domingo, noviembre 08, 2009
EDICIÓN NOVIEMBRE 2009.
-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS (CUBA)
HAZME UN CUENTO*
A mi hija Sarah
Hazme un cuento, niña mía,
Que no logro esta noche
A pesar de mi cansancio
Conciliarme con el sueño.
Antes que huyan las sombras,
Háblame de los veleros
Que navegan entre estrellas,
De amantes que se despiden
A la orilla de los puertos.
De ciudades sumergidas,
De palmeras y de arenas,
De amores que no se encuentran,
De pozos en el desierto...
Porque esta noche, mi niña,
Para olvidar tantas cosas
Necesito de tus cuentos.
*de Marié Rojas.
YO, LA OTRA*
¿Quién se levanta en mi?
¿Quien se alza del sitial de su agonía
…y camina con la memoria de mi pie?
OLGA OROZCO
Yo. La otra. Sombras simultáneas.
Detrás, adelante o cubriéndonos.
El inmutable espejo devuelve cóncavas imágenes.
Triángulos. Orfandad a cuestas.
Yo y la otra. La otra y yo.
Una se desnuda, la otra se cubre. Una se hiere, sangra la otra.
Una arde, la otra se apaga.
Se aman intensamente pero se odian más.
Las dos se acechan, más, jamás se encuentran.
Doy un paso, la otra avanza dos.
La presiento tras mío, vuelvo la cabeza. Estatua y sal
La otra y yo. Yo y la otra.
Jamás engañó al poema, yo le fui infiel.
Odié la luna y los atardeceres luminosos
Amé los charcos nauseabundos y al viejo sapo enamorado.
Yo, que he de morir cuándo ella muera.
La otra, que no ha de morir cuando yo muera,
Asistirá, estoy segura, impávida a mi entierro.
Una es semilla, la otra, brote.
Confieso, he deseado intensamente ser la otra
Lo he logrado a veces.
He sido Salomé, sensual y victimaria,
Pero también la otra, la mujer de Zebedeo
La otra confiesa haber deseado, mas que nada en la vida, ser yo.
Aun no lo ha logrado
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
LA DIETA*
Deberías haberla visto en aquella noche de su boda. Toda blanca, toda pálida, toda etérea. Tendrías que haberla visto en aquel momento, con las puertas del templo abiertas de par en par y la marcha nupcial invitándola a caminar hacia el altar.
La luna resplandecía en sus ojos y le imploraba en silencio que todo esto fuera irreal.
Y comenzó a andar con pasos lentos. Toda blanca, toda pálida, toda etérea. En sus manos flores rojas casi moradas, en sus mejillas lágrimas frías. Tomó la mano del novio y le acercó los labios al oído. Tal vez un susurro de perdón. Ante la Cruz, la Virgen y todos los Santos, ella descolocó sus mandíbulas como si fuera una serpiente. Entero, frac negro, anillos en el bolsillo. Así simplemente se lo tragó.
Deberías haberla visto.
*de Daiana Holzer daiaholzer@hotmail.com
Historias Bancarias
EXTRAÑO SUEÑO*
En la primera etapa de nuestros tiempos, en el inicio mismo del banco; me refiero a quienes ingresamos en el primer grupo de origen, tuvimos entonces un verdadero bautismo de fuego.- Las tareas nos superaban, las jornadas se tornaban complicadas y apenas podíamos desenvolvernos; y era mucho decir, más bien apenas nos defendíamos, y eso a los ponchazos.-
Más adelante se fue incorporando personal, y estacionando las exigencias de nuestras tareas, mermando el vertiginoso crecimiento.- Esto era lógico.- Al principio tuvimos un cúmulo de vinculaciones y aperturas de todo tipo de cuentas y operaciones, y pasado cierto tiempo eso se fue aquietando, mientras al mismo tiempo, mejorábamos en nuestra capacitación y en nuestra estructura.-
Digamos que le fuimos tomando la mano.-
Los días pasaron a ser cada vez más normales, y hasta teníamos algunos casi aliviados, especialmente ciertos días del mes, o de la semana.-
Aunque siempre continuaron habiendo cada tanto, por H o por B, días picos, de mayor afluencia donde se nos venía encima una avalancha de operaciones.- Por ejemplo, los días lunes ya lo asumíamos, así como los días sándwiches, entre feriados; pero peor era tras un feriado como el día “del bancario”, el seis de noviembre, por lo general hábil para todas las actividades tanto civiles como oficiales, pero feriado bancario en todo el país.-
Encima nuestro primer festejo nos cayó en lunes.-
Todo el comercio, industria y servicios y demás sectores económicos trabajaban como día normal, y nosotros de camping festejando con asado y vino, conmemorando por primera vez lo que desde allí sería “nuestro día”.-
Pero al día siguiente teníamos doble o triple trabajo.- Días verdaderamente complicados, especialmente en la caja.-
Yo todavía estaba sólo en toda el área, salvo la ayuda después del cierre que podía darme el gerente.-
Una de estas jornadas, terminamos bastante tarde de armar el efectivo y cotejar las cifras contables.- La caja acusaba una diferencia espantosa, pero aún había que revisar las sumas.-
Nos fuimos a almorzar, bien tarde, y a descansar un momento; volviendo enseguida a continuar con el cierre y determinar mejor las partidas.- La diferencia se fue estableciendo en un faltante tan grande, que no podía ser ningún error de pago ni de recepción, debía ser otra cosa.- Quizás inversiones de números.- Analizamos todos los movimientos, y nada, la diferencia persistía.-
A la larga tuvimos que convencernos, estaría faltando dinero.- Una cifra disparatada, algo imposible, pero no obstante, todo indicaba que había un tremendo faltante.-
No teníamos más donde buscar.-
Se acabó el día.- Ya tarde de noche me fui a casa, destruido.- Abrumado y desorientado.- No sabía en qué iba a terminar.- ¿Qué más podía hacer? ¿Qué estaría pasando? Ni se me pasaba por la mente que podría haber cometido un descuido tan grande.- Si embargo, esa noche, mientras manejaba las cincuenta cuadras hasta mi casa, sentía en mis venas un torrente de adrenalina y por momentos escalofríos de terror, y trataba de convencerme de no dejarme llevar por el pánico, y que todo se iba a resolver…
¿Pero cómo? ¿Cuándo?, mañana temprano empezaríamos una nueva jornada y ya tendríamos que ocuparnos de ésta, cada momento se me iría consolidando la diferencia, y cada vez se me haría más difícil encontrarla…-
Al llegar a casa, con todo ese peso a cuestas, pensé en cenar algo, tratar de relajarme, descansar, y en última instancia, me llegué a imponer resignadamente: ¡Qué sea lo que Dios quiera!
Había llegado de visita una prima muy querida que no veíamos desde hacía mucho, y me pidió un favor, al que yo no podía negarme: Qué la llevara para saludar a otros primos al campo a unos cuarenta kilómetros.- No pude decir que no.- Fuimos todos, también mi esposa y mis dos pequeños, el más chico en brazos.- Caminos de tierra y bastante polvareda.- Una cubierta del auto se rompió cuando volvíamos, sin consecuencias, la reemplacé, y llegamos bien, sin otros contratiempos.- Pero se hizo muy tarde, estaba muerto de cansancio.- Había tenido un día muy largo y tenso, no conseguía zafar de mi mar de fondo; mi drama seguía acechándome y ni siquiera pude charlarlo con mi mujer para tener al menos el alivio de compartirlo, como siempre que uno busca ese apoyo en la compañía de quienes más nos quieren.-
Así con esa tensión fui a dormir.- Dormí como un tronco, pero un tronco en un río turbulento, tuve pesadillas afiebradas, alocadas, soñé disparates; pero uno de esos disparates me hizo dar un salto…- Serían las cinco o cinco y media de la mañana, ¿Qué disparate había soñado el último minuto que me hizo saltar en la cama?...
