viernes, diciembre 02, 2011

MIENTRAS AVANZABA AZAROSAMENTE VI FUGACES DESTELLOS DE BELLEZA...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu






SOBRE MI CORAZÓN SE HA POSADO EL VIENTO*


Amor, sobre mi corazón se ha posado el viento.
Infancia aletargada. Matuasto al sol.
Valle de umbrío lecho. La luna está tan lejos.
Ya no están las rocas solitarias.
Aquellas, las amadas.
Yacen, cubiertas de ceniza.
O vuelan , ahogadas por las rosas mosquetas.
El viento borra todo. Todo.
El valle se ha marchado. Los álamos, tan altos.
La lluvia ha cerrado los ojos y el alba no despierta.
Está tan frío. Gotea, lentamente la sangre del dragón.
Oscuros féretros calientan el hogar.
El jinete, tan callado, cabalga.
Pasa de largo. No detiene su paso. Se va.
Amor, sobre mi corazón se ha posado el viento.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar










Territorio de infancia*



*Por Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar



Haciendo caso a Rilke, si no puedo decir nada, puedo decir de mi infancia, porque verme sin escribir se hace muy difícil.
Y uno recurre a contar hechos del pasado. De un mundo que ya fue. Queda el polvo de los recuerdos y, en muchos casos, la nostalgia. Pero, personalmente, no me acuno en ella. Sé que ese mundo ya fue. Con sus códigos, su lenguaje, sus percepciones del mundo y de la vida.
Más allá de ello, convengamos que han sido, cada uno de esos hechos, la materia con la que estamos compuestos en buena parte en nuestra forma de ser y obrar. Y lo están las generaciones que nos siguieron y las que seguirán. El abrazo oportuno de papá y/o mamá, el consejo del abuelo, los juegos con mis hermanos o compañeros de edad y escuela, los viajes, los amigos nuevos, los amores infantiles y los metejones juveniles...
Es cierto, además, que no todos tenemos la misma infancia. Cada uno está signado por el lugar donde nació y creció. Y hay diferencias. Uno las percibe con claridad, ya adulto. De niño solo sabemos que somos niños.
Y los amigos son amigos del alma. Para toda la vida. Eso creemos. Y queremos hacer todo con ellos: ir de paseo, comer un alfajor, tomar la merienda, ir a la escuela, ir a la iglesia para prepararnos para la primera comunión. ¿Cómo no voy a ir con mi mejor amigo? Y ahí fui. La primera vez fue una charla del cura. Como la pasamos bastante bien, lo invité. Y él, sin ninguna traba, aceptó y vino conmigo. La pasamos bien.
Claro, había un detalle: mi amigo era judío. Las nacionalidades y confesiones religiosas siempre las pase por alto pero, los mayores, nos pusieron en regla de adultos. Uno aquí y el otro allá. En los juegos, no había problemas: los piratas, el tren, trepar los árboles, comer frutos silvestres o correr tras la pelota. Pero en lo religioso, nones.
Así fue como empecé a distinguir ciertas diferencias, pero que no me movieron en mis siete: la amistad no tiene religión, ni raza, ni territorio.






