miércoles, marzo 30, 2011

¿ALGUNA VEZ FUIMOS PARTE DEL MISMO ÁRBOL?




-Ilustración: Ray Respall Rojas: Retrato de Sarah a los 3 años.
La Habana. Cuba




Incerteza Cuántica*



A José Luis Fariñas, por su amistad.




La incertidumbre de saber quién soy.
El temor de que llegues a olvidarlo.



Un muro de contención
¡Y tantas pesadillas!



Tu voz nocturna me hace volver el rostro
Y regresar desde el fondo de la eternidad.



Anclada en ti, desde entonces, aquella melodía.
Ancladas en mí, desde siempre, las letras de tu nombre.



La hiedra toma mis manos:
Como duende, adivina mis silencios.



El camino más recto
Es el más lleno de encrucijadas.



Sostengo una tristeza de milenios.
Desde que te adivino, la siento leve.



Un ángel viejo se posa en mi antesala.
En algún lugar fuera del tiempo comulgo con la muerte.



Caminé entre escombros diminutos. Supe del odio,
De la saña. Desperté, feliz, de no ser otra Yo.




Mi hija
Me salva de todos los abismos.




Me pregunto por qué, entre tantos colores,
Eligió el Creador el azul para pintarte.




El hombre murió en ella, ¿cómo
Llegó a ser talismán de buena suerte?




Un libro que se escribe solo cada noche,
Un río circular, no entender
Por qué mi mano no traspasa las paredes.





En lo alto de una colina
Una puerta retiene el eco de mis pasos.





¿Alguna vez fuimos parte del mismo árbol?





*Micropoemas de Marié Rojas.
-La Habana. Cuba.





¿ALGUNA VEZ FUIMOS PARTE DEL MISMO ÁRBOL?







LA PRINCESA DESCALZA*



¿Quien soy? ¿De dónde vengo? Llevo años preguntando cómo esclarecer mi identidad...

Sé que soy una bruja, a mi modo siempre lo he sabido... A veces soy feliz, otras infeliz, contenta y triste... Soy un atardecer que perdió su amanecer, pero estoy viva, puedo querer a los demás, sentir... soy una mujer apasionada.

Pero, ¿quién soy? Desde pequeña me pregunto si soy hija de un duende travieso que me colocó en una cuna del hospital materno, de una hechicera que me dejó abandonada en el camino, o una hija más de Dios, igual que mis semejantes... Después de muchos años bregando para llegar a la verdad, sólo he descubierto que la vida reclama mucho de mí, nada sobre mis orígenes.

Hoy estoy muy nerviosa... esa pitonisa de quien tanto me han hablado, a quien me costó tanto contactar y con quien tengo cita, me dirá lo que he querido escuchar durante años. Prepárate, Estela, ¡hoy es el día!


......................................................

Todo estaba preparado hasta el último detalle, la adivinadora más famosa de la isla de las palmas, tenía una entrevista con Estela. Se hallaban sentadas sobre una alfombra, frente a frente, todo podía suceder.

La adivina era una señora con cabellos de color rojo intenso, gafas negras, unos aretes muy peculiares de los que colgaban dos lechucitas que miraban sin parpadear. Traía consigo una jaula donde venía un gatito negro y un cachorro de pekinés. A su izquierda, una pecera con dos peces poco vistos de color fresa; a su derecha, una copa de metal dorado con inscripciones en arameo. Frente a ella, un juego de cartas con imágenes de seres de leyenda y figuras geométricas.

- A ver joven – la interrogó, barajando el mazo de cartas y rezando una misteriosa oración, al tiempo que daba golpecitos en el borde de la copa -, usted quiere saber cuál es su verdadera familia, ¿no es así?
- Sí, cuénteme todo, estoy lista a enfrentar mi pasado, sea cual sea...

La anciana se quitó las gafas. Su mirada profunda la escudriñó, siguió como buscando respuestas, paseando su vista del pekinés al gato, a los peces... Tomó un trozo de pergamino, una pluma de cisne y la mojó en un tintero que salieron de la nada.

