*Obra de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
BARES Y LIBRERÍAS*
Y cuentan que el viajero
sin sacudirse el polvo del camino
no preguntaba donde se comía o bebía
sino dónde estaban
los bares
donde estaban las librerías.
*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu
VIAJE A IR...
LOS HERMANOS LAVARI*
Desde Canadá me escribe Tago Sánchez y me tira temas que reposan en sus recuerdos y tratan de encontrarse con los míos.
Y me pregunta si recuerdo los circos que paraban en el pueblo en esos tiempos al lado de la Escuela Provincial, la primaria Nº 212. Allí donde hoy hay una cortada que se llama Gil Ferreira Sosa, de una familia que fue la primera que pobló los campos de la zona, muy cerca de Colonia Hansen.
También lleva en sus recuerdos las visitas de las compañías de actores y actrices de radionovelas que luego visitaban los pueblos aprovechando su gran popularidad. Y no era raro que acosaran al que representaba un personaje malvado el que a veces recibía algunos golpes. Era muy proclive en esos tiempos ingenuos confundir fácilmente la ficción con la realidad.
También las anécdotas del gran Felipe Lavari, conspicuo tambero de nuestro pueblo que había venido de Buenos Aires escapado del trabajo y del ruido.
La leyenda dice que Felipe conducía un ómnibus de línea y que un día de calor insoportable, en enero para más datos, paró en una esquina para que descendieran los pasajeros y vio justo allí una cervecería, en la esquina que cruzaba todos los días. Pero ese día le pareció distinto, con los parroquianos que plácidamente se tomaban sus tranquilos lisos o sus porrones suculentos. A él le pareció muy bien que esa gente reposara bajo los toldos de colores vivos, pero le pareció muy mal que él mismo no pudiera disfrutar a las dos de la tarde del mismo placer, de ese placer hondo de sentir cómo la espirituosa bebida caía por su garganta sedienta, mientras el asfalto se derretía bajo su vista que se le iba nublando. Entonces le pareció muy natural parar el motor y bajarse para refrescar el garguero, y como tardaba tanto los pasajeros se fueron bajando y cuando se dignó salir el colectivo estaba absolutamente vacío y sólo un grupo de mariposas rondaba el motor ya frío.
De la empresa debieron mandar a un compañero para que lo llevara adonde dormían estos seguramente destartalados escarabajos verdes con el número 60 en la frente. Así que como Felipe se arrimó a los campos de la zona donde lo había precedido su hermano menor, Juan Lavari, quien andaba escapando de la represión de la Libertadora, como correspondía a un peronista de esos tiempos. Así fue como esos hechos fortuitos en la vida de los dos hermanos produjo el exilio en nuestro pueblo que no se cansa de repetir sus mil anécdotas –a cual más picante- porque en verdad rivalizaban en picardías y en la afición por los caballos y la timba con los naipes y otras inclinaciones que incluía el sexo opuesto. Tago me cuenta cómo se divertía Felipe molestando a los magos y prestidigitadores que pasaban ganándose su pan por los pueblos polvorientos de la pampa y las apuestas que ganaba cuando se salía con la suya y partía el aire con sus sonoras carcajadas.
Y su hermano Juan o el Pato, quien era ducho por cascotearle el rancho al prójimo como se decía entonces al que seducía mujeres ajenas, no sin escándalo algunas veces. Y era notable verlos juntos haciendo apuestas en la carreras y como para pagar entrada al observarlos de parejas en un partido de truco, porque a las picardías del pago le agregaban sus años de porteños y esa mezcla era imbatible para que todos, aún los más chicos fuéramos sus incondicionales admiradores.