Yo recordaré por ustedes*



*Por Juan Forn



En Lituania, hasta que llegaron los nazis, pasaban cosas como ésta: cuando en algún diario de la capital no recordaban dónde había aparecido algún artículo, llamaban a un joven de veinte años que vivía en un pueblo de 22 familias y 98 habitantes, y él les daba la respuesta. Lo llamaban a la oficina de correo del pueblo, él dejaba lo que estaba haciendo, atendía el teléfono, les daba la respuesta (la sabía siempre) y volvía a lo suyo. El joven se llamaba Jonas Mekas, había empezado leyendo todos los libros y diarios viejos que había en su granja, y en las granjas vecinas, y en todas las casas del pueblo, y después siguió ampliando su radio de influencia con una táctica infalible: iba al correo de cada pueblo, relojeaba a los que recibían paquetes con libros o revistas y los encaraba ahí mismo para pedirles si le dejarían leer ese material cuando ellos lo hubieran terminado. A los veinte años había leído prácticamente todo lo que se había escrito en lituano. Además había publicado sus primeros poemas y de tanto en tanto bardeaba al pequeño mundo literario lituano atacando su provincianismo. Pero igual lo llamaban de la capital cada vez que necesitaban algo y él sabía siempre la respuesta, y las cosas habrían seguido así, con el joven Mekas bardeando al pequeño mundo literario lituano y escribiendo sus poemas y atendiendo llamados desde la capital en aquella aldea de 98 habitantes, hasta que lo agarraron los nazis y lo mandaron a conocer mundo.
Lo que le pasó entonces a Jonas Mekas les pasó a otros ocho millones de europeos: aquellos que sobrevivieron a los lager y, después de la rendición del Reich, pasaron a boyar por los campos de desplazados porque no tenían adónde volver. Jonas iba con su hermano Adolfas, tuvieron la suerte de que no los separaran. Pero no los quería nadie: de Lituania les decían que no volvieran porque iban a ir a parar a prisión y ningún país mostraba especial interés en recibir a dos lituanos que no servían para nada salvo para devorar libros. Los campos de desplazados se iban vaciando y cerrando, los hermanos Mekas eran trasladados de un campo a otro, cinco años estuvieron viviendo en barracas y haciendo el trabajo que nadie más quería hacer, en la Alemania en ruinas de posguerra, esperando que algún país los recibiera. En los infinitos traslados de esos cinco años, cada vez que se reportaban en un nuevo lugar y les revisaban sus escasos bultos, enfrentaban la misma pregunta: ¿Y sus pertenencias? “No tenemos pertenencias, sólo tenemos libros”, contestaban los hermanos. Porque no habían parado de leer en ningún momento de todos esos años, lo que cayera en sus manos (“Nos permiten ir a la ciudad”, escribe en la primavera de 1945, “curioseamos en las librerías improvisadas en las calles, todo está en venta para poder conseguir comida, por supuesto no tenemos dinero para comprar nada, pero no deja de sorprenderme todo lo que se puede absorber de un libro con sólo tenerlo entre las manos”). Tampoco habían parado de escribir: uno de esos bultos eran un manuscrito de Jonas, un diario que venía llevando desde 1944. En una de esas páginas había escrito: “Un diario es un lazo con uno mismo cuando se pierden todos los lazos, cuando todas las cosas en que uno creía se desquiciaron”.
Todas las cosas en las que creía Jonas Mekas se habían desquiciado en esos años. Hacia 1949 daba a Europa por perdida, quería sacársela de encima tanto como Europa quería librarse de los descastados como él, y no tenía mayores esperanzas en los Estados Unidos cuando llegó con su hermano a Nueva York, donde comió mierda otros cinco años más, en infames líneas de montaje de una fábrica, hasta que logró juntar los dólares para comprarse su primera cámara Bollex, con la que se convertiría en el patriarca del cine avant-garde norteamericano. Mekas es hoy un venerable anciano que va a cumplir noventa: en su ciudad sigue viajando en subte y haciendo con dos mangos sus películas caseras; en Europa y Japón lo homenajean como el último mohicano de una pandilla que va de John Cassavetes a Andy Warhol; en Lituania entienden su cine menos aun que en Nueva York, pero lo consideran un poetastro más en el exilio, por los libritos que Mekas paga de su bolsillo y en los cuales reúne cada tanto sus poemas en lituano.
El dice que ha hecho básicamente lo mismo toda su vida: en su pueblo, en los campos y en el Nuevo Mundo; leyendo, escribiendo y filmando. Sólo se trataba de registrar cuanto pasara delante de sus ojos y estar disponible después para atender el llamado de quienes hubieran olvidado, aunque ya no quede vivo ninguno de los colegas que llamaban desde la capital a la oficina de correo de su pueblo. El título de una de sus películas resume su vida y su credo artístico en ocho palabras: “Mientras avanzaba azarosamente vi fugaces destellos de belleza”. En aquel diario que escribió durante los cinco años que pasó en los campos y los primeros cinco años en Nueva York (que lleva por título Sin lugar adónde ir y que termina el mismo día en que compró la Bollex y empezó a filmar), Mekas dice: “Intentamos esconderlo de cualquier modo pero siempre aparece, el lirismo”. Antes de siquiera imaginar lo que sucedería en su vida cuando aquella Bollex cayera en sus manos, escribió: “El cazador que quiere acertarle al ciervo no le dispara directamente, sino que apunta un poquito más adelante. Lo mismo ocurre con la vida humana: tenemos que apuntar al momento siguiente para retratarla”.
Cuando los Mekas ya vivían en Nueva York, un matrimonio de viejos lituanos se presentó en medio de la noche en el infame departamento que ocupaban los hermanos en el Bowery. Eran las tres de la mañana, los viejos venían directo del aeropuerto, habían volado desde Buenos Aires, donde desembocaron después de la guerra. Habían logrado averiguar que un Jonas Mekas vivía en esa dirección, por eso estaban allí: porque se apellidaban Mekas y tenían un hijo llamado Jonas que se había perdido durante la guerra. “Cuando les abrimos se quedaron parados mirándonos, y nosotros los miramos a ellos, y ellos lloraron, y nosotros lloramos también porque no éramos el hijo que ellos ansiaban encontrar.” La última anotación que había hecho Mekas en su diario antes de que los aliados lo liberaran de los campos de trabajo para internarlo en los campos de desplazados decía: “Había un hombre que se lo pasaba buscando una melodía que había oído hacía mucho tiempo. Hasta que un día la encontró. Era sólo una nota, un tono, que había oído muchas veces: era el sonido de su propio llanto cuando dormía”.