- Dígame sus apellidos, para anotarlos.
- Fernández Gonzáles... Los que me pusieron al nacer, no son los verdaderos.
- Bien, ahora lo pondremos un minuto en la jaula de los animalitos - al ponerlos, las mascotas brujas miraron fijamente el papel.
- Ya pasó el minuto, dígame... - dice impaciente ella.
- Ten calma, ellos tienen que reconocerte... Mientras tanto conversemos, dime, ¿te consideras una mujer afortunada? ¿Tienes amigos?
- Modestamente, sí... amigos sinceros hay pocos, pero tengo la dicha de tener los imprescindibles para ser feliz y poder brindar por la amistad.
- Me parece bien. Ahora dejaré caer el pergamino en la pecera – el papel desapareció al tocar el agua -, mientras cortas las cartas en tres, así, muy bien, entrégamelas, veremos que dice aquí. Salen tres cartas regentes: Abre la tirada la princesa descalza, le sigue el príncipe insomne, y cierra la estrella encerrada en la pirámide. ¡Te tengo buenas noticias!
- ¿Ya sabe acerca de mi familia? Por favor... la escucho.
- Hay cosas que no se pueden decir... – continuó escrutando las cartas - , pero sí te digo que tu madre reencarnó en ti, murió cuando naciste, ahora son dos vidas que se funden. No la puedes encontrar sino dentro de tu alma, cuando te trae recuerdos de vidas anteriores... solo puedes ver como ella se manifiesta dándote lo mejor, eres una mujer inteligente, amada por sus amigos, buena madre... de las mejores... Eres capaz de conquistar a cualquier hombre, incluso de tener un castillo si te lo propones. Aunque vives encerrada en tu casa, alejada del mundo, el mundo viene a ti... Fíjate cuántas bondades te dio la vida... Es cierto que eres bruja, una bruja de bien, que sabe hacer buenas acciones, dar consejos oportunos, mostrar sinceridad... todo esto me lo dice el pekinés, fue de mis criaturas la que se identificó contigo. La princesa descalza significa sencillez, ella regaló sus zapatos a una joven pobre. El príncipe dejó de dormir para vivir la vida intensamente y dar felicidad a la princesa descalza... Y la pirámide es tu universo, donde eres la estrella, el espacio de tu corazón abierto al bien y las buenas intenciones. ¿Aun quieres más?

Muy sorprendida, Estela se convenció de que ya se había encontrado desde que eligió su lugar en el mundo. Ahora... vio que su madre estaba siempre con ella.



*De Mario Quiroga Fernández. jossuexy56@yahoo.com





*


La ausencia es un recuerdo por venir

resalta el aura de la caricia


la mano que no está



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







Canción de cuna…*


Para mi abuela Lola Reinares de Berraz -ella tan española-



I

Líquida, suave, y dolorosa
La cabecita al nacer…
Tierna, pura y amorosa
Desnuda piel del amanecer…

Los soles agitando
Sus libertarias manitas
Ellos, buscando, buscando
por qué decir luego mamitas…



II

Y…así la vida contemplando
en el vientre embellecido
redondo e iluminado
de certeras blancas lunas
de la mujer que va pariendo…
Eterna luz del recién llegado



III

Vuelven arrorrós de antiguas cunas
las de las abuelas y las tías…
en cantos y romances españoles
traídos de la tierra de Castilla…
Que mi Lola está por aquí
no lo dudo, ella su moro y su Guadalquivir
no lo dudo, ella y su amado teatro…
Con su siempre eterno Federico García Lorca,
sus romances recitados en la memoria mágica
en la casa paterna y en sus ojos color miel…
La bondad pero la pérdida de la libre
alegría de ser actriz …¡su sueño prohibido!
como la Lola Membrives…
Y yo la sueño en las noches
en que recuerdo mis tardes de niñez
acá en santa fe de la vera cruz,
lejos de la fauna y la soledad de la capital,
alegre con juegos de muñecas y tazas de té…
dibujos marionetas, mariquitas de papel
y disfraces en la casa de los Nonos
con la prima disfrazándonos
con todo eso escondido como un tesoro
tía ballet ,tía escenografía
tía de pasos firmes en danza, el salón para nosotras
con los espejos y ojos de gato de la prima
bienvenida a mi vida, solaz y amparo en la adultez…


