*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba
EL SUEÑO DEL ÁNGEL*
A Virginia Eliza Clemm Poe
Sumiso cual vigía insomne,
Atento al sonido de tus pasos.
Ray Respall Rojas
Mientras sueñes el despertar, nada queda perdido.
José Luis Fariñas
No soportaba más el peso de esas cuatro paredes. Por más que le decía que debíamos tomar sol, abrir las ventanas para respirar aire fresco, ella meneaba la cabeza con resignación, encerrándose en su mutismo. ¿Qué podría haber mitigado su vitalidad al punto de hacerla parecer un espectro?
Cansado de tanta incomunicación decidí que, a pesar de mi amor, de mi temor a dejarla sola, iba a cambiar de vida. Aproveché que estaba cerrando el piano, recorrí el largo pasillo, abrí la puerta y salí.
La chocante sensación de debilidad que experimenté tenía fácil explicación en tanto aislamiento; pero su expresión iba más allá del abandono momentáneo al que pensaba someterla. “¿Qué has hecho?”, dijo corriendo hacia mí.
Su salida reveló nuestro contraste, mientras su rostro casi infantil asumía tonos dorados, que parecían provenir de la luz que la envolvía, mi piel se tornaba traslúcida, perdía sus contornos. Aterrado, comprobé que me desdibujaba.
“Mi amor”, escuché su voz cada vez más lejana, “luego de aquella noche fatídica, te busqué y te encontré en casa. Habías regresado y no tenías idea de lo sucedido. Decidí quedarme hasta que comprendieras... pero nunca imaginé que sería así, de golpe... Lo siento tanto...”
Apenas soy una mancha de aliento en la luna de un espejo. Dicen algunos que cuando nos llega el final nos espera un ángel, y que ese ángel puede ser simplemente un ser querido que, liberado de las ataduras de la materia, ayuda al alma desorientada a encontrar el camino. Ahora sé que es cierto lo que sentí cuando nuestros ojos se cruzaron por primera vez… Desde que la conocí, siendo apenas una niña, supe que había encontrado a mi ángel.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
MIENTRAS SUEÑES EL DESPERTAR, NADA QUEDA PERDIDO...
LOS ÁRBOLES*
Los árboles
son extraños;
saben algo
que repiten;
las semillas
los piensan,
los desean
y los hacen,
profundas e
incesantes,
contra la sed,
contra la noche.
*De Eduardo Dalter eduardodalter@yahoo.com.ar
-Cuatro momentos. Ediciones del Nuevo Cántaro.
*
haber sido un pájaro para balancearme contigo, madre, en las ramas débiles de un ciruelo en flor
*De Verónica Merli. poeta964@hotmail.com
EL AGUARIBAY FLORECIDO*
a Mario Compañy
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Cuando con Miguel Corea descubrimos El Eternauta, con su nieve cayendo sobre Buenos Aires, teníamos catorce años y no imaginamos ni siquiera en alguna pesadilla que un día sería ese héroe tan amado, puesto en tela de juicio por políticos de cuarta.
Como él tenía hermanos mayores probablemente le comprarían la revista que la escasez de mis bolsillos no me permitiría. Es decir que yo leía las aventuras de Juan Salvo, de prestado, como correspondía a aquellos tiempos solidarios.
Y ya que estamos con el tiempo, que según Isidoro Blaisten lo único que hace es pasar, yo le agregaría que siempre deja al rescoldo, como si fuera una brasa oculta por cenizas su cuota de afectividad que se debe resguardar aún bajo tormentas y aún bajo temporales que no dejan de acosar.
Por eso, cuando Mario Compañy me llama por teléfono para recordar el aguaribay de mi casa paterna, la mención al poema de Juanele es obvia. Y también, me dice “las calandrias que enseñorean sobre los fresnos”. Y yo le agrego: las cotorras nuevas sobre la higuera tan vieja que ya no da higos.
Cuando mi madre vivía todo era distinto porque la casa tenía su música particular.
De ella no tengo una sola imagen, sino muchas y a veces se superpone entre ellas y hasta con las imágenes suyas que me visitan en los sueños. Como esa donde ella atraviesa el patio con un plato en la mano, de regreso seguramente del gallinero donde llevó las sobras del almuerzo a las gallinas. Lo curioso es que tengo una foto de ella con su plato y su batón celeste. Lo que me hace pensar que tal vez fue esa foto vista tantas veces hasta que por una fuerza extraña o incompresible terminara instalándose en el sueño.
O cuando con gran amorosidad recogía los pollitos recién nacidos que podían morir ahogados en los temporales y los depositaba en una canasta, envuelta en un pulóver de lana en desuso cerca de la cocina económica para que recibiera todo ese calor. Y más de una vez, alguno se resistía a salir del huevo, que abrían con sus piquitos, muy despacio. De sólo animarlo al calor, en un par de días salía caminando con sus numerosos hermanitos y pronto era tan vivaz como cualquiera de ellos.
Alguna vez escribí que ella vivía en un reino de cebollas, y tal vez pretendí metaforizar que ella reinaba en la cocina. Y era verdad. Pero una verdad, si bien importante, no se conciliaba con la estricta realidad.
Porque ella lo hacía todo dentro de la casa y también en lo exterior. Cuidaba a los animales domésticos pero además hacía la quinta, salvo puntearla que lo hacía mi padre hasta que fui adolescente. Y esa fue mi tarea y también la del viejo. Ella allí estaba a sus anchas, sembraba papas, cebollas, tomates (que en verdad se transplantaban en plantines de dos centímetros más o menos) zapallos, calabazas, y hasta algunos surcos de maíz que luego se comían como choclos de los cuales ella era devota. Al mediodía hervía una olla y luego de la siesta comía algunos antes del mate. Cuando nos ofrecía algunos a nosotros, mi padre siempre contestaba lo mismo:
-No soy caballo para comer maíz.
Lo mismo decía cuando mi madre pretendía que comiera la lechuga o la rúcula de su quinta.