Soñé que había encontrado el dinero…
Fue una verdadera pesadilla.- Soñaba con un viejo almacenero de cabello y bigotes blancos, parecido a Einstein, que había vivido cerca de casa cuando éramos muy niños, entonces solía jugar conmigo y yo sentía como que me quería y me protegía.- Hacía más de dos décadas que había muerto.- Pero yo soñé con que él me mostraba dónde estaba el dinero que faltaba…
En el sueño yo era un niño pequeño, como entonces, y estaba con él; me tenía tomado de la mano y trataba de convencerme que lo siguiera, que no tuviera miedo.- Debíamos pasar sobre unas tablas que tapaban un pozo que estaba bajo una galería de una casona de antaño.- Yo no me animaba.- Entonces pasó primero él y desde allí me tendió las manos para que pudiera pasar sin temores.- Pasé, y allí había una habitación semi oscura donde se veía la caja número dos del banco, la que yo tenía a mi derecha durante mis jornada de trabajo, pero nunca la habilitábamos.- Me aproximé, la abrí y allí, había billetes y fajos de todos los valores, casi lleno el cajón y las gavetas…
Desapareció el anciano, y yo me desperté, ¡y se me hizo una luz en las tinieblas!
De algún modo que yo no podía entender, ¿Podría estar allí el dinero que me faltaba?
Enseguida lo iba a saber.- ¡Desde ese momento me aferré desesperadamente a esa ilusión! Faltaba una hora o más para ir al banco, pero no me podía aguantar.- Hacía frío pero yo estaba transpirando.- El gerente solía ir temprano, así que sin esperar más me fui volando…
Entré como una tromba…, no me fui a ver a la caja, no, lo fui a buscar a él, y excitadísimo le trataba de explicar, pidiéndole alborotadamente que viniera a ver conmigo lo que yo esperaba encontrar, lo que tan patente había visto en sueños.- Me miraba asombrado sin entender, y yo cada vez más seguro que allí estaba nuestro tremendo faltante.- Además yo no me permitía siquiera tener dudas, me aferré a que aquello era posible, ya quizás como nuestra última alternativa...-
Abrimos la caja. Y tal cual lo había soñado, apilados del mismo modo, de costado como los había visto, allí estaban fajos completos y a medio hacer, por docenas, y saldos de billetes sueltos; en idéntico volumen, que en cuanto contamos era exactamente la cantidad justa y total de lo que nos estaba faltando…
¿Qué había pasado?
¿Cómo no sabía yo que todo eso estaba en esa caja?
Lo que pasó es que el gerente vino a ayudarme, en un día en que había mucho dinero para contar, armar fajos, y recontar; así que ayudándome trabajaba sobre la mesada de la caja número dos, la de al lado, a mi derecha.- Yo casi no lo veía porque teníamos una divisoria entre ambas cajas, además yo estaba concentrado en lo mío estableciendo arqueos y el resto del dinero.-
Nunca guardaba dentro de los cajones y gavetas; porque me los iba pasando a medida que los acondicionaba, pero esa tarde en un momento tuvo que retirarse para volver después, casi enseguida, y entretanto sí los puso, aunque transitoriamente.- Cuando volvió se había olvidado y siguió con otra partida nueva de lo que yo tenía.- Para nada se acordó después, de lo que había apartado; hasta que ahora abierto el cajón, cayó en la cuenta de lo que había hecho.-
De una cosa estoy seguro, yo ni inconscientemente pude saber que todo eso había pasado, ni que el dinero podía haber estado allí.-
¿No será que tengo realmente un protector?
Pero nunca pude superar el convencimiento, de qué sin poderlo explicar, tuve alguna ayuda desconocida.-
Sea lo que sea, me sigue asombrando.-
*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
AVELLANEDA, Santa Fe.
*
Revolucionaria de voces y de aplausos
piel y sangre de roble
madera y fuego latinoamericano.
Y si te canto ahora que mi lágrima y los todos
somos causa, país y correntada?
Trovadora del pueblo universal,
del sueño libertario
pronuncio tu nombre soberano
letra a palmo
grito a verso
con M.
Con Mayúscula de Madre, de Música y Milagro
aromada y florecida en el Jardín Republicano.
A vos,
porque desde esta oscuridad goteada por la lluvia
sobre vuelan en la patria amontonadas
palabras de esperanza y rebeldía
Continental manera la tuya de acercarnos al canto
de vivirnos el alma de la mano
de latirnos el latido en los aplausos
de bajarnos la luna de tu pueblo
a bailarnos de pañuelos la jornada.
Y te canto
porque sabes de resucitarle cigarras al sol
porque tu hoja de vida es "gracias a la vida"
porque es himno pedirle Sólo a Dios
porque nos llama "María va"
mientras el otoño mendocino es alivio en la canción
mientras eres en el arte y por el hombre
corazón con razón.
Caminante de poncho y bombo alado
Pachamama, cóndor y calandria
cantemos la "Canción con todos" mientras duermes
así vidalan plegarias
serenatean las penas
y el silencio de tu copla serán ángel y bandera enarbolada...
*de Ana Lía Gattás. analia_gattasz@speedy.com.ar
El heredero*
Vivía en un caserío a las afueras de Satrustegui y era conocido en todo el pueblo tanto por las piedras que levantaba como por aquella boina inmensa que se calaba. Todo el mundo le llamaban Pachi. Sus amigos, su novia, en el trabajo, en todas partes.
Pachi siempre fue Pachi, hasta que uno de los emigrantes a Cuba, algún antepasado muy lejano al que nadie conoció, hizo fortuna al otro lado del Atlántico y al morir sin descendencia, le legó toda su fortuna.
Desde que recibió la herencia dejó de ser Pachi y ahora es Don Francisco Iturriberrigota Goicoerrota Tochea Turrestarazu Durtubia y ya no levanta piedras, pero la boina sigue con él.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
LUPANAR DE LAS TRISTEZAS*
He llegado al lupanar de las tristezas.
Un hombre flaco, golondrinas cansadas
en sus ojos.
Otro hombre duerme a la vera de sus penas.
En el hueco calloso de su mano.
Adormilado, un pájaro descansa.
¿Quién ha de atreverse a despertarlos?
¿Adónde los llevará la noche?
Resbala por mi piel el anatema.
Ingreso al laberinto impenetrable.
Sola.
Alud de oscuridad.
Mierda y silencio. Páramo.
El infierno del Dante es una Rosa azul.
Fango.
En las botas de hierro pesa el mundo.
Huérfanos de palabras los adioses empujan.
Al fondo, profundamente quieta, está la vieja la puerta.
Siempre abierta, aún en la más negra de las noches.
Una mano arrugada se enciende en cicatrices
y me llama.
Atravieso la puerta.
La claridad, magnífica, opaca el aguijón.
Allí, encuentro el jardín y el ladrillero.
Arquitecto de soles temerarios.
Trabaja con sus manos, con el fuego y el agua.
Piel de piedra, arraigada, que brota de la tierra.
Nubes se transforman en el aire
Lluvia mansa envuelve al hombre,
Mientras la humanidad, mutable, imperfecta
Lo acompaña.
Mientras tanto, las golondrinas descansan
En los ojos del hombre con figura de cristo.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
Recuerdo*
Cuando comencé la escuela, en la provincia de los buenos aires, no existía el preescolar, así fue que ingresé al primer grado con mi inexistente destreza social, cuando apenas había superado la fobia de recibir visitas en casa y ya no me quedaba escondida debajo de la mesa, leyendo las revistas de costura de mamá y la domenica del corriere de papá, sentada sobre un zapallo gigante con forma de silla que, comprendí mucho más tarde, había constituido mi objeto transicional.
Válgame dios, qué crucial es decodificar la semántica de un zapallo en la psicoterapia.
Para mí sigue siendo un zapallo gigante con forma de silla.
Había logrado hasta saludar a los que llegaban a la casa, para después rodar mi zapallo personal y buscar un sitio en el patio que no fuera alcanzado por la presencia de los humanos visitantes.
El primer día de clases el pánico era tan envolvente que no pude ni decirle mi nombre a la maestra. Su tic nervioso me intimidaba de tal modo que no podía darme cuenta si le fastidiaba mi silencio o era así todo el tiempo.
Era así todo el tiempo.
