domingo, noviembre 21, 2010

TODO HABÍA DURADO UN INSTANTE...



*Ilustración: Ray Respall Rojas



FANCY QUIERE VOLAR*


Para mis hijos Sarah y Ray


En realidad se llamaba Patricia, pero hubo en el Acuario Nacional una foquita famosa, que hacía piruetas y se hizo muy popular entre los niños, a la cual llamaron Fancy. Según decían, recordaba en mucho a esa niña que una vez se llamó Patricia. Al principio le gritaban: “¡Fancy, foca!” “¡Fancy, gorda!” “¡Fancy, pelota!”... Poco a poco se fue quedando nada más en Fancy.
Cuando la llamaban así, no se molestaba. Ni siquiera le preocupaba su parecido con la foca – color de la piel, peso corporal y hasta algo en la nariz… -, porque en la clase de inglés se enteró de que Fancy quería decir muchas cosas lindas: preciosa, primorosa, fantástica, fina, ¡fantasía!… ¡Mira lo que le estaban diciendo sin saberlo los que le gritaban! Estaba tan orgullosa de su nuevo nombre, que hasta firmó una vez un examen de ese modo, por suerte la maestra se dio cuenta y se lo devolvió para que hiciera la corrección. Hasta la abuelita le decía: “Estás preciosa, Fancy”, y ella se sentía feliz.
Pero Fancy también significa “imaginar”. Llevaba la razón al adoptar gustosa el apodo, porque ella tenía un sueño, de esos que se sueñan despiertos, en medio de las clases, de los que se colocan entre los ojos y las pantallas de televisión o los libros abiertos, entre ella y la maestra, la mamá, y hasta de los niños que no querían jugar con ella porque era lenta, lenta, lenta en sus movimientos y siempre la pelota se le iba.
Fancy quería volar.
Un día, mientras volaba en su imaginación, escuchó al narrador de un documental decir algo que llamó su atención: Aquel señor decía que no hay sueño imposible, solo hay que trabajar mucho para lograrlo, imaginarlo una y otra vez. De este modo se le va dibujando en un mundo paralelo, definiendo sus contornos como el pintor que va llenando el lienzo y, al final, como el pescador que tiende las redes y tira de ellas, se le iba acercando a este plano, llamado “realidad”, donde vivimos y nos movemos cada día.
Ella no era tonta, sabía que no le iban a crecer alas así porque sí. No era un ángel, ni un hada, ni un elfo – ¡con aquella figura! -, y sabía que aunque se envolviera en seda durante muchos días, no iba a salir convertida en mariposa. Entonces tuvo una genial idea: Primero a escondidas, luego a ojos vistas, comenzó a construir diferentes artilugios que la ayudaran a volar. Con ellos subía al tejado de su casa, que por suerte no era muy alto, y se lanzaba.
Las primeras veces que la recogió entre los maltrechos canteros de flores, la mamá pensó que se quería suicidar: “No le hagas caso a los niños que te dicen cosas, mi niñita, tú eres linda así”. Ella tuvo que aclararle que se encontraba muy bonita, con su cara y su cuerpo redondos, su piel oscura, lisa y brillante y su naricita respingada. ¡Solo estaba intentando volar!
La llevaron a un psicólogo que le hizo dibujar un aeroplano y reconocer que la ley de gravedad existía, y que se las devolvió diciendo con aire muy doctoral: “Despreocúpense. La niña solo tiene una desbordante imaginación”.
Y Fancy siguió construyéndose aparatos para intentar volar, alas de varios tamaños, tipos y colores, viejas bicicletas con alas, capas con alas, carriolas con alas, cazuelas con paracaídas, y más alas… La mamá terminó renunciando a sus marpacíficos y colocando un colchón viejo debajo de la parte por donde ella se lanzaba, siempre mirando al mar – a saber por qué -.
Eso hizo que casi le cambiaran el nombre por “Fancyquierevolar”, pero como ella no pareció molestarse, se olvidaron pronto.
El día que cumplía 15 años, con el fotógrafo cargando el rollo en la cámara, la mesa puesta en el patio con un cake y varias bandejas con delicias para picar, el enorme vestido de vuelos (parecía la carpa de un circo) esperándola en un perchero, la peluquera con la pamela y la plancha para estirarle el pelo en las manos, se descubrió que Fancy no estaba en casa.
Iban a comenzar a buscarla cuando alguien gritó “¡Tornado!” Y se vio venir por el mar un remolino en forma de embudo. Todos corrieron a esconderse y a guardar la mesa, los bocaditos, la ensalada, las croquetas y el cake – Fancy no era la única que pensaba primero en la comida -, pero cuando cerraron la casa y recordaron que Fancy no estaba con ellos, volvieron a abrir una ventana, la que daba al lugar desde donde se lanzaba (no pensaron que fuera a saltar justo el día de su cumpleaños, ¡pero tratándose de ella!). La mamá, aterrorizada por lo que se veía acercase a la línea de la costa, gritó: “¡Muchacha, baja y déjate de fantasías, madura así sea por una vez en tu vida!” Pero la abuela alzó el brazo y, con los ojos y la boca como platos, señaló un punto pegado a la línea en que el mar se une con la arena:
Allá iba Fancy, con su nuevo modelo de alas pegado a la espalda y los brazos, corriendo al encuentro de la tromba marina.
Por más que gritaron todo género de disparates, no les dio tiempo a hacer nada, ni siquiera a inmortalizar el momento porque el carrete se trabó en la cámara: Fancy fue atrapada por el tornado, abrió las alas y alzó el vuelo.
Y el viento se la llevó. Nunca más se supo de ella. Solo recuerdan su manita regordeta diciéndoles adiós y su rostro, feliz, tal como lo vieron cuando la tromba se acercó un poco más, como para permitirle despedirse de los que no la creyeron capaz de hacer su sueño realidad. Ahora Fancy vuela por el mundo, girando, girando como una bailarina y, como siempre, no cree mucho en la ley de gravedad, ni en los que dicen que las gorditas no pueden ser felices así como son, mucho menos en los que aseguran que no pueden volar.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.