Todas estas cuestiones me vienen a la memoria cuando alguien tan querido como mi amigo Tago, cantor y tanguero me escribe desde su exilio en Montreal, como para que yo haga de cronista de aquellas anécdotas que la historia oral del pueblo ya la tuvo en cuenta y los más jóvenes la repiten pero con la eventualidad en contra del desconocimiento de estos personajes que hicieron la historia chica de mi pueblo, con sus sacrificios, sus trabajos, sus sudores y sus picardías que nunca pasaron de eso, como para arrancar una sonrisa a los azorados copoblanos que festejaban sus chanzas, que ritualmente repetían porque sabían que un público fiel los estaban esperando y cuando se iban por las noches después de haber jugado un par de partidas de truco y haber tomado un poco, lo hacían a sabiendas que esa madrugada los esperaba su trabajo de tamberos, muy sacrificado y muy duro, sólo para guapos en esos tiempos donde se hacía el ordeñe manual, bajo la simple estrella que los miraba, mientras los grillos barrenaban nuevamente la delicada capa de cebolla oscura que la noche extendía sobre los hombres y las cosas.
DE PEÑA*
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Estuve de peña hoy a la noche. Antes, la peña era ese lugar donde había gente con guitarras, quizás unas empanadas, seguramente vino de la casa, esto es vino tinto en latas o a lo sumo unos vasos de vidrio grueso.
Aquí en Santa Fe las peñas son ahora reuniones de género, chicas con chicas o chicos con chicos y cerveza y algo para comer. Las hay reuniones de vino caro y asado, las hoy reuniones de cerveza y pizza, o como en esta ocasión, matambre a la leche con cebollas y cerveza negra.
En las peñas se habla. Y se habla desde ese lugar, convengamos en que es una frase que me incomoda porque se usa en otros ámbitos, y el “desde ese lugar desde el que hablás” tiene una connotación desagradable porque pertenece a todo un discurso. Pero ahora y aquí, en la computadora y después de que se fue Myriam, debo aclarar que sabemos desde qué lugar hablamos, y hablamos sin temor y en serio y en broma, y tomándonos un poco el pelo, y desde treinta años de amistad que un poco hace para que esa persona sea para nosotros única y fundamentalmente importante, y una parte esencial de la vida.
Y hablamos para qué, para conocernos a nosotros mismos, para saber qué pensamos, para expresar nuestras pocas seguridades y nuestro sinfín de perplejidades. Hablamos porque estamos contentos con la felicidad del otro, tristes con la ajena infelicidad que nos toca y mucho aunque sea aquí en presencia y después se nos diluya con la vida cotidiana y todo eso que nos requiere pero no es ni con mucho importante, que lo que quedará en mi bitácora, en mi pobre bitácora, será esta noche y las noches de antes y de después más, mucho más que todo el trajín laboral que me aguarda cuando mañana abra los ojos y como en “all that jazz” deba decir “the show must go on”.
Se fue Myriam y me deja con ganas de seguir acá con el cigarrillo y la cerveza oscura en las copas, se fue a buscarlo al Pablo al que vi cuando era una cosita colorada y recién nacida, y ahora es un joven del que Myriam me dice “está tan lindo el Pablo” con ese orgullo deslumbrado y también y de nuevo perplejo, como un chico que creció de golpe y se da cuenta de que el mundo adulto ahora lo absorbe y lo rodea.
Peña de chicas. De chicas que debaten sobre la muerte y la vejez, las parejas, las creencias que se descubren creencias. Nosotras, que éramos las dubitativas, las incrédulas por convicción y razonamiento. Y ahora y en contra de nuestros principios tenemos una roca donde hicimos campamento. ¿Cuándo, en qué momento desliamos los bártulos y pusimos la carpa, si nosotras éramos nómades?
Peña de chicas que se derraparon hacia la cincuentena, Dios, el medio siglo en la esquina, casi allí, casi a la vista cuando antes, cuando la última vez que hablamos, cuando te acordás y era escuchar a Elvis Presley en el tocadiscos y la ropa oscura y esa sensación de que moriríamos jóvenes.
Y nos morimos jóvenes Myriam. Seguimos en la misma conversación que interrumpimos a los veinte, en las peñas y no es que seamos pelotudas pero seguimos la misma charla y sin maquillaje, tan agradablemente sin la vestimenta impuesta por las buenas costumbres. Seguimos la amistad y a pesar de que la vida pasó y los años, y el cuerpo que acompaña pero acusa, a pesar de todo en la peña que agradezco y necesito, yo, que no necesito a nadie y que tengo todo tan claro pero que cuando sonó el timbre y por el portero sonó “Myriam” me dije que el día estaba salvado.