Para esta altura de los devaneos, la gorda Záccaro ya se había cagado encima y el olor era tan penetrante que la portera tuvo que ir a buscar a la mamá para retirarla de la escuela, en medio del llanto desgarrador de Martita que, a diferencia de mi silencio, sólo aullaba, yo quiero a mi mamááááá y así hasta el infinito.
El japonés Taira estaba rígido con toda su cara de japonés y nunca pudimos saber qué le pasaba por la cabeza en esos raptos de desequilibrio grupal.
Yo, con mis ojos redondos enormes que ni siquiera pestañeaban y él con esa expresión de intrigante como apuntando con la vista al ojo de una aguja.
Nos mirábamos todo el tiempo, como cómplices de una fatal desgracia pero con la convicción de no claudicar, y en ese andarivel de la mirada, exclusivo de él y mío, logramos abstraernos del entorno caótico hasta el primer sonido de la campana.
Nos hicimos grandes amigos, leales y francos, pero nunca confesamos lo que la diferencia étnica de nuestros ojos entre leyó y guardó en la retina y en la sangre ese primer día.
La maestra, aún con su tic impensadamente intimidatorio, tuvo la capacidad de percibir que éramos unos pollos que nunca habíamos salido de debajo del vuelo corto de la gallina y nos invitó a hablar de nuestros hogares.
Algunas lenguas picudas se desenrollaron y ya podía vislumbrarse en ellas ese afán de protagonismo tan inútil como inconducente.
La primera tarea fue dibujar en casa nuestro objeto más querido, o eso entendí yo al menos, y llevarlo a clase el día siguiente.
Nunca fui buena para la naturaleza muerta, así que descarté toda biografía posible del zapallo. Su inmortalidad transitoria perdura sólo en mi evocación.
Busqué el tazón con forma de bol donde mamá me hacía el café con leche con trocitos de pan tostado, la zuppa, y en absoluta ineptitud para el dibujo, lo copié, graficando algo parecido a un plato volador con rulitos de vapor.
Llamé a mamá para mostrarle mi obra, y ella, con esa ternura mezclada con risa que sólo puede emanar de una madre me dijo qué lindo, qué es.
Es la taza del café con leche, ma.
Ah, me dijo.
Mi madre no había sido alcanzada por la literatura psicopedagógica que indica estimular y motivar alentando como maravillosas y virtuosas cualquier pelotudez, por el sólo hecho de incentivar al educando.
Y mis potenciales de consagrarme en dibujante se deshicieron al instante.
El tazón italiano era de un color beige que hoy se diría color camel y tenía un firulete grisáceo con una inscripción en cursiva que yo leía Ricardo.
Le dije a mi mamá, yo le escribo Lucy, no le voy a poner Ricardo…
No entendió enseguida mi mamá, hasta que se dio cuenta y me aclaró no dice Ricardo, dice Ricordo, me lo traje de Italia, era mi tazón.
Me olvidé de la escuela por un rato y del japonés Taira y del olor a caca de la gorda Záccaro y me pareció entender claramente por primera vez, descubrir, que mi madre había sido chiquita en italiano y soñaba sus sueños y pensaba sus recuerdos en italiano.
Desde esa tarde, empecé a mirarla con una curiosidad especial que hacía, y hace hoy en día, que en cada paso suyo, en cada cadencia de sus ojos, yo me pregunte qué pedacito que no me dice, que tal vez no halle traducción, quedó atrapado en ese pasado lejano del que tuvo que despedirse para siempre.
*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
Certeza*
Un desafío a mis dudas,
amarte...
necesitarte...
Un desafío a mi corazón.
Reto a mis incertidumbres.
El raro desasosiego de los anocheceres,
mi espalda desnuda de tus abrazos,
desprotegida...
desangrada.
Un desafío a mis convicciones.
La soledad es buena compañía.
Sin amor se vive igual.
Palabras...
palabras.
Falta la tibieza de una mirada,
las manos trasmitiendo calor
una palabra justa que llene un vacío
tu presencia, allí, al alcance de mis ojos.
El sutil, invisible, hilo que nos sujeta.
La distancia que trasparenta emociones,
sensaciones y pensamientos.
Y esas dudas se desvanecen
se van apagando una a una.
Incitan...
apuran...
exigen el regreso.
*de Elsa Hufschmid. elsahuf@hotmail.com
UN RATITO MÁS*
De la niña recuerdo
la pregunta cotidiana:
_¿Mami, me dejás jugar
un ratito más?_
Ella consentía
y yo gastaba el patio
de tanto brincar.
Era la meta soñada,
reír y jugar...
figuritas, rayuela, escondidas,
saltar con la soga y cantar.
La niñez quedó lejos,
los recuerdos se acercan
más y más...
Hoy repito la pregunta
pero, a otra mamá:
_¿Vida, me dejás jugar
un ratito más?_
*De Matilde Lopez Camelo caminandosignosfm@hotmail.com
SOLEMNE Y CIEGA *
La furia de mis manos
quema el olvido.
Un olvido atormentado
un segundo incierto.
En cada lucero
un tiempo de niebla
de insomnio
de cartas al viento.
Mis pasos
se hunden en la arena.
El humo me envuelve
como un manto de plata.
Me siento inmortal
a pesar de la pena.
*de Mara Torossian mini_04@hotmail.com
Almacén La Estrella*
Era de esas edificaciones que los hombres hacían realmente decididos a soportar cualquier arbitrariedad de la intemperie.
Pararse en esa esquina era observar el modernismo en sus bastiones más elocuentes: orden y progreso.
Se había transformado, además, en la referencia de la zona, tomáte el colectivo que dobla en la estrella, de la estrella la primera curva hacia la derecha, te espero en la esquina de la estrella.
Era como vivir en el espacio de una lógica de dibujitos animados galácticos, pero sorteando el adoquín y los pequeños tramos de brea en el asfalto más reciente. Uno podía imaginarse un colectivo albóndiga maleable doblándose al pasar por la estrella o a uno mismo parado en una punta de la estrella esperando y esperando.
Mi casa quedaba a una cuadra y mi padre pasaba por esa esquina tantas veces como las que la soñó suya.
La soñaba como se sueña la libertad, sin importar cuánto cueste alcanzarla y defenderla.
En cada pedaleada de la bici, de ida y de vuelta de la fábrica, de noche y de día, de madrugada de escarcha o de siesta de verano, de amanecer de lluvia o atardecer de viento en contra, en cada pedaleada le empeñaba una cuenta más al ábaco de su libertad.
Era como la semilla que germina en la tierra rígida y reseca prescindiendo del agua y del miedo de lo que vendrá, por el sólo impulso de liberarse y de alcanzar la vida, por poco que dure.
Para el tano no había San Perón, ya había desertado de las camisas negras de Mussolini, de la megalomanía de Hitler, de las amenazas totalitarias de Stalin y de la grasada yanqui de nuevo rico con poder.
Su Italia europea ya había quedado atrás y no soportaba más fascismo que se entrometiera en la tarea de vivir.
Como todo tano fanfarrón hablaba de Viplastic, la fábrica, como si fuera el gerente o el fundador, hasta que muy entrados los años, en los que yo ya no era niña pudo contarme cómo hacía de caballo tirando del carro para trasladar los materiales en esos entonces del ’57.
Recuerdo que lloré, no sé si de orgullo, de lástima o de impotencia, pero lloré como cuando el Topo Gigio se despidió una noche jurando no volver y viví por primera vez la sensación de muerte, más real que cuando se murió mi nonno.
Cuando el nonno murió yo veía a todos llorar y sabía que algo muy malo pasaba, porque logré escaparme de la casa de Evelina, con la panza llena de las milanesas más ricas que comí en mi vida, y entré al lugar prohibido.
El comedor gigante de la nonna, donde estaba la mesa que llevo conmigo a cada casa donde construyo mi hogar y convido el alimento a mis hijos y amigos, era una galería de ropas negras y cabezas cubiertas por guipur y encajes que flameaban entre el llanto, los suspiros jondos y una afluencia de pañuelos bordados, blancos radiantes y acuosos que iban y venían de los ojos a la nariz a la perilla al cuello.
Supe que mi nonno no estaba enterado de lo que sucedía allí, porque ni se movía, pero nunca imaginé que sería para siempre.
Tampoco sabía que para siempre quiere decir nunca más.
