sábado, septiembre 29, 2012

LOS CIELOS SE PODRÍAN DESMORONAR...

*Foto de Verónica Abdala. http://www.lecturasenelaltillo.blogspot.com.ar




LA CUEVA*


La roca tiene un ojo acuoso y quieto.
Habla. Derrama su voz fiel, amiga.
Voz exacta, camarada, voz de tierra.
Voz  de flor, de pájaro y de piedra.
Y la cueva fría se transforma en útero.
Se enciende con presencias en sepia.
Hay un tigre que mira con azorados ojos.
Un mandril con escucha  de lunas y de sierpes.
Un silencio que cae en horizontal cascada.
Un silencio desmedido. Testigo de inmortales tiempos.
Brotan, tímidamente los helechos.
Alí Babá y los cuarenta ladrones acompañan.
Y los ojos, ah, los ojos!
Ojos que miran azorados la luz del universo.
Que nunca vieron esa expresión tan honda.
Tan vegetal, tan a la  vista y escondida.
Afuera es el aniversario del HOMBRE.
Y hay soles azulados y niños y follajes.
“Lo esencial es invisible a los ojos”
Y en esa inmensidad, casi inadvertido…
El hombre.
El hombre cierra los ojos y se abraza.
Siente su pequeñez.  Tan fútil, tan nimio.
Y se dice, entre tantas verdades

Para mi: Esto es lo cierto!


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar







LOS CIELOS SE PODRÍAN DESMORONAR...






Niña Locura*
 (a Alejandra Pizarnik)



La muerte se te queda adentro
como una angina en la garganta del destino.

...

Riesgos son los perros salvajes
que en jauría se pierden
entre las marcas de tu rostro.

Niña de corazón entregado
a la dama que ensucia cerebros
en un pueblo que no entiende de piedades.

Tu tumba llora canarios amarillos
entre los pastos quemados por las sombras.

Lingotes de sol caídos sobre los pararrayos
se desarman en polvos de luz
arrastrados por el viento de tu santa locura.


*De Marcela Lokdos.








EL RUIDO*


Estaba cansado de tanto ruido y de tantos golpes. Desde que le habían recluido en aquel sanatorio todo eran reverberaciones, murmullos y gritos.
Tanta algarabía le impedía dormir y se sumía agotado en un duermevela en el que el atronador ruido le mantenía en vilo. Sin duda tenía que ser el aviso de algo, quizás una premonición, pero el envolvente sonido hacía que no pudiera concentrarse.
...

Llamó a un celador. Lo había hecho ya en otras ocasiones y no le habían hecho caso. Como mucho le amenazaban con encerrarle en aquella habitación blanca y acolchada a la que temía más aún que al ruido. Pero hoy había un celador nuevo y merecía la pena probar. Si conseguía detener aquel suplicio durante unos segundos ya sería toda una victoria.
Le dijo al celador que escuchara con la oreja pegada a la pared. El hombre de bata blanca y cara rubicunda pegó su oído al muro y al cabo de medio minuto de atención dijo: "No oigo nada".

- ¿Lo ves? ¡Pues todo el día así! - respondió cabreado pero contento al fin de que otro hubiera escuchado el insoportable ruido del silencio.


*De Joan Mateu. joan@cimat.es






La bruja blanca*



 *Por Juan Forn


Al pie de foto le alcanzaría decir: "Flannery O'Connor en Lourdes" y sería como una novela entera. La bruja blanca de la literatura, que se estaba muriendo de lupus desde los veinticinco años, llega al santuario de Lourdes en muletas. Una parienta rica le pagó el viaje. Flannery tenía treinta y tres años, le quedaban seis de vida. Ya había escrito uno de los mejores libros de cuentos de la historia: Un hombre bueno es difícil de encontrar.
Cuando llegó desde su Georgia natal a la famosa residencia de escritores en Iowa a los veinte años, no sabía quiénes eran Kafka y Joyce. Días después, cuando leyó su primer cuento allá, dejó a todos en atónito silencio; en las horas siguientes se fueron acumulando manojos de flores silvestres en la
puerta de su cubículo, que manos anónimas habían ido dejándole sin decir palabra. De Iowa fue a Yaddo, otra famosa residencia de escritores, y pasó más o menos lo mismo. En los días previos a que lo internaran en el loquero, el poeta Robert Lowell abandonó Yaddo sin decir a nadie adónde iba y en un
legendario raid maníaco por Nueva York enloqueció a todos sus amigos con influencias exigiendo que lo ayudaran a lograr la canonización de Flannery: no la literaria sino la auténtica, la del Vaticano; se había hecho católico por Flannery. Ella se enteró cuando ya estaba de vuelta en Georgia. La habían bajado en camilla del tren: de un día para el otro sus brazos no le respondieron al teclear en la máquina de escribir. Le diagnosticaron lupus.
Desde Georgia escribió a sus amigos del Norte: "Creo que me quedaré hasta ver en qué clase de inválida me convierto". A Lowell prefirió no escribirle nada en la carta que le mandó; adentro de la página en blanco doblada en tres iba una pluma del último de los pavos reales que había criado de chica en su granja, el único que quedaba con vida cuando ella volvió del Norte y se convirtió en la celebridad del pueblo: la escritora loca que caminaba en muletas por sus humildes dominios seguida de su pavo real.
Vivía en esa granja con su madre, mantenidas por la parienta rica que después las llevaría a Lourdes. Todas las mañanas al despertarse y todas las noches antes de dormirse leía una hora, de algún breviario, la vida de un santo o un mártir (nunca la Biblia; ése era territorio de Faulkner y ella no quería "que mi pequeña barca encalle contra él"). Después se iba a misa de siete y después se sentaba a escribir sus historias dementes y fabulosas sobre las pobres almas del Sur. Su madre y su tía decían: "Ojalá hubiera encontrado otra forma de expresar su talento". La gente del pueblo decía: "Es una buena chica. Sólo me da miedo acercarme y que me ponga en uno de sus cuentos". Ella se limitaba a decir: "Las buenas personas son muy difíciles de encontrar. Hay que arreglarse con las malas personas, que son tan respetables que resultan horribles, tan horribles que resultan cómicas, tan cómicas que resultan patéticas, tan patéticas que sería horroroso tener piedad de ellas, porque atraería a los demonios del desprecio".
En esos cinco años en el Norte se alimentaba, sin alejarse de su máquina de escribir, de sardinas que comía directo de la lata y de agua de la canilla, a la que vertía un chorrito de bourbon porque "el agua del Norte no tiene gusto a nada". Cuando volvió a Georgia y el lupus empezó a asfixiarle el cuerpo, le escribió a una admiradora: "Descanso veintidós horas al día para poder escribir las otras dos" (la misa, la lectura de breviarios y la alimentación de su pavo real eran parte del descanso). Nunca tuvo novio ni
marido y sólo una vez fue besada en toda su vida, por un vendedor de biblias danés, sobreviviente de los nazis. Fue poco antes del viaje a Lourdes. Así describió ese beso en "La buena gente del campo", uno de sus mejores cuentos: "El le apoyó la mano en el nacimiento de la espalda, la atrajo hacia sí y la besó sin decir una palabra. El beso produjo una circulación de adrenalina en el cuerpo de ella, esa clase de adrenalina que permite arrastrar un baúl lleno fuera de una casa en llamas. Pero antes incluso de
que él la soltara, la mente de ella dictaminó con agridulce satisfacción, como si contemplara la escena desde muy lejos, que era una experiencia perfectamente intrascendente si se mantenía el control". Siempre que leo ese beso me acuerdo al instante de su perfecta contracara, una escena formidable
del cuento "La Persona Desplazada": la señora Shortley reta a su marido porque está fumando mientras ordeña las vacas de la patrona; el señor Shortley hace que la colilla del cigarrillo apunte hacia adentro y cierra su boca, sin dejar de mirarla y sin interrumpir su tarea. "Ese truco había sido en realidad su manera de cortejar a la señora Shortley. Nunca llevó una guitarra para cantarle ni nada bonito para regalarle, sólo se sentaba en los escalones del porche, la miraba intensamente, hacía girar la punta del
cigarrillo hacia adentro con la punta de la lengua y el labio inferior, cerraba la boca y la miraba con la expresión más cariñosa que se pueda imaginar. Esto volvía loca a la señora Shortley. Al instante le entraban ganas irrefrenables de bajarle el sombrero hasta los ojos y estrecharlo entre sus brazos, mientras le murmuraba al oído: Oh, señor Shortley, oh, señor Shortley".
La intelligentzia francesa quedó atónita cuando Flannery se negó a parar en París en su viaje a Lourdes. Tampoco quiso sumergirse en las aguas supuestamente milagrosas del manantial: "Vine como peregrina, no como paciente. Soy de esas personas que pueden morir por su religión, pero no tomar un baño por ella". Le encantó, en cambio, que en Lourdes hubiera tantos enfermos, tullidos y locos como en sus cuentos. Y pidió que la dejaran un rato largo rezando en la capilla, no para curarse, sino para poder terminar el libro que estaba escribiendo (Todo lo que asciende debe converger, al que llamaba su "opus nauseus"). "Vivo en lo que escribo. Si entrecierro los ojos puedo ver todo lo que me ha pasado como una bendición", dijo poco antes de morir. "Aunque, a decir verdad, prefiero mirar hacia 1931. De ahí en adelante ha sido un prolongado anticlímax". En 1931, cuando Flannery tenía cinco años, la gente del noticiero de variedades Pathé viajó hasta Georgia para filmar el gallo al que ella había enseñado a caminar para
atrás. La filmación existe todavía: el gallo es un gallo cualquiera, hasta que empieza a imitar a la nena. Lo que se ve entonces en los ojos de ese bicho, y especialmente en los de esa nena, es lo mismo que asomó en los ojos de aquel anciano general confederado, cuando lo llevaron como un trofeo al estreno en Georgia de Lo que el viento se llevó. El general tenía 104 años, fue vestido con su uniforme y su sable, en mitad de la película creyó que se le venía encima la parca y "mientras su mano apretaba el filo de acero hasta que se hundía en el hueso, sus ojos hicieron un esfuerzo desesperado por ver más allá, más atrás; por tratar de saber, antes de morir, qué venía después del pasado".


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-204391-2012-09-28.html





*


Adonde irán los sueños
Luego del despertar
Irán a una cajita musical
Con una bailarina
Que danza sin cesar


*De Azul. azulaki@hotmail.com






Peligros*



 *Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



Comprendo. De nada sirve comprender.
Recobro. De nada sirve recobrar.
El sonido de mi voz. A dónde llega el sonido de mi voz.
La luna. De nada sirve la luna.
Los labios cerrados fuertemente. De nada sirven los labios cerrados fuertemente.
A veces levanto la mirada. De nada sirve a veces.
El cuerpo de costado. A veces no sirve de nada el cuerpo de costado.
Escribo. De nada sirve escribir.
Es preciso desconfiar continuamente. De nada sirve desconfiar continuamente.
Viajo alrededor del mundo. De nada sirve viajar alrededor del mundo.
Prefiero salir a la lluvia. Me doy cuenta de que he caminado debajo de mil lluvias. Lo que ha cambiado no es la lluvia, sino, según parece, mi modo de caminar bajo su toga.
El telón se baja y se vuelve a levantar como una pollera. Luego saludan los personajes protagónicos. De nada sirven los personajes protagónicos. Busco detrás del decorado, debajo de la pollera que cae como un telón de sombras.
Los de atrás son más interesantes que los de adelante.
Un gesto tenue no tiene perspectiva.
Un recurso amnésico. Tal vez no viniese mal un recurso amnésico, un trago de anís, una nube que se vuelva sombría. Olvido todos los olvidos que deben ser olvidados.
Caigo con golpes de tempestad. De nada sirve caer con golpes de tempestad.
La ternura es un juego más profundo. Como un deshielo.
Empalidecen lo pétalos de la palabra brisa. De nada sirven los pétalos. De nada sirve ignorar la palabra brisa.
Es preciso arremangarse para quebrar la palabra brisa.
A veces, en medio de una avenida escucho palabras que se dirán más adelante en algún amanecer. Palabras que caben en la palma de la mano. Las palabras existen, y a veces considerablemente.
Landas tersas. Enhiestas embestidas. Suaves zumos. Lenguas crepusculares.
Pliegues de fruto abrillantado. Titilaciones de pelambre cósmica.
Ceno. De nada sirve cenar. Sobre el borde del plato una sonámbula pequeñísima está a punto de caer. En la copa con agua, una suicida pequeñísima se ahoga. Por debajo del tenedor pasa corriendo una fugitiva
pequeñísima. En el filo del cuchillo una pequeñísima desembarcada de un naufragio se hiere sin querer. Es increíble. De nada sirve que sea increíble. Sucede.
Leo al poeta portugués.
Por la noche, a las tres y media de la mañana insisto en ciertas cuestiones:
1) Las sonámbulas pequeñísimas no existen.
2) Las suicidas pequeñísimas crean alrededor de la copa una segunda noche más densa que la lluvia.
3) La segunda noche da lugar a una tercera noche que oscila entre la primera y la segunda noche.
4) La pequeñísima desembarcada llora siempre.
5) Todas las gamas de la noche caen por el embudo de las reminiscencias.
6) La pequeña fugitiva corre en busca del equilibrio cósmico.
7) Un resto de la primera sonámbula, que ha venido de un sueño o de un libro leído en otras noches, se da de comer en un ritual entre caníbal y tierno.
8) A fuerza de no existir las sonámbulas pequeñísimas acaban por enredarse en mudos acoplamientos de tinta espesa sobre el libro del poeta portugués.
9) Me quedo allí, donde está ella, la pequeña sonámbula fugitiva que se quita los zapatos. Podría ir al jardín zoológico pero es todavía noche oscura.
10) Antes del amanecer, se deshilan las pequeñas sonámbulas con sus claves de peces en pareja dirigiéndose al mar.
Es un peligro. Escribir con el talismán por el piso es un peligro. Beber sorbos de pequeñas sonámbulas, alojar en el altillo instantáneos dragones es un peligro. Alterar el rumbo de las nubes, es un peligro. Esconder un mensaje en la boca de las nubes es un peligro. Los cielos se podrían desmoronar. Los dragones podrían domesticarse. Las pequeñas sonámbulas podrían despertar. Los árboles podrían segregar su voz de sombras. El mensaje podría salvar al mundo. O a dos que están en el mundo.
Es preciso entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas. De nada sirve entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas. Esos mínimos continentes inexplorados, donde la luz no ha penetrado hasta ahora, son un peligro.
La noche trata de ser algo diferente de sí misma. De nada sirve a la noche ser igual a sí misma.
Respiro. Pienso en la posibilidad de ser yo el aire. El aire que se respira muy temprano y se sigue respirando hasta muy tarde. Algo tan modesto como el aire, pero con un mínimo color de azucenas, con un imperceptible aroma azulado que suba hasta la memoria con el suave peso de la luna. Una ráfaga
no. De nada sirve ser una ráfaga. Un aire que llega por oleadas, que acompaña a veces como un rumor.
Alcanzo a ver con la luz de la noche y todo lo que está lejos se acerca. El mensaje que llevan las nubes es cierto aunque viaje por un nivel más hondo que el sueño.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-35771-2012-09-29.html






MARÍA LUCILA*

"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"

Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-


El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, se entero de mi interés por escribir sobre la estación María Lucila del Midland. Dice que va a contarme algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con la antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de suplica.

-Y porque a mi me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.

Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí y la llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.

Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización cuando el Midland paso a ser parte del ferrocarril Belgrano, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubilo.

Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.

Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.

Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

(....)

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.

Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.

Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.

Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.

La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.

Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.

Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.

Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.

Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.

Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.

Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.

Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar.

Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido. Yo te recomiendo que seas un hombre...

Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

***

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabre si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.

La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.
Allí vivía mi madre. ya envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni televisión.
¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.

(....)

Sabía del suicidio de Alejandra y le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:

"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.

*

Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que le dieron en el hospital donde se observa que en los últimos años sufrió demasiado.
Muy poco para un enigma de más de 30 años.
El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y me lee otra frase de Pizarnik remarcada con birome azul:

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.
Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo. Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he podido contar son historias de vida de gente feliz.


*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar




***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
 
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


 BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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miércoles, septiembre 26, 2012

UN PUÑADO DE MOLÉCULAS Y DE ENTROPÍA...


*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.




LA ESCRITORA*


En cierta isla, en una casa cercana a la costa, alejada de todo contacto humano, vive una escritora. Había alcanzado la fama, tiene un hijo, diríase que había cumplido sus metas; pero un día, sin previo aviso, se sumió en el aislamiento, tras percatarse de que con esto podía ahuyentar a la muerte.

Su madre había fallecido de una enfermedad repentina hacía un tiempo. Cuando exactamente un año después murió su padre, nadie sino ella pensó en la reiteración de las fechas. Al morir el mayor de sus tíos al año siguiente, comenzó a tornarse paranoica.

No dijo nada, aguardó hasta poder comprobar su teoría, que respetaba un orden rigurosamente descendente - la madre era mayor que el padre, el tío era el hermano que seguía al padre… -. Cuando fue avisada del fallecimiento de la hermana de su madre, comenzó a hacer las maletas. Incapaz de soportar la noticia de la muerte de su hermana mayor, de condenar a su hijo a tal destino, decidió romper la cadena. Sin dar explicaciones, emigró a esa isla alejada del tiempo; tras dejar varias indicaciones a sus
familiares y editores.

