miércoles, noviembre 17, 2010
EDICIÓN NOVIEMBRE 2010.
*Ilustración: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
CAJAS CERRADAS*
Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja.
EL PRINCIPITO
Antoine De Saint - Exupéry
Estaba de visita en casa de una amiga de sus padres, le impresionaba aquella señora, envuelta en un halo que la hacía inclasificable entre los tipos humanos que intervenían en su vida.
Su anfitriona la condujo ante un estante donde se hallaban dos cajitas: una con primorosas incrustaciones de maderas de diferentes tipos, y otra, que en un tiempo estuvo laqueada de negro, bastante descascarada. "Elije una, quiero hacerte un regalo", le dijo, señalándolas.
No tuvo que pensarlo, escogió la nueva.
- - ¿No vas siquiera a abrirlas? Tal vez halles más de lo que esperas…
Abrió la que había elegido, era un cofrecito de madera, vacío. Se acercó de nuevo al estante y abrió la segunda: era una caja de música. Pidió permiso con la mirada y, al ver que la dueña asentía, le dio cuerda. Las finas notas, saltando gráciles, llegaron a ella, inundándola de emociones inesperadas.
- ¿Pudiera colocarse la música dentro de esta caja? – preguntó.
- No es posible, el delicado mecanismo que la genera no puede moverse, pues forma parte de la otra caja, como el alma del cuerpo.
- ¿Puedo, entonces, modificar mi elección?
- Por supuesto, y recuerda: no es la apariencia lo que debe guiar tus decisiones. Una caja cerrada es un gran enigma a develar, puedes dejarte deslumbrar por su belleza, pero no olvides mirar en su interior. Busca algo más… La vida necesita una segunda mirada. Has sido sabia – le tendió la cajita negra -, no has elegido la caja, sino la melodía.
…………
- Disculpa, ¿he callado por mucho rato? – parpadeó, como despertando.
- De pronto te fuiste a otro universo, estabas a mitad de una frase y…
- Sí, recordé algo… En fin, quería decirte que lo siento, de veras, pero esta relación no puede continuar, no nos lleva a ninguna parte. Me guié por la primera mirada.
- No te entiendo, ¿tiene que ver con lo que recordaste? ¿Otro amor, un engaño, una decepción?
- No me creerías. Solo rememoré un pasaje de mi infancia, una historia de cajas cerradas, algo que nunca debí olvidar… - le dio un beso en la mejilla y se dirigió a la puerta.
- ¡Espera! ¿A dónde vas?
Sintió que nunca había conocido a la mujer que se alejaba, recortándose contra la calle que formaba alas en su silueta a contraluz. Ella se volvió y le sonrió:
- Voy a buscar la melodía.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
Persecución*
Corro persiguiendo a aquel hombre de complexión atlética que va esquivando los obstáculos de la acera mediante saltos ágiles y fintas increíbles. Por suerte estoy perfectamente entrenado y a pesar de que no puedo alcanzarle, tampoco consigue aumentar su ventaja.
A los diez minutos de persecución sin aflojar el ritmo, me apercibo de que alguien me viene siguiendo a la misma distancia que mantengo yo con el perseguido. Sorprendido por esta circunstancia improviso un plan para descubrir la identidad de mi perseguidor.
Al detenerme escucho que mi perseguidor también lo hace. Vuelvo la cara rápidamente para sorprenderle y poder saber quien es. Al mismo tiempo el individuo vuelve su rostro hacia atrás y queda paralizado por la sorpresa al darse cuenta que quien le persigue soy yo.
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
CITA*
Te veré a la hora sin sombras
Bajo el árbol cuya presencia convocamos.
Viajaremos a ese mundo con tres soles
Que visitamos cuando unimos nuestros sueños.
Danzaremos, triples siluetas crepusculares,
Mecidos en cantos de cigarras…
La vieja fuente acogerá en sus aguas nuestros nombres.
*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
RELOJERO*
No miento si afirmo que llegue a aquel portal por pura causalidad, de andar practicando ese noble ejercicio de la atorrantería.
Una mujer estaca barría la vereda. Le pregunté si el señor del segundo laburaba en algún horario en especial.
Al tiempo que me tildaba de vago la vara color azafrán me dio a elegir entre un llamado a la policía o partirme su escoba en el marote si no me retiraba de allí.
Mi esperanza de recuperar la noción del tiempo era tanta que preferí no ser beligerante con la pobre subnormal. Por aquella época era yo un Crromagnon resignado y ocioso y me retiré en buen orden.
