jueves, julio 15, 2010
EL SUEÑO MÁS LARGO ES LA VIDA...
*Ilustración: Ray Respall. La Habana. Cuba.
DESPUÉS DE LA CONTIENDA*
“El sueño más largo es la Vida, de la cual habremos de despertar para comenzar nuestra verdadera existencia. Mientras llega el momento, hemos de configurar esta aparente realidad a la medida de nuestras exigencias, de modo que no le quede al espíritu cuenta por cobrar, hazaña por cumplir, batalla que emprender o motivo que lo haga regresar...
Siempre supe que eran molinos, querido Sancho, pero ya no quedan gigantes”.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
DESPEDIDA*
Te digo adiós
Como la golondrina
En el otoño.
Me dicen adiós
Las hojas amarillas
Que vuelan libres.
Saluda adiós
El halcón que regresa
Hacia la cumbre.
Junto adioses
Para adornar el día,
Rezar la noche.
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
PEQUEÑOS REBELDES*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
A veces me lo han dicho –otras muchas lo he pensado- cómo puedo extraer tantas historias, tantos nombres de un lugar geográfico donde lo mínimo tiene su reino y todo lo reducido tiene su asiento, pero es así. Nadie me manda a recoger y reduplicar aquello que no interesa más a nadie. Me interesa a mí. Es suficiente.
Lo hago por dos razones: la primera es absolutamente egoísta, porque me gusta y me da placer a mí, la otra es de estricta justicia. Nadie lo hará por mí. Y aquellos hombres y mujeres que tuvieran una vida sobre la tierra serán olvidados si yo no cumpliera con este sino absolutamente legítimo. Como yo convivo desde siempre con esos rostros, con esos amaneceres, con ese piafar de caballos bajo la lluvia, con ese andar lentísimo del arado al que rodeaban nubes blancas de gaviotas, a ese traquetear extático de las trilladoras cuando por el aire saltaban las vainas brevísimas del trigo o la cuchilla larguísima de la cortadora de alfalfa segara ese verde, como lluvia de “chinches verdes” y nubecitas de mariposas blancas encariñándose de blancor de las florcitas de la alfalfa.
Otras cosas que no son paisaje siguen con uno, aunque a fuer de verlos repetidamente uno ya lo incorpora a esa foto que como un callo le recuerda una escena extática.
Otros ruidos están, permanecen y basta pensar en el objeto que los producía para que vuelvan, obstinado, entre las nubes densas de la memoria: el ruido del vástago del molino, cuando las aspas podían retener todo el viento y producir ese golpeteo persistente extrayendo el líquido cristalino para que los animales bebieran a su antojo asentando a través de sus grandes lenguas y gargantas el calor y la sed de los eneros.
En noviembre empezaban a circular por las últimas calles del pueblo las grandes trilladoras pulverizando mariposas. Iban con su casilla, su cocina a leña con rueditas y su carrito aguatero. La acompañaban el canto alegre y despreocupado de los cosecheros y un enjambre de perros seguidores.
Levantado el trigo de toda la colonia, buscaban horizontes de pan en otras provincias porque se debía ganar sus buenos pesos para pasar los otoños lluviosos hasta que en el invierno toda esa gente pudiera volcarse a la juntada de la cosecha gruesa, es decir del maíz cuyas posibilidades de evaluar rindes estaban todavía muy lejanas. Dependería de muchas variantes: la semilla, el agua, el sol, pero sobre todo la calidad del suelo, ya que como decía el chacarero, italiano y filósofo Carmelo Mosso “campo bajo nunca ha sido alto”.
Es decir que campo inundable no era bueno para la agricultura apenas para la ganadería. De todos modos todo este tiempo era posible cuando el tiempo no existía o estaban siempre al comienzo, o por comenzar y como era yo una pequeñez sin mucho sentido que transitaba como un gorrión libre y perdido revoloteando (es un decir) los callejones polvorientos y perdidos, que se escondían tras una mata de yuyo arisco y miserable.
Ese atardecer, como casi todos, nos reuníamos con mi amigo Roberto Vega, al terminar él de trabajar en el reparto de helados de don Miguel Balagué.
Desataba el carro en los fondos de la heladería que funcionaba en la misma casa familiar, soltaba el matungo sufrido, lo ingresaba en los terrenos del ferrocarril, sorteando el guardaganado que protegía las vías de los animales y luego, con el freno en la mano se llegaba a saludar a su abuela, doña María Pichichello, quien vivía justo enfrente de mi casa. Varios usaban esos terrenos llenos de hinojales altos, no teniendo potrero, donde dejarlos.
Entre ellos el inefable don Miguel Balagué, de honrosa memoria de los que en el mundo han sido.