En una cabaña sin radio, reloj, televisión, teléfono o calendarios; sin recibir prensa o correspondencia, ni siquiera las ediciones de sus propios libros; vivió diez años, en lo que consideró un feliz retiro. Escribía sin prisas, sabiéndose eterna; enviaba los manuscritos a su hijo a través de la única persona del pueblo con la que tenía contacto, un mensajero nativo que conocía su obsesión y la respetaba, quitándose el reloj al entrar en su propiedad.

El dinero le llegaba en efectivo, en sobres amarillos, siempre iguales, dentro de otro sobre que mutaba con el paso del tiempo y que el mensajero destruía, para entregar con honestidad a toda prueba el sobre interior. De ahí ella iba sacando para los encargos con los que suplía sus escasas necesidades, exigiendo siempre los mismos productos naturales, para evitar las fechas de fabricación o vencimiento. Las gentes de la isla se acostumbraron a su presencia, o más bien a su ausencia.

Así transcurría su vida, sabiendo que si no tenía conciencia de los días, ellos no la tocarían con su signo de fatalidad…

Una mañana, al abrir el sobre, observó algo inusual y cayó fulminada. La causa de su muerte se atribuye a la emoción de haber recibido un importante premio, otorgado a la obra de toda una vida… Al menos fue lo que pensó el mensajero, al quitarle de la mano el recorte de periódico donde aparecía la noticia, sin saber que marcaba la tan temida fecha.

“Es una pena que no haya ido a recibirlo”, pensó mirando el borde del papel, “el periódico tiene ya dos meses. Tal vez el hijo esperó a cobrar el importe y le adjuntó la buena nueva, a modo de explicación”.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba






UN PUÑADO DE MOLÉCULAS Y DE ENTROPÍA...







Beatriz*


*Un cuento de Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com

 a B.V.



... "Ella se llama Beatriz
tiene olor a la mañana" ...


¿Sabes de que me río Beatriz?. Ya sé no me digas nada, porque de tanto pensarte, es muy difícil que pueda, algún detalle borrarte.
Te lo dije el primer día, cuando muy bien no sabías si seguir o retirarte; tus manitas apretadas, gesto que ni se recuerda, mirándome silenciosa, sin rechazar ni aprobarme.
¡También! ... mi aspecto no ayuda y empeora cuando me empeño, cosa que tú no sabías y hoy es casi una alegría, que como todo buen sueño, solamente con mirarnos lo hacemos cambiar de dueño.

... "Ella se llama Beatriz
y vino de un pueblo blanco" ...

¿Sabes de que me río Beatriz? ... Hace tanto que obedezco y esta alegría me mata si tu inocencia desata los paquetes de mi hastío, trocando en tibio lo frío.
Ignoraste con sabiduría, la cuantiosa letanía, pues tus años verdes no te permitían aspirar a más.
Supe que sabías; sentí que sentías y que era inútil todo el recontar. Con esa frescura de viento marino, barrías penumbras con color a hogar. Es que deslumbrado por tanto milagro, mi pasado magro fue casualidad. Viví lo imposible, que de tu presencia, con olor a esencia, escribir de nuevo o vivir el fuego, era el desafío quizás a intentar.
De campera azul y pantalón holgado, te me apareciste para abrigar sueños algo demorados y pese a lo grotesco, tuve que aceptar.
Es que tú no hablabas, sólo me mirabas y era tan eterna esa melodía, que cuando no estabas una flor brillante te resucitaba y yo echaba a andar.

..."Ella se llama Beatriz
visión de calles estrechas" ...

¿Sabes de que me río Beatriz? Cuando no sabías del olor a primavera; de arder con una quimera, que puede hacerse entre dos.
De tanta bruma gastada en valorar las pasadas, sin darle la frente al sol, que como tú, de repente, me puede hacer comenzar.
No quiero usar el perdón, puesto que ya no hay razón, a partir de tu sonrisa, esa, la que me eriza hasta el verde y el azul.
Lo raro es que ya no entiendo y ni siquiera pretendo que lo pasado es tiempo deshabitado.


..."Ella se llama Beatriz
y tiene el sol a sus espaldas" ...

¿Sabes de que me río Beatriz? De tanto tiempo quemado sin saber de dónde y cuando, no siquiera en que lugar, porque en el peregrinar, se pierde al andar buscando, olvidando que aguardar, a veces suele ayudar para seguir encontrando.
Por eso, cuando remontas, gracilmente y de mañana, la loma de arena blanca, eres la vida que canta, antes que el después vacío, como el sol, barra el rocío.


..."Ella se llama Beatriz
es eterna como el tiempo" ...


¿Sabes de que me río Beatriz? De luchas e ideologías; de mezquindades sentidas, por carecer del motivo; ignoraba que contigo anochecer se hace día. Comprendí que la búsqueda soñada, puede estar en la mirada que me aguarda al regresar, sin importar el lugar, la razón o el accidente, sólo tu piel es presente, que sin un gesto me indica y evita la confusión, tal vez la explicación, que a tu presencia claudica.
Es quizás por todo eso, que tanta risa me ahoga, haber dejado pasar, sin el gesto del que ruega, la miel de esta vida breve, pues con los errores leves para tamaña injusticia, confundí amor con delicia, en el momento crucial de tanto sueño final.


..."Ella se llama Beatriz
es viento vino y ventura" ...


Ya no me río Beatriz. Se va a despedir la tarde. Es que quiero hacerte madre, antes que la oscuridad, con formas de adversidad, pueda obligarme a dejarte.
Sabes a que me refiero. Debo apurarme si quiero esto poder enviarte, aunque ya escucho los pasos, me tomarán de los brazos y yo no debo salir; sólo pretendo seguir, encendido con tu tiempo, con mis lágrimas quemarte, regalarte eternidad, antes que la soledad, pueda venir a abrumarte, aunque sepas que a mi abrigo, hecho de sol y promesas, podrás cada vez que quieras, volver invierno en tibiezas, con tan sólo recordarme.
Ya no me río Beatriz. Debo dejar de contarte. Ya no podré enviarte mi pedido a aquel, tu Dios. Es que debo hacer silencio ... y si no fuimos comienzo ... nunca seremos adiós ...


Miré la carta nunca remitida, una vez más; comprobé, distraídamente, que los diarios locales, en menor o mayor medida, reproducían sus términos, sin exigirse demasiado en la investigación del asunto.
El fastidio inicial, cuando el policía que intervino  y el jefe de guardia del psiquiátrico, me asediaron obsequiosos, para que guardara el curioso testimonio, fue aminorando, a medida que tuve acceso a la verificación de aquel tortuoso caso comprobando, efectivamente, la carencia de lazos sociales externos, del muerto.
Luego del infeliz rodeo, iniciado en un orfanato, donde manifestara los primeros síntomas de alteración mental, estos, lo fueron derivando a través de diferentes hospitales, hasta el último, donde tomara su decisión, situado en un paraje agradable, lejos de rutas pobladas, al pie de una colina que parecía protegerlo de los vientos helados del invierno.
Cuando ingresé en ese páramo, que resultó ser su vida, sin referencias anteriores que probaran alguna inclinación a la escritura, siquiera como hábito, mi interés se estimuló gradualmente. Ante lo incongruente de la situación. Aislado, durante su treinta años, diría excesivos frente a la vaciedad, sin vínculos con el mundo de afuera; un ajeno total, epilogando con un alegato discutible pero cálido, su imagen se acomodó en mis pensamientos, como un enigma. En definitiva, la prisa por morosas definiciones, impulsó a aquellos funcionarios a anticiparme la información sobre el suicida. Ambos, poco dispuestos a soltarse, en discernir cuestiones para un fabulador, como sospecho, me tenían identificado.
La asombrosa mención del pueblo blanco, al otro lado de la colina, con calles estrechas, como detenido en el tiempo, fue el rasgo saliente que capturó mi atención, prescindiendo de la destinataria, una elaboración casual de alguien desquiciado, signado por la desgracia y el abandono, temibles aliados de "Monsieur", según Durrel.
El sábado, me dormí con esa posibilidad latente, inexplicable. La mañana luminosa del domingo, predisponía a vivir, por lo tanto me hallaba distante de la sombría noche anterior. Dispuesto y de buen ánimo para la ida, atravesé la sala, cuando suaves golpes a la puerta, me hicieron echar una mirada, instintiva, al sobre abandonado sobre la mesa. Abrí y tropecé con una mirada inquisitiva gris verdosa. Una figura de cabellos cortos, enfundada en campera azul, las manos en los bolsillos, voz suavemente grave, de una indefinible juventud y su pregunta, casi adivinada ...
- Me llamo Beatriz ... ¿Hay carta para mí? ...
 Miró detrás de mí. Entró. Recogió el sobre, tomó mi mano y sin una palabra salimos camino de la colina, del pueblo blanco ...






 Bautismo*



*De Eugenia Cabral ecabral54@yahoo.com.ar



 He temblado junto a la pila bautismal
en la iglesia a oscuras. He temblado al verte de perfil
porque parecías un galo de la Alta Edad Media.
El techo de la nave central es combado y tiene costillas doradas
y pinturas en rojo. Temblaba en esta ciudad americana
y te señalé los santos tallados por aborígenes,
a lo largo de la nave izquierda. En esta ciudad o en esotra.

  
Somos criollos de varias generaciones, argentinos,
de apellido hispano, de cultura rioplatense,
de costumbres pampeanas, de silencios federales.
Si festejamos la patria comemos a la usanza del Noroeste,
si filosofamos lo hacemos a lo porteño
(la zamba marechaleana de la escisión).
En esotra ciudad o en ésta.


 Agradecí a la penumbra que no le permitiese al temblor
avergonzarme. De pronto el ritmo de las frases no coincide,
el temblor ha desencajado alguna articulación.
Como gozne y goce, una es vértigo, la otra, silbo.
Un desplazamiento de placas, un prefacio a la falla de San Francisco.
Pero los desastres de la melancolía se perciben a solas.
Un cloqueo, un chasquido se levanta con dificultad desde la greda
y, anfibio, atraviesa el patio, llega a la ventana.
Los dos somos jóvenes –él de catorce y yo, de doce años- y temblamos,
bajo el hedor acre de las vestiduras,  en el siglo XIII,
ya no somos coloniales y barrosos españoles
desafiando a las autoridades del virreinato:
somos judíos conversos  y sabemos leer.
Después nos convertimos en arrianos y vuelta a perseguirnos.
Más atrás aun en el tiempo, éramos adúlteros y nos lapidaron.
Entonces nos hicimos hinduistas y nos despreciaron.
Cometimos incesto y nos quemaron.
Mezclamos nuestras etnias y nos apartaron.
En esta ciudad y en esotra.
“Amor constante más allá de la muerte”,
nadie podría vencernos, salvo una clara eternidad.


 Miré hacia el altar católico y sentí llegar desde vos
esa como ansiedad fastidiosa, esa exquisita fatiga
que te absorbe hacia los corredores del laberinto,
como los embudos de los ríos serranos a los nadadores angélicos.

Y supe lo de siempre: que, para el gran río,
representamos apenas un sorbo dulzón, como la sangre,
un puñado de moléculas y de entropía.


-Del libro En este nombre y en este cuerpo.






*


Tanto hay para decir
sobre esta orfandad de lengua
en la que me asilo cada noche

Gasas,
...
metros y metros de gasas
una por encima de la otra
hasta cubrir la longitud
de toda mi cabellera
como si atrapando mi pelo
la sangre no se dejara caer

Tengo un agujero en la mano
cada vez que escondo
lo que no he aprendido a dar

Es este amor que se queja
debajo de la costilla
que me transforma en eva
una más de todas
la primera de la fila
en la línea vertical

Mi comedia
no es más que un elástico
atado a cada brazo
y en el medio mi cuerpo
peleando

No sé porque mi nariz sigue llorando
pero si sé que la máscara
se me ha vuelto equipaje
con dos alas de papel.


*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar





  




VIVAN LOS TRABAJADORES Y EL PARO GENERAL*


Tras unas fraudulentas elecciones presidenciales en México,
se pretende, antes de que acabe este mes de septiembre,
aprobar una reforma a la
Ley Federal del Trabajo, cuyo objetivo principal es
dejar a los trabajadores sin alguna defensa legal
ante futuras luchas por mejoras salariales
y mejoras en las condiciones de trabajo,
además de reducir al mínimo los gastos en el pago de salarios
y aumentar las causales de despido.

---


Es decir
y para que me entienda:
todo esto
parece indicar que tengo un problema,
algo que me dicen,
está relacionado con un sombrero...


Es que en todos lados,
en el radio, en la televisión,
hay gente que dice que nos conviene,
que no desconfiemos,
pero es que a diario vemos
que no tenemos para comer,
que aunque se abren
nuevos centros comerciales,
lujosos, con cines y tiendas
con nombres en inglés,
no nos alcanza para comer.


Y es que le digo que el problema
parece ser con la venta de un sombrero...


Pero si se fija bien,
verá que el señor presidente,
los diputados, senadores, gobernadores,
los dueños de las fábricas que lo devoran todo,
los grandes terratenientes y los dueños de las televisoras
parecen demasiado contentos;
Que mientras nosotros trabajamos más
por un miserable salario,
y los anhelos
de quienes gritan por días mejores
tratan de ser diluidos
con gas lacrimógeno,
ellos parecen pasarla muy bien,
claro,
mientras no tengan qué recordar que existimos.


Pero le decía eso del sombrero,
que me lo he encontrado
e intento venderlo...


Y le decía que con esto
de las Reformas a la Ley Federal del Trabajo,
nos dicen que habrá mayor empleo...


¿Y cómo no va a haberlo?
Si por medio de los contratos por hora,
y el abaratamiento de la fuerza de trabajo
que pretenden,
el ahorro en prestaciones laborales
y las ganancias que se logren
gracias a un mínimo pago en los salarios
se convierten ahora en jugoso negocio.


Y nos dicen que
con las nuevas reformas
se incrementará la inversión privada
en nuestro país...


¿Y cómo no va a ser así?
Si quieren vendernos a los trabajadores
como inofensivos animalitos,
que aunque no coman bien,
no gruñen ni se van a huelga.


Pero lo del sombrero,
ya ni recuerdo por qué se lo contaba...


Algún día alguien famoso dijo
que cada pueblo
tiene el gobierno que se merece;
pero yo creo
que tenemos una dignidad muy alta,
y una disciplina
que han querido ridiculizar con prejuicios.
Y nosotros
que trabajamos de todos los modos posibles,
ni siquiera merecemos algún gobierno,
ni tampoco un sistema
basado en los salarios.


Y espero que con valentía
cada vez más sincera y esperanzadora,
logremos quitarnos este parásito
de nuestras espaldas,
aunque en la sacudida
haya quienes se espanten.


Y creo que le decía algo de un sombrero
¿Se acuerda?
¡Bien!
Pues de lo que quiero que se acuerde
aún mejor
es de que aquellos que se muestran
hoy tan compasivos y pacifistas,
son los mismos que se asquean
y desprecian nuestra existencia
y nos temen,
porque sospechan
que conocemos su desprecio.



*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com

-Nota: El próximo 26 de septiembre se está convocando a un Paro Nacional en repudio a las reformas a la Ley Federal del Trabajo, la cual se encuentra dentro del contexto del fraude electoral, y las protestas en contra de la imposición del presidente de la República Mexicana. Existen numerosos eventos de represión al movimiento que está resistiendo en este contexto, y de los más recientes los pueden ver en http://youtu.be/0uj8mMr2k9s y de allí seguirse...




*


Mirada que crece en el silencio, descubre lo oculto, invita.

Cada uno mira desde su lugar, con  lo vivido, lo leido, lo amado, el cine, el teatro, los bares de infinitos cafés hasta la maravilla de la torre de quesos festejados por Calvino con sus sutiles entrecruzanientos de hierbas y cielos. Uno mira  desde su dolor, sus duelos, sus festejos, sus miserias y sus lujos. Con todas las ciudades  que conoció  y algunas que no, y los mares y las calladas montañas. Mira con su cuerpo.Con el silencio. Uno es ahora una, mira a veces  con los pechos, otras con las manos  o el pelo. La piel abre ojos, sentidos, íntimas claves a descifrar. Deletrea el cosmos. Vacía para ver.

Una flor vacila, tirita, espera la posible, cercana primavera.

Una se sale de la foto, quiere ser la otra en el espejo, quiere ser la de la ventana.

Abre la puerta, es mirada en el lugar en el que ya no está la cruz, la medallita milagrosa, la virgen.

Un ícono extraño le cuelga en colores de un país de rías lejanas.

Es mirada ahí en eso que aletea y no se entiende.

Como si el que la mira quisiera saber qué hay debajo.  Parpadea  como para desmenuzarla, como si la ilusión optica  le permitiera mirar debajo del collar que la envuelve, las sedas del alma y  los brocatos de la oscuridad.

El viene de las lágrimas, del bosque donde no cesa de llover.
No quiere mojarla de su tristeza,  la rodea, se va, vuelve

Ella cierra los ojos para ver


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com






***


En   este    Nombre  y en   este    Cuerpo


poemas


Eugenia Cabral


Editorial  Babel.

Prólogo: Víctor Redondo.
Ilustración de tapa: Selva Gallegos.


Presentación:

27 de Septiembre, 18 hs. Museo de las Mujeres (Rivera Indarte 55).
Cordoba. Argentina

Comentará la obra el poeta Hernán Jaeggi.