Volvería más tarde cuando la reina del estropajo se hubiera ido de los dominios de su vereda de baldosas vainillas.
Eran las seis de la tarde.
Adjunto al un timbre del edificio de marras un cartel, estilo cuadro, fondo negro y letras en bronce brillantísimo, rezaba: “Relojero- composturas- se arreglan relojes de todo tipo y marca- 2º piso- izq.”, de modo tal que, ascendí los escalones chillones de la escalera a una cadencia de un peldaño por minuto ante la inminente posibilidad de que ésta y todo el edificio se derrumbaran.
Cuando llegué al 2º, verifiqué cuál era mi izquierda y caminé por un pasillo más endeble que la escalera, con la esperanza intacta de que el edificio no se derrumbara y la de recuperar mi noción del tiempo.
Detrás de la puerta entreabierta había un cigarrillo con un tipo detrás; un coso entreverado entre agujas, resortes, minuteros, cuadrantes ferrocarrilescos, campanillas, engranajes, péndulos y un cucú algo idiota que salía a chillar cada dos minutos (que en mi criterio balearía con un 38 antes de intentar repararlo)
Sin levantar la mirada me preguntó en qué podía ayudarme.
Le respondí preguntando qué tan veraz era el cuadrito que afirmaba que se arreglaban relojes de todo tipo y marca.
Con suficiencia me respondió: “Soy bisnieto de relojeros”.
No me quedé atrás en mi abolengo y le comenté: yo soy bisnieto de un vasco loco que se metió en La Legión Extranjera, estuvo en el desierto y me regaló un reloj que se me rompió hace un tiempo.
Con la misma suficiencia de bisnieto de relojero me dijo que se lo dejara y que en la semana siguiente pasase por él.
Dejé sobre su banco de trabajo un puñado de arena y unos pedazos de vidrio.
Este reloj no tenía cuerda, ni engranajes, ni pajaritos idiotas; que sólo era cuestión de darlo vueltas cada tanto.
El tipo puso el cigarrillo entre sus dedos y me dijo:” llévese su pedazo de desierto y retírese, sepa usted disculpar mi autosuficiencia, prometo cambiar el anuncio del cartel que lo trajo hasta aquí, admito no poder reparar todo tipo y marca de relojes”.
Cuando salía comentó: “de todos modos no se desanime, pues el tiempo sólo es tardanza de lo que inexorablemente llegará”.
“Sea la dicha o la desgracia”
Caminé hasta la escollera, tiré el silicio, vidrio y arena, con la idea de que vuelvan a ser puro mineral y volví resignado y ocioso al noble ejercicio de la atorrantería pensando que si le pido tiempo al tiempo. El mismo tiempo, tiempo me dará.
*De Beto Casquero. beto_casquero@hotmail.com
Mi destino*
Mi vida será sencilla.
Naceré al alba
con olor a pan.
El sol decidirá mi nombre
y todas las estrellas
–al ocultarse- jurarán
iluminar mi alma.
Mis padres se irán pronto
dejándome de herencia
tres o cuatro rudimentos y
la conciencia.
Pasará sumiso el tiempo
y llegarás…
Me dirás “Amor
siempre te supe…
blanca, dulce,
colmando mis espacios.
Cuando no te conocía
Cuando todavía no era yo, incluso
Ya te sabía.”
Y yo
enamorada,
besándote los ojos con los míos,
celebraré el recuerdo
de ese día
en el que este destino,
sencillo,
se me daba.
*De Gabriela Meneghini. gabrimeneghini@yahoo.com.ar
ANA Y LA SONRISA*
Ana tiene toda la sonrisa en la cara. Una boca estirada en una inmensa demostración de alegría, como una playa entre dos mares. No hay mentira allí, no cabe la posibilidad de engaño, Ana sonríe con ganas siempre. A veces la risa le hace cerrar los ojitos y uno se contagia naturalmente de esa risa. Es como una pandemia de buenos augurios.
Pero hoy me fui preocupado después del habitual cortadito con sacarina; de esa excusa en un pocillo que sucede casi todos los días, pues los amigos buscamos siempre un motivo para juntarnos y el café es el invento más certero a la hora de buscar la excusa necesaria. Digo que hoy me fui preocupado porque hoy Ana sonreía también, como todos los días pero sus ojos eran un lejano pozo, una profundidad absoluta donde hasta daba vértigo asomarse, una tristeza cristalina, de esas tristezas reposadas y por lo tanto las mas tristes, pues han tenido el tiempo necesario de ya no ser, pero siguen persistiendo como una llovizna de invierno, de las que calan los huesos.
