domingo, agosto 26, 2012

UN CARACOL PARA HACERLE FRENTE AL OLVIDO...

*Foto: Aníbal Sciorra con Cristina Villanueva.




A  Anibal Sciorra *


Asoma tu sonrisa desde la ausencia  y se agranda.. Tan sin despedirnos con el café último que no tomamos y las charlas calladas. Ahora de todos los recuerdos avanza uno, una manifestación en Congreso y la felicidad clandestina. Desayunamos y participamos todo al mismo hermoso tiempo. Un bar chiquito de Rivadavia , los cantos y nosotros en un día resplandeciente,  en la calle, al lado otra mesa con cineastas y escritores. Nos reiamos, vos tenías una cierta inocencia, quedamos en que sería nuestro secreto. La comodidad de ese momento alegre parecía imposible. Es como que siempre hay que pagar un precio por todo y ese día no... Nos volcamos después en la muchedumbre pero el placer de sentir que la marcha pasaba por nuestra mesa y se fundía con los bocados, era nuestro secreto. A lo mejor los dos habíamos pagado ya en la vida... El acto tenía que ver con un resurgimiento, una resurrección después de un momento dificil. Lo que pasaba en la calle, te alegraba, te gustaba enlazarte con los otros, romper la soledad de los cuerpos anónimos. Ahora quizas la vida breve nos da ideas. En verdad siempre nos dijimos las palabras cariñosas que a veces se reprimen. Casi nunca un enojo, salvo ahora, porque estuviste mal en irte Anibal, nos dejaste muy solos y vos del que nunca recibí nada malo, te negas así. Por suerte los recuerdos, las palabras, los poemas adornan el vacío.



*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







UN CARACOL PARA HACERLE FRENTE AL OLVIDO...

-Textos de Aníbal Jorge Sciorra (1952-2012)
- Para leer: http://sciorra52.blogspot.com/







RETROSPECTIVA EN PAPELITOS SUELTOS (1994/2004)



tan imposible es encontrarte
cuando desapareces...
que aunque supiera donde estás
tampoco te hallaría...
(1994)



me desespera no saber de vos:
es una muerte cansina
que no acaba jamás
hasta que reapareces
y entonces creo en la resurrección
(1996)



Me encontraron un día para unos días
y yo quise para siempre,
busqué para unos días
y me encontraron un día para siempre
(1999)


Apesadumbradamente
buscaba las agujas
pero ya era tarde:
no había mas horas.
Caminé la ciudad dormida,
amanecía,
todo estaba cerrado,
nada ni nadie que apareciera,
solo el sonido de mis malos pasos,
y el tintinear de las pocas monedas
que en mi bolsillo
ya no estaban
(2000)


Pero ya era tarde para entrar,
la puerta se había cerrado,
y la llave del cerrojo
la tenía el tiempo, ese desgraciado.
(2001)


La esperanza abrió un ojo,
vos hecha tango me recibías,
ay mi amor entre tus lolas,
de madrugada, sediento de amor,
me entregaba.
(2002)



de patitas en la calle
buscando un taxi,
perdido en el barrio conocido
de repente un resplandor,
un estallido,
y ya todo muerto,
o lo que es peor: todo herido.
(2003)



Servilleta de papel
con patitos azules dibujados,
terrón de azúcar méndez,
cucharita retorcida,
la tacita de café gastada,
y ese sabor a mancha de humedad,
buenos aires ¿qué me has dado?
(2004)






SOY



Soy un niño desventurado
criatura de los patios
con chirriante triciclo
y rulos de calesita

caballito de madera
sube y baja
tobogán de sueños
¡quién tendrá presente
mis notas de conducta!

hamaca acercame al cielo
que quiero soplar una nube
para ver más azul
y abrazarme a ese sol redondo





AQUELLOS FUERON LOS DIAS


Por ese entonces el tiempo transcurría de otra manera. El correr por los patios era quizás la más agitada de las tareas.


Dibujitos que hice en lápiz (Uso Oficial Exclusivo), en la infancia cobran vida y se trascienden en mi agonía, no puedo distinguir si es un sueñoo una alucinación; lo cierto es que estoy en una ciudad donde todo es como lo dibujaba, cuando ocho tan solo ocho años mamaba: las ventanitas de las casas, los autitos, los trolebuses, los tranways del lacroze, las señoras de pies gordos y deformados, las narices puntiagudas de los hombres con sombrero, como la de José Luis Picón, la puertita de la casa de la Nieves, allá en la calle Lemos, la fachada de la escuela primera, los colegiales con sus guardapolvos tableados, sus carteras de cuero, sus galetitas manón, y las primeras cartucheras de plástico que yo no tenía que yo no tenía, ay de mí, que yo no tenía, como no tenía tampocola avivada, yo no estaba avivado, sólo podía ver al caballo muerto tirado en la esquina del corralón, y al colectivito treinta y nueve todo de diferentes tonos de marrón, la calesita con sortija y todo, y yo con rulitos, orgullo de madre y tías y vecinas, estudiá para médico, me decían, estudiá para médico, y me acariciaban los rulos, me acariciaban, mientras yo dibujaba, ellas decían -escribía-, dibujaba un cabildo todo deformado, una escarpela, sí escarpela, de azul y blanco y del sol del veinticinco que viene asomando y que de aquel caballo que levantó la cola y salió un zapayo, y el sol con rayos desprolijos pintados de amariyo, y yo en cuadro de honor, con jopito y gomina, seriecito, pensativo, luego me daría cuenta aquello de qué serviría, solo recuerdo una cosa: el extremo inferior derecho de las imágenes que hoy veo tienen un último renglón y una oreja: como la de aquel, aquel cuaderno "Lanceros", cuaderno de clase "Lanceros","Lanceros de 1810".








El coleccionista de palabras



Lo que son las cosas, hace años que soy coleccionista de palabras y todavía no pude conseguir la palabra "cuento". Una palabra tan fácil y todavía no la tengo. No me avergüenza decirlo. Se lo comenté a otros coleccionistas de palabras el domingo pasado en el parque Rivadavia y se echaron a reír. "¿Cómo no vas a tener la palabra "cuento"?, me preguntaban como si estuviera bromeando. Uno de ellos se jactó de tener como cinco palabras "cuento", pero eso sí, muy valiosas, ya que una de ellas databa de 1615 y era francesa y las otras pertenecían a los siglos XVII y XVIII y provenían de Alemania, Grecia y Estambul, y una más pero de 1901, aunque sin demasiado valor porque había sido hallada en Buenos Aires, para ser más preciso, me dijo cabizbajo, en la apestosa Plaza Miserere. Otro viejo coleccionista fue un poco más humilde: tenía una sola pero se sentía satisfecho igual porque la había encontrado junto a unos restos fósiles hallados en 1961 debajo del empedrado de la avenida Triunvirato, allá por Villa Urquiza, cuando Obras Sanitarias había tenido que cambiar unas cañerías.
Yo no quería tener cualquier palabra "cuento". La mía tenía que ser muy valiosa también. Parece mentira, pensar que tengo la palabra "agüero" que la encontré en una estación del subterráneo y que me la quisieron comprar unos españoles por tres mil dólares y yo no acepté. Si la hubiera vendido ya tendría la palabra "cuento" del año 1312 y de origen cartaginés que me la dejaba un ciego de la estación Constitución por mil quinientos dólares y por sólo quinientos hubiera podido volver a tener "agüero" que ahora la vendían en el Abasto porque todo el mundo ahora andaba en busca de "gardel", que había dejado de ser apellido para transformarse en palabra común. Encima me hubiera sobrado algo de dinero para poder comprar palabras difíciles de hallar hoy en día en el mercado y totalmente pasadas de moda como lo son "humano", "bondad" u "honestidad", que había puesto a la venta en oferta un funcionario corrupto del gobierno en la casa de gobierno sobre la entrada que da por Paseo Colón.
Dicen que al ciego de Constitución ya no le interesaba demasiado tener en su colección palabras como "cuento" porque ahora estaba fervientemente entusiasmado por palabras místicas, pero que de tanto buscarlas, se metió no se sabe como adentro de una de ellas y nunca más se lo vio. Nadie supo explicar bien acerca de que palabra se trataba. Algunos que lo conocieron muy de cerca aseguran que el ciego veía. Dicen que jamás compró una sola palabra en alfabeto braille.







