miércoles, noviembre 30, 2011

EL DÍA MENOS PENSADO...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




El día menos pensado*



Voy a perder las palabras intimidatorias
Que amenazan mi cordura
Las inquisitorias que rondan en mi mente
Sentenciándome a cada paso
Hurgando si hago las cosas bien.

El día menos pensado
Arrullaré mi rostro
Con una mirada apasionada
Dejando que la desprolijidad del esqueleto
En un vaivén de marioneta asuste
A los que no me respetan tal cual soy.

El día menos pensado
Esgrimiré el odio con franqueza
Dejando que la furia encandile
A las fieras que tengo dentro y fuera.
Robare orgullosa una flor de un jardín vecino
La mostraré como trofeo
Sin vergüenza y sin miedo.
Estaré halagada y vestida de su perfume
Coloreada y envuelta en tules de pétalos iracundos
Tendida en el césped de la inocencia
Y regada por la llovizna calida del resplandor.

El día menos pensado
Sacudiré mi cuerpo expulsando las desdichas
Cambiaré las inhibiciones por soltura
Ofreceré el estilo de la jocosidad
Y conjuraré los maleficios de mi pasado.

El día menos pensado
Me enamoraré de mi sol
De mis ventanas de luz
Y del color azul, así en ese próximo día
Brotaran las melodías de lo que tanto tiempo
Escondí dentro de mí.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com









LA BIBLIOTECARIA*


A doña Julia Naly


*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


La biblioteca en ese tiempo tenía una sola pared cubierta con estantes que no llegaban al techo.
Doña Julia García de Baud Naly asentada minuciosamente esa magra existencia que dependería en general de donaciones, con su letra prolija de profesora de dibujo.
Doña Julia, como popular y cariñosamente la llamábamos, dos veces al año se tomaba el trabajo de forrar uno por uno y aplicarle una etiqueta engomada al lomo de cada volumen donde constaban el autor y el título.
Fue la bibliotecaria histórica del Club, que en sus ratos de ocio enseñaba dibujo y pintura a un grupo de adolescentes lánguidas y tal vez más preocupadas en ese tiempo en conseguir noviecito que en un avance positivo en el arte que habían elegido tal vez para matar el tiempo, mientras a hurtadillas espiaban el movimiento de los jóvenes que se acercaban al club donde funcionaba la biblioteca (y funciona aún hoy) en sus instalaciones, llevadas tal vez por temas menos espirituales como el billar o el siete y medio o directamente a practicar básquet en la cancha al aire libre que lucía sus célebres baldosones colorados.
La bibliotecaria era tan distinta al resto de las mujeres que habitaban el pueblo cansino de entonces que merece un párrafo aparte de este relato.
No puedo no mirar con la piadosa ternura que me inspira la escalofriante distancia de los años cuando recuerdo a ese flaco e ingenuo adolescente que un día traspasó esa puerta. Ya había leído íntegramente la más que exigua biblioteca de mi escuela (¡La gloriosa Nacional Nº 156¡) y no tuve más remedio que arrimarme a ese -templo respetable para mí- que era la biblioteca del Club, la Belgrano, pero no tuve más remedio, porque dinero no había y los libros se conseguían con dificultad a través del Bazar La Primitiva, de don José Bessone que tenía un lugar para venta de libros (en general textos escolares) y papelería diversa, y también las maravillosas revistas, de historietas a las que éramos adictos. Decidirme a cruzar la puerta fue algo así como encontrar mi destino, o algunas de las posibilidades que me deparaba, casi podría aseverar sin entrar en el plano de las exageraciones o en la no buscada constitución de un mito personal.
Doña Julia me atendió con esa suave dulzura esa bonhomía delicada que usaba para todo adolescente que se arrimaba a hurgar entre sus libros amados.
Como mis lecturas era arbitrarias y erráticas, como un auténtico “autodidacta”, ella, doña Julia, comenzó a orientar mi lecturas con sus recomendaciones que no excluían las grandes novelas románticas (por ella leí cuarenta novelas de Hugo Wast) con otros textos muchos más sesudos que apenas entendía.
La biblioteca, tal vez por razones económicas estaba muy atrasada, en literatura contemporánea, pero creo haber aprovechado todo lo que su humilde condición me ofrecía, cosa que nunca agradeceré suficientemente como el trato diario, cordial no exento de giros maternales con los cuales esta mujer cincuentona ofrecía a mi adolescencia ingenua, soñadora y llena de los más puros sentimientos como son a los dieciséis años todos los proyectos de los seres humanos, o al menos así lo eran para nosotros, ya que yo trato de revivir no sólo mi experiencia sino la de mis amigos de entonces.
El nombre de doña Julia ronda muy seguido por las mesas del bar del club Huracán y en algo coincidimos todos: era una mujer atípica en el pueblo, que tenía sus propias ideas y se vestía de una forma muy atildada para la época.
Había llegado al pueblo siendo la esposa del Flaco Naly, es decir ese bohemio que se llamó Enrique Baud Naly y que la había conocido en sus correrías por la vida porteña que llenó en su juventud.
Habían tenido una niña que falleció a los tres años y eso tal vez los recluyó en el pueblo.
Al Flaco lo había criado don Juan Lucchini y su esposa, porque era huérfano, Don Juan era el mejor tornero y matricero del pueblo. Trabajaba en la casa Arregui, potencia comercial de aquellos años, allí según mi amigo Miguel Fredi, hacia adaptaciones en los motores de los precarios automóviles de entonces.
Cuando el Flaco la abandonó por una adolescente, alumna suya de teatro, ella siguió, inmutable, con su vida, cuidando a sus suegros, hasta que éstos fallecieron, muy mayores.
Me hablaba con admiración no exenta de amor de ese irresponsable, ese loco lindo de la época, a quien no conocí, pero el pueblo no sería el mismo sino circularan aún sus anécdotas cuando suele cundir el aburrimiento.
Omar Spizzo me supo contar que doña Julia pertenecía a una familia de músicos muy conocida de Buenos Aires. Músicos habían sido sus padres y sus hermanos, y ella me contó cierta vez que tocaba el piano y el bandoneón. Habilidad esta última que me fascinaba porque yo solo la creía una actividad varonil.
Y una sonrisa de amable agradecimiento me recorre cuando descubro que le debo haberme gratificado con su atento cariño esos dos últimos años que pasé en el pueblo pensando como haría para irme.
Sin pensar todavía cómo iban a perseguirme esos inmensos cielos bajos del atardecer, cuando ella ya no estuviere entre nosotros.