Y hablamos de nuestros hombres y de nuestras madres y de los jóvenes que al fin y al cabo no me merecen mención especial porque son jóvenes cuando escribo esto, pero la cosa es vertiginosa cuando los días se acumulan, y los jóvenes tienen hijos y convergen con nosotras y podemos charlar ya con el espíritu medianamente aquietado y contemplativo.
Y los hombres hablarán del fútbol para poder decir la palabra amigo, y comentarán de política para escuchar la voz que los acompaña desde hace tanto, y finalmente no importará demasiado quién diga qué o sobre qué discutan, si lo que queda son voces en la oscuridad, un gesto, la cara con arrugas y el pelo encanecido pero siempre el mismo gesto, ese otro que por suerte sigue estando y es necesario.
Y Myriam que dice “me tengo que irrrr a buscarlo al Pablo” y se va nomás en el autito crema destartalado lleno de bichitos de peluche y me deja con media botella oscura y la noche, también oscura, y la vida que mañana se reinicia pero tuvo un descanso y una justificación.
Lágrimas para no olvidar*
La lluvia nos envuelve con una dulce tristeza, como si todas las lágrimas se juntaran en una caricia. La tristeza es viva, es necesaria en la vida que nos somete a tantas despedidas. La tristeza no es desesperante, no es sin esperanza. Hay algo terrible en no poder llorar, algo de lo siniestro que no nos permite el consuelo, el abrazo, la mullida ceremonia con otros.
Para ese dolor-miedo-odio, frente a lo perverso, no había lágrimas, ni interiores, ni cobijo, casi no había palabras.
Recuerdo que esa vez, nos juntamos frente al río que no fue protector. Ese río en el que caían los cuerpos sin ritual, no recuerdo si llovía, creo que no. Fuimos a intentar alivianar el horror. Tiramos flores, de a uno. El que volvía se abrazaba con el que con la mano crecida de flores, se asomaba a la ventana del agua para humanizar lo indecible. LLoré, todos lloramos, formamos una lluvia de lágrimas para acompañarlos.
Por eso la lluvia que conforta con su tristeza suave, puede ser un tibio collar de lágrimas que se han unido a través de los tiempos y las geografías, para acompañar a los que en soledad sufrieron o sufren "lo innombrable" , para tratar con la música de lluvia-lágrima, de desarmar lo mudo.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
*
Ella no está aquí.
Dicen que se fue.
Que su sombra espía
ahí, donde ayer crecían
los jardines.
...
No tiene documentos
ni un sueño cierto
que le permitan entrar
al país de las maravillas.
La tristeza es el lugar
por donde ella pasa a diario.
Dicen que se cayó del asombro,
pero yo la he visto
descalza algunas noches.
Ella espera.
Se sienta en el filo de su sangre
y sonríe.
Ella espera todavía...
esa boca,
aquellos ojos
las manos esas que la recorrían
como un rumor de lluvia
como una lluvia de dedos-alas
Sonríe con mariposas
como si un jardín naciera
de su estomago. Y espera.
Dicen que es la prisionera,
que desde sus huesos y su sangre crecen rejas,
pero yo la escucho cantar entre los muros.
Dicen que es Alicia
exilada para siempre
en el país de nunca jamás.
Solo que ella no conoce
esas palabras.
Se despierta hoy,
ahora.
Estamos vivas
*De Alejandra Morales.
*
Donde abriga el silencio
De los que sufren por el frío
Ellos que no tienen un techo
Ni un sueño tranquilo
Donde clama el sufrimiento
De los excluidos
Donde están las frazadas
Y los ensueños contenidos
Cuando no alcanza el pan
Ni una taza candente
Para evitar un resfrío
Donde está la salud
Si el cuerpo está entumecido
Con los dientes rechinando
Y frotando las manos hasta el hastío,-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
9/6/12
Cicatrices de la historia*
*Por Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
http://textosnechidorado.blogspot.com/
Un día de tormenta, uno de esos cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.
A veces el viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque, que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.
Sucedió a pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de ciclón agregando una palabra más al diccionario.