Era la muerte y yo no lo sabía.
Miré hacia la chimenea del comedor y volví a verlo bajando por el tiraje que él mismo había construido, después de haber lanzado los caramelos, los chocolates y los regalos con el nombre de cada uno de sus nietos, las nochebuenas de vino, sidra, almendras y ese olor del agua de azahar del pan dulce recién levado y horneado.
Era enero esa vez, y la última navidad ya no había sucedido nada de eso.
Supe después de mucho tiempo que una bala se le había quedado a vivir, desde la primera guerra mundial, en una parte de la cabeza que no podían operarle, hasta que se infectó y la septicemia se lo llevó.
¿Vivió esos años de regalo? O ¿Regaló, por una guerra vana, su única vida, la única que tenía para vivir?
La cuestión es que los relatos de mi padre haciendo de caballo o burro y, aún así, dar gracias a la vida por haber tenido siempre trabajo, justificaban ese sueño de libertad que él desplegaba cada vez que atravesaba la esquina del almacén La Estrella.
No era el American Dream ni la tarjeta dorada de Visa, ni las ventajas del yogur Ser ni el mundo inasequible de los que lo tienen todo y no tienen nada.
Soñaba con no tener patrón y eso era para él, la libertad.
Recién en el ’72 pudo decidir, contra todos los designios conservadores y los rezos de sensatez y mesura que lo avenían a recatarse y reconsiderar, pegarle una verdadera patada en el culo a todo.
Y así fue.
Se apropió de La Estrella.
Allí fuimos, la familia tipo, tipo tirando a pobre, a rasquetear, pintar, matar lauchas, desinfectar, descubrir lo que guarda el machimbre tras los años de abandono, desafiar la fobia a las arañas, cantar con el eco y la resonancia del cielo raso que no era raso sino abovedado y las carcajadas se ensanchaban y apocaban en cada ángulo misterioso que íbamos descubriendo.
Y salir a repartir volantes de inauguración con ‘precios módicos’.
Mi viejo inauguraba su propio pastificio.
Y allí nos encontró la nochebuena del ’72 brindando entre cajas que había que apilar, dos en sesgo confluyendo sobre el centro de una plana y así hasta el infinito de una torre que venía a significar prosperidad y trabajo. Papelitos ravioleros, olor a grasa de máquinas, jamón serrano, Asti Gancia, almendras, cerezas y dátiles.
No había chimenea ni mesas de parientes ni arbolito de navidad, pero había un gran regalo: la libertad de mi padre, que sería la de todos, nuestro emblema. No había patrón.
Yo tenía once años y era muy menuda. Entre mamá y papá me habilitaron un cajoncito de madera de pino bien firme con el que llegaba perfectamente a la cortadora de fiambre y desde ese momento supe, no sólo lo que significaba trabajar sino que empecé a consolidar mi propia cartera de clientes.
La cola para el fiambre era especial y selecta: la despachante cortaba rápido, sonriente y tímida, del grosor a pedido del cliente y con una distribución que hacía parecer cada feta de mortadela o salchichón primavera, el manjar más exquisito que podía ofrecer esa época de deterioro del modernismo, en que los soldados de Perón habían tomado su propia causa como la causa del pueblo, de todo un pueblo que se pelaba sin conocer de estrategias ni de recursos blindados ni armamentismo, que no sabía de secuestros extorsivos ni de alias, y que no quería del poder lo peor que el poder podía poder.
El pueblo siempre quiso su libertad y la libertad, a mi criterio, no tiene nada parecido al poder.
O eso he preferido pensar toda mi vida, aún hoy.
Sucumbieron años de escasez. Ya la escasez empezaba a ser el estandarte de la gran mentira mediática. Escaseaba el aceite, el papel higiénico, el azúcar, la harina, las verduras, las frutas, la verdad.
Había veda de carne, sólo podíamos comprarla los martes y los viernes, no vaya a ser eso de dejar al pueblo peronista sin el asadito del fin de semana.
A mis once o doce todo era fácil de creer porque la palabra era un segmento de significados que circulaban en el único posible sentido de la verdad y alterarlo desembocaba inevitablemente en mentir.
Y mentir es un compromiso muy difícil. Requiere de mucha memoria, y sobre todo, de saber, qué es lo que el otro necesita escuchar para fabricarle el mensaje más adecuado y oportuno. Tarea infeliz, si las hay.
Entonces, reservaba las raciones para los clientes más frecuentes y leales.
A la vuelta de los años se me ocurrió pensar a cuántas viejas oligarcas de mierda les habré facilitado limpiarse el culo con el papel higiénico que les reservaba con nombre y apellido en el depósito gigante del almacén La Estrella, de mi padre. Perdón, la Fábrica de Pastas de mi padre, que no quería patrón ni fascismo.
Empezaron los misterios de los vecinos que desparecían de la faz del barrio, de la ciudad, del cosmos. Unos por jipis. Otros por promiscuos, otros por pone bombas. Empezaron las razzias, las palpaciones a la entrada del subterráneo de la estación Burzaco, las demoras por averiguación de antecedentes, los unimogs, las preguntas a la salida de la escuela, la amiga del seleccionado de volley de la escuela que yo capitaneaba en ese entonces, que nunca volví a ver, hasta ver su nombre en el informe de la CONADEP, una vida toda, mi plaza, mi avenida, mi estación, mi ombú, inundado de fascismo al mejor estilo argentino genuflexo de mierda.
En ese escenario de librecambio y arrogancia de poderes superpuestos y medición de fuerza bruta, en el que desaparecíamos todos los que no bregábamos por ninguna de esas opciones, el Almacén La Estrella cerró.
Los dueños de ese local abandonado plagado de lauchas, desidia y desdén, que habíamos resucitado después de tantos años, habían resucitado como los piojos en sangre dulce, endulzada por otra mentira de las tantas de un país que no sabe otra cosa que venirse abajo desdeñando sus propias herramientas y recursos.
Mi madre y mi padre, que eran tanos y pobres, pero no boludos, respondieron con la cordura que tenían a su alcance frente al embate, y abrieron su propio local en febrero del ’77, sin reclamar ningún esfuerzo que pudiera ser traducido en costos y valores de mercado.
Empezaron de nuevo, como se empieza siempre y en realidad nunca se ‘vuelve a empezar’, en este país de iluminados con la vela en el culo que se les apaga cada vez que estornudan.
Eran otros tiempos, otro idioma. Ya el enemigo era cualquiera o ninguno, todos fuimos sospechosos y sospechados. Se rompieron los lazos. La confianza pasó a ser una postal del recuerdo de alguna inocencia perimida y demodé.
La identidad pasó a ser un documento ajado por el uso y el abuso de ponerlo y sacarlo del bolsillo trasero del Jean a cada paso.
La Estrella cumplió su cometido, de todos modos.
Y el poder, también.
*de Lucía Cinquepalmi. luciaguionbajo@gmail.com
-Octubre de 2009
NANA* (1)
Ama, ven a buscarme,
arma tu barco de papel
y acerca el mar a mi morada,
que brille el sol que me despida
y me abrace con un "Hasta siempre",
que bailen luces sobre el agua
porque será día de brindis y bonanza
donde todo es sabido, esclarecido
y lucirán horizontes sin barreras.
Ven a buscarme, Ama.
Los rincones del alma ya desiertos
no encontrarán paz en la estampas,
caducó toda bienvenida
entre nubes de humo muy espeso.
Si tiendo las manos no hay nada,
sólo queda partir bajo tu amparo.
NANA* (2)
Ama, prepara mi lecho,
quiero acunar mis ensueños,
limpiarme del afuera
que araña mi piel
y sofoca mis intentos.
Quiero enmudecer las voces
que gritan buscando nidos
construidos por los otros
y prohibidos como cueva.
Pon perfume en mi almohada
y pinceladas de abismo
que borren toda palabra,
todo daño, todo juicio
lanzado como flecha al viento
y que me convierte en olvido...
