miércoles, marzo 23, 2011
DE OTROS DILUVIOS / ESCUCHO UNA PALOMA ...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
Puntos aclaratorios, del tratado de libre comercio*
Cristo resucitó en el Tercer Mundo,
Pero murió de hambre
Afuera de un restaurante de lujo.
Siete días después,
Cristo volvió a resucitar,
Pero los militares lo mataron
Al confundirlo penosamente
Con un narcotraficante.
A la semana siguiente,
Cristo resucita
Sin mucho ánimo de hacerlo:
Camina por la calle y mira asombrado
Todas las cosas que hay para comprar.
Al notar que no traía dinero,
Pide un préstamo bancario y,
Después de comprar un televisor,
Se olvida por completo
De difundir la palabra de Dios.
Son los tiempos
En que alguien se ha acordado
Del Tercer Mundo,
Y otro Cristo
Vuelve a resucitar:
Pasa sus días como jornalero,
El dinero apenas le alcanza para comer,
Los días le pesan en la espalda
Y siempre lo vence el sueño
Cuando planea sus parábolas.
Un día lo despiden del trabajo.
Se ve obligado a vender dulces en la calle.
Todos los días se recuesta en su cama
Esperando que la próxima vez que resucite,
Las cosas puedan ir mejor.
Hace exactamente unas...
No sé cuantas semanas,
Cristo ya no quiere resucitar:
En lugar de eso,
Decide sigilosamente echar un vistazo
Para tener idea de lo que quizá le espere,
Pero de inmediato es aprehendido por la policía
Quienes alegaron que,
A juzgar por su apariencia,
Se trataba de un comunista.
*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
MI PRESENCIA*
Lentamente dejo mis huellas
en la ruta de mi sino
impregnadas con respuestas
de los ritos y los signos
que hirieron mi costado,
que avasallaron mis gritos,
que disecaron la fuente
de rebeldes alaridos.
Podrán decir que calló
mi boca con sus designios.
Se equivocan, sigo viva
en mi furor y mi instinto
y en las huellas que hoy dejo
he sepultado proclamas
y cuando alguien las transite
se adherirán a su alma
porque maté el olvido.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
El cielo tan deseado*
Hay que buscar en una hoja, una boca, una ventana, ese cielo que se escapa. Los verdes arman la escenografía, hay un libro, las historias se derraman, avanzan. El cielo no es un espacio celeste, tranquilo, tiene sangre que mueve, es rojo, una pasión. Es voluptuoso, se lastima. Tiene encuentros, ojo paisaje, voz y escucha, tacto y piel desenvuelta a las caricias. El cielo es lo imperfecto, lo extraño a descubrir, Un viajero entre el mundo real y el deseado. Es la lluvia, los rojos almohadones de un harén inexistente. El velo y lo velado, la sonrisa a punto de ser. Es una carta, un destino que no se cumple..
Las letras que hacen agujeros en la cáscara de la muerte. Es un fado que convierte a la tristeza en hermosura. Un nadar contra la corriente. El cielo es de este mundo, no tiene la falsa armonía de los ángeles. Es la fiesta sin razón, la piel abrillantado por un mar, una mano, una mirada.
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
TIBIEZA*
"Está frío aquí
Dicen que el sol está muy lejos"
NELA RÍO
Doña Francisca nadie, camina sobre escarcha.
Extraviada.
Si hasta su nacimiento fue un error.
No ha enterrado a su madre ni a su padre.
Ni a su hijo. Perdido. Interrumpido.
Apoya su hastío en el suelo mojado.
Huele a orina y cerveza.
Hay un techo con lamento de vides.
-Las uvas están verdes-
Un olor conocido le aflora por las manos.
Tan castas. Tan vacías.
Una mujer frutal aparece entre lunas de infancias.
Trae un cesto con naranjas.
Tan dulces, tan suaves, tan humanas.
Doña Francisca mira con ojos de perro apaleado.
Y se encuentra con un Río de llanto contenido.
Con lana de cordero. Con mate, con bracero.
Con un techado hecho por manos de hembra.
Doña Francisca levanta su cansado rostro.
Huele el aire. Encontrada. Hallada.
Ella.
Una lágrima de amor, caliente, en suspenso queda.
Y una lluvia de azahares cae sobre su techo.