En el centro geográfico del barrio Buenashebras, donde no hace muchos años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.
El tiempo corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.
Ayer que pasó a ser historia cercenada.
Ayer de ayeres sin visos de mañana.
Frente a la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad. Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica textil, orgullo del barrio que crecía.
La furia de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.
Acudió también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento y las frenadas de los vehículos de paso.
Doña Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.
Doña Teresa, “la Loca”, la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan locos como ella.
-¡Son ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda, tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.
-¡Son sus gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.
-¡Ellos avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos trataban de hacerla callar y no podían.
-¡Ahí viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a llorar gotas pequeñas.
-¡Los camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.
Tiempo atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida, sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de las nuevas mañanas.
Las sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que fluye por las venas.
Los vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento, nadie pudo confirmar. O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie quire!
No quieren ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros donde antaño se atornillaron los telares.
Tronaban en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué pozo de espanto.
Camiones y sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas escupían ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.
Teresa enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un culto persuadido por el miedo.
Allí, entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un poco más allá en el tiempo.
Allí, entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.
Hoy hablan de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.
Y lo será, sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.
Dicen que la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los maderos del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria cuando ya está fallecida!
¡A quién importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir otros proyectos!
Todo es desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla callar, pero no pueden.
Sigue diciendo, “la Loca”. Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.
Y sigue hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.
Paredón donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.
Sólo el esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de nuevo.
Atrapados por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato de la memoria colectiva.
Buenashebras crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris, como el recuerdo.
Sobre la memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando sal sobre las cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.
A partir de poemarios de Jorge Leónidas Escudero
“LE DIJE Y ME DIJO” *
Socorrémelo al tiempo, este
insobornable, señalado con mi pulgar
¿O no ves que después de todo algo
grogui quedó con la puntería de mi cimitarra
justito en uno de sus plexos cayéndole
cuando ya me iba a dañar cayéndome de golpe?
“LOS GRANDES JUGADORES” *
Los junto a James Caan y Amelia Bence
actores cada uno emigrado
o extirpado
o resucitado
de ese par de filmes tormentosos donde ellos
se gastaron dispendiosamente
Uno por aquí y otra por allá
con ambos especté un pingüe veneno
Como un millonario periclité
como un beodo, como un moralista
a esos poseídos perdularios
odié con media lágrima
A James en colores
A Amelia en grises y ya bastante en la lejanía
Con tacañería los odié
y con noción de consumismo
Los jugadores personajes
que ahora caso en altar de lector
se tocan.
“UMBRAL DE SALIDA” *
¿Será el compañerismo provocarte
y ser provocado?
¿Será el trenzarse en este encuentro
[de búsquedas?
¿Será el compañerismo entrar
y quedarse?
¿Será el proceder a justificar
las lágrimas que viste en la mujer de-
[jada?
¿Será una sensación acompañante
propia de la búsqueda de salidas?
¿Será el compañerismo silenciarse
para la nostalgia?
¿Será rescatar esas cartas?
¿Será tanto ver en declive a la inmen-
[sidad?
¿Será el compañerismo el estar de paso
de las aves?
“VIAJE A IR” *
Cuando le digo “te quiero tanto”
yo me percibo abarrotado
“Te quiero tanto” es el excipiente
de lo incalculable
Es la fórmula imprecisa que afirma que
[amo
“hasta el cielo”
Es el modo de traspasar el cielo con mi
[felicidad
cuando fustiga
Es en grumos que me fustiga la felici-
[dad
Engastado en mi humanidad soy disparado
hacia mi objeto de pasión
No filtro
no decoro las declaraciones
Soy más
el inconsciente.
“CANTOS DEL ACECHANTE” *
Desde los que ando siendo
desde los jóvenes y viejos que ando
[siendo
cuando los miro de frente march
Desde los que ando siendo cuando canto
sobre las noticias de los jóvenes
y viejos que ando siendo cuando los miro
[de costado
Desde justipreciar qué laya de mirada
es la mía posándose cuando canto
sobre sucedidos de los que derivo
transversalmente
Desde los sucesivos jóvenes
hasta los precedidos viejos.
