viernes, febrero 26, 2010

ALGO RÍE, ALGO LLORA, ALGO CLAMA...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)




ENTRE MUROS*



Los recuerdos me llegan
Como si los minutos se acabaran.
De lejos y cansados
Se van acunando junto al fuego,
Niños ateridos
Que durmieron a la intemperie.
Los colores juegan a filtrarse
Y teñir al recuerdo con su magia,
Algo ríe, algo llora, algo clama
En la gama de su arco iris…
Y en las paredes del muro
Que construyó mi miedo
Las imágenes bailan, se pierden
En febriles llamados de auxilio…



*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar





ALGO RÍE, ALGO LLORA, ALGO CLAMA...






EN LA REDONDEZ DEL TIEMPO*



En este andar del tiempo por el tiempo
las bocas gritan, enmudecen, gritan, enmudecen.
Mientras
la Tierra gira y gira y gira
alrededor del tiempo
y el hombre y la naturaleza vuelven
del final a sus inicios y viceversa.
¡Canta! Y el tiempo vuela.
¡Calla! Y se detendrá.
Pasa el tiempo o regresa, ya ni sé.
Sólo veo, siento y saludo su redondez.



*de Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Poema de "En la redondez del tiempo" (2009).







LOS ARBOLITOS*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



El sólo nombre concita al recuerdo de las primeras salidas, más allá de la inevitable matinée de los domingos, algún raleado cumpleaños con gusto a chocolate y a torta de coco, eso sí, casera. Industria de madre hacendosa, o tía diligente, o, abuela mimosa.
El paraje "Los arbolitos" es, enteramente, otra cosa. En la precipitada e inhibida adolescencia, en esos tiempos remotos, relacionarse con una chica de nuestra edad no tenía muchas opciones, no teniendo hermana (como es mi caso) que nos presentara alguna amiga, y, sobre todo, que nos enseñara a bailar, estábamos perdidos.
En el ambiente excesivamente reducido del pueblo, las opciones, en este caso de las relaciones entre chicos de distinto sexo era nulo. Todos nos conocíamos desde que íbamos a la escuela, por lo tanto esas antiguas compañeritas estaban fuera de discusión, las de nuestra edad nos miraban por sobre el hombro y bailaban con chicos más grandes, y, las más chicas, bueno las más chicas estaban todavía en el último grado de la primaria. Para largarse a bailar había que tener decisión de visitar otros pueblos,
posibilidades concretas de conseguir un auto, aunque más no sea de alquiler como se les llamaba a los dos o tres coches que oficiaban de taxis: Froilán, Medina, Pierella y tal vez alguno más. Traspuestos estos escollos quedaba el mayor: que nos dieran "calce" las chicas de otros pueblos. Ir hasta esos pueblos vecinos era casi suicida, porque las "barras" nos acosaban duro como me pasó un par de veces en Beravebú.
Así que, había que armar un grupo y largarse a la decisión de tomarse a los puñetazos. No fue necesario porque con el tiempo nos hicimos conocidos y hasta teníamos amigos y amigas que nos dejaban compartir esa especie de limbo y maravilla que resulta ser la adolescencia. Claro que visto a la distancia porque puesto en el "recuerdo real" es la edad más espantosa de la vida. Uno está vulnerable a todo en todo momento por más que de vez en cuando se rescata un fulgor, una experiencia iniciática que compartimos con alguien y tiene -en la opacidad del recuerdo una medalla de sentido que permanece indeleble en un rincón amoroso y defendible frente a los vientos que quieren destruir esa memoria como dice mi amigo Roberto Giussani, la vida es como un escenario donde ocurren una serie de representaciones, incluso la nuestra, hasta que al fin nos retiramos de escena y se apagan las luces.
En ese lejano, inaugural y altísimo tiempo que no volverá, tiene su brote luminoso un lugar, caro al sentimiento de toda la zona en la década del sesenta: "Paraje Los arbolitos", de invencible memoria que sólo somos capaces de recordar los auténticos y empecinados memoriosos como yo.
A escasos veinte kilómetros del pueblo, como quien va a Colonia Hansen, en un cruce de caminos alguien plantó un grupo de árboles y enfrente cruzando la calle, en campos de la familia Fantasía, justo en la esquina el entusiasmo de un grupo de jóvenes puso un amplio piso de baldosas coloradas y en el centro plantó un alto mástil donde se armaba una carpa y se realizaban los populares "Baile Los arbolitos", amenizados con grandes orquestas de Rosario y hasta de Buenos Aires.
