miércoles, junio 22, 2011
A LA FRONTERA ILUSORIA ENTRE LA TIERRA Y EL AGUA...
-Dibujo de Ray Respall Rojas.
CASTILLO*
A mi hija Sarah, que hoy está creciendo…
Cada verano, en la calle que me vio nacer, aguardaba impaciente los camiones de la poda. Veía caer las frondas de mi amado almendro, segura de que no le dolían, porque era como cuando cortaban las puntas de mis largos cabellos; una forma de ayudarlos a crecer más fuertes.
Llegaba el momento de arrastrar las ramas a mi patio, ayudada por mi abuelo. Hacer con ellas un castillo, descubrir la luz filtrándose a través de sus oquedades, los cambios que operaba la magia en la piel de una lagartija, el brillo de un insecto; el olor, el increíble aroma de la savia truncada, el suave andar de la cochinilla en la palma de mi mano…
Un día. Un día entero en el trono, recibiendo la visita de mis ilustres amistades, los niños del barrio. A la mañana siguiente, las ramas eran echadas al basurero.
Nadie tiene idea de lo que se puede hacer en una jornada dentro de una fortaleza de hojas, si no ha permanecido tanto tiempo en una: Merendar, en dependencia del menú y de las hormigas. Jugar, los soldados de plomo de mi primo Rolando se intercambiaban con piezas de mi juego de té o animales de granja traídos por Renay; dos jirafas de Carlota pastaban junto a los renos que heredé de las navidades de mi hermano. Hacer cuentos. Preparar extrañas alquimias con hierbas y flores. Soñar…
Verde fortín donde era reina, ama, gobernanta de un mundo solo mío, tan efímero como un giro de la Tierra. Repetible cada año, esperado como se esperan las lluvias y el florecimiento de las cosechas. Tan constante en su llegada que pudo parecer infinito, en aquellos momentos en que el tiempo parecía no transcurrir y desesperábamos por crecer, hacernos mayores, tener nuestros propios dominios.
Un día, sin que mediase una razón, no hubo más palacio de hojas. Las ramas cortadas permanecieron en espera del camión que venía tras el de los podadores a recogerlas. Ni siquiera me di cuenta de que había transcurrido el momento de construir mi castillo, estaba demasiado sumida en pensamientos de otra índole...
Había dejado de ser princesa.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba
-Versión el relato publicado en el libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca.
RESFA*
Todos los días Resfa viene a la orilla del mar
se confunde con las olas
y desciende a mareas profundas.
Verde, tembloroso mar,
fría niebla, negra brisa.
¿Qué secreto es el que guardas
en tu vientre mineral?
¡Oh, corazón no preguntes!
Ya renuncié a poner rosas
no hay en la tierra un lugar.
Mis hijos crucificados tienen santuario en el mar.
Suave niebla, blanca brisa,
gaviota de luz al cielo,
viejo viento compañero,
pongan calor a su canto
que mis niños tienen frío.
Aves de día, bestias de noche.
No han podido, ni podrán.
La vida no se maniata.
El amor no se improvisa
Flota la pena en el mar, día y noche, noche y día.
¡Que pasen, ya vendrán otras!
Otras penas y otro mar.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
- Resfá: Personaje bíblico que sentada en una piedra, vela para que los
buitres no devoren a sus hijos, de día, ni las bestias, a la noche.