NOMEOLVIDO



"La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento."

León Gieco ("La memoria")




Botas


Sobre las baldosas del patio,
Gendarmes.
Botas que patean los sentimientos,
Triciclos oxidados,
El sillón de mimbre desarmado,
Macetas con tierra reseca derribadas,
La pava y el mate olvidados.
Cortaron el tránsito de la vida,
Las risas de los pibes,
La música de los pendejos,
Los sueños de los viejos.
Y ya no mas ropa blanca tendida.
Sólo vidrios rotos y cosas tiradas.
Libros quemados.
Papeles y fotos.
Todo desparramado.
Cascos verdes, eso sí.
Seguridad Nacional, El País.

Sobre las baldosas del patio, Gendarmes.
Botas que pisotean malvones,
Un canario asesinado,
(tenía el pechito rojo, pobrecito),
Y al fondo, contra la parra,
Cadáveres apilados.
Manos quietas, brazos duros,
Puños cerrados, ojos en blanco,
Bocas entreabiertas, pechos lastimados,
Ropas desgarradas, uñas levantadas,
Cabellos arrancados.
Y el pubis de las niñas...
Oh!, El pubis de las niñas...

Y ya no mas mesa en el patio.
Sólo pasos y mas pasos,
Prolijos y ordenados,
Precisos y disciplinados,
De punta a punta,
De noche y de día,
Pasos que aplastan hormigas.

A modo de luna, en el cielo,
una boca dolorida se abre,
Y de ella solo se escucha el lamento.
Lamento de madres y abuelas,
De hijos y nietos.
Mientras que sobre las baldosas rotas,
Las botas no cesan su marcha,
Inquietas buscan,
Siguen buscando,
A ver si todavía se encuentra algo.





En la terraza


Juan no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba. Sin embargo, Juan estaba. Parado, apoyado contra la parecita que daba a la fábrica de resortes, fumando y mirando como el humo que largaba desaparecía casi mágicamente por el viento. Juan pensaba, recordaba, se le aparecían imágenes sueltas, épocas sueltas, mientras fijaba su vista en la ropa tendida, en cómo se embolsaba esa sábana blanca de dos plazas con un agujerito en el medio. Juan abría sus oídos a los ruidos del viento, a las chapas del techo de la fábrica de resortes que sonaban quejosas. Más allá el galponcito de las cosas viejas, una botella de ginebra vacía y perdida rodando por las baldosas, yendo y viniendo bajo los caprichos del viento. Y Juan tratando de capturarla, sabía que en ella se ocultaba algún recuerdo. La tomó en sus manos y la acarició suavemente mientras le quitaba la tierra que el tiempo le había impregnado. Volvió a recordar, a reconstruir escenas sueltas, a pensar en aquellos rostros frescos, felices, en aquella noche estrellada de verano. Se agachó frente a una lata oxidada que hacía de maceta de un raquítico malvón. Lo vio durante un instante lleno de flores rojas, se vio a él mismo, arrancando una de sus flores para entregársela a Lucía que estaba sentada aquella noche en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón.Y arriba el cielo seguía blanco, gris, gris oscuro. Del otro lado la casa que había sido de los Ferraroti vacía y sola. Mas acá la calle ya sin los gritos de los pibes jugando a la pelota, de vez en cuando un colectivo 7 pasaba como aburrido y bostezando cortando el sonido del viento. Los recuerdos se le seguían apareciendo en esa terraza que desde muy pibe conocía muy bien baldosa por baldosa. La terraza de la casa de los viejos, la misma donde quince años atrás aquella noche estrellada de verano y de amigos habían preparado un asado. Trató de ubicar exactamente dónde habían puesto la mesa. Y se acercó a ella. Vio los platos aún sin servir y los vasos vacíos, las dos abundantes fuentes de ensalada criolla que habían hecho las chicas: Lily, la Negra, Patricia y Lucía. Mientras ellas seguían abajo, en la cocina preparando algo para el postre, Juan se acercó a la mesa tomó uno de los vasos vacíos y lo llenó de vino tinto de la damajuana recién abierta por Juanca, uno de sus amigos. El resto de los muchachos estaban junto a la parrilla charlando y contando cosas que los hacían reír. El Bocha era el asador y tanto Juanca como Luis lo acompañaban mientras cada uno sorbía su copa de tinto. Sin embargo Juan prefirió permanecer alejado del grupo, mientras recorría la terraza. Se detuvo junto al viejo Wincofón justo cuando en ese momento estaba sonando "Help!", de Los Beatles. Pudo ver también que aparte de sus discos favoritos, tanto las chicas como sus amigos habían traído otros, de pronto se detuvo en un long-play de Salvatore Adamo: "Con mis manos en tu cintura" era uno de los temas que contenía y que a él más le gustaba. El sobre del disco en su contratapa estaba firmado en birome: "Lucía".¿Porqué dejé a los muchachos solos? ¿Qué van a pensar de mí esta noche? Encendió otro cigarrillo y se encontró de nuevo en la terraza desolada en esa tarde de frío y viento. La sábana blanca con un aguerito en el medio flameaba furiosamente tapando en parte la casa de los Ferraroti. Se asomó por la tapia y vio la piecita de arriba con la puerta semiabierta, abajo el patio vacío y sucio, y más atrás el jardín ahora tapado de yuyales.
Se comentaba que a los Ferraroti se los habían llevado una noche y nunca más se había sabido de ellos. La casa parecía totalmente vacía pero nadie sabía quién la habìa vaciado. Se quedó un rato pensando hasta dar la última pitada al cigarrillo y volvió a aquella noche donde Lucía lo miraba mientras comían el asado y se reían de cualquier boludez , mientras vaciaban la damajuana de tinto y el Wincofón les hacía vibrar ahora con Sandro. Juan sugería escuchar a Viglietti. A Lucía también le gustaba. Sin embargo Adamo... también te gusta , pensó. "Con mis manos en tu cintura" me gusta, te gusta. En realidad quisiera con mis manos en tu cintura tenerte junto a mí. Después vinieron los postres. El Bocha se apareció con una ginebra, tomó un trago del pico de la botella y se la pasó a Juan. Ahora la botella seguía su danza sin fin vacía y sucia dejándose llevar por el viento sobre las baldosas de la terraza junto al ruido que hacían las chapas del techo de la vieja fábrica de resortes y otro colectivo 7 cruzaba la esquina acelerando sin levantar un solo pasajero. Esa noche habían colgado varias lamparitas de un cable improvisado por el mismo Juan para iluminar la terraza, sin embargo no hubieran hecho falta ya que tanta estrella en el cielo y la luz de los ojos de Lucía iluminaban tanto... le pudo decir después, después que le entregó la flor del malvón, después que bailaron con Adamo "Con mis manos en tu cintura" aunque Viglietti les gustaba a los dos, después que se tomaron todo el vino y toda la ginebra, después que se fueron todos, después que ellos dos solos también se fueron caminando por el barrio en medio de tanta noche y tanto encanto...