De ese grupo salta invencible de mi memoria el entusiasmo de Walter Cataldi, a quien llamaba "El Chino". Su pelo rubio, su cara colorada, sus pequeños ojitos celestes y su corazón grande como una casa sobresalía entre todos.
Tocaba un acordeón rojo perlado de teclas blancas y negras y lideraba un cuarteto que la emprendía con furiosos pasodobles, rancheras y valses para animar todos los bailes de la Colonia, en especial los del "Paraje Los arbolitos".
Creo recordar que entre los jóvenes chacareros de entonces habían formado un club que se dedicaba a las organizaciones de "actos culturales y festivos" como rezaba el lema con el cual invitaban a los interesados de la Colonia y aún de los pueblos vecinos. Creo recordar también que este centro o club se
llamaba "21 de septiembre" y todos los años se realizaban unos promocionados "bailes de la primavera" con elección de la reina y media docena de princesas.
A estos bailes acudíamos los aprendices de bailarines, creyendo encontrar eco en esas prometedoras gringuitas que venían poco por el pueblo. Al estar el paraje a una estratégica distancia de los cinco pueblos, no contábamos con que aquellos adolescentes pensaran lo mismo que nosotros. La conclusión
era que cuando no encontrábamos allí la demanda superaba ampliamente a la oferta, cosa que no considerábamos porque las leyes del capitalismo nos eran maravillosamente ajenas. Con esto quiero decir que cuando yo decidía ir junto a mis amigos de ese tiempo a los "bailes de los Arbolitos" casi nunca
bailaba.
Yo no tenía pinta y ni siquiera sabía bailar. ¿Qué pretendía? Recuerdo casi con exactitud una noche. Nos reunimos en el Club, como siempre, para decidir dónde ir ese sábado. Alguien propuso "Los arbolitos" y a mí, no sé por qué, ese nombre siempre me ponía alegre, aunque no era raro que a esa edad
cualquier nombre desatara la fantasía para conocer nuevas chicas. El único que tenía auto era Raúl Rodini. Pero éramos ocho, situación que se resolvió muy fácil porque además contábamos con dos motos, una, creo recordar era de "Clavito" Alderete y la otra de los hermanos Ferrari, dos amigos rosarinos
que habían transitado los casi cierto cuarenta kilómetros en una temeraria Gilera de un poco más de cien cilindradas. De paso nos alumbrarían el camino ya que hoy ignoro por qué el auto (¿un Chevrolet 37?) carecía de las dos ópticas delanteras. Y allá fuimos, aventando lechuzones y hurones y cuises.
En el auto con seguridad íbamos "Totosito" Elder, "Tarugo" Mitre, yo y Raúl al volante.
Al llegar el baile estaba en pleno auge. La carpa de lona o tal vez de arpillera nos cubría del rocío en esa noche que recuerdo, pese a todo, muy hermosa.
Como todo el mundo bailaba, nos dirigimos a un lugar, en un rincón de la carpa donde vendían bebidas, nos tomamos un ginebra apoyados en una chapa inmensa que oficiaba de mostrador, yo, aprovechando la distracción de mis compañeros, de forma imperceptible enfilé para la pista. Y, cosa de milagro,
había una chica -una sola que no bailaba, se aburría junto a su madre, sentada a una mesa con narajandas, y le hice el ademán de cabecearle que era el código que se usaba para el convite bailable.
Cuando empezamos a intentar bailar me di cuenta por qué era la única que "planchaba". Ella no sabía bailar, y yo, tampoco. De todos modos adoptando un aplomo que no tenía le contesté que sí sabía cuando me interrogó. Pasó una prima de mi madre con su marido bailando y comentó lo patadura que yo era.
Pero lo que decidió el abandono fue el descubrimiento que hiciera "Tarugo" de mi intención y comenzara con las chanzas que, a decir verdad, eran un poco pesadas.
La acompañé a la señorita cuyo nombre y cuyo rostro olvidé pero no el color de su vestido. En ese tiempo nos tratábamos de "usted".
Me conformé con otra ginebra, antes de pegáramos la vuelta hacia el pueblo, entre el croar de las ranas, el vuelo rasante de las lechuzas y la desilusión que empezó a debilitarse cuando entre risas nos consolamos del absoluto fracaso de todos nosotros. Y lo hacíamos con la extrema libertad que produce la camaradería que vuelve ironía cualquier traspié y cualquier contingencia.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-22477-2010-02-25.html








