viernes, junio 11, 2010
CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO...
*Ilustración de Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.
*
Pobres hubo siempre
y esto es así debido a que
fundamentalmente
hijos de mil putas
también.
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO...
LA VERDAD ESTÁ...*
Cuando tenía siete años pasó por su pueblo un circo de poca monta. Desde entonces, se sembró en él la semilla de hacer el amor a una contorsionista coreana; tan fuerte fue la impresión que le causó aquella mujer con agilidad de serpiente. En la adolescencia ya no pedía tanto, se conformaba con que fuera coreana, aunque no fuera “precisamente” contorsionista. Llegó la juventud y sus aspiraciones habían bajado a una mujer de rasgos asiáticos, con tal que supiera moverse un poco y rellenar sus fantasías.
A los treinta, por fin, encontró al amor de su vida. “Si se fijan bien, tiene algo achinados los ojos, no se le nota porque no se quita nunca los espejuelos”, decía a los amigos conocedores de su larga historia en pos de aquel ideal. Nadie vio jamás ni un airecillo del lejano oriente en su esposa; pero la verdad está en el ojo del espectador.
Y él se veía muy feliz.
*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
NOSOTROS, LOS INTOLERANTES*
Crónicas del Hombre Alto (n° 62)
El lugar donde nacemos y crecemos, la composición de nuestra familia, el tipo de educación que recibimos, nuestra pertenencia a un grupo social, nuestra adhesión o no a una religión, los contratiempos que atravesamos a lo largo de la vida y hasta el equipo de fútbol del que nos hacemos hinchas van moldeando en cada uno de nosotros una singular manera de ver el mundo e interpretar la realidad. Tan complejas y diversas son las combinaciones de estos factores, que bien puede decirse que hay tantas miradas posibles sobre el mundo como sujetos que lo miran. Sin embargo, paradójicamente, tendemos a comportarnos como si tamaña diversidad de perspectivas no existiera. Muy por el contrario, nos pasamos la mayor parte de nuestra vida encallados en la indiscutida creencia de que las cosas son tal como nosotros las vemos, sin cuestionar jamás esa mirada.
¿De dónde nace esta soberbia de pensar que la única manera válida de ver la realidad es la nuestra? Supongo que del miedo. El miedo inconsciente a que nuestra visión del mundo no resista una evidencia en contrario y entonces las certezas que tenemos se derrumben. El miedo a la duda esencial y a la inseguridad que ésta trae aparejada. El miedo a vivir a tientas, pisando sobre arenas movedizas. El miedo a la incomodidad de asumir que, en realidad, es muy poco lo que sabemos y entendemos.
Lo cierto es que de esta soberbia surge una dinámica perversa en nuestra relación con "el otro", es decir, con aquel que manifiesta poseer una visión del mundo que se contrapone a la nuestra. La irrupción del disenso nos irrita y, casi por instinto, buscamos cancelarlo. Para ser intolerante, al fin de cuentas, no se necesita transformarse en genocida, ni enrolarse en el Ku Kux Klan, ni actuar como barrabravas descontrolados. La intolerancia se cuela en nuestros pequeños actos cotidianos, mimetizada con la naturalidad de la costumbre. Menospreciamos esas otras miradas posibles, las descalificamos con indignacion. "¡Pero este tipo está loco!", "¡Qué manga de ignorantes!", "¡Es que los mata el resentimiento!", "¡Y qué querés si es un facho!". No importa cuál sea el rótulo al que apelemos, la cosa se resuelve siempre igual: los que opinan diferente a nosotros están equivocados. Hay en ellos, nuestros oponntes, una carencia, un defecto de origen que invalida su postura ante ese tema. Un vicio intrínseco distorsiona su mirada y deslegitima su interpretación de la realidad, impregnándola de una subjetividad enfermiza o malintencionada que la vuelve sospechosa y nos permite descartarla de plano. He aquí una segunda manifestación de soberbia, quizás más profunda que la anterior. Porque nada obsta a que nuestros oponentes sean, efectivamente, locos, ignorantes, resentidos o fachos, pero ¿de dónde sacamos que nuestra visión del mundo es inmaculada y no está distorsionada a su vez por nuestros propios prejuicios, limitaciones y mezquindades? A menos que podamos acreditar los beneficios de una improbable iluminación de origen divino, nuestra mirada sobre el mundo está tan teñida de subjetividad como la de cualquiera. Aun cuando creamos -y sea cierto- que estamos siendo lo más objetivos posible.