Mi padre era un ser absolutamente carnívoro, lo era de manera excluyente y militante. Y me consta que nunca le vi tomar una taza de leche que no usaba ni para “cortar” el café.
-Quiero café negro, le decía a mi madre luego de almorzar.
Pero de noche no tomaba porque decía que no podía dormir, que lo desvelaba. Y ella, mi madre, entonces le hacía un té de tilo porque decía que lo tranquilizaba. No sé si era cierto, pero ellos lo creían.
Todo aquello que estaba bajo el control de mi madre servía para cumplir en la cocina, y tenía mucha experiencia porque a los ocho años mi abuela la puso sobre un banquito y le ordenó cocinar para la docena de juntadores de maíz que iban invierno tras invierno a esa chacra que arrendaban y que apenas les permitían comer y vestirse pobremente.
Y en esas tareas de juntadora la vi ayudándole a mi padre.
Domingo Clérici me ponía sobre la chata tirada por cuatro caballos y que se usaba para recoger las bolsas llenas y entrábamos al rastrojo que era un mar amarillo, y yo soñaba que navegaba en el mar de Sandokan.
Entonces me decía, desafiándome:
-A ver, adonde están tus viejos…
Y yo al descubrirles gritaba señalándolos.
Y allí estaba el rostro moreno de mi madre, con un sombrero que le protegía del sol y con su sonrisa que era también un sol para mis cuatro años felices e inocentes.
Que se quedaron allí como una moneda que no deja de brillar.
Crepúsculo*
En esta hora tan triste del crepúsculo
en que el pausado viento invita a la nostalgia...
En este largo instante en que la noche
copula con el día antes de asesinarlo
cual mantis religiosa...
En este lapso mágico de sombras huidizas,
de agónicos gemidos de un sol que se desmaya,
de vagos resplandores allá en el horizonte...
Es preciso callar.
Es preciso detener la mente,
dejar por un momento que el tiempo se adormezca
y el olvido se adueñe las luchas cotidianas.
Es necesario callar y someterse
a la cruel dulzura de tanta maravilla
y aprender los misterios apenas presentidos
por el alma que yace en el pecho asustada,
impresionada acaso por lo majestuoso
de esas fuerzas amantes y enfrentadas.
Es preciso contemplar en calma
ese amor voluptuoso y homicida,
ese orgasmo de dioses silenciosos
condenados a dar muerte con su vida.
-De El rostro prohibido
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
La torre*
La princesa permanecía encerrada en la torre oscura y triste. En la ventana el sol la esperaba goloso. Sólo podía pasearse sobre ella, desde el gran lazo de la cintura a la cara, cuando se asomaba a la ventana. Dulce, suave caricia, demorada morosa en el escote, en los ojos, el pelo. A veces él subía por la escala, se peleaba con las manos del sol para tocarla, seda, seda, seda. Se peleaba con la boca del sol, boca, dedos, boca, labios. Se alimentaba de ella y le traía lo que ella necesitaba, para vivir, un rouge claro, perfumes, libros, café, quesos, espejos. Ella quería irse pero la puerta estaba sellada. Pensaba, de los laberintos se sale por arriba. Como a él le gustaba tanto rozarla con pañuelos para adornarla. Ella le pedía más y más telas, él las ponía como joyas de belleza en la piel blanca. Telas y telas con las que ella movía el aire de la tarde y quedaba toda para él en el crepúsculo. Con cierto rubor le pidió que le comprara lo que se usa debajo de la blusa. Cuando él fue a la lencería del reino le gustó imaginar. Lo que no entendía era porqué le había pedido tantos, aunque le gustaba comprarlos, y tantos chales, pañuelos para el cuello, telas.
Hasta que un día, ella ya no asomó la mitad del cuerpo en la ventana, el lugar de la cita, ese borde, él se ensombreció. El aire agitaba la extraña y maravillosa escalera de colores y encajes, sedas y satenes.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
MUJER*
Cuando el silencio gana distancias,
me siento mar
salitre deseoso
de permanecer espuma en la piel de tu playa.
Eres, entonces, arena;
blanca arena que recorro escurriéndome entre tus poros
dejando mis volátiles huellas marcadas sobre tu piel.
Cuando la mar se retira y se hace lejanía,
soy honda playa esperando
que la salitrosa presencia bañe mis deseos,
los cubra suavemente con la tumultuosa fragancia;
emanación sublime del encuentro.
Cuando las aves en su vuelo anuncian la noche,
el rumor leve y lejano de la mar se ensancha
se hace caracola lenta y plena,
pez alado surcando luz de plata
cardumen claro en la oscuridad de las aguas
medusa inquieta afiligranada por tus ojos
fondo marino exhalando colores y claras algas
es cuando
sabedor que mis pasos llegan
a tu húmedo cuerpo de playa,
se sahuman y contienen mis amores.
del mundo...
del mundo recojo en mis bolsillos la ternura.
Una flor cortejada por el Mainumbi
La sonrisa infantil y los juegos
El mate y la ronda de amigos
Una pareja que no teme a las caricias
La charla con mis hijos
Mis padres y sus historias
Las dulces canciones de ronda
La música
Y una mujer.
Es probable que no haya señalado todo
sólo intento insinuar lo que del mundo
guardo en mis bolsillos.
*De Oscar A. Agu. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Hasta siempre*
*Por Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
Cuando Rosario despertó, creyó que seguía adentro de ese sueño que la acompaña cada tanto desde niña. Abrió un ojo entre ruidos de alas de palomas que buscaban ventanas donde recibir el sol tibio, de una mañana de otoño.
