lunes, noviembre 22, 2010
NI LEJOS, NI NUNCA...
*Dibujo: Ray Respall Rojas
EN NOCHE DE LUNA LLENA*
Para Ray
Comenzó con la llegada de la luna llena. A partir de ese momento, en cada plenilunio las escenas se repetían en su horror ancestral. El aumento de los aullidos, los rastros de sangre en la nieve, las noticias de avistamientos corriendo como fuego... Era evidente, el antiguo enemigo volvía a las andadas.
Cuesta trabajo creer en lo que no se ha visto. La simple visión de los insondables enigmas de la naturaleza no basta para desarraigar la creencia de que son frutos de la superstición. Pero esta vez el intruso se había cobrado demasiadas víctimas sin preocuparse siquiera por borrar sus huellas. El consejo de ancianos se reunió para tomar una determinación: Era cuestión de creer o no en lo inevitable.
Al final del ciclo astral, antes del advenimiento de la luna llena, habían decidido tomar las necesarias precauciones, evitar a toda costa la muerte de la mermada población. Mas, para ello, era imprescindible convencer a los demás del peligro que los acechaba a cada salida de sus hogares. La voz corrió de hocico en hocico de los miembros de la tribu de licántropos:
Hay hombres en el bosque, y son reales.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
VÍA 17*
*Por Silvia Milos milossilvia@yahoo.com.ar
El tren estaba por parar. Ya había tocado la bocina estremecedora anunciando su llegada a la estación de Castelar. Antes del cruce de las vías se detuvo, a la espera de que el otro tren, salido de Moreno, libere el paso. La gente estaba muy apretujada, y el calor del verano hacia de ese vagón un horno. Abriéndose paso, el guarda caminó picando los boletos hasta que llegó a nosotros. Una mujer chilló, porque alguien la había pellizcado, mientras un oportunista arrasó con tres carteras en esos cinco minutos infernales. Todos queríamos que de veras arranque, sí, de una maldita vez y poder bajar para respirar aire puro. En Enero del 1993 la temperatura rondaba los 40ª, pero ahí arriba la superaba. Habría dado cualquier cosa con tal de que refresque, de tener algún escalofrío que me libere. Maldecía y maldecía, mientras cabeceaba cerraba los ojos. Después de diez horas de trabajo, estaba extenuada.
El guarda dio una media vuelta, y con esfuerzo, empujando y pisando a más de uno llegó hasta donde estaba el maquinista. Nadie sabe como, pero el tren avanzó sin la señal debida. Horrorizados vimos pasar la luz roja ante nuestras narices, y el estupor de la gente adentro de sus autos enfrentados hacia la barrera, desconocíamos adonde íbamos, porque nos alejábamos cada vez más de la estación.
De inmediato el sopor reinante se diluyó, y enfrió el ambiente. Un viento helado comenzó a sisear por las chapas del tren, colándose entre las juntas del piso, desafortunadamente abierto bajo mis pies.
Celeste me miró y yo miré hacia afuera, apoyando mis manos contra los vidrios para tratar de darle una explicación, que ni ella me había pedido, ni yo se la podría dar. Estaba demasiado oscuro, y las ventanillas tenían barrotes adosados. Poco se podía distinguir ante la inminente noche. Todos, los 688 pasajeros, habíamos perdido la noción del tiempo.
Solo sé que el paisaje era totalmente ajeno. Un campo inhóspito bajo el cielo gris se multiplicaba como en una diapositiva. Poniendo atención pude distinguir algunos carteles escritos en alemán. Al costado del camino desfilaban horcas dispuestas para los partisanos. Un gitano comentó que estábamos en Abril, de 1943. La punzada en el abdomen me hizo notar que hacía dos días que estábamos viajando, yendo hacia una parte del mundo que el resto del mundo desconocía como propia. Los pasajeros amontonados como ratas en vagones de ganado, la nieve que empezaba a formar copitos sobre el techo, mis ojos rojos ya sin lágrimas. Notamos ruidos sobre nuestras cabezas, eran pisadas sobre el techo, un soldado ucraniano apuntando hacia la nada gatilló agujereando la chapa y mató a una pasajera. Parecía divertirse.
Y el guarda desaparecido con su máquina de picar boletos fue reemplazado por otro con metralleta. No sea que alguno quisiera escapar. Cosa que de hecho sucedió. En la desesperación rompieron el piso a patadas y se tiraron bajo las vías, esos fueron arrollados. Otros perecieron de hambre y de sed, no soportaron los seis días de viaje.