Y nunca olvido sus romances
En las noches de luna blanca
Cuando mi vida que se va aquietando
Suspira por el pasado de flores…
Y de tanta poesía embellece el alma
El recuerdo amaneciendo
En la tarea nunca bien cantada de
Ser madres…


*De Mónica Laurencena Berraz. monilaurencena@hotmail.com
Noviembre de 2008






Los coristas*



*Por Jorge Consiglio

Para Pele


todo pequeño gesto una masacre
María Malusardi


Hay momentos en los que accedo a una perspectiva exacta acerca de mi vejez.
Soy consciente no sólo de lo más inmediato, quiero decir de la imagen externa de la decadencia, sino que también puedo entendérmelas con la dilatación gradual de cada tejido, de cada célula. Estos estados de lucidez acompañan, por lo general, algún tipo de descompostura física; hablo de una gripe fuerte, de alguna infección o de un problema de estómago. Me sucedió, justamente, dos miércoles atrás durante la hora de la cena. A la tarde de ese mismo día, por ahorrarme unos pesos, me había comido unas empanadas en un bolichito que está cerca de la terminal de micros. Juro que mi estómago digiere piedras, pero esa vez algo del relleno logró desequilibrarme. Cuando un par de horas más tarde me senté a la mesa del Toledo y clavé los ojos en el plato de sopa que tenía frente a mí, sentí que un grumo de saliva me
bloqueaba la garganta.
-Araujo, nunca lo vi tan pálido, ¿se siente bien? -preguntó Ayala.
-Carajo -alcancé a pronunciar mientras salía corriendo con los dientes apretados.
Tanta era la urgencia por meterme de cabeza en el inodoro que no llegué a cerrar del todo la puerta del baño. Caí de rodillas y largué un chorro interminable de vómito. Los ojos se me salían de las órbitas. Un larguísimo hilo de flema me colgaba de la boca. Con cada contracción, mi cuerpo se daba vuelta como un guante y un sudor helado me inundaba los pliegues. Después de cada arcada sentía que era menos dueño de mis actos; me entregaba casi con dulzura a la enajenación de esa violencia. En un momento, entendí que me abandonaba el ánimo y apoyé la palma abierta contra la pared. Logré mantener el equilibrio pero no pude salvar los anteojos que, con el bamboleo, me saltaron de la cara y se hicieron pedazos contra el piso. Fue en ese instante, en ese preciso instante, que escuché su voz. Conservaba el mismo tono cristalino y el mismo aire de trivial arrogancia de hacía veintitantos años. Hablaba con Ayala en el comedor. No me hizo falta ni un segundo de esfuerzo de memoria, lo reconocí de inmediato. Scarsi, murmuré, Juan Pablo Scarsi. Y me paré con dos movimientos.
Lo distinguí rígido, con el antebrazo apoyado en el mostradorcito de la recepción. Había en el piso, junto a sus pies, un bolso grande con las manijas descosidas. Llevaba puesto un traje jaspeado que le quedaba chico.
La corbata era una tira de tela oscurecida que se cerraba alrededor de su cuello como si quisiera asfixiarlo. Estaba más gordo, mucho más gordo, pero era claro que los kilos de más no eran los que trae la prosperidad sino aquellos que llegan con los años o la progresiva resignación. El pelo lo llevaba peinado hacia atrás, endurecido con fijador. La vida le había restado altura y convicción; sin embargo, conservaba, sobre todo en las mejillas y en las bolsas que le colgaban debajo de los ojos, cierto esmalte
que se podía interpretar como un añejo orgullo. Era Scarsi; sin dudas, era Scarsi.
-Buenas noches -dije.