Patagónica*
*Por Antonio Dal Masetto
Después de horas de andar hacia el sur por la extensión patagónica que no tiene fin dejé la camioneta y me aparté del camino de tierra y me asomé al acantilado y allá al fondo estaban esos oscuros y misteriosos animales que aman el mar y se abandonan sobre la arena a recibir el sol. A mis espaldas
tenía el desierto, hacia adelante el océano. Desierto y océano prolongados uno en el otro, anudados, barridos por el viento que nunca cesa. ¿Qué dioses habitan esas vastedades? ¿Son dioses que están buscando todavía sus formas o se resisten siempre a la forma? ¿Qué poder ejercen sobre los viajeros? ¿Qué poder sobre mí? Permanecí ahí, vaciado de ideas, bajo un cielo pálido, cruzado por masas aisladas de nubes que se desplazaban rápidas de Sur a Norte. Yo esperaba. El viento insistía sobre mi espalda y sentía cómo pretendía moldearme y unificarme con todo lo que me rodeaba, un accidente más, piedra o arbusto, una cosa rota arrojada a la frontera ilusoria entre la tierra y el agua. Mi nombre, mi voluntad y también mi historia se disolvían. Ahí, en la prepotencia y la indiferencia de los elementos, ante el misterio y la desmesura, yo me liberaba de compromisos y esperanzas, no era nada ni nadie, no pertenecía a nada ni a nadie. ¿Era ése el poder de aquellos lugares: esa invitación, ese llamado al desprendimiento y a la renuncia? Después, repentino, hubo un cambio de luz. Por unos segundos un gran resplandor iluminó una franja de mar y me cegó. Bajé la mirada y descubrí, a centímetros de mis pies, protegido en una cavidad formada por la erosión del terreno, un manchón de musgo de un verde intenso. Aquel verde se oponía a la sequedad que lo rodeaba, era un pequeño milagro en la aridez general. Desde ahí una voz comenzó a hablarme. La voz se obstinaba en señalarme que aquél no era sino un lugar de tránsito, una estación de la que habría que partir en algún momento. Me recordaba que debería regresar a las caras que quería y detestaba, a los incentivos y las desilusiones de cada día. En fin, el mundo de siempre. Y entonces percibía cómo poco a poco crecía el impulso de darle la espalda al mar y al desierto y a la invitación a la entrega. Sin embargo, minutos después giraba la cabeza a derecha e izquierda para abarcar el espacio sin límites, buscaba allá abajo los animales quietos y sentía que era en esa dirección donde debía partir, que era hacia ellos donde debía ir. Y luego de nuevo volvía el reclamo de aquella mancha verde y a continuación otra vez la tentación del vacío, y así pasaba de una propuesta a otra, de un arrebato a otro, del platillo de una balanza al otro, entregado, rescatado, entregado, rescatado, y en el sí y el no de cada instante ambos platillos pujaban por quebrar el equilibrio. Y bajo el cielo que comenzaba a ensombrecerse, en el viento que soplaba cada vez con más fuerza, era como en esos sueños en que algo está a punto de resolverse y nunca se resuelve. Igual que en los sueños, también en lo alto
de aquel acantilado hubiese sido inútil intentar gritar.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-170572-2011-06-22.html
TU AMOR*
Si estoy cerca tuyo
me siento más buena,
me ríe la vida,
me llega la luz,
escribo los versos
más lindos del mundo
que salen del alma
y te lo debo a vos.
Si estoy cerca tuyo
yo siento tu aliento
recorrer mi cuerpo
como una embriaguez
y late mi sangre
temblando en mis venas,
los ojos me brillan,
me falla la voz.
Señor, Dios del cielo,
te doy muchas gracias
por esto que siento
con el corazón,
temblar por un hombre,
especie de ángel,
que con solo verlo
me nace el amor.
*De Norma Costanzo. normacostanzo@vocampo.com.ar
TRANSFERENCIA*
*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
Había tenido el mismo sueño varias veces.
Me asomaba por una ventana y caía vertiginosamente, aterrorizado.
Trataba de gritar pero, aunque sentía movimientos en mi garganta y mi boca, no lograba que algún sonido saliera de ella.
Cuando mi cabeza estaba a punto de estrellarse contra el piso me despertaba, empapado en transpiración.
Mi compañero de pieza me recomendó que acudiera a un psicólogo.
“Es un poco caro, pero te va a ayudar”_ me dijo.
Así fue como comencé a ir, una vez por semana, a aquel consultorio.