Era un sueño realmente tortuoso, ella bajaba escaleras estrechas y mal iluminadas, apenas guiada por una leve luz, quizá una candela que parecía estar unos escalones más abajo, pero que no dejaba de alejarse, se sentía siempre al despertar haciendo el recorrido por una torre de babel, pero no
hacia un cielo libre, sino al fondo de la tierra, quizás a su más temido infierno. Es curioso, nunca en el sueño amagaba dar media vuelta y volver sobre sus pasos, dejar de bajar infinitos peldaños de cemento, casi a oscuras buscando una luz que se extinguía o se alejaba cuando ella más cerca creía estar. Quiso salir con alguna ironía, y solo recordó una frase atribuida a Jorge Luis Borges, que leyó hace un tiempo en el suplemento cultural de La Jornada, "todos somos no videntes, yo soy ciego", y pensó si no era justamente eso lo que ella vivía en ese sueño repetitivo, un andar a ciegas sin saber a ciencia cierta a donde iba ni para que....
Trato de olvidarse de la angustia que acompañaba su despertar después de cada vez que soñaba su descenso por las escaleras oscuras, volvió a la noche anterior, su deambular por el lobby del hotel, su indecisión expresada en cada paso... salir a cenar en una mesa de soledad entre miradas desconocidas, comer en el salón comedor del hotel en la misma situación.... pensó que seria más ella comiendo en su habitación, como lo haría cualquier mujer que ha quedado sola por las ocupaciones de su pareja, -a esta hora Daniel esta volando a Mendoza, pensó, quizás le sonríe a una azafata rubia con ojos de cielo casi mar y le pide la segunda medida de whisky. Mañana temprano organizara la agenda y luego me llamara al celular. Quizá ordene un ramo de rosas amarillas y rojas para que las reciba a primera mañana en la
habitación, -para hacerme sentir su presencia después de una noche sin sentir su cuerpo cercano al mío....
Ella pensó en esta cierta dependencia en los negocios que Daniel tiene con los hoteles Hyatt que lo hacer viajar tanto por el mundo, con ella inclusive cada tanto.... recordó la luna de miel en el hotel Regency de Mérida, donde por suerte no hubo reuniones ni llamadas al celular, ni videoconferencias, ni nada de las cosas a las cuales había terminado por resignarse, tanto como a la ambición de dinero de su marido, en fin, son tres años de "matrimoño" como ella les dice a sus amigas, y en pocos años no quedan ilusiones y cada uno es como es.... alguna emoción le surge cuando aparecen las imágenes de las últimas vacaciones en el Hyatt de Casablanca, ese pueblo increíble, otra cultura... esa caminata que hicieron por callejuelas fue una aventura,
Daniel la llevaba tomando fuerte su mano izquierda, con su mano derecha transpirada de emoción o de percepción de peligro, esa pregunta a los turistas franceses, la búsqueda del bar de "Rick" Bogard...
Cuando volvió al aquí y ahora, estaba casi en el mismo sitio y sintiéndose seguramente observada, expuesta, en su inseguridad. allí mismo busco al conserje y pidió una carta para cenar en su habitación , el conserje le dijo que hoy el principal chef del hotel esta sirviendo sus platos personalmente, que podría elegir tranquila en la habitación y luego de una módica espera de una hora recibir el menú.
En el ascensor, pensó si el chef sería ese hombre de uniforme blanco, casi como se visten los doctores de los hospitales, pero con ese inconfundible, hasta ridículo, gorro colorado.
Piso 12, habitación 1223, entró, una leve brisa modela fantasmas en la cortina de la ventana que mira al río. Decidió ponerse cómoda, una ducha caliente, salir goteando por la alfombra y secarse sobre la cama, ahora las medias cortas, el portaligas y esas bragas minúsculas que compro en el último viaje a Madrid, apenas una tira que deja ver sus glúteos firmes y salientes, los que las amigas mexicanas siempre le envidian... Laura, su amiga escritora le dijo una vez que le cambiaba su don por las palabras por tener un par de meses esa cola que hacia girar a los caminantes, y distraer a los conductores.... hasta sintió culpa en aquel choque, cuando el conductor del Seat se llevo puesto a un autobús detenido en el semáforo.
Ella se río, mucho, pero mucho con la ocurrencia de la Esquivel y le dijo que con gusto le cambiaba sus hermosas asentaderas por el talento de escribir un libro como "Íntimas Suculencias", su tratado filosófico de cocina, y pensó para adentro que la comida es lo único que te da placer al menos dos veces al día... (Que exagerada, esta Laura... como si fuera el culo de Jennifer López...)
Luego se coloco su salida de cama sin molestos corpiños, su bata es casi un tul transparente bordado de infinitas alas de mariposa, y ella adentro casi como una crisálida con alas de noche plegadas.
Prendió el televisor de fondo, mientras miraba la carta empezó a reírse de los nombres de los platos del cocinero estrella el "chef Kabuki":
Kanikama deconstructivo.
Sake Confucio.
Sushi a la Nietzsche.
Chop- suei Socrático.
Canelones a la Marx y Engels.
Ñoquis gratinados con salsa Zizek.
Se detuvo a carcajadas en "Salmón Savater", quizá por que esa tarde había estado en la feria del libro de Buenos Aires y se había comprado el libro de "Los diez mandamientos en el siglo XXI", bueno, el salmón Savater no es otra cosa que Salmón rosado de Chile, cocinado a la crema y servidos con champignon y papas noce, bueno vamos a probarlo, toco las teclas: 2, 4, 9... -puede enviarme a la suite un servicio de cena con servicio a cargo del chef...? , si, 45 minutos, Salmón Savater por favor, sin vino, solo hielo, agua mineral y ensalada de frutas de postre. -Hoy voy a tomarme el Cabernet Sauvignon que compre en la feria de vinos de Firenze.
José, subía en el ascensor con el servicio exclusivo cena servida por el chef pedido por la habitación 1223, todavía se reía solo con las graciosos ademanes de los italianos, había tenido que compartir un par de rondas de vino para no ofenderlos y escuchar sus comentarios altisonantes y los ademanes que hacían sobre las maravillas que veían en las calles, mujeres argentinas, turistas brasileras.. El siciliano, estaba totalmente sacado, decía que no se iba sin "fatare una nigra"..
Ya estaba en el 12....