El hombre hizo un gesto con la cabeza y alzó las cejas. Con cierta dicha, pensé que no tenía voz ni para saludar. Ayala, que permanecía sentado con una cuchara colgando de la mano, le informó el costo de las habitaciones y aclaró que las dos únicas disponibles no estaban en las mejores condiciones.
-La humedad hizo que se cayera parte del revoque -dijo.
-¿Y el precio es el mismo? -arriesgó Scarsi.
Hubo un silencio. En algún lugar del edificio, alguien abrió una canilla y se escuchó el tránsito del agua por los caños.
-Señor, este hotel se llama Toledo, yo soy el encargado y el precio de las habitaciones no es discutible, ¿me comprende? -cerró Ayala.
Su estadía duró cuatro días. Fue lo que aquí llamamos un huésped fantasma: ocupó el baño al alba, estuvo ausente durante el día y cenó en la cama de su habitación comida comprada.
Durante el tiempo que compartimos el techo, lo crucé un par de veces. En ambas oportunidades, lo miré directo a los ojos para desafiar su curiosidad, pero estaba demasiado ocupado en congeniar su voluntad con el reumatismo.
Evidentemente, mi cara ya no era ingrediente de su pasado.
Ayala, en su función de encargado del hotel, tuvo alguna que otra charla con él. Incluso, me enteré de que una noche salieron a fumar un cigarro a la vereda. Se sentaron en el banco que hay a la derecha de la puerta y perdieron la mirada en la oscura arboleda del Parque Alberti. Scarsi contó que vendía una línea de productos para un laboratorio de herboristería.
Protestó por las condiciones del mercado, por los viáticos, por el escaso respaldo que le daba la empresa; se preocupó por una abstracción a la que, para simplificar, llamó porvenir; se rió a carcajadas de una palabra mal pronunciada, de un término relacionado con la lealtad y la traición. Dijo que tenía una mujer que lo esperaba en Mar del Plata, una novia. El resto fue lo que cualquiera en su lugar hubiera contado.
Se fue un domingo muy temprano por la mañana. Sé que, con una sonrisa discreta, aceptó el desayuno que le ofrecieron, que prometió volver el próximo mes, que se tomó el tren con destino incierto. Cuando me desperté ese día cerca de las once y Ayala me comentó, entre otras cosas, el egreso de Scarsi, dije:
-¿Quién entiende a la gente?
Y me aboqué a tomar mate y a leer detenidamente el diario.
Como Ayala es sereno y le gusta respetar cierto proceso digestivo del pensamiento, volvió al tema recién una semana más tarde. Estaba sentado en el sillón de mimbre del patio. Su geométrica cabeza de general dispuesta de frente hacia la puerta de entrada; la camisa blanca, impecable, con un único botón desprendido. Lo recuerdo ocupado en tomar agua y cuando digo ocupado, me refiero a que la actividad implicaba algo mucho más complejo que el simple hecho de hidratarse. Se llevaba el vaso a los labios, pero antes de que el vidrio hiciera contacto con la carne, detenía el movimiento y consideraba el líquido con una mirada. Después, bebía y saboreaba. Entornaba apenas los ojos con el propósito de que ningún otro sentido impugnara el protagonismo que le otorgaba, en ese instante, al paladar. Parecía abstraído
en el entendimiento de cuestiones íntimas de la sustancia.
-Dígame, Araujo, ¿usted lo conocía de algún otro lugar a Scarsi?
Arqueé las cejas.
-¿Por qué lo pregunta? -arrojé para ordenarme.
-Una impresión que tuve. Pura curiosidad -cerró.
Durante algunos segundos, deseé un cigarrillo en silencio. Me alisé los pantalones con las palmas abiertas y giré la cabeza como si la memoria, el esfuerzo al que la sometía, me dictara ese gesto. Creo que hablé marcando una pausa que empieza a serme habitual, no sé si por una cuestión respiratoria o por simple hábito.