*Poemas de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
***
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BARES Y LIBRERÍAS*
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VIAJE A IR...
LOS HERMANOS LAVARI*
Desde Canadá me escribe Tago Sánchez y me tira temas que reposan en sus recuerdos y tratan de encontrarse con los míos.
Y me pregunta si recuerdo los circos que paraban en el pueblo en esos tiempos al lado de la Escuela Provincial, la primaria Nº 212. Allí donde hoy hay una cortada que se llama Gil Ferreira Sosa, de una familia que fue la primera que pobló los campos de la zona, muy cerca de Colonia Hansen.
También lleva en sus recuerdos las visitas de las compañías de actores y actrices de radionovelas que luego visitaban los pueblos aprovechando su gran popularidad. Y no era raro que acosaran al que representaba un personaje malvado el que a veces recibía algunos golpes. Era muy proclive en esos tiempos ingenuos confundir fácilmente la ficción con la realidad.
También las anécdotas del gran Felipe Lavari, conspicuo tambero de nuestro pueblo que había venido de Buenos Aires escapado del trabajo y del ruido.
La leyenda dice que Felipe conducía un ómnibus de línea y que un día de calor insoportable, en enero para más datos, paró en una esquina para que descendieran los pasajeros y vio justo allí una cervecería, en la esquina que cruzaba todos los días. Pero ese día le pareció distinto, con los parroquianos que plácidamente se tomaban sus tranquilos lisos o sus porrones suculentos. A él le pareció muy bien que esa gente reposara bajo los toldos de colores vivos, pero le pareció muy mal que él mismo no pudiera disfrutar a las dos de la tarde del mismo placer, de ese placer hondo de sentir cómo la espirituosa bebida caía por su garganta sedienta, mientras el asfalto se derretía bajo su vista que se le iba nublando. Entonces le pareció muy natural parar el motor y bajarse para refrescar el garguero, y como tardaba tanto los pasajeros se fueron bajando y cuando se dignó salir el colectivo estaba absolutamente vacío y sólo un grupo de mariposas rondaba el motor ya frío.
De la empresa debieron mandar a un compañero para que lo llevara adonde dormían estos seguramente destartalados escarabajos verdes con el número 60 en la frente. Así que como Felipe se arrimó a los campos de la zona donde lo había precedido su hermano menor, Juan Lavari, quien andaba escapando de la represión de la Libertadora, como correspondía a un peronista de esos tiempos. Así fue como esos hechos fortuitos en la vida de los dos hermanos produjo el exilio en nuestro pueblo que no se cansa de repetir sus mil anécdotas –a cual más picante- porque en verdad rivalizaban en picardías y en la afición por los caballos y la timba con los naipes y otras inclinaciones que incluía el sexo opuesto. Tago me cuenta cómo se divertía Felipe molestando a los magos y prestidigitadores que pasaban ganándose su pan por los pueblos polvorientos de la pampa y las apuestas que ganaba cuando se salía con la suya y partía el aire con sus sonoras carcajadas.
Y su hermano Juan o el Pato, quien era ducho por cascotearle el rancho al prójimo como se decía entonces al que seducía mujeres ajenas, no sin escándalo algunas veces. Y era notable verlos juntos haciendo apuestas en la carreras y como para pagar entrada al observarlos de parejas en un partido de truco, porque a las picardías del pago le agregaban sus años de porteños y esa mezcla era imbatible para que todos, aún los más chicos fuéramos sus incondicionales admiradores.
Todas estas cuestiones me vienen a la memoria cuando alguien tan querido como mi amigo Tago, cantor y tanguero me escribe desde su exilio en Montreal, como para que yo haga de cronista de aquellas anécdotas que la historia oral del pueblo ya la tuvo en cuenta y los más jóvenes la repiten pero con la eventualidad en contra del desconocimiento de estos personajes que hicieron la historia chica de mi pueblo, con sus sacrificios, sus trabajos, sus sudores y sus picardías que nunca pasaron de eso, como para arrancar una sonrisa a los azorados copoblanos que festejaban sus chanzas, que ritualmente repetían porque sabían que un público fiel los estaban esperando y cuando se iban por las noches después de haber jugado un par de partidas de truco y haber tomado un poco, lo hacían a sabiendas que esa madrugada los esperaba su trabajo de tamberos, muy sacrificado y muy duro, sólo para guapos en esos tiempos donde se hacía el ordeñe manual, bajo la simple estrella que los miraba, mientras los grillos barrenaban nuevamente la delicada capa de cebolla oscura que la noche extendía sobre los hombres y las cosas.