Rosario apago el televisor y volvió a escuchar a Luis Miguel, casi no escucha el timbre y presurosa cierra su bata por pudor y atiende la puerta con un seco y corto adelante señor...
es el mismo ? la ropa blanca el sombrero colorado que debe cuidar por su altura en cada marco de puerta, el gran Chef Kakuki es más bien alto, tiene incorporado torcer el cuerpo hacia adelante y agachar un poco la cabeza para que su gorro pintoresco de chef no caiga en cada umbral y demuestre sus pelos negros ya encanecidos.
El hombre, recibe sin duda el impacto, ha llevado el menú a una habitación de las más exclusivas del hotel, con doble ventanal, dos baños, un estar comedor separado de la cama matrimonial por una arcada, amoblada por finos muebles de roble de estilo antiguo.
La mujer que ve José es sin duda inquietante, no solo por su desnudez apenas cubierta por una especie de bata, una larga y vaporosa transparencia que cubre su cuerpo hasta la desnudez total de sus tobillos y pies menudos hundidos en la alfombra color rojo fucsia.
Esta mujer morena, de pómulos salientes y ojos pequeños, negros, brillantes, quizá sea extranjera, aunque su tono de voz no es abierto, quizá sea nativa de algún punto de Centroamérica... pero no se animo a preguntar y menos a mirarla demasiado..., el servicio de chef llega en un carrito que incluye una pequeña hornalla a gas para regular la temperatura del plato al de servirse, una conservadora de bebidas, hielo, cubiertos, todo queda en la habitación hasta la mañana siguiente... es ideal para una cena íntima y sin apuros, sólo cortada por impulsos del deseo y la palabra.
Rosario, ve preparar la mesa a ese hombre fornido y callado. y en una de sus momentáneas ausencias recuerda el poema de su amiga Laura:
"Qué lejos estoy del suelo donde he nacido
inmensa nostalgia invade mi pensamiento,
y al verme tan sola y triste cual hoja al viento
quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento"
Así se siente ella, como una hoja al viento en este destemplado otoño argentino, con lluvias y cielos oscuros, cerrados...
José ha concluido las instrucciones, la mujer lo observa desde el fondo de su mirada penetrante, el sigue evitando recorrer su cuerpo con alguna mirada, algo pueda abrir grifos de deseo en este, su lugar de trabajo.
Cuando casi no queda nada por decir sino, "buenas noches, señora, que disfrute su plato", la mujer ha girado y mueve su silueta trasparente, casi de aire, hacia la ventana angosta que mira al río...
José. puede ver los movimientos de su cuerpo por debajo del tul, el contorno de sus piernas altas y flacas y su movimiento que parece el de una modelo en la pasarela, pero más lento, como la quietud de un enorme trasatlántico en la proximidad de amarrar al puerto.
La ventana este es más bien estrecha, casi un mirador individual, unos 70 u 80 centímetros por un metro y medio de alto, la mujer recuesta levemente su cuerpo sobre el umbral de madera lustrada, saca su cabeza al viento y lo llama:
-Por favor, puede contarme algo de este paisaje....
José se acerca recorriendo la figura de la mujer, la ve casi recortada contra un cielo inmenso de estrellas, imagina incluso que su cuerpo es apenas una ilusión absoluta, un producto de su imaginación como cuando en su niñez se tiraba en el pasto de la chacra de su abuelo e inventaba figuras uniendo estrella con estrella, claro que eran otras figuras, siempre volvía con el parte de sus figuras encontradas al regazo de la abuela Anita: vi dos leones con melenas, una jirafa enorme cuyo cuello cruzaba todo el cielo y la cabeza se perdía en el sur, detrás del monte oscuro... un hipopótamo blanco,
una tropilla de alazanes....
La abuela no le creía demasiado pero siempre decía, -con esa imaginación vas a llegar lejos josecito....
José se acerco a la ventana quedando al lado, casi atrás de la mujer para no cortar su visión...., ¿cómo describir esto? Toda la orilla de la ciudad contra el río se podía ver desde allí, un río iluminado por una luna plena, las luces de los faroles de la costanera , mas lejos aun las curvas de San Isidro, apenas una intuición sobre el Delta, no importaban sus palabras textuales.. Ella le preguntaba una y otra cosa, como si quisiera que ese momento no termine más que él no se vaya de allí. Como un río llamado por las mareas, ella empezó a ondular su cuerpo, a soltar el movimiento de sus caderas siguiendo, transportándose con el "contigo en la distancia" de la voz de Luis Miguel que llevaba su magia por los aires, se confundía con las luces y los sonidos de una ciudad cada vez más ausente. Y ella movía sus caderas, lentamente, la fusión de la palabras y paisajes había acercado su cuerpos a un leve roce, apenas una caricia de los glúteos de Rosario en la zona erógena de José, recién allí él se permitió descender con la mirada
desde el perfil del rostro de la morena y bajar por sus cabellos que como ramas de sauce descendían por su espalda... no pudo evitar ver su cuerpo, su cola apenas cubierta del tul traslucido y una delgada línea negra de encaje por ropa interior. José apenas podía atender las señales de peligro de la conciencia, una transgresión en su lugar de trabajo le podía costar el empleo y sus ingresos relativamente altos de Chef principal de un exclusivo hotel.
Rosario tampoco podía pensar, solo dejaba llevar su cuerpo y seguía escuchando la palabra de ese hombre que le hablaba con una voz pausada desde atrás de su pelo, casi como una voz interior...
José, dejo de mirar el cuerpo de Rosario y elevo la mirada, la noche clara de estrellas lo transporto a La cocha, San José de La Cocha para ser más precisos su pueblo Tucumano, las noches con el cielo estrellado cayendo sobre el mundo, y él de espaldas al pasto soñando despierto... La Chacra del
abuelo y sus frutales, el otoño era primavera y los frutales estaban florecidos, los duraznos y manzanos reventaban en flores y derramaban aromas de celo, sus 16 años, su crecer de golpe cuando Papá se fue y no volvió...