Dije que gran parte de la secundaria la cursé en una escuela de Mar del Plata, en el Instituto Mioso. Si se trataba de prioridades, en aquel lugar, había una y bien marcada: jugar al fútbol. Dos veces a la semana, la escuela permanecía abierta hasta las once de la noche para cumplir con los campeonatos. La elección de los jugadores que integrarían el equipo que saldría a jugar con otros colegios respondía tanto a cuestiones arbitrarias como a méritos justificados. Durante la primera parte de mi estadía, la
escuela fue un sitio sin sobresaltos, signado por la ciega voluntad y el frenesí que suele establecer un ámbito de competencia. Pero un marzo muy caluroso, llegó, como un castigo, un Fondo Mensual del Ministerio, que según nos aclararon debía ser empleado para la promoción del deporte y de alguna
otra actividad que tuviera en cuenta el equilibrio espiritual del alumnado.
Se pensó rápido y con buen sentido. Eligieron la música. Diseñaron con arrogancia y alguna precisión lo que al cabo de dieciocho meses se convertiría, de acuerdo a mi juicio, en un nudo de desgracia: el Coro de Jóvenes del Instituto. Obedientes, nos sometimos a las pruebas de voz que equivalieron para la mayoría a prolongadas sesiones de tortura. Pasado un mes, se conocían los nombres de las treinta mejores voces. Pero la verdadera oportunidad de mostrar talento todavía no había llegado. Se trataba de la elección del solista. Fue un trabajo arduo, por momentos verdaderamente desesperante, tanto para el grupo como para Amaranto, pianista melancólico sobre quien recaía la tarea. Nos enteramos del nombre del elegido un lunes a las siete y veinticinco de la mañana. El propio Amaranto pronunció orgulloso las cinco letras que fueron el signo del éxito. El alumno Sebastián Nieva, exclamó. Y la escuela entera se volcó sobre el negro Nieva, que medio encorvado y con una mancha roja en el cuello, largaba risotadas de pudor.
Desde el principio, la actividad del coro se caracterizó por su intensidad, pero, en compensación, siempre fue acompañada por el reconocimiento de los entendidos y del público. Al tercer mes empezaron las giras. Fuimos a Zárate, Cañuelas, dos veces a Tres Arroyos y participamos en un festival en
Buenos Aires. De inmediato, nos acostumbramos a los buenos vientos: no había paso que diéramos que no estuviera acompañado por aplausos. De esta forma, transcurrió un poco menos de dos años, tiempo en el que nuestro prestigio se había vuelto indiscutible.
Pero como todo termina, un septiembre, brutalmente, de un momento para otro, se cortó el Fondo Mensual del Ministerio. No hubo justificativos, simplemente se evaporó, dejó de existir. Este hecho desencadenó dos cambios contundentes. El primero se registró en el ánimo del rector, principal
promotor de las actividades artísticas. Algo, cierto alambre íntimo, se desplazó en su interior y comenzó a generar un ruido áspero cuyo testimonio se dejaba ver, sobre todo, en la crispación de su gesto y en la inestabilidad del pulso. Lo ganó una profunda frustración: había logrado desarrollar un proyecto que le daba prestigio sin demasiado esfuerzo, y de pronto, sólo para confirmar que lo bueno es efímero, todo se cancelaba.
Ahora, el rector era enemigo hasta de sus propias uñas. El otro cambio impactó de lleno en el coro. De pronto, nuestro éxito resultaba fastidioso.
