miércoles, abril 27, 2011

UN SOPLO DE LOCURA...



-Dibujo: Ray Respall Rojas. (Un soplo de locura)




DESPUÉS DE LA CONTIENDA*



“El sueño más largo es la Vida, de la cual habremos de despertar para comenzar nuestra verdadera existencia...

Siempre supe que eran molinos, querido Sancho, pero ya no quedan gigantes”.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.








*


Con tus lagrimas de soledad


el frío gabinete dejó que cayeran por un rumbo incierto
aunque en tus ojos estaba la intención de la esperanza
la balsa daba tumbos en la tormenta de niebla y llovizna
y no hubo un ancla donde sostenerla...
esas gotas cristalinas y tibias
fueron dejando surcos de un presente, de un adiós
no fue correspondido ese instante, ese espacio de una pausa
que podría ser de escucha.
En vez de un abrazo, el metálico pulso de la computadora
inundó el verdadero sentir y aumentó la separación egoísta.
Como puedo remontar esa cascada de aguas tristes,
ese exilio de incomunicación de mi parte.
Quiero amiga mía, que con estas letras y estos vocablos
sepas que puedes contar conmigo.-



*De Nora Azul. azulaki@hotmail.com
27/4/2011.-





Casa de pájaros*


En el jardín, la casita de pájaros, se abraza a un árbol para disimular su fragilidad, su pequeñez. LLueve, muestra su vocación de refugio. Aunque no se sabe de dónde, saca fuerza y flamea el techo rojo... Regalo de un artesano. Recuerda la casa de Snnopy, el soñaba sobre el techo.
De este lado de la ventana, del sueño, cuadritos, una esperanza de vencer a la tristeza



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar





LAS HORTENSIAS*


(Parte 6 de 10)



*De Felisberto Hernández.




VI

Hacía poco tiempo que Horacio dormía en el hotel y las cosas ocurrían como en la primera noche. en la casa de enfrente se encendían ventanas que caían en los espejos; o él se despertaba y encontraba las ventanas dormidas. Una noche oyó gritos y vio llamas en su espejo. Al principio las miró como en la pantalla de cine; pero en seguida pensó que si había llamas en el espejo también tenía que haberlas en la realidad. Entonces, con velocidad de resorte, dio media vuelta en la cama y se encontró con llamas que bailaban en el hueco de las ventanas de enfrente, como diablillos en un teatro de títeres. Se tiró al suelo, se puso la salida de baño y se asomó a una de sus propias ventanas. En el vidrio se reflejaban las llamas y esta vantana parecía asustada de ver lo que ocurría a la de enfrente. Abajo -la pieza de Horacio quedaba en un primer piso- había mucha gente y es ese momento venían los bomberos. Fue entonces que Horacio vio a maría asomada a otra de las ventanas del hotel. Ella ya lo estaba mirando y no terminaba de reconocerlo. Horacio le hizo señas con la mano, cerró la ventana, fue por el pasillo hasta la puerta que creyó la de María y llamó con los nudillos. En seguida apareció ella y le dijo:
-No conseguirás nada con seguirme.
Y le dio con la puerta en la cara. Horacio se quedó quieto y a los pocos instantes la oyó llorar detrás de la puerta. Entonces le contestó:
-No vine a buscarte; pero ya que nos encontramos deberíamos ir a casa.
-Ándate, ándate tú solo -había dicho ella.
A pesar de todo, a él le pareció que tenía ganas de volver. Al otro día, Horacio fue a la casa negra y se sintió feliz. Gozaba de la suntuosidad de aquellos interiores y caminaba entre sus riquezas como un sonámbulo; todos los objetos vivían allí, recuerdos tranquilos y las altas habitaciones le daban la impresión de que tendrían alejada una muerte que llegaría del cielo.
Pero en la noche, después de cenar, fue al salón y le pareció que el piano era un gran ataúd y que el silencio velaba a una música que había muerto hacía poco tiempo. Levantó la tapa del piano y aterrorizado la dejó caer con gran estruendo; quedó un instante con los brazos levantados, como ante alguien que lo amenazara con un revólver, pero después fue al patio y empezó a gritar:
-¿Quién puso a Hortensia dentro del piano?
Mientras repetía la pregunta seguía con la visión del pelo de ella enredado en las cuerdas del instrumento y la cara achatada por el peso de la tapa. Vino una de las mellizas pero no podía hablar. Después llegó Alex:
-La señora estuvo esta tarde; vino a buscar ropa.
-Esa mujer me va a matar a sorpresas -gritó Horacio sin poder dominarse. Pero súbitamente se calmó:
-Llévate a Hortensia a tu alcoba y mañana temprano dile a Facundo que la venga a buscar. Espera -le gritó casi en seguida-. Acércate. -Y mirando el lugar por donde se habían ido las mellizas, bajó la voz para encargarle de nuevo:
-Dile a Facundo que cuando venga a buscar a Hortensia ya puede traer la otra.
Esa noche fue a dormir a otro hotel; le tocó una habitación con un solo espejo; el papel era amarillo con flores rojas y hojas verdes enredadas en varillas que simulaban una glorieta. La colcha también era amarilla y Horacio se sentía irritado: tenía la impresión de que se acostaría a la intemperie. Al otro día de mañana fue a su casa, hizo traer grandes espejos y los colocó en el salón de manera que multiplicaran las escenas de sus muñecas. Ese día no vinieron a buscar a Hortensia ni trajeron la otra. Esa noche Alex le fue a llevar vino al salón y dejó caer la botella...
-No es para tanto -dijo Horacio.
Tenía la cara tapada con un antifaz y las manos con guantes amarillos.
-Pensé que se trataría de un bandido -dijo Alex mientras Horacio se reía y el aire de su boca inflaba la seda negra del antifaz.
-Estos trapos en la cara me dan mucho calor y no me dejarán tomar vino; antes de quitármelos tú debes descolgar los espejos, ponerlos en el suelo y recostarlos a una silla. Así -dijo Horacio, descolgando uno y poniéndolo como él quería.
-Podrían recostarse con el vidrio contra la pared; de esa manera estarán más seguros -objetó Alex.
-No, porque aún estando en el suelo, quiero que reflejen algo.
-Entonces podrían recostarse a la pared mirando para afuera.
-No, porque la inclinación necesaria para recostarlos en la pared hará que reflejen lo que hay arriba y yo no tengo interés en mirarme la cara.
Después que Alex los acomodó como deseaba su señor, Horacio se sacó el antifaz y empezó a tomar vino; paseaba por un caminero que había en el centro del salón; hacia allí miraban los espejos y tenían por delante la silla a la cual estaban recostados. Esa pequeña inclinación hacia el piso le daba la idea de que los espejos fueran sirvientes que saludaran con el cuerpo inclinado, conservando los párpados levantados y sin dejar de observarlo. Además, por entre las patas de las sillas, reflejaban el piso y daban la sensación de que estuviera torcido. Después de haber tomado vino, eso le hizo mala impresión y decidió irse a la cama. Al otro día -esa noche durmió en su casa- vino el chofer a pedirle dinero de parte de María. Él se lo dio sin preguntarle dónde estaba ella; pero pensó que María no volvería pronto; entonces, cuando le trajeron la rubia, él la hizo llevar directamente a su dormitorio. A la noche ordenó a las mellizas que le pusieran un traje de fiesta y la llevaran a la mesa. Comió con ella enfrente; y al final de la cena y en presencia de una de las mellizas, preguntó a Alex:
-¿Qué opinas de ésta?
-Muy hermosa, señor. Se parece mucho a una espía que conocí en la guerra.
-Eso me encanta, Alex.
Al día siguiente, señalando a la rubia, Horacio dijo a las mellizas:
-De hoy en adelante deben llamarla señora Eulalia.
A la noche Horacio preguntó a las mellizas: (Ahora ellas no se escondían de él) -¿Quién está en el comedor?
-La señora Eulalia, dijeron las mellizas al mismo tiempo.
Pero no estando Horacio, y por burlarse de alex, decían: "Ya es hora de ponerle el agua caliente a la espía".