Me pregunto que cosas esconden esos ojos, cual es la pena más allá de la tormenta que azota nuestras vidas y que nos deja después del vendaval, pozos de agua revuelta que se reflejan en nuestra mirada como un oscuro espejo. Porque no solo es Ana a quien he visto sonreír con su boca y mirar desde su alma; más de una vez escucho por la calle sonrisas cansadas y sociales, saludos protocolarios y urbanos pero que esconden otros mensajes, distintos contenidos. Miradas directas a palabras transversales, sonrisas oscuras en rostros angélicos, gestos esquivos a preguntas urgentes. Un compendio de urbanidad para no mandar todo a la mierda, para no gritar hasta que duela el pecho: ”basta”. Una mascarada permanente.
El carnaval eterno.
Lo mas terrible de todo es que la máscara de tanta usarla se funde en nuestro rostro como una segunda piel. Y a veces llegamos hasta a necesitarla para salir a la calle como una señorita coqueta necesita su maquillaje para acudir a una cita. Y he conocido gente que llega a querer a su máscara más que a su propia piel, ese cuero plagado de cicatrices que a veces da vergüenza mostrar o que nos recuerda la historia tras la herida. O el vino que mutó en vinagre. A veces preferimos ser otros, deseamos ser otros; por envidia, por comodidad, pero casi siempre por miedo. Ella eligió sonreír ; otros lloran en la soledad, alguno se rebela asumiendo el riesgo de pasar a ser el loco de la familia y la mayoría… bueno… la mayoría ni se lo plantea, aunque los mascarones que llevan a veces ni los dejan respirar.
Profesionales de la dualidad.
Y Ana sonríe. Y yo le creo. Pero más de una vez no me animo a subir mis ojos hasta los suyos, más que nada por temor a descubrir unos abismos contra los que no se como luchar y que pueden ser capaces de reflejar mi propia máscara.
*De Florencio Romero Diaz. staferomero@hotmail.com
LOS SILENCIOS DEL PECADO*
“...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lagrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda la violencia pasada...” (Carta de Eloisa a Abelardo)”
Amo el “Jardín de las delicias”
El resultado del cruce de dos rectas.
Imprevisibles e inesperados triángulos.
La fuente de la juventud y el huevo.
Oscuridad y sigilo fecundados. Silencio.
El silencio del inmortal deseo.
La sombra quieta de mi padre.
Las abejas inquietas en el pelo de mi madre.
Amo al silencio. Los ecos del silencio.
De las voces calladas. Antiguas profecías.
De la metamorfosis de una boca.
Del cazador. Cabalgando. Huyendo siempre.
De la manos .Números cardinales. A veces círculos.
De los pies que se van cuando amanece.
El búho y el martín pescador.
Amo los hombres-pez.
Las mujeres desnudas .La tentación.
Los sabores frutales, tan hondos, tan profundos.
Las uvas. El cielo y el infierno.
La bola de cristal craquelada. La inconstancia.
Los álamos. Los jinetes. Los espinos
Los adioses de corcel, patria en el vientre.
Amo la lechuza y la flecha.
Los silencios golpeando mis umbrales.
El abrazo intacto, embriagado, tendido.
Tu fatiga descansada en mi cansado pecho.
El miedo de la lluvia sobre tu piel de jade.
El temor y el milagro y lo dulce y lo amargo.
Las mariposas y los mejillones.
Amo la serpiente, el verde y el azul profundo.
Los campos rojos y los blancos lirios
Y los ojos, ah, amo los ojos.
Y los muertos que veo en los ojos de los gatos.
Los ojos que han mordido mi nombre.
Los ojos que ven alambiques y matraces.
Los ojos que mueren sin mis ojos.
Los ojos que aman los estanques turbios.
Y los ojos de Delfina e Hipólita.
Buscándose, huyendo en su hondo penar.
Y los ojos de Abelardo y Eloisa.
El ojo azorado del infierno de Rimbaud y Verlaine.
De Baudelaire y Louchette.
De Zorba y Bubulina.
De Medea y el hombre con un pié calzado.
Atados a una lira y una cítara.
Los ojos del vacío que apuestan a la vida.
Los ojos de la trasgresión y el pecado.
Amo, los silencios del pecado, entonces.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
LA JARDINERA*
A los doctores Tony y Luz Racela
con la magia de la que vienen envueltas las pequeñas cosas, esas que son capaces de llenar todo un universo.