Y aquella, la primera vez con Mariana, su amiga de la infancia de la Chacra de los Enrique, ella que se colgaba de las ramas bajas y lo apretaba con sus piernas en tijera por la cintura, él levantando su pollera a cuadros y embistiendo como un toro, entrando, llenándola de leche...
Cuando bajo la vista se dio cuenta que estaba definitivamente perdido, que sus brazos abrazaban a la hermosa desconocida, que su pene plenamente erecto jugaba al mismo vaivén de ese hermoso culo.... ya no era él, José, sino un macho entregado a su instinto...
Rosario, se giro, le coloco sus manos en el cuello de él y se fusionaron en un largo beso hasta perder el aire y olvidarse de la ventana y el paisaje de una ciudad anónima muriendo en sus orillas.
El la alzo con sus manos sosteniéndola desde la cola, como a Mariana, aquella vez, ella cruzo sus piernas abrazando su espalda, cerrando con un candado de talones desnudos a la altura de su coxis. Así estuvieron , largo rato, perdiendo el aire, danzando a Luis Miguel... ella abandonando pisar el suelo, sin querer pisarlo nunca más, él sintiendo que los pechos de ella le perforaban el pecho y le hacían sangrar hasta el corazón....
Hasta que llegaron al borde de la mesa y ella dejo caer lentamente su espalda, dejando sus pelos como centro de mesa. Allí estuvieron, él empezó a penetrarla, a golpear con fuerza y lejanamente oír gemidos y un -más...., más..., con el segundo orgasmo la llevo a la cama, en los aires, sin salirse de adentro de ella, allí siguieron como una eternidad, hasta que descubrió que el sueño los vencería.... -Me tengo que ir.... sos una hembra hermosa, dijo José, Y Rosario que ni siquiera dijo que se llamara Rosario ni tuvo tiempo de inventarse un nombre de fantasía para su aventura. Hubiera querido decirle: -me sentí plena, la mujer más deseada del mundo. Pero guardó silencio.
Se acomodaron las ropas sin quitarse la mirada, y después de un silencio que podría haber significado "hasta siempre", él cerro la puerta y se fue.
*
Momentos de amor
Son tan intensos,
que hay que guardarlos
en una caja de cristal
para los momentos adversos
Siempre se habla de un amor
Perenne eterno,
Como si fuera un cuadrado
De cemento concreto.
Como si hubiese un diploma
Que se alcanza y se cuelga
En la pared de la oficina
El hogar o el consultorio...
Y si ya se logró, ese amor tan
Esperado, y buscado,
Se lo talló con un anillo
Una misa y un compromiso...
Nadie imagina, planea
Considera y a veces.
reniega
Qué imprevistamente
surgen,
Aparecen , acontecen,
Otros instantes de calor
De vacilación y de incertidumbre
De tropiezos que emocionan
Los ojos que florecen
En otros ojos que se miran
A la profunda cercanía
Ser cómplices de aventuras
Como amigos de años
Salvajes saludables.
Necesarios
Miradas entrecruzadas
Que inscriben y lanzan
al foco del alma
son íntegros inimitables
Que tiñen ese espacio
En una inmensidad
De travesuras relegadas
Sin sermones , ni huecos,
Que al originarse profundizan
La hermosa alegría de compartir
Una refrescante compañía
Sin obstáculos ,sin demasiados
Tapujos que tientan
El destino de sentirse
Demasiado juntos
Aun cuando sean solo
Momentos...
*De Azul. azulaki@hotmail.com
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EL SUEÑO DEL ÁNGEL*
A Virginia Eliza Clemm Poe
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José Luis Fariñas
No soportaba más el peso de esas cuatro paredes. Por más que le decía que debíamos tomar sol, abrir las ventanas para respirar aire fresco, ella meneaba la cabeza con resignación, encerrándose en su mutismo. ¿Qué podría haber mitigado su vitalidad al punto de hacerla parecer un espectro?
Cansado de tanta incomunicación decidí que, a pesar de mi amor, de mi temor a dejarla sola, iba a cambiar de vida. Aproveché que estaba cerrando el piano, recorrí el largo pasillo, abrí la puerta y salí.
La chocante sensación de debilidad que experimenté tenía fácil explicación en tanto aislamiento; pero su expresión iba más allá del abandono momentáneo al que pensaba someterla. “¿Qué has hecho?”, dijo corriendo hacia mí.
Su salida reveló nuestro contraste, mientras su rostro casi infantil asumía tonos dorados, que parecían provenir de la luz que la envolvía, mi piel se tornaba traslúcida, perdía sus contornos. Aterrado, comprobé que me desdibujaba.
“Mi amor”, escuché su voz cada vez más lejana, “luego de aquella noche fatídica, te busqué y te encontré en casa. Habías regresado y no tenías idea de lo sucedido. Decidí quedarme hasta que comprendieras... pero nunca imaginé que sería así, de golpe... Lo siento tanto...”
Apenas soy una mancha de aliento en la luna de un espejo. Dicen algunos que cuando nos llega el final nos espera un ángel, y que ese ángel puede ser simplemente un ser querido que, liberado de las ataduras de la materia, ayuda al alma desorientada a encontrar el camino. Ahora sé que es cierto lo que sentí cuando nuestros ojos se cruzaron por primera vez… Desde que la conocí, siendo apenas una niña, supe que había encontrado a mi ángel.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
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LOS ÁRBOLES*
Los árboles
son extraños;
saben algo
que repiten;
las semillas
los piensan,
los desean
y los hacen,
profundas e
incesantes,
contra la sed,
contra la noche.
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*
haber sido un pájaro para balancearme contigo, madre, en las ramas débiles de un ciruelo en flor
*De Verónica Merli. poeta964@hotmail.com
EL AGUARIBAY FLORECIDO*
a Mario Compañy
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Cuando con Miguel Corea descubrimos El Eternauta, con su nieve cayendo sobre Buenos Aires, teníamos catorce años y no imaginamos ni siquiera en alguna pesadilla que un día sería ese héroe tan amado, puesto en tela de juicio por políticos de cuarta.