SENDEROS*


Llora el cielo
el dolor del humano
que no redime.

La esperanza
en las alas del viento
busca un puerto.

Sin velas de fe
deambula el hombre
por el infierno.

La sangre muerta
deja huellas sombrías
en los rincones.

No serás árbol,
no madurarás frutos.
Serás estéril.

La vida es río,
solo una vez pasa
por la rivera.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar









LA ESQUINA DE LOS VIENTOS*


De cuando en cuando una ráfaga de viento se arremolinaba, en la esquina que daba a ambas calles del frente del solitario edificio de departamentos, haciendo girar nubes de polvo que solían durar poco más que un suspiro. Quizás ocurría tan frecuentemente por la forma del edificio, o tal vez por lo sólo que estaba en medio de un barrio de casas bajas, con la monotonía de sus frentes conservadores, llanos y sencillos; o por la orientación de sus calles, o vaya a saberse bien por qué…
Los remolinos, aunque fugaces, a veces molestaban por el polvo y la suciedad que levantaban, a veces despeinaban o jugaban picarescamente con alguna pollera desprevenida; que hacía recordar aquellos versos del cancionero criollo : …”con su pollerita al viento, que linda va…” Parecía que el viento fuera en verdad un duende travieso, que lo hacía para divertirse, en el momento menos esperado, molestando sagazmente a sus dueñas, y su silenciosa carcajada burlona se perdería seguramente, en las susurrantes volteretas de hojas y papeles, que tras un súbito giro tornaban a posarse ligeros, tras su breve y revoltoso devaneo.
Veloces e inconscientes, quienes eran atrapadas por el juguetón diablillo, malvado y etéreo, invariablemente se apresuraban a sujetar los volátiles pliegos, bajándolos veloces con sus manos, y doblando ligeramente ambas rodillas, en una lucha graciosa y sutil, por recomponer su donaire, y tratar de seguir como si nada hubiera afectado su gallardía femenina.
Juliana, que pasaba por la vereda de la esquina de los vientos, se vio súbitamente envuelta en uno de esos inesperados revuelos, y no fue lo suficientemente rápida en sus reflejos, o su amplia y primaveral pollera era tal vez demasiado liviana e inestable; y antes que pudiera reaccionar, se había levantado tanto que le cubrió la cara con el ruedo, y le pareció que transcurría una eternidad entre suspiros y manotones, para conseguir que bajara flotando alegremente…
Paralizada, miró instintivamente a su alrededor, con sus ojazos verdes muy abiertos, y sus brazos bajos ahora sí, sujetando su díscola pollera, con la secreta esperanza de que nadie lo hubiera reparado, o que nadie estuviera mirándola.
Todo su campo visual permanecía inmutable. La gente entraba y salía del banco en la planta baja, toda vidriada, sin signos de cambio alguno, como si nadie absolutamente, lo hubiera advertido en lo más mínimo.
Se relajó como un resorte soltado de repente, con marcado alivio, exhalando un suspiro tan profundo, que casi podría haber competido con la ráfaga de viento que terminaba de envolverla. Tan sensible era que se sintió culpable sin saber de qué, como si por un instante se hubiera enredado en un grave delito.
Todo había durado un instante, y pasado antes de darse cuenta; pero se le ocurrió la sensación, de que habría podido ser algo asi como un bochorno, un papelón, si alguien cercano la hubiera visto, tan expuesta, en desmedro de su grácil y casi arrogante caminar de gacela, tan prolija y elegantemente bella y delicada.

Un leve temblor en sus labios pretendía delatarla…
Al final, el rubor le agregó hermosura…




*De Celso H Agretti, celsoagr@trcnet.com.ar
5 Octubre 2010. AVELLANEDA, Santa Fe.






