miércoles, febrero 03, 2010

Y NO SÉ QUIÉN SE VA Y QUIÉN SE QUEDA...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)




EL TAJO*

“Todo a horario
Menos tus ojos
Apresurando el rocío...”
JULIO CARABELLI



Ha llegado la hora. Han partido. Se han ido.
Los briosos soles y las lunas mansas.
Los rumores. Transitorios. Secretos.
Queda un silencio de aurora. Congelado.
Hebras de pelo rojo. Un grito soterrado.
Queda también el tajo. El tajo. Irreversible tajo.
En la cabeza, en el pubis, en el bolsillo izquierdo.
La manzana ha caído. Tan púdica, tan casta.
Una tregua en tristes lupanares.
Y la voz que me llama y el tajo que me tensa.
Una gaviota muerta.
Una grúa. Un corazón de ciervo
Un tajo que me besa las manos y las sierpes.
Que me marca la frente.
Se desliza en cornisas disfrazadas.
Como un gato, un lagarto, una telaraña.
Un tajo en la curva de tu espalda.
Desde el vientre de espectros otoñales.
Puerta cerrada, sin llave, sin ganzúa.
Un tajo ente Escila y Caribdis.
Entre layo y Edipo.
Entre Edipo y Yocasta.
Entre el hambre y el hambre.
En la sed que comienza cuándo termina el agua.
En tu voz, ronca, de encender la noche.
Un tajo, flecha infiel. En la lengua.
Lengua extranjera, zumo cálido.
Tierra abierta. A destajo.
Un tajo. Mortal. En el mortal poema.
Un tajo. Solo un tajo.


*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
-San Luis- Argentina.












Y NO SÉ QUIÉN SE VA Y QUIÉN SE QUEDA...













El vecino*





Así que escritor, y de los buenos, a juzgar por la novela que encontré en la librería de usados. Un ogro que no se deja abordar pese a que somos vecinos.



Firpo, el vigilador, me puso al tanto de las costumbres del viejo. Sale a diario con el perro, a la mañana y a la tarde. La mucama se encarga de los mandados y, cuando se va, saca la bolsa de residuos a la vereda, todas las noches, menos los sábados.



Este buen señor debe tener algo con que entretenerse, demasiado tiempo adentro. Es probable que siga escribiendo, seguro, por eso es un ogro.



La clave está en la basura, pero, ¿cómo hago para distraer a Firpo?



-Firpo, ¿un vino? Venga pase, dese un gusto yo le cuido la cuadra.



Puntapié y adentro la primera ¡puafff! ¡qué asco! restos de comida, cáscaras de frutas, yerba usada, saquitos de té, botellas descartables y … papeles. ¡No, si soy Gardel! Menos mal que tiene buena letra… Lástima que la agarré empezada.



Quince días, un mes, dos. Todas las noches al pie del cañón. Los sábados no, me tomo franco. Seis, ocho, diez meses, un año… Paciencia que ya falta poco.



Llamada a esta hora ¿quién será?, temprano para marketing telefónico. – ¿Siii? Si. ¿Qué? Que se murió… No, no puede ser, si no terminó la novela. No, digo, que se le terminó la novela. ¿Un infarto? Y parecía tan sano. Si, se cuidaba, comía mucha fruta, la carne bien desgrasada. ¿Tiene parientes? Una hija que viaja, no la ví nunca. Entonces, no va a haber velorio. Y, a mi me gustan, no digo que duren tres días como en Irlanda, pero unas horas… Se charla, se conoce gente. Que se le va´cer, no somos nada. A propósito, Firpo ¿no sabe si la mucama va a sacar la basura esta noche? ¿cómo porqué? ella y el perro comen, ¿no? Si, ya sé, hoy es sábado y los recolectores no pasan. Lo que es la vida, ¡bah! lo que es la muerte.