En la vieja y desinfectada habitación del único telo del barrio pudieron declararlo todo, desde sus sexos deseosos y jugosos, hasta sus ideas y proyectos. Nunca Juan había coincidido tanto con una mina, ni Lucía con un tipo... Pasaron los años y ninguno de los dos jamás se hubiera imaginado que él iba a tener que irse a España y allí laburar de lavacopas mientras le escribía cartas a Lucía que nunca fueron contestadas y ella aquí secuestrada, violada y destrozada después de tanta tortura... Cuando Juan volvió a Buenos Aires alguien se le acercó para avisarle que habían encontrado los restos de ella. Que no cabía ninguna duda que eran los restos de ella. Estaban enterrados en los fondos de un cementerio bonaerense junto a tantos otros. Pero él no lo creyó. Lucía seguía viva ahí, en esa terraza con la música de Adamo, riéndose mientras saboreaba su vaso de tinto y lo miraba con interés o cuando se sentó en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón. Seguía viva como la flor del malvón, la botella de ginebra, aquella noche estrellada de verano, pese a que no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba.


Diana que canta

Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Con tu guitarrita vieja y desafinada,/tratas inútilmente de decirles cosas,/para que se den cuenta./Y ellas-ellos pasan a tu lado con las orejas cerradas./Con las mentes cerradas./Hacen así,/así las grandes señoras,/con sus carritos llenos de envases,/hacen así,/así los grandes señores,/con sus carritos llenos de botellas,/hacen así,/así no me gusta a mí./Canta a la vida,/canta a la muerte./Un canto de eternidad. Y un envase descartable,/ya vacío pateado y sucio sin eternidad/como esos mismos ellas-ellos/para ser empujados por el viento,/como tantos otros./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Y arriba tuyo las luces de neón,/con su prende y apaga/que nunca se acaba./Quizás con menos vida que tu canto./Canta Diana tu canción/aunque no les llegues al corazón/y crean que estás loca,/canta tu canción./Aunque las grandes señoras te aplasten con sus caparazones./Sin permiso municipal ni empresarial,/con lo que tienes puesto nomás, así de sencillita,/con tu guitarrita vieja y desafinada./Aunque de pronto veas pasar corriendo descalzo y pálido y asustado señor/ladrón de un par de zapatos,/cantale una canción./Y a esos todo-todo-poderosos/arrasando muñecos con sus máquinas voladoras/con anteojos oscuros y bigotitos/metiendo ruido infernal/cantales también./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./En tu rincón,/debajo del neón,/pasando frío-hambre-lluvia/pero siempre con una canción./Canta, Diana, canta./Hasta que esas luces malditas se apaguen de verguenza./Canta que enfrente te escuchan./Los albañiles de la obra en escena te aplauden.Y te piden que les hagas un paquetito con tus canciones,/para llevárselo a la casa y escucharte junto a la patrona y a los pibes./"Piden queso no les dan,/piden pan tampoco les dan,/en cambio les tiran huesos/y les cortan el pescuezo"/Canta, Diana, canta, que tu canto no va en vano./Aunque un buen día te vengan a buscar y los a tirones te lleven./Aunque destrocen tu guitarrita a golpes./Aunque no se te vuelva a ver jamás./Canta, Diana, canta sin miedo,/que tu canto vive, trasciende,/aún sin ser escuchado,/aunque a las grandes señoras les moleste tu presencia,/debajo del prende y apaga del neón.


Para añadir a "Diana que canta":

Testimonio de un albañil que no quiso dar su nombre: "Nos cantaba todo el tiempo mientras nosotros trabajábamos. Y la escuchábamos también mientras morfábamos nuestros sánguches de salame y queso con vino tinto en los mediodías. Muchas veces le convidávamos pero ella no quería, nos seguía cantando nomás. Nos alegraba la vida. Hasta que un día no la vimos más. Hay quien dice que una noche se la llevó la cana porque parece que andaba metida en política. Pero yo no creo, no creo que esa chica anduviera en eso... Nosotros la extrañamos mucho, ¿sabe?, era la única que se acordaba de nosotros ¿sabe?..."

(circa 1978, Buenos Aires, Argentina)





SENTIRES


Fotografía desdibujándose

Comenzar a desdibujarse desde una foto.
Primero la sonrisa.
La línea de la boca se convierte en un fino hilo tembloroso
que se arruga y cae al vacío blanco.
Los labios se han esfumado.
Del rostro solo quedan los ojos, la nariz y parte de la frente.
Ahora los ojos se abren.
Impresiona verlos tan abiertos.
Parece que van a estallar.
Sin embargo quedan en blanco,
e inmediatamente párpados y pestañas desaparecen.
La nariz se parte por el medio y cae fuera de la foto.
Hace un pequeño ruido al chocar contra el piso.
Parece de yeso.
Quedan pedacitos desparramados
que al pisarlos se convierten en polvillo blanco.
De la frente, la cabeza y orejas casi no quedan rastros,
solo un sombreado muy confuso.
Y sobre el borde inferior se nota claramente el comienzo del cuello.
En él ha quedado un agujero negro,
a través del cual se ve asomar la tristeza.







Aquellos fueron los días


Como siempre ocurre
llegó el momento de partir.
Te llevás en el equipaje
algunas mariposas muertas
entre las hojas de un libro
y las bolitas que dejaban caer
los eucaliptus.
En tus manos quedaron
la rugosidad del viejo árbol
y la humedad del pasto,
cuando en las mañanas,
seguías las rutas de las hormigas.
Me dejaste el trompo de lata,
las figuritas del Billiken.
Extrañaremos correr por el patio,
cuando se nos venían encima
las estrellas,
y aquellas meriendas de leche
con pan y manteca.
Te despido en el andén
de una estación
donde sopla mucho el viento
y vuelan los panaderos.
Y te alejás en el trencito de madera
que inventamos juntos una tarde
sobre el hule de la cocina.
No me quedo solo,
me acompaña la inocencia.





Fin del mundo


Invierno en la casa de la calle Olleros. Una de las piezas del fondo. "Alito" está tocando su acordeón. La gallina vieja se nos asoma por la ventana y nos contempla somnolienta. Estamos aguardando el fin del mundo que ya ha sido anunciado con grandes letras negras y gruesas por los diarios de la víspera.
Son como las doce y pico. A la una de la tarde se acaba. La vieja ha desparramado hojas de diarios por todos los pisos del caserón. Las paredes están algo mojadas. Un intenso olor a humedad envuelve al día. El cielo se ha nublado por completo y amenaza lluvias. "Alito" ensaya una nueva pieza con su acordeón. Toca "Cuando los santos vienen marchando" y se confunde con las campanadas que vienen del cementerio. El viejo llega de trabajar trayendo un paquetito de la fiambrería. Queso fresco, dulce de batata, y un mantecol. Se va a cambiar los zapatos y se pone las chinelas de abrigo. La vieja le pide que se apure y vaya para la cocina que ya está servida la sopa bien caliente.
"Alito" ahora toca "Desde el alma" y yo lo miro hamacándome al compás de la música y dando vueltas en círculo. Ya es la una de la tarde, suenan algunos truenos y se desata un chaparrón, siento que poco a poco va empezando a girar todo a mi alrededor. Escucho aún el acordeón de "Alito" y llamo asustado a la vieja. Después resulta que no es el fin del mundo: soy yo mismo girando sobre mi propio eje.