Formaba parte de una pesadilla ajena. Casi sin hablar nos consolamos, dudando hasta el extremo cual sería el fin. Pero la incógnita fue develada, sólo para nosotros, los que permanecimos de pie. Para los que abrir los ojos significaría algo peor, y negar la realidad, podía ser la diferencia: sobrevivir.
De golpe una sacudida. La frenada hizo que tambaleara, y sacara mi cabeza doblada hacia delante. Celeste me apuró para bajar, el tren había llegado a la estación. Seguro estuve dormida, parada, sostenida de la manivela, y ajustada sin espacio por los demás a mi alrededor.
En estos tiempos esas cosas no pasan, no se secuestra a la gente adentro del tren, si está lleno de ausentes estudiantes o trabajadores asalariados. A quién le podría interesar, personas comunes con sueños comunes, gente que vota y que quiere a sus mascotas.
Que toma el desayuno a las apuradas, porque pierde el último tren.
*Nota de la autora: El último tren con destino al campo de concentración en Auschwitz partió desde Berlín llevando 688 pasajeros, entre ellos gitanos, judíos, polacos y checoslovacos que estaban todavía en Alemania. Salió desde la vía 17 de la estación de Grunewald en Abril de 1943.
No es la misma lluvia*
Por qué?
El amor de enamorados se va
Lo que fue calido e intenso
Se convierte en mísero y distante
El compartir la risa…
Luego de un tiempo
La compañía se trasmuta en intolerancia.
Por qué la carcajada seductora y tierna
Cómplice de nuestros defectos
Hace trizas el compartir.
En una impronta de malos entendidos
Lo dicho se escucha hiriente,
ajeno y sin motivo aparente
son las mismas palabras de antaño
las que antes saborizadas de sorpresa
ingenuidad y alegría
se vuelven disparatadas, agresivas
e indiferentes.
Será que el amor no dura eternamente?
Seré yo o serás tú
El que comenzó a caminar
Por distintos senderos?
Quizás no quiera darme cuenta
Que la lluvia cambia su semblante
Su sabor, su temperatura
Y su destino.
Sus gotas aunque parezcan del mismo cristal
No desean esclavizarse en el mismo otoño
Su intenso afán de libertad
Las hacen más pesadas y dañinas
Buscan otro seno que las albergue
Necesitan de su propio espacio
Y yo, inocente y romántica
Creía que era la misma lluvia.-
*de Azul. azulaki@hotmail.com
FLORINDA*
*Por Hebe Uhart
¿Que cuánto hace que estoy en Buenos Aires? Seis, un suponer siete años. No llevo la cuenta, si todo lo de allá lo dejo por perimido. Y lo de acá, cada año una novedá, compramos la heladera, oso de peluche, puse el piso de cemento, ando pagando la televisión, si allá no había televisión. Él tenía la conexión, pero decía que era mucho gasto. Todo era mucho gasto para él y eso que tenía vehículo. Cuando yo me compraba un vestido -que le sacaba a él del bolsillo- él me miraba como si me fuera a ojear y me decía:
-Te compraste un vestido nuevo.
Y yo le inventaba, que me lo dio la Dora, que mi hermana, que tal y cual. Y había sido que se quedaba conforme con eso, nomás. Que cuando me casé yo llevaba taco alto y me dijo:
-Sáquese esos zapatos de compadrear que acá no valen.
Y me dio unos botines patrios para andar en el campo, y yo hacía también el pan de los peones y así me quedaron las manos como dos milanesas. Aunque en la ciudad se fueron achicando y volvieron bastante a su tamaño justo; ahora les meto crema, me parece que no hace nada pero tiene tan lindo olor. Los
pies también se me fueron componiendo, que cuando llegué tenía que usar zapatillas cortadas por adelante. Él se quiso separar, y lo que es el destino, salió para bien porque a mí no se me habría ocurrido. ¡Quién me decía que yo iba a estar en Buenos Aires y que la hija menor me iba a salir tan porteña que es un gusto! Eso sí, él me dio un dinero y yo le dije:
-Como padre de tus hijos siempre te espera un lugar en la casa que yo compre.
Y compré raspando, raspando esta casita chota que era de un viejo así nomás.
Pero con el mayor la pintamos y le pusimos muchos adelantos, camitas marineras, cada oveja en su cama, cocina de gas que enciende el fuego en un suspiro, que allá me venía negra del humo porque dale apantallar el fuego, cuantimás en verano, que me venían los mareos. Cuando él vino a la casa la primera vez, entró a gritar: vio a Palomo comer de la taza que yo había traído del campo, porque Elisa me dijo:
-Mamá, esas tazas son de mierda.