Está tibio aquí.
Quizás el sol no esté tan lejos.
*Poema basado en Doña Francisca sin techo por Nela Río
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
de Costanera Sur a Rambla Sur*
Cerrar los ojos y echar los recuerdos al río con la esperanza de quealcancen la otra orilla, donde viento y agua se hacen ronquido y apabullan blandamente a las rocas con azotes de espuma. Que lleguen
como ofrenda mis labios amargos de savia y se entrelacen mis hojas deeucalipto con las flores que se ahogan en honor a Iemanjá. Que lanostalgia rescate el rumor de las voces -tan queridas- enterradas en
espejismos de arena y dancen los espíritus sangrantes lejos de los cálices. Apenas un puñado de sol que ilumine mis pies descalzos y el camino a casa.
*De Patricia Ortiz. lacajadepandora@gmail.com
Atomizados*
*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Desde hace días, el noticiero de Televisión Española viene haciendo algo interesante: allí se van enhebrando las diferentes noticias -la última mala nueva económica local, algún marido mata a alguna esposa, el duelo eterno entre Barça y Real Madrid-, mientras, en el ángulo inferior derecho, sin
pausa, se observa otra cosa. Un pequeño rectángulo live -como una postal desde tierras lejanas- nos informa de que se trata de la señal en directo de la emisora NHK Japón. Hay que acercarse un poco para ver lo que allí, sin sonido, se nos ofrece sin interrupciones: locutores orientales mirando a
cámara y moviendo los labios como si rezaran, diagramas y maquetas, el paisaje de un central atómica despeinada por un penacho de humo negro y pesado, replays de gente corriendo por las calles con el agua mordiéndole los tobillos... Creo que cuando ya hace años los televisores nos ofrecieron semejante función -hacer esto nosotros mismos, presionando un botón del control remoto- el asunto se llamaba picture in picture. Y yo siempre me pregunté a quién podía interesarle tener que asumir el duro trabajo -disfrazado de privilegio catódico- de tener que ver dos cosas al mismo tiempo. Ahora tengo la respuesta: a todos. Y por qué conformarte con dos cosas cuando puedes tener muchas más, en simultánea, mirando sin ver, tus pupilas girando como las de los dibujos animados. Ahora, el paradisíaco infierno viaja en tu mano o en tu bolsillo: móviles, Blackberries, iPods, iPads atomizando tus circuitos cerebrales y ofreciéndote demasiada nada o nada del todo. Y, mientras escribo esto, en mi televisor, algo sucede y la pequeña ventanita interior derecha y oriental crece y lo devora todo y es la gran noticia. De último momento. Como Godzilla. Ese último momento para tantos a los que suele aplastar de tanto en tanto.
DOS Lo de NHK, supongo, es también un rasgo de la época. Luego del 11 de septiembre del 2001 resulta impensable pensar que pueda acontecer una catástrofe sin que ésta sea transmitida en directo. El ser humano no conseguirá impedir el fin del mundo que él mismo ha diseñado pero -alegría- por lo menos desarrolló la tecnología necesaria para llevarlo y traérnoslo a nuestros hogares, para que podamos verlo mientras acontece el off de toda transmisión y salimos del aire. También, por supuesto, nos faltará
información detallada para saber de qué se trata todo aquello que no sabemos cómo tratar. Así, por estos días y noches -mucho más que cuando Three Mile Island o Chernobyl- todos nos hemos vuelto expertos en energía atómica y fugas nucleares. Diarios y espacios informativos desbordan de páginas donde se nos explica jerga nuclear y las particularidades sobre el uranio y el plutonio mientras por mesas redondas desfilan aquellos que auguran un inminente Apocalipsis, los que afirman que no es para tanto, y el "ciudadano de a pie" que vive frente a una central atómica y dice que quiere que la cierren o que no la cierren nunca, porque el pueblo come y vive de ella y, si se va, se acaba lo que se daba, efecto igualito al si volara todo por los aires. En cualquier caso, todos son expertos instantáneos, como aquellos que alguna vez, acodados en la barra de un bar, te miraban con los ojos entrecerrados y con voz de conspiradores cafeínicos te susurraban: "Vení que te cuento cómo funciona el misil Exocet, pibe".