La luna*


La luna
con su eterna tristeza de único testigo
contempla el mar.
El hombre
a la orilla parado de ese mar en tinieblas
medita y calla; sueña
ciudades sumergidas en las profundidades.
(Apócrifos recuerdos recobrados de pronto)

La quietud de las olas delata tempestades
que han de llegar. La calma,
el silencio del viento,
presagian oceánicas batallas
que han de inquietar el pecho del viajero,
llagando con sus fieras marejadas
el alma de la noche adormecida.

Después la mañana, el hombre
a la orilla parado de esas olas en calma
recordando ciudades sumergidas
más allá del olvido.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
De La estrecha senda inexcusable

http://sergioborao2011.blogspot.com/
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop







Ella, del recuerdo a la imaginación *



*Por Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar



Cada palabra arrastra su propia memoria.
- Y al final del juego, el rey, la reina y los peones caen a la misma caja – repitió don Ricardo al juntar las piezas del ajedrez. Afuera el domingo pintaba anochecido y el viejo emprendió un relato que Carlos, su enfermero, conocía en detalles.

- Por el año cuarenta sólo veraneaban los bacanes y entonces Mar del Plata iba del asilo Unzué, la Perla, la Bristol y barrios de calles con escombros del Casino viejo. Y por convertirme ‘en promesa del ajedrez nacional’ yo jugué un Magistral en el hotel Provincial – ahí secaba la frase el viejo. Recuperaba aire y seguía contando que los extranjeros se juntaban a chupar whisky y un español muy divertido, al sentarse a jugar le propuso ‘muchacho, si me aguantas cuarenta jugadas te pago a esa buscona que anda por ahí’. Y como él le ganara antes de la movida cincuenta el tipo cumplió en mandarle la Bety a la habitación.
- Era hermosa, apenas mayor que yo, y como no salieron bien las cosas al repintarse los labios ella prometió volver por su cuenta – dijo y en ese renglón solía pedir ‘Carlitos, serví dos vasos de vino, por favor’.