La primera vez que lo vi me presenté y le relaté ese sueño que me atormentaba.
El escuchó y no dijo nada.
A medida que pasaban las semanas yo le empecé a contar varias cosas de mi vida. Pero él siempre, de alguna u otra manera, volvía a sacarme el tema del horrible sueño.
Empecé a asistir a las sesiones con fastidio porque sabía que, aunque yo tratara de eludirlo, él iba a hacerme alguna pregunta o haría algún comentario que me recordara mi pesadilla.
Esa tarde decidí terminar con el asunto.
Cuando él se paró para buscar su agenda y me dio la espalda, no lo dudé.
Lo agarré por el cuello y lo arrojé por la ventana.
Supongo que la sorpresa le impidió poner resistencia y por eso mismo no gritó tampoco al caer.
Desde arriba, pude ver cómo su cabeza de estrellaba contra el pavimento.
Maldito psicólogo.
Debería estar agradecido.
Al fin de cuentas, lo liberé de su obsesión.
NIÑA DE TRÉBOL*
"...Me traspasa la luz. No me conozco.
Soy apenas un soplo de la tarde...."
SUSANA MARCH
Vuelvo el rostro para mirar mis rastros.
¿Cual es el animal que me precede?
Me persigue. Me hostiga. Me vigila.
Entra la sombra y se abren los párpados.
Miro el espejo.
No reconozco la figura triangular que me observa.
Me recuerda vagamente a alguien u algo.
Quizás a las huellas de mi madre
O a los confusos vestigios de mi padre.
También a las migajas de una niña de trébol
Niña que destrenza naufragios y palomas muertas.
Habla la figura triangular Me habla.
Su código es extraño. Insólito .Peregrino.
Desciende en sed y en noche y en olvido.
Me arrodillo y me beso y me respiro.
Y me hostigo y me lloro y me persigo.
¿Qué dirán las mudas pupilas del espejo?
Sus respuestas quedan detrás del naufragio de palomas muertas.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
LOS RECUERDOS SE ORILLAN EN EL CAMINO DEL OLVIDO*
(LISA se quedó solita entre desconocidos y JOHN no mira el mar)
*De Yury Weky
Era viernes y yo iba camino a la Funeraria. Estaría un rato con familiares y amigos de Lisa y no iría al cementerio. La noche anterior recibí la infausta noticia. La persona que me avisó decía: ¿estás ahí? ¿Me escuchas? Yo colgué el teléfono sin hablar porque por un fenómeno, que aún no sé explicar, cuando fallece alguien querido me vuelvo muda. Tal vez por eso rechazo los cementerios. Tengo miedo a la mudez. No dormí toda la noche pensando en Lisa. No asimilaba la información de su muerte. Es difícil entender que una persona con quien compartimos momentos buenos se va y se va sin retorno y entonces nos viene el llanto o la mudez.
Estaba indecisa. ¿Iría o no a las exequias? Si no iba sentía que abandonaba a mi amiga en ese momento tan especial que era su muerte, si iba no quería verla. Prefería recordarla amable, conversadora, con su sonrisa de sol. La presentía saliendo del ataúd y viniendo hacia mi a abrazarme llamándome su hermana del cuadrante solar.
La dejamos solita en el camposanto. Ahí quedan los muertos con la inmensa soledad de la tierra encima, con el terrible silencio de la noche final, en el desamparo total. Ahí donde llega rápido el olvido. Algunas amigos y familiares lloraban otros estaban serios y yo enmudecida. Cuando abrieron el ataúd para la despedida final no me acerqué. Tomé esa decisión porque quería recordarla en el recibimiento y no en la despedida. De repente sentí que era inútil mi presencia y sentí que ya Lisa se había desprendido de las fechas, de las horas y que en la infinitud de su noche total de vacíos no nos necesitaba.