TRES Más allá de todo esto, una cosa queda clara: estamos condenados. Si no es hoy será mañana. De nada sirve mostrarnos chiquita o grande la resignada paciencia y disciplina de los japoneses que siguen yendo a trabajar como si nada, o a los turistas huyendo en masa desde la Tierra del Hongo Naciente, o
a los californianos corriendo a los drugstores a agotar las pastillas de iodo porque el The End se anuncia al otro lado del océano. De nada sirve tampoco llenar espacio informativo con clips de viejas películas de monstruos japoneses o de El síndrome de China o El día después o The Atomic Cafe, alumbradas a partir de la onda expansiva de la gran bomba o del viento paranoico que soplaba en la Era Reagan. Basta con contemplar a la cantidad de gente que justo se detiene a bajar mensajitos o a teclear tonterías al
pie de escaleras mecánicas o bajo el marco de puertas impidiendo el paso a todos los que vienen después. A diferencia de lo que ocurre con el resto del reino animal, hemos olvidado y perdido los reflejos más básicos de supervivencia. Y -durante estos días y estas noches- me ha asombrado la cantidad de filmaciones del terremoto y del tsunami. ¿De dónde habían salido? ¿Quiénes las habían hecho? Respuesta: todos aquellos que en ese momento deberían estar pensando en salvarse o en salvar a los suyos pero que en lo que en realidad pensaban era en "Uy, si sobrevivo voy a colgar esto en
la red y voy a ser el rey de YouTube". Ya ni siquiera usan el teléfono para despedirse de un ser querido. Pronto, entre los despojos removidos de la Zona Cero, alguien encontrará la filmación de un tipo aullando "¡Alá es Grande!" dentro de un avión que se acerca a dos torres altas. Y malas noticias para demasiados: uno de los efectos del sismo nipón es que no están llegando al resto de la Tierra piezas vitales para el ensamblado de iPads.
Ya saben: van a escasear los iPads y el lanzamiento de su nuevo modelo ha sido postergado en Tokio y alrededores hasta nuevo aviso. Pero a no preocuparse demasiado porque, total, dentro de un año van a tener que comprarse el nuevo modelo si no quieren ser depreciados por amigos, abucheados por las calles, o aislados como poco confiables organismos radiactivos.
CUATRO Idea para aviso de iPad: la enorme pata de Godzilla aplastando a un tipo que no corre, ni grita, ni mira hacia arriba con los brazos en alto porque que está muy ocupado escribiendo en Twitter que Godzilla va a aplastarlo.
CINCO Idea para un breve cuento de ciencia-ficción. Un hombre inventa la máquina del tiempo. Su primer excursión es a la noche del 6 de abril de 1912 en que el "Titanic" se llevó un iceberg por el costado. El hombre cena muy bien, no advierte a nadie de nada, pasea un rato por cubierta, filma el big
crack con su telefonito y regresa al presente. Y, por supuesto, lo cuelga en YouTube. Horas después, el hombre parte hacia una esplendorosa mañana de Dallas, Texas, 22 de noviembre de 1963. Y ahora que lo pienso, parece una de esos cuentos de Kilgore Trout, catastrofista escritor sci-fi creado por Kurt
Vonnegut, a quien cada vez extraño más. No hace mucho salió While Mortals Sleep. una nueva recopilación de sus cuentos viejos. Y los leí. Y los disfruté mucho. Pero -Vonnegut murió en 2007- me temo que se aproxima el momento en que ya no quedará nada en los cajones. El otro día, un amigo
librero me decía que "algunos escritores, cuando se mueren, son como un país al que viajabas mucho y que, de pronto, ya no está más allí, ha desaparecido para siempre". Entiendo lo que sentía porque lo siento. Y he descubierto algo que me produce un mínimo consuelo. Releer, sí, pero voy un poco más
lejos. Vuelvo a comprarme el libro -en edición económica o incluso usada- que volveré a leer. Y de algún modo es como volver a empezar, como seguir, como mirar esa pequeña "mirilla" -término vonnegutiano- en las pantallas de nuestra vida y nuestro amor y nuestra memoria. Una mirilla que no tiene por qué cerrarse nunca.