*


Me sumerjo en la oscuridad
observo el paisaje escondido
breves hojas revolotean sobre mi piel
lúgubres ramas
patas de hierro detenidas por el tiempo
la humedad del pasto exhala verde
hajas secas se confunden entre ellas
verde que veo en lo negro
y acaricio

Mi piel ronronea por caprichosas nervaduras
nubes de hierbas revuelven mi cabellera
hojalata de límites me detiene:
un cuadrado perfecto
una pared
no avanzo
una mano me devuelve el paso lento
piernas pesadas
pies inseguros
arrastrándose
se aferran a la tierra
brazos que abren camino
aire
estallidos de verde, azul, amarillo, naranja
y finalmente rojo,
rojo que se enciende desde lo negro,
rojo fuego, rojo pasión,
rojo sangre, rojo anárquico,
y me entrego.

Quizás un suicidio al vacío
aire de verano me apantalla suavemente
y el rojo se hace noche
se empequeñece,
luna transparente
estrella fugaz
parpadeo
la luz de mi vida
se hace milagro
me rescata.


*Realizado en el Taller del Jardín Secreto de Cristina Villanueva el 25/11/05








A Cristina Villanueva


Jardín de pasos distendidos
descalzo mis sensaciones
en tu pastito,
me dejo acariciar por las hojas
que despliegan de tus árboles
mientras sus ramas arañan
mi piel, mi alma,
dejando brotar sensaciones
y recuerdos no acaecidos
para luego derramarme en papel
con tinta fresca en sentires
y conpartir el festín
de la palabra
alrededor de la mesa que nos une.

Jardín de pasos distendidos
despojado de carteles de prohibir,
sentir nuevas manos amigas
que me invitan a viajar,
a sentir la fresca brisa del sur,
el verde fulgor de fértiles valles,
el delicado sabor del vino,
el casquido acompasado
sobre los viejos adoquines,
lejos del feroz ruido urbano,
aquí brilla la calma,
la estrella de la creación,
la sonrisa de unos cálidos labios,
la ternura de un abrazo.

(Envíese, publíquese y no archívese nunca)







La estrella


Había llegado el año nuevo y, como ya era costumbre, salimos al centro exacto del patio para contemplar el cielo. Titilaban las estrellas que daba miedo, mientras que unas nubes como de algodón se alejaban, dejando ver perfectamente al año recién llegado.
De pronto, la tía Amanda gritó espantada y salió corriendo rumbo a una de las piezas, donde se refugió detrás de una persiana. Todos salimos del patio con pánico sin saber en realidad porqué, y nos metimos también dentro de las piezas. La tía Porota atribuyó todo esto a alguna alucinación de la tía Amanda, que se la pasaba delirando. Pero no, no era así. La tía Amanda había advertido el peligro. El abuelo Agustín muy pronto lo confirmó: una estrella se había desprendido de alguno de esos cablecitos que las sostienen en el espacio, y venía a ochenta y la comida a incrustarse en nuestro patio. Estábamos todos llenos de asombro esperando el gran encontronazo. Mi viejo pensaba en los daños que iba a provocar semejante caída y en lo caro que le iba a salir efectuar las reparaciones. Pero tendríamos una estrella, agregó mi hermano Alito. Seríamos la única casa del barrio con estrella propia, y con su luz podríamos iluminar toda la terraza y organizar bailes y partidos de truco hasta que saliera el sol. El abuelo Agustín se había llevado el banquito a la terraza y, subido a éste, nos transmitía entusiasmado todas las alternativas del descenso de la estrella, la cual se acercaba cada vez más a nuestro patio. Los vecinos asomaban sus caras de envidia desde los tapiales, a la vez que mi hermano Alito tocaba con su acordeón "Desde el alma".La tía Amanda seguía detrás de la persiana temblando y con los ojos bien abiertos. El tío Armando le pedía a mi vieja que le cebara unos mates, pero luego se acordó de que para ir hasta la cocina había que cruzar el patio donde ya estaba por caer la estrella y se dejó de escorchar. La tía Virginia, mientras tanto, pensaba en todo lo que iba a tener que limpiar después que, cayera la estrella. La abuela Teresa había cargado con todos los nietos y les contaba que todas esas cosas en su época no sucedían, que los piolines que sostenían a las estrellas eran de mejor calidad que los de ahora porque se importaban de Inglaterra, en cambio ahora los hacían de material plástico cortándose enseguida y produciendo la caída de estrellas cada dos por tres. Entretanto mi vieja había sacado todas las estampitas de los roperos poniéndoles sobre la mesa del comedor, alrededor de la cual todas mis tías se arrodillaban y rezaban.En una de ésas sonó el timbre. Era don Salvador que venía con una silla para acompañarlo al abuelo Agustín, pero no lo dejamos entrar. Queríamos tener la exclusividad de la estrella para nosotros solos, y desconectamos el timbre para que no molestara más. Sin embargo don Salvador siguió insistiendo dando fuertes golpes a la puerta queriéndola tirar abajo; entonces salió mi viejo y le dijo que no molestara más porque sino lo iba a denunciar. Dicho esto, mi viejo volvió corriendo a su puesto de observación, pues la estrella ya estaba muy próxima a aterrizar; don Salvador se quedó igual ante la puerta cerrada y empezó a estudiar cómo trepar el frente de la casa para poder llegar hasta la terraza; luego se subió a su silla, y poco a poco fue escalando el alto paredón hasta llegar al abuelo Agustín que seguía parado sobre el banquito.Por fin la estrella cayó. Hizo un ruido bárbaro. Parecía que la casa se venía abajo. Se sacudieron las paredes hasta hacer caer cuadros y espejos, platitos y almanaques. La araña del comedor se movía más que cuando fue el terremoto aquel en San Juan que siempre cuenta la abuela. Todo se llenó de humo, color y luz. Mucha luz. Empezamos todos juntos a transpirar. Un poco por el calor, otro poco por los nervios. El humo nos dificultaba la visión. Las tías casadas se abrazaban a sus correspondientes maridos, mientras que las solteras, a excepción de la tía Amanda que continuaba detrás de la persiana, se abrazaban llorando a la abuela Teresa. Lentamente fue desapareciendo el humo, el calor y la luz. Entonces salimos todos al patio. Nadie se animaba a acercarse a la estrella pese a que ya se había apagado y yacía en toda la superficie del patio como una fina y mullida alfombra amarilla. Imprevistamente apareció mi prima Yiya con una escoba y, ante la mirada espantada de todos nosotros, quiso barrerla para despejar el patio, ya que era indispensable para cruzar hasta la cocina y poder cebar unos mates que tanta falta hacían; pero en cuanto tocó a la estrella con la escoba, ésta emitió una poderosa descarga luminosa (pensamos que tal vez eléctrica) que los dejó a la Yiya a su escoba petrificados. Nos acercamos a ella lentamente y la tocamos: parecía una fría y blanca estatua. Ante la desesperación de la madre de la Yiya que gritaba como loca, mi viejo le daba fuertes cachetazos y hasta trompadas para ver si se ablandaba. Pero la Yiya seguía dura, no reaccionaba. Todos hablaban. Todos discutían. Pero nadie entendía nada. La abuela Teresa siguió insistiendo con aquello de que "esas cosas antes no pasaban". El tío Armando no daba más de las ganas de tomar unos mates. El abuelo Agustín se había quedado dormido en su banquito en la terraza, y junto a él roncaba satisfecho don Salvador. La tía Porota quería llamar a los bomberos. Todos -los tíos- todos se habían quedado paralizados alrededor de la Yiya contemplándola como unos bobos. Mi hermano Alito había vuelto al acordeón y tocaba "La cumparsita" con variaciones y todo, mientras que los primitos más chiquitos se habían sentado a su alrededor para escucharlo, meciendo sus cabecitas al compás de la música.Todo parecía irremediable hasta que la tía Virginia apareció con un balde lleno de agua, un trapo y jabón. Nos preguntamos qué pretendía hacer con todo eso. Se acercó a la pobre Yiya, tomó el trapo, lo introdujoen el agua con jabón y empezó a pasárselo por todo el petrificado cuerpo. Dale que dale con el trapito, tía Virginia, experta en fregar, pasó largas horas tratando de ablandar a Yiya sin parar. Gastó unos cuantos trapos que le íbamos llevando a medida que los iba gastando, hasta que al fin Yiya comenzó a recobrar sus movimientos y hasta a hablar preguntando qué había pasado. En ese preciso instante el tío Armando estaba llamando al cielo para que tiraran un guinche y levantaran a la maldita estrella cuanto antes, pues por culpa de ella no podíamos tomar mate. Desde el cielo le contestaron que como era feriado no trabajaban, pero que de todos modos tratándose de una emergencia iban a hacer todo lo posible. Esto produjo serias discrepancias entre los primos y el tío Armando, ya que todos querían que la estrella permaneciera allí para tener la exclusividad en todo el barrio. Casi lo matan al tío Armando por haber pedido el guinche. Menos mal que la tía Virginia salió a defenderlo. Se subió a una maceta y agitando su plumero que sostenía con su mano derecha destacó la desgracia de la Yiya, y convenció rápidamente a todos para que la estrella fuera sacada de allí cuanto antes, pues ése no era su lugar. Al terminar con el sermón, los primos la aplaudieron, y le sirvieron un mate que gentilmente nos había ofrecido la Gilda, vecina de al lado.Ya era de día y estábamos mucho más tranquilos. Algunos dormían, agotados por la larga y agitada noche. Volvimos a las piezas a tomar los mates que nos servía desinteresadamente la Gilda, mientras aguardábamos la llegada del guinche. La tía Amanda, sin que nadie la viera, salió de donde había pasado toda la noche y se fue acercando a la estrella, ahora silenciosa y apagada. Se quitó el batón y después la enagua. En el más absoluto silencio se zambulló en la estrella hundiéndose para siempre. Quedaron sólo unas chispitas flotando en el aire...