Luego se saludar a su abuela y tomar una ligera parvedad, me hacia el silbido convenido como seña y yo salía, si ya no lo estaba esperando y nos íbamos a sentar a esa esquina de la cortada cubierta de pasto.
Como en la niñez el helado se asociaba al verano, es seguro que estaban instalados cómodamente en esa estación.
Luego de una extensa plática, donde regularmente yo lo acompañaba hasta las vías que distan tres cuadras y medias escasas de mi casa, y tres de la esquina.
Ese día no fue excepción entonces. Veníamos por el medio de la calle conversando de las tribulaciones acordes a chimentos de entonces. Doce años él y yo dos menos. Al legar a los últimos cien metros, vimos en el largo paredón de los Iglesias, que guardaba un monte de naranjos, mandarinos y limoneros por demás apetitosos, con una implosión de botellas rotas en la cima de ese muro. Pero esa vez no fueron las mandarinas lo que llamó nuestra atención sino una cantidad importante de carteles políticos. Campaña electoral no sería porque eran tiempos de la Libertadora, con su secuela de fusilamientos, sindicatos intervenidos y represión.
No sé el carácter de los mismos, no recuerdo que decían pero eran unos grandes afiches de papel blanco con inscripciones en rojo, llamando tal vez a un acto partidario. Eran –de eso estoy seguro- o pertenecían al partido radical.
El tenía que cruzar las vías y todo el pueblo, ya que vivía en ese otro extremo del pueblo. Pero sin mirarnos tuvimos los dos la misma reacción, casi de militantes.
En nuestras casas se respiraba un intenso aire peronista y tal nos creíamos nosotros.
Nos aproximamos al tapial y comenzamos a romper los carteles, que habían sido pegados recientemente.
De pronto, un grito a nuestras espaldas nos heló la sangre.
-Mocosos de porquería, ahora los denuncio a la policía.
Era don Gerónimo Pozzi, quien con una larga escalera al hombro venía de algún lugar donde habría arreglado algún desperfecto ya que era empleado de la usina eléctrica local.
Lo vimos que doblaba hacia la izquierda, porque en ese tiempo la comisaría estaba a escasos metros de la casa Iglesias, justo enfrente de la plazoleta de la estación.
Roberto, siendo el mayor decidió qué hacer.
-Voy hasta la esquina- me dijo –Si entra te hago señas con el freno y sino te saludo con la mano.
-Hecho, le dije yo.
Cuando me hizo señas con el freno empecé a correr hacia mi casa. Al llegar a la esquina de la cortada lo esperé.
-Entró, me dijo –entró.
Decidimos escondernos en el maizal de don Clemente Gerlo, ya que la policía, colegimos, para castigar el delito nos buscarían en nuestras casas.
Cuando anocheció y al ver yo a mi madre que salía con frecuencia a la calle y me llamaba decidimos jugar nuestro papel de héroes y dejarnos apresar.
Seguramente don Gerónimo nos jugó un chiste porque nada pasó.
Lo que no me quedó claro es si la broma no era una emoción de radical que veía como dos chicos rompían un cartel y ya nunca sabré la verdad porque él se ha muerto hace tiempo.
Levanto mi copa*
Levanto la inquebrantable copa de la vida
en el sosiego del hogar enmudecido
porque los hijos están, hoy, ausentes
se han ido cada uno a sus oficios y placeres.
Me requiebra el alma esta soledad
acostumbrada al eterno ruido de voces y cantos
mi alma vuela impecable hacia otro cielo
Y la soledad se hace llovizna de Abriles.
Vengo sobreviviendo sin últimas visitas,
y sé que hace mucho estoy sin Amores.
La cáscara, piel de tantas estaciones,
en una época esculpida para
lograr sentir los besos, caricias y goces.
Es como si ahora en la edad ya madurada
supiese que las cuestiones pasan por otros caminos.
Enaltecido esto del espíritu, valorado el instante
del diálogo con los compañeros de la vida
Los amigos.
Y me amenaza la dulce bandolera loca palabra
Me asalta en todos los recodos del camino
Y la espero.
Y me encanta que ella venga a sostenerme
bailando en la noche de los olvidados y acuosos
huérfanos gentes pueblo que le dicen
para seguir pensando que vale la pena
sentir el viento vivo en la piel renacida.
Y sé que no estás más conmigo ni con nosotros,
tú que estabas tan viva
Ojos de esmeralda
Guía nuestra -corazón de vientre enaltecida-
Sabrás que yo ahora debo recomenzar
Alzando otra vez la copa.