*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-182493-2011-12-02.html






Para no regresar*


Para no regresar
quemé los calendarios
como si fueran puentes.

¡Inútil ejercicio! Las cenizas
impregnaron mis ropas; me dejaron
un olor a nostálgicos licores,
una canción dormida entre los labios,
el lacerante poso de una ausencia.




*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
De Por si mañana no amanece
http://sergioborao2011.blogspot.com/
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop






D.T *



*Por Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar


Al abrir la puerta que daba al exterior una oleada de calor le anunció que estaba “zondeando”
Salía como era su hábito a las 6 de la mañana para realizar su caminata habitual. Se dejó impregnar por el amarillo rojizo del este que anunciaba que pronto saldría el sol, como de costumbre aspiró intensamente para gozar del olor de la mañana sintió una sensación rara como que le costase respirar y un olor que no identificó.
.Pisó una sustancia resbaladiza por lo que se bamboleo y perdió el equilibrio. Logró manejar su cuerpo y evitar la caída. Puteó por dentro diciéndose:

- Este perro de mierda otra vez ensucio el umbral.-

Cuando miró lo que había pisado quedo pasmado, una mancha carmín se extendía por el umbral y lo qué había pisado era un coágulo casi negro de gran tamaño. Sintió que lo acometía un temblor incontrolable y percibió nuevamente el olor, que ahora reconoció a sangre. El zumbido de las moscas se sumó al de sus oídos. Caminó unos pasos guiándose por el reguero de sangre y entre medio de los yuyos del descuidado jardín se topó con otro impedimento: Una cabeza humana yacía boca para abajo. Se quedo paralizado por el horror, pero se sobrepuso y con el pié dio vuelta la cabeza. Se encontró con el cráneo rapado del viejo farmacéutico que los miraba con sus grandes ojos celestes. Primero pensó en correr pidiendo ayuda, pero pensó que su mujer no le creería pensó en llamar a la Policía y allí se hizo la luz, era una embocada, querían adjudicarle algo que no cometió para quedarse con sus pertenencias .Se dirigió al garaje sacó varias bolsas de consorcio y volvió al lugar. En el trayecto observo que no se había percatado que el cuerpo estaba un poco más allá.

Colocó la cabeza en una bolsa y le costó colocar el resto por lo que volvió al garaje y sacando unas viejas cortinas lo envolvió en el. Volvió nuevamente al garaje tomó una lata herrumbrada de un alto estante. Era una lata de galletitas que venían antes. Fondo y tapa se latón y en los costados unos orificios redondos que semejaban un ojo de buey. A través de los vidrios polvorientos se observaban clavos, tornillos .etc. Se dedicó a sacar el auto del garaje.
-La puta, otra vez no arranca-

