que los medios debían ser muy específicos y la literatura sólo era lenguaje, fue creando un deambular de la narración en torno a sí misma. Esto por supuesto además de
que produjo las obras más geniales de toda la historia de la literatura que podemos leer hoy en día, como las de Beckett, para nombrar sólo a uno, también generó una sensación de agotamiento.
-¿Qué pasa con la novela? ¿Hay más optimismo respecto del futuro?
-Muchos escritores nos sentimos parte de una nueva aventura de la novela que consiste en hacer "como que podemos". Si nos metemos en la cabeza alguna de las cosas que crearon los grandes novelistas del siglo XIX y principios del XX, y todo los que nos enseñaron después los teóricos de fines del siglo XX,
podemos hacer un menjunje que coloque la novela en esa plenitud en la que reaparezca el personaje, que la gente pueda hablar de los libros y no solamente de cómo están hechos los libros. No estoy hablando de una ilusión perniciosa sino de crear discusión, porque esos personajes a veces pueden ser ideas. Todavía el famoso dialoguismo de Dostoievski nos puede enseñar algo. A mí no me disgusta que la gente vuelva a hablar de los libros como si comentara chismes o problemas familiares (risas).
-Sus personajes logran ser muy "familiares" para el lector al mismo tiempo que también pueden encarnar ideas.
-Me gusta considerar lo que la gente piensa y me gusta deliberar con la gente cercana sobre los demás. El estado de deliberación es una buena atmósfera para las novelas. No estoy hablando sobre la técnica y la ontología de la novela, que es enorme, nos pesa y nos hace cuidarnos demasiado, ni tampoco planteo volver a una nueva inocencia. Sigo pensando que la literatura es un rodeo en la búsqueda de ciertas verdades del caso.
¿Por qué uno es un lector? Una razón muy importante es lo que sostiene Bloom: leyendo conocemos muy bien a alguna gente y conocemos muy bien a mucha más gente a la que podemos conocer ligeramente bien en toda una vida.
Las experiencias de la vida se completan con las frases inolvidables de Proust, de Sebald, de Corman McCarthy, pero me parece que las personas son inolvidables, que todos tenemos un álbum vital de personajes que renuevan lo humano. La novela está en condiciones de empezar a actualizar el repertorio
de lo humano para intentar crear nuevos mitos. Los novelistas fuertes de esta época, los que realmente abrieron camino, tienen una pulsión de grandeza. La grandeza es una apariencia que surge seguramente de un sentimiento trágico, de una pasión trágica con el lenguaje.
-El narrador plantea que Abrán Baienas hacía literatura del resentimiento a partir de un mero espíritu ofendido. ¿Cómo sería esa literatura?
-No me acuerdo bien por qué puse eso. Pero pienso que el resentimiento sistemáticamente practicado puede llegar a ser un estilo, con su retórica, su filosofía, sus fundamentos absurdos o razonables. La sensación de ofensa es más baja, más primordial, ¿no? No digo que es instintiva, pero es más boba. La literatura resentida que se puede hacer con eso no es la de Céline, sino más bien la del postergado con mala digestión.
TEXTUAL*
Para Neuco la memoria es muy caprichosa, cuando es memoria a secas, y encima repite. Es tal la riqueza acumulada de memoria que toda comunidad puede tolerar una buena porción de desmemoriados, gente que no recuerda nada, que no sabe cómo recordar y hasta no quiere, muy poco menos numerosa que los obedientes. Y como la sobrecarga de memoria agobia al fin a los obedientes, los alivios contra la memoria circulan en las dos franjas sin solución de continuidad. En Lafiera hay varias bandas que se han hecho ricas vendiendo los frascos de anamemorizantes que roban en las farmacias. Sinculpán, Todolvide, Mingase, Reidol, Liberone: hilarantes que facilitan el pasaje de la unción del recuerdo al goce hipado de las canciones que lo fustigan. En cambio Neuco quisiera olvidar, no porque el recuerdo de Verdey lo lastime, sino porque ve un vínculo flagrante entre el recuerdo y la venganza. Los que invierten en recordar siempre quieren obtener algo a cambio, y para Neuco la mezcla de recuerdo con recompensa apesta; él prefiere recordar lo que el alma decida a su antojo.
* Fragmento de Impureza (Norma).
La ficha
Marcelo Cohen nació en Buenos Aires en 1951. Entre 1975 y 1996 vivió en Barcelona, España. Publicó, entre otras, las novelas El país de la Dama eléctrica (1983), El oído absoluto (1989); El Testamento de O'Jaral (1995), Inolvidables veladas (1996), Hombres amables (2002) y Donde yo no estaba (2006), y varias colecciones de relatos, como El instrumento más caro de la tierra (1982) y El fin de lo mismo (1992), y la recopilación de ensayos ¡Realmente fantástico! (2003). Ha traducido más de un centenar de libros del inglés, el francés, el italiano, el portugués y el catalán. Actualmente dirige la revista de artes y letras Otra parte.