En el otoño del agua asesinada
del dolor
de los que sufren sin hogares
Y pido aquí.miles de perdones.
porque no pude servir ni el plato, ni llevar nada
Sólo tengo en mis manos esta loca canción de
la madre cobijada en el regazo de mi infancia
Y los hijos que se amparan en mi corazón
abierto a las maravillosas y locas libertades.
En el silencio levanto enardecida pero aún líquida
mi copa y la vuelco en la cesta llena de frutas
de la inquieta y apasionada vida de la poesía.
*De Mónica Laurencena. monilaurencena@hotmail.com
Alfredo Le Pera: "Es un soplo la vida"*
*Por Rogelio Alaniz
Alfredo Le Pera es considerado con justicia uno de los grandes poetas del tango. Sus letras poseen un sorprendente vuelo literario, sobre todo si se tiene en cuenta que muchas de ellas fueron escritas atendiendo las exigencias de las películas, para justificar el desarrollo de algún argumento o simplemente para permitir el lucimiento del cantor. Hoy, la mayoría de los críticos admiten que el mejor momento de Gardel coincide con el de su relación profesional con Le Pera, una relación rica y
contradictoria donde no escasearon las discusiones y pequeñas rencillas personales, algunas de las cuales -se dice- estuvieron presentes hasta el mismo día de la tragedia en Medellín.
Le Pera aparece en la vida de Gardel en el momento exacto. El "Morocho del Abasto" ya estaba lanzado a lo que hoy llamaríamos un mercado globalizado que incluía canciones y películas cuyos destinatarios ya no eran exclusivamente los argentinos. Es en ese contexto que reclama de un libretista y un poeta para escribir el guión y las canciones de las películas.
El encuentro entre Le Pera y Gardel se produjo en Francia, en el hipódromo de Longchamps, gracias a la presentación de ese otro gran amigo de Gardel que es Edmundo Guibourg. Le Pera estaba viviendo en Francia desde hacía unos meses y se ganaban la vida traduciendo al español los diálogos que se
pegaban en los fotograma de las películas extranjeras.
Contratado por la Paramount, se había resignado a su rol de traductor por el que le pagaban un sueldo que le permitía vivir con cierta holgura en el París bohemio de los años treinta. Con Gardel, inicia una nueva etapa que durará apenas tres años e incluirá seis películas y un puñado de canciones interpretadas por alguien cuya voz ha adquirido esa singular madurez y tonalidad que apreciamos en sus últimos discos. Si bien se admite que el canto de Gardel está en su plenitud desde por lo menos 1928, una sorprendente conjunción de factores técnicos, divulgación comercial y repertorio adecuado permite que la producción artística que se da entre 1932 y 1935 sea de una notable calidad.
Le Pera contribuye con su talento literario a dar un singular brillo a esta etapa. "Volver", "Cuesta abajo", "Mi Buenos querido", "Amargura" "Melodía de arrabal", Amores de estudiantes" " "Por una cabeza", "Soledad", "Golondrinas", "El día que me quieras", "Volvió una noche" -por mencionar
algunas de las más conocidas- se identifican de tal manera con Gardel que cuando muere en 1935 ningún cantor se atreverá a interpretarlas durante casi treinta años. Recién en la década del sesenta, Julio Sosa y Edmundo Rivero se animarán a dar ese paso que, por supuesto, lo concretan con su reconocida
maestría.
Tres años, le bastaron a Le Pera para revelar su calidad poética. Las exigencias comerciales de la Paramount en lugar de empobrecer su lírica le permitieron darle el tono exacto. El directorio de la empresa reclamaba un tipo de canciones que, sin dejar de tener en cuenta el paisaje del Río de la
Plata, fuera al mismo tiempo universal. Esto exigía un lenguaje despojado del excesivo color local, de los giros lunfardos demasiado evidentes y del pintoresquismo.
Resolver el dilema entre un lenguaje universal que al mismo tiempo no reniegue de su origen fue el gran desafío que asumió Le Pera. Los resultados eximen de mayores comentarios. Estaba preparado para ello. No fue un poeta improvisado. Antes de relacionarse con Gardel había escrito obras de teatro y en una gira por Chile, acompañando a Discépolo y Tania, escribió ese extraño poema que se llama "Carrillón de la Merced", tango que fue estrenado por Tania en Santiago y que gracias al suceso que provocó los viajeros pudieron pagar la cuenta del hotel.