Intento varias veces hasta que el ruido familiar del motor lo tranquilizó. Se trasladó con el auto hacia el lugar, abrió el baúl primero coloco la cabeza y luego el cuerpo que le costo un horror levantar pese a la fragilidad del cuerpo.
Salio por el portón al que dejo abierto y se dirigió con el falcon a un lugar que el bien conocía .Manejó y manejó. Se le había pasado el pánico y sintió que tenía que conservar la calma. Pensar. Siempre temió que el pasado regresara pero nunca pensó que de esta forma. Colocaría el cuerpo en un lugar seguro: Le consta que es seguro. No volvería a su casa. Se felicito por no haber confiado en nadie, en su mujer, en el cura, en los bancos, en nadie. Preso de un presagio terrible detuvo el auto en la banquina y sacó la lata. La abrió débilmente. Desparramo por todas partes clavos, tornillos, tuercas. Revolvió frenéticamente. Respiró aliviado cuando su mano sintió el contacto de plástico. Lo tomó con cuidado y aparentemente todo estaba como el lo había ubicado .Extrajo de la bolsa el fajo con billetes y separó tres billetes.
Tengo que ser cauto, mantener la mente fría...
Volvió a colocar la lata en el baúl, al lado de la caja de herramientas y cubrió ambas con una carpa. Evitó mirar el bulto del lado.
Entró de nuevo al auto y allí volvió a sentir el sonido, sutil. insidioso.
-Me siguieron estas moscas hijas de puta-
Intentó con un ademán espantar los insectos que revoloteaban a su alrededor.
Arrancó, puso primera y el auto dio un salto al intentar elevar la velocidad, mientras manejaba un moscardón azul verdoso se posó en su mano derecha, simultáneamente tres moscas se pegaron a su mano izquierda, hizo un movimiento brusco con las manos por lo cual casi pierde el control del volante
-Esto no puede pasar, no me puede estar sucediendo esto no es real.-
Paró nuevamente y con una gamuza espantó los bichos, hasta que no dejó ni uno.
Se tranquilizó y empezó a conducir despacio, mientras se repetía
-Cabeza fría, cabeza fría-
Sintió una incontrolable sensación de sed. Necesitaba beber, imaginaba el líquido ardiente refrescando su garganta, sus ideas. No se veía ningún negocio alrededor y se dispuso a esperar la próxima estación de servicio lo lejos alcanzó a leer: Súper. Especial. Fangio Se sintió mas tranquilo.
La tranquilidad duró poco: las dos percepciones fueron simultáneas, una, se dio cuenta que un insecto se había introducido en su oído derecho y otra era comprobar con pavor que las moscas habían vuelto, esta vez por fuera...Se posaban en los vidrios de las ventanas, en el vidrio trasero, en el parabrisas. hasta tal punto de dificultarle la visión, prendió el limpia parabrisas y el movimiento arrastró las moscas, pero estas se multiplicaban de modo que el parabrisas dejó de funcionar. Perdió el control de vehículo... Retiró las manos del volante y sintió que los objetos y se iban alejando. Una sensación de vértigo llevaba su cuerpo a un hacia atrás profundo.
Las moscas volvieron a atacar, esta vez con furia. Una piadosa inconsciencia se apoderó de él


Quietud. En el parque todo es quietud. No hay una brisa, ni soles., ni amores.
Quietud en el parque y en el cuerpo amado de Gonza. Quietud en la tierra que lo cubre.
Quietud en sus manos que yacen laxas en su regazo como palomas heridas.
Clara todavía no se recupera de la sorpresa.
Venían tan bien las cosas, estaban tan contentos.
El había dejado lo único que preocupaba a Clara. : La bebida.
Y no era porque el se pusiera mal o agresivo con ella...Al contrario siempre fue atento y colaborador.
Bebía, cada vez más por cierto, pero cuando tuvo ese problema grave y el médico dijo que ese hígado no daba más y que corría peligro su vida, ella llorando le suplico que dejara la bebida. El la miro serio. Paso la mano por su cabeza y dijo
-He hecho cosa mas difíciles en mi vida, desde hoy, te prometo no bebo una gota mas -
Y así lo hizo.
El no hablaba muchas cosas de su vida ni ella preguntaba, por lo tanto no sabía cuando empezó a beber. Recuerda una noche que en un asado compartido con Emilio y habiéndose bajado varias botellas se reía de sus andanzas. Parece ser que habían coincidido en un operativo y con varios Wiskis de más los agarró la madrugada en el monte tucumano. Tenían hambre y Emilio con su pistola reglamentaria bajó una gallina de una rama de un árbol. Con grandes risotadas recordaban la cara de susto y de dormida de la mujer qué salió del rancho. También recuerda que no pudo sumarse a las risas de los hombres imaginaba la cara de la mujer y no supo porque le recordó a su tía Elvira que vivía solita en el Monte chaqueño