Las hipótesis contadas
-El irónico narrador de Impureza cuenta que los pudientes no necesitan fijarse en sí mismos. ¿Por qué en Lafiera los psicólogos son personajes populares?
-Es una broma, o si se quiere, un detalle de la sátira. Me acuerdo de que Alisdair Gray acuñó el término satiriastic, satiriástico, que fundiría lo fantástico y la sátira en una entidad con algo de comedia negra. Si uno exagera o invierte o deforama las tendencias que ven los sociólogos, salen situaciones de novela, hipótesis contadas, y así la novela se transforma por la charla intermitente pero incesante con los sucesivos lectores. Por ejemplo, puede decirse: antes los ricos hacían terapia como experimento;
después la clase media se afilió al psicoanálisis como deseo de salud, por actitud moral de responsabilizarse de sí misma o curiosidad, y finalmente como desesperada búsqueda de equilibrio. En el futuro todos irán abandonando las terapias, sobre todo las más arduas y comprometidas, salvo los pobres y los verdaderos angustiados, que las necesitan. Y ahí los terapeutas vocacionales, caritativos, tendrán un enorme campo de acción, incluso de trabajo. Toda tendencia cultural vuelta moda llega hasta el fondo de la sociedad.
*Fuente: página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-8872-2008-01-11.html
Correo:
GRACIAS, CHÁVEZ, ¡CONSEGUISTE LA LIBERTAD!*
*Por Leopoldo de Quevedo y Monroy leoquevedom@hotmail.com
Son las 4:29 p.m. de la tarde hoy 10 de enero de 2008, a una hora de conseguir la libertad para Emmanuel, Clara de Rojas y Consuelo González de Perdomo. Ayer, cuando nadie lo esperaba y después de denostar la actitud del Presidente Chávez, él anunció la feliz liberación a que se había comprometido. Los que creíamos en su mediación y dimos la firma de respaldo en carta enviada por el Director del Festival Internacional de Poesía de Medellín, Fernando Rendón, no nos sentimos defraudados. Ya sabíamos que el proceso no podía ser en tres días y que las circunstancias no eran claras.
Pero hoy las flores salvajes venidas del otro lado, de la cárcel en la selva, y, de esta parte, las azucenas y dalias y margaritas amarillas de parte de la Libertad, exhalan su aroma de bienvenida.
Colombia y el mundo suspendieron sus programaciones de televisión y las radios callaron para dejar lugar a las imágenes y voces que llegaban desde Santo Domingo y Maiquetía. Era realidad lo que se había dicho inicialmente : tres retenidos estaban libres, cambiaron las cadenas y se amarraron literalmente a los cuellos de sus familiares en abrazos y besos. Fue Caracol quien llevó la voz de estas mujeres que antes alargaban sus oídos para oír los mensajes por su medio. Darcy Quinn y con voces impregnadas de emoción nos trajeron con mesura cada gesto, cada lágrima y cada abrazo.
Fue el suelo de Venezuela y no Colombia el que dio piso a la alegría para liberados y familiares. Las dificultades y suspicacias retardaron el acontecimiento. Los cientos de periodistas y sus cámaras repitieron los esfuerzos del intrépido ciudadano Chávez que puso el pecho a las caras duras y a palabras de despecho. El hermano pueblo prestó su cielo, sus aviones y su aliento para que madres, hijas, nietos y sobrinos pudieran volver a tres colombianos libres. Lo mismo hizo la Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Francia, Suiza que pusieron sus hombros e hicieron fuerza para apoyar esta gesta humanitaria. Por fin pudimos ver reír a la senadora negra de turbante rojo, Piedad Córdoba, que perdió sueño, ganó injurias pero siempre tuvo la frente en alto.
Sonaron por las mismas trompetas y al compás de las mismas tubas y tambores los himnos nacionales rindieron los honores y la bienvenida en Caracas a las ciudadanas por largo tiempo secuestradas. El niño Emmanuel desde Bienestar Familiar seguramente miraría sin saber exactamente por qué sonaban.
Colombia se pregunta hoy con expectativa si el Gobierno por fin se decide a darle la mano a los países que han ofrecido su acompañamiento para que vuelvan a su casa la multitud de secuestrados mediante el sonado Acuerdo Humanitario.
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 13 de enero del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la cantante argentina Natalia Pérez. Las poesías que leeremos pertenecen a Martha Gantier Balderrama (Bolivia) y la música de fondo será de Rikchariy (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
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