lunes, diciembre 19, 2011

PALABRAS SIN PENSAMIENTOS, NUNCA LLEGAN AL CIELO...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu







Ella*






Ella es aire que respira con equipajes de andarines
Ella es viento de torbellinos
Ella aspira ser luz ante la incredulidad
Y el aburrimiento

Es cielo de arco iris
Acoplada en las cascadas
Es espuma de campanillas ante la indiferencia
Y la melancolía

Es secreto de silencios
Inspiración de suspiros…






*De Azul. azulaki@hotmail.com



















NANA DE LAS PALABRAS*





Mis palabras, suben volando, mis pensamientos se quedan aquí abajo;
palabras sin pensamientos , nunca llegan al cielo.
WILLIAM SHAKESPEARE





Todos los días. Todos.
Menos los tiempos de los errantes miedos.
Ella, encierra todas las mujeres, todas.
Hija, madre, esposa. Nona, hermana.
Acaso amante desterrada.
Las que están acá.
Las que quedaron en la patria lejana.
Las que se fueron en esta nueva tierra.
Guarda sus palabras espejadas.
Ella.

Todo sirve.
El baúl de la abuela.
Las cajitas de sándalo.
Un vaso de cristal de camafeo.
Un cántaro de barro.
Mamushkas.
Una concha de nácar.
Una nuez. Una almendra.
Un poliedro de cuarzo.
Un libro. Un corazón.
Los ojos de un infante dormido.

Las desbroza de penas y las guarda.
Luego las saca, claro.
En tiempos de sequía, en hambrunas.
En éxodos. En destierros.

Algunas, vuelven, en amores tardíos.
Pequeñas rosas negras se enredan en su pelo.
Otras, caen como cascadas de golondrinas blancas.
Salen guaguas, con sabor a frutilla.
Buscan la panza de los niños de barro.
Pájaros surgen. Pañuelitos. Pétalos, Lino. Raso.
Dócilmente calman la exaltación del hombre.
-Saben, que el amor es ardor y ternura-

Las más frágiles, caen en barquitos de papel, al mar.
Ella sube, las acuna, les canta, las escucha, las piensa.
Les da vuelo. Aova.
Deposita nuevamente en la arena...y las nace.
En la arena... las nace...




*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar










VÍAS ARGENTINAS. Ensayos sobre el ferrocarril.


En Ingeniero White hay cientos de museos ferroviarios*



Acerca de Ferrowhite (museo taller)


Ferrowhite es un museo que aloja herramientas y útiles recuperados tras la privatización y el desguace de los ferrocarriles en Ingeniero White, Bahía Blanca y su región. Es una colección de piezas provenientes de distintos talleres y dependencias, una suerte de rompecabezas. Saber cómo y para qué se utilizaban esas herramientas, de qué modo se organizaba el trabajo en el que se empleaban, y por sobre todo, quiénes las utilizaban, depende en gran medida del relato de los propios trabajadores ferroviarios. Por ese motivo una de las actividades básicas y continuas del museo es la realización de entrevistas. Lo que en esas entrevistas aparece, sin embargo, es mucho más que información técnica. Cada voz testimonia una experiencia de vida y va tramando con las otras una compleja red de identidad y disenso, de solidaridades y conflictos. Esa red, podría pensarse, es el retrato vivo que una comunidad hace de sí misma, pero hoy la existencia de tal comunidad ha dejado de ser dato, algo que podemos dar por descontado. La reducción del ferrocarril a la medida de los intereses de sus concesionarios privados es una de las principales razones históricas para que el sentido de esta palabra se haya vuelto también una suerte de rompecabezas. Por eso la otra actividad básica y continua del museo es la puesta en circulación de estos testimonios a partir de su cruce con múltiples soportes y lenguajes: cuadernos, volantes, videos, muestras, performances, instalaciones y, últimamente, obras de teatro intentan la apertura de un espacio de aparición de relatos colectivos que permita descubrir, tras las palabras, o por las palabras, un espacio para la acción común.
Una memoria colectiva sería en principio plural. No solo en cuanto a sus contenidos -todos los ferroviarios cuentan historias distintas-, o a sus formas -hay historias que todos cuentan, pero nadie las cuenta igual- también en términos de los recursos y procedimientos que se ponen en práctica: en Ingeniero White, hay cientos de “museos ferroviarios”. Osvaldo Ceci tiene uno, debajo de su cama. Allí hay guardados, en cajas, volantes, boletines, carpetas con cartas de reclamo acumulados durante más de treinta años de lucha sindical. Y allí acude Osvaldo cuando tiene que explicarnos el Plan Larkin, las huelgas del ’58 y el ’61. Osvaldo era jefe en el galpón de locomotoras de Ingeniero White. Una sola frase, en su voz potente, vuelve todos esos papeles documentos de candente actualidad: “Aún no está escrito que no se pueda ganar”. El museo de Mario Mendiondo, soldador, está en otro lado. Mario va caminando todos los domingos después de almorzar al cementerio, 20 cuadras a pie, y recorre puntualmente todas las tumbas de sus conocidos y amigos ferroviarios. Son más de doscientos. La historia del ferrocarril que Mario cuenta varía seguramente con cada itinerario elegido. En cualquier caso lo que importa es el propio movimiento, mantener ágiles las piernas y la cabeza. Ya nos invitó a acompañarlo una de estas tardes. El museo de Pietro Morelli, carpintero del galpón, comienza (o termina) con una placa radiográfica: “este es mi corazón”, y continúa con los pedazos de quebracho que conserva en el taller que construyó en su casa. El esfuerzo tremendo de trabajar maderas duras agrandó su corazón, “usted tiene el corazón de un deportista, me dijo el doctor”. Aunque el recorrido incluye también la madera de una guitarra de sonido dulce: “Yo quise ser carpintero porque quería hacerme una guitarra, para poder cantar”, lo que el museo de Pietro insiste en recordar es que no hay historias sin cuerpos que las sostengan. Cada memoria supone un modo de conservar o recuperar el pasado y un modo de utilizarlo, de actualizar ese pasado en el presente. La posibilidad de lo común estaría en ligar, no de una sino de mil maneras, el pasado al presente y el futuro.