Las visiones diferentes a la nuestra deberían complementarnos, enriquecernos, ensanchar nuestro horizonte. En lugar de ello, las percibimos como una amenaza que debe ser neutralizada. No nos interesa analizar las razones que el otro tiene para sustentar su punto de vista. No sabemos de qué otro modo reaccionar ante la multiplicidad de versiones existentes sobre la realidad y entonces tratamos de imponer la nuestra. Movidos por un impulso de naturaleza colonialista, pretendemos transformar en verdad absoluta y universal algo que es apenas particular y relativo. Y como el resto del mundo es tan díscolo que no se digna a coincidir con nuestra versión, andamos por la vida despotricando contra los tarados que no se emocionan con una película que a nosotros nos parece conmovedora, contra los descerebrados que votan a un candidato que a nosotros nos resulta nefasto, o contra los imbéciles que se fanatizan con un cantante que nosotros tildamos de mediocre. Lo hacemos, claro, sin tener en cuenta que tal actitud nos involucra en un descomunal juego de espejos puesto que, ante los ojos de aquellos a quienes cuestionamos, los tarados, descerebrados e imbéciles somos nosotros, precisamente a causa de las elecciones éticas, estéticas o ideológicas que tanto nos enorgullecen.
Cuando el General Viola visitó Santa Fe en 1981 siendo presidente de facto, un periodista le preguntó si consideraba que en la Argentina estaban dadas las condiciones para el disenso. "Usted querrá decir para el consenso", lo corrigió Viola. "No, para el disenso", insistió el periodista. Viola se mostró perplejo, dijo que no entendía la pregunta y no contestó. La anécdota resulta muy ilustrativa para demostrar que en la estructura mental de los dictadores no hay espacio para la noción de disenso. Pero en la nuestra, supuestamente tan democrática, ¿sí lo hay? Día tras día, tomamos partido, apoyamos causas que sentimos valiosas y repudiamos otras que nos parecen deplorables. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar pacíficamente la coexistencia de miradas divergentes sobre determinados asuntos? Invocamos argumentos morales, políticos, filosóficos. religiososo o sentimentales para justificar nuestras apologías y rechazos, pero defenestramos los argumentos de idéntica naturaleza que esgrimen quienes no concuerdan con nosotros. Consideramos inteligentes a los que expresan una opinión similar a la nuestra y obtusos a quienes nos llevan la contra. Nos parece gracioso burlarnos de ciertas figuras públicas pero esas mismas chanzas aplicadas a figuras que admiramos y respetamos nos revuelven la sangre. Alzamos indignados nuestra voz de protesta cuando nos sentimos censurados pero no nos parece tan objetable que se acalle a aquellos que suelen decir cosas que no nos gusta escuchar. Condenamos la intolerancia cuando estamos incluidos entre sus víctimas pero nos cuesta reconocerla cuando somos nosotros los que la ejercemos. Medimos con distinta vara y no nos damos cuenta porque, con entera buena fe, creemos siempre tener la razón de nuestro lado.
Si esa buena fe no nos encegueciera de tal forma, podríamos percibir los motivos profundos que los otros tienen para pensar como piensan y actuar como actúan. Seguramente, no abandonaríamos por ello nuestras propias convicciones. Pero tal vez descubriríamos asombrados qué parecidas a nosotros son todas esas personas que ahora nos parecen tan distintas.
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
Carta de aurora*
A Nela Rio
La noche se hizo nada.
El corazón de Andrés silencia su descanso
al lado de Chopin. Sus dolores dormidos.
Sus sonámbulas notas.
Sus huesos ya sin frío mis palabras abrigan.
Mas atrás, siguiendo este camino
verás que crece bajo un ceibo dormido.
Memoria de Azucena
como el musguito en la piedra ay ay ay.
Fue Madre y desaparecida.
Desanda ese camino.
Recorre con mis brazos
un porvenir de estío
bordando con flores rojas
la sangre del hijo desaparecido.
Avanza, sonriéndole al vacío
también en este día
avanzas
aunque las madres
nunca vacían su pena.
Como los tuyos, sus ojos que quedaron
para siempre sin lágrimas.
Vuelan tumba del viento cosechan esperanzas
vueltas lluvia de cielo son bruma de montaña
son tormentas que lloran tu tiempo de martirio.
Dejan tus manos, llenas
a tus hijos, a los nuestros
legado de sonrisas, hecho de sangre y sombra
esa tristeza tuya, collar de primavera
que renació en poesía.