*


Tan bello y rico.
duro como la muerte del rencor
ese espejo de impiedad
el río hecho de tiempo y agua
donde la cristalina verdad
confunde el día y la noche
el sueño y la vigilia
el silencio y el zorzal
en el amanecer
húmedo del rocío
la sonora quietud
de descubrir
la armoniosa claridad
de la naturaleza
desfilarse del paisaje urbano
para sentir las luces del rocío
la mirada, si es así,
sueña en los laberintos
del más allá
de los que se cobijan
en el fantástico mundo
de los que atraviesan
el mundo del soñar.-


*de Azul. azulaki@hotmail.com






DIALOGO CON EL INTELECTUAL FRANCES PAUL VIRILIO

"Siempre se infunde miedo en nombre del bien"*


Aun antes de que la extrema velocidad de Internet revolucionara la vida cotidiana de todo el planeta, Virilio teorizaba sobre los riesgos que la velocidad implica para la democracia y los derechos humanos. En su último libro, La administración del miedo, analiza los mecanismos de control político que el poder utiliza para gestionar a la sociedad.




*Por Eduardo Febbro. efebbro@pagina12.com.ar
Desde París


La velocidad destruye. En una suerte de paradoja vinculante donde se combinan el progreso y la catástrofe, la velocidad y su corolario de soportes técnicos han interconectado al mundo al mismo tiempo que creado una peligrosa simultaneidad de emociones. Esta es la tesis central que, con una
anticipación sorprendente, viene argumentando el urbanista y pensador francés Paul Virilio. Antes de que la extrema velocidad de Internet se instalara en la vida cotidiana de casi todo el planeta, Paul Virilio intuyó el riesgo intrínseco en el corazón de esa hipercomunicación y los desarreglos profundos que acarrean el desarrollo tecnológico y la velocidad. La férrea crítica que Paul Virilio despliega le valió el apodo de "pensador y promotor de la catástrofe". El intelectual francés, hijo de un comunista italiano refugiado, no niega sin embargo la validez de los progresos, sino que propone una suerte de reflexión sobre el tiempo, una filosofía política para pensar y controlar la velocidad. Hombre afable, de frases cortas y contundentes, Virilio acota que "la velocidad de las transmisiones reduce el mundo a proporciones ínfimas", al tiempo que la rapidez reemplazó la uniformización de las opiniones por "la uniformización de las emociones". Para Virilio, los conceptos de democracia y derechos humanos están en peligro. El uso actual de la tecnología conduce a una reactualización del totalitarismo. La velocidad es poder, poder de destrucción, poder que inhibe la posibilidad de pensar. En su último libro, La administración del miedo, el ensayista francés apunta hacia otro de los mecanismos de control político con que el poder gestiona las sociedades humanas: el miedo. Miedo a la bomba atómica, miedo al terrorismo, y el miedo verde, el temor ante el agotamiento de los recursos naturales y al desastre
ecológico. Muchas de las ideas enunciadas por Paul Virilio casi a finales de los años '70 se vieron repentinamente actualizadas con los atentados del 11 de septiembre. Las sociedades escatológicas anticipadas por el autor, la camisa de fuerza tecnológica que los Estados pusieron en los individuos, la
velocidad como factor totalitario y adormecedor, la irreflexión de los medios y el flujo interrumpido de imágenes y emociones tan instantáneas como universales pasaron a formar parte de nuestra realidad. Televigilancia, trazabilidad de los individuos, control de la información, procedimiento de simulación de la realidad para tapar lo real no son ideas negras sino la luminosa realidad que nos encandila. Virilio propone un antídoto irónico: crear un "Ministerio del Tempo" para, como en la música, regular los ritmos de la vida.