A PROPÓSITO DE.*



No nací para figurar en la prensa
y menos
para ostentar título nobiliario
o vitalicio.
No soy semilla de héroe
ni de un dios generoso
que limpie mi camino:
para llegar bien lejos,
para volar bien alto.
Pero,
tampoco quiero.
Es mejor, mucho mejor,
ser un mortal común.



*de Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Poema de "En la redondez del tiempo" (2009).






La Argentina es malvina*



*Martín Caparrós
26.02.2010



Las Malvinas son argentinas es una gran frase. Es uno de los eslóganes de la patria y, al mismo tiempo, la síntesis de una idea de esa patria; las Malvinas son argentinas, dice: afirma una calidad teórica, sostenida por supuestos merecimientos históricos, que la realidad se empeña en desmentir.
Y no dice las Malvinas serán argentinas, podrán ser argentinas, deberían ser argentinas; dice que lo son, porque está escrito en las tablas de la justicia históricogeográficopolíticoinmanente. Donde deben estar escritas también todas esas certezas acerca de lo maravilloso que es nuestro país -y sin embargo estamos como estamos. Las Malvinas son argentinas, dice, pero se ve obligado a decirlo porque -en la realidad pura y dura- no lo son. Una idea de la patria: como quien dice somos, siempre, lo que deberíamos ser, un supuesto futuro; somos lo que seremos -o lo que, al fin, no somos.

-Bueno, señor, hay que ponerse metas en la vida.

-Sin duda, mi estimado. ¿Y no podremos encontrar metas mejores? ¿Algo del estilo la comida de los argentinos es argentina, la salud de los argentinos es argentina, la educación de los argentinos es argentina o, por sintetizar, los argentinos son argentina?

En estos días volvieron las Malvinas, y lo primero que me incomodó fue la causa aparente: el gobierno argentino protestó porque una empresa británica empezaría a explorar la posibilidad de petróleo en esa zona. Era un clásico caso de ahora se vienen a acordar: ese mismo gobierno lleva siete años manejando un país donde casi todo el petróleo es explorado y explotado por empresas extranjeras.

No sólo porque Carlos Menem -cuando Kirchner lo definía como "el mejor presidente que tuvo la Argentina"- privatizó YPF con la ayuda del señor gobernador y su señora legisladora, y los recompensó con los famosos 500 millones que siguen desaparecidos. Eso es historia antigua, de una época en que todos los que ahora dicen perro decían gato -y esperan que creamos que siempre ladraron. Pero no es necesario ir tan lejos: en 2008, en plena reforma kirchnerista, la Legislatura de Santa Cruz, perfectamente kirchnerista, extendió la concesión de la explotación de su petróleo a una empresa americana, la Pan American Energy, hasta el año 2047 a cambio de regalías muy menores. Y, mientras, el gas y el oro y la plata y el cobre y los demás recursos del subsuelo siguen en manos de empresas extranjeras que pagan impuestos ridículos y no necesitan un ejército de ocupación para proteger sus saqueos en San Juan, Catamarca, La Rioja, Chubut. Lo hacen cómodamente, bajo este mismo gobierno que, de pronto, se probó el traje nacionalista y le tiró de sisa: les quedaba pifiado que defendieran tan tenaz el petróleo distante cuando nunca defendieron el del patio de su casa.