*


Me pregunto:

¿dónde quedarán guardados
aquellos momentos?
¿en qué misterioso cajón
reposarán nuestras cartas,
nuestros recuerdos,
nuestros poemas,
nuestros dibujitos trazados
sobre servilletas de papel?
¿por dónde se irán nuestros
sueños no cumplidos?
¿en qué álbum de fotografías
se habrán de congelar nuestros
rostros de inocentes aventureros?
¿a dónde irá a parar tanto fuego,
tanto humo?
¿en qué lugar se quedarán todas
nuestras palabras?





TUS PECHOS ME HABLAN



Mi boca va en ascenso
sube hasta tus tobillos
aminora en tus rodillas
se estremece al recorrer tus muslos
busca en tu sexo
carnalidad que endiablada de excesos
profundiza panza luego ombligo
da una vuelta en la esquina de la cadera
husmea redondeces en la carnada del atrás
y no se conforma con tu cintura
vuelve a girar loca
hasta encontrar reposo
en los edredones
que conforman tus pechos
traslamiendo los sentidos
se pone a susurrar con ellos
y se hace charla desolvidándose






DE LA ESQUINA



El bar ya no está

tampoco vos
que me esperabas siempre
con tu sabor a menta

El olvido nos tendió una trampa
también el cartero ha desaparecido
y sin embargo sigo leyendo tu letra
tu "TE AMO" en servilleta de papel

Ay mi amor, ¡cuánto dolor!
a esta altura de la vida
tener que aceptar que el tiempo nos ha arrastrado
y algo acecha a la vuelta de la esquina.





PEZ NEGRO



Soy pez negro en tu mesa para que me devores con tu boca llena de luz y transformes mi anatomía en suaves caricias dentro de tu alma y así establecerme en el lugar más íntimo de tu cuerpo que prefieras sujeto a cambios pues en cada lugar que me destines será para mí una verdadera fiesta de la vida y celebraré con vino previo de tu lengua que me llevará a navegar por tus deseos más caprichosos y no me detendrá ni una sola piedra ni una sola roca porque sé muy bien que todo dentro tuyo es armonía y de armonía viviré y desterraré a todo lo que se apropie se adueñe porque es así la libertad porque es así la verdadera forma de estar vivo y viviré dentro tuyo todas tus vidas futuras y me dormiré cuando quieras y estaré despierto cuando me necesites y tragaré todas tus lágrimas y me alimentaré de tus flujos tus perfumes y tus dudas porque sólo será posible estar de pez negro en tu mesa pero de colores que elijas se vestirá mi cuerpo una vez que me mastiques e iré a parar en felices pedacitos que recorrerán tu sangre tu corazón tu magia de mujer superior y hasta permitiré que transformes una minúscula parte mía en palabra escrita aunque ésa no me sea destinada








CORRESPONDENCIA



LA CARTA QUE LE DEJO SERGIO A LAURA


Querida Laura:
Cuando llegues a leer esta carta yo ya estaré en un recinto lejano donde se recibe solamente a los seres divinos, porque, te debo confesar, he dejado de ser un tipo. Ahora soy un Santo. Con barba blanca y todo. Con túnica y aureola dorada. Llevo en mi mano derecha una lanza para luchar contra el mal y siempre voy pisando víboras, renacuajos y todo tipo de bichos molestos, monstruosos, feos y malos. Ya he posado para un pintor frustrado, el que me retrató bastante bien para que su pintura sea reproducida para las estampitas. Vieras que lindo luzco con fondo azul, estrellitas y angelitos revoloteando alrededor de mi imagen irradiando luz y paz divina. Una vez que las estampitas salgan de la imprenta te enviaré algunas para que tengas y repartas entre la gente querida. Seguramente ya te darán alguna cuando viajes en el tren o en el subte alguno de esos chicos ricos de pobreza y pobres de limpieza que nos promocionan tanto a nosotros, a los que aparecemos en imágenes religiosas.
No me preguntes cómo llegué a esto. Ni yo lo sé. Lo importante es que me siento bien por varios motivos: primero, porque ya no dependo de ninguna oficina, ni de ningún teléfono celular, ni de ninguna computadora, ni de ninguna tarjeta de crédito, ni de ningún banco, ni de ningún préstamo personal o hipotecario. Segundo, porque hago lo que realmente se me canta sin culpas, no le tengo que pedir permiso a nadie ni tengo que andar todo el Santo día dando explicaciones de porque así esto o aquello. Ya no veo más televisión ni escucho radio. No leo más los diarios ni las revistas de actualidad que tanto me preocupaban cuando no las conseguía a tiempo. Ahora me doy el gusto de escuchar la música que más me gusta y sin tener que andar con el molesto discman. Me doy todos los gustos viendo todas las películas que yo quería ver y que por razones de tiempo o, porque no eran de tu agrado, nunca podía ver. También tengo todo el tiempo para leer a mis autores favoritos y sus obras completas. Y como si todo esto fuera poco me doy el lujo de tener las mejores amantes, los mejores bocados y las mejores bebidas. Tengo que reconocer que ya no necesito del dinero. Aquí hay de todo y nadie roba ni se vuelve loco por que no le cierran los números. Realmente reina la paz . Además me hace bien para la autoestima porque de pronto veo gente que se me arrodilla cuando me ven caminando por ahí. Los bendigo y se van contentos y con alegría. Ni que hablar cuando tenga las estampitas; me emociona el solo pensar mi imágen adentro de una billetera o portadocumentos en la cartera de la dama o en el bolsillo del caballero, o sobre la mesita de luz de alguna abuela.
Seguramente querrás venir a visitarme. Todavía no te puedo prometer nada, pero cuando me beatifiquen ya te voy a mandar la dirección de la iglesia que tendrá en algún altarcito mi imagen. Mientras tanto seguí creyendo en mí. Y si tenés algún pecado difícil de borrar veremos después como lo podremos blanquear. Desde aquí se puede arreglar todo. No te preocupes. Tené fe. Yo te voy a ayudar. Te bendigo. Hasta muy pronto.