- Hoy a eso no lo acompaño, Ricardo – contestó el muchacho sin moverse. .
- … y dos días después la Bety volvió a verme en el hotel y sin tacos altos ni medias negras ella fue una piba común de veinticinco años que a sonrisa y ternura me enseñaría a jugar el juego sin apremio. ‘En el amor nadie gana ni pierde, nene’, y ella que al nombrarla Beatriz se apretó más a mi pecho como si me necesitara, Carlitos, esa tarde inauguró mi vida al hacerme sentir a una mujer entre mis brazos. Aunque cada tanto retorne el minuto de ella al irse y acariciarme diciendo ‘gracias por llamarme Beatriz pero yo seré siempre la Bety’. Un fotograma que veo, recuerdo y revivo desde el momento de nuestro único cuerpo que construimos juntos, y mi añoranza jamás imaginará sobre su cuerpo los rigores del tiempo que pasó… Algo extraño, ¿no? Pero claro, ella era pupila de un Matías Argüello que ahí pesaba mucho y la iba de taxista sobre un Nash de color verde. Un personaje renombrado que hasta supo manotear el revolver de un malandra que lo apuntaba, ‘mañana te lo devuelvo, guacho’, y ese grito suyo por la costa resonaría más valiente con los años.

Las sombras andaban sueltas por el patio y desde aquello que el enfermero sabía cada silencio, si el viejo no mencionaba las fotografías de los jugadores extranjeros en la Villa Ocampo con Victoria, la dueña de casa, mezclaría unos fraseos nunca iguales; divagantes y contradictorios. Invenciones puras que lo harían sentir mejor, admitía el enfermero y bien lo escuchaba.

‘Carlitos, siempre recupero la mirada lluviosa de la Betty en un bar de Buenos Aires, cuando perdió de vista al Argüello y eligió venirse conmigo a Barracas. La época del adiós a la ropa llamativa con medias negras aunque a toda hora éramos dos cachorros insaciables - una recurrencia que ese anochecer de domingo el enfermero no escuchó que el viejo pronunciara. Como la parrafada siguiente que don Ricardo recitaba con fruición: ‘vos sabés, pibe, esta ciudad borra a cualquiera pero nada le costó al Argüello encontrarme en el Argentino de Ajedrez. ¿Usted me busca, don?, me le animé, Carlitos, y quizá por andar lejos de su ámbito ese guapo perdió firmeza y me invitó a charlar el asunto con buen modo, tomando un café. ‘Si usté está seguro que ella vivirá mejor, yo me abro. Pero si no, ojo’, me apuró pero me la jugué, Carlitos. ‘Argüello, váyase de aquí tranquilo que yo sé bien lo que hago’.

El enfermero prefería no desangelar aquel desplante de guapeza que por imaginario contenía cierto estilo, y también se perdería otra invención de don Ricardo. ‘Viviendo en Buenos Aires un tiempo anduvimos bien, como ya te dije, hasta que al llevarla conmigo a un torneo en Necochea y todavía el apareo se fogoneaba por su cuenta, volvimos a pasarla pero que la primera vez. Tal vez por eso yo perdí mal con Rosetto y del regreso recupero el tornasol de la tarde sobre su pelo y que casi sin hablarnos nos bajamos los dos en Mar del Plata. Su mirada había perdido adolescencia y anduvimos la estación ferroviaria en silencio, si tal vez una palabra o un roce aumentaría la pena. Así que te digo Carlitos, supongo ver unos rasgos de neblina al partir el tren a Buenos Aires y allá la Bety, otra vez de cintura ajustada y medias oscuras subiendo al Nash del Argüello. Reducida a ser siempre ella sólo en mi memoria’; una frase que esa noche ya ni asomaría.

El enfermero no reprimió una lágrima al prolijarle un mechón de pelo y acomodar su cuerpo sobre la cama. Y recién levantó el teléfono.


-Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.






Luna *


La mansa luna recorre la mar
Sostenida por las ambiciones
De las olas en su afán de agitarse
Y erigirse con toda su voluptuosidad
Pintando el brillo de la sal en segmentos plateados

Los caminantes nocturnos
Embriagados por la sutileza del encanto
Sumergen sus pies en las orillas
Pataleando para observar fascinados
El reflejo vivaz y redondeado de su don.
En ese chapotear de frescura intensa
La cara de la luna se expande y suspende
Sobre la calma marea.
Ella sonríe halagada por los que aún
La miran y proyectan sus deseos de coquetear.-




