lunes, octubre 24, 2011

MURMULLO DE CAMINOS QUE VUELVEN...




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





EL CARRO DE DON PEDRO SILVA*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


¿Y si uno tiene en algún recóndito sitio de la memoria el recuerdo de una mañana luminosa?
Sucede que esa sensación se diluye tanto en el decurso de los años que dudamos ciertamente entre la vigilia y el sueño o el mero invento que puede servir para comenzar con estas palabras.
Tratándose de mí o siempre habrá que considerar un cielo alto, y mucho espacio. A veces un atolladero de nubes, en ocasiones una tormenta que desgaja árboles, tira abajo sementeras, vuela algunos techos.
¿Y si uno imagina un cielo de pizarra lavado dando quietud sincera a la tarde?
Entonces una brisa apenas fresca, como suele ser allá en octubre, irisa levemente a las hojitas nuevas de los árboles, peina suavemente los pastos, se disciplina bajo las órdenes de un viento que viene del sur, todo eso bendecido por un sol que enciende hasta el más oscuro rincón del campo una luminosidad nunca antes vista.
Es imposible ubicar en un tiempo ”real” aquello que vive, remotamente, recatadamente con una modorra que es casi un empecinamiento, al cabo, ¿verdad?
Entonces pongamos algo para comentar y seguir con este recuerdo, al relato: Fue allá lejos y hace tanto tiempo, lo escribo parafraseando a Hudson, claro. Aquel solitario que escribió en la tarde primera de la patria, el principio de todo, donde la mayoría estaba en un abandono inicial.
¿Qué habrá sido del carro de don Pedro Silva, con el cual vendía carne por el pueblo?
No sé quién habría diseñado tal originalidad, pero es digno de comentarse ya que la mirada directa nos está vedada por razones obvias.
La base debió ser un carro de altas ruedas y un par de varas más largas que el común. Pero la estructura que a eso se le había adosado, constaba de un encofrado que con forma de bóveda terminaba siendo como una casa rodante. Se conducía al matungo a través de un ventanuco que tenía en el frente y que dejaba sacar las riendas y tal vez una mano para el látigo. Se debía manejar, tal vez un poco inclinado, porque también sobre ese frente tenía un pequeño tablón que oficiaba de mesa para hacer los cortes. A un costado iban los pedazos de reses sangrantes, colgadas de unos grandes ganchos. Enfrente, a todo lo largo del carro recuerdo en pequeño donde una sierra manual corría por una ranura para cortar la carne.
Pedro Silva era santiagueño como don Benicio Ardiles, su tío, titular de la “Carnicería del pueblo”, para quien trabajaba. Por las mañanas visitaba la clientela, casa por casa y en algunos días especiales, como los domingos a la mañana, atendiendo el reparto en algunas chacras vecinas. También era el matarife del Establecimiento, y en ese carácter, en las siestas calurosas o llenas de viento y de tierra o de lluvia o aún si el cierzo cubría el poblado y los huesos de sus habitantes, allá iba don Pedro al matadero, a matar esas reses y cargarlas en ese mismo carro, ya todo cubierto el interior de ganchos que traía esos animales aún calientes, sangrantes al traqueteo del carro.
Don Pedro Silva, ese hombre corpulento, que se peinaba desde la alta frente hasta la nuca, con una pelambre que hoy cualquiera envidiaría, era también un hombre muy servicial. Su mujer era alta, delgada, y morena y nunca salía. Tenían un hijo que se fue muy pronto del pueblo.
Todas las tardes –a las cuatro en invierno y a las cinco en verano- don Pedro Silva venía del matadero, cruzaba la esquina de Godoy, luego Croato y ataba su caballo en un árbol de doña María Cadorna, justo enfrente de la placita Sarmiento.
Todo eso estaba en mi barrio, y el matarife, don Pedro también.
Con Ricardito Spina espiábamos el paso de su carro, por las tardes, cuando cruzaba la esquina de Godoy y paraba a tomar mate en su casa, antes de llevar las reses a la carnicería.
Allí, con las monedas provistas por nuestras madres le comprábamos achuras y alguna molleja para tirar arriba de la parrilla, esa noche. Ahora colijo que eran estas vísceras el rebusque de don Pedro, ya que en la carnicería brillaban por su ausencia, como se dice.
Roberto Escudero me acota que tenía un ayudante, otro santiagueño, don Jaime Suárez, padre del “Negro” y de Víctor.
Ese inmenso carro rojo, que estaba cubierto prolijamente de una chapa claveteada, íntegramente, tal vez buscando impermeabilizar esa estructura, para preservar de la lluvia que alguna vez había sido pintado de un rojo violento, a mi recuerdo estaba desteñido como hoy a mi memoria, cuando venía pesadamente por la calle del “gordo” Fusco, atravesaba el costado de la quinta de mi abuela, frondosa de higueras y pimientos, apenas echando unos chorritos de tierra por sus ruedas gigantescas, recién salido del cementerio nuevo, que cuidaba “Yaco” Ortali, con su alto sulky que espantaba pájaros y perros, tan rápido corría en aquellos años que se fueron para siempre.