Y ahora se las dejamos al perro, que ahora come de la macrobiótica, porque Elisa hace la dieta y también karate. Cuando vio al perro, dijo gritando:
-¡Perro cagonero, perro garronero que ataca al amo y no defiende! ¡Come y caga, nomás!
Y Elisa le dijo:
-Papá, por favor, no vengas acá a gritar.
Y yo volví al Chaco porque vendía un montón de frazadas a los colonos, yo compraba acá en el Once. Los colonos me decían:
-¡Doña Florinda, se sacó diez años de encima!
Y está visto, con la minifalda y el pelo con los canutos, era otra. Qué me van a comparar con esa pollera larga que usaba allá, qué me habría dejado usar minifalda, si él mezquinaba todo.
Y los abogados para hacer las partes me sacaron mucho, pero todo fue para el bien: era el destino. Yo entré a trabajar a tres casas, una de más enseñanza que la otra. Me daban ropa nueva y vieja, la vieja se la vendía a los colonos. También la señora Mirta me dio una alfombrita color canela y las cortinas porque decía que ella quería simplificar la vida, que vendría a ser digamos echar lastre y yo ligué por demás de esa casa. Ella miraba para afuera por el vidrio pelado y me decía:
-Ahora veo con toda claridá.
Y yo le decía:
-La verdá. ¡Qué bien se ve!
Y a embolsar.
La segunda vez que vino él -como padre de los hijos- empezó a gritar porque Jorge tomaba el colectivo por quince cuadras; él se viene caminando desde la estación, ahí se pone zapatillas hasta la casa, así no gasta zapatos, Elisita le dijo:
-Papá, si vas a gritar así mejor que no vengas.
Y yo no sé de dónde saca ella las palabras justas que siempre tiene para todo. Ella en unos años quiere ser empleada, llevar papeles de un lado para otro, que los papeles son cosas limpias, que yo allá no me podía sacar el olor al horno de pan, que es olor a leña, olor a rancho. Ella a mí me dice "Flor" porque Florinda es muy largo y el loro también me dice "Flor". El loro también suele decir "Me duele la cabeza", y es de ver, todo lo que dice, pega con la oportunidá. Y él fue espaciando de venir, a veces avisa que viene y después quién sabe, pero da igual que venga o se quede, ya está perimido. Y Elisita se está preparando para ser empleada, que hace el curso en la propia gobernación. Los otros días vino un auto de la gobernación con chofer a buscarla, de tanto que le quieren. Y a mí la última vez que fui a
vender frazadas, me dijeron en una casa:
-Doña Florinda, ¿no vuelve por acá?
Y les dije:
-Ni lejos, ni nunca.
*FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1326074
Es mejor ahora*
Es mejor ahora
que los molinos del alma se aquietaron
y puedo diferenciar todavía
entre el color de tus ojos y el olvido.
Mejor ahora
antes de hablar de alguna utopía
de complicarnos en abrazos que no damos
de sentir que hay puertas en todas las esquinas
y que volver no cuesta porque no existen las murallas.
Mejor ahora
que no hay besos blindados alrededor de tu risa
que la sangre invertida de todos los pájaros huele a setiembre
y los secretos a moho.
Mejor ahora
antes de sentarse a la mesa con los vinos agrios
con esas lluvias que se caen por tus ojeras
antes de que se cuelguen las esperas
y queden pendientes las penumbras y los amaneceres.
Antes de que el café se enfríe
y las copas estallen como jadeos en pleno combate.
Mejor ahora
porque los cerezos aún te nombran
y no se mide con escuadra la peligrosa osadía de la ausencia.
Antes de que el pacto provisorio se hunda como pedazos de vidrios
en los sueños o en la planicie de tu pecho.
Antes de que las preguntas no me alcancen
que me arrebate el delirio
que mi costumbre se dé contra la pared
que soslaye placeres sin bostezos
y otra música oxigene esta piel.