*

951 Jilguero, 3961 Mirlo, 3952 Tordo, 3962 Cóndor, 3953 Churrinche, 3963 Águila, 3954 Chajá, 3964 Flamenco, 3955 Chorlito, 3965 Martineta, la 3956 Ruiseñor, 3966 Cardenal, 3957 Charrúa, 3967 Calandria, 3958 Picaflor, 3968 Gaviota, 3959 Golondrina 3969 Zorzal, 3960 Ñandú, 3970 Garza.


Lo anterior no es la cita de un poema experimental, es una lista de nombres de locomotoras a vapor en la voz de Pedro Caballero, ferroviario de memoria prodigiosa. Pedro llega al museo en bicicleta, dona las más variadas revistas, innumerables herramientas del galpón que ha guardado muchos años en el patio de su casa, y habla con nosotros. Horas y horas. Pedro no sólo recita los nombres de las “vaporeras” que dejaron de circular en los ‘70, también el de los ministros desde el primer gobierno de Perón hasta el presente, el de los intendentes de Bahía Blanca desde el ‘45 hasta el presente, y el de los compañeros fallecidos en los últimos años tanto del galpón de locomotoras como del taller Maldonado (“...todos los que se murieron, los voy llevando en un cuadernito”). Pedro cultiva un proliferante “lirismo de archivo” (suponiendo que algo así pueda existir), un placer por enhebrar palabras y objetos en catálogos orales ritmados (¿alguien recuerda el recuento de las naves aqueas en la Ilíada?). Todos admiramos su memoria y su velocidad para engarzar un nombre tras otro sin aparente esfuerzo. A Pedro lo apasiona la historia, y lo demuestra de ese modo, espectacularmente, agregando como en una coda: yo me acuerdo de todo, y hasta él mismo se asombra al decirlo. Pero la memoria de Pedro Caballero luce, más que en esos listados (que si por un lado ordenan y conservan datos, por el otro borran particularidades) en el fechado preciso de acontecimientos de todo tipo (práctica más extravagante, y en principio, inútil).