CABÁLGAME...*


Cabálgame de mil maneras
penetra en mi esencia
derriba fronteras
has de mí... lo que quieras.
Enardece los sentidos
arrúllame con gemidos
deslízate sobre mi piel
así... suave... te espero.
Envuélveme con el aliento
quiero ser tu fuego
morir abrazada en el caldero
que habita en tu sexo.
Besa mi humedad tibia
explora con tu lengua mi anatomía
no temas anidar en las esquinas
sé salvaje o tierno como el viento.
Puéblame de sensaciones... misterios
sacude... conmociona lo eterno
trepa suave por los pechos
vibra conmigo... seamos un solo cuerpo.



*De ANA MARIA FERNANDO. patagoniacaliente@yahoo.com.ar







El campo de Desalmados*



*Por Laura Ramos cuadernosprivados@gmail.com



Me gusta el campo en la literatura de María Martoccia porque se parece al campo árido y amarillo, de pasto seco, seco de espíritu, de mi adolescencia (Despeñaderos, provincia de Córdoba). En el campo de María Martoccia a los loros se los quema, cuando no se los comen los perros; a las vacas se las carnea y a los pulgones se los aniquila con sulfato; las pieles de los conejos se clavan en marcos de madera; a los perros vagos que no ladran, que no sirven para nada, se los ahorca. En el campo donde se refugió mi padre, que desconocía todo sobre el campo pero que leyó mucho sobre cría de animales, de un día para otro se instalaron decenas de familias de ovejas, de vacas, de cerdos y de perros hambrientos. Los animales, desprotegidos a causa de la impericia de mi padre para su crianza pese a su afán por vencer esa dificultad, fuera de control como no fuera bajo el control malvado de la naturaleza, se comieron unos a otros, en una serie de sacrificios sin ritual ni sentido, sin otra poesía que la poesía del mal.
El escritor austríaco Thomas Bernhard, en su novela El sobrino de Wittgenstein , que leí mucho antes de conocer la obra de María Martoccia, abomina del campo: “Era inimaginable qué podía buscar en el campo Irina, mujer de la gran ciudad. Aquella mujer que, año tras año, iba cada noche a un concierto o a la ópera o a una obra de teatro, había alquilado de la noche a la mañana una alquería de una sola planta, de la que la mitad se utilizaba como pocilga, como pudimos comprobar con espanto Paul y yo, y en la que no sólo había goteras sino que, además, como no tenía sótano, había una humedad que llegaba hasta el techo. Y allí estaban sentados de repente Irina y su musicólogo, que durante años había escrito en periódicos y revistas vieneses, apoyados en una estufa americana de hierro colado y comiendo el llamado pan de aldeano hecho en casa, con la ropa raída y desgarrada y, mientras yo me tenía que tapar las narices por el penetrante olor de la pocilga, elogiaban el campo y maldecían de la ciudad. El musicólogo no escribía ya artículos sobre Webern y Berg, sobre Hauer y Stockhausen, sino que partía leña ante la ventana o vaciaba las aguas fecales de la cegada letrina. Irina no hablaba ya de la Sexta o la Séptima, sino nada más de la carne ahumada que, con sus propias manos, había colgado en la chimenea, no hablaba ya de Klemperer o la Schwarzkopf, sino del tractor del vecino que la despertaba ya a las cinco de la mañana, con el gorjeo de los pájaros. Al principio habíamos creído que Irina y su musicólogo marido volverían muy pronto a la música, dejando su fascinación por la agricultura, pero nos engañamos. Pronto no se habló ya en absoluto de música, como si nunca hubiera existido. Íbamos a verla, y nos servía su pan amasado por ella misma y su sopa cocinada por ella misma y además los rábanos cultivados por ella misma y tomates cultivados por ella misma, y nos sentíamos engañados y pensábamos que nos tomaba el pelo. En pocos meses, Irina se había convertido de la mujer refinada de la gran ciudad y la más apasionada de las vienesas en una provinciana de la Baja Austria, honrada campesina, que colgaba en la chimenea su carne ahumada y cultivaba sus hortalizas, lo que, desde nuestro punto de vista, equivalía a una autodegradación radical y no podía dejar de repelernos”.
Como Irina, María Martoccia, por lo que sé, vive en el campo, en el interior de la provincia de Córdoba (la misma topografía de Despeñaderos, se me ocurre, por la cercanía geográfica y la hosquedad de sus héroes), pero a diferencia de Irina, escribe libros, y no creo que cocine su propio pan o siembre hortalizas. No creo que cultive estas costumbres rurales alguien que describe el campo con tal parquedad, sin ningún apego, sin ánimo de construir una mística pero con la decisión de crear una atmósfera (Sierra Padre; Desalmadas). En esos términos es que su lectura me traslada a la atmósfera del campo, al que mi abuela llamaba Desamparados pero que podría llamarse también Desalmados, donde viví con mi madrastra durante el golpe de estado de 1976. Los personajes de María Martoccia se asientan, como dice Luis Chitarroni, en “las gélidas aguas del cálculo egoísta”. Las mismas gélidas aguas en las que navegan los personajes de Honorato de Balzac, algunas de cuyas aventuras, desplegadas en los dieciséis volúmenes desvencijados de la biblioteca de mi padre, leí durante aquel invierno.
En el comienzo de Ursula Mirouët , Balzac reúne en la placita de la iglesia del pueblo de Nemours a los herederos que traman una conspiración contra la heroína. No hay bondad ni campechanía provinciana en el campo de Balzac. Sin embargo, pese al cálculo egoísta al que alude Luis Chitarroni (cita a Carlos Marx en Mil tazas de té, un libro precioso), las novelas provincianas de Balzac no me hablan de la topografía que conozco, sino de una topografía de costuras y bordados que se enlazan con el mundo imaginario en el que me gustaría vivir.


*Fuente: http://www.clarin.com/ciudades/campo-Desalmados_0_468553274.html






*


A Uma


Un sobresalto, esas dos hojas rojas en la desnuda vereda. Un regalo del árbol. Prendedor de luz. Pequeña, provocativa belleza. En la mano abierta, herida sin dolor.

Si Caperucita se la hubiera puesto en el pecho se hubiera perdido como la arena en el desierto.


A Blanca Nieves en cambio la hubiera transformado.


Los tesoros dependen de la mirada..


Hay que afilar los ojos.

Los lobos sólo ven la carne.

El instante brilla.

El tiempo juega a la derrota.

¿Con qué podremos ganarle?

Me cubro por dentro de esas pequeñas joyas vegetales.

Pongo algunas flores imaginarias sobre lo que deja al descubierto la blusa de encaje negro que me cubre.

No soy la misma cuando camino pintada por mi propia palabra.

Si el tiempo vence, al menos lo entretengo, me escondo por un rato y juego mientras los lobos no están.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






*

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