El Martillo de Plata
Yordán Rey
La idea le surgió cuando recogió por curiosidad un papel amarillento que encontró en el banco. Era una carta de desamor y despedida... ¡Quién sabe cuándo había sido escrita, cuántos vientos la habían barrido!
Le gustaba ir al parque a contemplar el despertar de las flores, su casita era tan pequeña que no le cabía ni un tiesto de margaritas. Estaba la opción de comprar flores arrancadas de sus tallos, pero su aspiración era cultivarlas: verlas nacer, no verlas morir.
Comenzó a pasar sus horas de insomnio escribiendo cartas de amor, variando en estilo, lenguaje y situaciones, imaginando declaraciones, lontananzas, desengaños y perdones, separaciones y reencuentros, rupturas y reconciliaciones, añoranzas, concupiscencias y amores platónicos... Por las mañanas iba a sembrarlas: las dejaba en parques, postes, árboles, las deslizaba bajo puertas cerradas, las pegaba en farolas, las ocultaba bajo piedras en cruces de camino... Al atardecer regresaba, plena de ideas
nuevas.
Una noche llegó a su puerta una carta, no se sabe si la dejó el cartero o una paloma mensajera... apareció a un paso de la entrada. Era una esquela de amor para ella, la primera que recibía en su vida. Alguien la había descubierto colocando una de sus cartas, la había leído y se había dedicado a seguirla por la ciudad, recogiendo las que dejó en tantos rincones anónimos, y al fin se decidía a responderle.
La jardinera sonrió, sus semillas habían germinado.
*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba
Abrazo*
Entre los abrazos elijo el del niño:
aquí estoy abrazándome a tus piernas
qué lejos qué alto estás hazme aúpa.
Elijo para tu risa y para tu llanto un abrazo
de pétalos amigos de pies descalzos
y tu padre que te abraza para tu desconcierto
y el abrazo del vientre de tu madre elijo
para acunarte el desamparo.
Y te abrazo como te abrazara -callejuelas sin tiempo-
en el centro del relámpago.
Te abrazo como caminando sobre las aguas
mientras voy como Jesús
a tu milagro.
Desde el amor de todos
en los abrazos de todos
encuentro la forma de este abrazo
y se libera muta juega crece
apretada inefable
inmensa
la madre de todos
los abrazos.
*De VERÓNICA M. CAPELLINO. veroaleph@hotmail.com
MORADA DE LA NOCHE*
NOCTURNO I
Tejió la noche mis fibras
en su rueca de aventuras,
cubrió mi sangre caliente
tiniéndola de claroscuro.
Le dio forma de gaviota
a mi búsqueda del día,
contrajo mi expectativa,
borró el amanecer.
El retorno inapelable
fue volver al punto de partida.
Los engendros de la noche
se tiñen de oscuridad.
NOCTURNO II
El ocaso, otra distancia.
Guiños azules filtró el firmamento
en un lento goteo de hojarasca.
Las lágrimas lavaron el camino,
imagen le dejaron al recuerdo...
Otro adiós en la mañana...
Revoloteo de tiempo.
NOCTURNO III
Pueden mis manos
clamar contra la muralla
con lacerantes alaridos.
Pueden mis horizontes retorcerse
en rebeldes remolinos.
Llega la noche y me promete el día;
secuencia en ciclos
que alimentan mis espejismos
y solo pregunto: ¿por qué?
NOCTURNO IV
Es la oscuridad
la única compañera,
tú apenas dibujas recuerdos.
Solo la noche
es la envoltura solidaria
que neutraliza el sueño...
Es equidad prolongada
de un permanente
delinear fantasmas
sobre una calle
que se ha quedado sola...
NOCTURNO V
Sobre el altar de la noche
el tributo impuesto
es la golondrina muerta
o el silencio hueco
del viejo aldeano.
Mi mente sedienta
crea el desafío,
mi clamor el viento
que copió mi sombra...
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
Me detengo*
Traspasado de noticias se ahogan mis sentidos.
El vaho de lo que llamamos mundo
empaña la mirada
la caricia
la sonrisa ...
Y así nos perdemos enredados en nuestra propia/
marcha
si es que marchamos.
La nao perdió rumbo, si alguna vez lo hubo
y todo se derrumba
y vuelta a empezar.
Me detengo en pequeñas cuestiones
que son más sabias.
Allí, retomo el mirar:
un pájaro
una flor
un árbol
un gato visitante
un perro vagabundo
una bolsa que gira en el/
viento...
ahí me quedo, aprendiendo de ellos.
*De Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
AUSENCIA*
Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.