SEIS La ilustración en la portada de mi ya vieja edición inglesa de Cat's Cradle muestra su rostro instantáneamente reconocible envuelto en los fulgores de un estadillo nuclear. Y, claro, Kurt Vonnegut era un consumado maestro del Juicio Final. Le gustaba -y lo hacía como ninguno- destruir una y otra vez nuestro planeta en sus novelas y relatos. Y declaró en una entrevista que ningún escritor podía considerarse escritor "en serio y de verdad" de no haber puesto por escrito, al menos en una oportunidad, un holocausto de proporciones cósmicas. Y Vonnegut -lo saben quienes lo siguieron y lo siguen y lo seguirán hasta el fin- gustaba dividir los átomos de sus tramas, atomizarlas, entrando y saliendo de ellas, como un fantasmal anfitrión o un sarcástico deus ex machina sin intención de salvar a nadie a último momento. El último de sus libros que volví a comprarme y vuelvo a leer es la última de sus novelas que no pudo terminar de escribir. Se llama Timequake y -fusionando ficción y no-ficción- no es otra cosa que la historia de la imposibilidad de terminar algo que se ha comenzado pero que no concluirá. Así, lo que empieza siendo una novela cuyo eje pasa por una "imperfección temporal" -el 13 de febrero del 2001 todo, súbitamente, retrocede al 17 de febrero de 1991 y todos se ven obligados a vivir una
década de nuevo sabiendo lo que ocurrirá pero sin la capacidad de modificarlo en absoluto- acaba siendo una despedida de quien, incapacitado de cerrar una historia, decide bajar la persiana y colgar la llave en ese clavo del adiós.
En eso estamos: colgándonos los unos a los otros, pero sin ninguna gracia, y muy pero muy mal escritos.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-164754-2011-03-23.html
HISTORIA CONJETURAL DE JUAN SOLIS*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
De otras penas salieron estos recuerdos, como en un silencio apura un grito ahogado.
"De otros diluvios/ escucho una paloma", escribió Giuseppe Ungaretti para siempre. Certero como un balazo en la frente de mi enemigo, oportuno como una lágrima cuando la angustia atora el alma.
Así suelen ser las cosas que recuerdo.
Así suelen ser los rostros de gente que ha partido para siempre y así suelen ser sus gestos, o sus palabras, sólo sostenidos por una convicción que quiere recuperar a ultranza un tiempo perdido para siempre. Como el viento que no volvió o el pájaro que cayó batido en la tormenta.
Juan Solís se llamaba el hombre que impera en mi recuerdo.
Está en la foto junto a otros obreros rurales, entre ellos mi padre, y a veces es como un fogonazo mínimo en mi memoria. Y a veces -como hoy- se agigante su figura hasta cubrir todos los agujeros del recuerdo, hasta suturar hasta la más mínima fisura, y se planta ante mí, no con esa ropa de brin grisáceo, sufrido, abierto a pobre, sino con el traje cruzado que usaba los domingos, su chambergo que se echaba hacia la nuca cuando gustaba conversar en la esquina del bar "El cometa" de los Turquitos Esne., que tenía como lema "Si no tiene plata no se meta". Juan Solís, o más familiarmente "el turco Solís" , -tal su apodo- podía pasarse horas en esa esquina hablando de sus temas preferidos: caballos y mujeres, "en ese orden", solía aclarar. Es posible que en el segundo rubro no fuera muy exigente, ya que con cierto desdén y cierta piedad pronunciaba "hembras", deformando la be, como buen árabe. Y antes de eso -de haber pronunciado esa palabra desvalorizante ante el bello sexo- se había sacado el cigarrillo de la boca y había hecho un viraje cómico con sus gruesos labios que cubrían unos gigantescos bigotes renegridos. Supongo que esta mención estaría referida a las chicas que trabajaron en el antiguo prostíbulo, ya cerrado hacía rato cuando recuerdo habérsele oído yo mismo la palabra cuasi ominosa.
Una historia que escuché a mi padre y que hoy me resulta imposible corroborar es que llegó al pueblo con un par de prostitutas, dispendioso con la plata y celoso con el cuchillo en la cintura, pero que al parecer no sacaba casi nunca.