Como él tenía hermanos mayores probablemente le comprarían la revista que la escasez de mis bolsillos no me permitiría. Es decir que yo leía las aventuras de Juan Salvo, de prestado, como correspondía a aquellos tiempos solidarios.
Y ya que estamos con el tiempo, que según Isidoro Blaisten lo único que hace es pasar, yo le agregaría que siempre deja al rescoldo, como si fuera una brasa oculta por cenizas su cuota de afectividad que se debe resguardar aún bajo tormentas y aún bajo temporales que no dejan de acosar.
Por eso, cuando Mario Compañy me llama por teléfono para recordar el aguaribay de mi casa paterna, la mención al poema de Juanele es obvia. Y también, me dice “las calandrias que enseñorean sobre los fresnos”. Y yo le agrego: las cotorras nuevas sobre la higuera tan vieja que ya no da higos.
Cuando mi madre vivía todo era distinto porque la casa tenía su música particular.
De ella no tengo una sola imagen, sino muchas y a veces se superpone entre ellas y hasta con las imágenes suyas que me visitan en los sueños. Como esa donde ella atraviesa el patio con un plato en la mano, de regreso seguramente del gallinero donde llevó las sobras del almuerzo a las gallinas. Lo curioso es que tengo una foto de ella con su plato y su batón celeste. Lo que me hace pensar que tal vez fue esa foto vista tantas veces hasta que por una fuerza extraña o incompresible terminara instalándose en el sueño.
O cuando con gran amorosidad recogía los pollitos recién nacidos que podían morir ahogados en los temporales y los depositaba en una canasta, envuelta en un pulóver de lana en desuso cerca de la cocina económica para que recibiera todo ese calor. Y más de una vez, alguno se resistía a salir del huevo, que abrían con sus piquitos, muy despacio. De sólo animarlo al calor, en un par de días salía caminando con sus numerosos hermanitos y pronto era tan vivaz como cualquiera de ellos.
Alguna vez escribí que ella vivía en un reino de cebollas, y tal vez pretendí metaforizar que ella reinaba en la cocina. Y era verdad. Pero una verdad, si bien importante, no se conciliaba con la estricta realidad.
Porque ella lo hacía todo dentro de la casa y también en lo exterior. Cuidaba a los animales domésticos pero además hacía la quinta, salvo puntearla que lo hacía mi padre hasta que fui adolescente. Y esa fue mi tarea y también la del viejo. Ella allí estaba a sus anchas, sembraba papas, cebollas, tomates (que en verdad se transplantaban en plantines de dos centímetros más o menos) zapallos, calabazas, y hasta algunos surcos de maíz que luego se comían como choclos de los cuales ella era devota. Al mediodía hervía una olla y luego de la siesta comía algunos antes del mate. Cuando nos ofrecía algunos a nosotros, mi padre siempre contestaba lo mismo:
-No soy caballo para comer maíz.
Lo mismo decía cuando mi madre pretendía que comiera la lechuga o la rúcula de su quinta.
Mi padre era un ser absolutamente carnívoro, lo era de manera excluyente y militante. Y me consta que nunca le vi tomar una taza de leche que no usaba ni para “cortar” el café.
-Quiero café negro, le decía a mi madre luego de almorzar.
Pero de noche no tomaba porque decía que no podía dormir, que lo desvelaba. Y ella, mi madre, entonces le hacía un té de tilo porque decía que lo tranquilizaba. No sé si era cierto, pero ellos lo creían.
Todo aquello que estaba bajo el control de mi madre servía para cumplir en la cocina, y tenía mucha experiencia porque a los ocho años mi abuela la puso sobre un banquito y le ordenó cocinar para la docena de juntadores de maíz que iban invierno tras invierno a esa chacra que arrendaban y que apenas les permitían comer y vestirse pobremente.
Y en esas tareas de juntadora la vi ayudándole a mi padre.
Domingo Clérici me ponía sobre la chata tirada por cuatro caballos y que se usaba para recoger las bolsas llenas y entrábamos al rastrojo que era un mar amarillo, y yo soñaba que navegaba en el mar de Sandokan.
Entonces me decía, desafiándome:
-A ver, adonde están tus viejos…
Y yo al descubrirles gritaba señalándolos.
Y allí estaba el rostro moreno de mi madre, con un sombrero que le protegía del sol y con su sonrisa que era también un sol para mis cuatro años felices e inocentes.
Que se quedaron allí como una moneda que no deja de brillar.
Crepúsculo*
En esta hora tan triste del crepúsculo
en que el pausado viento invita a la nostalgia...
En este largo instante en que la noche
copula con el día antes de asesinarlo
cual mantis religiosa...
En este lapso mágico de sombras huidizas,
de agónicos gemidos de un sol que se desmaya,
de vagos resplandores allá en el horizonte...
Es preciso callar.
Es preciso detener la mente,
dejar por un momento que el tiempo se adormezca
y el olvido se adueñe las luchas cotidianas.
Es necesario callar y someterse
a la cruel dulzura de tanta maravilla
y aprender los misterios apenas presentidos
por el alma que yace en el pecho asustada,
impresionada acaso por lo majestuoso
de esas fuerzas amantes y enfrentadas.
Es preciso contemplar en calma
ese amor voluptuoso y homicida,
ese orgasmo de dioses silenciosos
condenados a dar muerte con su vida.
-De El rostro prohibido
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
La torre*
La princesa permanecía encerrada en la torre oscura y triste. En la ventana el sol la esperaba goloso. Sólo podía pasearse sobre ella, desde el gran lazo de la cintura a la cara, cuando se asomaba a la ventana. Dulce, suave caricia, demorada morosa en el escote, en los ojos, el pelo. A veces él subía por la escala, se peleaba con las manos del sol para tocarla, seda, seda, seda. Se peleaba con la boca del sol, boca, dedos, boca, labios. Se alimentaba de ella y le traía lo que ella necesitaba, para vivir, un rouge claro, perfumes, libros, café, quesos, espejos. Ella quería irse pero la puerta estaba sellada. Pensaba, de los laberintos se sale por arriba. Como a él le gustaba tanto rozarla con pañuelos para adornarla. Ella le pedía más y más telas, él las ponía como joyas de belleza en la piel blanca. Telas y telas con las que ella movía el aire de la tarde y quedaba toda para él en el crepúsculo. Con cierto rubor le pidió que le comprara lo que se usa debajo de la blusa. Cuando él fue a la lencería del reino le gustó imaginar. Lo que no entendía era porqué le había pedido tantos, aunque le gustaba comprarlos, y tantos chales, pañuelos para el cuello, telas.