El Aleph
Jorge Luis Borges
Comprendió que había experimentado una de sus “crisis de ausencia”. Esta vez no le diría a nadie, no soportaba más exámenes médicos, buscando un foco de epilepsia que nunca aparecía... para no hablar de los comentarios de la vecina ante la preocupación de su madre: “Esa muchacha sólo necesita ponerse a trabajar, o casarse y parir, ocupar el tiempo, ¡eso es todo!”
El reloj de la sala marcaba exactamente las cinco de la tarde. Caminó por la casa, comprobando que los relojes estaban en hora. Corrigió su reloj de pulsera, verdadera joya de precisión, regalo de su padre. Por lo menos esta vez la diferencia era solo de media hora, en una ocasión había estado detenido más de dos horas. Lo curioso es que solo se paraba cuando su conciencia de la realidad quedaba suspendida.
A dónde iban en esos lapsos ella y su reloj, era una verdad que aún le quedaba por descubrir, pero algo era seguro: Viajaban a un espacio donde no existía el tiempo.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
NO MORE DOGS*
a Gabriela Benìtez
La gota transparente que se deslizaba nervadura por nervadura repentinamente tembló, quedó quieta, reflejó el terror del cielo. Los pàjaros hicieron del estrépito un silencio súbito. La tormenta se acerca. La tormenta está aquí, ahora, sobre nuestras cabezas.
Hay una opresión. La temperatura se detiene en medio grado, el suelo transmite la sorda amenaza del trueno en el horizonte. La araña corre de lado sobre el hilo endeble, los caracoles trepan con su lento apuro de caracol por las cortezas.
Truenos lejanos que se acercan. Llegó la tormenta. Llueve para siempre.
Ni hay sol ni hay estrellas.
Es la intemperie y la desesperanza. Nada ni nadie te protege. A Gabriela la siguen los perros.
Los vientos traen tiempo de sufrir, se acumulan las enfermedades, la muerte acecha, los problemas se anudan serpenteando por el cuello. Es el ahogo, la asfixia, es la sofocación de la angustia. Lagartijas y
escolopendras, aguijones, espectros destemplados. No hay salida. Y la siguen, a Gabriela, los perros.
Quién sabe por qué los perros. Quién sabe si para resguardarla, advertirle, si por lástima o como las antiguas manadas seguían al animal que iba a morir, como las manadas terribles que pisaban las huellas de la víctima con la muerte ya escrita en las ancas, en el aliento débil, en el pelaje sin lustre, el animal que ya está destinado al ataque y al desgarro.
Gabriela camina por la ciudad, por el pueblo, por la ruta, y se le suman los cancerberos, la abruman, se hacen enjambre de amenaza y pavor.
Traen las malas noticias, son las moscas que se ensañan en la carne expuesta. Se arremolinan los perros de la adversidad, respiran malos augurios, sonríen con lenguas burlonas. La siguen, la siguen.
Gabriela está vencida. La jauría acecha, toda la negrura del universo se ha acumulado alrededor de su cama insomne.
Y sueña.
Sueña, Gabriela, que es una institutriz inglesa. Hay niños, hay un prado, hay perros. Si. También aquí, en el sueño, hay perros. Hay perros que se acercan, hay colmillos, hay, Gabriela, promesas de desgracia en los ojos amarillos y pardos.
Entonces, dice "no more dogs". Así dice enfrentando a los perros, protegiendo a los niños. No more dogs, firmemente, decidida. Y por qué inglés, claro, era una institutriz inglesa y por eso es "no more dogs". Una clara llamada a que el mundo se ordene, a que salga el sol, a que el jazmín perfume el aire. Es una orden a la muerte, al caos, una advertencia furiosa.
Es una rebelión.
"No more dogs", no más perros. No me rindo, no me dejo morir, no permito que me hagan despojo. No more dogs.
Basta.
Y esa mañana no hubo perros. Y la vida siguió con su costumbre de mezclar lo fasto y lo nefasto. Pero desde esa mañana ya no hubo perros para Gabriela. No se dejó atrapar. Siguió adelante sin el cortejo de angustias.
Y yo, rodeada de perros, pregunto cómo. Cómo se hace, Gabriela, para ahuyentar las muertes que acechan.
*De Monica Russomanno russomannomonica@hotmail.com
Milochocuarenta (linda como Dios)*
Sol redondo y naranja penetrando la última grieta sin tiempo de una tierra que espera al menos una lágrima de humedad.