¿Por qué se fue Lisa si se veía feliz, contenta, con proyectos de vida? ¿Por qué no dijo que nos tenía esa sorpresa? Se fue sin avisar, sin una señal. Yo la pienso mucho, sobre todo en la soledad que tiene ahora en medio de desconocidos, ella que siempre estuvo rodeada de personas que la amaban.
Nos quedaron dos asuntos pendientes: festejar nuestro cumpleaños que se daban el mismo día con una diferencia de cinco años y un proyecto de Radio: Hablamos tanto de ese Programa, de sus alcances y la muerte_ no avisada_ de Lisa se lo llevó.
El cementerio es un lugar solo y triste donde todo se pudre, se marchita, se descompone. A él va poca gente, en días especiales, a llorar los afectos que se fueron. Creo que lloramos a nuestros desaparecidos porque no contaremos más con su amor. Es un llanto egoísta. No lloramos al que se va sino el abandono en que nos deja. Si supiéramos que vamos alguna vez a reencontrarnos sufriríamos menos.
Lisa dejó en el abandono a su pareja, a sus hijos a su madre, a los amigos, amigas y se llevó consigo lo que nunca nos dijo. ¿Cuánta pena escondida hizo estallar su corazón?
Yo he llorado el abandono de mi padre, de mi madre, de mi hermano John. A ese lo lloré hasta que la fuente se agotó. Yo lloré por los hijos que él no tuvo. Lloré por su ceguera, por su discapacidad, porque no dejó una mujer que le llevara flores a su tumba, una mujer que añorara su calor en la cama, porque nunca más me cantaría tocando su guitarra y porque no sentiría sus manos sobre mi rostro para adivinarme.
A Lisa la lloré con silencio. Sin lágrimas. Ella y yo hablábamos de alegrías no de tristezas; su optimismo lo impedía. Para ella la cotidianidad era una puerta abierta para avanzar. Nos reíamos de las cosas que nos sucedían y que guardaban similitud. Nuestra relación era tan limpia y amena que dudo encontrar a otra persona tan nutritiva y optimista. Nos veíamos poco y cada encuentro encerraba la complacencia de contarnos todas esas trivialidades de la cotidianidad, que muchas veces se parecían y nos conectaban. Con mi hermano John hablaba de historia. Era invidente, pero se hacía leer libros de historia universal, textos de documentos antiguos, los cuales nunca supe como los conseguía y que él disfrutaba para luego hacer largas disertaciones, críticas y comentarios. A John le gustaba tocar guitarra, la amaba. Había que ver la forma en que la sostenía en sus brazos arrancándole esos sonidos que acariciaban los oídos de su audiencia. Parecía que acariciaba a una mujer y le hacia brotar desde el corazón las notas que acompañaban su voz fuerte al cantar. Sus canciones_ repetido repertorio_ nos deleitaban las reuniones familiares. El también se quedó solito y nunca más lo visitamos. Se sembró en un cementerio nuevo sin vecinos. Yo lo recuerdo, pero no lo visito. A mi no me gusta ir a ese lugar. Su soledad, las tumbas, cruces, lápidas y epitafios en conjunto me llenan de melancolía así que no voy ni por Lisa ni por John. Tampoco iré por mí.
Allá quedaron ellos en ese campo de tristeza, de flores secas, de fríos mármoles, cementos nuevos y tierra removida.
Mi hermano fue sepultado en una colina y desde allí, a lo lejos se ve el mar Caribe con sus espumas, como encajes de nubes, su oleaje fuerte, sus barcos, los azules difusos del agua y el cielo conjugándose en un solo manto , el faro a la distancia y esa luz del sol durante el día y por las noches las lámparas flotantes que danzan en el cielo. Mientras que Lisa quedó en el viejo camposanto de la ciudad con sus alrededores ruidosos, su bullicio y ella en medio del desamparo, solita entre desconocidos.