La dictadura de la velocidad

-Usted se interesó de forma muy temprana en el fenómeno de la velocidad, incluso antes de que su realidad irrumpiera en nuestro mundo. Uno de sus libros más famosos, Velocidad y política, data de 1977. ¿Qué lo llevó a intuir con tanta anticipación que la velocidad iba a convertirse en un actor central de la vida humana, al que usted llama "una potencia de destrucción"?
-Hay dos elementos. Yo nací en el año '38 y, por consiguiente, soy hijo de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto encontramos dos datos que me marcaron mucho. Lo que se llamó "la guerra relámpago" y la Shoá. No se puede comprender nuestra época sin la clarividencia funesta de la guerra total, es
decir la exterminación masiva de las poblaciones civiles durante los bombardeos, y también en los campos de concentración. Lo que vivimos hoy se desprende de la importancia de la velocidad en estos acontecimientos. El revés del ejército polaco, el revés del ejército francés y los países invadidos en pocos días son un reflejo de esa velocidad. Soy entonces un hijo de esa guerra relámpago, de la guerra en alta velocidad. Todo mi trabajo y el interés que presté a la aceleración me llevaron a comprender
hasta qué punto la velocidad era un elemento determinante de la historia moderna, es decir, de la historia de la Revolución Industrial.
-Usted sugiere que hoy estamos bajo una suerte de dictadura de la velocidad.
-Totalmente, y tanto más cuanto que hemos pasado de la velocidad móvil, es decir de la velocidad de los tanques, de los autos y de los aviones supersónicos, a la velocidad de la luz, a la velocidad de las ondas
electromagnéticas. Estas ondas vehiculan la información, las comunicaciones, y, sobre todo, la interactividad. Esto significa que nuestra sociedad no es una sociedad activa sino interactiva, o sea, la sociedad actual pone en funcionamiento la velocidad de las ondas electromagnéticas para interactuar.
No se puede comprender la globalización sin esta aceleración absoluta en todos los campos, incluido el campo financiero. La crisis financiera mundial que estalló en 2008 no es sólo un problema financiero, sino un derivado de la velocidad. Las cotizaciones automatizadas entre bancos, realizadas por
plataformas automáticas, jugaron un papel central en la crisis. El factor de todo esto ha sido la velocidad: la velocidad domina, la velocidad de la luz, de las ondas se impusieron sobre la velocidad de los móviles, del transporte, de los medios de transmisión tradicionales. Es imposible comprender la realidad del mundo sin esta configuración. En los años '40 se hablaba de la aceleración de la historia, hoy estamos ante la aceleración de lo real, la aceleración de la realidad. Todos los sectores de nuestra
civilización están afectados por la aceleración de lo real. Es una evidencia que aún no ha sido reconocida plenamente.
-Hannah Arendt decía que la dictadura se plasma en una suerte de velocidad del movimiento.
-El terror es la concretización de la ley del movimiento. El terror es indisociable de la velocidad. La temática de la velocidad es también la cuestión de la sorpresa, y la sorpresa es el miedo. Cuando alguien nos toma por sorpresa decimos "ay, qué susto me diste". La velocidad absoluta y la sorpresa están íntimamente ligadas. Se trata de un fenómeno de pánico, un fenómeno que se refiere al terror. Nuestra época es muy singular. Nuestra percepción del tiempo y de las distancias ha sido trastornada. La Tierra es demasiado estrecha para cualquier forma de progreso. La velocidad de las transmisiones reduce el mundo a proporciones ínfimas.


La sincronización de las emociones

-Otra de las características que usted pone de relieve en nuestra modernidad, o en nuestra actualidad, es la sincronización de las emociones.
Todos sentimos casi lo mismo, en el mismo momento.
-Absolutamente. Las sociedades de antes estaban bajo el signo de la estandarización de las opiniones. Si tomamos como referencia la Revolución Industrial nos encontramos con la estandarización de los productos, lo que llamamos la industria, y también de las opiniones. A través del desarrollo de la prensa y de los medios de comunicación se operó una uniformización de las opiniones públicas. Ahora, hoy, con la interactividad, ya no se trata más de la uniformización de las opiniones, sino de la sincronización de las emociones. Estamos ante una sociedad en donde la comunidad de emociones reemplaza la comunidad de intereses. Se trata de un acontecimiento político prodigioso. Las sociedades vivieron bajo el régimen de la comunidad de intereses, de allí la estructura de las clases sociales, los ricos y los pobres, el marxismo, etc., etc. Hoy vivimos bajo el régimen de una comunidad de emoción, estamos en lo que he llamado un comunismo de los afectos: resentir la misma emoción, en el mismo instante. El 11 de septiembre de 2001, delante de una catástrofe telúrica equivalente a un terremoto o un tsunami, el planeta estuvo en la misma sintonía de emoción. Es un acontecimiento político inédito en la historia de la humanidad. Se trata de un acontecimiento pánico que pone en tela de juicio la democracia. La tiranía del tiempo real representa una amenaza considerable que no ha sido tomada en cuenta. Se hacen bromas sobre la telerrealidad y esas cosas, pero este fenómeno nada tiene que ver con la telerrealidad. ¡Ocurre que se ha llegado a sincronizar a la misma realidad!
-¿En qué sentido esta sincronización de las emociones pone en peligro la democracia?
-La democracia es la reflexión común y no el reflejo condicionado. No existe opinión política sin una reflexión común. Pero hoy lo que domina no es la reflexión sino el reflejo. Lo propio de la instantaneidad consiste en anular la reflexión en provecho del reflejo. Cuando me invitan a un debate en la televisión, me dicen: "Qué bien, usted trabaja desde el año '77 en los fenómenos de velocidad. Tiene un minuto para explicarme todo eso". No es posible. Estamos ante un fenómeno reflejo, pero la democracia reflejo es una imposibilidad, no existe. Lo mismo ocurre con la confianza. Las Bolsas están en crisis, porque hay una crisis de la confianza. ¿Y por qué hay una crisis de confianza? Porque la confianza no puede ser instantánea. La confianza en un sistema político o financiero no es automática. La opinión tampoco puede ser instantánea. Ahora bien, los sistemas administrados por los políticos, incluido el sistema financiero, son fenómenos que tienden hacia el automatismo. La automatización es todo lo contrario de la democratización.