*De MARIA MANETTI. dulcemariam6@hotmail.com
( sin final aún....) 21/11/2010
Daniel, la turquita y Victorio*
Daniel trabajaba en la misma empresa que Victorio. Y la turquita ocupaba un departamento de planta baja al lado del de Daniel. Daniel estudiaba periodismo y en la compañía agropecuaria era poco más que cadete. La turquita era una mujer ordinaria que convivía con un púber lamentable, su hijo; con su mamá, carcajeando exasperada y baldeando calzada con zapatos de hombre, negros los zapatos, bastante nuevos y sin cordones; y con su papá, sólo un jubilado. La turquita trabajaba en la vereda. Tenía una nutrida colección de clientes motorizados. Cobraba poco, conversaba con los vigilantes, festejaba alguna ocurrencia chancha. No usaba cartera y en invierno, más abrigada, se la advertía menos ridícula. Sacaba a Juancho por la cuadra, un galgo ruso, lo cual, claro está, desentonaba. En ocasiones, alguna amiga de su gremio se instalaba con ella. Daniel también se instalaba con ella cada tanto, unos minutitos.
Victorio era el contador de la empresa. En la flor de la edad, naufragaba con su hombría pero no renunciaba (al menos en cierto nivel declamatorio). Así le salió en el comentario analítico del test al que fue sometido por Daniel: una de las materias de la carrera le requería algún entrenamiento psicológico. Había en la oficina quienes sospechaban que Victorio estaba enamorado de Daniel. Era notorio el cambio desfavorable de su humor cuando Daniel, por teléfono, parecía concertar una cita con una chica. Victorio se jactaba de no dormir más de cuatro horas diarias, de bañarse siempre con agua fría “para templarse”, de mantener a la viuda y a los críos de su hermano mayor, de haber obtenido tres títulos universitarios. Se vanagloriaba, además –Daniel registraba los latiguillos en su agenda-, de sus autodenominadas “extrema sensibilidad”, “fuerte temperamento” y así siguiendo. Victorio relataba anécdotas que denotaban encomiables virtudes. Dos ejemplos: dio cobijo y salame de Milán con pan negro y cerveza a un conscripto que le había solicitado unas monedas; donó gran parte de su fastuosa biblioteca a una escuela rural. Promocionaba rectitud, tacto, cordura, ecuanimidad, espíritu de sacrificio, sencillez, hidalguía. Y se embelesaba con el escepticismo y, en algunos aspectos, la falta de escrúpulos de Daniel.
Después del test que Daniel le devolvió con el crudo y técnico informe, empezó Victorio a desbarajustarse. Tuvo abundantes gestos de maltrato para con Daniel (y de rebote para con otros empleados), se fatigaba y aturdía de golpe, apareció una mañana con impresionantes ojeras y eccema, retrasado, sin saludar, con desaliño. Explicó que había recibido en su domicilio un sobre con una fotocopia perfumada del test. Tres empleados habían recibido en sus domicilios, sin perfumar, otras fotocopias. El deterioro físico y psíquico de Victorio se fue agudizando, así como el malestar de Daniel. ¿Cómo combatir la infección?
La turquita se avino a levantarse a Victorio a la salida de la oficina, retribuyendo a Daniel por gauchadas propias de buenos vecinos. Y logró desflorar a Victorio, según Victorio le confesó entre hipos y lágrimas de emoción y gratitud. Y él volvió a ser el triunfador de costumbre, el sabelotodo, el resolutivo. Pero sus embelesos con Daniel fueron más sintéticos. La turquita se convirtió en su remunerada proveedora de afecto de los domingos y los miércoles, se ven alguna película erótica o risueña o sentimental y toman helado o comen hamburguesas. Ahora Victorio menta a mujeres finas que va conociendo en recepciones de la embajada norteamericana o en el hall del Colón, y a otras damas inteligentes con las que alterna, da a entender que a todas enloquece, que es un regio partido, buscado, no hay duda, profesional, soltero, con vivienda, culto, acomodado...
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
TRIGALES*
Se han derretido las nieves del Ártico
En mi mesa nuevamente se ha servido trigo.
El mantel se ha vestido de espigas
Con tallos, con arbustos, con manzanas
Hay risas de poleo, de menta, de albahaca.
Hay rumores de estrellas extraviadas y de grillos.
Hay cuatro soledades y una ausencia.
Hay una fuente con pan y con suspiros.
Una lágrima ríe.
Tiene el raro sabor de las cosas perdidas
Se encuentran cuando octubre florece.
Las neviscas se enredan en la noche.
No hay tiempo para tomar el último verano.
Si embargo los trigales crecen en lo que fueron
Las eternas nieve.
Hay una vocación de vida en los pasos de la montaña azul.
En mi boca nuevamente hay sabor a trigo.
Para renacer hay un tiempo.
Para morir también.
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
*
Inventren Próxima estación: HERRERA VEGAS.
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