*De Azul. azulaki@hotmail.com
30/11/11





*


Cuando en junio del 2010, recibì las Bases del Concurso. "Como imagina el siglo XXII", me puse inmediatamente a imaginar una historia, era un tema fascinante y sobre todo por quien lo organizaba, el querido Duarte Herrera. El cuento me fluyò casi sin darme cuenta y luego de enviarlo recibì un atento mail diciendo Gracias Mirta por volver a enviarme su trabajo. Recién en enero de este año me enteré de su muerte y fue tal el dolor que sentí por alguien tan especial, tan buen amigo de sus amigos y colega generoso que no supe que hacer con mi historia. Tuve que entrar muchas veces en la pàgina de Euroyage y leer la misma nota para convencerme que ya no estaría del otro lado del mundo, acercando una palabra de aliento o un consejo oportuno. Ya casi termina el año y creo que debo dar vuelta la hoja y soltar esta pequeña historia que está en una jaula virtual. No es importante si lo publicas o solo lo lees, pero sacarlo de su cofre es lo que vale.



¿El próximo siglo?


*Por Mirta Alicia Gisondi mirtagisondi@hotmail.com


Con el comienzo de la última década del siglo XXI, se aceleró la nueva conformación del planeta, suficiente para renovar la geografía y la historia.
El cambio climático iniciado a fines del siglo XX, con su efecto invernadero, ya venía produciendo el descongelamiento de los polos, elevando el caudal de los océanos a tal punto que muchas islas vieron peligrar sus costas y hasta su territorio.
Pese a que hubo algunas señales, como el achicamiento de las playas y el anegamiento de los territorios aledaños al mar, la gente no le dio demasiada importancia creyendo que posiblemente faltaba mucho.
El comportamiento errático y suicida de ballenas, pingüinos, lobos marinos, focas, la desaparición de algunas especies animales y la mutación de otras que se iban adaptando a un nuevo medio, alertó que el tiempo se acababa y comenzaron las primeras migraciones humanas a zonas más altas.
El caso mas emblemático fue el de las Islas Malvinas que fueron reclamadas durante mas de doscientos cincuenta años por Argentina desde la usurpación por los ingleses a mediados del siglo XIX. Fue el bastión de todos los gobiernos argentinos, que intentaban recuperarlas sin tener que llegar a una nueva guerra, ya que el recuerdo sangriento y cruel de esa confrontación nunca se borró del corazón de la gente. La naturaleza que no tiene piedad para responder a la desidia del hombre, se encargó de terminar con este litigio, porque el mar las borró de la vista del mundo y sus habitantes eligieron refugiarse en Inglaterra antes que reconocer su pertencia al territorio argentino. Fue en verdad un desenlace salomónico que no lastimó el orgullo de nadie. Aunque los malvinenses debieron tragarse su orgullo ante el desdén y la indiferencia de los ingleses que nunca los vieron como iguales.
Hawai al igual que otras islas pequeñas del Pacífico debieron emigrar sus habitantes a zonas continentales.
Cuba, Haití, Jamaica vieron reducido su territorio produciéndose grandes aglomeraciones. Se vivieron graves conflictos por lugar, trabajo y alimentación, lo que obligó a muchos a establecerse en el continente. Algunos se decidieron por América del Norte y otros por América del Sur. El acomodamiento no fue fácil pero las opciones no eran muchas hasta que el mar llegara a su caudal definitivo. En Europa y Asía fue similar, la parte insular tuvo cambios geográficos por la desaparición de muchas islas y otras se redujeron a su expresión mínima.
La confluencia de tanta gente en las ciudades y los campamentos de refugiados fue traumático y agravó lo que se venía arrastrando desde la mitad del siglo XXI cuando se agotó el petróleo y se debió recurrir completamente a combustibles alternativos derivados de los cereales, que empobrecieron la vida de todo el planeta y dificultaron la posterior reinserción de todos los habitantes de lugares ganados por el mar.
La mezcla de razas y credos, mas la pobreza generalizada de la mayoría de estos nuevos inmigrantes, sacó lo peor de cada uno e hizo muy difícil la convivencia. Los enfrentamientos eran moneda corriente en las calles, negocios, universidades, a tal punto que los diversos dirigentes religiosos de todas las creencias decidieron enfrentar a sus feligreses con un llamado desesperado a la paz y a la solidaridad para intentar salvar a esta humanidad en una etapa de cambios Geológicos que derivarían en una nueva historia para el siglo XXII que comenzaría en poco tiempo.
En cada templo, en cada iglesia se reunió la gente a escuchar este llamado a la conciencia. Un ejemplo de esto fue el testimonio del sacristán de una iglesia en una ciudad de Argentina que contó lo siguiente¨:

“Frente a la gente, el padre Miguel daba el sermón, quizás el mas severo de su vida. Los feligreses se miraban entre sí, asombrados. Obsesivamente el, hacía referencia al Génesis, haciendo un paralelo con la vida actual. Gesticulaba y gritaba como si hablara a un grupo de sordos.
- Ya han perdido el Paraíso por el pecado original. Dios los castigó con benevolencia porque su paciencia es infinita, mas no abusen, porque algún día… - Cerró el sacerdote la Biblia con cansancio y dio por terminada la misa dominical. Mientras apagaba las velas, la gente comenzó a salir despacio. Detrás de ellos arrastrando los pies, siguió el cura a los rezagados disponiéndose a cerrar las puertas de la iglesia. Se lo notaba irritado y muy enojado, posiblemente porque no veía una respuesta positiva en la gente, pese a que éste último sermón fue muy fuerte.
Imprevistamente un fuerte viento hizo remolino en el atrio e impidió que el sacerdote cerrara, obligándolo a quedarse junto a los feligreses que aún no se habían retirado.
Desde Oriente a Occidente, desde Norte a Sur, se sintió el fenómeno de tal manera que, todo aquel que tuviese una Fé, presentía que algo muy importante iba a ocurrir. Fue en ese momento que el cielo se cubrió de inmensas nubes que formaron un gran remolino de una forma casi humana. En él se destacaban unos agujeros profundos que dejaban vislumbrar unos ojos azules, iguales al cielo; detrás se formaba una gran tormenta, truenos fortísimos y rayos serpenteantes rugían haciendo que todos levantaran la vista. Cuando ya se esperaba la lluvia torrencial, un gran silencio pobló la inmensidad celestial y una Voz grave y profundamente triste se dirigió a la muchedumbre que miraba azorada.
-¿Queridos hijos,- dijo la Voz inconcebible,- Ha llegado el momento en que yo tome una decisión, porque ya he agotado toda mi paciencia en tratar de encaminarlos. Les he avisado de todas las formas posibles, les he dado todo tipo de oportunidades, he mandado señales, pestes, cataclismos, diluvios, emisarios… Hasta les envié a mi Hijo… y lo mataron!..
- Es por eso que he decidido dejarlos solos para que ustedes decidan qué van a hacer de sus vidas y de la de sus descendientes. De ustedes dependerá que el mundo siga sólo con los justos o se borren por completo de la faz de la tierra, para que surja luego una humanidad mejor…”
Con estas palabras Dios terminó su mensaje y desapareció junto con la tormenta, de la misma manera abrupta como había apareció. La gente quedó perpleja, algunos lloraban, otros sonreían socarronamente, creyendo que se trataba de una promoción de algún espectáculo teatral, y los menos, se arrodillaron y se pusieron a rezar.
El primero en notar un cambio fue un político famoso por sus métodos mafiosos, que mirándose una día las manos, notó que cambiaban de color hasta quedar casi transparentes y a medida que pasaban los días el resto de su cuerpo, hasta desaparecer. Otro día, una persona sospechada como cabeza del paraíso de la droga, vio con asombro que desde su cabeza iba desapareciendo paulatinamente, hasta no ser nada. Así día a día, delincuentes, corruptos, mafiosos, dictadores, tiranos, abusadores, veía su transformación física con asombro, hasta que se hizo algo tan común, que a nadie mas llamó la atención esa metamorfosis que se iba sucediendo y así muchos fueron desapareciendo, de a poco, pero sin tregua.
La vida siguió su curso y los hombres siguieron ignorando la recomendación de Dios, nada parecía que los perturbaba y continuaron incurriendo en los mismos errores, día tras día, año tras año.
Pasó el tiempo y llegó el nuevo siglo, el tan ansiado 2.100 y aunque parecía que nada había cambiado, por las calles, cada día había menos gente y las pocas que quedaban, iban acompañadas por otras algo transparentes. Algunas ya casi translúcidas, simulando que nada pasaba y muchas como libélulas ingrávidas, eran llevadas por el viento y trataban con desesperación de asirse a un árbol, una cerca o un poste de luz.
A nadie parecía importarle. Todos continuaban con su vida, mientras dos ojos muy grandes, azules y tristísimos contemplaban desde la inmensidad del cielo”




*
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