La lentitud y la aceleración

-Podemos pensar que existen dos mundos paralelos: el mundo de la lentitud, el mundo primitivo, que está fuera de la burbuja tecnológica, y el mundo de la velocidad, el mundo desarrollado expuesto sin freno a la atracción de la velocidad.
-En primer lugar, quiero decir que el mundo de la velocidad instantánea conduce a la inercia. De alguna manera, la lentitud de las sociedades antiguas anuncia la inercia de las sociedades futuras. La rapidez absoluta conduce a la inercia y la parálisis. La interactividad prescinde del desplazamiento físico y de la reflexión, por consiguiente, el incremento constante de la velocidad nos llevará a la inercia. El problema ya no concierne tanto a la lentitud o la velocidad, sino que concierne a la inteligencia del movimiento. Cuando me preguntan "¿Acaso hay que aminorar?, yo respondo: No, hay que reflexionar".
-¿Y cuál es el punto central de esa reflexión?
-Debemos reflexionar sobre el ritmo. Como en la música, nuestra sociedad debe reencontrarse con el ritmo. La música encarna perfectamente una política de la velocidad. A través de los tempos, el ritmo, la música es la encarnación misma de la política de la velocidad. Debemos elaborar una musicología de la vida. El problema no consiste tanto en aminorar la velocidad, sino en inventar ritmos sociales, políticos o económicos que funcionen. De lo contrario terminaremos en la inercia, es decir, en la lentitud y la parálisis más grandes que las de las sociedades del pasado, las sociedades sedentarias, rurales. De hecho, no necesitamos una visión revolucionaria sino una suerte de fuerza de revelación.
-Las reglas del juego planteadas hoy tornan, sin embargo, imposible retroceder ante la velocidad.
-Yo no expongo un trabajo retrospectivo sobre el bienestar del pasado, sino una reflexión sobre el porvenir. Soy un progresista. Por ello no hablo de desacelerar sino de elaborar una inteligencia del movimiento, una suerte de economía política de la velocidad. Esto consiste en reencontrarse con el
tempo. El descontrol del tempo hizo volar en pedazos el sistema de producción y de trabajo. Las consecuencias de esta desregulación del tempo las constatamos en la empresa France Telecom, donde los empleados se suicidan. Nos falta el ritmo. Todas las sociedades antiguas eran rítmicas: estaban la liturgia, las fiestas, las estaciones, la alternancia del día y de la noche, el calendario, etc., etc. Pero con la aceleración de lo real hemos perdido esta organización rítmica. Vivimos en una sociedad caótica. La
velocidad redujo el mundo a nada. El mundo es demasiado pequeño para el progreso, demasiado pequeño para la instantaneidad, la ubicuidad. Esta es una de las grandes cuestiones políticas y uno de los grandes planteos de mañana en materia de derechos humanos.