Algunas de estas historias resultan fantasiosas al oído,
pues remiten a simbolismos mitológicos o esotéricos. 
La curiosidad que despiertan es proporcional a su aura oscurantista.
 Entre esas obras figuran varios relatos que hablan del amor
y son mantenidas en el misterio simplemente para que su descubrimiento
se restrinja a aquellos lectores dispuestos a despertar.
Hay un libro donde los maestros imparten a los iniciados el saber sobre las caricias.
Es un bello tomo ilustrado, una joya bibliográfica. He aquí la reseña de su texto.

-De En este nombre y en este cuerpo. Eugenia Cabral.



***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
 
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


 BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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lunes, septiembre 24, 2012

ESA SED QUE IGNORA PARA QUIÉN CAE LA LLUVIA...


*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.



LA MUERTE DEL POETA*


Todos andan especulando sobre la muerte del Poeta, pero sólo yo sé el verdadero motivo. El Poeta era un soñador, un romántico incurable que tuvo la mala suerte de enamorarse de Yara, que llegó a nosotros brillando como si de golpe se hubieran abierto todas las ventanas, con sus cabellos larguísimos y sus ojos gatunos. Si de veras existe Cupido, no sé a quién iba destinada la flecha, pero dio en el Poeta, que no pudo más que amarla sin condiciones.
Ella, al principio, protestó con tantas miradas insistentes, tantas rimas coladas por su ventana, por debajo de su puerta, tantas flores, pero terminó resignándose al acoso callado, acostumbrándose de tal manera a la presencia de su estructura descalabrada detrás de los postes, de los árboles, de los muros, que lo consideraba una suerte de sombra adicional.
Pensé que aquello terminaría cuando decidió casarse con el futbolista, pero en la puerta de la iglesia comprendió que no podía amar a otro que a su tímido perseguidor y corrió a decírselo. Cuando ella terminó de hablar, él suspiró y dando la espalda huyó hasta perderse de vista.
Luego, llegó la muerte, cuando menos la esperábamos. “Murió de amor... murió de mala suerte... lo mató la borrachera”, vienen murmurando... Sólo yo sé que sintió tanto, tanto, que me dejó escapar en aquel suspiro.
Me quedé mirándolo, sin saber qué hacer.
Lo vi entrar al bar más cercano, allí trató de beber hasta llenar el vacío que se le había formado por dentro. Esperé a que la embriaguez avanzara y aproveché para decirle quién era; al principio dudó, pero terminó por creerme. Lo intentamos, doy fe de ello, mas no pudimos lograr que volviera a ocupar el sitio que me correspondía.
- ¿Qué va a ser de mí? - me interrogó.
No respondí, no siempre se hayan respuestas a nuestras interrogantes. Decidió preguntarle a Yara, que venía en su busca; apenas tenía que cruzar la calle para llegar a su encuentro… pero su corazón se detuvo al primer paso.
Después vino la funeraria, Yara viuda sin haber sido novia, yo adorándola en silencio, lo único que he aprendido a hacer en los años en que fuimos uno.
Todos están equivocados: No lo mató la borrachera, ni la falta de suerte, ni siquiera el exceso de ella, el Poeta no murió de amor... Murió de desamor, porque con la escisión escaparon de su interior los sentimientos que hasta ese instante compartimos, emociones que ahora me abarrotan sin saber qué hacer, pues fue sólo por él que les di cabida.
Partió vacío para siempre de Yara, como cáscara hueca, y me ha dejado a mí, su alma, en esta eternidad de desconsuelo.


*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.

  



ESA SED QUE IGNORA PARA QUIÉN CAE LA LLUVIA...






LOS TIOS*

          

*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Con mis tíos era distinto porque habitaban los espacios abiertos y su predisposición conmigo era amable. Siempre estábamos vinculados por una complicidad y una camarería que nunca tuve con la severidad de mi padre, de suyo austero y autoritario.
Lo bueno de todos modos era que él confiaba en sus hermanos y me permitía acompañarlos en esas travesías de campos abiertos, hasta donde se tocaba con la punta más lejana del cielo, allí donde parecía imposible de alcanzar porque nos separaba de esa línea un fervor alto de gaviotas que ayudaban a simular un mar de tierra arada.
Pero antes de esa línea había mojones de agua que las lluvias estancaban en los bajos y que formaban lagunas con su flora y su fauna proclives a convivir en ese microclima que a mí no sé por qué siempre vinculaba mi deseo con el mar y con los libros de aventuras que leía de prestado entre los escasos compañeros de primaria que podían acceder a ese tintinear de monedas esquivas.
Es probable que ya Emilio Salgari habría entrado en nuestras vidas con su saga de piratas que accionaban sus aventuras en mares remotos, en lugares que se llamaban Malasia o Mompracem, cuya pronunciación nos era familiar porque todos pasábamos nuestros ojos por esas letras que antes no habíamos visto juntas, pero que a fuerza de repetir ya nos eran familiares como la Cañada de Company o el Noventa o el Bajo de La Portada o la escuela rural de Colonia Terrasón.  Todos estos lugares eran visitados por mis tíos en sus usuales incursiones de caza donde era  más que frecuente  mi acompañamiento que no ocultaba mi anhelo de que alguno me permitiera usar una de esas armas mortíferas que mi padre me tenía prohibido siquiera tener en las manos. Todo esto se hacía más interesante desde que con seguridad yo contaba con la discreción de todos y cada uno de ellos. De todos ellos, seguramente el viajero era el Kelo, que luego de sus rigurosos dos años de conscripción en la Marina de Guerra, se enganchó en la Mercante y recorrió los mares del mundo durante años, encendiendo a más no poder la imaginación del sobrino que se quedaba esperándolo viaje tras viaje mientras usaba ese tiempo vacío cazando alborotadores gorriones y leyendo numerosas revistas de historietas, tratando de cumplir con las tareas escolares para no sufrir el castigo paterno, ya que se proyectaba sobre mi breve humanidad la frustración de no haber podido hacer sino un año de primaria por el autor de mis días. Como era el mayor de ocho hermanos mi abuelo lo ponía a trabajar en el campo y sólo muy de vez en cuando, es decir cuando las tareas rurales tan duras de entonces le dieran un hueco para asistir a la escuelita rural o en su defecto a una chacra donde algún padre también con muchos hijos, pero con otra disponibilidad económica traía  un maestro a su casa para que alfabetizara a su prole.
Los otros hermanos estaban sujetos a los ciclos de las cosechas. Juan, ya casado, buscaba horizontes por otro lado acompañado por Pancho. A veces iban a las cosechas y a lugares lejanos y como los dos eran muy afectos a los naipes, no era raro que antes de llegar a sus casas se jugaran todo el jornal habido con grandes sacrificios.
Había que salir de nuevo, de inmediato, previo pedir algún préstamo para pagarse el viaje, esta vez quizás más lejos y con menos posibilidades de conseguir un buen pago porque irían adonde las cosechas no rendirían lo deseable.
Quedaban los menores aún en la chacra paterna, quienes fueron de algún modo más amable mis compinches porque no eran demasiado mayores que yo. Y las incursiones también podían reducirse a ese gran canal que atravesaba el campo de don Luis Burki, que el abuelo en ese tiempo arrendaba.
En los tiempos de lluvia abundaba la pesca y nos podíamos pasar tardes enteras allí, siempre cuando el trabajo no apremiara, ya que mi abuelo siempre  encontraba algo para hacer, porque él, según repetía no quería vagos en su casa.
De todos modos mis tíos se las ingeniaban para conseguir una tarde de pesca o de caza de patos a un bañado cercano.
Y allí habitaba  una fauna muy vistosa de patos silvestres y de garzas moras o blancas, o esas nubes misteriosas de flamencos rosados que manchaba ese cielo tan intensamente celeste, que solo están hoy en mis pupilas infantiles cuando el mundo recién empezaba y yo atravesaba ese espacio de alfalfares  verdosos con mi cañita al hombro, protegido por mis dos tíos menores y que daría para contar mil anécdotas cuando nos reuniéramos en esa Cortada querida, que como tantas cosas ya se tragó el gran olvido  irremediable y seguro.






Húmeda comezón*


No es lo que moje el poema
sino su música la que estalla en la ventana
como una mosca prendida fuego

Ahora una pequeña muerte
se desliza boca abajo por el vidrio
dejando en su huella
la herida de un beso

Había subido yo a ver quien llamaba
y la escalera perdió su encanto
tras el último movimiento de mi pie

"No sé bajar"
le dije a mi madre,
alguien supo como torcerme los tobillos
mientras este mundo
se hacía añicos
debajo del espejo de los años

Edades, edades, edades,
todo es una colección de huesos
con una leyenda como nombre
para cada una de las décadas

Y yo no soy de tener
una batalla de femur sobre la cama
sino un jardín de huesos hechos de agua

Tal vez por eso
tuve que improvisar el último verso
y no romper el esqueleto
de mi insomnio acuático


*De Marcela Lokdos. lokdos1@yahoo.com.ar






Música de otro planeta*



*Por Juan Forn



Africanos que llegaban a Detroit a fines de los años ’30 no había muchos, y que vinieran de Mali y fueran musulmanes, menos. Pero la pujante Ciudad del Automóvil era uno de los pocos lugares de Estados Unidos donde un africano de Mali podía conseguir trabajo. No sólo eso consiguió Alí Touré en Detroit, también se agenció una esposa blanca y auténticamente judeoamericana, que le dio un hijo, a quien el padre decidió bautizar Marvin Pontiac para hacerle la vida un poco más fácil que la suya. Dice la leyenda que Alí Touré supo enseguida que la mala suerte lo perseguía y abandonó a su esposa e hijo. Pero cuando la madre de Marvin fue internada en un psiquiátrico, el padre apareció de la nada y se llevó al pequeño a Bamako, capital de Mali, donde Marvin permaneció hasta los quince años. Poco se sabe de él durante esa década. Tampoco se sabe cómo volvió a Estados Unidos: las leyendas no son especialmente meticulosas en los detalles, prefieren el salto de mata, y la escena siguiente de esta leyenda nos muestra al adolescente Marvin tocando blues con su armónica en los bares de Maxwell Street en Chicago, donde una infausta noche es acusado de plagio por Little Walter y derrotado en una pelea a puñetazos, episodio tan humillante (Little Walter medía menos de un metro cincuenta) que le cerró las puertas de todos los bares de Maxwell Street. La leyenda dice que Pontiac llegó a Slidell, Luisiana, con una banda de ladrones de bancos, pero la adrenalina no era su combustible y terminó quedándose en aquel rincón de Luisiana trabajando como ayudante de un plomero.
En 1952 tuvo un fugaz suceso con su canción “I’m a doggy” (prohibida en la radio por la controvertida frase “Soy un perro, apesto cuando estoy mojado”) y la hermosa balada “Pankakes”, melodía en la que se basó poco después el himno nacional de Mali. Pontiac intentó sin éxito en los tribunales pelear por las regalías africanas de su canción; los gastos legales y los turbios manejos de la compañía discográfica para la cual había grabado (Acorn Records) lo dejaron sin un cobre y con una desconfianza de por vida hacia la industria del disco. Siguió tocando sus canciones en el descuidado jardín delante de su cabaña en Luisiana, adonde le llegó la noticia de que Jackson Pollock sólo era capaz de pintar cuando escuchaba su música, pero ni siquiera por esa razón aceptó volver a grabar.
Nada se sabe de la opinión de Pontiac sobre la obra de Pollock ni de la influencia que pudo tener su negativa a grabar en el suicidio del pintor, pero sí se sabe que, en 1969, Pontiac se presentó en la redacción del único diario de Slidell vestido con turbante y túnica blanca y declaró que había sido contactado por seres extraterrestres, los mismos que veinte años antes habían llevado a su madre a la insania, y que se proponía dedicar el resto de su vida a componer canciones para esos esquivos alienígenas, hasta que su madre recuperara la cordura o el resto del mundo reconociera la existencia de esa civilización superior. Acompañado de su guitarra acústica y de su único camarada, un vecino ciego llamado Roger Marris, que grabó a escondidas y conservó para la posteridad aquellas melodías, Pontiac tuvo una fiebre creativa durante la cual compuso sus mejores canciones (“Runnin’ Around”, “Bring Me Rocks”, “Arms & Legs” y “No Kids”, entre ellas) en un estilo que fusionaba entonaciones africanas con el lamento del blues, climas obsesivos con estallidos de alegría que podrían definirse como psico-funky y letras decididamente peculiares, por no decir insanas (el estribillo “Aluminum! Aluminum!” repetido hasta el infinito es muestra fiel).
En 1972, Marvin Pontiac fue internado en un hospicio por circular desnudo montado en su bicicleta por las calles de Slidell. Varios estudiosos del blues fueron a entrevistarlo en la institución psiquiátrica, pero él sólo aceptaba hablar de su madre y los extraterrestres, y entraba en pánico cuando intentaban tomarle una fotografía (las únicas que se conocen son borrosas y fueron tomadas en el hospicio por uno de los guardas, sobornado por un estudioso del blues fanatizado con Marvin). Liberado o escapado del hospicio en 1977, con la colaboración de su fiel escudero Marris, Pontiac llegó hasta Detroit, que para entonces había dejado de ser la pujante Ciudad del Automóvil para convertirse en un gigantesco cementerio de coches y fantasmas, entorno ideal para hacer contacto con seres de otros planetas. Pero a la primera distracción del fiel Marris, nuestro héroe salió desnudo a la calle, desapareció detrás de un bus que pasaba y nunca más se supo de él.
A fines de los años ’90, el nombre de Marvin Pontiac parecía haberse perdido para siempre en el anonimato hasta que el escritor de policiales Elmore Leonard lo mencionó en su novela Blues del Mississippi. Allí, un narcotraficante fanático del blues obliga a sus secuaces a escuchar día y noche sus discos de Muddy Waters, Willie Dixon, Sonny Boy Williamson y el que más le gusta de todos, nuestro Marvin Pontiac. El mundo del rock adora las leyendas, y ésta venía con slang incorporado (lo mejor que tienen las novelas de Elmore Leonard es la voz de los personajes). El sello Strange & Beautiful Music creyó que el libro desataría una fiebre reivindicativa de las canciones de Pontiac y editó el disco The Legendary Marvin Pontiac’s Greatest Hits. El productor era John Lurie y, según la ficha técnica, en los catorce temas del disco tocaban John Medeski, Marc Ribot, Michael Blake, Art Baron y Jamie Scott. Las liner notes del disco contaban la historia de Pontiac, pero no decían una palabra sobre la grabación, salvo que el ciego Roger Marris había entregado las cintas originales antes de morir en una cama del hospital de Bellevue. En cambio, traía elogios consagratorios de los músicos más diversos: “En mis años de formación, no hubo influencia mayor que la que produjeron en mí las canciones de Marvin”, declaraba Flea de los Chilli Peppers; “Pontiac es tan inconteniblemente adelantado a su época que sus canciones parecen compuestas hace medio minuto”, decía David Bowie; “Todas las innovaciones posibles en la música están ahí”, decía Beck; “¡Guaaah!”, decía Iggy Pop; “Una Revelación, con mayúscula Revelación, por favor”, decía Leonard Cohen; “Mi guardaespaldas no escucha otra cosa”, decía Michael Stipe de REM.
La crítica fue obedientemente unánime hasta que alguien comentó que Pontiac sonaba tan africano como los discos africanos de Paul Simon, y otro señaló que la voz de Marvin sonaba sospechosamente parecida a la legendaria voz grave y rasposa de Lurie. Cinco minutos después empezaron los llamados de la prensa a casa de Lurie exigiendo aclaración. El se limitó a decir que no había ninguna evidencia de que Marvin Pontiac estuviese muerto, y que ellos se habían limitado a tocar y tocar los temas en el estudio que la Strange & Beautiful les había puesto en Nueva York, hasta que la voz de Marvin se hizo presente. El disco pasó a saldos al día, pero si llegan a pescarlo por ahí van a ver que es música de otro planeta.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-203880-2012-09-21.html





*


Podría morir en este instante
la flor o la fragancia
y nuestra mano ignoraría
el color de ese perfume
dispersado por el aire.
...

No pasar ese muro jamás
Quedarnos sin saber como sería.

Podríamos morir a cada rato
y en ese último segundo atroz
desnudos en medio de lo oscuro
mirarnos sin piedad,
y partir
o quedarnos
y que se quede en la piel
esa sed
que ignora para quién cae la lluvia


*De Alejandra Morales.






EL VIEJO CAPITÁN*



Día tras día a la misma hora.
Cuando el sol pasaba por su ventana del living de su departamento en el cuarto piso.
El hombre se sentaba a fumar su pipa mirando al este. La vista fija. Una estatua que apenas cobraba vida por debajo del movimiento del humo.
Para nosotros que lo veíamos cada tanto desde nuestra ventana del 8º piso era un viejo capitán de mar. Quizá por la pipa y la barba enrulada y blanca.
En invierno se colocaba una gorra gris de abrigo igual a la que usaba mi padre y que un día de 1996 decidió regalarme.
Un loro grande del color de los loros que cada tanto se paraba sobre el hombro derecho a tomar sol con su dueño. A su izquierda se veía una gran jaula con un canario amarillo que saltaba de un palillo al otro, de este a oeste.
El loro y el canario parecían ser sus únicas compañias.
No podíamos ver la figura completa de ese hombre al que sólo veíamos y conocíamos sentado de cabeza a la cintura, pero imaginábamos que tenia una pata de palo y como en las películas de los piratas podíamos oír un lejano eco del golpeteo de su pata de palo cuando se alejaba del timón por la cubierta de su fragata.
Era sólo eso. La imagen de un hombre viejo viendo por la ventana hacia donde unos kilómetros más allá el río de la plata inunda las costas del balneario de Quilmes en las sudestadas. Durante la hora u
hora y media en que el sol bañaba de luz y calor su ventana. Luego, en su camino al oeste el sol quedaba oculto por la altura del edificio -15 pisos- dejaba luz pero ya no rayitos en invierno ni latigazos en verano.