Hasta que un día, ella ya no asomó la mitad del cuerpo en la ventana, el lugar de la cita, ese borde, él se ensombreció. El aire agitaba la extraña y maravillosa escalera de colores y encajes, sedas y satenes.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
MUJER*
Cuando el silencio gana distancias,
me siento mar
salitre deseoso
de permanecer espuma en la piel de tu playa.
Eres, entonces, arena;
blanca arena que recorro escurriéndome entre tus poros
dejando mis volátiles huellas marcadas sobre tu piel.
Cuando la mar se retira y se hace lejanía,
soy honda playa esperando
que la salitrosa presencia bañe mis deseos,
los cubra suavemente con la tumultuosa fragancia;
emanación sublime del encuentro.
Cuando las aves en su vuelo anuncian la noche,
el rumor leve y lejano de la mar se ensancha
se hace caracola lenta y plena,
pez alado surcando luz de plata
cardumen claro en la oscuridad de las aguas
medusa inquieta afiligranada por tus ojos
fondo marino exhalando colores y claras algas
es cuando
sabedor que mis pasos llegan
a tu húmedo cuerpo de playa,
se sahuman y contienen mis amores.
del mundo...
del mundo recojo en mis bolsillos la ternura.
Una flor cortejada por el Mainumbi
La sonrisa infantil y los juegos
El mate y la ronda de amigos
Una pareja que no teme a las caricias
La charla con mis hijos
Mis padres y sus historias
Las dulces canciones de ronda
La música
Y una mujer.
Es probable que no haya señalado todo
sólo intento insinuar lo que del mundo
guardo en mis bolsillos.
*De Oscar A. Agu. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Hasta siempre*
*Por Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
Cuando Rosario despertó, creyó que seguía adentro de ese sueño que la acompaña cada tanto desde niña. Abrió un ojo entre ruidos de alas de palomas que buscaban ventanas donde recibir el sol tibio, de una mañana de otoño.
Era un sueño realmente tortuoso, ella bajaba escaleras estrechas y mal iluminadas, apenas guiada por una leve luz, quizá una candela que parecía estar unos escalones más abajo, pero que no dejaba de alejarse, se sentía siempre al despertar haciendo el recorrido por una torre de babel, pero no
hacia un cielo libre, sino al fondo de la tierra, quizás a su más temido infierno. Es curioso, nunca en el sueño amagaba dar media vuelta y volver sobre sus pasos, dejar de bajar infinitos peldaños de cemento, casi a oscuras buscando una luz que se extinguía o se alejaba cuando ella más cerca creía estar. Quiso salir con alguna ironía, y solo recordó una frase atribuida a Jorge Luis Borges, que leyó hace un tiempo en el suplemento cultural de La Jornada, "todos somos no videntes, yo soy ciego", y pensó si no era justamente eso lo que ella vivía en ese sueño repetitivo, un andar a ciegas sin saber a ciencia cierta a donde iba ni para que....
Trato de olvidarse de la angustia que acompañaba su despertar después de cada vez que soñaba su descenso por las escaleras oscuras, volvió a la noche anterior, su deambular por el lobby del hotel, su indecisión expresada en cada paso... salir a cenar en una mesa de soledad entre miradas desconocidas, comer en el salón comedor del hotel en la misma situación.... pensó que seria más ella comiendo en su habitación, como lo haría cualquier mujer que ha quedado sola por las ocupaciones de su pareja, -a esta hora Daniel esta volando a Mendoza, pensó, quizás le sonríe a una azafata rubia con ojos de cielo casi mar y le pide la segunda medida de whisky. Mañana temprano organizara la agenda y luego me llamara al celular. Quizá ordene un ramo de rosas amarillas y rojas para que las reciba a primera mañana en la
habitación, -para hacerme sentir su presencia después de una noche sin sentir su cuerpo cercano al mío....
Ella pensó en esta cierta dependencia en los negocios que Daniel tiene con los hoteles Hyatt que lo hacer viajar tanto por el mundo, con ella inclusive cada tanto.... recordó la luna de miel en el hotel Regency de Mérida, donde por suerte no hubo reuniones ni llamadas al celular, ni videoconferencias, ni nada de las cosas a las cuales había terminado por resignarse, tanto como a la ambición de dinero de su marido, en fin, son tres años de "matrimoño" como ella les dice a sus amigas, y en pocos años no quedan ilusiones y cada uno es como es.... alguna emoción le surge cuando aparecen las imágenes de las últimas vacaciones en el Hyatt de Casablanca, ese pueblo increíble, otra cultura... esa caminata que hicieron por callejuelas fue una aventura,
Daniel la llevaba tomando fuerte su mano izquierda, con su mano derecha transpirada de emoción o de percepción de peligro, esa pregunta a los turistas franceses, la búsqueda del bar de "Rick" Bogard...
Cuando volvió al aquí y ahora, estaba casi en el mismo sitio y sintiéndose seguramente observada, expuesta, en su inseguridad. allí mismo busco al conserje y pidió una carta para cenar en su habitación , el conserje le dijo que hoy el principal chef del hotel esta sirviendo sus platos personalmente, que podría elegir tranquila en la habitación y luego de una módica espera de una hora recibir el menú.
En el ascensor, pensó si el chef sería ese hombre de uniforme blanco, casi como se visten los doctores de los hospitales, pero con ese inconfundible, hasta ridículo, gorro colorado.