Hacía tres días que no probaba una gota, ella feliz porque pensó que ese era el remate de su camino a la felicidad .Al finalizar el día salieron a dar vuelta la manzana, el estaba muy pálido y cuando se, se encontrón con el farmacéutico que lo saludó como siempre con un:
Adiós don Pocho
Le preocupo que el dijera
¿Y este quien es?
Primero creyó que estaba bromeando, pero la preocupación creció cuando vio su rostro serio y contraído. Ella lo tranquilizo recordándole quien era ese buen señor.
Tomaron una tisana y se acostaron. A la medianoche, Clara se despierta y como tantas otras noches él no estaba a su lado, cuando recordó la nueva situación se incorporó bruscamente y se dirigió al patiecito del fondo, lugar que el hombre elegía para sus solitarias ingesta. Allí lo encontró. Respiró aliviada cuando vio que no estaba bebiendo, le comentó que sentía un fuerte dolor de cabeza por lo cual no podía dormir. La tranquilizó y la mando a la cama. Al día siguiente lo encontró durmiendo, no quiso despertarlo y se fue a pagar unos impuestos, cuando volvió al mediodía el hombre aun dormía. Lo despertó pero no quiso comer, se lo veía fatigado y le hizo cerrar la ventana porque el sol le molestaba.
Al segundo día se quejó de dolor toráxico y se le habían alterado los ritmos del sueño: dormía de día y de noche no podía pegar un ojo según decía.
Al tercer día tuvo fiebre y temblores, Clara quiso llamar al médico pero la tranquilizó diciendo que parecía que estaba incubando una gripe. A la noche el calor y la preocupación la habían cansado por lo que se durmió profundamente. No supo definir la hora en que los gritos y manotazos del hombre la despertaron. Nunca lo había visto así...Llamó a urgencias y los gritos, temblores y sacudidas continuaron. Lo medicaron pero el médico le dijo moviendo la cabeza
-Resignación señora-
Lo retiró de la clínica muerto. Cuando firmó unos papeles no preguntó nada ni le llamó la atención la inscripción que figuraba en el diagnostico D.T:
Ahora sentada en la soledad del cementerio parque recuerda su hombre y le gusta acariciar la frase que le dijo el Capitán
-Su marido era un héroe leal a las fuerzas armadas-
Se habían conocido muy jóvenes. Compartieron una historia muy bonita y no se separaron mas. El era soldado de custodia de un general y ella, una de las domésticas. Siempre sintió admiración por él. Era tan seguro parecía tener las ideas tan claras: Ambos venían de un hogar humilde, pero él ingresó en la Escuela Militar y pudo llegar a ser una figura reconocida y necesitada en el ejército.
Estaba tan orgullosa de ser la Señora de Gonzáles que con el tiempo perdió su propio apellido y empezó a ser Clara Gonzáles. Ella sentía que él había podido cumplir sus dos grandes sueños servir a Dios y a La Patria. Incluso jamás sintió la ausencia del hijo, solía decir a menudo.
- Los pendejos de esta generación tienen la cabeza llena de mierda-
Le tocó una época difícil al Gonza ella jamás le preguntaba las cosa de su trabajo como el decía. Jamás lo cuestionó , al contrario coincidía con sus opiniones
A este país lo que le falta es una mano dura: Aquí se necesita un Pinochet.
Tan encendidamente lo defendía que cuando estaba pensativo, con gesto adusto y sus bigotes cada vez más canos, le decía
¿Que le pasa a mi Pinochetito?
Lo que causaba indefectiblemente una sonrisa en su rostro y en sus ojos achinados.
A veces pasaban días o semanas que no aparecía, ella lo esperaba tranquila sabiendo que estaba puliendo con su deber. A la casa venían personas a hablar con él, ella sabía que tenia que dejarlos solos.
Tenía un solo amigo que frecuentaba la casa cuando falleció , casi no salía de la casa y era común verlo beber, hasta acabar con el contenido de la botella ,fuera wisky, cerveza ,vino o ginebra, también en esos momentos ella sabía que tenía que dejarlo solo
Lo que mas le escuchó decir de su trabajo era que le habían tocado tiempo de guerra y que el país se salvaba ahora o no se salvaba nunca.
La admiración que Clara tenía por el hombre era rayana a la devoción a tal punto que jamas pudo llamarle por su nombre, cuando lo conoció le llamaban Gonzáles y así siguió, lo más cercano que había llegado era a llamarlo Gonza.
En el barrio era un vecino respetado le llamaban Pocho, el apelativo lo trajo un amigo de la infancia, Emilio y contaba que le llamaron así porque cuando era joven a su motoneta le llamaba Pochoneta y usaba un gorrito como el del General.
Pobre Emilio, que destino que tuvo, Gonza siempre decía
¡Lo cagó esa zurda hija de puta!
En cambio ellos siguieron juntos y progresando. Clara había aprendido por sus patrones el organizar los espacios y mobiliarios con sentido estético y gustos caros. Gonza jamás le negó nada, hasta se había permitido el lujo de tener una lámpara de cristal de murano. También por el tuvo la posibilidad de conectarse con otra clase social. Supo lo que es la seda. Los zapatos y cartera de cuero. El caviar y el champagne. No obstante esto, en la casa continuaba con sus hábitos sencillos y solitarios.

La negra noche avanza y va cubriendo el parque y oscureciendo a Clara. No sabe donde ir, no tiene amigos, hijos, nada. Se levanta como una autómata, se acerca a la cruz que sobresale de la tierra y musita como si estuviera rezando
-Adiós mi Pinochetito-





*


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