Delia me contó que su patrón se ponía a escribir ni bien se levantaba, que casi no corregía y por la tarde leía y releía lo escrito, por gusto nomás o para aprendérselo de memoria y antes de sacar a pasear al perro, tiraba las hojas en el cesto que ella misma se encargaba de vaciar. Si lo sabré, por las hojas, digo. En las bolsas de los domingos encontraba el doble de papeles y los lunes tenía el doble de trabajo. Pero a quién le importa, como a nadie puede importarle lo que voy a hacer ni bien tenga elaborado un buen remate. No como los finales de Kafka que no dicen nada.



¡Al diablo! con los escritores, los linotipistas, los editores. ¡Al diablo! con el gremio en pleno y con la literatura también. Devolverme la novela a mí, estudiante avanzado de Letras con un brillante futuro, probablemente becado en el extranjero. Y lo ridículo de la explicación en la absurda notita.







Señor Tomás Ligero

De mi mayor consideración:



Atento a la novela que nos enviara, destaco el argumento que ha sido tramado con suma habilidad. La pluma se luce, especialmente a partir del segundo capítulo y líneas antes del desenlace. Entiendo que la obra es valiosa y lo sería aún más, si se animara a repensar una nueva apertura y un cierre acorde al desarrollo armonioso del texto.



A la espera de su resolución, saludo a usted muy respetuosamente.





Firmado

por Editorial “El Buen Libro”

Lic. Máximo Malaespina

Gerente Comercial







*de Ana Maria Diaz Velo. anadiazvelo@hotmail.com















LA VIEJA CASA*





La casa vieja se derrumba tras las horas,
Nadie acude a pernoctar en sus paredes.
Se ve triste, vacía,
Sin juegos, sin abuelos, sin historias contadas a su vera.
Han tirado a la basura sus escombros,
Mas su sombra permanece, pedestal de la inocencia.

En la calle, el aroma a eucalipto
Trae el canto alouette, alouette,
Al ritmo incansable de la comba.
Nadie sabe del espectro,
Que vaga extraviado por sus suelos, tras sus puertas.





*de Marié Rojas.