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
DESCIELO*
a veces es un cielo abrasador
que inunda de un ahogo
parecido a la tristeza
pero otras
es el hielo que amanece
la mañana del miedo
mezclada con el odio y la pereza
siempre es igual
al fin la sangre se recicla
en furia
en tiempo
a veces
es la voz que da sosiego
al estupor inquieto
del recuerdo
pero otras
es silencio que amilana
esa furia flagrante del deseo
no siempre pero a veces
me envuelvo en el bramido
del viento mensajero
espero a la mañana
con luz de otro momento
y puedo
sé que puedo
abrasar ese hielo
y deshacerlo
*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
DOMESTICAS*
Primero es como una luz que va entrando de a poco por la ventana cuya cortina está un poco corrida, no sabemos si ex profeso, o por una corriente de aire, o debido a la desidia de los días en que nadie puso la mano sobre ella.
Dije que primero es la luz, que se filtra subrepticia, lenta, la luz del sol, la pura luz que viene de esa lejanísima estrella deflagra bajo los fresnos, repta con su esplendor entre la gramilla y pinta de un rojo vivísimo la larga hilera de pimientos que mi madre cuida con extremado amor, como hizo toda la vida: con la humanidad, con los animales, aún los más humildes, y con sus pimientos que era su orgullo expuesto a todo jurado aún el más riguroso, aún el más severo.
Si ella entreabría la ventana, aunque sea un poco, la brisa de mayo ligeramente fría entraba y se iba adueñando de los objetos, y tal vez el polvillo de las calles aún sin asfaltar aprovechaban ese vehículo apto, generoso y gratuito para ir aposentándose de a poco en los rincones más lejanos y las muescas barrocas de algunos muebles, y aún en los pliegues de las cortinas, o las sillas vacías de la mañana.
Dije antes o escribí mejor, que la luz se iba filtrando de a poco, cuando el alba moría en su rosado y daba lugar a esa luz brillante que el sol suscribía sin ambages, pero si en cambio el día era gris, se aproximaba una amenaza de lluvia, o, amanecía lloviznoso, el cristal permanecía cerrado, porque el frío o la humedad no eran tesoros preciados por mi madre, que amaba el sol esplendoroso, el que le traía recuerdos de su italiana aldea en la montaña.
Precisamente, no se cansaba de ponderar esta bendita tierra donde todo verdor crecía de maravilla, mientra en su aldea natal todo había que pelearle palmo a palmo al terreno pedregoso. Sólo aquella claridad del sol montañés tenía siempre en su memoria y el discurso de su reiterado recuerdo en rémoras familiares donde mi abuela pensativa, dulcemente, adhería y asentía a su recuerdo niño, con alguno suyo, así poco más conciente, ya de adulta.
Cuando pienso en mi madre sé que voy a pérdida entera con el recuerdo, que de todas las pocas astillas que extraigo de la memoria debo construirme su imagen, plagada de gestos generosos y humildes, que retenía la elocuencia ostentosa, yo, como Pedroni podría decir que era "toda silencio, propensa al llanto y muy hermosa" y que yo la recuerdo siempre transitando ese espacio de verdes, donde orlaban esos inmensos pimientos rojos que ella cultivaba con recatado orgullo y cuando eran ponderados, se
le abría el rostro moreno en una gran sonrisa de satisfacción.
Cuando pienso en mi madre es cuando la veo cruzando ese gran patio de tierra que ella barría con generoso esmero, en una mano un plato camino al gallinero, llevando tal vez restos de comida o maíz, para arrojarlo a sus pollos. Hasta en los sueños aparece con su batón celeste, floreado de amarillas pintitas, y ella muy señorona con ese plato en la mano derecha, oronda cruzando el patio y mi sueño.
De todos modos armo ese recuerdo de ella con un amor inmenso, pero en verdad lleno de impotencia.
El día en que íbamos con mi hermano hacia la sala velatoria donde estaban sus restos, caminando por una calle cercana, nos alcanzó con su bicicleta "Cañita" Aquilano, cartero eterno del pueblo, con un telegrama que nos enviaban los empleados del Correo, Allí leí una frase que hasta ese momento era sólo eso: una frase. Pero que tuvo luego una feroz e implacable verdad.
-"Acompañamos vuestro dolor, ante tan irreparable pérdida", decía.
Allí supe que los lugares comunes, las frases de cortesía acompañado socialmente un dolor individual, tienen su sentido. Al menos para el que sufre, aunque casi nunca para el que la pronuncia. Es decir, las frases comunes en algún momento dejan de serlo y son fundamentales y drásticas. Pegan como un inmenso martillo en la cabeza, doblan de dolor ante el desamparo y la incertidumbre a que nos somete ese mismo -desconocido antes- desamparo.
De todos modos no quiero ser triste aquí. Quiero retener esa humilde humanidad suya, esa timidez que hacía lo posible por permanecer invisible, pero atenta y poderosa, imprescindible en su amor por los suyos, una fiera cuando debía defenderlos.
La prima Gladys me contaba una discusión que habían tenido con mi padre y ella, furiosa, le decía:
-Le permito todo, menos que se meta con mis muchachos.
Sus "muchachos", éramos mis hermano y yo.
Hace muchos años que nos dejó, y les digo la verdad, me gustaría verla caminar entre esos altos tomatales que eran su orgullo, o en el esplendor de sus rosas o amasando esos tallarines sobre la pequeña mesa llena de heridas y de recuerdos infantiles, de cuando -sin querer- volcaba el café con leche y ella, rápida, solícita limpiaba todo antes que la irascibilidad de mi padre lo advirtiera.
Ahora debo consolarme con ese ceibo que plantó y con ese rosal que resiste todas las intemperies.
Y, de vez en cuando, aparece en mi sueño donde cruza ese patio de tierra con un plato en la mano para siempre.
*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
RONDA DE ESPECTROS*
Van y vienen
como un péndulo.
Pretenden hasta lo impropio.
Son fríos
Pero están
Susurra el espejo
Que no se atreve
A reflejarlos.
Ahora tiemblo
Justo cuando regresan
Y le roban
La última migaja al aire.
Se la llevan
Creo
Para ser felices.
Tal vez
Con el paso del tiempo
Queden solos,
Ni su sombra
Los acompañará
En su camino
Hacia el infierno.
*de Juliana Holzer julianaholzer@hotmail.com
EXILIO*
Hormigas melodiosas transitan por su sangre,
Y todo, todo es nada: solamente un recuerdo
ARIEL FERRARO
Nunca te dije que me quedé por miedo
Por un brutal. Feroz, insustituible miedo.
Coloque en tu valija tu jean, una foto y mi gastado miedo
Partiste en plena noche. Como un bandido.
La muerte silabeaba con boca de zafiro.
Me dejaste libros, despedidas.
Y el miedo, animal, impío, sanguinario.
Prefería la muerte a la partida.
Pero quedó la herida. De muerte, herida.
Herida miedo. Estaba en todas partes, en todas, todas.
En tu silla vacía. En la guitarra.
En el perro llorando. Lastimeramente.
En la mesa con mantel de desvelo.
En los diez mandamientos de mi manos.
En mi boca cocida. En mis ojos atados.
En el mapa de tu cuerpo en mi lecho.
Quedaron sacos rotos.
Olor a patria. Sabor a viento claro.
Tierra natal. Muertos. Crujidos.
Disparos que ahuyentan las palomas.
Te has llevado mi pena, ay mi pena.
Y has dejado la tuya. La tuya mía, corazón.
Un pedazo mío tuyo te has llevado.
Un clavel. Un malvón. Un café.
Un pájaro de bruma. Un dragón. Una tijera.
Corto la espera, sentada en el umbral.
Como ayer, anteayer, mañana, nunca.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
UN PURGATORIO PARA EL SOFÁ*
Constrúyeme por favor un purgatorio donde pueda expiar todas mis culpas, y enmudecer cada uno de mis anhelos por intentar encontrar las respuestas donde yo mismo sé de las soluciones y de las causas.
Constrúyeme, si acaso pudieras, un purgatorio para lavarme por dentro cada herida que supura, que arde cada vez que respiro, mientras el oxígeno se encarga de envenenar la parte que queda sana en mi ser.