Entonces a más de un mal pensado se le ocurrió que lo que querían era "malvinizar" la coyuntura. Malvinizar es uno de esos verbos argentinos específicos que pueden desaparecer durante años y después, de pronto, resurgir del arcón con renovados bríos: malvinizar sería "utilizar la reivindicación y la memoria de las islas Malvinas para desviar la atención de otros problemas más urgentes" -y su inventor, sin duda, el ínclito Galtieri. Quizás este gobierno haya querido hacerlo: no lo sé, y nunca me
gustaron los juicios de intenciones. Quizá realmente en términos de derecho internacional era necesario protestar ante las prospecciones para mantener la causa viva en las cortes del mundo. En cualquier caso, las Malvinas volvieron a convertirse en arma arrojadiza de los debates politiqueros del momento.

Pasa cada tanto -y nunca pasa nada. La soflama malvinera es una de esas recurrencias argentina, y lo que me gustaría averiguar es si se gasta. No termino de saber si la argentinidad de las Malvinas sigue siendo una reivindicación muy popular: si importa a muchos argentinos, o no les importa demasiado pero creen que no deben decirlo, o no les importa y lo dirían si se lo preguntaran. Es difícil saberlo: para empezar, están los muertos.
Parece como si no se pudiera hablar, debatir este asunto porque hubo una cantidad de argentinos desafortunados que murieron allí, peleando bajo las órdenes del general Menéndez. Es el chantaje clásico: los muertos matan la posibilidad de discutir ideas, y convierten cualquier debate en un duelo de
lealtades y traiciones. Y, aun si alguien cruzara esa barrera, se toparía con todo el aparato de la patria: decir no me importan las Malvinas -o, por lo menos, me importan mucho menos que otros cuarenta y cinco puntos en la lista- es exponerse a la cólera nacionaldivina.

Es probable, también, que a muchos les importe todavía: que tantas décadas de martilleo escolar sigan siendo eficaces, que una de las premisas ideológicas de la nación no se disuelva sólo porque el tiempo pase o la pobreza nos ataque o un general borracho haya creído que podía -y haya podido- usarla en su provecho. Yo también soy de esos que, chiquito, se compró todo el paquete cultural Próceres y Triunfos Argentinos; soy de los que recitaban convencidos que la bandera azul y blanca dios sea loado no
había sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la Tierra, y escribía poemas a Belgrano y San Martín y habría querido ser Sarmiento y fui, después, de esos que gritaban el final del Himno. Y, aún así, ya entonces la insistencia en la argentinidad de las Malvinas me resultaba sospechosa.

-¿Sospechosa? ¿Qué quiere decir con sospechosa?

-Sospechosa. Creo que quiero decir sospechosa. A veces me sucede.

Nunca entendí que nos importara tanto la posesión de 12.000 kilómetros cuadrados vacíos en el medio del mar cuando teníamos un millón de kilómetros iguales vacíos en el medio de la tierra, a los que nunca les hicimos ningún caso. Entonces me explicaron -muchas veces, me explicaron- que era un símbolo: que no podíamos permitir que una potencia colonial ocupara un territorio que nos correspondía por geografía y por historia. Por geografía parecía, por historia era raro: primero la pobló un francés, después la
compró el rey de España, después el gobierno protoargentino la usó como tierra de destierro y terminó por dársela a un comerciante alemán, Vernet, a cambio de una deuda. Entonces vinieron los ingleses y la ocuparon -no muy distinto de cómo Rosas y Roca ocuparon la Pampa y la Patagonia, sólo que no
tuvieron que matar a nadie. En ese punto te contestan con la legitimación del atropello más antiguo: el territorio ya había sido tomado por los españoles, así que nos corresponde, como todo lo que tomaron gracias a la bula del papa Alejandro Borgia. Y, de últimas, el recurso de la razón geográfica: sí, es cierto, pero las Malvinas están acá nomás, al lado nuestro. O sea: que la ocupación de territorios vale siempre y cuando sean vecinos, o algo así.

Pero menos entendía que nos insistieran en que esas islas lejanas eran nuestra deuda con la historia, en lugar de pensar que esa deuda era, por ejemplo, el tercer cordón del conurbano o las quebradas de la Puna o los bosques del Chaco -y sus millones de habitantes: las vidas de los argentinos son argentinas. Hasta que fui notando que el nacionalismo es un recurso que suele servir para que los habitantes de un país supongan que los culpables de sus desgracias son los habitantes de otro país y no los dueños del
propio: que los causantes de nuestros males, digamos, son los piratas ingleses, no los ricos y gobernantes argentinos -que, por eso, suelen usarlo en sus momentos de menos cariño popular, para calmar las aguas o, por lo menos, desviar las olas.