Una semana completa de invierno llovió y llovió y no tuvimos sol.
Cuando volvimos a buscarlo con la mirada atenta al ventanal del 4 piso, la persiana estaba baja.
Así uno y otro día y meses también, hasta que ya no esperamos encontrarlo en su puesto de lucha.
Se habrá muerto, -dijo mi hijo.
No se. Quizás volvió a navegar. Y está en su nave persiguiendo al horizonte.
Hasta descubrir con sus propios ojos el nacimiento del sol emergiendo desde el fondo del mar -dije yo, con mi habitual negación a la muerte.

Lo cierto, es que también desapareció aquel enorme bote colgado de gruesas cadenas que el hombre tenía a la altura de su ventana del living.


*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com






La primavera empuja*


Empuja los colores, las esencias, las telas botánicas, las substancias, con el ardor de lo que se transformará en verano, con el oro lejano del otoño, con músicas que tejen en el cuerpo esplendores de selva, con jardines a tientas, jardines emplumados, jardines de corales en el mar. Explosión, universo, paraíso pequeño. La primavera cuando está por llegar, cuando asoma, es más, anticipa un juego de tardes y de pieles, es un incendio prometido, una revolución que no se estableció, en desequilibrio, con las calles regadas de cantos.
La primavera como la revolución necesita de muchos, de voces, caminatas, flores, sueños, deseos que el invierno adormeció y el sol y el árbol.

La primavera es lo íntimo que se desborda.

Es el adentro y el afuera en la frontera de la piel. La primavera es un comienzo, la pasión incesante de la vida que se entromete, se enseñorea y trama sedosas sensaciones para los paseos de la sangre. Son poros como ventanas, galas, gotas, sonidos.
Lo múltiple, ternura desnuda que busca. La primavera cuando empuja, es un Tsunami, la gran ola de la vida y un pequeño ramito de albahaca.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com





***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
 
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


 BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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domingo, septiembre 23, 2012

POR LOS CAMINOS DE FIERRO...

Abjurar del nombre de Ferrocarriles Argentinos es como entregar la bandera de nuestra identidad al colonialismo.
Juan Carlos Cena
*Imagen: Tapa de "Ferrocarriles Argentinos Destrucción / Recuperación" de
Juan Carlos Cena.



*


Hace 155 años sonó el primer campanazo para que comenzara a marchar el
primer tren. por Los Caminos de Fierro.
En los países coloniales, dominados o dependientes como el nuestro, la
cuestión nacional es el primer eslabón de la lucha transformadora para
construir un país libre, digno y soberano, que merezca ser vivido.
Los ferroviarios siempre hemos dicho que el ferrocarril es una Cuestión
Nacional, por lo tanto, planteamos y sustentamos que debe volver a ser un
Sistema Integrado de Transporte, Comunicaciones e Industrias administrado
por el Estado Nacional. La Empresa que proponemos y necesitamos debe ser:
Propiedad del Estado (no de un gobierno), descentralizada y
desburocratizada, donde se combata la corrupción desde el primer momento,
con regionales o zonas que tengan un auténtico poder de decisión y coordinen
entre ellas armónicamente por toda la geografía del país. Las zonas tendrán
que ver con el desarrollo de las economías regionales.
Deberá ser un servicio público, que cumpla una función social y, que entre
sus características principales figuren la de transportar todo a todas
partes y en todo tiempo, con la regularidad obligada de sus servicios. Sin
estas premisas, será un acarreador de mercancías y productos a puertos o
zonas de intercambio, como en los tiempos del colonialismo inglés y no
jugará ningún papel en el desarrollo integral geoeconómico de la Nación. En
el firmamento político nacional no apreciamos ninguna ponencia, plan o
proyecto serio, ni del gobierno nacional ni de las fuerzas políticas
opositoras. Solo enunciados plagados de consignas como si fueran proyectos.
El ferrocarril es una herramienta estratégica para el país y su pueblo. Es
impulsor del desarrollo social, económico y geopolítico de la Nación. Este
rol trascendente desapareció en manos privadas, porque el único fin de los
concesionarios es y será el lucro.
La reconstrucción debe venir de la mano de los técnicos ferroviarios idóneos
y honestos, no pueden retornar los funcionarios corrompidos que estuvieron a
la sombra del boicot y liquidaron la empresa ferroviaria. Reconstruir los
ferrocarriles es reconstruir la Nación para que integre de nuevo el país,
beneficie a las economías regionales, restablezca la conexión perdida entre
pueblos y regiones, y para que en todos los pueblos abandonados retorne la
vida.


*Texto de contratapa de "Ferrocarriles Argentinos Destrucción /
Recuperación"
de Juan Carlos Cena. ferrocena2003@yahoo.com.ar






POR LOS CAMINOS DE FIERRO...

-Selección de textos que integran el libro "Crónicas del Terraplen" de Juan
Carlos Cena.






EL  MAIZAL  ENCANTADO*



 A Samuel Sánchez, por deslumbrarnos con sus invenciones.