*de Marta Zabaleta, mzabaletagood@gmail.com
DESECHO O FUTURO*
Cuando zumban como locas
tus mejores pesadillas...
¿no pensás vos también?
con razones que no son tales,
sentires de pobre cazador…
¿no sentís vos también?
toda mi alergia al polen
es cizaña de hombre flor.
-sos desecho o futuro-
¿Cómo se explica que
sean ellos tu conciencia,
tu fe, doctrina ciega,
de todo-nada-todo?
si interrumpe violento
su hambre de pasión
y vos cansado...
como trompo sin cordón.
*de Nicolás Lopez. nlopez_87@yahoo.com.ar
El mantra equivocado*
*Por Juan Forn
Haruki Murakami corrió una vez cien kilómetros en un día. Se pasó once horas cuarenta corriendo, desde antes del amanecer hasta que oscureció. El detalle significativo es que Murakami pertenece a un gremio mucho más proclive a pasarse once horas seguidas tumbado leyendo o sentado escribiendo que de pie y corriendo. Murakami es el escritor japonés más popular en Occidente y más cuestionado en su país natal. Por esas dos razones, da muy pocos reportajes.
Y, por esa razón, su público ha desarrollado una verdadera avidez por conocer al menos algo de la intimidad de su ídolo. Durante veinte años, Murakami usó la misma foto de solapa en sus libros. Cuando por fin la cambió, sus fans descubrieron con desilusión que el nuevo Murakami tenía exactamente la misma cara, incluso la misma expresión y hasta el mismo corte de pelo veinte años después. El mismo ha dicho: "Si se filmara una película sobre mi vida, todas las escenas acabarían en el piso de la sala de montaje, descartadas porque no están del todo mal pero no aportan nada especial".
Murakami es uno de los tantos hijos de la ocupación norteamericana de su país posterior a la Segunda Guerra. Todas las referencias culturales de sus novelas son norteamericanas (de eso lo acusa la crítica: de occidentalizar la realidad japonesa). Antes de escribir, tenía un bar de jazz en Tokio.
Cuando decidió dedicarse a la literatura, a los veintinueve años, se cortó la cola de caballo que tenía, dejó de fumar, empezó a vivir de día en lugar de nocturnamente y se puso a correr todos los días (cosa que sigue haciendo hasta hoy, además de participar en al menos un maratón al año). Incluso en el Japón norteamericanizado, llamaba la atención un cultor tan ferviente del jogging. Dice Murakami que siempre le ha dado vergüenza que los vecinos de su barrio en las afueras de Tokio lo vean pasar corriendo (una señora de cierta edad le preguntó un día, muy educadamente, si por llevar una vida tan saludable no temía que llegara un momento en que no pudiera escribir más novelas). Murakami siempre está en guardia de que lo acusen de no ser el escritor o el japonés que debería ser. Por eso sólo sale a trotar al amanecer cuando está en Japón, por eso pasa la mayor parte del año en Hawai o en Harvard, y por eso, cuando se decidió hace poco a publicar un libro confesional, le puso de título De qué hablo cuando hablo de correr.
Murakami corre para escribir mejor ("Escribir novelas es una labor insana, además de antisocial. Al escribir liberamos una especie de toxina que debemos asimilar y capear con la mayor pericia posible. Comprendo los escritores que se degradan por culpa de eso, pero yo he preferido desarrollar un sistema de protección para poder lidiar con dosis cada vez más potentes de esa toxina") y también para envejecer mejor ("A partir de mis 47 años empecé a no poder mejorar mis tiempos cuando corría. Fue la primera vez que experimenté lo que es envejecer"). Murakami dice que, cuando corre por el campus de Harvard, las chicas que se cruza son todas rubias, de piernas esbeltas y bronceadas. "Por el paso que llevan se nota que no son corredoras de fondo. Hay algo desafiante en su andar: están acostumbradas a
superar a todo el mundo, a que nadie las adelante. No conocen el dolor tal como lo experimenta el corredor de maratones."
El máximo dolor que experimentó Murakami como maratonista fue en 1996, cuando decidió correr esos cien kilómetros en un día, en el Supermaratón de Saroma (en la isla de Hokkaido, al norte del Japón) y se le saltó la cadena.