El control del mundo por el miedo

-Su último libro, La administración del miedo, le agrega a la velocidad otro factor de control: usted afirma allí que el miedo es un arte para gobernar.
-Estamos ante un acontecimiento cósmico. La raíz del miedo es lo que se llamó el equilibrio del terror, el miedo al fin del mundo engendrado durante la Guerra Fría. Podemos decir que el primer gran miedo de destrucción masiva tiene 40 años y remonta al proyecto de instalación de misiles en Cuba, en los años '60. En 2001 entramos en otra fase, que es el desequilibrio del terror. De pronto, con los atentados del 11 de septiembre, el desequilibrio se convierte en un terrorismo ciego, que puede golpear en cualquier momento y en cualquier lugar con una potencia colosal. Aún nos encontramos en ese desequilibrio del terror. Un puñado de individuos desarmados puede causar tanto daño como un ejército. Un grupo de hombres puede así provocar desastres considerables con un mínimo de medios. El tercer gran miedo que
nos acecha es el del agotamiento de los recursos naturales. La Tierra es demasiado pequeña para el progreso y sus recursos pueden ser insuficientes de cara al porvenir. Vivimos con esos miedos. La angustia, la desesperanza, el carácter suicidario de muchos jóvenes tienen mucho que ver con esta
dominación del miedo sobre nuestras conciencias. Nos enfrentamos a un fenómeno de pánico globalizado.
-Usted tiene una interpretación diferente de la ecología, muy crítica. No la califica como una ideología totalitaria, pero sí con los rasgos de un instrumento que está ahí para dar miedo.
-El miedo ecológico se suma al miedo que engendró la Guerra Fría, al miedo que instaló el terrorismo. No estoy en contra de la ecología, para nada. La ecología es necesaria para preservar la Tierra. Pero no se puede aceptar lo que plantea el discurso ecológico actual, es decir, una suerte de difusión de miedo global. No olvidemos que existe una constante: ¡siempre se infunde miedo en nombre del bien! Hay que evitar eso. Los ecologistas están tentados de convencer mediante el miedo. El discurso ecológico debe imperativamente ampliar su campo y relacionar la ciencia del medio ambiente con la filosofía, con las ciencias humanas, con la democracia. Detrás de la ecología hay una ideología amenazante, que es la del espacio vital. Cuando se piensa en el nazismo se lo asocia con el racismo, pero no con la dimensión del espacio vital. Los nazis ponían carteles que decían: "Bosque prohibido a los judíos". Se trataba de un espacio vital. Si queremos una ecología humana, humanitaria, debemos desconfiar de la dimensión vitalista propia al nazismo. No estoy en contra de la ecología, para nada. Pero, como hijo de la guerra total, recuerdo esa noción de espacio vital que fue el resorte de la Segunda Guerra Mundial.
-La gestión del miedo -a la bomba, al desastre ecológico, al terrorismo, al desempleo, al inmigrante, a la inseguridad- se ha vuelto el principal instrumento de gestión política. De esa estrategia nació otra amenaza: la vigilancia, el seguimiento, la trazabilidad de los individuos.
-Ello explica el desarrollo de la televigilancia, las propuestas para recabar las huellas de los individuos. Hasta podemos pensar que, mañana, la noción de identidad, de documento de identidad, será remplazada por la trazabilidad de las personas. Una vez que se controlan todos los movimientos de un individuo, la cuestión de su identidad pierde todo interés. Basta con recabar informaciones sobre sus movimientos y la velocidad para localizar la persona o el producto. La trazabilidad es un elemento inquietante de la
vigilancia. El miedo siempre ha sido un instrumento para gobernar.
-En La administración del miedo usted resalta que la propaganda en torno de ese gran Eldorado que son las nuevas tecnologías es también vector del miedo porque duerme a la gente.
-Albert Einstein decía: "Nuestra tecnología sobrepasó nuestra humanidad".
Resulta obvio que las tecnologías representan hoy una amenaza en la medida en que no controlamos el progreso. Los adelantos tecnológicos han dejado de estar controlados por la humanidad.
-A fuerza de velocidad, de miedo, de tecnología, de metas eficaces, de aspiración a resultados, de estrategias de gestión, el sueño tecnológico de un ser humano mejor desembocó en una humanidad amenazada por las propias máquinas que crea.
-Sí, sin dudas. El hombre empieza a estar de más. Asistimos ahora a una reactivación económica sin empleo. Ya se habla de inactivos crónicos y no de desempleados coyunturales. La carrera hacia la productividad reemplaza a los productores, es decir, el trabajo del ser humano. Nuestra civilización está amenazada. El respeto de los derechos humanos está en tela de juicio.
Necesitamos un esquema de pensamiento distinto para evitar la catástrofe.
Nos hace falta elaborar un pensamiento político de la velocidad.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/18-157228-2010-11-20.html







MILONGA CON JAPONESES*



*Cuento de Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar




-‘El tango me pone triste porque soy sentimental’ – engolando la voz, desde el primer asiento del ómnibus el pianista burlaba al cantor del grupo.
- Dejame dormir, curda incurable- protestó el otro desde el fondo.

Desde salir de Calafate a Río Gallegos al amanecer en la ruta patagónica el día sombreaba un contorno anaranjado.
- El frío marca dieciséis bajo cero y más al invierno llega a treinta – anunció el chofer como si eso fuera un record propio. Qué disparate, -se afirmó Ricardo el pianista- cuánto paisaje perdido en soledad y un frío para pingüinos. ‘Muchas veces al pensar en las duras madrugadas de mil colores pintadas por paleta singular me dan de encordar mi guitarra abandonada’, entonó con su memoria porque para él, la milonga sureña viene por meditaciones, vacas en la aguada y calderones de silencio. ‘A veces creo escuchar galopear la caballada rumbo a la acequia anhelada en la hora crepuscular’; un ataque gauchesco que al pianista enredaba a la nostalgia y buscó zafar mirando por la ventanilla. Por ahí en setiembre no era zona de nevada, pero las ruedas seguían quebrando escarcha y el desierto sólo cedía ante una majada de ovejas y el picotear de las aves kaukenes. Bicho enamoradón el kaukén, él sabía; de los arbustos enanos cada pareja se remonta inseparable al aire y dicen que los kaukenes al enviudar mueren de pena, algo que por ahí tendría desolaciones de milonga...