En estos días volvieron las Malvinas. Supongamos que siempre fueron, más que nada, un símbolo: la forma de decir no vamos a dejar que nos ocupen otros, que nadie nos mande -lo cual sonaba particularmente curioso, levemente vacuo en esos largos períodos en que nuestros gobiernos cumplían las órdenes de
Londres o de Washington sin dejar de agitar el eslogan. Pero, de todos modos, era un símbolo casi puro, sin ninguna utilidad concreta; ahora, de pronto, su carácter simbólico se completó -¿se complicó?- con uno fuertemente material: resulta que sirven para algo, que pueden ofrecer dinero so forma de petróleo. Es, quizás, un momento nuevo en la historia malvinera. Que llega cuando, a fuerza de repetir slogans como ése de que las Malvinas son argentinas, terminamos por conseguir algo muy parecido o lo
contrario: que la Argentina sea malvina; que se haya vuelto un territorio ajeno, lejano de sí mismo, una mera construcción simbólica que nos sirve para muy poquito. Ser argentino significaba algo cuando significaba que, por serlo, uno tenía derecho a todas esas cosas -una vida, salud, educación, comida-; si no es eso, no significa casi nada: una vez más, un símbolo vacío.


*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=39123





SUS HISTORIAS*




“los niños se esconden bajo la escalera

de caracol contando sus historias incontables”
Jorge Tellier









Ronda de niños

sobre patio de tierra

-anunciado aullido-

corren turbados

bajo la escalera de caracol



evocan historias antiguas

dioses lunas sacrificios

-símbolos incontables-



crujen los huesos las almas

espejismos de vidas

habitan en manos

encadenadas esperanzas



cuerpos se deshacen en polvo y sombra

nadie sabe de sus historias

solo yo

los espero

como tierra muda y fecunda



*de Alicia Balista musa1636@yahoo.com.ar











Noir*




*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO ¿Qué se puede hacer salvo leer novelas policiales? O mejor dicho: ¿por qué todo el mundo -en los cafés, en los aeropuertos, en el tren de alta velocidad, en el metro- sostiene entre sus manos, con los ojos bien abiertos y moviendo los labios como si rezaran, libros que chorrean sangre caliente en este invierno español tan frío? Se me ocurren varias teorías posibles y ninguna respuesta definitiva. Tal vez tenga que ver con que en los tiempos de grandes crisis económicas pensar en el crepúsculo del Imperio Británico, en la Gran Depresión made in USA de los años '20, en el Big Crack de ahora mismo es cuando más se descorchan venenos y se disparan armas para que florezca el cadáver en la biblioteca, flote boca abajo el cuerpo de un gangster en un muelle o una hacker punkie eleve al asesinato y la venganza escandinava a una de las bellas artes. Cuando estamos en problemas, buscamos soluciones, sí. Una cosa queda clara: los códices ancestrales, los niños brujos y los vampiros bien peinados van y vienen y pasan, pero el policial permanece.


DOS Porque, finalmente, el policial es novela histórica y fiel retrato social. Dime cómo matas y te diré cómo vives. Y de ahí ese perturbador y delicioso escalofrío que sentimos leyendo acerca de un tipo normal hasta ese día en que no aguanta más y decide hacer algo que, teóricamente, no estaba en el guión de su vida pero sin embargo... A eso se refiere Guillermo Saccomanno, autor de la apenas futurista y muy oscura El oficinista -ganadora del premio Seix Barral- cuando precisa: "Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco.
Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder... La tragedia del oficinista, cuyo destino parece responder a las leyes de Murphy, es decir, las leyes del capitalismo, puede ser la de cualquiera... Piensen nomás en qué ocurriría si pierden el trabajo. ¿De qué abyecciones seríamos capaces, escritores y lectores, con tal de que el poder no pise nuestros dedos agarrados a la cornisa..? Y, sí, en esta España de final de fiesta todos leen novela negra porque en ella hay tanta gente como uno: unos quieren entrar como sea en el reparto, mientras otros sólo quieren salirse con la suya.