La costumbre de Pedro de recordar con precisión y no dejar detalle fuera tiene, al parecer, dos movimientos: comienza por fechar lo extraordinario (el choque de una locomotora con un auto que traía dos ministros, día y hora exactos) y continúa en el deseo de volver extraordinario todo lo que fecha (la última vez que viajó a Buenos Aires hace un mes, hora exacta de partida y llegada, temperatura y cantidad aproximada de kilómetros recorridos a pie desde Constitución hasta el Monumental de Nuñez). Desde su pasión desbordante por la historia, alimentada por revistas semanales y enciclopedias, Pedro desemboca en la poesía. Y esa pretensión que parece inocente (recordar todo, y para hacerlo, singularizar todo) es profundamente subversiva, es la voz del que no deja que la historia se vuelva una sucesión de acontecimientos que se encadenan “naturalmente”. ¿Quién es capaz de acarrear cuatro tornillos y una llave inglesa de fabricación industrial y donarlos al museo diciendo “esto es histórico”? Pedro Caballero. ¿A quién le importa que no se olvide el nombre de todos los ferroviarios que trabajaron en el galpón de locomotoras?.. A Pedro Caballero. Porque el reverso de las series que se recitan es la extrema precisión que singulariza. En vez de mil doscientos ferroviarios: Aliaga, Alonso, Marcaccio, Samataro, y así... No es que la memoria de Pedro trabaje desde el absurdo, todo lo contrario, se apoya en algo semejante a lo que Duchamp consideraba lo “infradelgado”, que es aquello que en un mundo que masifica y produce objetos en serie hace de cada cosa algo único e irrepetible.

Lo “infradelgado” no es un atributo de las cosas aisladas, es producto de una relación. ¿Y no es acaso necesario contemplar miles de razones económicas, tecnológicas, políticas, climáticas, psicológicas, azarosas, etc., para que se produzca ese acontecimiento único que es su llegada a Buenos Aires y su caminata hasta la cancha de River? ¿No es eso algo digno de asombro? Pedro recorre el ruido de la historia, lo que ya no se escucha, y de ahí trae objetos, nombres, historias. Por eso no debería sorprender que tras el vozarrón épico de Osvaldo Ceci repasando treinta años de lucha ferroviaria, asome la voz de Pedro Caballero contando la vez que en el andén lleno de ferroviarios un gorrión se paró en la cabeza del legendario Samataro, y todos se quedaron un instante inmóviles y en silencio, “a las dos de la tarde”. Tras el haiku ferroviario, el dato preciso. Porque lo que el acontecimiento tiene de irrepetible e irreductible al sentido, también lo tiene de datable: no fue a la mañana, no fue a la noche, no fue en el campo; fue en el andén, a las dos de la tarde, el momento exacto en que tantas variables confluyeron para que suceda lo extraordinario, lo que no estaba en los planes de nadie, y un gorrión suspendiera el movimiento del mundo. Y así como un gorrión pudo parar la respiración de tantos ferroviarios en un andén (ahora imaginamos que es la voz de Ceci la que retoma el relato), también unos cuantos miles de ferroviarios y sus familias, perseguidos, reprimidos y encarcelados por el ejército, pudieron parar el país, y el plan Larkin, y los deseos del Banco Mundial, y del gobierno de los Estados Unidos. Y eso tampoco estaba en los planes de nadie.



*Marcelo Díaz, Ana Miravalles, Nicolás Testoni






Nota
Osvaldo Ceci, Mario Mendiondo, Pietro Morelli y Pedro Caballero trabajaron juntos en el galpón de locomotoras de Ingeniero White. Juntos conforman uno de los elencos de Nadie se despide en White, experiencia realizada en el museo en diciembre de 2006.
Nadie se despide en White fue “un documental en vivo”, en el que vecinos de Ingeniero White, pusieron en escena sus historias, bajo la coordinación de la dramaturga Vivi Tellas y un grupo de directores teatrales. Este texto retoma algunas partes de la página en internet en la que se narra esta experiencia: www.undocumentalenvivo.blogspot.com


Ferrowhite es un museo dependiente del Instituto Cultural de la Ciudad de Bahía Blanca. Se inauguró en noviembre de 2004. Ocupa el edificio que fuera taller de mantenimiento de la ex usina General San Martín. Su director es Reynaldo Merlino.
Funciona en Juan B. Justo 3885, Ingeniero White, tel. (0291) 457-0335, http://ferrowhite.bahiablanca.gov.ar/



*Fuente: VÍAS ARGENTINAS. Ensayos sobre el ferrocarril.
milena caserola. 2010
-Contacto con los autores: viasargentinas@yahoo.com.ar










Apenas*



Una gota de piel
un roce en la muñeca
hebras del cuerpo.