Pero de pronto al pianista algo le sobresaltó su meditación: como llegadas de otra representación aparecieron unas figuras con ropa de oficinista corriendo al borde del camino. Un asunto confuso, se dijo porque si él luego de tocar como de costumbre apenas se demoró en el bar a tomar una ginebra, - o dos- sus espectros no eran resaca nocturna y sí japoneses trotando contra el vientazo del sur. Se veían cuatro o cinco tipos bien vestidos de sobretodo a solapa levantada, zapatos con brillo y gente de saludar enarbolando un brazo, - apariciones más propicias a una imaginería de fogón en mitad de la pampa- aunque algo lo tranquilizó: por más que la gimnasia matutina fuera moda, él anoche muy pocos tragos.

Al fin, siguió pensando, por Nuestra Amada Patria Argentina los españoles se pelearon con ingleses y franceses, luego llegaron a protegernos los yankis y ahora por la gélida estepa sureña con dieciseis bajo cero, vienen a invadirnos estos Hijos del Sol Naciente. Y es tiempo de sentir al menos un cachito de orgullo, porque si en el cine del cuarenta los japoneses eran unos sangrientos traicioneros hoy sabemos que además de bien informados ellos son altamente industriosos. Siempre al calificar a un japonés se debe agregar ‘industrioso’- sin olvidar que si estos nipones como Uchima en mi barrio sur eran tintoreros todos iguales, hoy debemos saludarlos con educación. En principio por las dudas y ser gente ajena al peligro chino, esos mil cuatrocientos millones que ante el hambre pueden desenfundar una atómica grandota y no habrá Sociedad Rural que les frene la reforma agraria. Porque los chinos no son japoneses, - son comunistas chinos, no jodamos- y los japoneses son educados floristas que aprecian tararear ‘el tango me pone triste’. Sí, eso mismo que los antropólogos tangueros curten en la feria del pasado adoran estos japoneses invasores a transistor con reproducción automática. ¿Buscarán en el tango quejumbroso y lagrimero a la suerte que es grela fayando y fayando los largue parao, o andar bien en la vía sin rumbo y desesperao..? Qué contradicción, se dijo Ricardo y recordó aquel amigo atorrante que para venderle un viejo bandoneón a un japonés, le agregó un curso para tocar algunos temas bien sencillos. Un negoción, vaya un fuelle Doble A. más veinte clases de enseñanza Menozzi para desparramar arrabal por los bailongos del Social Kioto o el Defensores de Osaka, incitando en dos por cuatro a bailarines de presuroso paso. Sí, nada es casual; estos tipos nos estudiaron antes de entrar por la Patagonia a ocupar la naturaleza más rica del planeta, y como ellos se caen del mapa inventaron su derecho a invadir. Tá bien.

Por ahí el ómnibus se detuvo. El chofer se calzó un abrigo y bajó al borde de la ruta donde había una camioneta con cuatro o cinco japoneses alrededor. Alguno daban saltitos de boxeador y saludaba a todo aquello que se moviera; son invasores bien educados creyó Ricardo si ya reventaron el bar del aeropuerto donde cada trago vale un dineral, bienvenidos kamikazes... Pero cómo, ¿antes nadie se avivó que la vocación japonesa por el tango era un avance del espionaje nipón en la región? Estos se aprendieron desde nuestra inmutable nostalgia a nuestro estilo de cambiar todo a cada rato, y bien se enteraron que para recuperar las Malvinas nosotros no sabíamos que whisky tomaban los kelpers, si preferían jugar póker abierto o cerrado y ni apenas, si las isleñas hacen mejor el amor cuando afuera llueve. El mundo tiene mal hecha la repartija y esta invasión es inevitable, sí señor. Hay millones de hambrientos que hacen artilugios para comer algo y en esta inmensidad repetimos el discurso de la abundancia hace quinientos años. Y aunque estos tipos sean educados y atentos quien parece ser el jefe podría hacernos el harakiri uno por uno; y además de masacranos las ballenas no vinieron a cobrar la bomba de los yankis en Hiroshima. Por lo menos, así que a ensayar ‘Aquel kimono de Armiño’ o ‘Geisha que te manyo de hace rato’ que pronto tendremos gardeles sintetizados cantando ‘silercio er la noche’ mejor que el mismo Gardel. De aquí en adelante afinaremos en escala pentatónica y a comer arroz con cuero. Estos nipones de saludarnos ‘sayonara sayonara’ conocen nuestro silbido a solas y el quejoso llanto que amontonamos dentro. Sí, nos han tomado el tiempo y hasta saben porqué el tango me pone triste...

El chofer volvió del frío y de un respingo retomó el volante.
- Qué mala suerte tuvo mi colega chileno: reventó una cubierta llevando cinco japoneses de excursión y si los tipos no corrían se congelaban – dijo el hombre. Y una repentina mezcla de frescura y vergüenza hundió tanto a Ricardo en el asiento que casi lo desfonda.


*Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.