Esta es la parte de su historia que conozco menos, lo cierto es que al momento de mis esporádicos encuentro con él ya era un hombre que vivía sólo y sólo era un habitué de las cuadreras. Si tuvo algún caballo propio, se debe a sus relatos o a la conjetura que él introducía en sus relatos misteriosos
Si agregamos que en ese tiempo real de mi trato escaso con él, era un simple hombreador de bolsas en los galpones de las casas cerealeras, tal vez el documento de esa foto, tomada en los galpones de la cooperativa, justo enfrente de la estación del ferrocarril en el año 1947, tomada por un fotógrafo anónimo, que se trajo la inmensa boca del olvido.
Para ese tiempo él pasaba por otros boliches -como el de su compadre el "Turco" Alé, pero bebía apenas un par de ginebras y si el tiempo lo permitía se paraba en la vereda, porque decía que el prefería conversar al aire libre porque así se le aclaraban las ideas.
Es decir, si se puede ser veraz en esto, yo estoy tratando de escribir la historia personal de la decadencia de un hombre. O de la probable historia de esa decadencia de la que fui tes ese tiempo y nunca antes, nunca testigo involuntario, porque yo era niño (y a un niño de esa época no se le
suministraba datos de los mayores, porque en ese mundo entraríamos cuando fuera necesario, cuando nos había llegado ese tiempo y nunca antes. Nunca fuera de lugar sino en el tiempo o exacto en que uno llegaba a ese desiderátum, es decir, la alta y deseada categoría de hombre.
Pero para la época en que sucedían esta cosas -estas primigenias cosas, es decir hechos- todo estaba como velado por un manto penumbroso de sobreentendido por los mayores y en esas medias palabras, en esos guiños, eran códigos que nosotros no sabíamos -no debíamos- comprender.
A todo esto si yo no tuviera esa foto que allá lejos y hace tiempo me dio mi padre y si yo no tuviera en mi retinar su figura fornida, con sus grandes bigotazos y su mirada esquiva, habría duda que sobre esta tierra bendita alguna vez vino un hombre que usó el apelativo Solis, o Juan Solís o el "Turco" Solis, como el lector prefiera.
A mi viejo yo le había oído toda mi vida ciertas expresiones cuya anécdota u origen me eran conocidos. O porque eran de uso extendido o porque era e -personales- pero que de tanto repetirlas ya eran folclore.
Una de ellas sin embargo, un poco grosera, es cierto, me fue referida pocos años antes de su muerte porque caí en cuenta que me era desconocido el origen.
Mi viejo entonces me contó que cuando un novato se "arrimaba a la bolsa" (una expresión metafórica para decir que comenzaba su trabajo como hombreador) se le ponía uno baqueano para que entre los dos la cargaran en el hombre del otro obrero para que la llevara hasta la estiba. Este trabajo hecho con baquía, debía ser rápido.
Mi padre, un briosos muchachón de veinte años, con todo el vigor de la juventud, fue puesto bajo el padrinazgo o "sociedad" con Juan Solís, ya veterano.
Como mi padre con sus ganas y su ansiedad no exenta tal vez de impericia se apuraba mucho y le exigía a su partenaire, éste resoplando, en cierto momento se plantó parando el trabajo y pasándose un sucio pañuelo por la frente sudorosa, jadeando, preocupado reflexionó más que dijo:
-¡Qué grano me salió en el culo!
Tal la frase que mi viejo usó toda su vida agregando "dijo "el Turco" Solís cuando algo se le complicaba.
UN SOLO CAMINO*
Solo un dios, decenas de magos.
Escucho tu voz, del bosque cercano
Pidiendo que el agua te quite la sed,
Rogándole al fuego caliente tu cuerpo.
Me besas con ansias, de forma sincera,
Te miro del alto de una montaña y...
Sonríes con tanta inocencia, que logras,
Así, que el Halcón, no pueda dañarte.
Manejas la vida con tu juego de cartas,
Tus consejos son buenos, pues miras el alma.
Te dice la bruja… háblale a los extraños,
Él es cazador, y sabe cuidarte,
Sin ser de tu mundo entiende tus labios.
Le dices “escoge una carta”; él toma en sus manos
La suerte de sabios; se ve una pareja, ya retirándose,
El sol los espera y solo hay encanto, ni dios, ni los magos,
Pusieron su gracia... son seres humanos.
*De Mario Quiroga Fernández. jossuexy56@yahoo.com
*
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