TRES Gente como Eric Cash, protagonista de La vida fácil, la nueva novela de Richard Price, maestro absoluto del thriller. Habitante del trendie y cool Lower East Side, Cash es un neoyorquino de treinta y cinco años. Un bohemio profesional que sueña con firmar una obra maestra o ganar un Oscar o lo que
sea -lo que sea con tal de dejar ese restaurante donde sirve a otros en lugar de ser servido- mientras comienza a oír las ominosas campanadas del reloj biológico masculino. Ese que marca los días, horas y minutos que faltan para alcanzar el momento de saber -y de que todos sepan- que ya no eres una futura promesa sino, apenas, alguien que no cumplió esa promesa. Y que empieza la vida difícil. Una noche, Cash es testigo del asesinato de su amigo Ike. Y, al ser interrogado, Cash se contradice en algunos puntos
clave. Lo que sigue es la paciente investigación del oficial de policía Matty Clark. Y, de pronto, los medios deciden que ese homicidio es simbólico de "algo" y, ay, Cash descubre que es famoso, sí; pero por todas las razones incorrectas.
Acompaño a Price por Madrid y Barcelona para conversar en público sobre el narrar en imágenes. Price, se sabe, es guionista top además de responsable de los diálogos en varios episodios de la que acaso sea la mejor serie televisiva de los últimos años o de todos los tiempos: The Wire. Saga de aliento tolstoiano, crónica de la decadencia y corrupción de Baltimore y cinco temporadas que atentan contra todo lo establecido en lo que hace al tempo catódico, fracaso económico y de audiencia para la HBO (para Price la explicación para esto pasa porque la serie no tenía un héroe individual sino un coral). Sin embargo, The Wire es un culto creciente gracias al DVD. Price es gracioso y cínico y -frente a un auditorio colmado- no tiene problemas en calificar a los demás a la velocidad del zapping. Así, Sex and the City, The Tudors y True Blood son "para chicas", Mad Men flirtea "con la nostalgia por algo que nunca existió", Dexter "tiene su gracia", Deadwood "vale la pena por el malo" y Lost "es lo más estúpido jamás hecho; aunque el pobre gordo me cae bien". Pero no: para Price no hay revolución o edad dorada o Gran
Novela Americana en el aire. Hay más y mejor trabajo; pero él es guionista para poder ser novelista. "¿Y cuál de esas partes es Dr. Jekyll y cuál es Mr. Hyde?", le pregunto. "Ninguna. Uno siempre es y siempre será completamente Frankenstein", me responde.


CUATRO James Ellroy, en cambio, es el hombre lobo. Ellroy no ve televisión ni lee los diarios ni tiene móvil. En un taxi que le queda chico -Ellroy es enorme- le pregunto si hay algo de lo que no quiere que hablemos, en un rato, en el anfiteatro de la Biblioteca Jaume Fuster. Ellroy muestra los dientes: "No me interesa ni la jodida realidad, ni la jodida actualidad, ni el jodido Barack Obama. Hablemos de mí". Minutos más tarde, Ellroy sube al escenario, se arranca de la cabeza los audífonos para la traducción
simultánea, los arroja al suelo, abre por la primera página un ejemplar del flamante Sangre vagabunda (conclusión de su monumental Trilogía USA Underworld) y comienza a leer a los gritos, como un predicador en llamas, acariciándose rítmicamente su entrepierna, aullando como un perro demoníaco.
Los asistentes no pueden creer lo que están viendo. Yo tampoco. "Estoy aquí para decirles que todo es verdad y que no es en absoluto como piensan", ladra Ellroy quien, enseguida, contará cómo en su juventud mató a un doberman con sus propias manos y se metía en cuartos de señoritas para abrir los cajones y olisquear su ropa interior y luego explicar por qué Chandler le parece "un sentimentaloide sobrevalorado". Ellroy -quien no duda en considerarse "el mejor escritor vivo"- sólo se rinde ante la figura de Beethoven y los cuerpos de las mujeres que, en los últimos años, le regalaron una crisis nerviosa. Escribió sobre todo eso en The Hilliker Curse -memoir que saldrá en el 2011-, pero, sonríe, "ahora soy un feliz hijo de puta".