Dudas*


De pronto la rosa aparece en el centro de otra planta


parece una vecina asomada a su ventana verde

o una pintura del azar.

la mirada pulsa lo que antes no estaba


y este desbocado latido

se debe a una cierta inocencia del que descubre el mundo como una celebración

o al escepticismo del que sabe

cúantos peligros acechan

entre plantar un rosal

y el nacimiento de la rosa


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com






Certamen literario para adolescentes “El Puente 2011”



CATEGORÍA CUENTO


Primer Premio:



Sín título


Una vez por año, y en bandadas de a dieciocho, las golondrinas migran, cambian de lugar.

Se mudan, sin más que sus compañeras y sus alas, en busca de cielos más cálidos.

Los colibríes nunca dejan de batir las alas, éstas son tan pequeñas que necesitan estar en constante movimiento para poder sostener a su portador.
Al quemar tanta energía, los colibríes no pueden pasar más de diez segundos sin ingerir néctar. Necesitan alimentarse constantemente para poder sostenerse.

Un día, se derritió un glaciar. El agua que lo constituía se evaporó para después precipitar, obstinada en su helada naturaleza, en forma de nieve.
Ese día, las golondrinas habían decidido desviar para probar ese nuevo cielo que habían descubierto.

Una noche, se taló una flor, que no pudo llorar su néctar.
Esa noche, un colibrí había decidido desviar para probar esa nueva flor que había descubierto.

Cuando las golondrinas descubrieron que ese cielo no tenía calor, volaron lo más rápido que pudieron hacia otro que sí lo tuviera. Tardaron un año.

Cuando el colibrí descubrió que esa flor no tenía néctar, voló lo más rápido que pudo hacia otra que sí lo tuviera. Tardó doce segundos.

Para cuando llegaron, las alas ya no se movían.

Contando las de la flor y la del glaciar, veintiún vidas y un millón.



*Virginia Agretti. virginia.agretti@gmail.com
Santa Fe




CATEGORÍA POESÍA


Primer Premio:



LLOVER


Llover.
Caer como la irrefrenable y ancestral verdad sobre el marrón de la tierra.
Penetrar las entrañas con el impulso vital del carnal deseo.
Naturaleza, que de ti vengo.
Naturaleza, que de ti soy.
Naturaleza, eterno instante de fertilidad,
Quién eres? Qué naces? Qué llueves?
Llover.
Mojar esta pertinaz ansiedad de de vivir.
Sentir la carne abrirse a flor de piel y cada poro absorbiendo tu fragante verdor.
Llover…prehistóricas lágrimas de origen. Sangre que sin serlo corrió por las primitivas venas de la primerísima existencia.
Y nosotros. Nosotros. Raíces perecederas de esta semilla geoide,
tan solo latires finitos que como lluvia caímos desde el impenetrable y límpido cielo del universo.