 Era como viajar entre dos murallones verdes, erectos y en permanente
balanceo, sólo la faja negra del asfalto y nosotros rompíamos esa monotonía
especial del maizal, que se unían allá, en los confines, con la traza del
camino. Ni pájaros, ni cantos, ni trinos, ni zorrino cruzando la ruta, ni
lagartijas aplastadas y secas, nada.
 -¿Por estos lugares se vino a vivir el Cina-Cina?
 -Si. No le quités la mirada al croquis, que en una de esas por charlar nos
pasamos.
 -Hay que tener ganas y no se qué en la cabeza, para elegir este paraje para
vivir y decir, cuando te mandó el croquis o esa especie de semi mapa en la
carta, que le encantaba el lugar. Vaya encanto.
 -Lo que pasa que vos no lo conocés al Cina-Cina, es un tipo especial, ya
vas a ver, te va a encantar.
 -Pero debe ser de antaño, si era conocido del Porfirio, tu Viejo, y ya era
nombrado, -insistía la mujer del Negro que viajaba incómoda y medio de
prepo.
 A pesar de los diálogos que mantenía con su mujer, el Negro se andaba
rodeando de silencios, orillaba ese territorio, solo eso, por ahora;
pensaba, y pensar así, orillando los silencios, era una señal no visible de
que en cualquier momento se rajaba, no cualquiera, desde afuera, detectaba
ese tránsito. Todo se mezclaba en el Negro, era un revoltijo de cosas
pasadas, presentes, el devenir, como si una cinta transportadora los
expusiera, cuestiones mixturadas con anhelos, frustraciones, interrogantes.
El silencio avanzaba. Rumiaba. Le molestaba la incomodidad de su mujer, no
entendía nada. Decidió, por fin hablarle del Cina-Cina, en una de esas se
calma y lo deja masticar los silencios tranquilo más tarde.
 -Es un tipo especial, -comenzó- siempre lo fue. Lo conocí por los sesenta.
Se presentó en la oficinas Centrales del Ferrocarril Belgrano. De entrada,
como pidiendo contraseña, me preguntó sí yo era hijo del Porfirio y sobrino
del Cacho. Al responderle que sí, que lo era, dio media vuelta y se fue. Al
rato regresó.
 -Fui al mingitorio, no daba más. Tengo derecho a mear, y en definitiva
prefiero pasar por guarango y no que se me reviente la vejiga, además, el
aguantar te jode la próstata.
 Se paró bien de frente a mi escritorio. Estaba trajeado, por esos tiempos
fumaba, de piernas abiertas balanceaba el cuerpo, de manera que su badajo
cayera a plomo, y se moviera libre. Se vestía como un ciudadano, pero era un
tape (gaucho del noreste), la parada lo denunciaba. Me interrogó, preguntó
por mi viejo y mi Tío, sus amigos, eran amigos del pago, San Cristóbal, al
norte de la provincia de Santa Fe. Vaya a saber desde cuando, la misma
maestra, los tres ferroviarios. Yo escuchaba. Y lo seguí escuchando desde
ese día siempre, en sus cuentos, narraciones, invenciones, en sus
fantásticas mentiras; toda una cultura, donde se mezcla la imaginación del
que escucha con la del que transmite, en su narración o cuento, y que es,
seguramente, parte de la imaginación colectiva. El arte de escuchar y
acumular, es primario al de inventar, es que por esos parajes, primero se
aprende a escuchar y luego, cuando el escuchador se siente pleno habla, todo
un encantamiento.
           El Cina-Cina, anduvo y vivió por todos lados, se jubiló en
Córdoba, se había hecho medio cordobés, pero seguía siendo un tape.
Enriqueció por esos aires su caja de cosas escuchadas, y en una de esas
aparece en Mendoza. Los hijos lo convocaron con sabiduría, querían que sus
descendientes, es decir, los nietos del Cina-Cina, aprehendieran cosas que
sólo el sabía y podía contar.
 -No debe ser para tanto, -dijo la mujer del Negro que se llamaba Isabel-
debe ser medio charlatán, engrupidor y encima de andar chocheando; también,
con los años que calza, como para no.
 -Fíjate en el croquis no sea cosa que nos pasemos, el callejón tiene un
cartel que dice: Estación El Maizal.  -Mirá el nombre que le vino a poner al
callejón, original.
 -Lo volví a encontrar en tierras mendocinas. Estaba igual, -mi mujer me
fastidiaba, así que decidí seguir hablando- parece que de noche dormía
dentro de un tonel con grasa, ni una arruga, lisito, la misma percha, pero
siempre tape; andaba medio incómodo con los menducos (mendocinos), no lo
entendían, decía: -Fijate mi rutina, me levanto temprano, verdeo en la
cocina, hojeo el diario "Los Andes", salgo a caminar, al regresar me dedico
al jardín, a los pájaros -me miró y prosiguió, yo comenzaba a abrir la boca
en trance de ser pitonizado- Les cambio el agua a los pájaros, es que les
puse unos tarritos en las horquetas de los árboles junto a otros con
alpiste, mijo, maíz partido, cuando termino la preparación ritual, les silbo
y se desprenden de los álamos, aguaribay o los eucaliptos en bandadas y es
una sinfónica de trinos; aunque yo esté encaramado todavía entre las ramas
invaden el árbol, pasan por encima de mi osamenta y si tengo algún granito
de suelto lo picotean, no se asustan. Eso sí, ellos esperan mi silbido y
recién se largan como escuadrillas en picada. Me bajo, los miro, los escucho
y me digo: -No tenés pajarera Cina-Cina... A veces se descuelga algún
atrevido gorrión antes que los otros, lo reto, pero no se vuela, me mira con
ese rostro plumudo y percibo sus gestos de avergonzado en el movimientos de
sus
pequeñas plumas. El otro día, esperando al menduco que camina conmigo todas
las mañana encontré a dos perros atorrantes meándome los rosales. Cuando
salí por la puerta que da al patio, embocadura por donde mi mujer me indica
que la mateada ha terminado y me raja, ya no me soporta, es el momento
cuando comienzo a volar con mis fantasías mañaneras, tantos años escuchando
lo mismo, como para no. Bueno, decía que salía y es cuando sorprendo a dos
perros callejeros con las patas levantadas meta mear. Me quedo quieto, por
eso de que es muy jodido y hace mal interrumpir el meo de golpe, sea perro o
humano. Esperé. Bajaron la pata y salí. Se sorprendieron. Quisieron rajarse.
Les grité:
¡Alto!, quedensé donde están. Se quedaron. Se acomodaron frente a mí, patas
y manos abiertas, las cabezas medio gachas y con los ojos bien abiertos. Les
dije y bien fuerte: se me sientan -se sentaron-, no les da vergüenza andar
meando plantas ajenas, esos son mis rosales. Vean, vean como los cuido,
tiene hasta un anillo de algodón en el tronco con DDT para las hormigas,
ustedes vienen lo mean y a la mierda el DDT, las hormigas agradecidas, no me
vengan con el verso de que quieren marcar territorio.
 El menduco que camina todas las mañanas con el Cina-Cina presenciaba la
escena desde la iniciación con la boca abierta, un rato más y se le llenaba
de moscas.  Los perros ante cada afirmación del Cina-Cina se miraban de
reojo girando un poco el pescuezo, movían sus cejas, gruñían despacio pero
escuchaban atentamente, con la cola tiesa.
 -Yo nunca los agredí -proseguía el Cina-Cina-, ni les tiré piedras, ni les
puse carne envenenada como algunos hijosdeputa de por aquí, que cuando los
vi, fui y los putié, la recogí y la enterré, y ustedes vienen ahora y mean
mis rosales, que sea la última vez, ahora tomensen el raje. Los chocos se
pararon en posición normal, antes de girar contestaron con dos ladridos, esa
fue la respuesta, saltaron el cerco de ligustrines y se perdieron por un
callejón.
     -He visto todo, -dijo el menduco- usted es igual que Esopo, habla con
los animales.
 -No, yo no soy igual, él escribió sobre animales, yo hablo con ellos, no se
si catea cual es la diferencia.
            -¿...?
 -No me mire así compadre, entienda, todos somos animales, la diferencia
está en la palabra, hay que entenderse, esa es la cuestión; algunos tienen
plumas, otros ladran, otros tienen escamas y viven en el agua, yo estoy
parado, tomo mate y camino con usted. Digo, ¿comprenderán estos plumudos o
ladradores porqué salgo a caminar con usted?, Yo todavía no, pero, a pesar
de todo, lo espero todas las mañanas.
 -Al otro día, no se porque cuestión, salgo más temprano al jardín, hago la
rutina, regreso a la cocina a tomarme otro verde, estaba fresco, el
Tunpungatito enviaba un aire seco. Uno veía desde donde yo vivía, Chacras de
Coria, el recorte del cerro precordillerano, azul, muy azul. Cuando estaba
adentro siento unos ladridos, salgo y veo, los dos perros atorrantes en
medio de la calle, me ven, dan dos ladridos más y corren hasta dos enorme
eucaliptos, levantan la pata y lo mean, arañan la tierra con las manos, dos
ladridos más, esta vez si mueven la cola, y se van lo más campantes por el
callejón.
 -Hasta más ver, les contesté, nos vamos entendiendo. Entré de nuevo a la
casa, busqué una palangana vieja de aluminio, la llené de agua y la coloqué
debajo del eucalipto meado, donde marcaron su territorio.
 -¿Eso te contó el Cina-Cina ese? Vos, seguro que lo escuchaste embobado, y
te imaginaste perro o pájaro, menos mal que no habló de lagartijas o de
iguanas, ya te veo con la cola larga...
 Es mi mujer, no es mala, pero no entiende, es una urbana que no comprende
que detrás de ese mundo masivo hay otro, distinto y hermoso, pensaba para
adentro el Negro, como iniciando un camino.  Al hablar de esa forma, la
Isabel, daba la sensación de que un pequeño temor la iba penetrando; debía
ser por la convocatoria del Cina-Cina, el maizal y por él mismo, ya que para
ella era un desconocido. El temor a sentirse desprotegida, digo, porque la
conozco. Es que uno al vivir en esas inmensas ciudades y educado en ellas,
cree ser poseedor de grandes y pequeños pensamientos, pero uno no se da
cuenta que no son de uno, sino de la multitud que cree ciegamente en las
fuerzas de las instituciones y de su moral, y no percibe el poder de policía
de esas instituciones que te moldean el pensamiento y tu opinión a través de
la supuesta protección. Por eso, el valor, la compostura, la confianza, las
emociones y los principios están regidos por esa urbanidad que el mismo
hombre ha creado para defender sus intereses. Por eso la existencia de
Isabel y de otros, y la mía, -a pesar de haber vivido en zonas rurales, y
haber sido educado con sus maneras- en las grandes urbes se vuelve
insignificante y se puede vivir únicamente dentro la compleja organización
de las multitudes organizadas. Por eso el sólo contacto con la naturaleza, a
Isabel, le producía súbitas y profundas inquietudes en su corazón. Es que
uno se siente solo, aislado de su especie urbana, a ésto se le suma la
percepción de soledad, sus propios pensamientos y las sensaciones urbanas
que lo abandonan, porque por aquí, por estos parajes, son inútiles. A la
negación de lo habitual, que es lo seguro, se añade la afirmación de lo
inusual que es lo peligroso. Miraba a Isabel de soslayo y la veía en franca
transformación, un rictus distinto aparecía, duro y profundo. Comencé a
aflijirme. No sea cosa que por mis locuras encantadas arruine a la otra
persona que vive conmigo, que es mi mujer, pero que no entiende algunas
cuestiones. El paisaje le era extraño, hostil, a lo que se le sumaba, la
desconocida personalidad del Cina-Cina.
 -Este monte de maíz..
 -No es un monte, -le contesté.
 -Bosque de...
 -Tampoco es un bosque.
 -¿Entonces, qué es?
 -Un maizal, eso, un maizal.
 -¿...?
 -El maizal es compacto, uniforme, no tiene lugares ralos, es disciplinado,
nacen casi todos los granos al mismo tiempo, sus penachos se mecen como una
danza, no es un mar verde y tiene una gran vida interior, es silencioso a
las brisas, es una de las plantas más antiguas de América. Guarda en sus
entrañas toda la sabiduría de las civilizaciones pasadas y seguía con mis
desvaríos.
 -Parece que vos fueras de maíz. Mirá que hay que tener ganas de venir a
vivir en medio de un maizal en la soledad más absoluta, sin televisión, sin
vecinos, ni cine, ni teatro, ni revistas...
 -Fíjate en el croquis no sea que nos pasemos...
-No nos vamos a pasar, vamos a llegar. Hace horas que vamos dentro de este
callejón de maíz. Vos fíjate en la ruta y en los caminos de la izquierda. Se
conversaba, como una distracción. Ella era cada vez más consciente de que
todo se volvía inexplicable, al maizal misterioso lo sentía, y esa sensación
la hacía insignificante. Una fuerte inquietud avanzaba sobre Isabel, más,
sabía por el tiempo que en cualquier momento aparecería el cartel que diría:
Estación El Maizal. Venía de muy lejos y sentía cada vez más la aprehensión
de desamparo, impresión que nunca había avistado en su mundo interior, y la
presunción de que una misteriosa vida albergaba en el maizal. El Negro se
tornaba cada vez más silencioso, observaba mortificado el asfalto y el
maizal. Sabía que el Cina-Cina enfrentó este cambio con entereza, a pesar de
ser un tape hecho y derecho. Enfrentarse con la naturaleza, aunque sólo sean
problemas materiales, exige una cuota mayor de coraje y serenidad de
espíritu. Ellos dos eran incapaces de una lucha semejantes, venían de otro
lado. De otra sociedad, que por otras razones, no de ternura precisamente,
había cuidado de ambos prohibiéndole todo pensamiento independiente, toda
iniciativa, toda desviación de rutina. Solo podían seguir viviendo a
condición de ser como máquinas. Y ahora libres, en medio de un maizal
inacabable, no sabían como utilizar su libertad, su verdadera libertad. Sus
facultades urbanas no funcionaban, eran inútiles, no detentaban otras, y
cuando aparecía el desamparo, no sabían qué hacer. Todo ocurría en silencio.
Los dos, al no tener práctica, eran incapaces de pensar por sí mismos, de
balbucear un pensamiento nuevo. La aflicción ante lo desconocido los iba
abrumando, los hacía impenetrables, aunque en forma desigual. Una especie de
arrepentimiento invadía al Negro por arrastrar a la Isabel a esta locura de
ver al Cina-Cina. Es que la carta invitación más el croquis los había
encantado, era como una expedición de esas que se ven en las películas, que
ni hormigas hay en el campamento, donde Deborah Kerr se pasea envuelta en
gasas, Steward Granger de botas limpias y lustrosas y presume a la pelirroja
y un negro les sirve un whisky con hielo, (¿hielo?).
Aquí por el momento no había hormigas, pero los rodeaba una soledad verde
del carajo. Iban cada vez más adentro en ese mar de especulaciones, no había
contención alguna.
 -El cartel, -gritó Isabel- el cartel, doblá, doblá...
 Encararon por el callejón de tierra negra, apretada por el peso de los
carruajes de llantas de hierro, cóncava, huellas secas. Aquí sí apareció la
vida, pájaros revoloteando, cuises corriendo de orilla a orilla, espantados
por el ruido del traqueteo de la camioneta; de pronto, la aparición
sorpresiva de algún campesino saliendo del interior del maizal como si fuera
un desprendimiento, saludaba con el machete en una mano y con la otra hacía
flamear un manojo de maloja, estaba desyuyando los surcos. Otros, les hacían
señas de que más allá estaba la Estación, como si supieran que ellos
vendrían...
 La tranquera era un paso a nivel, como Dios manda, con la barrera y el
gancho para el farol, los contrapesos y una campana como llamador. Pintada
de negro y amarillo como dios manda, o mandaba. Los privados le cambiaron el
color.
 El Cina-Cina estaba ahí, sonriente, acicalado, lustroso, con su camperita
de cuero, parado a lo tape, con el badajo al medio sintiendo el balanceo en
el entrepiernas, los recibió con un abrazo de aquellos, bien apretado, lleno
de gusto; sin soltarme le dio la mano a Isabel en forma reverencial, bien a
lo tape, respetuoso, los invitó a trasponer el paso a nivel, digo, la
tranquera.
 -Mi señora nos espera, está desde esta mañana temprano metida en la cocina,
no quiere que falte nada. Pasemos, yo voy en la bici, son como doscientos
metros hasta la casa. Desde lejos se veía a la estación partida en dos en
forma longitudinal, se recortaba sobre el verde maizal que daba al norte;
todo era bien nítido, un andén, las palancas de las señales, una balanza
para pesar encomiendas, una carretilla para llevar equipaje, campana, dos
faroles de barreras y otros enseres. Todo me intrigaba  a medida que íbamos
cruzando el cuadro de la estación. Al llegar vi dos letreros, uno en cada
costado, Estación El Maizal, recién pintados, con letras y medidas
reglamentarias.
 Una parte del edificio era la estación, el otro, es decir la otra mitad, la
casa donde vivía el Cina-Cina. Los ladridos de los perros alertaron a la
señora de Cina-Cina que salió refregándose las manos en un repasador.
 -Pasen, pasen, refresquensén un poco, en el baño hay agua limpia y fresca,
hay una palangana y toallas, apuren, la mesa está servida. Todo pasaba
repentino, como si el tiempo se acelerara. La palangana enlozada como los
viejos baños de los coches dormitorios, con el contorno labrado con espigas
de trigo en relieve, y en el fondo, una dama envuelta en gasas o una rosa
gigante, toallero, inodoro, ducha, era un baño ferroviario; al ver esto me
dije y muy afligido, que algo desconocido y no tanto, aparecería. A pesar de
ser ferroviario, presagiaba que se venía un viaje fantástico, digo: viaje,
porque uno siempre viaja y sabe de los misterios que guarda el tren y lo que
lo rodea, es la alienación del ferroviario, incurables.
 Isabel, poco a poco entró en la cocina, se preocupó de los aromas nuevos e
ingredientes. Lo miré al Cina-Cina, movía la cabeza y éste me respondió con
una sonrisa de tape ladino, como diciendo: después viene lo mejor.  Comimos
humita en chala, choclos asados, otros hervidos, sopa de crema de maíz, un
corderito con ensalada de granos de choclos y porotos, todo bien regado. El
Cina-Cina ante mi llegada se había pertrechado de un buen vino. Era la
ocasión, se festejaban años de amistad y de reencuentros. La
sensación de soledad fue mermando con la presencia de esta gente, el rostro
de Isabel mejoraba, pero a mí me entraba otra intriga, despacio, como un
puñal de hielo.
 El Cina-Cina sonreía. Esperaba el tape, eran sus tiempos, llenos de pausas,
en cambio los míos estaban cargados de ansiedad ciudadana. Años cargando
comportamientos tabulados, llevándolos a cabo como si fueran propios,
personales, opinaba y creía que mi opinión era original, inteligente,
independiente; pero no, opinaba como el aparato de la sociedad estipulaba,
decía las mismas boludeces que todos pronunciaban y votaba al candidato de
todos, aunque portara otro apellido, que lo parió. Estaba libre de toda
atadura y no sabía que hacer con mis manos libres. Liberadas. Con Isabel no
sabíamos, éramos incapaces de poner en funcionamiento los mecanismos de la
verdadera libertad, que estaba allí, en medio de un maizal. Éramos la
inutilidad urbana.
 Se durmió la siesta, digo, ellos, yo despierto y elucubrando sobre como el
Cina-Cina había superado el cambio de la ciudad al campo, y me preguntaba,
¿qué fuerza interior lo empujó y determinó que ése era su lugar? Cuántos
interrogantes. El Cina-Cina dormía. Viejo apodo que le venía de niño. Mi
viejo comentaba que era tan flaco que se le asomaban los huesos por la piel
como espina de cina-cina, un arbusto espinudo. Yo no sé bien si era de San
Cristóbal, pero podía haber nacido por ahí cerca, Huanqueros, Ñanducita,
Ceres, porque mi viejo nació en San Cristóbal pero mi abuela Elena, que era
toba, lo anotó en Ceres y por las dudas, porque no se acordaba bien, lo
anotó también en San Cristóbal, en Ceres como Pedro Alejo y en San Cristóbal
como Porfirio. De grande mi viejo eligió, se quedó con el Porfirio, éste
tenía historias. También era contador de historias de ajenas, propias,
inventadas, mentirosas y de las que raye, era de la zona, por donde dicen ,
anduvieron mucho los andaluces. Me arrullé pensando en mi viejo; se mezclaba
el sueño, el Cina-Cina, el Porfirio, el maizal y me inquietaban las
reacciones de Isabel. Siesteamos, luego mateamos, y empezó un largo viaje
narrativo del Cina-Cina ante una pregunta, que él ya esperaba.
 -No me llevaba con los menducos, no son mala gente, sólo que no me llevaba,
sólo éso. Conversé con ella y rumbié para Buenos Aires. Fui a ver a tus
amigos de la Administración de los Ferrocarriles, los que manejan los
inmuebles, y como estaban vendiendo de todo, escuché que se vendían
estaciones, ¿estaciones? ¡qué los parió! Me atendieron bien. Algunas la
tienen las municipalidades, funcionan como oficinas de turismo, otras son
museos, las conservan y las han arreglado, otras son criadores de chanchos,
otras no las quiere nadie, otras se venden por dos mangos.
 -El Negro me dijo que ustedes me aconsejaran.
 -Bueno, mirá, aquí hay una que se vende con el cuadro de estación y  todo,
de barrera a barrera, es mucho terreno.  -Macanudo, ¿cuánto vale?
 -Casi nada, el precio es simbólico, es casi nada.
 -¿Cómo que simbólico?.
 -Si, tiene la estación partida, partida por la mitad, en forma
longitudinal, hay que arreglarla. Mirá el plano. Está cerca de la Estación
Monte Maíz, en medio de un maizal, se te puede hacer llegar luz eléctrica
como tenía antes.
 -¿Por qué se partió la estación? -fue la pregunta de rigor del Cina-Cina.
 -A esa estación la construyeron los ingleses. Aquí cargaban la cosecha del
maíz, trigo, cebada; todo el cuadro de estación era un lugar de acopio, en
tiempos de recolección era un gigantesco campamento de cosechadores, crotos,
linyeras bohemios que no eran otros que anarquistas sembrando sus ideas.
Hacían representaciones teatrales con sus conjuntos filodramáticos, donde
actuaban los cosechadores y participaban en la construcción de los guiones
para la obra. Cuando fueron a construirla se encontraron con un gigantesco
magín...
 -¿Qué es una magín?
 -Es un inmenso agujero en la tierra, más grande que una vizcachera, algunos
tienen fin otros no. Por el medio pasaba la traza de la vía, pero los
constructores, creyendo que era peligroso la corrieron y en su lugar
edificaron la estación con una base antisísmica, es decir un encofrado de
cemento y ladrillo bajo tierra, por medio de este sistema construyeron la
estación. En cambio si el tren lo atravesaba, por su estrépito y vibración
podía hundirse, por eso desplazaron la traza, para evitar accidentes.
 -Sí, pero no me dicen porque se partió longitudinalmente y no
transversalmente la estación, eso es lo que quiero saber. Sino, no la
compro.
 -Nadie lo sabe, solo se sabe que justo por entre los dos edificios pasaba
el viejo diseño de traza, entre ellos cabe el gálibo de un vagón de trocha
ancha... Aquí el Cina-Cina sospechó. Esto no es cosa de humanos simples,
aquí anda el duendaje suelto. Esto es cosa de ellos, están volviendo, y no
es casual que yo esté justo con estos planos, en este lugar y que me haya
enviado el Negro, no, no es casual.
 -La compro, hagan el recibo. Todos sonrieron. Mas sospechó el Cina-Cina del
duendaje, se habían soltado, era tiempo. Vine a verla, estaba derruida, la
medí con los pasos, trancos largos, pedazos de cañas añadidas, me asomé al
magín, y me dije aquí me quedo. Otro se hubiera rajado. Un sulky esperaba
con paciencia, su dueño le aflojó el freno al matungo para que pastoreara,
mientras observaba, no se le escapó ni uno de mis movimientos. Regresé al
pueblo y le envié un telegrama a mi mujer: empacá todo, que el Ñato te haga
la mudanza, encontré el lugar. Y aquí estamos, disfrutando de la naturaleza.
Reparé los edificios, los peones de por aquí me ayudaron, cavaron alrededor
del magín, corrieron la Estación con rollizo de troncos, ya que se podía
desplazar, la calzamos y como ves, le hicimos un andén. Desde Buenos Aires
me enviaron una mesa de auxiliar, un manipulador para el telégrafo, el
teléfono de pared y el aparato stays para colocar la vía libre, los arcos
para dársela a los maquinistas, el mueble portaboletos, un fechador, en fin,
como ves está completa.
 Lo miraba y lo miraba al Cina-Cina, porque además era cierto, estaba todo
reconstruido, e imaginaba a la vez que algo en mi estadía iba a comenzar.
 -Al comenzar la reconstrucción, se arrimaron comedidos para ayudarme y
contarme, así es, contar era el interés central de éstos ayudantes, narrar
sin afirmar, sino diciendo: ¨dicen que...¨
 -Fijesé Don, dicen que en temporada el tren del maíz pasa por aquí. -Dejó
colgando el fijesé Don, uno de ellos, el más suelto de lengua. Esperó mi
reacción, se la manifesté con rapidez, no iba a andar tanteando, si el había
jugado fuerte.
 -¿Y cuándo es la temporada?, así  nos preparamos, que joder, - dije
desafiante.
 -Para el fin de la cosecha. Cuando ésta termina, el tren cosechero o el
maicero aparece; viene recogiendo la siega en las estaciones acopiadoras.
Por eso este inmenso playón. En el galpón esa noche, antes de que pase el
último tren, se hace una fiesta, una galponeada como le dicen, con choclo
asado, unos corderitos, vino, se viene el canto y los abrazos de los
cosechadores que tienen el mono listo y se van para otra colecta: Algunos se
separan, y eso es doloroso, laburando de sol a sol juntos, hablando de a
sorbos todos los días, y de noche a tragos largos, y ahora la necesidad los
separa, es fuerte el desgarro porque ha sido fuerte la amistad, fijesé Don.
 -Entonces, cuánto tiempo tengo ¿ah?
 -Veamos, se labra la tierra, rastrilla, se surca, se limpia donde se
siembra, aparecen los sembradores, y a partir de los primeros brotes cuente,
no es el mismo tiempo cada año, según las lluvias, seis meses, depende, aquí
el tiempo se mueve de otra forma.
 -Comencé a laburar mirando el crecimiento del maíz, este me marcaba los
tiempos, todos los días los observaba, el horizonte se alzaba verde
lentamente, y yo, meta aflijirme, -nos contaba el Cina-Cina- y la gente de
campo que seguía viniendo a echarme una mano. Aparecieron los maquinistas,
ferroviarios no, sino los que manejan las cosechadoras, las trilladoras, las
sembradoras, esos. Con ellos creció la solidaridad, y cuando la fecha se
aproximó dijeron:¨ nos vamos a la cosecha, esté atento cuando vea que
voltean la trinchera del último maizal, que antes se pone amarillento, -es
un aviso- justo por donde pasa la traza de la vía, y los loros ya no
revolotean por esa zona, son señales, el tren ya se aproxima, repitieron.
 Isabel y yo con la boca abierta. Era la primera tarde del primer día, todos
los temores de la ruta, el miedo a lo nuevo se fue diluyendo, nos entraba
una especie de encantamiento, incrédulos en un principio, luego, crédulos a
medias. Isabel se volvió hacendosa, su rostro se enterneció, dejó de
rezongar, a mí me entró por pensar de otra manera. Salía a caminar sólo
cuando los interrogantes me atoraban, el Cina-Cina, sonreía, siempre sonreía
este carajo, algo veía en mí que yo no percataba. Cada vez echaba de menos
más y más lo cotidiano de la ciudad, el club, las librerías, algunas charlas
de café, monótonas, estériles, los chismes del laburo, las pequeñas
enemistades, la cuestiones familiares, todo se diluía. Isabel ni se acordaba
de sus amigas. Verla a ella era un poco como verme en un espejo. Nos renació
el amor, la pasión y el deseo de estar juntos, ya no nos abarcaba la
histeria diaria que anulaba todo acto de ternura. Era como si todo recién
empezara...