FUE ASÍ



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



Si uno piensa en aquel tiempo, puede suponer que lo esté inventando, que en la realidad nunca ha existido.
La vida en realidad es la que le da premura al tiempo, no al revés.
Entonces no podemos decir hoy que el tiempo corre, los que corremos somos nosotros.
Porque si uno dice que aquel tiempo era un tiempo lento, en realidad quiere decir que nosotros nos tomábamos todo el tiempo del mundo para admirar aquel crepúsculo, para ver pasar los trenes o atisbar el vuelo circular de las bandadas de golondrinas que sí, que en verdad saben muy bien qué cosa es el Otoño de una vez y para siempre.
En aquel tiempo era todo aleatorio: los días exactamente iguales, la invasión de mariposas en verano y el temporal de los inviernos, las heladas que partían las manos y llenaban de sabañones las orejas, el ajetreo lejano de los mayores en ese mundo que admirábamos pero al cual no podíamos entrar.
Lo único importante, lo único que contaba en aquel tiempo para nosotros de manera excluyente era el fútbol. Estaba en todas nuestras conversaciones, se instalaba entre los cuadernos de letras desparejas con algún manchón de tinta, en las discusiones de los recreos, en el juego de los varones en esos mismos recreos –inolvidables partidos de diez minutos grado contra grado –que testimonian aún esos plátanos centenarios y los fresnos y las moreras añosos que no se resignan a morir.
Todavía recuerdo con unción y ansiedad el ruido que producía la pelota de cuero al rebotar contra el suelo que me llegaba desde la cancha del glorioso Huracán distante apenas dos cuadras de mi casa o tres, pero cuyo trámite eludía saltando tres alambrados contando desde el fondo de mi casa y estaba en tres minutos allí.
Recuerdo que sólo era escuchar el rebote contra el piso y querer salir corriendo, el problema era si estaba castigado por alguna travesura y debía seguir allí en la torturante tarde que se extendía en mi agonía sucumbiendo ante el rebote del balón.
Pero si estaba todo en orden yo me bebía los vientos, saltaba los alambrados y los tejidos y me plantaba allí donde estaban los primeros peloteando contra el arco que cuidaban dos voluntariosos.
Todo esto hasta que llegaran los rezagados con los cuales armáramos un picadito que podía durar hasta la noche y que iba engrosando en participantes, tratando de equilibrar los equipos ya que todos sabíamos cómo jugaba cada cual.
Casi al atardecer, cuando ya llevábamos 5 ó 6 horas jugando, es posible que alguno de los grandes que jugaban en primera división se arrimaran a pelotear con nosotros. Se calzaban unos botines inmensos, que nosotros admirábamos y que secretamente aspirábamos a calzar, como esas camisetas que salían descoloridas y recién lavadas de los bolsos abiertos a la gramilla, esos pantaloncitos blancos que sus madres o esposas dejaban más blancos con algún jabón especial o con el infaltable “azul” que se ponía a toda ropa de “color sufrido”, como decía mi vieja.
Nosotros no pasábamos sino de unas bigotudas alpargatas o en su defecto y para mejor, unas viejas zapatillas de lona con suela de goma, marca “Pampero” o también como muchos, a puro pie descalzo que no era óbice para patear la de cuero que nos prestaba el canchero del Club. Siempre admiré a esos pibes que pateaban descalzos, yo nunca pude. Maestros para ello eran Juancito Giuliano y Pichón Quintana, entre los que recuerdo hoy.
Esperábamos con total ansiedad el domingo si se jugaba en nuestra cancha y nos íbamos corriendo con el último bocado de tallarines y una naranja que comeríamos en la cancha, y si el equipo jugaba de visitante había que comer apurado ya que teníamos que concentrarnos temprano en la puerta del Club y nunca faltaba un comedido que pusiera un camión a disposición de la hinchada.
Y allí iríamos, atravesando campos sembrados, lotes con vacas pastando bajo el sol, cabizbajas y los cerdos que se peleaban disputándose la comida, multitud de pájaros que cruzaban con nosotros que íbamos con las banderas, los cantos y las ilusiones que como todo el mundo sabe es lo último en perderse.
Al regreso, en la sede del Club esperaban los remisos que habían preferido la comodidad de la siesta o las carambolas de la mesa de billar o el truco bien verseado. Habían, por lo tanto, no participado de la angustia de una derrota, pero tampoco la miel de un triunfo o las alternativas del juego maravilloso que pudo haber producido el querido “Balazo” Renzi, o alguna hazaña para comentar del que hubiera sido partícipe el famoso arquero Toti Sciarini.
Allí nos sentábamos, comentando para todos sin temor a repetir el relato, que se iba enriqueciendo a cada rato, de tanto recontarlo, mientras picábamos aceitunas con un palillo de madera, entre Cinzano y Cinzano, haciendo tiempo para ir a cenar, si es que teníamos la edad propicia y si éramos muy niños el trámite se cerraba con una “Bidú cola”, remedo que suplantaba a la Coca cola en esos años remotos.
Para luego volver y ahora sí, más calmos tal vez, dar una versión objetiva del partido.
Bueno, si eso es posible en un hincha de fútbol, convengamos.







La casa de los aduaneros*



Tú no recuerdas la casa de los aduaneros
sobre el barranco profundo de la escollera:
desolada te espera desde la noche
en que entró allí el enjambre de tus pensamientos
y se detuvo inquieto.


El sudeste azota hace años los viejos muros
y el sonido de tu risa ya no es alegre:
la brújula gira enloquecida a la aventura
y el cálculo de los dados ya no vuelve.
Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna
tu memoria; un hilo se devana.


Aún tengo un extremo; pero se aleja
la casa y sobre el techo la veleta
tiznada gira sin piedad.
Tengo un extremo; pero tú estás sola,
no respiras aquí en la oscuridad.