Dicen que dice sequía dicen que hasta que no deje ese color-calor el verde no ha de inundar estos cerros cuentan que hasta los mosquitos y las pestes desaparecen y vuelven los cuervos a volar sobre los huesos… Y ese largo camino que los separa. Duro tiempo transcurre bajo sus pasos: muertes hermanas persecuciones exilios.
Duro tiempo el milochocuarenta.
Dicen que los pájaros y los niños son los primeros en percibir las catástrofes. A la sombra del chañar extiende sus brazos, manos y ojos al cielo: la mujer agoniza, su niño gime apenas. Es la mujer
naranja sol calor color viento tendido la que deja atendido a su lado a ese niño. Pone la boca pequeña en leche-pezón-único brebaje dulce ante tanta sal. Es ella “linda como Dios”, la Deolinda.
*De Mónica Lucia Diaz. diazmonicalucia@hotmail.com
PROYECCIONES*
El paisaje es un estado del alma
Diario Íntimo
Henri Frédéric Amiel
El sol que se niega a amanecer,
Las penumbras de Umwelt al acecho.
La melodía que anhela mis incurias,
La lluvia que transpone mis espectros.
Las olas que lloran mi abandono,
El laberinto que pierde mi sendero.
Los árboles que encubren mis temores,
Las ventanas que se cierran a mis céfiros.
La luz que ciega tus visiones,
El aroma que roba tus recuerdos.
El reloj que enmascara las horas,
La cita que yerra el día en que te espero.
Las palomas que abandonan sus nidales,
Tu imagen que ocultan los espejos.
Las cartas que extravían mis respuestas,
Los manes que disfrazan el deseo.
La piedra que rueda a tus pies,
Los peces suicidas que muerden el anzuelo.
Tu amor por mí,
¿Tus sueños?
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
Verguenzas que afrontar*
Durante el primer tiempo se las arregló sin trabajar, adaptándose, recién llegada de un pueblo del Paraguay donde sus familiares, en condición de propietarios, se dedicaban a tareas de campo, la ganadería, los naranjales. Al nacer había pesado cuatro kilos, y lloraba mucho, lloraba por nada. La operaron, siendo beba, de una hernia de ovario, y ella sí que no se privó de padecer de todas las enfermedades comunes de la infancia. Hermanas y hermanos, mayores y menores, la escudaban. La madre, recia y distante, poco se había ocupado de su crianza. El padre, estrecho.
Olga Griffith tuvo su menarca a los nueve años. Por entonces contrajo esa disposición irracional: aterrarse ante gusanos y víboras aun en dibujos o fotografías. La pronunciación de las formas de Olguita venían anticipándola exuberante. Hermanas suyas la proveían de prendas para robustas informes. Ella, alumna mediocre, tenía una compañera que era, además, su amiga. Y la enuresis fue su condena en la pubertad. No tuvo novio pero tuvo luto, largo, insentido, por su madre. Tuvo simpatías, mozos de a caballo a los que temía. No iba a los bailes, iba a los festivales artísticos y a las quermeses. Maestra rural, enseñaba las primeras letras y manualidades.
Y a nuestro país llegó ávida, y sin embargo cauta y piadosa. Hasta que un hombre, en el Jardín Botánico, se le había acercado y hablado, tosco, sincero. Y ella se dejó conquistar y besar y aferrar por esas manos enormes. A pocas semanas de que comenzara a ocuparse de la facturación de la Compañía Sureña Sociedad de Hecho, la Venus rebosante, la marfilina, se encamaba con él. Los siguientes encuentros culminaron con Olguita abonando las tarifas de los hoteles por hora.