Vale aclarar que, hasta entonces, Murakami nunca había corrido más de cincuenta (los maratones son todos de 42 km, la distancia exacta que hay desde Atenas hasta Maratón, en Grecia), que enfrentaba en esos días su cumpleaños número 47, que venía de ponerle punto final a la que hasta hoy es su novela más ambiciosa y polémica y admirable (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) y que acababa de volver a vivir en Japón después del terremoto que arrasó la ciudad donde pasó su infancia (Kobe). La competencia era tan exigente que había puestos de control cada diez kilómetros y el que no cumplía tiempos mínimos en cada posta era descalificado. Dice Murakami que hasta el km 65 todo iba bien, pero de golpe fue como si se despertara una enloquecida asamblea de voces en su interior. Todos los músculos del cuerpo le hacían oír su queja, no tenía energía ni para beber agua a pesar de la sed, odiaba hasta las ovejas que pastaban felices y la brisa que movía las ramas de los árboles, estaba harto de todo y de sí mismo, y de pronto recordó un artículo que había leído sobre maratonistas donde revelaban los
mantras que recitaban en su interior para autoestimularse durante una carrera. El único que recordaba decía "El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional" pero no le sirvió de nada, así que improvisó uno de su propia cosecha: "No tengo que sentir. Tengo que avanzar". Lo único que veía eran los tres metros que tenía delante, ni el cielo ni el viento ni el lago ni los árboles ni los animales silvestres. Y de pronto fue como si cruzara una pared de piedra y ya no necesitaba pensar ni hacer el esfuerzo de no pensar. Su cuerpo iba solo. Dice Murakami que desde ese momento hasta la meta superó a doscientos corredores ("Al llegar a los doscientos dejé de contar"), dice que incluso hubiera podido seguir corriendo más allá del kilómetro 100. "Atardecía. Olía el cercano Mar de Ojotsk. Yo era yo y no lo era."
Los días siguientes no podía bajar ni subir una escalera. Por balancear demasiado los brazos para ayudar a las piernas en aquel tramo final del maratón se le inflamaron ambas muñecas y no podía tampoco sentarse a escribir. Pero lo peor, según Murakami, fue que había quedado sin ganas de
correr. Era algo espiritual, dice. Hasta le pone nombre: el Runner's Blues.
Llegado a ese punto, cuando el libro parece internarse por fin en la dimensión desconocida y el lector siente que se avecina el momento que tanto espera desde que leyó el primer libro de Murakami que cayó en sus manos, ocurre en cambio el anticlímax: Murakami nos dice que de a poco le fueron volviendo las ganas de correr, que con el tiempo retomó su rutina de correr un maratón por año, y a partir de ahí hasta el final del libro relata una tras otra varias de las competencias en las que intervino desde entonces (entre ellas su única participación, hace un par de años, en el multitudinario Maratón de Nueva York) y al leerlas uno siente lo mismo que sentía frente a las diferentes fotos de Murakami (¿nada lo ha cambiado a este tipo, en veinte años?), y casi alcanza a oír, si mira muy fijamente en el fondo de los ojos de esas fotos, un mantra repetido obstinada y mecánicamente ("No tengo que sentir. Tengo que avanzar") y comprende con tristeza a qué se debe que Murakami no haya vuelto a escribir desde 1996 un libro que pueda compararse a su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-147326-2010-06-11.html
Arte poética*
1
El pescador conoce de aparejos, sedales, tanzas,
cañas, anzuelos y plomadas.
El pescador sabe tirar al agua
las palabras
que no sirven.
*de Luisa Futoransky
-Enviado para compartir por Verónica Capellino. veroaleph@hotmail.com
La voz del fuego*
Un vestido revuelto, un árbol con raices hacia el cielo, el calor elemental, historias, la inabarcable llanura.
Había una vez una princesa triste desandando su reino paso a paso, el crepúsuculo y el amanecer perseguidos por la niebla y el gris. A la princesa todos le decían "tenés qué" o mejor "no tenés qué". Conquistar el mundo con puntillas es casi imposible. Por eso no te preocupés le decían, el príncipe se va a ocupar. Para lograrlo cada reino trataba de matar a los contrarios. Cada fuente de luz era apagada. Hasta que un día la tierra fue un terreno baldío.
Algunas princesas y principes decidieron escuchar las palabras del fuego. El fuego era sabio porque sentados a su alrededor la gente contaba historias...
Las historias eran palabras enlazadas con un sentido o varios, hasta encontrar belleza. Descifraron como en una novela las claves de la vida..
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 13 de junio del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Rubén Carrasco. Las poesías que leeremos pertenecen a Roberto Daniel Malatesta (Argentina) y la música de fondo será de la Sambas do Enredo (Brasil). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067
*
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