*Valentina Marín. vale_06_2006@hotmail.com
Santa Fe




Segundo Premio:


Sin título


Todo el ciclo solar en su piel.
El mágico ronroneo del primer mordisco.
Desencadenar la vertiente, roja, dulce.
La acidez próxima al corazón
y
finalmente,
la madera, puerta, semilla,
corazón y árbol.

Nada se compara al comer un durazno.


*Virginia Agretti. virginia.agretti@gmail.com
Santa Fe




Tercer Premio:


DEJA VU


En este espacio repleto
de aire y de sol
caigo vencido
a los pies de esta mujer.
Esta mujer desconocida
que me trae recuerdos.
Unos cuantos.
Murmullo de caminos
que vuelven
como este miedo
invisible y poderoso
que
sigilosamente
me puede romper el corazón.


*Pablo Bressan. pablo_bdp_@hotmail.com
(Malabrigo)



* * *




Conjuro para no verte morir*


A la Dra. Mryam Garbulsky



Una sonrisa sin lágrimas
en el teléfono
palabras desde mi jardín
en flor.

Dicen que vistes aretes
usas collares y ese anillo grande.
Que tus piernas no caminan
ni tu garganta quiere hablar.

Escucho tu silencio
¿es tu respiración?
Tu libertad agoniza
y muerde su dolor.

Pero la muerte
como entonces
juega a evitar
verte morir.


*De Marta Zabaleta. mzabaletagood@gmail.com


A la Dra. Mryam Garbulsky, compañera y amiga, allá en la Quinta II, Geriátrico de Adrogué,
Epping, 22 de octubre 2011
http://martazabaleta.blogspot.com/2011/10/poesia-de-marta-zabaleta.html









Memoria de navegante*


Para vivir yo elegí mil embarcaderos inciertos
y anclé mi nave sin presunción ni extravíos.
Llevaba siempre eso necesario dentro de mí
una llama pequeña de luz que brillaba como un faro
y una cantidad imprecisa de palabras sin voz.
Vi cientos de mares que ya no recuerdo con certeza
y una cantidad incierta de aves y peces saltarines.
Las tempestades azotaron mis velas sin abatirlas
y las corrientes me alejaron a veces de la ruta
vientos tropicales y antárticos golpearon mi rostro
sin quitarme esa tenue sonrisa de viajero a la deriva.
Las grandes naves que crucé en mi largo vagabundeo
me hicieron señales de peligros que me negué a descifrar.
Los contactos con mis símiles fueron bastantes fortuitos
pero siempre ricos en sus matices esenciales.
No acepté jamás pasajeros a bordo de mis largas travesías
una cierta timidez de fondo invadía mis palabras y mis ojos
mi familiar sensación de extrañeza frente a los espejos.
En mi demorada más extensa tuve relaciones apasionadas
y supe por azar que mi hija estaba pronta a partir.
No poseo riqueza que puedan sujetarme como buen marinero
ni acciones de ningún estado ni cuentas pendientes.
Me siento un hombre afortunado en medio del océano
un hombre que nada espera, que nadie espera:
acaso la muerte.

*De Carlos Sánchez. sanchez.carlos@tiscali.it
Folignano (AP) Italia 25 enero 2011













E L P A L O R O S A*




(Los árboles fuertes crecen silenciosamente…)