Apareció otro ñato: mejor. Empilchaba en Olazábal, trataba con gente, fumaba cigarrillos ingleses. Mejor por la pinta, por los modales. Curraba, sí, curraba, y vendía terrenos cuando todos vendían terrenos. Un paso adelante, Olga. Con éste ibas al cine. Inclusive al teatro. Gervasio te pedía préstamos; y vos prestabas y él te hacía regalos: biyuterí. Le llegaste a prestar... ¿una vaquita?... Te pasaste tres años con él. La temporada que estuvo haciendo sus negocios en Uruguay se hizo extensa. Demasiado. Sólo por eso te acostaste con un croto al que también (y la historia seguiría reiterándose) le solventaste los gastos, y del que te fue complicado deshacerte. A vos, una treintañera de lujo, caída del cielo, bocado regional, zapatos de tacos altos y polleras tubo. Te morís de sueño bien temprano y tus galanes, generalmente reventados dentro de la gama de los fornidos, te dejan a las ocho de la mañana en la esquina de la oficina. Oficina en la que Amanda colige desde tus ojeras, la noche de un estilo de jolgorio del que ella se permitió con el novio que tuvo (Jaime) antes de casarse con Rosendo. Lo hace mientras vos sonreís, al principio arrebatada; después, como promocionando las liberalidades que de todos modos no explicitás. Las confidencias más jugosas se las formulás a Amanda, quien te aconseja mesura, soslayando la envidia; Amanda, quien nos cuenta a Mercedes y a mí tus andanzas, y vos sabés que nada quedará entre Amanda y vos, somos tus parientes en la Legión Extranjera. Convivimos de lunes a viernes y hasta las seis de la tarde en cuatro ambientes: uno, un jolcito; continúa otro, amplio, dividido por un tabique. En la habitación más oscura apenas caben las muestras de las arcillas, la bentonita, el feldespato, el caolín, cubículo del geólogo. En la más interna están el gerente co-propietario en su escritorio y vos al lado de la ventanita tecleando veinte toneladas de carbonato a Zapala a tanto la tonelada, la cifra final en letras y números, subrayado. ¡Ah, con el detalle de la carta de porte! Sin apuro, sorbiendo el té. Para el señor Klimosky sos como algunos de nosotros, un personaje, una entidad conspicua; aun con tu atroz falta de creatividad o empeño o imaginación. Se nota cuando faltás. Yo te sustituyo: en ciento ochenta minutos facturando y pasando a las fichas, consigo lo que te demandaría la jornada completa. Cuando no venís tu almohadoncito te extraña, tus carbónicos sufridos, traspasados, un espejito, una cinta, horquillas que no te ponés, en tus cajones, una mariposa violeta de cerámica. En el ambiente dividido nos arreglamos los demás: la contadora, Mercedes, Josesito, Amanda y yo.
Quince años tenía cuando empecé en la oficina: atendía a los clientes, archivaba, iba a los bancos, despachaba la correspondencia urgente en el vagón correo del Ferrocarril Roca, comía el superlativo chipá con el que nos convidabas y hablaba por teléfono con las sirvientitas que ya empezaban a fijarse en mí. Y vos me llamaste a algunas, por si atendían patronas restrictivas. Supe que cuando cumplí diecisiete me evaluaste delante de Mercedes, luego de enterarte de que yo estaba saliendo con una casada. Sé que para vos, yo, a contramano, siempre existí, aunque no correspondiese a tu tipología favorita.
Trajiste la expresión “hacerse unos tiritos”, aludiendo al haber fifado más de una vez en una misma noche o hasta por haber dejado babeando a algún perdulario por la recova del barrio del Once. Te envanecés de sólo pensar en tu éxito caminando por esa recova o el que podrías tener si aceptaras proposiciones de prostitución. “Tiritos”, “tirarse unos tiritos”, “parece que hubo tiroteo” te espetan Amanda o Mercedes y a vos se te forman hoyuelos... Falsa, burlona, declarás que es agradable lo que en verdad te horripila: por ejemplo, aquel traje de saco cruzado, a cuadros, marrón con líneas rojas, que me compré entusiasmado hasta que advertí que me amariconaba. Oírte apoyar a los militares en pleno golpe del sesenta y seis me apuran las ganas de estrangularte. Pero es de otras ganas de las que me demoro en hablar. Ganas cuantiosas de oprimir esos fabulosos melones agresivos. Cuántas veces estuvimos solos al mediodía, comiendo yo mi huevo duro en la cocina o mi barra de chocolate de taza en el jolcito mientras leía a Henry Miller que me instigaba desde sus trópicos a arremeter contra esa jactanciosa estantería. ¿Qué podía pasar?... Estuve cerca, me ponía detrás tuyo, vos sentada. Y ahítas mis manos, acechando tu escote. ¿Cómo invitarte a que nos encontráramos en la calle? Y ver, darnos una chance de crear onda fuera de allí. Hubiera podido escribirte un acróstico erótico con todas las letras de Olga Petrona Griffith, no como el estúpido que te hice con Olguita, que me salió defectuoso aunque divertido. Puesto que a la instancia de sorprenderte con mi manual ataque no me atrevía, llegó el día en que me traje tres lombrices en una pequeña caja de cartón. Ya Amanda te había mostrado ilustraciones de serpientes en una edición de “Anaconda y otros cuentos” y vos habías reaccionado atravesada por el pánico y reclamaste llorando que yo o Mercedes o el pergeño de Josesito, que también estaba, le decomisáramos el libro a Amanda. ¡Inextricable Olga sojuzgada por unas figuras en un libro de Horacio Quiroga! Cuánto más por aquellas lombrices con las que transpirando amenacé. Peor que puñales, ellas, una en mi palma, las tuve que ocultar porque tu espanto no daba lugar a la audición de mi solicitud. Vos con tus ursos, yo con las pibas nos encamábamos. Pero vos y yo, ¿eh?, ¿qué te costaba?: unos tiritos conmigo te remozarían, y no lo habría de bocinar, mientras avanzaba hacia vos, arrinconada como Isabel Sarli en sus películas, a quien dicho sea de paso, habías asegurado, holgadamente, Olga, superabas. Me fui afirmando mientras vos, entrecortada, suplicabas que dejara por allí, mejor, que arrojara por el inodoro a esos bichos infames, vianda de pez, y comunicabas que “tocar lo dejo”, “tocar lo dejo” autorizabas, invitabas “tocar lo dejo”. Me dí a entender pero temblaba. Me puse amoroso. Estrábico. Se oiría cuando tragaba, como se oía el silencio, como se oía cuando te desabrochaste y desencorpiñaste y levantaste el pulóver y aparecieron. “Siga”, pensé que ordené. Seguiste, ladina, estuporoso me quedé, humillado, un fuego me subió, hasta que así como estabas de estupenda me los incrustaste en los intercostales, y me desmoroné, fusilado.