Por ahora, Sergio.


Ah, me olvidaba: la semana que viene empiezan a distribuir en todas las iglesias botellas con agua bendecida por mí, como te darás cuenta es imposible que yo haya podido bendecir miles y miles de botellas de agua mineral, pero es un buen negocio para los que nos representan allí en la Tierra. Ellos también tienen que comer. Por favor no se te ocurra comentar nada de esto a nadie y menos al ciertos periodistas de la izquierda que siempre nos tiran a matar.






DE LA NOCHE A LA MAÑANA



Esas noches sin tiempo
de relojes descogotados
de papeles sueltos en la mesa
y tu pelo en mi tinta
y tu cuerpo en mi letra y tu saliva en tantas hojas
y vos que dormís sin saberlo
Ya no hay fósforos
en la fría noche que se pianta
se agotó gota a gota la pirada
y es tiempo de mates
Acuesto la estufa en el piso
y sobre su calor
apoyo la pava,
agua caliente,
vos hecha poesía,
mates amargos.
Junio de no sé qué día.





PASADOS



alguna vez me sentí así, como esa silla,
arrumbado, en un vértice enmohecido,
mientras los relojes seguían su rítmica costumbre
y el óxido se deslizaba por mi osamenta.

sólo una gota perforaba el silencio.

baldosas cubiertas de polvo que el recuerdo ya no abraza.

quise dibujar con mis dedos en la pared descascarada
y sólo logré hacer caer pedacitos de tu lila tan soñado.

hoy solo sombras se han apoderado de nuestras camas.
y esa puerta no se abre hacia ningún retorno.





MI CHE


Mi Che.
Recuerdo ese día.
Yo tenía 15 años.
Era muy pendejo todavía.
Pero esa foto en primera plana de los diarios.
Esa foto.
Ese cadáver.
Esos ojos abiertos.
Esa mirada muerta pero viva.
En el 73 pude comprarme su "Diario en Bolivia"
Jamás me despegué de él.
Ni la dictadura pudo sacármelo.
Me pregunté cuantos Che necesitaríamos.
Esa mirada sigue viva.
"No nos vimos nunca", dijo Cortázar,
Yo lo sigo viendo todos los días.
Su mirada muerta pero viva
me dice tántas cosas.
Mi Che.






MIS COMPAÑEROS DE TRABAJO



Mis compañeros de trabajo no hicieron ningún comentario sobre los 40 años de la muerte del "Che", tampoco dijeron nada acerca de la condena perpetua a Von Wernich ni jamás se pronunciaron sobre la desaparición de Julio López.
En cambio sí mis compañeros de trabajo se la pasaron hablando del pete que hace Wanda Nara en un video por Internet, de si Boca va a desplazar a Independiente de la punta, de quien va a ser el próximo en abandonar la casa de Gran Hermano o como anduvo patinando por un sueño la noche anterior con Tinelli. También dedicaron como siempre el espacio al mercado de las zapatillas más caras, los televisores más caros, los celulares más caros y de cómo hacer guita sin laburar. Se comentaron además entre ellos los números ganadores de las quinielas matutina, vespertina y nocturna. El momento político-social se lo consagraron, como ya es habitual, a como eliminar a los bolivianos, peruanos y paraguayos de una buena vez por todas no dejando de hacer la diaria invocación de que aquí hace falta mano dura matando a cuanto cartonero, piquetero, linyera, gay, puta o mocoso drogado que aparezca por las calles de Buenos Aires.

Evidentemente mis compañeros de trabajo tienen muchos más motivos de preocupación que yo.






¿DÍA DE LA RAZA? ¿FESTEJO?



¿Qué día?
¿Qué raza?
¿Qué festejo?

La fiesta de los depredadores.
Los comienzos de la devastación y el genocidio en estas tierras.
Hasta que llegaron ellos el paraíso quedaba aquí.







ENCUENTROS CON VALERIA


Lo que más me gusta de Valeria cuando nos encontramos es cómo toma el café. Su particular forma de jugar con la cucharita, revolviéndolo varias veces mientras se mira a sí misma frente a un espejito y se restrega el pelo sin dejar de hacer comentarios sobre su tía Emma y sus amigas. Siempre busca sentarse cerca de algún lugar que le permita verse a sí misma para retocarse. Cuando llego al bar ella está esperándome. Elije justo la mesa que se encuentra en el medio del salón porque está ubicada al lado de una columna revestida de desgastados espejos por sus cuatro lados. Yo prefiero las mesas que se encuentran junto a los ventanales que dan a la calle, me parecen más espaciosas, más ventiladas. Sin embargo su obsesión por observarse a cada instante es más fuerte aunque no se sienta cómoda. La encuentro en plena ceremonia de revolver la tacita. Le traen dos sobrecitos de azúcar, pero ella no los usa, los detesta; prefiere los terrones, pero como éstos se encuentran en vías de extinción, prefiere tomar el café amargo. Una vez me confesó que le gustaban más los terrones pues gozaba chupándolos, como cuando de niña le daban la Sabín oral. Lo cierto es que disfruto de todas esas cosas que hace Valeria frente a mí, mientras me pone al tanto una vez más de las últimas andanzas de su tía y luego del panorama general de sus amigas y compañeras de trabajo, cosas que no me interesan, aprovechando ese espacio de tiempo de su monólogo para mirar de reojo hacia uno de los espejos de la columna donde veo una vez más reflejados aquellos días en que mi viejo me llevaba a los encuentros con sus amigos en el viejo café de la Avenida Forest y Jorge Newbery, allá por Chacarita.

Entonces me acuerdo de aquellas mesas de madera, a las cuales se sentaban Ricardo, Juan, el gallego Manolo, Raúl Truchuelo y junto a él mi viejo que, a la vez, me hacía sentar sobre una de sus piernas. Casi todos pedían café, salvo Raúl Truchuelo que ordenaba su Cinzano con troilet y todo. A mí me daban a elegir: Bidú o Coca, yo pedía Bidú, no porque me gustara sino porque me caía simpático el nombre y además me quedaba con la chapita que no era tan fácil de tener como las de la Coca una vez que el mozo la destapaba, sinó Truchuelo la agarraba con sus grandes manos y enfervorizado con lo que decía, la doblaba y la tiraba sobre la mesa mientras también tomaba algunos maníes sin pelar para acompañar el aperitivo. Después de tomarme la Bidú me bajaba de la pierna del viejo y me iba a jugar con el gato que deambulaba de mesa en mesa, al que a veces le daba algunos maníes que se le saltaban a Truchuelo, quien me guiñaba un ojo en señal de picardía.