Sé que sólo soy un rayo de luz que se ha infiltrado por entre las grietas y después de ellas me he metamorfoseado en halo de oscuridad; y oscuridad desnuda me quedo cuando no me vienes a buscar, así acontece por horas mientras simplemente me detengo a respirar tendido sobre aquel sofá. Mientras estoy en medio de este recinto acromático soy ausencia de luz, soy cuerpo opaco que divaga con este problema mío en el que choca a contra reflujo mi existencia con la vaciedad.
Cuando tienes hambre vienes y abres la puerta para que yo vuelva a aparecer como el destello de luz que ilumine tu trayecto hacia tu habitación, pasando por el corredor hasta llegar al refrigerador; a final y al cabo sacias tu apetito, das media vuelta y simplemente te vas, de regreso yo te guío iluminando el trayecto hasta tu alcoba, justo en media hora una vez dormido, silente, estarás. Eres un niño con preocupaciones muy tuyas, muy de tu corta edad, con todo ese egocentrismo que atasca cada rincón, cada muro, cada ventana y aun más las puertas ajenas a la realidad. Yo tan solo soy un halo de luz, a destiempo y sin edad, lo que las mayorías conocen como simple oscuridad, oscuridad silente soy y mírame como he permanecido aquí por siglos soportando esta frialdad.
Constrúyeme, si fuese tu voluntad, un purgatorio que redima parte de mi asfixia, la que no termina por dejarme en paz ni siquiera cuando me escondo debajo de mis párpados.
Me buscas por las noches cuando un mal sueño se ha metido bajo tus cobijas y llenado de mugre tus almohadas, y corro desde el sofá para buscarte e iluminarte, tienes que saber nada te pasará cuando la luz llega hasta tu habitación, te detienes y sabes que nada es real, mi luz te tranquiliza y vuelves a pensar en que siempre te estaré espiando, asegurándome tu tranquilidad. Te duermes, como siempre te olvidas de mi existencia, me retraigo, pienso que me utilizas a tu conveniencia, pero eres un niño pequeño y egoísta como todos, que duerme en pijamas con un oso de felpa abrazado y la figura de un hombre crucificado pende del muro a la altura de tu cabeza.
Soy destello de luz que cuando le olvidas, me refugio en las arrugas de aquel viejo sofá desahuciado, para convertirme en penumbra y de negro me quedo para guardar luto por la pena, la amargura que me embriaga al saber que estoy contigo y a la vez estoy tan lejos cuando oprimes el interruptor.
Cuando llueve y hay tormenta por las noches esperas me quede de pie a tu lado, iluminando hasta el último rincón donde algún fantasma empapado pudiese refugiarse del brutal aguacero; pero en las noches tranquilas colmadas de calma, muy pronto adiós me dices y me condenas a la no existencia impregnado de susurros animados por tu resoplar cuando caes dormido en la cama y no importa nada más que tu sueño y tu egoísta ánimo por descansar. Eres un niño, no importando tus desplantes al cerrar las cortinas, provocando que todo se tiña de amarga oscuridad; pero si algo te espanta a media noche bien sabes que la luz vomitará lo que carga en el vientre. La luz te dice que lo grotesco se quedó atorado en medio de un confuso y obsceno sueño; no pasa nada, nada pasará, pero para mí nada pasa, el sueño gira en torno de mi propia aberración de sentirme desahuciado y abandonado por mi propia opacidad.
Elabórame, con esa basta imaginación infantil, un purgatorio para el sofá donde duermo como sonámbulo por instantes en esta grotesca sensación de soledad.
*de Jesús Brilanti T. lugburtian@hotmail.com
El cruce*
Ligeramente doblado hacia delante y apoyando el peso sobre el bastón espera que cambie el semáforo por cuarta vez. Lleva cuatro minutos esperando para cruzar la calle y cada vez que se detiene el tráfico, calcula el tiempo de que dispone. Es consciente de que es insuficiente para cruzar aquella ancha avenida.
Los seis carriles se llenan de coches en cuanto cambia el semáforo y pasan veloces haciendo roncar sus potentes motores, como conminándole a no aventurarse a cruzar.
Es consciente de que sus piernas no son lo que eran y sabe que no puede caminar más deprisa por lo que está seguro de que, caso de decidirse a cruzar, no alcanzará la otra acera antes de que cambie la luz… Y eso es un riesgo enorme porque está seguro de que los coches no le van a respetar.
A los diez minutos, inicia una cuenta atrás para iniciar la travesía en el mismo momento que cambie el semáforo, con el fin de disponer de más tiempo, pero una vez alcanzado el segundo carril da la vuelta y regresa todo lo deprisa que puede y aún y así alcanza la acera en el momento que un bocinazo le avisa de que los coches no van a parar. ¡Ha estado en peligro de muerte!.
Debe buscar una solución, un recurso que le permita cruzar la calle. Él, que ha sido un estratega toda su vida, no puede dejar que un burdo semáforo le barre el camino.
…
Quizás no haya sido la mejor idea de su vida. Por supuesto ha podido cruzar la calle, pero no ha tenido en cuenta las consecuencias de su decisión. Pensar que si se desnudaba y pasaba en cueros por el paso de peatones los vehículos le cederían el paso y así fue, pero al llegar a la otra acera no tenía ropa que ponerse, por lo que tuvo que ir hasta su casa con las vergüenzas al aire y por si eso no fuera suficiente, ahora su mujer, al verlo llegar como Dios le trajo al mundo le recriminaba a voz en grito. ¿Qué semáforo, ni que cuentos? ¡Tu has tenido que salir de la cama de una vecina a toda prisa! ¡Parece mentira a tu edad! ¡Lo poco que tienes lo podrías dejar en casa! ¡Crápula, más que crápula!
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
INALCANZABLE*
Un manojo de silencio
un delirio
(casi nada).
Tristes súplicas
perdidas en el viento.
Y esta hoguera
que me quema
que me enfría
que me apena
y un deseo
que florece con la noche.
Grises redes
que el espanto teje
con rayos de luna
para enredarme
lejos, muy lejos
de tus ojos de bruma.
*de Federico Ibáñez fede_iba_5@hotmail.com
Tierra y libertad*
Se recomienda esta lectura con música celta, vino tinto en pequeña copa, tabaco
y luna menguante rojiza recién asomando en el horizonte del este de este lastimado sur
Vi a un hombre agachado en su dolor, entre el miedo y la queja, poniendo flores en su pequeño jardín. Amasaba una tierra comprada, prestada, como no confiando en lo que ese pedacito de heredad que el medio le había conferido en su derecho tuviera suficiente nutriente.
Tal vez dando por sentado que ya la había depredado y malgastado lo suficiente como para que haya perdido las condiciones de su fertilidad inmanente. La tierra, no el hombre.
Lo vi eludiendo los reclamos increpantes, refugiándose en la usina de su propia primavera tardía, sin caución de resguardo, apurando los tramos que rezagó en proclama de la inercia, ausentándose del pánico y la angustia, regando hojas y manos con lágrimas que manaban de la sonrisa inexplicable y de la tristeza harta de explicaciones.
Resbalaban esas lágrimas guiadas por sus arrugas. Ojalá hubieran sido sólo patas de gallo, a esta hora andaría pisando gallinas.
Eran surcos de la piel de un hombre que ha reído y llorado. Y se ha enojado más de lo recomendable. Eran los caminos ensayados y repetidos tantas veces y tantas más hasta hacer huella.
Lo vi explorar la tierra como si la mirara por primera vez, yendo y viniendo de la mezcla de arena, cal y pedregullo, erigiendo un palacio en la miseria de la vida efímera. Lleno de orgullo de estar despierto y no muerto, pero implorando alguna cábala o un rezo que acelerase el resultado y la consecuencia de este esfuerzo nuevo, en repudio del tiempo disipado.
Como despojado de la memoria ancestral o descubriendo un atavismo en ciernes que había silenciado indiferente.
Me pareció escuchar de entre sus comisuras un chasquido de pena. Pero noté que la sonrisa volvía a dibujarse dejando escapar el aliento cálido que ofrecía a los brotes, penetrándolos.
Se sentó a mirar su obra sin sentirse mirado, mientras secaba con la manga arrugada de la camisa esa humedad que, no se dio cuenta, lo haría brotar a él también.