 -¿Cómo fue el primer tren que viste pasar Cina-Cina?
 -Dentro de unos días te cuento, todavía no, falta poco para que te cuente y
te transmita, y falta poco para que sientas, no para que veas al primer
tren. Comenzó la cosecha...
 Pasaron unos días y el Cina-Cina comenzó a limpiar toda la estación,
silbando, canturreando. Apartado lo observaba, sino me convidaba al silbo yo
me quedaba así, haciéndome el distraído. Cayó la última trinchera de maíz,
se amarilló el horizonte y se aplanó, se llenó de máquinas y de ruidos
metálicos. Los maquinistas pasaron por medio del playón, ¡estense atento
Don! en dos días pasa, ¡estense atento! Partían hacia otro maizal.
 -A los dos día, por la tarde, el Cina-Cina preparó el arco de la vía libre,
llenó los faroles con kerosén, les recortó la mecha, los prendió y al
atardecer se fue solo, sin convidarme, primero a la del sur, luego a la
barrera norte. Iluminó la estación, regó el andén, todo estaba listo.
 -Hoy pasa el tren. Vamos  a comer, de  paso les digo algo. Nos sentamos en
silencio. Él silbaba, su mujer canturreaba y nosotros intrigadísimos.
 -Esta noche pasará el primer tren de la cosecha. Cuando esto ocurra,
ustedes se quedarán aquí adentro, porque aunque salgan no lo van a ver, y si
ellos los ven y ven que son extraños y no gente preparada, se disuelven,
porque se va el encanto, yo les explico después. Eso sí, lo van a sentir,
cuando pase el tiempo lo podrán ver, pero para éso falta.
 El Cina-Cina era de esos ferroviarios que se había tragado al ferrocarril
con gente y todo, con sus fantasías, imaginerías y las esperanzas de
décadas. Era su sujeto, y el misterio del tren se le incorporó en todo su
ser, como a otros muchos, el misterio de adiós que guarda el tren, se le
ampliaba. Es cierto, el tren circula de noche lleno de misterios, va cargado
de vida y muerte, de noticias amargas o dulces, se nutre y siembra a su
paso. Las mejores historias se desarrollan dentro de él, las más grandes
confabulaciones, asesinatos, amores, con música de fondo que es el traqueteo
de su rodar. Sino que le pregunten a la Agatha Cristie, si hasta ella es
ferroviaria, ningún otro medio está tan lleno de misterio y encantamiento
como el tren, ninguno. Y nosotros, los ferroviarios, éramos parte de ese
misterio y de ese encanto. Entendí, casi antes de que pasara el tren, que no
por casualidad estaba ahí, que no por casualidad me invitó el Cina-Cina a
pasar unos días con él en ese lugar y en ese tiempo, si éste hablaba con los
perros, yo era cosa fácil.
 Terminamos de cenar, bebimos bien, todo medio en silencio; nosotros mudos,
el Cina-Cina y la señora normales, sólo nos miraban más de la cuenta.
Nosotros éramos la preocupación, no el tren, él, ya era rutina en tiempos de
cosecha.
 De repente comenzó a vibrar todo, suavemente, un sonido de cosas rozándose,
el poderío crecía y el roce se transformó en tintineo sin interrupciones,
era un tembladeral.
 -Es el tren, -dijo el Cina-Cina- no salgan, recomendó de nuevo, tomó el
arco con la vía libre y un papel enrollado, como si fuera un mensaje, de
esos que les dan a los maquinistas con observaciones, y se paró en el andén
de la estación con las piernas abiertas, haciendo balancear su badajo de
puro tape no más. El jadeo estrepitoso del tren se aproximaba, era como un
ronquido que brotaba de la tierra. Cuando pasó el tren parecía que entraba
al comedor, todo un estrépito, el silbato a pleno y un olor azufrado penetró
en la habitación como un vapor, pero no era vapor, era humo de caldera, la
locomotora era a vapor. Entró el Cina-Cina sonriente, con la otra vía libre
en la mano, la que le tiraron los conductores del tren. Se sentó, se calmó,
se tomó un largo trago de vino y por fin nos miró y escuchó nuestro
silencio. Eso sí, ni nos acordábamos de la sociedad de multitudes, esto nos
superaba.
 -Pueden salir, -nos dijo. Salimos. La noche estaba clara, fresca, se iba
terminando el verano, se doraban las plantas, y el cielo y las estrellas y
la miniatura de uno ante tanta inmensidad, y de qué me caliento si sólo soy
apenas un grano de maíz y no entiendo un carajo....
 -Mañana la seguimos, trabajé mucho hoy, es el primer tren de la temporada,
después todo es rutina, hasta mañana.
 Cina-Cina, viejo zorro del monte, nos dejó cargados de interrogantes, nunca
en mi vida había tenido tantos. Pero eso de la  inutilidad ciudadana frente
a la naturaleza se iba acabando, y este acabar era obra de él, me la pasaba
reflexionando y hurgando mi vida anterior, todos los días me daba pie. Y la
Isabel andaba cavando estacas para armar un gallinero, punteaba la tierra
para sembrar verduras; de noche venía cargada de aromas verdes, uno podía
adivinar los andares de su día de solo olerla, de hocicar entre sus
cabellos, de verla extenuada pidiéndote amor.
 -Buenos días, ¿durmieron bien?, preguntó el zorro. Y estaba mateando
sentado en la galería de la casa.
 -Escúchame Cina-Cina, anoche escuchamos el tren, no lo vimos, pero ¿y las
vías?, y el maizal del norte aún está en pie, nadie lo aplastó, ¿cómo es
todo ésto?
 -Todo esto tiene que ver con la terquedad de la esperanza, como dice mi
amigo Luis, que es de Córdoba. Las vías están ahí, debajo del maizal, el
maizal no es aplastado porque se acuesta al paso del tren, si te fijás está
medio inclinado, recién para el medio día se pone derechito. El tren aparece
y se esfuma con la complicidad del maizal, de la gente que lo habita, de los
maquinistas de las máquinas agrícolas, de su solidaridad, de soñar juntos,
de recrear lo mejor de nuestro pasado, para no olvidarnos, nunca de nuestras
raíces; el maíz es el símbolo de la unidad, de la vida y todo esto alimenta
nuestra imaginería, se potencia de tal manera que hacemos regresar el tren,
a los crotos, a los anarquistas cantando en los fogones como docentes,
llenos de fuego y pasión. Es una manera de vivir, la de no dejarse vencer
nunca. Escuchar el tren es un paso, verlo es otro. No dejarse arrebatar ni
los sonidos, ni los sueños, ni los cantares, ni el anhelo de ser hombres
libres, esto tan sencillo es una proeza, como la pretensión de ver al tren.
Isabel y yo, casi en ayunas escuchábamos atentos. Absortos ante las palabras
del Cina-Cina, embrujados. No éramos los mismos, nunca más lo seríamos, pero
las dudas del mundo nos carcomían. ¿Cómo qué es pura pasión?, si yo escuché
el pito de la locomotora, la casa trepidó y percibí el olor a
humo de leña. ¿Era el misterio que guarda el tren, el encantamiento del
maizal?, o somos nosotros y nuestra terquedad, esa que portan los
ferroviarios hace más de cien años.
 -Dicen que por Avía Terai, Rincón del Quebracho, Pluma de Pato, Negro
Quemado, Añatuya, Chañar Ladeado y otros lugares, anda apareciendo el tren.
Que los tanques y cisternas tienen agua y que sus mangas gotean de nuevo.
Que todo recién empieza, que es cuestión de tiempo, el tiempo de la gente.
Como siempre, casi todo se inicia por los sueños, luego a uno le renace la
esperanza, más tarde la aspiración por concretarlo y aunque parezca lejano,
nada es lejano cuando los hombres y mujeres sueñan sueños que tienen que ver
con la vida. Por eso, querido Negro, estás en este lugar, nos cobija el
encanto del maizal, el encanto de sus habitantes es tan grande que hace
funcionar el tren, como un deseo fuerte que toma cuerpo y forma, aroma y
música en su trepidar, como el que tenemos nosotros, los ferrucas, la gente
de los pueblos sedientos, los que se quedaron sin agua, sin poder visitar al
de más allá: víctimas de la desconexión entre pueblos...
 -¡Frená, frená, pará! estás alucinado, ¿no te diste cuenta de todo lo que
hablaste? Tenés los ojos vidriosos, estás tieso. Has hablado sin parar todo
el viaje ¿Te acordás de lo que contaste sobre el tren fantástico que pasó
por el medio de la casa del Cina-Cina? -¿Te acordás? le reclamaba Isabel a
viva voz para hacerlo volver, se había ido el Negro en el relato o monólogo,
o lo que sea. El Negro sintió el reclamo, comenzó a volver, abandonaba poco
a poco el territorio de los silencios; frenaba pausadamente la camioneta,
pestañeaba de nuevo, salía de una rigidez particular, aspiraba profundo;
retornaba lentamente de algún lugar de  silencios que solo él conocía.
Porque a pesar de haber parloteado sin parar, no había sido claro, es que no
podía ser claro, aquí no había transmisión oral de una imaginación a otra,
el que da y el que espera, el intercambio, la mixtura no se producía, la
imaginería colectiva no cuajaba, todo era incoherente. Sus palabras estaban
llenas de encantamiento, partían de otro sitio, venían de muy adentro, o de
muy afuera, adentro estaba él, afuera el maizal. Detuvo la marcha, y le dijo
a Isabel: yo vi y sentí el tren que pasó por la casa del Cina-Cina, por el
medio de la estación partida. Vi y sentí el tren, olí el vapor de los
cilindros y el humo denso de la caldera. Isabel, acordate, todo oscilaba,
todo era vaivén...vos estabas conmigo. La miró, abrió más los ojos y se
calló.
 El Negro temblaba, estaba como afiebrado, apoyó la cabeza sobre el volante,
lo aferró fuerte con sus manos, tomó mucho aire y gritó: ¡qué lo parió, era
un sueño carajo! y quedó jadeante, se fatigaba, y en cada espasmo, miraba a
su mujer solicitando cariño, afecto, tolerancia. Isabel lo miró con una
inmensa ternura, lo acarició y despacio, paso a paso, lo calmó, lo apartó de
la excitación, aprovechó ese momento de sosiego y le dijo:

 -Tranquilo, calma, aún no llegamos a la casa del Cina-Cina, todavía vamos
por entre los murallones del maizal, descansá, es largo el viaje; es que el
maizal y el asfalto se parecen a una larga traza de vía, y esto te
confundió, es eso, el maizal y el asfalto te desorientaron y te vino el
desconcierto; por eso te alucinaste, digo, te confundiste...es eso, nada más
que eso; mejor dicho: es por el maizal y los sueños del Cina-Cina.






EL DESVÍO*

A Carlos Melidoni



 "El tanque de agua es lo más alto", decía cuando fui por primera vez al
desvío. Lo comparaba con la señal, aunque nunca los había medido. No es que
polemizara con alguien. Lo que sucedía era que el tanque de agua del desvío
se presentaba a mi vista como algo vigoroso, algo de mi preferencia. Un
grueso caño descollaba de su cuerpo como un brazo robusto que se doblaba en
el codo, le colgaba una manga raída, dando la sensación de cercenamiento.
Ahora no se usa más, sólo un goteo pertinaz cava un hoyito entre las dos
vías. Ahí beben los pájaros del monte. Las locomotoras de vapor no aplacan
más su sed en el tanque del desvío.
Transitan otras, las locomotoras diesel. Pero el tanque está ahí,
monumental. Regaba al pueblo, daba de beber a los pobladores y al ganado,
aquietaba los médanos que rodean al pueblo. Digo pueblo: un almacén de ramos
generales, una carnicería -matadero, un galpón que funcionaba como taller
mecánico, el herrero arreglaba arados, rejas, varas de carro, armaba
tranqueras, reparaba todo, era un ramos generales metalúrgico. La estafeta
de correo funcionaba en la misma oficina de la policía, y contiguo, un
dispensario de primeros auxilios. Casas de ferroviarios no existían. El
único personal ferroviario asignado vivía en la misma pequeña estación de
ese desvío.
 Mi viejo no se movía para nada del cuadro de la estación. No practicaba
vida social alguna en el pueblo, no concurría al boliche, a pesar de saber
los diagramas fijos de los trenes y tener tiempo de sobra. Los  momentos por
esos lugares eran anchos y largos, y siempre estaban disponibles. Así y
todo, el viejo no quería alejarse. Estaba atento a las campanillas o al
repiqueteo del telégrafo. Se apartaba, pero la distancia la medía con el
oído. Por las tardes, orillando el pueblo, aparecían hombres silenciosos de
a pie o a caballo, como si fueran un desprendimiento del monte, eran los
puesteros y peones de las estancias. Digo, ni siquiera en ese momento tomaba
distancia, porque a mi viejo le gustaba escuchar a esos hombres. Era un buen
oidor, degustaba la palabra del otro como si fuera un buen vino: entornaba
los ojos y clavaba la rendija de su mirada en los labios del paisano para no
perderse ni un gesto
 -Puede arribar uno fuera de horario, como el tren de auxilio, un aguatero,
uno especial, y yo justo estoy en otro lado, no puede ser-me aclaraba.
 Yo comparaba la altura del tanque con la señal de distancia, lo hacía a las
tardecitas, cuando mi viejo iba colocar el farol de kerosén a las dos
señales, la de media y larga distancia. En ese recorrido de un kilómetro de
ida y otro de vuelta inventaba juegos. Uno era una rayuela muy particular.
No podía marcarla con tiza en el piso, pero durmientes y rieles ayudaban a
la imaginería. Saltaba con la pierna izquierda sobre dos o tres durmientes y
brincaba con la derecha sobre el riel de ese costado, uno, dos, tres, y
arriba, tenía que hacer equilibrio tras el brinco, sino perdía; repetía con
la derecha el salto también sobre los durmientes y con la izquierda saltaba
sobre el riel izquierdo. Luego, dando trancos largos tomaba impulso y
brincaba: uno, dos, tres, cuatro y cinco durmientes, y el rebote con las dos
piernas, y en medio de él gritaba "¡cielo!". A veces caía taloneando sobre
un durmiente engrasado, y me daba  flor de culazo sobre el balasto
(piedras), otras, saltaba cerca de mi viejo y le garroneaba las alpargatas.
Se daba vuelta carajeándome, simulando enojo, y gritaba: "¡Diablo, dejáte de
joder!" (de chico me decían diablito). Al llegar a la señal nos parábamos
debajo de ella, mi viejo trepaba para colocar el farol en la muesca donde se
cambian los colores, bien arriba.
Mientras, con la mirada desde abajo contaba los escalones de la escalera,
los memorizaba. De regreso jugaba al equilibrista. Intentaba hacerlo sobre
el riel, pero no podía. El viejo me tomaba de la punta de un dedo.
 -No mires la vía, chambón. Yo la miraba y, ¡zas!, un resbalón y la peladura
de un tobillo.
 Él repetía: -No mires la vía. -igual, otro resbalón, otro raspón-. Sos
huevón, cuando se anda en bicicleta no se miran los pedales. Siempre hay que
mirar más allá de las narices. Esta era una recomendación doble. O si
o:  -El buen jugador de fútbol juega con la cabeza levantada, es elegante,
no mira la pelota, el tacto del empeine le va diciendo como va la cosa, no
se le escapa la cueruda.
 Al llegar a la estación, al atardecer, contaba la sombra del tanque de agua
con mis pasos. Hacía trampas. Las sombras a esa hora son largas. Quería que
el tanque le ganara a la raquítica señal.
 Mi viejo era relevante de estación, categoría correspondiente al
Departamento Tráfico. Relevaba a un compañero que trabajó quince días
corrido o más, y luego otro lo reemplazaba, y así. Le llevaba en el tren de
carga o en algún mixto (mitad carga, mitad pasajero), la ropa y cosas que mi
vieja colocaba en una valija-canasta, junto a una carta trabajosamente
escrita, que el viejo devoraba. Estaba tres o más días, según; cuando volvía
el carguero o el mixto, el viejo me embarcaba de nuevo rumbo a casa.
 El pueblo estaba rodeado por un monte cerrado, un arenal atrincheraba
ambos. En los días de vientos todo se opacaba. Se andaba con un pañuelo en
el rostro para filtrar el aire, el cuerpo encorvado y la cabeza gacha, como
topando ráfagas. El viento era caliente. Cerca estaban las salinas del norte
de Córdoba. Más de las veces esa brisa era ventarrón que se elevaba por
sobre los montes acarreando arenilla con pequeños granos de sal. Arena y
sal. Todo era sofocante en esa bóveda arenada. Se andaba por las calles sólo
por necesidad. Así era la vida en el desvío.
 Al calmarse el viento, aparecía la vida en patios y veredas, perros y
cristianos salían de su encierro, los pájaros remontaban vuelo. Cuando el
sosiego era pleno, mariposas, abejorros, avispas, langostas y otros insectos
surcaban viboreando la brisa como un retozo. El tanque de agua se mostraba
generoso, surtía agua como nunca, la gente regaba todo, hasta las comisuras
de las calles, que eran arenosas.
 Mi viejo baldeaba el pequeño andén, limpiaba la arenilla depositada en las
palancas de las señales, las engrasaba, y después las probaba. A la noche
sacaba los catres fuera de la habitación, que era un horno. Aparecían otras
preocupaciones: una, las vinchucas. Tendía mi catre fuera del alero de la
estación, entre sus tejas anidaban esos bichos, que de noche se descolgaban
a beber sangre y a dejar su picadura maldita. Mi viejo cubría el catre-cama
con un mosquitero, yo trataba de resistir esa envoltura. Era inútil
cualquier rezongo, las recomendaciones de la vieja se cumplían enteramente.
El viejo era un acatador disciplinado, sabía de sus largos rezongos. Ja,
mira si regresaba con una picadura o machucón, pobre mi viejo con mi vieja.
 Me acostaba boca arriba, el cielo se presentaba bajo el tul del mosquitero
azul, color ceniza, cuadriculado; éste deformaba todo: a las estrellas les
limaba las puntas, al brillo lo esmerilaba, y a mí se me escabullía el
cielo, era horrible esa turbidez. Al dormirse el viejo, llegaba el destape.
Ah, la brisa suelta y el cielo libre, la frescura y el rocío.
 La otra preocupación era el burro. Sí, un burro que andaba de noche. De día
se escondía en el monte, era cimarrón.
 -¿El burro? -le dije a mi viejo.
 -Sí, el burro. Tira mordiscones -me contestó. Al verme la cara de incrédulo
comenzó toda una explicación.
 -Aquí no hay chocos (perros), la gente no quiere tenerlos. No tienen qué
comer ellos, menos para un perro.        -¿Y? -le contesté con un ademán y
la mirada.
 -Por este desvío circulan trenes de pasajeros que van al norte, a Tucumán,
y otros por el ramal a Catamarca. Al pasar, desde la cocina del
coche-comedor tiran desperdicios, es la hora de la cena. Antes, cuando había
perros, recorrían un buen trecho la vía, era una fiesta perruna. Como te
dije: hoy, nadie repone perros, se fueron acabando. Apareció este burro, de
lomo muy gris y de panza muy blanca, tarasconeador y pateador, muerde de
puro traicionero, hay que tener cuidado. Es salvaje. Me miraba el viejo,
vaya a saber qué cara tendría yo, pero él continuó dándome explicaciones:
 -Ahora él hace el recorrido que antes los perros disfrutaban. Vive en el
monte. Sale de noche, o después que pasa el tren de pasajeros. Si es un
carguero o el tren aguatero o el de auxilio, ni se asoma -el viejo ya me
asombraba de nuevo, nos tenía acostumbrados a esa invención. De la nada,
como ahora, ¡zas!, un cuento.
 -Con decirte que sabe los horarios de los trenes de  pasajeros -dijo sin
pestañear. Lo miré como diciendo: "dejáte de joder viejo, cómo va saber este
burro los horarios, si los burros son lo más burro de los animales. Si
cuando yo no sé algo me dicen burro, y ahí no más me sobo las orejas, por si
me crecen".
 -Es verdad, ya vas a ver cuando pase el rápido.
 Pasó el rápido. Al rato se asomó el burro en la punta del andén. Comenzó a
caminar despacio por el medio de la vía, indolente cruzó por enfrente de la
estación, se perdió en la noche. A la madrugada regresó con la panza que se
le reventaba. Parecía una burra preñada. Retornaba por el medio de la vía,
casi pisando sus huellas. Al cruzar el cuadro de la estación dobló y se
metió en el monte. Lo vi varias veces. Me miraba de soslayo, como zorreando.
Ni apuraba el trote ni lo hacía cauteloso, tranqueaba con seguridad.
Vinchucas, viento salado, el burro, el tanque de agua y su estatura, y la
señal de distancia, flaca y alta, parecía un esqueleto de fierro, con un
brazo verde que a veces se volvía rojo. Ése era el desvío, como tantos
otros.
 -¿No te aburrís viejo? -le dije un día.
 -No, yo siempre me ando acompañando...
 -¿...?
 -Sí, conmigo y con ustedes. Nunca estoy solo -quiso explicar.
 -¿...?
 -Bueno, ya entenderás algún día.
 Terminaron esos viajes y los relevos de mi viejo, lo ascendieron. Mucho
tiempo después, pero mucho, vino lo que vino: al ferrocarril lo pararon.
 Viajando rumbo al norte, no hace mucho, por la ruta 9, recordé el desvío.
Ahí no más me aparté del camino, tomé una carretera provincial Y llegué al
desvío aquél. Ya no era el mismo. El pueblo estaba abandonado, la estación
era una tapera, los yuyos cubrían el andén, las palancas de las señales
aparecían cubiertas por un montículo de arena grasosa; el tanque de agua no
tenía más agua, ese brazo vigoroso ya no goteaba más, el color que le dio
majestuosidad se volvió cáscara de óxido, y la señal de distancia perdió los
colores. El monte avanzaba, los médanos desdibujaban las calles. El avance
del arenal emparejaba todo, con bravura batallaba con el monte disputando
espacios. Sólo un viejo muy viejo vivía en la casa de ramos generales
abandonada. Era el herrero. No lo reconocí en un principio. Vivía
esperanzado de que alguna vez regresara el tren. Caminamos por el pequeño
pueblo abandonado. Me contaba las historias de los que vivieron allí. El
cementerio desapareció, el monte lo devoró. Llegamos a lo que fue la
estación. Me acongojaba al ver esas ruinas, mis recuerdos se tornaban
nubosos.
 De repente, el asombro: las vías estaban sin yuyos, limpias. Como si
alguien, o la cuadrilla de catangos (peones) de vías pasaran todavía
carpiendo los pastizales para evitar los patinajes. Los rieles se veían
medio oxidados, pero nítidos. Caminé hasta el cambio del desvío y observé
que para el norte y el poniente, estaban libres de pastos, los durmientes a
la vista y los cables de las señales limpias de enredaderas rastreras.
 No salía de mi asombro. Este viejo muy viejo apretó sus ojos hasta hacerlos
rendijas, enfocó esa abertura en mi rostro y escrutó ese asombro.
 -Es el burro -dijo. Después de muchos años puse la misma cara que a mi
Viejo cuando me nombró a ese asno por primera vez.
 -Sí, es el burro. Vive en el monte. Está todo gris, como canoso, es muy
viejo, -dijo el viejo y continuó- todas las mañanas sale a carpir la vía; al
regresar, pasa frente a donde vivo, se detiene, me mira, intenta rebuznar y
no puede. Parece un quejido ese intento. Pero yo sé qué quiere decir. Porque
tengo la misma esperanza que él: esperamos el tren...