***
…un día de fuerte tormenta, la lluvia torrencial la arrastró…

***


En el alto Paraná, bajo un sol tropical de fuego; el río bajaba lento, entre escarpadas riberas, en una enmarañada espesura de la jungla misionera. Allí donde el río remanseaba; esas verdes y frondosas orillas se abrían, formando un gran espejo de aguas reverberantes. Relucientes estrellitas estallaban titilantes en la superficie, sobre las ondas temblorosas, en una danza lenta y cautivante.
Miles de troncos con brillos remojados, iban dando vueltas lentamente en torno a sí mismos, como en una gigantesca calesita maderera. Como tras el canto de invisibles sirenas; atrapados por el río, que había decidido entretenerse juguetón, un titánico momento, en su cauce trajinoso. Giraban y giraban, primero casi con desgano, desordenadamente. Luego se agrupaban más y más a medida que se iban juntando en el centro, ya rápidos, en torno al vórtice del caudaloso remolino.
La presión que ejercían los mismos troncos sobre los que eran apretados en el centro, hacía que éstos se movieran como con vida propia, tratando de zafarse, corcoveando como potros desbocados. De cuando en cuando, por la succión, algún tronco gigantesco se levantaba sobre sí mismo, se debatía como si luchara por su vida contra un monstruo profundo, y se sumergía engullido por el voraz girar de las aguas plateadas.
Desaparecía, y al rato otro tronco iniciaba la danza del remanso, y el monstruo lo engullía mientras allá a lo lejos, en el agua ya tranquila, emergía de golpe un tronco de punta, que saltaba a la superficie, volviendo del fondo; cómo si volviera al aire, al sol, a la vida; como si hubiera vencido al feroz monstruo de las profundidades.
El Río tras distraerse y juguetear en el remanso, volvía a seguir su curso, y llevaba consigo los troncos recuperados, que de a poco iban siguiéndolo mansamente en los sinuosos trazos, de recodos y desplayados, entre la selva tropical, y el sol que calcinaba.
A la altura de Garupá, antes de llegar a Posadas, con las aguas más calmadas; los troncos, son retirados a la orilla del río, extraídos uno a uno, y depositados en un gran playón. Allí reposan apilados momentáneamente, hasta que ser comercializados, destinados a diversas aplicaciones.
Lo que no sabíamos la gente, es qué pasaba con los troncos, cuando los troncos quedan solos, y se encuentran en grupos, en momentos en que están seguramente preocupados por lo qué va a ser de ellos, en poco tiempo más.
Y allí es cuando nos enteramos que los troncos hablan entre sí.
Mejor dicho, se comunican, porqué hablar, no hablan, al menos no como nosotros.
Porqué nosotros sabemos que los árboles sí hablan; o al menos susurran con sus hojas en el viento, a veces silban, o se quejan cuando sus ramas son violentadas por las tormentas, y hasta protestan cuando los hieren o los voltean a hachazos en el monte.
Parece ser que se comunican por ondas, tal vez una resonancia molecular, o alguna cosa de esas, silenciosas para nosotros, pero entre ellos se entienden, aunque no a gran distancia...
Así me contaron...- Al menos así es con los troncos de la selva misionera…
El más grande era también el de mayor edad. Tenía, antes de que lo hacharan, más de cien años y era de la zona de “El Alcázar”. Era un tronco de Palo Rosa, que es el árbol más alto en el follaje, que forma el verde dosel, el manto que cubre la selva. El fue el que comenzó la conversación: Sostenía que no estaba de acuerdo con lo que se decía de que eran “Vegetales”. Que sería como estar vivos pero no hacer gran cosa, más bien nada: ”vegetar”; y ellos sí que hacían cosas.
Cosas muy, muy útiles, como ser: aparte de la sombra, todos juntos formaban los montes y las selvas, que producían y renovaban el oxígeno que respiraban todos los seres vivos, daban frutos que comían las aves, y muchos otros animales, incluso la gente, abonaban el suelo, eran refugio de muchísimos nidos, y tantos productos se obtenían de su hojas, sus frutos y hasta de sus propias raíces. Incluso mientras crecían, iban endureciendo sus maderas que luego serían vigas, tablas, muebles; que serían cunas o mesas en los hogares de la gente, y puertas y ventanas quizás, y tantas cosas que se usan en el mundo para bienestar de todos.