Valeria, entretanto, termina de hablar y se toma el café ya frío, de un solo trago.
Ambos miramos nuestros respectivos relojes. Ya es hora de irnos. Entonces nos despedimos hasta el martes que viene, a las seis de la tarde, religiosamente. Llamo al mozo para pagarle y ella en ese instante como lo hace desde que iniciamos estos extraños encuentros, se da cuenta de que no consumí nada. El mozo ya ni se molesta en preguntarme si voy a tomar algo. Él ya sabe a qué vamos.

A Valeria le sirve para decir lo que a nadie le va a interesar escuchar, a mí para verla como toma el café y hace esos movimientos tan originales con la cucharita, con su pelo, con sus ojos y su cabeza toda y de paso puedo viajar hacia aquellos días de mi infancia que nunca olvidaré, nunca olvidaré. En el encuentro de la semana que viene tal vez me remonte a la casa de mi tía Alcira en Chivilcoy. El martes que viene. A las seis de la tarde.








AMORE


1


mi pluma se desliza por tu piel
cosquilleando poemas
tus piernas se abren apasionadas
y ante el trazo furtivo
te desbordo de goces



2


no me importan tus zapatos
pero sí me exportan tus encantos


3


gotitas de agua caen desde tu piel
y acorralada sobre los edredones
agoniza tu tierno arrepentimiento







LLUEVE BUENOS AIRES



llueve buenos aires

en la soporífera tarde de marzo

llueve las inundancias de siempre

lenguetea cordones y baldosas

se entretiene con mocasines baratos e imprevistos

llueve y navega inmiscuyéndose en cada junta, en cada agujero secreto

llora como un tango penas que no valen ni una sola pena

llena de miedo zócalos y escalinatas

apaga luces de semáforos indicadores de la nada

se derrama entre cabellos de muchachas impudentes

vuela paraguas de señores rectos, de trajes y corbatas

desarma peinados de señoras ofuscadas

juguetea con niños desprovistos de temores

llueve buenos aires y luego se detiene

para que todo siga igual






LO QUE NUNCA NADIE DIJO SOBRE ANDREI BORLOFF



La obra de Andrei Borloff es de una peculiar característica dentro de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Ya se observa su estilo en su primer libro de cuentos: Dos patos y un camino (Ediciones del Ciervo, Buenos Aires, 1917), donde en el relato que le da nombre al mismo aparece un cazador que se lanza a la vera de una ruta de la Provincia de Buenos Aires en busca de rinocerontes, hipopótamos y ornitorrincos, en los polvorientos campos de una pampa ya no tan húmeda.
En 1922, luego de cinco años sin publicar, Borloff se vincula con diversos movimientos de escritores. Si bien disiente con todos ellos se destaca notablemente y deja perplejos a muchos intelectuales como Landòn, Hacchette y Molina Aguero. Su bajo perfil hace ahondar en sentimientos estrepitosos que da lugar a que su obra sea analizada en casas de Altos Estudios tanto de Argentina como de Uruguay. Pero Barloff va más allá: también llega a Paraguay.
A fines de 1923 logra finalmente publicar De todos los patios se asoman sapos (Ediciones Cagatintas, Buenos Aires, 1923), su primera novela basada en sus vínculos familiares.
En 1924 un prestigioso médico psiquiatra (del cual es paciente) lo invita a disertar en una de las cátedras de la Facultad de Ciencias Ocultas de Xalapa, México, ante una multitud de estudiantes de la carrera de ciencias económicas.
Con esta novela Borloff se consagra. A partir de ella se produce un antes y un después en su vida. En una de sus presentaciones, autografiando ejemplares en la librería Anacleta de la Av. Santa Fe y Riobamba de Buenos Aires, conoce a una mujer soltera mucho mayor que él, la cual lo adopta como hijo y que en 1925 se casa con ella, para que unos meses después decida por influencia de su obra, convertirse en la abuela que nunca tuvo.
Por ese entonces se lo veía a Borloff deambular solitario en las noches por las calles de Buenos Aires buscando empecinado temas de inspiración, pero lo único que terminaban obsecionándolo eran esas chapitas que servían de tapas para una bebida refrescante llamada Pamela y que quedaban tiradas en las veredas de los bares. El nombre de la bebida le inspira a escribir su segunda novela: Pamela, un amor envidiable, que logra publicar a través de un tío natural que dicen conoció en el puerto cuando llegó a Buenos Aires y que trabajaba como linotipista en la Honorable Imprenta de los Niños de Bien Ltda. (Buenos Aires - Barcelona, 1926).
A los cuarenta años Andrei Borloff se enamora perdidamente de una bella joven de quince años llamada Vladimira Nortrova recién llegada de Rusia. Si bien Borloff no habla el ruso ni Vladimira el castellano, ambos escriben a la perfección los dos idiomas, lo que hace que puedan entenderse sólo por escrito. Y es en esa época en que la obra de Borloff se bifurca.
A un año de vivir juntos Vladimira lo deja por un cantor de tangos, el coreano Lezama de la Orquesta Típica La Vitrola. Su confusión es muy grande y no logra terminar su nueva novela Casamiento sin hilos.
En medio de un estado de depresión Borloff decide suicidarse de una manera muy particular tragándose una por una todas las tapitas de Pamela que guardaba en una bolsa de arpillera.
Fue encontrado sin vida en la habitación que alquilaba en una pensión de la calle Chacabuco en el barrio de San Telmo justo un día después que Vladimira Nortrova presentara junto al coreano Lezama su primera novela Casamiento sin hilos, la misma que Borloff había empezado a escribir sin terminar y que había dejado sus borradores olvidados en la casa donde convivían. Si bien la novela no tenía final, fue un éxito rotundo: se vendieron más de 150.000 ejemplares en quince días.






EN LA TERMINAL DE MICROS DE RETIRO



Él sabía muy bien que ella no vendría.
Ella se lo había afirmado en un mensaje de texto.
Sin embargo fue igual a la terminal.
Y la vió bajar de un micro,
fue pronto a su encuentro,
y quedó abrazado fuertemente a una ilusión.






LA MÁS AGRACIADA


Es primavera, es Buenos Aires y es 1920. Filomena se contornea con su figurita delgada de adolescente pero seductora por la vereda angosta de la calle Piedras al 200. Va a lo de su tía Benicia a probarse el nuevo vestido. La tía es modista; sabe lo que es un canesú, un voladito, un encaje. Filomena no sabe siquiera lo que es una aguja. Pero el sábado próximo es la fiesta de los Andonaegui que cumplen cincuenta años de casados. Ella ha sido invitada porque es compañera en la academia de canto de una de las hijas del distinguido matrimonio.