¡Oh el horizonte en fuga, donde se enciende
rara la luz del petrolero!
¿Está aquí el paso? (la marejada insiste
aún sobre el barranco que se derrumba...)
Tú no recuerdas la casa de esta
noche mía. Y no sé quién se va y quién se queda.



*de Eugenio Montale
-Versión de Lorenzo Peirano.
-Enviado para compartir por Verónica Capellino. veroaleph@hotmail.com








NO SERÉ YO*


No seré yo el que comente con la noche que un día te di mi corazón en parte de pago por aquellas caricias que de antemano sabía que no eran para mí.

¡Nadie sabrá cuánto te amé!

Quizá el silencio de una esquina me despierte a la madrugada con tu rostro bajo aquel farol que fue el testigo de este amor sólo mío, que se conformaba con las migajas que me dejabas caer.

Vos, ¡siempre lo supiste! , pero también siempre usaste a mi amor para enamorarme más.

Y así fui hipotecando sueños y caricias. El interés que me cobrabas era muy alto, y mi corazón nunca llegaba a cancelarlo.

Los días pasaban, mi amor crecía, y mis manos vacías acariciaban tu alma y tu corazón, pero no obtenían respuesta.

¡Ni siquiera vos entendiste cuánto te amé!

Detrás de esa indiferencia que trataba de demostrar estaba este amor mordiéndome las entrañas, arañándome los sentidos, y esta mente soñando con besarte, poseerte, hacerte mía queriendo recorrer cada centímetro de tu cuerpo con estos dedos ansiosos de vos, de tu piel, de tu perfume.

¡Mas no lo querías ver!, nada te importaba, sólo sentirte querida y adulada por mí o por quien fuera, lo importante era alimentar a tu ego sin darle a los sentimientos los valores que tienen.

Pero como te dije al principio… no será yo el que comente con la noche que te di mi corazón y vos, altiva, irónica e indiferente, todo lo embargaste para guardártelo como tuyo sin importante que yo muriera el día en que me lo sacaste, porque con él te llevaste mi amor, mi alma, mis ilusiones y mi fe.



*de Zaidena. zaidena@hotmail.com

- Elortondo- Dep. General. López. Pcia. de SANTA FE- ARGENTINA








Luvina*



*Juan Rulfo (1918-1986)

de El llano en llamas (1953)