CINCO Días antes, voy a comer con Don Winslow, autor de El poder del perro, de paso por la ciudad como invitado del festival BCNegra. Mientras disfrutamos de un perfecto arroz negro, seguro, alguien pierde la cabeza en Ciudad Juárez. Es decir: se la cortan. Nadie sabe cómo va a terminar todo eso -Winslow apuesta por la legalización de todo y a ver qué pasa-, pero en su novela queda muy claro la manera en que empezó todo. Le pregunto cómo se le ocurrió ese terrible capítulo en el que unos niños mexicanos son arrojados desde un puente. Winslow me responde: "No se me ocurrió: ocurrió".
En la mesa de al lado, un oficinista en la hora de su almuerzo lee el último thriller de éxito, tal vez buscando consuelo en un género en el que las cosas y los casos, para bien o para mal, se resuelven. Lo que -atención, advertencia- no siempre significa que ganen los buenos y los malos reciban su justo castigo.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-140810-2010-02-23.html








LA SALVAJE*



*Marcel Schwob
-Fragmento-



El padre de Bûchette* la llevaba al bosque desde que despuntaba el día, y ella permanecía sentada allí cerca, mientras él derribaba árboles. Bûchette veía el hacha hundirse y hacer volar primero finas virutas de corteza; con frecuencia los musgos grises venían a reptar sobre su rostro. ¡Cuidado!,
gritaba el padre de Bûchette, cuando el árbol se inclinaba con un crujido que parecía subterráneo. Ella se quedaba un poco triste ante el monstruo echado en el claro, con sus ramas machucadas y sus ramitas quebradas. Al caer la noche, un círculo rojizo de cúmulos de carbón se encendía en la sombra. Bûchette sabía a qué hora había que abrir la canasta de junco para tender a su padre el cántaro de gres y el trozo de pan moreno. Él se recostaba en medio de las ramitas reventadas para masticar con parsimonia.
Bûchette tomaría la sopa al regresar. Corría alrededor de los árboles marcados, y si su padre no la miraba, se ocultaba para hacer: ¡Hu!
Había allí una caverna negra a la que llamaban Santa María Boca de Lobo, llena de zarzas y reverberante de ecos. Alzada en puntas de pie, Bûchette la examinaba de lejos. Una mañana de otoño, aún ardiendo de aurora las cimas descoloridas de la floresta, Bûchette vio estremecerse una cosa verde
delante de la Boca de Lobo. Esa cosa tenía brazos y piernas, y la cabeza parecía la de una niña de la misma edad de Bûchette. Al principio Bûchette tuvo miedo de acercarse. Ni siquiera se atrevía a llamar a su padre. Pensaba que aquella era una de las personas que respondían en la Boca de Lobo cuando allí se hablaba fuerte. Cerró los ojos, temiendo moverse y atraer algún ataque siniestro. Inclinando la cabeza, oyó un sollozo que venía de por allí. Aquella extraña niña verde lloraba. Entonces Bûchette volvió a abrir los ojos, y tuvo pena. Pues veía la cara verde, dulce y triste, bañada en lágrimas, y dos pequeñas manos verdes se apretaban sobre la garganta de la niña extraordinaria.
"Quizá se cayó en unas hojas malas que destiñen", se dijo Bûchette.
Y, arrojada, atravesó helechos erizados de agujas y de zarcillos, hasta tocar casi el singular semblante. Unos bracitos verdosos se alargaron hacia Bûchette, en medio de las zarzas marchitas.
"Es parecida a mí", se dijo Bûchette, "pero tiene un color curioso".
La criatura verde llorosa estaba semivestida con una suerte de túnica hecha de hojas cosidas. Era realmente una niña, que tenía la tez de una planta salvaje. Bûchette imaginó que sus pies estaban arraigados en la tierra. Pero los movía muy ágilmente. Bûchette le acarició los cabellos y la tomó de la
mano. Ella se dejó llevar, siempre llorosa. Parecía no saber hablar.
-¡Oh, Dios mío, una diabla verde! -gritó el padre cuando la vio venir.
-¿De dónde vienes, pequeña?, ¿por qué eres verde? ¿No sabes responder?