El día que nos afanamos el tren*




- ¡Librá la vía! ¡librala carajo, viene el tren! -grita desaforado el
auxiliar de la estación.
- Es que de Control Central me ordenan no darle vía libre!, si lo hago, me
van a sancionar, -contesta el Jefe de Estación con el rostro pintado de
miedo...
- ¡Librala cagón!, lo mismo nos van a rajar. No arruguemos, seamos corajudos
y no cobardes, po'carajo. ¡No aflojés, qué le vas contar a tus hijos, que te
churreastes...!
- No soy cagón! -reponde el Jefe -Mis hijos saben quien soy. ¡No soy
cagón!...¡No voy a arrugar! -dijo esto y se abalanzó sobre los Palos Staff
(lugar donde está trabada la vía libre) le dio a la manivela, sacó la vía
libre, la enganchó en el arco y con voz grave impostada le dijo al auxiliar:
- Andá a la punta del andén, recoge la que van a tirar los muchachos, yo les
alcanzó en la otra punta el arco... ¡bocón!
- ¡Bien macho, perdoname la puteadas! -pegó un grito el auxiliar y salió
corriendo a la punta del andén de entrada, pero antes le dijo al
Jefe: -Enganchale un mensaje, ponele que nos vamos a comunicar con toda la
línea para que les libren las vías, y que muchas gracias por los cojones...
ponele que les doy un abrazo, mejor que le damos un abrazo, que la gente del
pueblo se está arrimando...que en adelante toquen la bocina antes de entrar
a cada localidad, así va la gente, ¡y que viva la huelga carajo y que vivan
los ferroviarios!
-¡Apurate carajo que está el tren entrando en señales, dejá de dar
recomendaciones, tranquea carajo! -contestaba corajeando el Jefe de
Estación.