“¿Cómo que vegetales?”- decía; más bien transmitía, a los demás troncos apilados junto a él, ya envalentonado, aunque todo esto sin un solo ademán, y ni un solo gesto.
“¿Y los sentimientos?”- prosiguió un Lapacho Negro.- “¿O no tenemos sentimientos?”….-“Yo sentía una gran alegría al ver un nuevo nido en mis ramas, o cuando piaban pichoncitos de una nueva camada”.- decía enternecido…
Un Cedro, que cómo árbol era de los más altos, de los que formaban la techumbre con sus copas, y de preciosa madera, terció entusiasmado:
-“Tuve mucho tiempo de inquilino un “Tucán” de un vistoso colorido, que hacía un gracioso equilibrio en una pata, mientras se alisaba y acicalaba el hermoso plumaje con la otra, y con su pico descomunal”.
Un “Petiribí” rugoso habló de los monos “carayáes”, de la alegría y del jolgorio que tenía todos los días con las “monadas” de los monitos, tan juguetones.
Un “Ibirá pitá” agregó indignado: -“¡Yo he visto cada cosa!, ¡Una vez sentí tanta pena, tanta impotencia; una pareja de “morajúes”, negros como sus almas, tiraban al suelo de un nido de mis ramas más altas, a los huevos de otros pájaros, para poner los suyos!”.
Un “Pino Paraná” tras escucharlos, hizo también su aporte: -”Yo crecí en la zona de Puerto Esperanza, cerquita del río, era el único de mi especie en ese lugar, y sobresalía muy alto del resto de la arboleda. Desde arriba veía mejor aún, muchas cosas, como Uds. dicen…- Allí abundan entre el canto rodado y las demás piedras; algunas semipreciosas como ágatas y amatistas”-.-“Había una grande y hermosa que la he visto a mis pies durante años…- Siempre pensé que un día, alguien, algún afortunado la hallaría, pero no…, un día de fuerte tormenta, una lluvia torrencial la arrastró por la pendiente, y esa amatista tan extraordinaria cayó al río, y quizás se perdió para siempre!..”-
Todos quedaron un momento tristes, compungidos…
Por último el viejo Palo Rosa, volvió a emitir los misteriosos pulsos, continuando aquel molecular diálogo: -“Una vez he visto un ave muy extraña, grande…,¡y daban miedo sus ojos crueles y su pico ganchudo! Venía siempre a posarse en mis ramas y traía a comerse allí sus presas. Luego observé que sólo eran serpientes y alguna alimaña!... Con el tiempo fue mi amiga, y comencé a tener respeto por su valor y apreciaba su compañía”.-
Todos seguían con interés la historia del anciano, que como todos los demás, habían muerto como árboles; pero vivían como troncos...
-“La capturaron unos científicos, y la llevaron a Dos de Mayo, ¡y la confinaron a una jaula, grande sí; pero apenas podía hacer un corto y patético vuelo!... ¡Unos pocos aletazos, con sus alas gigantes, y a escasos tres o cuatro metros del suelo!..- ¡Eso y nada era lo mismo para ella!”.-
-“Eso fue en el museo de Ciencias Naturales, y entonces supe su nombre: era una “Arpía”, un búho, o un Águila Crestada, no sé bien, sé que era, por lejos, la reina de las aves de la selva, y era la única de su especie en cautiverio en América del Sur!”… “¡No sé cómo habrá salido de su prisión, y si bien no vino más a mis ramas, la he visto un día, mucho, mucho tiempo después, volando rauda sobre la selva!, quizás buscando víboras…, pensé en que bien podría representar a su manera a La Libertad, y debiéramos rendirle un monumento!”…-
Ahora sí, hicieron un asentimiento profundo y silencioso… Nadie se animó a romper el encanto que había reinado y quedó como flotando entre ellos, con tan hermosas historias… Ya casi amanecía cuando cesaron sus tan extrañas charlas, por esa noche; pero en otras siguieron, especulando sobre todo, cuál sería su destino inmediato, su incierto futuro.
Eran ellos de maderas nobles, y tenían grandes esperanzas y toda la fe del mundo en sí mismos. Tenían más bien ansiedad por conocer cuanto antes su designio de ser útiles, allí donde fuera…