Se oye el ir y venir. El tiempo:
una tapicería de dulces jaguares



sobre la seda
del espacio pequeño del contacto


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com










Del saber, de la ignorancia y Venecia*



*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



En el aeropuerto, en el tren o en el aula estoy a merced del narrador que me concede en la misma proporción milagros y sacrificios.
A las ocho de la mañana llega el primer cordero, o ángel caído, o verbo no conjugado. Llega con los ojos irritados de haber dormido poco. En este cuento el narrador me asigna el rol secundario para que pueda vivenciar en toda su dimensión la purificación del martirio. Quien asume el rol protagónico del relato, llámese, por ejemplo, Puntos Suspensivos, reparte papeles fotocopiados: en el punto A, dudas hamletianas. En el punto B, preguntas edípicas. En ningún momento A y B se juntan. Son paralelas
literarias.
Los Puntos Suspensivos mandan y yo silencio. Porque silencio, el narrador se apiada y deja el cuerpo sentado en el sitio que me ha sido asignado, pero toma con la punta de los dedos el envés del alma y la sube al vaporetto, que me conduce al hotel La Fenice.
Mi amante me espera en la Parada S. Angelo. Se alegra de verme llegar antes del anochecer porque de lo contrario nos pasaríamos horas entre canales, pasajes y escondrijos, prodigando improperios contra el narrador que nos escribe, pues de noche es imposible encontrar el hotel. El ángel caído garabatea en su hoja. El narrador me saca de Venecia y me coloca nuevamente en la silla del aula, a la vez que colma los labios de mi amante con cálidos sorbos de oporto mientras aguarda que regrese a su plano narrativo.
El ángel caído escribe. Mi amante espera. Los Puntos Suspensivos, ajenos a estos menjunjes literarios, me cuentan, en voz baja, la historia de su alumno: hace cuatro años que viene a rendir la misma materia y siempre sale mal. Trabaja para ayudar a la familia. Hace cuatro años que los Puntos Suspensivos les toman el mismo examen y el muchacho no aprueba. (El narrador es un carnicero).
El ángel caído entrega la hoja. Mientras los Puntos Suspensivos leen y se espantan, yo completo con letra de vocal de mesa cada renglón del libro de actas. Negra es la sangre vuelta tinta que se vierte sobre el papel. Con indignación, los Puntos Suspensivos me revelan que el ángel caído ha confundido a Hamlet con Edipo. Si el narrador se apiadara de mí y tuviera a bien traer a mi amante a este plano narrativo, él diría: "¡Joder! ¡El chico tiene razón! ¡El chico no sabe todo lo que sabe, y los Puntos Suspensivos no
saben todo lo que no saben!". Pero tengo claro que sacar a mi amante de Venecia y colocarlo entre los pupitres sería una maniobra fraudulenta, inverosímil, para un narrador de su estirpe.
Los Puntos Suspensivos salen del aula. Mi amante me reclama. Llueve mucho, allá, en Venecia. Acá el sol de diciembre brilla como una linterna. Allá suena "Misty" en el piano de Erroll Garner, no sé si en el aire o en la cabeza de mi amante. Acá suenan los tacos negros de los Puntos Suspensivos que regresan al aula y dan el veredicto: uno.
El narrador me asigna el derecho de formular una pregunta: "¿No le das oportunidad en el oral?". "Ya fui a preguntarle y me dijo que no estudió, para qué vamos a perder el tiempo". Con sangre hecha tinta echada a perder, lleno el casillero de las notas: 1 (uno), 1 (uno). Uno. Dentro de un paréntesis me pregunto de dónde les viene a los personajes protagónicos la convicción de su propia sabiduría. De dónde les viene la idea de la ignorancia. Por qué el narrador les ha hecho a ellos parcelas tan bien
delimitadas de lo que es y de lo que no es, y en cambio, a mí me ha encomendado el revoltijo de las vinculaciones, el recóndito y difícil mar interpretativo, el inmensurable territorio de los posibles, los otros criterios. Cierro el paréntesis de mis cavilaciones y firmo.
Más temprano que tarde, el narrador deja mi rol letárgico en el cadalso escolar y transporta mi vitalidad al cuarto de La Fenice. Dice mi amante que "Misty" tiene el poder de tapar los agujeros del infierno. Yo lo admiro por eso. Dice que estamos en un lugar donde la lluvia inunda lo imposible. Yo lo
amo por eso. Dice algo sobre "il camparino" que me hace reír y dice que dos ríen más que uno. Yo brindo por eso. Dice, en Pavoda, ante el Giotto, que el beso de Eva y Adán es el primer beso humano y yo levito por eso. Mientras él dice y besa, "Misty" suena en la cabeza del narrador que se embriaga y nos
escribe en todos los planos sensitivos.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-31699-2011-12-17.html








*

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