Nos sentíamos vestidos de fiesta en medio de un bombardeo. Nuestro repliegue fue mudo; sin saberlo buscábamos una forma válida pero diminuta de la dignidad. Suspendidas las giras, Amaranto decidió sostener la actividad como una módica forma de resistencia: nos juntábamos a cantar en el auditorio
chico que está detrás del jardín. De todas maneras, nunca logramos perder suficiente entidad como para pasar desapercibidos. Recuerdo que una mañana de lluvia en la que trabajábamos Bach, recibimos la visita del rector. Abrió la puerta con autoridad y revoleó la mano para indicar que no hacía falta
interrumpir la tarea. Se ubicó en un lateral del salón, cruzó los brazos en la espalda a la altura del cóccix y se dispuso a escuchar. No bien terminamos el primer movimiento, Amaranto giró la cabeza esperando un juicio que sabía inválido; sin embargo, su imaginación se quedó corta frente a los hechos. Algo suena mal, determinó el rector. El pianista intentó defender su trabajo. Fue desarticulado con un gesto y dos palabras. Es acá, en el medio -precisó el rector con los brazos en alto, señalándonos-. Vamos a hacer una prueba con estas seis filas y el solista. Cantamos un fragmento y nos interrumpió: No. Es más al centro. Ahora vamos con cuatro filas y el solista. Otra vez el mismo fragmento. Ya casi lo tengo. Estas dos filas.
También el solista. Ahora los involucrados éramos cinco. Sabíamos que sobre nuestras espaldas pesaba algo mucho más importante que el simple hecho de desafinar. Las cuerdas vocales se tensaban porque sobre ellas se libraba una batalla que no tenía relación con la música. De esta forma enfrentamos el
reto, que entendimos bien como el último. Nos interrumpió antes de terminar.
Es usted, Nieva, dijo y apuntó al solista con un índice huesudo. No lo tome a mal, no es culpa suya. La voz en la adolescencia se distorsiona, se ablanda dicen los que saben. ¿Cómo no se dieron cuenta antes? Y Nieva, que no tuvo la suficiente amplitud de tórax para entender la injusticia, que buscó con la mirada desesperada un cómplice con el que compartir su desconcierto, se separó, aturdido, del grupo, caminó hasta la pila de bolsos de útiles y se puso a buscar el suyo. Le costó encontrarlo: pude ver en las arrugas del mentón el altísimo costo de esa demora. Cuando se alejó, lo hizo con el paso irregular de los rengos.
Ayala bostezó y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-¿Hace falta que le diga el apellido del rector? -pregunté.
Su respuesta fue inmediata:
-No veo a Scarsi en ese papel.
Sorprendido, tomé una bocanada de aire y elevé la protesta:
-¿De qué me está hablando? Yo no le miento.
Ayala irguió su cabeza castrense. El pelo mojado era cobre que se le pegaba al cráneo. Dijo:
-Con Scarsi nos fumamos un cigarro afuera, charlamos un rato. Me pareció un buen tipo, muy castigado. Sé que es una impresión superficial, pero no me lo imagino en el rol que usted le puso, ¿no se habrá confundido de persona?
Me mordí la yema del índice para suprimir una picazón que a veces me da.
Arrugué la frente por toda respuesta. Pensé que había contado mal las cosas.
En algo había fallado. Quizás había pasado por alto algún detalle elocuente.
Creí entender que, aunque los hechos se ordenan en el tiempo, las evidencias que los vuelven reales los van abandonando si no hay un esfuerzo de memoria.
Tuve la intención de volver al tema, de rectificarme; pero el desánimo supo imponerse. Me acomodé en la curva del sillón de mimbre, repasé mi encía con la lengua y, por unos instantes, pude disfrutar del aire fresco de la tarde.