Me detuve en el brillo de las gotas y me vi en los destellos, hecha pedacitos en un calidoscopio de colores difusos. Sólo un espejo más?
*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
"Es más difícil ser hombre"*
Más hombres que mujeres practican tropelías, imbecilidades
Más hombres que mujeres se suicidan
Más hombres que mujeres doblegan voluntades
hasta el exterminio
inventan contrincantes
planean invasiones y ejecutan guerras
Más hombres que mujeres asesinan serialmente
más hombres que mujeres alardean
más hombres que mujeres coleccionan porquerías
Más hombres temen no ser hombres
y pulsean
que mujeres temen no ser
mujeres.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Tío Esteban*
*Por Carlos Caposio. carloscaposio@hotmail.com
Como quisiera ser como Esteban para que María esté tranquila y no llore en el baño, para que deje de tratarme como a un niño y de volver locos a los doctores del nuevo hospital, pretendo explicarle pero es difícil, ella no conoció a Esteban.
Aquella vez estaba contento porque el tío venía a casa y por teléfono me había contado sobre algo raro que había hecho en su pelo.
De chico yo creía que era el único que lo entendía debido a una charla que había escuchado en casa. Estábamos en el patio, bajo la parra, él se había ido a descansar y ni bien se escucharon los primeros ronquidos, la tía Marta explicó que Esteban había tomado mucho y que por eso estaba colorado y tenía
sueño. Después comenzó con lo del juego, con que no podía pasar un mes sin ir a Mar del Plata al casino, con que asociaba todos los número para jugar a la quiniela. Dijo también que había perdido mucha plata en los dados, y en ese juego que el tío me había enseñado la semana anterior donde hay que sumar siete y medio.
Era verdad que le gustaba el juego. Recuerdo el día que dijo que encontró una moneda en la calle, y que como no tenía plata, se había ido caminando desde su departamento de San Isidro hasta un bingo de San Fernado para colocarla en una máquina de apuestas. Por entonces no estaba el Casino de Tigre porque sino seguro hubiera ido caminando hasta allá. Contó que comenzaron a sonar una sirenas y que el tragamonedas escupía monedas sin parar, que las manos no alcanzaban, que puso la boina y se le rebasó, y que por último, le habían traído una carretilla tan grande que para llevarla a su casa necesitó la ayuda de un hombre del lugar.
Estaba ansioso por la llegada del tío y por el chocolate que siempre traía.
Ese día tenía miedo, el río había desbordado y había llegado hasta la vía muerta de la esquina de casa, en Martínez, por donde hoy pasa ese tren medio artificial. Él no estaba muy lejos, pero yo presentía que no iba a llegar, después mamá me tranquilizó y comencé a planear de que forma le sacaría la golosina.
En muchas cosas soy como Esteban o como lo veía cuando era niño. El tango, por ejemplo, lo mamé de él, cada vez que venía me enseñaba una palabra nueva del lunfardo. Los burros también, los domingos cuando me sentía bien, agarraba el bastón del tío, compraba La Rosada e iba al hipódromo a jugar
alguna fija. Y mis viajes, lo mejor de todo, el siempre decía que viajar era lo único adquirido por lo material que duraba toda la vida. Pucha si tenía razón, el televisor lo cambié tres veces, el equipo musical otras tantas, y la computadora, es la misma pero la tuve que renovar cada 5 años, además
cuando el tío vivía no había computadoras. Pero mis viajes, con sólo pensar en ellos ya estoy allá nuevamente, salgo de la cama sin moverme y estoy en Guatemala, en el templo del gran jaguar; paso por Río de Janeiro y subo al pan de azúcar; y en México, visito las ruinas mayas de Chichén Itzá.
Cuándo llegó estaba todo mojado por la tormenta, no recuerdo bien que inventó, creo que dijo que había venido nadando, o que un exiliado de Venecia lo había traído en góndola, o que se agarró de la cola del caballo que ganó la carrera, o que con un ventilador, había llevado el río a su cauce para poder venir caminando. No sé, lo cierto es que tenía el pelo raro, parecido al de un bebe, como quemado. Yo fui corriendo a abrazarlo, sabía que tenía el chocolate en el bolsillo y se lo saqué sin que se diera cuenta, él sonrió y dijo que no entendía como lo había logrado. Siempre lo sorprendía o por lo menos creía que así era.
Esas son las cosas que extraño de Esteban, como en el verano en que entró por el fondo con la máquina de cortar el pasto. Al escuchar el ruido del motor salimos sobresaltados al jardín con mamá y papá. Estaba parado arriba de la máquina, juraba que había venido manejando el aparato y que en la bajada de Libertador no había podido frenar y se había agarrado de la rama de un árboly que así, colgado, había visto como la cortadora seguía hasta el río y caía al agua. Cuando yo le decía que no podía ser, que el río estropeaba las cortadoras de pasto y que si fuera cierto haría cortocircuito, él salía con que lo deje terminar, con que yo era muy impaciente, y con que el cable de la máquina se había atascado en el muelle, y que por eso, no había llegado al agua.
Con los años me di cuenta que Esteban y la tía estaban separados y que venían juntos sólo para conservar la imagen familiar. Por eso Marta le hacía fama de timbero y no paraba de hablar mal de él. Mamá siempre le daba la razón a la hermana pero un par de veces dijo que la tía era medio loca y que
el tío era una buena persona. Eso me tranquilizaba.
Nunca había pensado que por la diferencia generacional era imposible envejecer juntos.
No sé por qué nos imaginaba de viejos en la plaza de la Catedral jugando al ajedrez, quizás porque había prometido que cuando yo cumpliera unos años más me iba a enseñar, pero no aguantó el pobre.
Después de la parodia del chocolate explicó por qué tenía el pelo así. Me confesó en secreto que era por la falta de frutas y verduras. Recuerdo que las semanas siguientes pedía a gritos jugo de naranja y buñuelitos de acelga. Que ocurrente era el tío. Aunque a veces se contradecía, porque un tiempo después, creo que fue la última vez que lo vi, le volví a preguntar por el pelo, ya casi no tenía, otra vez se me acercó y dijo que por estar sin bañarse tres días se le había formado un panal de abejas en la cabeza.
Recuerdo que abrí grandes los ojos y lo miré fijo. "Sí -me juraba- lo tuve que quemar y se me prendió fuego el pelo".
La tía Marta dijo que se había ido de viaje. Le creí, porque mamá además de contar que la hermana era medio loca, siempre afirmaba que "la tía no mentía". Además al tío le encantaba viajar, hasta cuando tuvo hepatitis juraba que había estado en Machu Picchu con los Incas. Después supe que era cierto, no que había ido cuando estaba enfermo, pero sí de joven. Él siempre seguía viajando con la mente, hasta en eso nos parecemos.
Esa última vez, no se había ido al exterior, o sí, porque a dónde vamos después de la muerte es un poco más de la incertidumbre de la vida. El tío tenía cáncer de próstata.
Que poco lo disfruté, no llegamos a jugar una partida, estoy seguro que dejaría que juegue con blancas.
Unos años después de que murió inventaron un tractor para cortar el pasto, no lo quise comprar porque, al igual que lo hacía Esteban, hoy vivo en un departamento de San Isidro, pero si el tío lo hubiera visto, era capaz de comprarlo y tenerlo atado a un árbol con un candado de bicicleta.
María tiene miedo. Por más que le cuente nunca va entender ¿Cómo hago para que deje de estar triste y de hacer tanto alboroto?
Al dorso de una de las últimas fotos del tío dice: "Aunque uno esté prisionero en una cama, puede ser libre con la mente y viajar, en definitiva, uno es lo que recuerda y lo continúa en su forma de contarlo".
Cuando miro el espejo, además de las arrugas veo el pelo quemado de Esteban, porque para mi había espantado las abejas con un hisopo gigante bañado en alcohol. No entiendo como estaba de tan buen humor con esta basura de la quimioterapia.
Él siempre con esa sonrisa contagiosa, burlándome con la mosqueta, enseñándome a jugar al tute o amasando pizzas para toda la familia. Yo decía que las de él eran las más ricas que había probado, recuerdo que mi vieja, que en paz descanse, se ponía celosa.