De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo de que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
"...Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.
"Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted."
El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia afuera.
Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.
Los comejenes entraban y rebotaban contra la lámpara de petróleo, cayendo al suelo con las alas chamuscadas.
Y afuera seguía avanzando la noche.
!Oye, Camilo, mándanos otras dos cervezas más! -volvió a decir el hombre. Después añadió: Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto,coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto... Los gritos de los niños se acercaron hasta meterse dentro de la tienda. Eso hizo que el hombre se levantara, y fuera hacia la puerta y les dijera: "!Váyanse más lejos! !No interrumpan! Sigan jugando, pero sin armar alboroto."
Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo:
-Pues sí, como le estaba diciendo. Allá llueve poco. A mediados de año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran en el filo de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y no regresan sino al año siguiente, y a veces se da el caso de que no regresen en varios años.
"...Sí llueve poco. Tampoco o casi nada, tanto que la tierra, además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa cosa que allí llama 'pasojos de agua', que no son sino terrones endurecidos c omo piedras filosas que se clavan en los pies de uno al caminar, como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas. Como si así fuera."
Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo:
-Por cualquier lado que se le mire. Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta que se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como un gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.
"Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver cuando había luna en Luvina,fue la imagen del desconsuelo...siempre.
"Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O tal vez no le guste así tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; que agarra un sabor como a meados de burro. Aquí uno se acostumbra. A fe que allá ni siquiera esto se consigue. Cuando vaya a Luvina la extrañará. Allí no podrá probar sino un mezcal que ellos hacen con una yerba llamada hojasé, y que a los primeros tragos estará usted dando de volteretas como si lo chacamotearan. Mejor tómese su cerveza. Yo sé lo que le digo."
Allá afuera seguía oyéndose el batallar del río. El rumor del aire. Los niños jugando. Parecía ser aún temprano, en la noche.
El hombre se había ido a asomar una vez más a la puerta y había vuelto.
Ahora venía diciendo: Resulta fácil ver las cosas desde aquí, meramente traídas por el recuerdo, donde no tienen parecido ninguno. Pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé, tratándose de Luvina. Allá viví. Allá deje la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá... Está bien. Me parece recordar el principio. Me pongo en su lugar y pienso... Mire usted, cuando yo llegué por primera vez a Luvina... ¿Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mi me sirve de mucho. Me alivia.
Siento como si me enjuagara la cabeza con aceite alcanforado...Bueno, le contaba que cuando llegué por primera vez a Luvina, el arriero que nos llevó no quiso dejar siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta:
"-Yo me vuelvo- nos dijo.
"-Espera, No vas a dejar sestear a tus animales? Están muy aporreados.
"-Aquí se fregarían más- nos dijo- mejor me vuelvo.
"Y se fue dejándose caer por la Cuesta de la Piedra Cruda, espoleando sus caballos como si se alejara de algún lugar endemoniado.
"Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en la mitad de la plaza, con todos nuestros ajuares en nuestros brazos. En aquel lugar en donde sólo se oía el viento...
"Una plaza sola, sin una sola yerba para detener el aire. Allí nos quedamos.
"Entonces yo le pregunté a mi mujer:
-¿En qué país estamos, Agripina?
Y ella se alzó de hombros
"-Bueno. Si no te importa, ve a buscar a dónde comer y dónde pasar la noche. Aquí te aguardamos -le dije.
"Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.
"Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia: sentada mero en medio de aquella iglesia solitaria, con el niño dormido entre sus piernas.
"-¿Qué haces aquí Agripina?
"-Entré a rezar- nos dijo.
"-¿Para qué?- Le pregunté yo.
"Y ella se alzó de hombros.
"Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como un cedazo.
"-¿Dónde está la fonda?
"-No hay ninguna fonda.
"-¿Y el mesón?
"-No hay ningun mesón
"-Viste a alguien? ¿Vive alguien aquí? -le pregunté.
"-Sí, allí enfrente... unas mujeres... Las sigo viendo. Mira, allí tras las rendijas de esa puerta veo brillar los ojos que nos miran...Han estado asomándose para acá... Míralas. Veo las bolas brillantes de su ojos...
Pero no tienen qué darnos de comer. Me dijeron sin sacar la cabeza que en este pueblo no había de comer... Entonces entré aquí a rezar, a pedirle a Dios por nosotros.
"¿Porqué no regresaste allí? Te estuvimos esperando.
"-Entré aquí a rezar. No he terminado todavía.
"-¿Qué país éste, Agripina?
" Y ella volvió a alzarse de hombros.
"Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo pasar encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir de los huecos socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis: unas
cruces grandes y duras hechas con palo de mezquite que colgaban de las paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con alambres que rechinaban a cada sacudida del viento como si fuera un rechinar de dientes.
"Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mi mujer, tratando de retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué hacer.
"Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer ahí a mi lado:
"-¿Qué es? -me dijo.
"-¿Qué es qué?- le pregunté.
"-Eso, el ruido ese.
"-Es el silencio. Duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.
"Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche.
"-¿Qué quieren?- les pregunté- ¿Qué buscan a estas horas?
" Una de ellas respondió:
"-Vamos por agua.
"Las vi paradas frente a mí, mirándome. Luego como si fueran sombras, echaron a caminar calle abajo con sus negros cántaros.
" No, no se me olvidará jamás esa primera noche que pasé en Luvina.
"...¿No cree que esto se merece otro trago? Aunque sea nomás para que se me quite el mal sabor del recuerdo."
-Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad?...La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad... Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza.
"Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señor... Estar sentado en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo, como si viviera siempre en la eternidad. Esto hacen allí los viejos.
"Porque en Luvina sólo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien dice... Y mujeres sin fuerzas, casi trabadas de tan flacas. Los niños que han nacido allí se han ido... Apenas les clarea el alba y ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho del pecho de la madre al azadón y desaparecen de Luvina. Así es allí la cosa.
"Sólo quedan los puros viejos y las mujeres solas, o con un marido que anda donde sólo Dios sabe dónde... Vienen de vez en cuando como las tormentas de que les hablaba; se oye un murmullo en todo el pueblo cuando regresan y uno como gruñido cuando se van... Dejan el costal de bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie vuelve a saber de ellos hasta el año siguiente, y a veces nunca... Es la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo. Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quién sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley...
"Mientras tanto, los viejos aguardan por ellos por el día de la muerte, sentados en sus puertas, con los brazos caídos, movidos sólo por esa gracia que es la gratitud del hijo... Solos, en aquella soledad de Luvina.
"Un día traté de convencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena. '!Vámonos de aquí! -les dije-. No faltará modo de acomodarnos en alguna parte. El gobierno nos ayudará.'
"Ellos me oyeron, sin parpadear, mirándome desde el fondo de sus ojos, de los que sólo se asomaba una lucecita allá muy adentro.
-¿"Dices que el gobierno nos ayudará, profesor?
¿Tú no conoces al gobierno?
"Les dije que sí.
-"También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre de gobierno.
"Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron los dientes molenques y me dijeron que no, que el gobierno no tenía madre.
"Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de los muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en más no saben si existe.
"Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad -me dijeron-. Pero si nosotros nos vamos, Quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos.
"Y allá siguen. Usted los verá ahora que vaya, Mascando bagazos de mezquite seco y tragándose su propia saliva. Los mirará pasar como sombras, repegados al muro de las casas. casi arrastrados por el viento.
-¿"No oyen ese viento?- Les acabé por decir-. Él acabará con ustedes.
"Dura lo que debe de durar. Es el mandato de Dios me contestaron. Malo cuando deja de hacer aire. Cuando eso sucede, el sol se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo. El aire hace que el sol se esté allá arriba. Así es mejor.
"Ya no volví a decir nada. Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar.
..."Pero mire las maromas que da el mundo. Usted va para allá ahora, dentro de pocas horas. Tal vez ya se cumplieron quince años que me dijeron a mí lo mismo: 'Usted va a ir a San Juan Luvina.' En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas..Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plata encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo...
"San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo..
"¿Qué opina usted si le pedimos a este señor que nos matice unos mezcalitos? Con la cerveza se levanta uno a cada rato y eso interrumpe mucho la plática. !Oye , Camilo, mándanos ahora unos mezcales!
"Pues sí, como le estaba yo diciendo..."
Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos.
Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.
El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido.


-Enviado para compartir por Sergio Borao Llop sergiobllop@yahoo.es









JOSEFINA*

Dedicado a R.A.K



Pronto nacerá Josefina.
Su mamá y su papá besarán el rostro angelical de la niña.
Su llanto irrumpirá en la habitación como cadenas que se desarman,
como una luz que estalla en medio del vacío.
Ella no entenderá, pero sus padres sí.
Volverán a su casa
y esos baches de silencios que ardían en las noches ya no existirán,
ni esa angustia que los asaltaba en la madrugada,
ni esas puertas que solían cerrarse fuertemente,
dividiendo los espacios.
Ahora esas puertas van a abrirse despacito
para ver si Josefina duerme.
Él al volver del trabajo ya no sentirá ese vacío
de no aguantar ni su sombra.
El ángel de la concepción sujeta su mano
y juega en el vientre materno,
ella sonríe y da sus primeras pataditas cómo queriendo salir.
Pronto llegará el día
y su llanto se apagará cansado al llegar la noche.
Sus padres se mirarán y se abrazarán fuertemente
ocultando las lágrimas de felicidad.
El hogar arderá entre las sombras.
Alguien más respira en la casa.


*de Melisa Ferraris. flordeloto1980@hotmail.com




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