*Fuente:http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/23-162842-2011-02-22.html





El cuento por su autor*


Utilizo muchos ingredientes para escribir mis cuentos. Uno va juntando situaciones que vivió, rasgos de personajes, relatos de conocidos, ámbitos y climas, hasta que la voluntad dispone el momento de sentarse a conjugar todos esos elementos en un relato. Allí comienza un juego de tensiones.
Supongo que, cuando llega un circo a un pueblo, debe darse una situación similar a la hora de armar la gran carpa debajo de la que se presentará el espectáculo. Uno tiene todo ese material, que fue anotando en papelitos o que simplemente recuerda, y sospecha que, si lo combina de una manera
adecuada, servirá para poner de manifiesto una verdad. No una verdad inmediata ni conceptual, sino una más bien vaga, inasible, pero no por eso menos certera. Esta es la esperanza, que siempre termina por esfumarse cuando uno siente que está cerca. El texto es el único testimonio que queda de esa instancia.
Para componer "Los coristas" usé una historia que me contó Pele, un gran amigo. Pele es infectólogo. Le gusta el cine pero no es un fanático, tiene siete u ocho películas con las que arma su canon, entre ellas se cuenta Crímenes y pecados. Es un tipo mordaz y de un sentido del humor que alterna la acidez con el absurdo. Lo admiro por muchos motivos, pero creo que, si alguien me preguntara cuáles son los dos por los que se destaca, no tendría que pensar mucho la respuesta. El primero tiene que ver con su capacidad de observación; es sumamente minucioso mirando aquello que le interesa del mundo (o lo que le parece grotesco o estúpido) y tiene un notable poder de síntesis para rescatar el detalle justo que da cuenta del perfil de una persona (que destaca su miseria o su grandeza, aunque más a menudo su miseria). El segundo se relaciona con sus facultades como narrador oral. El tipo empieza a contar cualquier historia y se detiene el universo. No se trata sólo de la pasión con la que habla, sino de su punto de vista, es
decir, de las escenas que elige para armar su historia. Una maravilla.
Hace unos cuantos veranos, Pele estaba saliendo con una chica muy linda que no lo dejaba fumar. Trataba de cuidarlo: andaba (anda todavía) en dos atados y medio diarios. Sufría la abstinencia como un condenado. Entonces se fugaba: me pasaba a buscar con el auto, abríamos las ventanillas y el loco
se despachaba un cigarrillo detrás del otro. Mientras fumaba, me contaba cosas. Esa vez, se enganchó con un episodio que había vivido en una secundaria de Constitución. La cuestión era simple: había formado parte de un coro que al comienzo fue muy exitoso y que, después de un tiempo, por una
cuestión externa, pasó a ser la lacra de la institución. El protagónico se lo llevaba un rector venenoso, Scarsi de apellido, que se ocupó de humillar a los coreutas en general y al solista en particular, el entrañable negro Nieva. La estrategia de Scarsi me pareció tan siniestra y, además, con un peso simbólico tan fuerte en un país como el nuestro, que no pude olvidarla.
Cuando Pele terminó su relato, habíamos llegado a Chascomús. No podíamos creerlo.
Cuando me propuse escribir la historia de Nieva y sus compañeros, imaginé que podía agregarle tensión narrativa si la sacaba de Constitución. La acción transcurre en la ciudad de La Plata. El protagonista, Leandro Araujo, ya existía en otro cuento. Es un personaje que viene expulsado de Mar del Plata por desencuentros e indiscreciones y termina en el Hotel Toledo, que es una especie de hogar de sobrevivientes. Me pareció que el pasado remoto de Araujo, su adolescencia, tranquilamente podía guardar los hechos que Pele me contó. También me atrajo la idea de imaginar lo que el tiempo había hecho con Scarsi. Los que se encuentran en el Toledo son otras personas, dos hombres que se desconocen; sin embargo, hay vivencias que por determinantes jamás se olvidan.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/162842-52135-2011-02-22.html







Y el olor de la leche sueño juego comida*


Por la recuperación de todos los niños robados



Ellos, sucias manos al acecho.

Ellas sin antojos ni cursos
ni mamás ni compañeros

Ellos, el asco verde.
Parteros al revés.

Ellas, con los ojos vendados,
las muñecas atadas

Ellos descreadores de vida-
Criadores de gusanos.
Violadores del pacto
del cuerpo con la historia
Ellos, estrategas del odio.
intentan deshacerlas.
Abrir el mecanismo
Para saber como ellas,
con los ojos vendados,
las muñecas atadas

en la marea verdosa de ellos mismos,
parían y parían .

y el olor de la leche, sueño, juego, comida
y el otro verde fresco de los árboles.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar




Correo:


Señor Juez, el Trabajo ¿No es cultura y Medio Ambiente?*


A partir del 28 de Marzo pasado, por acción de la Justicia, se prohibió la navegación en toda forma de la Cuenca Riachuelo - Matanza. La grave contaminación y abandono y la demanda de una fuerte remediación fueron el fundamento de esa resolución.