Mi único hijo se llama Esteban, cuando vendimos la casa de Martínez le di unos mangos y después de casarse se fue con la mujer a vivir a San Martín de los Andes, a una comunidad nativa del lugar. Ahí tuvo a Nahuel y en un mes nace Luna. No tendría que venir pero María siempre fue la misma exagerada,
lo llama desesperada, lo asusta y el otro grandote otario se viene en avión.
Pero qué les voy a contar, no entienden que con sólo bañarme dentro de los tres días, tiempo que tarda en formarse un panal de abejas en la cabeza, no se me caerá más el pelo. Cómo avisarles que ahora estoy de viaje por América latina y no acá, cómo revelarlo, cómo explicarlo; si nunca conocieron al tío Esteban.
*Fuente: http://www.artecomunicarte.com/ArtistaDatosPAD2_L.php?Arp=714
http://blogs.clarin.com/la-fusion-de-los-generos/posts
El crepúsculo o la última batalla de una diosa*
El espacio se cruza de agua y de sonidos, y el sabor de lo perdido que vuelve.
La lluvia abrillanta el olor de las flores. Hay un sueño a punto de aparecer y un antiguo color.
El fuego irradia hasta invitar a lo íntimo.
Besos errantes, paseo por el tiempo y una casa en el mar con chimenea.
El fuego inventa imágenes. Sol que se retira, pero antes de hacerlo, despliega una revolución roja en el cielo. La violencia de la belleza.
El crepúsculo es la última batalla ardiente... La firma de un dios que no se rinde en la hoja celeste o será diosa con sus colores cambiantes. Una diosa todavía inocente con los bolsillos que se abren y desparraman sus hogueras brillantes. Una diosa si, dios es perfecto y se murió por nosotros me dijeron, pero una diosa vive y saltan sus chispas vitales a chorros imperfectos.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
ASÍ TE RECUERDO…*
Estaba yo en la fiesta y, detrás mio,
un espejo imágenes brotaba:
Estabas tú, sentada, y tu vestido
vivió en mi mente frágil y azorada...
La hora era en que, sobre la calle,
un cielo herido lágrimas lloraba:
era la hora, y, así como en un libro,
leía yo, ávido, tus ojos y tu cara...
Camino aún, y, solo, te recuerdo.
Encuéntrote aún más bella y lozana,
Cada vez que veo tu figura,
tu vestido, azul, tu risa, clara...
En mi sueño, acompañante los astros.
Y de los astros tu inocencia escapa
para poblar de luces el camino
de este ser gris, en una gris etapa...
Y hago votos por verte, nuevamente.
y hago juegos con la imaginación:
es tan simple, tan lindo, tan sincero,
como de una vertiente la canción...
No sé si aún se escuchará mi canto:
es eso algo imposible, sí, quizás...
Mas es eterno, como el gris otoño,
que, luego de beberte, muere en Paz!...
*de Horacio C. Rossi.
- en la Terraza. (1953-2008)
*
Deja que el viento
toque el ave.
dos libertades hermanas
vuelan juntas
en busca de astros quiméricos,
incontaminados,
lanzados a la eternidad.
Deja que el viento
acune el sueño
de quien busca amparo
en la paz eterna,
de quien es el faro
para nuestra vela
porque en ella el viento
anida y se queda.
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
EL VUELO DE WIMPI*
Para Manena y Bari Enseñat Ribas
Una libélula dorada de alas enormes penetró por la ventana y revoloteó alrededor de la cama, anunciando que algo importante iba a ocurrir ese amanecer.
- Wimpi, ¿eres tú? – preguntó Manena, llena de esperanzas, y salió tras ella.
La mañana anterior había sido muy triste, cuando fue a la jaulita de su periquito verde la encontró vacía y con la puertecita cerrada. Parecía cosa de brujas, pero la mamá razonó – las madres son muy inteligentes y encuentran explicación para casi todo -, al parecer la puerta había quedado mal cerrada, entre empujoncito y empujoncito, Wimpi había logrado colarse al mundo de afuera y su salida había vuelto a disparar el cerrojo, dejando la puerta como si nada hubiera pasado... ¡Pero al final seguía pareciendo cosa de brujas!
Lo buscaron por todos lados, dentro y fuera de la casa, en el jardín, en el patio, hasta en el enorme almendro que florecía a la entrada... nada, ni rastros del periquito. Entre lágrimas que no podía ocultar, Manena había pedido permiso para salir a comprarse una paleta de chocolate. En realidad quería visitar a la gitana que se sentaba en el parque a leer la fortuna, pero no quería confesarlo.
- ¿Cuánto me cobra por una pregunta? – le soltó a bocajarro, más por timidez que por falta de educación, no sabía cómo dirigirse a una persona capaz de ver el pasado, presente y futuro.
- Buenos días, preciosa – le respondió la gitana -, una sola pregunta puede tener muchas respuestas, el precio depende de la importancia de la pregunta, y del tamaño de la contestación.
- Mi pregunta es vital... pero la respuesta es bien corta, solo necesito dos oraciones, tres a lo sumo...
- Entonces tal vez te responda sin cobrar – la gitana sonreía y la miraba al fondo de los ojos... ¿por qué insistía en ponerla más nerviosa de lo que estaba? -, solo debes prometerme no llorar más...
- Lo prometo – Manena levantó dos dedos haciendo una cruz y se los besó, como había visto hacer en una película.
- ¡Excelente! Ahora puedes hacerme la pregunta.
- Por favor, señora... ¿Dónde podré encontrar a Wimpi, mi periquito verde?
La respuesta le había causado mareo, de tanto pensar en ella: “Encontrarás a Wimpi, pero ya no será el mismo de antes”.
Manena había pasado el día escrutando las nubes: vio cocodrilos, llaves, guitarras, muchos barcos, una ballena, un oso, una cuna... pero ninguna nube le recordaba a su periquito… ¿Se habría transformado en flor? Salió al jardín, buscó en el parque, pero su amiguito era completamente verde y todas las flores estaban adornadas de colores.
Pensando en el enigma que no lograba resolver, la sorprendió la noche y con ella llegó el sueño, hasta que el zumbido de la libélula le ayudó a abrir los ojos... era dorada y no verde, es cierto, pero de seguro intentaba decirle algo. Siguiéndola llegó hasta la arboleda que crecía detrás de la casa... Miró de nuevo las nubes, las flores, las verdes hojas de los árboles... y ahí, escondido entre las frondas, le pareció distinguir el brillo de unas plumitas del mismo color.
Silbó, como hacía cada mañanita antes de salir para la escuela y Wimpi revoloteó hasta una rama más cercana, respondiendo a su saludo.
- A partir de ahora me vas a encontrar aquí, sólo tienes que venir a visitarme – parecía decirle con sus ojitos negros y redondos como botones.
Manena disfrutó un ratito más de su presencia, hasta que llegó el momento de la despedida. Ella debía volver a casa, Wimpi a sus frondas... “Encontrarás a Wimpi, pero ya no será el mismo de antes”.
Tenía razón la gitana, ya no era un periquito prisionero, era un periquito feliz.
*de Marié Rojas.
EL CALDERO*
La hora de los recuerdos
llega con señales de tiempo,
asombra lo que se gesta
en el caldero infinito
donde los años en cruces
van desfilando entre sueños.
Nos vemos a la distancia
con contornos desconocidos,
los hechos cambian los tonos
que delinean las figuras.
Las penas siempre nos duelen
por que son deshechos muertos,
sólo dejaron imágenes
tristes, sin luces, sin tiempo
pero son trozos del alma
que olvidamos en un banco
de aquel parque solitario
que bautizamos comienzo.
También reflejos de amor
se nos quedaron dormidos
en lechos que están vacíos
como nidos olvidados.
¿Qué nos queda en el caldero
para seguir el camino?
Una lágrima bajo el cielo
por el destino enjugada.
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
*
Inventren Próxima estación: CASBAS.
Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
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Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 8 de noviembre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores argentinos Daniel Judkoski und Mariano Javier Dugatkin. Las poesías que leeremos pertenecen a Pedro Reino (Ecuador) y la música de fondo será de Surazo (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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