Nada es fácil. Menos en tiempos de huelga. Y mucho menos cuando los tiempos
de la huelga se van agotando. Y menos que menos cuando la paciencia no tiene
resto. Es cuando aparece la impaciencia que estaba agazapada.
Porque los trabajadores son duales, sí, tienen una paciencia-impaciente. ¿Se
entiende? Siempre una vence a la otra. Depende, sí, de quienes son los
portadores de esa dualidad: bronca y prudencia.
Estoy hasta la manos, ¿hasta cuándo? -vociferaba el Dante.
- Mirá, todos andamos igual, esperemos un poco -contestaba el Esteban (a) el
chiclets; le decían así, porque no lo tragaba nadie, era muy odioso, como el
Mallevao Juárez, el de la seccional San Martín de la Fraternidad.
- Sí, meta resistir, meta resistir, pero todos andan cayetano, nadie dice
nada, nadie hace nada...y nosotros tampoco. Solo movemos la lengua. -Juan
reclamaba apretando los dientes, le dolían los maxilares, la aflicción lo
tenía a mal traer.
Todo era intranquilidad. Es que este paro no era como el del 91. La
resistencia se había aflojado, y en ese afloje la organización decayó y la
ansiedad creció, con ella la improvisación y la desazón. Los compañeros con
más experiencia, conscientes de todo esto, andaban mortificados. No era para
menos, de alguna manera, todos ellos cargaban responsabilidades adquiridas,
bien ganadas: nunca aflojaron ni se dejaron comprar.
-Loco, hay que hacer algo, hay que llamar la atención -dijo uno del montón
que estaba sentado en el local del sindicato, rodeando una mesa junto a
otros, con restos de comida, tazas sucias de café, envases vacíos, galletas
secas y otras húmedas. Los ceniceros repletos, cenizas como partículas de
caspa, estaban en todos lados, como los puchos consumidos hasta los filtros.
La luz mortecina del local acompañaba los diálogos con sordidez. La bronca
era mucha, las frases no eran coherentes, todas entrecortadas y llenas de
interrupciones: la impaciencia se abría paso. Como para no, si a la huelga
del 91, fue una acción que hubo que apechugarla no más, así, de frente, y
ahora ésta. Para colmo toda la dirigencia nacional se había pasado para el
otro bando sin chistar. Se venía la noche y sin luna. Saliendo del local, en
frente hay un boliche que nos supo aguantar a los fraternales, esta vez,
cerraba temprano. El gallego presentía algo fulero. Estos tienen un olfato
que nosotros carecemos, decían los compañeros. La verdad de ese cierre
tempranero, es que se había acabado el fíao. Antes, el gallego, nos esperaba
hasta que cerráramos el local, lo hacía gustoso. Fija que algo se morfaba.
Pero ahora, el gallego presentía. Algunos presentíamos que el gallego
presentía, pero ¿qué?. A pesar del interrogante, preferimos callar. Todo nos
daba mala espina. La emotividad brotaba, estaba a flor de
piel. Todo nos molestaba. Los diálogos estaban llenos de malos presagios.
- Algo hay que hacer, no podemos seguir así, penando, suponiendo...es una
joda, nos estamos haciendo bolsa entre nosotros; hay que buscar
aire. -expresaba el Dante.
- Sí, pero qué, sí ¡qué!, estoy de acuerdo: pero qué...-el Esteban estaba
fuera de sí.
El silencio envolvió al grupo. Uno a uno se fueron parando, saludando
parcamente, comenzó el desbande, cada cual por su sendero. Dante y Esteban
eran vecinos, iban juntos caminando con cautela, muy en silencio, hasta que
uno de ellos, se escapó de la prudencia y dijo:
- Y si nos afanamos un tren, una locomotora, hacemos algo con mucho
ruido....¿ah? ¿No te parece? Porque así no se puede seguir: ¡La inmovilidad
nos está derrotando, estamos perdiendo sin pelear, mirá que joda: perdemos
por desgaste....
- Bueno, pero nos van a meter en cana no bien arranquemos ¿cómo circulamos?,
es una macana; no estamos solos en la vía, ¿como le hacemos a los otros,
ah?, para que no obstaculicen, ¿ah? -el Dante preocupado frente a la
propuesta, ni lo miraba al Chiclets, contestó con interrogantes... no quería
contrariarlo, era cabeza dura, pero eso sí, buen tipo, corajudo, no
achicaba, tenía lo suyo, pero no arrugaba nunca, y eso es mucho en estos
tiempos de huelga.
- Pensemos, que joder, démosle a la croqueta, que funcione, imaginemos, que
joder...no supongamos siempre lo peor, seamos astutos. Si nosotros tenemos
todas las armas, y la principal es la solidaridad de los cumpas, siempre
estuvieron firmes en todas, que joder, nunca fallaron...-insistía cada vez
más el Chiclets.
- Todo te es fácil, todo te sale así; hay que pensar un poco, con
tranquilidad...-no terminó el Dante de expresarse, la impaciencia del
Chiclets explotó:
- ¡Qué hay que pensar tanto, no hay nada que pensar, se dice que sí, que nos
vamos a afanar un tren o una locomotora y que la vamos hacer fantasma, y
recién ahí, cuando digamos sí: pensamos, de cómo lo vamos hacer al afano.
No, primero hay que pensar, ¿pensar qué? ¡Dejate de joder con tanto
pensamiento! Nos van hacer bolsa y a vos te van a agarrar pensando, sentado
en el inodoro, dejate de joder...Dante. -el Chiclets pasaba a la ofensiva
seguro de su propuesta, que no era de él, sino de muchos, y eso el lo sabía:
no estaba solo.
La empresa Ferrocarriles Argentinos, había anunciado el día 13 se iba a
suspender sin fecha de reanudación el tren El Cuyano, antes lo llamaban El
Zonda. "Medida que dejaba sin servicios a tres provincias cuyanas, además
del sur de Córdoba y Santa Fé"
- Es una tocada fulera.
- Es una provocación, hay que tener cuidado...
- ¡Cuidado, las pelotas...nos tocaron...!
- A vos, ¿te gusta qué te toquen?, ¡a mí no!
- Si, pero...
- ¡Qué pero ni que pero...ni que carajo!
No había diálogos completos, todos se interrumpían, era una aventura
enhebrar algo, la paciencia se había rajado. La dualidad de la
paciencia-impaciente ya no lo era más. La impaciencia era la dueña...
Que manera de putear, todos, casi a coro, duró un buen rato. Al rato, pero
muy al rato, se fueron calmando los ánimos, y los insultos fueron bajando el
tono; serenando el aire, uno a uno, sí, pero sin perder la firmeza, y la
convicción de que algo había que hacer.
El Chiclets levantó la cabeza, lo miró al Dante, y lo invitó a mear al patio
de la seccional.
- Acá no hay testigos ni oídos de buchones, hablemos, hablemos de una
vez...¿Y?, lo que te propuse..¿Nos afanamos algo, si o no?, que haga
ruido...batime algo, no te quedes así, meta mirarme como si fuera una
mina...¿y?.
- Bueno, pero antes de los antes, lo charlamos los dos, luego con los más
firmes, y así vamos armando todo, sin filtraciones, hay muchos buchones
sueltos. Estoy de acuerdo, y no te miro porque seas lindo: porque si fueras
mina, morirías virgen....
Del patio de la seccional se fueron callados, no dijeron ni a. Había que
conversar lungo y tranquilos. Ver que se hace. Armar todo, si se trataba del
afano del tren o de una locomotora.
Mejor un tren. No vamos solos. El ideal sería El Cuyano, lo van a cancelar.
El pasaje de ese tren, cuenta, los van a despojar, se les acaba el boleto
barato; y los guardas, el personal técnico serán sobrantes, seguro que los
rajan, no tienen otra, se van a plegar a la movida. Además pueden venir
compañeros dentro y fuera del pasaje, exponía el Chiclets con entusiasmo.
Tenía todo en la cabeza. El, nunca había descartado el tren o una
locomotora. Esto era espectacular. Porque eso de tirarse a la vías en Retiro
e interrumpir la salida no lo convencía.
- Me convenciste, querido masticable, veamos dijo un ciego, -contestó el
Dante.
- Veamos no más. Si es un tren hay que ver, ¿qué tren?. Que locomotora lo
remolca, y quienes son los maquinistas diagramados, hay que convencerlos que
se hagan a un lado; y a los muchachos del depósito para que nos dejen sacar
la máquina..
Sí, hasta ahí todo bien, pero los cambistas, no los de salida del depósito,
sino los que enganchan y controlan la formación; ya hay mucha gente y puede
haber filtración... pero metapalo y a la bolsa. A trabajar. Se acomodaron la
camisa caqui y salieron muy dispuestos cambiando ideas, retrucándose, y así.
Primero hay que convocar a los de fierro: Juan el primero, que ya estaba
enterado y su compañera, una yoruga de fierro, medio hincha bolas, pero es
buena la charrúa. Mirá, venir del otro lado del charco, y hacer kilombo en
nuestra querida patria. Que dirían los gorilas de ella: que es una
extranjera portadora del pensamiento artiguista... -¿Extranjera la Diana?,
es lo mismo que decir que Julio Sosa era extranjero, o Francescoli, el Negro
Cubillas o Walter Gómez, los que la rompían en Ríver...no jodamos.
-Bueno, veamos de nuevo...
Se habló con los compañeros, no hubo un solo no, mucho entusiasmo. No nos
reunimos más en el local. Andaban muchos mirones. El boliche que estaba
enfrente de la seccional quedó deshabitado, el Gallego sospechaba, ¿en qué
andarán? solo eso.
El primer inconveniente surgió cuando fueron a buscar la locomotora, se la
habían llevado a Santos Lugares, ¿para qué? ¿Qué hacer? ¿Quién sabe?
-Bueno, es una joda. No nos detengamos, nos afanamos una locomotora de la
playa de maniobras, la enganchamos y chaú. Los cambistas de la estación la
van a enganchar, van a mirar para otro lado, no son vigilantes. Manos a la
obra.
Los dos, el Dante y el Chiclets subieron a una máquina de maniobra, que
estaba cerca de la casilla de los cambistas, rogando que este en
condiciones, con gasoil, grasa, arena para los frenos y esas cosas...
Engancharon el tren, todo era tensión. A los cumpas de apoyo les latía el
corazón al ritmo del motor diesel de la máquina, le controlaban la
pulsaciones con sus latidos: imposible. Ellos estaban acelerados, la máquina
a ritmo acompasado marcaba que estaba preparada y era cómplice de esta
expropiación: se dejaba raptar.
Llegó la hora. Desde el Cabín (cabina de señales) los señaleros encendieron
la luz verde de la señal de partida. Primer pitazo, el de notificado.
Arrancó el tren, se estiraba despacio, las osamentas tensionadas de los
fraternales crujían, se confundían con ese ruidal de un tren arrancando. El
Dante y el Chiclets, junto al Juan estiraban el cuello mirando para atrás,
por la dudas, por los imprevistos, porque uno nunca sabe y menos cuando uno
afana un tren, y en tiempos de huelga: nada, sólo el andén lleno de gente
que remolineaba frente a los coches de pasajeros. Los tres eran buenos
maquinistas. Todo normal. El tren aceleraba pasando los entrecruces de las
vías de Retiro muy suavemente. Avanzaban sobre los puentes de Palermo
buscando la vía principal. Nadie hablaba. Juan vichaba los instrumentos.
Todo estaba en orden. El sistema de frenos, de la locomotora y del tren,
normal. La totalidad de las previsiones iban sospechosamente bien.
En José C. Paz el primer inconveniente. Los plantaron entre señales.
Algo pasaba. La cana. Apareció la solidaridad de los compañeros avisados,
auxiliares y ferroviarios que esperaban el paso del tren, estaban ahí por la
dudas. Pasaron. Le libraron la vías. La jefatura ferroviaria estaba
alertada. Impartía órdenes de detención. Nada más que eso. Nadie de la línea
acataba. No escuchaban, había mucha descarga en los teléfonos.
Avanzaron, pero en Pilar la policía de la provincia de Buenos Aires intentó
pararlos. Los maquinistas mostraron sus credenciales que los habilitaba y
tarjetas para el uso de vías que se habían agenciado. La policía estaba
desorientada con tanta credencial. Intentaron hacer regresar la locomotora.
Pero ocurrió lo que decía el Chiclets, los pasajeros intervinieron, era el
último tren diagramado, y eso los hacía sentir mal, venían discutiendo entre
el pasaje. Por supuesto, entre los pasajeros, estaban los compañeros de
apoyo que incentivaban la discusión: eran como setenta los ferrucas arriba
del tren, de todos los gremios del riel, algunos políticos oportunistas que
fueron para las fotos, después se bajaron. Descartaban ese servicio, era
como descartar la zona por donde circulaba. Eso significaba el desprecio por
la gente que se iba instalando, poco a poco. La protesta de los pasajeros
era una manera de resistir, era resistir junto a los ferroviarios que no
eran pocos.
Las oficinas de control trenes ubicadas en Palermo hacían trinar los
teléfonos. En las estaciones, todos sordos. Se ganó esa pulseada. En todo el
trayecto fue operando la solidaridad, de ferroviarios, vecinos de los
pueblos, de gente común llenaban los andenes. Situación que ni los políticos
ni el gobierno podían impedir.
-¿Y Juan?, como la ves. Es increíble. Nos afanamos un tren..
- Pero nosotros solos no, fuimos todos. Porque sino hubiera sido por todos,
porque todos pusieron el pecho a la balas, no estaríamos en este lugar.
Todos, es increíble, es así como lo decís vos.
- Estoy emocionado -cuchareó el Dante mientras sebaba mate-, al principio me
parecía una locura. Es que es una locura, una hermosa locura... somos todos
locos.
- Una locura resistente, -contestó Juan- militante. Es la contestación a la
tocada. No se si vamos a ganar algo con esta patriada, pero la rebeldía
ferroviaria quedará ratificada, no nos achicamos ante nadie, nunca,
nunca...carajo, -estaba conmovido, no era para menos, se movió despacio
hasta la ventanilla, sacó la cabeza, como una fresca caricia el viento lo
recibió, lo envolvió, él, Juan se dejó estar por un buen rato, esa corriente
húmeda lo calmó, el alma se le fue aquietando, pero el corazón seguía
bramando, no era para menos; el Juan venía de ser miembro del Comité de
Enlace de la Huelga del 91, de ponerle el pecho sin claudicaciones, junto a
otros, de rechazar en conjunto coimas y prebendas. ¡Cuánto coraje, qué
altruismo! Frente a tanta corruptela y mediocridad reinante. Es que eran
hijos de la clase obrera. Y eso no era joda.
- Juan, chupate un mate. Entrá la cabeza, vení, todos estamos igual...es
mucha la tensión, todo es mucho, pero bueno, los cumpas nos señalaron a
nosotros, y aquí estamos, dale, chupá el fierro, dale al mate, agarrá la
palancas, así me asomo ahora yo a saludar al viento ferroviario, tengo la
cabeza caliente ¡qué noche, mirá como nos junan las estrellas!
- No es para menos, nos afanamos un tren, pero no para asaltarlo, sino de
puro rebeldes, de puros enculados, ¡como nos van a tocar así porque sí! -el
Dante le extendía el mate y le daba el lugar del conductor, con una palmada
en el rostro de yapa, con su mano tiznada de grasa llena de ternura.
El traqueteo del tren era normal, cada entrada a las estaciones aminoraban
la marcha, gente en el andén, había que tirar la vía libre con cuidado, y
recibir la otra. Mensajes, papelitos solidarios....Que de sensaciones. Cada
uno con la suya, y éstas que se mezclaban con las del otro. Esta vez nos
escuchábamos, no eran los diálogos nerviosos de la Seccional. ¡Qué manera de
interrumpirnos! Estábamos locos por la impotencia de no saber como contestar
a tanta mierda que nos rodeaba. El tránsito de compañeros de los coches de
pasajeros hacía la locomotora, era incesante. No paraban de hablar. Habían
cambiado el lenguaje, ya no era soez, era puteador como corresponde, pero no
grosero. Es que era mucha la alegría por la expropiación. Es que no era
joda, nos habíamos afanado un tren con pasajeros y todo. Y a pesar de las
órdenes de Control Trenes de pararnos, la solidaridad de los compañeros de
toda la línea nos hacía proseguir. Era la complicidad de los trabajadores y
el pueblo, sin ella, minga, nos hubieran parado. Fuera del afano, eso, era
lo más valioso: la solidaridad. La locomotora se alimentaba a pura
solidaridad, como si fuera un combustible renovable, en cada estación éste
se renovaba: ¡qué hermosura! La solidaridad vence, nos une; ¡carajo qué si
nos une!
- Ya estamos en Rufino, anunció el Dante.
-Hay muchas luces, y gente, mucha gente, y cana y la T.V. -Juan
contabilizaba el andén..
El tren se arrimó a la estación despacio, con precaución. Los lugareños
ocupaban todo el andén. La locomotora como un felino, gruñendo, ronca de
tanto andar, entró en zona, centellaron los faros con sus ojos gatunos, se
iba a detener. Todo era precaución.
Había concejales en la estación esperando el arribo alertados por dirigentes
ferroviarios del lugar. La policía Federal quería detener a los maquinistas.
No pudieron. Más, la empresa resignada, autorizó el cambio de locomotora. La
vieja locomotora de maniobras había cumplido, llegó a Rufino, no exhaló un
último suspiro, sólo estaba cansada. Reemplazaron la vieja máquina. Todos
los fraternales la despidieron con un beso en su carrocería; ¡sos una hembra
de puta madre! Creo, digo, todos creyeron que ella sintió el afecto, la
tibieza del agradecimiento, debe ser, por eso que nunca dejó de ronronear su
cansado motor.
Arrancaron de nuevo, entre vivas y aliento popular. Todo parecía normal. La
respiración se aquietó, la paciencia se asomó de nuevo, pero no mucho. Había
muchos kilómetros aún por andar.
Diana, de voz ronca, fumaba y hablaba a la vez. No paraba. Alentaba a todos.
No decaía nunca su firmeza ¡Qué mina la yoruga! Discutía con todos, es una
ferroviaria consorte, no lo parecía: era ferroviaria.
Todo parecía rutina. Los andenes llenos de público de los pueblos. El tirar
y recoger el palo staff de la vía libre, los gritos, los mensajes. El arco
circular de la vía libre era recogido con suavidad, cubierto con papeles
anudados, todos con soplos solidarios, ni una queja. La ansiedad de nuevo,
aparecía como fenómeno nuevo, que no lo era.
- ¡Ja! En algún momento nos van a detener...
- Vos crees?, si ya nos dejaron pasar por un montón de lugares, no lo
creo...
- Este afano es un ejemplo de mierda...
- Pude haber contagio..., digo, en una de esas el ejemplo cunde.
- No nos van perdonar...
- Le devolvimos la tocada...
- Bueno, si así pensamos, no seamos giles...no nos descuidemos.
- Hay que estar preparado...
Así, de esa manera se instaló esta conversación, que ya era preocupación. La
ansiedad de la llegada que tiene todo maquinista no estaba presente.
Esta preocupación era lo central: La represalia.
Bueno, basta de charla, a prepararse, -sentenció el Dante.
- Hay que ser astutos. Ellos tienen la fuerza. Nosotros la picardía, la
astucia, los compañeros, los vecinos de los pueblos...
- Deben estar calientes, le afanamos el tren en sus narices..
- ¿Y los alcahuetes?
- Los van a echar a la mierda, que se jodan por buchones, son unos
baratos...
Comenzaron, entre rueda y rueda de mate, a cambiar ideas, de cómo no dejarse
agarrar si nos paraban. Dedujeron que sería en una estación de una ciudad
importante.
- ¿Cúal?, ya hemos pasado unas cuantas.
- Sí, pero no tan importantes...
- La que viene es Villa Mercedes, es grande..
- Hay muchos compañeros...que saben de nosotros.
-Están avisados...y algo estarán preparando, confiemos.
-Seguro que están organizando algo, no se que, pero algo...
-Por la dudas, entremos en señales despacio, no sea que nos estén
esperando...
No había aflicción, sólo la preocupación de no regalarse. Estaban total y
absolutamente convencidos que este afano, no era una aventura. Era un acto
militante, resistente. Sobre eso nadie tenía una pizca de dudas. Todos las
miradas se pusieron en paralelo con el haz de luz de la locomotora. Era un
vistazo cadenero, al lado del raudal principal. Querían llegar antes que el
penetrante faro de la máquina. Oradar la oscuridad, ir más allá, percibir
por anticipado la quietud de la luz de las señales. A los ojos rojizos por
el cansancio, se le sumaba el del esfuerzo, ese, el de fijarse que se movía
entre las sombras. Se aplacaban las voces, quedó sólo lo gestual. Cansancio
y preocupación. Villa Mercedes podía ser un tapón.
Comenzaron a prepararse. Acomodaron sus bolsos. Limpiaron el mate, se
ajustaron la zapatillas -por la dudas- uno nunca sabe si hay que rajar, que
no es cobardía. Alertaron a los setenta compañeros que iban de apoyo y,
éstos previnieron a los pasajeros: algo podía ocurrir. Muchos de los
viajeros se exaltaron, y aprobaron resistir la detención de los compañeros,
o lo que sea. Se disciplinaron a los compañeros de vagón...con un: ¡para lo
que gusten mandar!
A lo lejos se podía apreciar un aura circular amarillento, era el reflejo de
la ciudad. Nos estábamos acercando a Villa Mercedes. El Dante corrió la
manivela, la sacó del punto ocho de aceleración, y dejó que el tren se
deslizara, sólo tomó con fuerza la palanca de los frenos. Se cambiaron la
ropa de maquinistas, el verde caqui despareció.
Una poderosa linterna se movía en la señal de distancia, alertando con
cambio de colores, que se debía aminorar la marcha. El Dante fue aplicando
los frenos suavemente. Varias siluetas se dibujaban a pesar de las sombras,
la tenue luz de las señales bajaban desde la altura marcando contraste y la
silueta de los compañeros. Abrieron las puertas de la locomotora. Subieron
dos de ellos.
-Está la gendarmería esperando. -dijeron, casi sin saludar
- Los van a detener. -repitió otro, este sí, saludando
- Han bloqueado todo. El paso a nivel de entrada esta bloqueado...
- Los que manejaban deben irse, rajarse. En la otra señal hay cumpas
esperando con unas camionetas.
- Sí, ¿pero quién ingresa el tren?
Todos mudos. Alguien debía arribar la formación con cuidado. Era un tren de
pasajeros, no era joda. Todos mudos. Nadie quería caer en cana, pero nadie
pensó en arrugar.
Una voz ronca sobresalió:
- Yo lo ingreso...
- ¿Vos?
- Sí, yo, ¿qué hay?
- ¿De dónde y con que herramientas....? -malhumorado, el Chiclets la
increpó.
- Soy la compañera de Juan, y él me enseñó ¿cómo qué de dónde? -altanera y
segura Diana, comenzó a cambiarse la ropa delante de todos.
- Dame un ambo verde, de cualquier talle, todos me van a quedar grandes.
Mudos, abrieron los bolsos los curtidos y templados maquinistas, y le
ofrecieron la ropa. Primero las olió, estaban hediondas de traspiración.
Todas le quedaban como bolsa, grandes de talle, se arremangó...y ahí no más
estalló la risa.
- De que se ríen boludos. Movete, dejame tu lugar, -le dijo al Dante.
- Sí, mirá, tené cuidado....no terminó la oración. Diana se había sentado
como una experimentada maquinista. Diana, la uruguaya tomó la conducción del
tren. Uno a uno, los expropiadores, se fueron descolgando en medio de
ahogadas risas...
Diana, con su pelo rubio al viento, con medio cuerpo afuera, fue arrimando
el tren despacio, aplicó suavemente todos los frenos, en medio de aplausos.
El andén estaba colmado. La Gendarmería intentó detenerla. Al no ver a los
maquinistas, la descuidaron. Estos subieron a los coches del tren para
detenerlos por si estaban entre los pasajeros. Ya no estaban. A Diana, los
ferroviarios puntanos la tomaron del brazo, la soliviantaron, la cubrieron
con un capote de lluvia de los cambistas y la hicieron invisible.
Horas después, por turno, regresaban por distintos medios a la Capital, bien
comidos y bebidos y bailados. Los compañeros de Villa Mercedes los
festejaron. Los llevaron a bailar. Los expropiadores bailaban, es decir, los
maquinistas también bailan, en la lucha y en la alegría.
Regresando todos iban durmiendo. Todos tenían una mueca rara en ese dormir:
se reían, regresaban en el mismo tren, pero de pasajeros.
Nunca los agarraron, los puntanos los hicieron invisibles.

Al Dante y al Chiclets, los iban a procesar por "robo del tren".
Ferrocarriles Argentinos extendió la fecha de clausura del tren. En la
Cámara de Diputados, Radicales y de otros partidos presentaron un proyecto
de resolución preguntando por el episodio y sobre el cierre del ramal. Así
luchaban los ferroviarios contra las privatizaciones. Estos hechos,
desmienten antes y ahora, a aquellos que dicen que nosotros los
ferroviarios, aceptamos en forma resignada este saqueo privatista. Esta fue
una de las tantas maneras de resistir con todo el cuerpo social ferruca. La
Resistencia Ferroviaria se hizo presente en todo momento, nunca desfalleció
ni ante la perspectiva de una futura derrota. No nos vencieron. Esta derrota
es parte de un mismo proceso de lucha, que prosigue, y que no me caben
dudas: ganaremos. Ganaremos a pesar de las traiciones, de los conversos, de
los vendidos por una moneda vil. Los ferroviarios somos parte de esa larga
tradición de lucha de la clase obrera argentina. Años les costó a los
explotadores pretender domesticar a la rebeldía popular, no pudieron. Por
eso, todo germina de nuevo, y la clase obrera en forma particular, que en su
dimensión dialéctica, siempre renace de sus cenizas, demostrando que no hay
un fin, sino un recomienzo más dinámico. Dando así la respuesta más rotunda
a ideólogos oficiales, reconvertidos, y a la cobardía intelectual de
algunos.







"Ferrocarriles Argentinos Destrucción / Recuperación"


Abjurar del nombre de Ferrocarriles Argentinos es como entregar la bandera
de nuestra identidad al colonialismo.
Juan Carlos Cena



*Por Elena Luz González Bazán especial para Latitud Periódico *
20 de septiembre del 2012


Este libro es el proyecto de reconstrucción de los Ferrocarriles Argentinos.
En diciembre del 2003 sale EL FERROCIDIO, se agota, en agosto del 2008,
luego de un trabajo y ampliación del mismo, sale la segunda edición que está
agotándose. Luego de mucho andar se pone en movimiento este nuevo tren, es
un planteo de recuperación...
Participan en esta obra, técnicos ferroviarios de distintas partes del país,
convocados por el autor, que respondieron contribuyendo con proyectos de
trabajos para cada zona de cómo reconstruir el sistema ferroviario. Además,
otros especialistas que colaboran en esta obra. Ferrocarriles Argentinos
Destrucción / Recuperación es la continuación de EL FERROCIDIO, es decir, la
propuesta de cómo recuperar el Sistema de Transporte Ferroviario Argentino.
Lo que hicieron con los Ferrocarriles en la Argentina es único en el mundo.
Un latrocinio sin par. Fue de tal magnitud que generó con su ausencia 1.200
pueblos fantasmas. Alguien, alguna vez se preguntó ¿Cuánto cuesta un Pueblo
Deshabitado? ¿Cómo lo evaluamos dentro de la contabilidad del lucro?
pregunta siempre Cena.
Desde el golpe de Estado contra Perón, salvo el gobierno del doctor Illia,
todos boicotearon el sistema ferroviario. Hay una responsabilidad principal,
la de Carlos Menem, que ocasiónó todo un perjuicio nacional que subsiste en
la actualidad, todos los gobiernos hasta la actualidad no tuvieron la
política de restructurarlo. Adeudo que deberán dar cuenta, algún día, todos
los poderes ejecutivos que ocuparon el sillón presidencial y que
contribuyeron a este desguace y desestructuración del ferrocarril.


*Fuente:
http://www.latitudperiodico.com.ar/libros/ferrocarriles%20septiembre.htm




***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/

Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue
un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente
Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


 BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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