Filomena sube con prisa la interminable escalera de la casa de la tía Benicia. Al llegar a la puerta da como siempre tres campanadas. La puerta "A", que es donde vive Benicia, se caracteriza por eso: en lugar de llamador tiene una campana de bronce.
- Ya va, ya va... -se la escucha decir a Benicia como si viniera de muy lejos a abrir la puerta.
- ¡Buen día, mi buena tía! -le saluda Filomena-. ¿Tiene usted ya listo mi vestido?
- ¡Ay, hija, todavía me queda terminar una parte, pero es poco, además esperaba que vinieras pues tengo que tomarte unas medidas.
- ¡Pero tía, mire que la fiesta es el sábado a la noche!
- ¡No tienes de qué preocuparte, para mañana mismo lo tendrás!
Entonces Filomena pasa a la sala que su tía tiene consagrada a la vestimenta.
Allí hay maniquíes, vestidos de distintos estilos colgados de un perchero, dos máquinas de coser, una mesa grande donde no faltan agujas, alfileres, una cinta métrica, un costurero gigante, hilos, madejas de lana, moldes y un montón de accesorios más.
Benicia le alcanza el vestido a Filomena y ésta se lo lleva ansiosa detrás del biombo para probárselo.
Luego de unos minutos que le lleva sacarse la ropa que tiene puesta y ponerse el vestido a medio terminar llama a su tía:
- ¡Venga, venga!... usted no me va a creer, pero me parece que así como está me queda muy bien. No sé que parte dice que le falta...
- ¡Ay, hija!, le observa Benicia, se ve que no sabes nada en absoluto como debe vestir una auténtica señorita.
- Tía, usted sabe que si me saca del canto...
- Sí, pero una buena cancionista debe lucir bien y ¡no solo con la voz!
La tía le toma varias medidas alrededor de los hombros y trae un accesorio aplicándoselo sobre el cuello.
- Ven, acompáñame hasta el espejo y mírate... me dirás si no está mucho mejor así.
Filomena se mira, una, dos, tres veces, de frente y perfil y se desconcierta:
- Ay, tía... usted me va a disculpar... pero ese coso que me cubre el pecho, la garganta... ¿qué quiere que le diga? ¡me ahoga!... No, mejor déjelo como estaba, me lo llevo así.
- ¡Oh, no, mi hija! ¡No voy a permitir que me haga quedar mal! ¿Cómo va a ir una sobrina de mí a una fiesta tan social así despechugada? ¡Y mucho menos que a la casa de los Andonaegui! ¿Es que no tienes vergüenza?
- ¡Tía, tía, yo me siento bien así, y eso es lo que me gusta! ¡ Me importa un pito lo que piensen los demás! -le contesta Filomena con total desparpajo.
- ¡Ay, hija, me parece que el canto te está corrompiendo! Y eso que haces música lírica, si no no quisiera pensar... ¡Dios mío! -responde indignada la tía mientras se persigna.
- ¿Música lírica?... ¡Eso era antes!... Ahora canto tangos. ¡Ah, el tango! ¡Qué maravilla!... ¡tiene sentimiento! Creo que no le conté, ahora voy también a la academia del Nicanor, a escondidas de papá y mamá, por supuesto. ¿Se acuerda del Nicanor, tía? -le comenta mientras se quita el vestido quedando casi desnuda frente a la tía que la mira azorada.
- Sí, me acuerdo. El tarambana ese que conociste en la misa de los domingos... A propósito, hace mucho que no te veo por la iglesia –aprovecha a reprocharle Benicia.
- No le permito, tía, que me diga eso, el Nicanor es todo un caballero. ¡Si lo viera! –suspira.-, ¿sabe una cosa, tía? Creo que el Nicanor está enamorado de mí. El sábado él también irá a la fiesta y quiero deslumbrarlo con el vestido. Así, ¡bien despechugada!


Y tomando rápidamente el vestido, riendo alocada, sale corriendo de la casa semidesnuda, apenas con su enagua blanca, pues no le interesó volverse a poner la ropa que traía puesta. Mientras baja la interminable escalera canturrea... "yo soy la morocha, la más agraciada... de esta población..."






AMANECE


amanece
y vos con los pies fríos
y yo preparando té con limón
preguntándome en qué lugar
ha quedado la noche


ahora que todos duermen
solo mi tos
es el indicio de que aquí
hay señales de vida

pero me gusta este silencio
que hasta la cucharita en la taza respeta

mientras me sigo preguntando
si no es mucho más encantadora
esta felicidad así
que la que aparentan ellos

yo, probrecito de mí,
con tus pies fríos
el té con limón
amaneciendo un domingo





A UNA CANTANTE DE TANGOS




Con tu voz
me has hecho brotar tangos en las venas

Clavaste tus ojos de puñal
en mi corazón y desangro en lágrimas
acordes abandoneonados

soy llevado en-canto hasta el más profundo confín
donde tengo archivado ese viejo y sagrado secreto
de la mujer tanguera
morocha
argentina

mujer del sur
de los buenos vientos
que oxigenan mi alma
sucia de penas





DESGARRANDO TU VIDA


El viento que sale de tu boca
desparrama hojas de papel en blanco
dentro de mi caverna torácica
y me ahoga en poesía no escrita.

Vertientes de tinta roja
pinchan una flor en un ojal sin saco
me desnuda de silencios
y hecho gritos te persigo.

Me aparezco en pájaro manso
para que me tomes con tus manos
y mi delirio te transpire.

Soy la tela de tu vestidito negro ajustado
te tajeo en esa pierna y te duelo
pero sin embargo
abrís tu púbica puerta
para que te habite.



 
 

TIEMPOS AQUELLOS


Tiempos aquellos
en que en un papelito
me escribías con letra de nena
"te extraño"


Tiempos aquellos
en que en una pieza de hotel barato
nos despojábamos las verguenzas
y con ímpetu te escribía con pasión de hombre temprano
"te entraño"







*


necesitamos:
un caracol para hacerle frente al olvido
una playa que haga de la libertad su antojo
un mar para devorar desgracias
algunas nubes para que tampoco sea todo tan nítido
varios abedules que cubran los secretos
y un grito
en lo posible desaforado
que no permita callarnos nunca







Biografia*


Aníbal Jorge Sciorra (Anisci) nació en la Ciudad de Buenos Aires el 26 de Agosto de 1952. Desde la adolescencia escribió cuentos y poesía. A fines de la década del '70 incursionó en el cine independiente realizando cortometrajes en paso reducido (Súper 8), siendo autor de guiones cinematográficos inéditos. Estudió guión cinematográfico e historia del cine argentino en el Museo del Cine con el Prof. Guillermo Fernández Jurado. En 1996 publicó su primer libro de poemas: "Sentires" (Ediciones Darse Cuenta, Buenos Aires). Entre 1996 y 1997 presentó su unipersonal "Digo, no sé". Durante 1998 y 2002 realizó diversos programas radiales de literatura en emisoras comunitarias de Buenos Aires y alrededores. Parte de su obra puede leerse a través de Internet en "Página Digital" www.paginadigital.com.ar . Colaboro en las publicaciones virtuales literarias "Isla Negra", "Inventiva Social", "Con Voz Propia", "Artesanías Literarias" y "La República de las Letras”. Fue fundador y director de la revista literaria virtual (e incluso un blog) "La Máquina de Escribir", que se edita periódicamente desde octubre de 2003.
Fue un hombre comprometido y consecuente con las causas sociales de su tiempo, defensor de lo Derechos Humanos, de Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, su presencia en las marchas los 24 de marzo para expresar su enérgico Nunca Mas fue una constante. El 27 de Octubre de 2010 lo encontró en la Plaza de Mayo despidiendo a su admirado Néstor. Un grupo de jóvenes artistas plásticos integrantes de El Movimiento, a quienes acompaña en algunos murales realizados, lo bautiza El Tío Aníbal. Finalmente un 13 de abril de 2012 partió para siempre, no sin dejarnos un legado de letras que seguirán sonando y recordándonos que el estará allí, cada vez que hojeemos sus poemas, escuchemos sus programas de radio que nos dejo grabados. Imposible no extrañarlo.


*Por Flavio R. Gimenez. gimenezflavio@yahoo.com.ar



***


-Agradecimientos a:


Mariela Sciorra.

Cristina Villanueva.

 Flavio R. Gimenez.


Por sus aportes a esta edición especial de Inventiva Social.




***


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