No se podía saber si la niña verde había entendido. "Tal vez tiene hambre", dijo él. Le ofreció el pan y el cántaro. Ella le daba vueltas al pan entre sus manos y lo arrojó al suelo; sacudió el cántaro para escuchar el sonido del vino.
Bûchette suplicó a su padre que no dejase a esa pobre criatura en la floresta, durante la noche. Los cúmulos de carbón brillaron uno a uno en el crepúsculo, y la niña verde miraba los fuegos, temblando. Cuando entró en la pequeña casa, retrocedió ante la lámpara. No pudo acostumbrarse a las llamas, y daba un grito cada vez que se encendía el candil.
Al verla, la madre de Bûchette hizo la señal de la cruz. "Dios me ayude, dijo, si es que es un demonio; pero seguro que una cristiana no es."
Esta niña verde no quiso tocar ni el pan, ni la sal, ni el vino, de donde se evidenciaba que no podía haber sido bautizada, ni presentada a la comunión.
El cura fue advertido, y atravesó el umbral en el momento en que Bûchette ofrecía a la criatura unas habas con vaina.
Pareció muy alegre, y de inmediato se puso a partir el tallo con sus uñas, creyendo encontrar habas en su interior. Decepcionada, volvió a llorar hasta que Bûchette le abrió una vaina. Entonces mordisqueó las habas mirando al sacerdote.
Aunque hicieron venir al maestro de escuela, no se le pudo hacer entender una palabra humana, ni pronunciar un sonido articulado. Lloraba, reía, o daba gritos.
El cura la examinó muy cuidadosamente, pero no consiguió descubrir en su cuerpo ninguna marca del demonio. El domingo siguiente, se la condujo a la iglesia, en la que no manifestó ningún signo de inquietud, salvo que gimió cuando se la mojó con agua bendita. Pero no retrocedió ante la imagen de la cruz y, al pasar sus manos sobre las santas llagas y las desgarraduras de las espinas, pareció afligida.
A la gente de la aldea se le despertó una gran curiosidad; a algunos temor; y a pesar de la opinión del cura, se habló de ella como la "diabla verde".
Sólo se nutría de semillas y de frutos, y cada vez que se le presentaban las espigas o las ramas, ella partía el tallo o la madera, y lloraba de contrariedad. Bûchette no consiguió enseñarle dónde había que buscar las semillas de trigo o las cerezas, y sudecepción era siempre la misma.
Por imitación, muy pronto pudo acarrear madera y agua, barrer, secar y hasta coser, por más que manipulaba la tela con una cierta repulsión. Pero no se resignó jamás a hacer fuego, ni siquiera a aproximarse al hogar.
Mientras tanto Bûchette crecía, y sus padres quisieron ponerla a trabajar.
Tuvo gran pena, y por la noche, debajo de las sábanas, sollozaba suavemente.
La niña verde observaba compasivamente a su pequeña amiga. Miraba fijamente a Bûchette, por la mañana, y sus propios ojos se llenaban de lágrimas. Luego por la noche, cuando Bûchette lloraba, sentía una mano suave que le acariciaba los cabellos, una boca fresca sobre su mejilla.
Se acercaba el plazo en que Bûchette debía entrar bajo servicio. Sollozaba ahora, casi tan penosa como la criatura verde el día que se la había encontrado delante de la Boca de Lobo.
Y la última noche, cuando el padre y la madre de Bûchette se durmieron, la niña verde acarició los cabellos de la llorona y le tomó la mano. Abrió la puerta, y alargó el brazo hacia la noche. Del mismo modo que antes Bûchette la había conducido hacia las casas de los hombres, la llevó de la mano hacia
la libertad desconocida.


*En francés, bûchette significa "astilla" (N. del T.).

-Fragmento de El libro de Monelle, de Marcel Schwob.

-Enviado para compartir por Sergio Borao Llop. sbllop@aragoneria.com





*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de febrero del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la compositora argentina Adriana Figueroa. Las poesías que leeremos pertenecen a Virginia de Moyano (Bolivia) y la música de fondo será de Yawar Inka (Andes). ¡Les
deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
(Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067




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