DE PEÑA*
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Estuve de peña hoy a la noche. Antes, la peña era ese lugar donde había gente con guitarras, quizás unas empanadas, seguramente vino de la casa, esto es vino tinto en latas o a lo sumo unos vasos de vidrio grueso.
Aquí en Santa Fe las peñas son ahora reuniones de género, chicas con chicas o chicos con chicos y cerveza y algo para comer. Las hay reuniones de vino caro y asado, las hoy reuniones de cerveza y pizza, o como en esta ocasión, matambre a la leche con cebollas y cerveza negra.
En las peñas se habla. Y se habla desde ese lugar, convengamos en que es una frase que me incomoda porque se usa en otros ámbitos, y el “desde ese lugar desde el que hablás” tiene una connotación desagradable porque pertenece a todo un discurso. Pero ahora y aquí, en la computadora y después de que se fue Myriam, debo aclarar que sabemos desde qué lugar hablamos, y hablamos sin temor y en serio y en broma, y tomándonos un poco el pelo, y desde treinta años de amistad que un poco hace para que esa persona sea para nosotros única y fundamentalmente importante, y una parte esencial de la vida.
Y hablamos para qué, para conocernos a nosotros mismos, para saber qué pensamos, para expresar nuestras pocas seguridades y nuestro sinfín de perplejidades. Hablamos porque estamos contentos con la felicidad del otro, tristes con la ajena infelicidad que nos toca y mucho aunque sea aquí en presencia y después se nos diluya con la vida cotidiana y todo eso que nos requiere pero no es ni con mucho importante, que lo que quedará en mi bitácora, en mi pobre bitácora, será esta noche y las noches de antes y de después más, mucho más que todo el trajín laboral que me aguarda cuando mañana abra los ojos y como en “all that jazz” deba decir “the show must go on”.
Se fue Myriam y me deja con ganas de seguir acá con el cigarrillo y la cerveza oscura en las copas, se fue a buscarlo al Pablo al que vi cuando era una cosita colorada y recién nacida, y ahora es un joven del que Myriam me dice “está tan lindo el Pablo” con ese orgullo deslumbrado y también y de nuevo perplejo, como un chico que creció de golpe y se da cuenta de que el mundo adulto ahora lo absorbe y lo rodea.
Peña de chicas. De chicas que debaten sobre la muerte y la vejez, las parejas, las creencias que se descubren creencias. Nosotras, que éramos las dubitativas, las incrédulas por convicción y razonamiento. Y ahora y en contra de nuestros principios tenemos una roca donde hicimos campamento. ¿Cuándo, en qué momento desliamos los bártulos y pusimos la carpa, si nosotras éramos nómades?
Peña de chicas que se derraparon hacia la cincuentena, Dios, el medio siglo en la esquina, casi allí, casi a la vista cuando antes, cuando la última vez que hablamos, cuando te acordás y era escuchar a Elvis Presley en el tocadiscos y la ropa oscura y esa sensación de que moriríamos jóvenes.
Y nos morimos jóvenes Myriam. Seguimos en la misma conversación que interrumpimos a los veinte, en las peñas y no es que seamos pelotudas pero seguimos la misma charla y sin maquillaje, tan agradablemente sin la vestimenta impuesta por las buenas costumbres. Seguimos la amistad y a pesar de que la vida pasó y los años, y el cuerpo que acompaña pero acusa, a pesar de todo en la peña que agradezco y necesito, yo, que no necesito a nadie y que tengo todo tan claro pero que cuando sonó el timbre y por el portero sonó “Myriam” me dije que el día estaba salvado.