Casi diariamente había movimiento de pesados camiones que cargaban en sus grandes chatas, troncos para distintos lugares, que tras salir del playón tomaban la ruta a los rumbos más diversos. La gran mayoría iba destinada a grandes aserraderos donde los transformarían en vigas, tirantes, tablones, postes, tablas, u otras formas; para la construcción, o para mueblerías, o para tantos otros usos.
Una mañana temprano, aún el sol no había secado el rocío; un escultor de la madera, un tallador; y algunos ayudantes, caminaban buscando un tronco en especial, uno que les ofreciera las cualidades que pretendían. Tras recorrer y detenerse, inspeccionando varios, llegaron ante el anciano. Lo miraron al Palo Rosa como venerándolo, ya que eran entendidos, y lo voltearon, lo evaluaron, cortaron sus puntas: no tenía grietas, no estaba picado, y lo eligieron para llevarlo, junto con algún otro que seleccionaron también.
Los llevarían para tallarlos y modelar figuras y estatuas en un concurso de esculturas en madera, en la ciudad de Resistencia.
Los eligieron como lo que eran, la mejor madera disponible en Misiones; ya que el escultor, misionero, quiso presentarse con maderas de su región, sin menospreciar otras que las habría, y muy buenas, como las que ofrecían los montes del Chaco.
Descargaron las piezas directamente en la plaza central de la capital chaqueña, donde se celebraría el evento. Allí había otras especies, también nobles como ellos: Quebrachos colorados o blancos, itines, urundayes, guayacanes, de maderas durísimas. Y el Algarrobo, de madera más maleable; pero cada escultor tenía sus preferencias, ya que con las herramientas adecuadas conseguían verdaderas maravillas. No importaba la dureza que tuvieran…
Había artistas de muchas provincias, y de algún país extranjero. Todo se fue preparando, todo quedó listo. Y llegó el día de la gran competencia…
El viejo tronco yacía ya soñando ser una escultura, entregar su valiosa y noble madera para una obra que enalteciera su tierra, su selva, sus valores… El siempre admiró el vuelo y sobre todo la libertad de las aves; y volvió a la imagen y al porte majestuoso de la reina de las rapaces, la Arpía, su amiga, que había vuelto a ser libre, tras su cautiverio en Dos de Mayo….
¡Qué hermoso sería transformarse en una emblemática talla, que representara todo eso! ¡Sacrificarse así valdría la pena!
Pero… ¿Cómo lograrlo?
¿Podría él con sus silenciosas emisiones incidir en la inspiración de un artista? ¡Valía la pena intentarlo!
Aún antes que comenzara el primer corte, el poder del viejo tronco estaba concentrado en lograr alguna incidencia en su tallador. Toda su energía madurada en la selva tropical se hizo fuerza pura, y vibraron sus fibras a nivel molecular, emitiendo un poderoso mensaje, que comenzó a modificar los planes que tenía concebido el artista…
Todo el obrador de la plaza se fue alfombrando de astillas, trozos, virutas; desbastes de todos los tipos de maderas que se tallaron ese domingo.
Usaron motosierras, mazas, formones, sierras, gubias, buriles…
La gente que se agolpaba expectante pese al intenso frío del mes de julio, guardaba respetuosa distancia y devota admiración por todas esas manos fuertes y habilidosas; que podían sacar formas ocultas que parecían haber estado dentro de los troncos desde antes de labrarlos. Iban apareciendo tallas de todos los estilos, tamaños y formas…
Pero hubo una, que fascinó a todos por lo magnífica….
Era un ave de rapiña, majestuosa, de fiera mirada, en actitud desafiante, con las alas semiabiertas, posada en una gruesa rama donde apresaba entre sus garras una víbora derrotada, y expresaba un gesto de valeroso triunfo…; tallada en un Palo Rosa.
Fue la que obtuvo el primer premio.



*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
-Texto incluido en "Los días felices" Avellaneda (Santa Fe), 07-03-2004






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