Volví en mí en la guardia del hospital Ramos Mejía: tuve espasmos cuando lograron reanimarme. Me había golpeado fuerte la cabeza contra la Olivetti. Hay vergüenzas que afrontar.
Regresaré a la oficina la semana que viene.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
LA NOCHE*
La noche,
Dama bañada
en manto de misterio.
Por momentos
repta sobre piedras
para luego volar
mas allá de viento.
Me entrego
a las quimeras de las sombras
que juegan acertijos
en medio del bosque
armando entre dudas
collares de espuma
para la luna nueva.
Me amparo
en la negación de lo visible,
en el refugio de las formas
que cada árbol inventa
y derrama sobre el suelo
en la búsqueda de amor.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
ESTABA HABLANDO POR TELÉFONO CUANDO...*
Laura estaba hablando por teléfono cuando la lluvia arreciaba y el cielo se iluminaba con explosiones de luces.
Mario le hablaba de su actual problema pero ella, debido al miedo que le producían las tormentas, no podía seguir prestándole atención. Le explicó sus temores y finalizó la conversación fijándola para otro día.
Pensó que su psicólogo tenía razón, las engramas de su psique no le permitían resolver el problema de la fobia a las tormentas. En eso pensaba cuando de pronto se interrumpió la corriente eléctrica y todo quedó en penumbras.
Le costó recordar dónde había dejado la linterna. A tientas fue recorriendo con sus manos los estantes de la biblioteca donde imaginaba la había dejado. En un rincón la sintió entre sus dedos.
Entre la luz de los relámpagos le pareció ver, en el edificio vecino, a una pareja que discutía. Sacudió la cabeza para borrar la imagen que había observado pensando que su vista, ayudada por las luces le habían producido esa extraña ilusión óptica.
Volvió a la sala y miró nuevamente a la casa del frente. No se había equivocado. Vio con claridad a un hombre que, con furia, clavaba un arma semejante a un cuchillo una y otra vez en el cuerpo de una mujer.
Asustada dio vueltas en círculos. No atinaba a nada. Sentía aumentar su impotencia pero luego reaccionó.
Salió corriendo mientras profería gritos para llamar la atención y lograr que los vecinos la siguieran.
Al llegar a la casa golpeó desesperada con los puños. Luego de unos instantes, que le parecieron eternos, la puerta se abrió.
Apareció una mujer joven y bella que, apoyando el antebrazo sobre el marco y recostándose displicente sobre él, levantó una ceja en señal de asombro y preguntó:
_¡¿ Todos vienen al curso de teatro!?
*De Marta Elena Diaz. martaelenadiaz@hotmail.com
*
Encuentro Literario Café/Birra
Asociación Italiana de Santo Tomé
El jueves 25 de noviembre, a las 19.30, en el bar Let it be (Ob. Gelabert y Centenario) de Santo Tomé, nos estamos encontrando para presentar a los integrantes del Taller Literario El Aleph perteneciente a nuestra Asociación.
Se leerán trabajos de los mismos. Leerán trabajos escritores invitados y, como cierre, se presentará la colección de LuzAzuL: Cuadernos y Palabras –Edición coordinada por el escritor Oscar Agú quien, a su vez, dirige el taller.
Agradecemos su presencia.
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