Y hablamos de nuestros hombres y de nuestras madres y de los jóvenes que al fin y al cabo no me merecen mención especial porque son jóvenes cuando escribo esto, pero la cosa es vertiginosa cuando los días se acumulan, y los jóvenes tienen hijos y convergen con nosotras y podemos charlar ya con el espíritu medianamente aquietado y contemplativo.
Y los hombres hablarán del fútbol para poder decir la palabra amigo, y comentarán de política para escuchar la voz que los acompaña desde hace tanto, y finalmente no importará demasiado quién diga qué o sobre qué discutan, si lo que queda son voces en la oscuridad, un gesto, la cara con arrugas y el pelo encanecido pero siempre el mismo gesto, ese otro que por suerte sigue estando y es necesario.
Y Myriam que dice “me tengo que irrrr a buscarlo al Pablo” y se va nomás en el autito crema destartalado lleno de bichitos de peluche y me deja con media botella oscura y la noche, también oscura, y la vida que mañana se reinicia pero tuvo un descanso y una justificación.
Lágrimas para no olvidar*
La lluvia nos envuelve con una dulce tristeza, como si todas las lágrimas se juntaran en una caricia. La tristeza es viva, es necesaria en la vida que nos somete a tantas despedidas. La tristeza no es desesperante, no es sin esperanza. Hay algo terrible en no poder llorar, algo de lo siniestro que no nos permite el consuelo, el abrazo, la mullida ceremonia con otros.
Para ese dolor-miedo-odio, frente a lo perverso, no había lágrimas, ni interiores, ni cobijo, casi no había palabras.
Recuerdo que esa vez, nos juntamos frente al río que no fue protector. Ese río en el que caían los cuerpos sin ritual, no recuerdo si llovía, creo que no. Fuimos a intentar alivianar el horror. Tiramos flores, de a uno. El que volvía se abrazaba con el que con la mano crecida de flores, se asomaba a la ventana del agua para humanizar lo indecible. LLoré, todos lloramos, formamos una lluvia de lágrimas para acompañarlos.
Por eso la lluvia que conforta con su tristeza suave, puede ser un tibio collar de lágrimas que se han unido a través de los tiempos y las geografías, para acompañar a los que en soledad sufrieron o sufren "lo innombrable" , para tratar con la música de lluvia-lágrima, de desarmar lo mudo.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
*
Ella no está aquí.
Dicen que se fue.
Que su sombra espía
ahí, donde ayer crecían
los jardines.
...
No tiene documentos
ni un sueño cierto
que le permitan entrar
al país de las maravillas.
La tristeza es el lugar
por donde ella pasa a diario.
Dicen que se cayó del asombro,
pero yo la he visto
descalza algunas noches.
Ella espera.
Se sienta en el filo de su sangre
y sonríe.
Ella espera todavía...
esa boca,
aquellos ojos
las manos esas que la recorrían
como un rumor de lluvia
como una lluvia de dedos-alas
Sonríe con mariposas
como si un jardín naciera
de su estomago. Y espera.
Dicen que es la prisionera,
que desde sus huesos y su sangre crecen rejas,
pero yo la escucho cantar entre los muros.
Dicen que es Alicia
exilada para siempre
en el país de nunca jamás.
Solo que ella no conoce
esas palabras.
Se despierta hoy,
ahora.
Estamos vivas
*De Alejandra Morales.
*
Donde abriga el silencio
De los que sufren por el frío
Ellos que no tienen un techo
Ni un sueño tranquilo
Donde clama el sufrimiento
De los excluidos
Donde están las frazadas
Y los ensueños contenidos
Cuando no alcanza el pan
Ni una taza candente
Para evitar un resfrío
Donde está la salud
Si el cuerpo está entumecido
Con los dientes rechinando
Y frotando las manos hasta el hastío,-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
9/6/12
Cicatrices de la historia*
*Por Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
http://textosnechidorado.blogspot.com/
Un día de tormenta, uno de esos cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.
A veces el viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque, que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.
Sucedió a pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de ciclón agregando una palabra más al diccionario.
En el centro geográfico del barrio Buenashebras, donde no hace muchos años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.