Cuando acompañamos a John al camposanto éste era nuevo, luminoso y florecido de trinitarias de todos los colores que refulgían con la luz solar. Me sentí contenta que fuera un espacio brillante aunque John no pudiera verlo. En medio de mi dolor, con mis ojos nublados por las lágrimas, estaba todo el espacio vacío de tumbas y me dije debo recordar que John se queda aquí en un jardín y su cenizas abonaran esta tierra y la hará fértil. Eso me tranquilizará para que el olvido sea más lento y menos doloroso. El olvido duele, cabalga en nuestros días y no desaparece fácilmente; como jinete cruel clava sus espuelas en los ijares del alma. El olvido duele.
Los muertos se quedan solos porque ya no aman, por eso se les abandona. Se renuncia a ellos porque ya no nos regalarán ni su risa, ni sus conversaciones; entonces nos desentendemos porque se envuelven de silencios. Lisa no era silenciosa, ni taciturna, era toda luz y sonrisas. John era conversador de voz suave, convincente, acompasada; todo lo contrario a su canto que era fuerte y vigoroso. El canto de John era mágico porque nos ataba a lo intimo: la unión de la sangre, del origen común. Con él sabíamos que éramos hojas de una misma raíz aunque de ramas diferentes. Cuando John falleció yo sentí que mi soledad crecía y que mi vida se sembraba de ausencias. Su muerte hizo en mi pecho otra cruz de abandono.
Cada vez que muere alguien del tren de mis amores, siento que se llevan los afectos que me dieron en vida y que queda un hueco en mi pecho. Esos huecos no se llenan ni con nuevos afectos. Esos vacíos quedan para siempre y producen un dolor crónico que nos acompaña sin remedio : son los recuerdos que se orillan en el camino del olvido.
*Yury Weky: autora de La revolución es un camino sin tregua (2003)
Por los Caminos (2005)
Caminos de Revolución (2007)
Coautora de: El socialismo en el siglo XXI (2006)
Pedro, el insustituible (2008)
Premio accesit sobre ensayo, El Nacional , 1968
-Enviado para compartir por Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
http://textosnechidorado.blogspot.com
Hay que suponer*
Supongamos que usted una mañana se despierte,
se siente en el borde de la cama,
se mire el cuerpo,
se estire como un gato
y apretándose el riñón con su índice
diga bueeéh...!
Supongamos que una mañana usted se despierte...
poeta.
Supongamos.
Que deposite una gota de esternón
sublingual,
confine el regreso de un deseo
y frente al ingreso ventanal del sol
se hamaque.
Que levante las cuatro sotas que dejó tiradas anoche,
le recorte los tacones
y al periódico del día lo salpique
con matecocido y porfía.
Que le den ganas de dibujar bocas y zapatillas,
dejar escapar todos los adjetivos por las mirillas,
perseguir en paños menores a la metáfora menor
por toda la casa.
Supongamos que de repente se le aparezca la letra jota
¡minúscula!
y aquella vieja historia de la música
secrete.
Que los sedimentos sedimenten,
los nutrientes refrigeren,
los amores platonicen,
los perdedores ironicen.
Digamos... que a usted no le interese más otra cosa
que la semilla,
el desentono,
quebrar el semen.
Querrá fatigar el suburbio
si devino poesía,
resoplar su potrillo,
destemplar.
Vamos a suponer que sale a la calle en puntas de pié,
que salude cortesmente a una señora con sombrero.
"Buon giorno"
y en vez de una flor le obsequie un soliloquio.
Por un momento, supongamos
que al doblar la esquina del buzón
vienen a su encuentro Alejandra Pizarnik del brazo de
Julio Cortázar,
lo besen como a un viejo cómplice
y se vayan los tres abrazados hasta la última mesa
de un bodegón malhablado
a describir, muertos de risa,
el rechinar de los pecados
que pasan
en fila india... uno a uno...
sin desmudarse.
Piénselo.
Una mañana desatinada usted debería suponer.
*De Juan Disante. disante.juan@gmail.com
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*
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