Coincido plenamente en que hay que dar un punto final, barajar y dar de nuevo en la cuestión. El que tira veneno tiene que ser retirado de esa cuenca y correspondientemente sancionado. Seguro que sí. Tal los basurales municipales que hay en varios arroyos o los puntos en que los pícaros vacían cisternas de "retiro de residuos peligrosos" (Tal como se habla del tema en los ámbitos comunes de la Sociedad local).

Pero me preocupa muy mucho que los fundamentos y decisiones de la medida pudieran ser copiados por las autoridades del Rhin, el Danuvio, el Mississippi, el Támesis, el Volga, el Danubio o tantos otros, pues el transporte intermodal y multimodal de Europa y Estados Unidos se vería seriamente afectado haciendo zozobrar millones de puestos de trabajo en sus respectivas cuencas.

Es obvio que no se les ocurriría tamaña medida.

Recordemos que el Plan Larkin (1961), y su epílogo fluvial por Martínez de Hoz en la Dictadura, llevaron al remate por chatarra de la Flota Fluvial del Estado y, casi hasta hoy, la desaparición de miles de pequeñas y algunas grandes empresas de navegación por los ríos Uruguay y Paraná (recién comienzan a recuperar el balizamiento y dragado del Barranqueras, por ejemplo).

El Juez cita "Dentro de éste marco, el patrimonio cultural de la Cuenca Hídrica Matanza-Riachuelo se encuentra constituído por aquellos bienes producidos por la sociedad, cuyo valor se asigna en función de la importancia en la conformación de su historia, su carácter y sus hábitos (integrados por el patrimonio tangible e intangible).".

Pero no menciona al trabajo como la base de la existencia de todas esas realidades geográficas (entendamos bien aquí, a la Geografía como la porción de la asuperficie terrestre en la que el Hombre ha intervenido).

Lo bueno y lo malo de la cuenca Matanza - Riachuelo es fruto de la actividad humana y eso y solo eso es lo que engendra la Cultura de ese espacio.

Recuperar lo natural, difícil tarea, por supuesto que debe ser un objetivo básico, pero reemplazar la actividad del trabajo industrial, comercial, logístico, de transporte fluvial (potencial), por el trabajo de servidumbre doméstica que, apenas generan, los "puerto madero" en las intervenciones espaciales, significa una trasculturación más que la preservación de la Cultura. La Cultura no es la vista simpática de los restos de lo que fue, como una Pompeya después de la erupción, sino que la Cultura, del Trabajo en particular, es el Trabajo Real en sí mismo. Su propia existencia, recreación y continuidad en vez de la simple foto de lo que fue.

El Riachuelo, resueltos los vectores de contaminación y rescatados o recreados todos los intersticios naturales posibles, es el Monumento a la Cultura del Trabajo, mientras que la más hermosa barraca industrial tornada en plácido espacio de vivienda de lujo, es incomparable en cuanto a exaltación de la labor del hombre, frente a una gran fábrica o miles de pymes discurriendo heterogéneos espacios urbanos adecuados en calidad y repletos de trabajadores felices y niños aprendiendo la única forma que el Hombre conoce para ganarse el Buen Pan: El Trabajo Digno.

Entre un Riachuelo con hermosas construcciones, ficción de la imagen anterior, con bosques artificiales cubiertos dentro de inmensos shoppings, y el desafío de pequeños bosques naturales, con parques ABIERTOS donde jueguen los niños a la pelota o lo que quieran mientras los adolescentes se besan descaradamente a la sombra de las paredes de industrias Pymes que proveen de Buen Trabajo a todos sus mayores, no quepa duda que me quedo con esa realidad.

Realidad en la que el Riachuelo pueda transportar barcazas de frutos de la tierra y de las industrias hasta el Mercado Central y el Alto Paraná o concordia.


Marzo 30 de 2011
*Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
-Ingeniero White - Buenos Aires



*


Inventren Próxima estación: HORTENSIA



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MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. / ALDO BONZI. / KM 12.

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Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.

Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.

La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor.

Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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