El tiempo corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.
Ayer que pasó a ser historia cercenada.
Ayer de ayeres sin visos de mañana.
Frente a la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad. Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica textil, orgullo del barrio que crecía.
La furia de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.
Acudió también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento y las frenadas de los vehículos de paso.
Doña Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.
Doña Teresa, “la Loca”, la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan locos como ella.
-¡Son ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda, tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.
-¡Son sus gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.
-¡Ellos avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos trataban de hacerla callar y no podían.
-¡Ahí viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a llorar gotas pequeñas.
-¡Los camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.
Tiempo atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida, sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de las nuevas mañanas.
Las sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que fluye por las venas.
Los vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento, nadie pudo confirmar. O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie quire!
No quieren ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros donde antaño se atornillaron los telares.
Tronaban en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué pozo de espanto.
Camiones y sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas escupían ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.
Teresa enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un culto persuadido por el miedo.
Allí, entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un poco más allá en el tiempo.
Allí, entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.
Hoy hablan de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.
Y lo será, sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.
Dicen que la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los maderos del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria cuando ya está fallecida!
¡A quién importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir otros proyectos!
Todo es desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla callar, pero no pueden.
Sigue diciendo, “la Loca”. Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.
Y sigue hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.
Paredón donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.
Sólo el esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de nuevo.
Atrapados por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato de la memoria colectiva.
Buenashebras crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris, como el recuerdo.
Sobre la memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando sal sobre las cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.
A partir de poemarios de Jorge Leónidas Escudero
“LE DIJE Y ME DIJO” *
Socorrémelo al tiempo, este
insobornable, señalado con mi pulgar
¿O no ves que después de todo algo
grogui quedó con la puntería de mi cimitarra
justito en uno de sus plexos cayéndole
cuando ya me iba a dañar cayéndome de golpe?
“LOS GRANDES JUGADORES” *
Los junto a James Caan y Amelia Bence
actores cada uno emigrado
o extirpado
o resucitado
de ese par de filmes tormentosos donde ellos
se gastaron dispendiosamente
Uno por aquí y otra por allá
con ambos especté un pingüe veneno
Como un millonario periclité
como un beodo, como un moralista
a esos poseídos perdularios
odié con media lágrima
A James en colores
A Amelia en grises y ya bastante en la lejanía
Con tacañería los odié
y con noción de consumismo
Los jugadores personajes
que ahora caso en altar de lector
se tocan.
“UMBRAL DE SALIDA” *
¿Será el compañerismo provocarte
y ser provocado?
¿Será el trenzarse en este encuentro
[de búsquedas?
¿Será el compañerismo entrar
y quedarse?
¿Será el proceder a justificar
las lágrimas que viste en la mujer de-
[jada?
¿Será una sensación acompañante
propia de la búsqueda de salidas?
¿Será el compañerismo silenciarse
para la nostalgia?
¿Será rescatar esas cartas?
¿Será tanto ver en declive a la inmen-
[sidad?
¿Será el compañerismo el estar de paso
de las aves?
“VIAJE A IR” *
Cuando le digo “te quiero tanto”
yo me percibo abarrotado
“Te quiero tanto” es el excipiente
de lo incalculable
Es la fórmula imprecisa que afirma que
[amo
“hasta el cielo”
Es el modo de traspasar el cielo con mi
[felicidad
cuando fustiga
Es en grumos que me fustiga la felici-
[dad
Engastado en mi humanidad soy disparado
hacia mi objeto de pasión
No filtro
no decoro las declaraciones
Soy más
el inconsciente.
“CANTOS DEL ACECHANTE” *
Desde los que ando siendo
desde los jóvenes y viejos que ando
[siendo
cuando los miro de frente march
Desde los que ando siendo cuando canto
sobre las noticias de los jóvenes
y viejos que ando siendo cuando los miro
[de costado
Desde justipreciar qué laya de mirada
es la mía posándose cuando canto
sobre sucedidos de los que derivo
transversalmente
Desde los sucesivos jóvenes
hasta los precedidos viejos.
*Poemas de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
***
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