Historia de un Amor*




Supo de mi romance veraniego con mi co-terapeuta. Y del affaire con la acompañante psiquiátrica que trabajó en la Clínica pocos meses, durante la temporada que tuvimos completo el cupo de internados, y en la que llevamos adelante el Congreso sobre psicosis en el auditorio de Johnson y Johnson. Cuando la doctora Julieta W. me dio calce, no especulaba en ligar con ella. Nunca se había dirigido a mí en los grupos de reflexión ni en los ateneos. Un jueves (como todos los jueves desde las veintiuna), en reunión de equipo, advertí que me observaba y me empezaron a latir las orejas. Correspondí, afable.
Daba arranque a su Fiat 600 cuando me pregunta si me acerca. Convinimos que podría hacerlo. Me arrellano al lado de Tito, el terapista ocupacional, en el asiento de atrás. En el de adelante, acompañando a Julieta, estaba Nora, tan graciosa, la médica de los domingos. Fueron dejados primero Nora, en Plaza Italia, luego Tito, en Santa Fe y Agüero. Julieta vivía en la avenida del Libertador y Callao, y yo en Balvanera. Insistió en llevarme hasta mi casa. Y lo hizo. Apagó el motor y fumamos mientras sosteníamos una charla sobre el discurso universitario. Me contó que el padre le bancaba su análisis. La seguimos en mi departamento, bebimos té de manzanilla y le mostré fotografías. Al principio no reconocí su viscosidad. Procuré besarla en la boca (en instancia de franca comunión). Rehusó y continuó parloteando. Nuevo piletazo mío, ahora con ligero aferramiento, y otra vez se me niega. No la dejo pasar: me refiero al “ósculo fallido”. Sonríe, me toma una mano, y como leyéndome la palma, me informa que se va. La acompaño hasta la puerta de calle y despidiéndome con un solemne beso alevoso en la frente, la cual despejo del flequillo, le permito introducirse en su autito y partir.
Fue después de tres jueves que me dio a entender que había quedado esquilmada al cabo de noches pasionales con un seductor abandonante. Desconfiaba de mí aunque aseguraba enigmática que yo era “bueno, bueno”. Se sacaba los anteojos y me instilaba briznas untuosas. Se lo espeté una vez, así como me salió, ya inflado, luego de retomar la ofensiva en el coche y ofertar otro rango de proximidad. “Instilar” y “briznas” entendía, pero “untuosas” le resultaba vocablo desconocido. Y me siguió llevando.
En las supervisiones quincenales de pacientes, apoyaba mis opiniones. Y me buscaba para trasmitirme alguna cosa. Y cuando me invitó a tomar café irlandés en una confitería del barrio de Núñez, evalué que valía la pena acceder. Me la imaginaba como a esas minas que se desatan haciendo el amor, como desquitándose, furiosas y posesivas, y te exclaman loas crudas con referencia anatómica. Ella ya había mentado su “capacidad de entrega”. Ingerimos el irlandés y torta de frambuesa. Estacionados frente al edificio de mi departamento, la mordisqueé en el cuello y en la (también latiente) orejita. Pero no pasamos de ahí.
Más adelante, me avisó de una fiesta para celebrar la inauguración de su consultorio. No fui. Yo la atendía más seco. En otra llevada a mi casa me agarró descuidado, me instó a que subiera con ella y ya en el quinto piso, bailamos, y cuando se espesaba el clima, le vino la fobia y pidió té.
En un mediodía feriado me sorprendió telefoneándome: “¿Vendrías a buscarme para ir juntos a almorzar?”... Acepté. Hice la cama así nomás y mientras daba vueltas a lo marmotón me entretuve en fantasear que la violaba: con el inequívoco y lucidísimo propósito de revelarle las ganas, de trocar en positiva su irradiación, de impedir, aun con coerción, que se malograra tanta energía envasada. Presentificarle el sortilegio. Así seguía yo con mis fundamentaciones. Me atraía, ubicados en tan fronterizas circunstancias, la posibilidad de consumar ese acto reprobable. ¿Qué comimos?: capeletis al roquefort.
El jueves (esto es: ya comenzado el viernes) subió a mi departamento. Por lo espinoso de mis inconfesables inquietudes yo oscilaba entre estar paralizado y salido de la vaina. Probé de inducirla como un caballero, pero en vano. Junté aire, la alcé, la trasladé al dormitorio y la arrojé a la cama. Con mis manos y brazos abrí los suyos y la besé con implacable dulzura. Me noté un poco vil cuando desabotonaba su blusita y deshacía el lazo. No gritaba ella, tensa. Decía “no, no”. Y a mí me salía “sí, sí”. Ya bastante desnudada, sujetándola, logré desnudarme. No fui delicado durante todo el procedimiento, yo estaba improvisando, persuadido de mi pronta redención. Fui brusco sólo lo inevitable. El cunnilingus la arreboló. Me trató de “malo”. Y proseguimos consubstanciándonos hasta el amanecer.
Milagro, portento, prodigio: suceso extraordinario: tras varios años de matrimonio, somos felices. Julieta me ruega a veces que le dé unos chirlos y la zamarree, y asevera henchida de orgullo, anhelante, que soy maravilloso.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar



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