Lo curioso de sus posteriores creaciones es la calidad de una poética escrita en el vértigo de las filmaciones y atendiendo las condiciones impuestas por empresarios literariamente analfabetos. Por esas extrañas evoluciones de la creación artística, estas limitaciones contribuyeron de manera inconsciente a forjar un lenguaje sobrio y preciso. En principio, Le Pera propuso inspirarse en algunos anécdotas personales de Gardel. Contra lo que se supone, la vida privada de Gardel no ofrecía ribetes interesantes por lo que decidió que la inspiración se nutra de su propia experiencia. Le Pera tiene para ese época algo más de treinta años y una intensa vida sentimental y viajera. Allí está la materia prima de los futuros tangos. Sus letras no tienen el color de las de Homero Manzi, ni recrean el universo reo de
Celedonio Flores y mucho menos las obsesiones existenciales de Enrique Santos Discépolo. Son otra cosa, pero esa "otra cosa" es de una notable belleza.
El personaje de Le Pera es el viajero que añora con elegante nostalgia la tierra lejana, que recuerda amores perdidos, que llora la muerte de la mujer amada y promete volver, retorno que no se habrá de cumplir ni en la ficción ni en la realidad. Hay un gran amor en los años de estudiante. Se llama Vicenta Rodolico, la "China" Rodolico. Hay una traición, cometida por el hombre, no por la mujer. Y un amor trágico, la de Aída Martínez, la mujer con la que vivirá en un coqueto departamento de la calle Corrientes pero que atacada por la tuberculosis morirá en París en los brazos de Le Pera.
En el camino abundan amoríos con mujeres de la farándula porteña y parisina, incluso un extraño casamiento en Londres. En esta escabrosa biografía sentimental, desempeña un buen papel Carmen Lamas, con la que viajó a Chile.
Finalmente, hay un retorno sentimental a la "China" Rodolico, su antiguo amor de estudiante, retorno que se insinúa a través de las cartas pero que la tragedia de Medellín impide confirmar.
En estos trazos de vida, está sintetizada la poética de Le Pera. Por supuesto que estos datos son apenas el punto de partida. Después está el trabajo con las palabras, el hallazgo de imágenes memorables. "Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser"; "Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiantes, flores de un día son"; "Bajo su inquieta lucecita yo la vi/ a mi pebeta luminosa como un sol". El tango "Golondrinas" tiene giros hermosos, mientras que "Sus ojos se
cerraron" parecen evocar las horas en las que compartió la agonía de Aída.
"Por una cabeza" establece una singular relación entre el juego y el amor de una mujer. una relación donde el azar y el amor se confunden con la fatalidad y la derrota. La nostalgia de volver no sólo está en la letra del tango que lleva ese nombre, también está en "Mi Buenos Aires querido", en "Lejana tierra mía" y, de alguna manera, en "Melodía de arrabal" y "Arrabal amargo". El tango "Volvió una noche" -que luego Julio Sosa le dará su propia interpretación- tiene fragmentos de antología: "Se fue un silencio/ sin un reproche/ busqué un espejo y me quise mirar/, había en mi frente tantos inviernos/ que también ella tuvo piedad".
Se sabe que siempre es riesgoso establecer conexiones lineales entre la biografía y el poema. Entre la experiencia personal y la experiencia poética se abre una instancia de creación con las palabras, pero aclarado este punto no es ilícito esforzarse por rastrear una relación sobre todo cuando esa
relación está reconocida incluso por el propio autor. Esta carta a la "China" no deja de ser sugestiva: "A fuerza de andar y de ver, se acaba por desear lo que ayer nos parecía cotidiano y pueril: una vida con un solo puerto y con un solo amor. Y como los solitarios no tenemos confidentes, a veces, como consuelo, encierro el secreto de esa vieja amargura con una canción o una historia". El texto es una confesión y un manifiesto poético.
Alfredo Le Pera nació en Brasil -en San Pablo- en 1900, pero a los dos meses ya estuvo en Buenos Aires. Estudió en el colegio secundario Bernardino Rivadavia, inició sus estudios en la facultad de Medicina, pero abandonó la universidad y se volcó de lleno al teatro y el periodismo. La gira que concluyó en Medellín fue organizada por Le Pera. Siempre le insistió a Gardel sobre la conveniencia de filmar en la Argentina y de mejorar la calidad estética de las próximas películas. Según se dice, concluida la gira
estaba previsto un film en Buenos Aires sobre la vida de Evaristo Carriego. Francisco Canaro iba a contribuir con el financiamiento el emprendimiento.
No pudo ser. "Es un soplo la vida", había escrito Le Pera, sin sospechar que ese verso también iba a ser autobiográfico.
*Fuente: http://www.rogelioalaniz.com.ar/?p=1696
MADRIGUERA*
Dormida
espío
pequeños huecos
El hielo encubre
el amor llagado
Es en la noche tapiando
el nido
o sueño demorado
Azotados los pensamientos
por el timbre.
*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com
*
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