Piso 12, habitación 1223, entró, una leve brisa modela fantasmas en la cortina de la ventana que mira al río. Decidió ponerse cómoda, una ducha caliente, salir goteando por la alfombra y secarse sobre la cama, ahora las medias cortas, el portaligas y esas bragas minúsculas que compro en el último viaje a Madrid, apenas una tira que deja ver sus glúteos firmes y salientes, los que las amigas mexicanas siempre le envidian... Laura, su amiga escritora le dijo una vez que le cambiaba su don por las palabras por tener un par de meses esa cola que hacia girar a los caminantes, y distraer a los conductores.... hasta sintió culpa en aquel choque, cuando el conductor del Seat se llevo puesto a un autobús detenido en el semáforo.
Ella se río, mucho, pero mucho con la ocurrencia de la Esquivel y le dijo que con gusto le cambiaba sus hermosas asentaderas por el talento de escribir un libro como "Íntimas Suculencias", su tratado filosófico de cocina, y pensó para adentro que la comida es lo único que te da placer al menos dos veces al día... (Que exagerada, esta Laura... como si fuera el culo de Jennifer López...)
Luego se coloco su salida de cama sin molestos corpiños, su bata es casi un tul transparente bordado de infinitas alas de mariposa, y ella adentro casi como una crisálida con alas de noche plegadas.
Prendió el televisor de fondo, mientras miraba la carta empezó a reírse de los nombres de los platos del cocinero estrella el "chef Kabuki":
Kanikama deconstructivo.
Sake Confucio.
Sushi a la Nietzsche.
Chop- suei Socrático.
Canelones a la Marx y Engels.
Ñoquis gratinados con salsa Zizek.
Se detuvo a carcajadas en "Salmón Savater", quizá por que esa tarde había estado en la feria del libro de Buenos Aires y se había comprado el libro de "Los diez mandamientos en el siglo XXI", bueno, el salmón Savater no es otra cosa que Salmón rosado de Chile, cocinado a la crema y servidos con champignon y papas noce, bueno vamos a probarlo, toco las teclas: 2, 4, 9... -puede enviarme a la suite un servicio de cena con servicio a cargo del chef...? , si, 45 minutos, Salmón Savater por favor, sin vino, solo hielo, agua mineral y ensalada de frutas de postre. -Hoy voy a tomarme el Cabernet Sauvignon que compre en la feria de vinos de Firenze.
José, subía en el ascensor con el servicio exclusivo cena servida por el chef pedido por la habitación 1223, todavía se reía solo con las graciosos ademanes de los italianos, había tenido que compartir un par de rondas de vino para no ofenderlos y escuchar sus comentarios altisonantes y los ademanes que hacían sobre las maravillas que veían en las calles, mujeres argentinas, turistas brasileras.. El siciliano, estaba totalmente sacado, decía que no se iba sin "fatare una nigra"..
Ya estaba en el 12....
Rosario apago el televisor y volvió a escuchar a Luis Miguel, casi no escucha el timbre y presurosa cierra su bata por pudor y atiende la puerta con un seco y corto adelante señor...
es el mismo ? la ropa blanca el sombrero colorado que debe cuidar por su altura en cada marco de puerta, el gran Chef Kakuki es más bien alto, tiene incorporado torcer el cuerpo hacia adelante y agachar un poco la cabeza para que su gorro pintoresco de chef no caiga en cada umbral y demuestre sus pelos negros ya encanecidos.
El hombre, recibe sin duda el impacto, ha llevado el menú a una habitación de las más exclusivas del hotel, con doble ventanal, dos baños, un estar comedor separado de la cama matrimonial por una arcada, amoblada por finos muebles de roble de estilo antiguo.
La mujer que ve José es sin duda inquietante, no solo por su desnudez apenas cubierta por una especie de bata, una larga y vaporosa transparencia que cubre su cuerpo hasta la desnudez total de sus tobillos y pies menudos hundidos en la alfombra color rojo fucsia.
Esta mujer morena, de pómulos salientes y ojos pequeños, negros, brillantes, quizá sea extranjera, aunque su tono de voz no es abierto, quizá sea nativa de algún punto de Centroamérica... pero no se animo a preguntar y menos a mirarla demasiado..., el servicio de chef llega en un carrito que incluye una pequeña hornalla a gas para regular la temperatura del plato al de servirse, una conservadora de bebidas, hielo, cubiertos, todo queda en la habitación hasta la mañana siguiente... es ideal para una cena íntima y sin apuros, sólo cortada por impulsos del deseo y la palabra.
Rosario, ve preparar la mesa a ese hombre fornido y callado. y en una de sus momentáneas ausencias recuerda el poema de su amiga Laura:
"Qué lejos estoy del suelo donde he nacido
inmensa nostalgia invade mi pensamiento,
y al verme tan sola y triste cual hoja al viento
quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento"
Así se siente ella, como una hoja al viento en este destemplado otoño argentino, con lluvias y cielos oscuros, cerrados...
José ha concluido las instrucciones, la mujer lo observa desde el fondo de su mirada penetrante, el sigue evitando recorrer su cuerpo con alguna mirada, algo pueda abrir grifos de deseo en este, su lugar de trabajo.
Cuando casi no queda nada por decir sino, "buenas noches, señora, que disfrute su plato", la mujer ha girado y mueve su silueta trasparente, casi de aire, hacia la ventana angosta que mira al río...
José. puede ver los movimientos de su cuerpo por debajo del tul, el contorno de sus piernas altas y flacas y su movimiento que parece el de una modelo en la pasarela, pero más lento, como la quietud de un enorme trasatlántico en la proximidad de amarrar al puerto.
La ventana este es más bien estrecha, casi un mirador individual, unos 70 u 80 centímetros por un metro y medio de alto, la mujer recuesta levemente su cuerpo sobre el umbral de madera lustrada, saca su cabeza al viento y lo llama:
-Por favor, puede contarme algo de este paisaje....
José se acerca recorriendo la figura de la mujer, la ve casi recortada contra un cielo inmenso de estrellas, imagina incluso que su cuerpo es apenas una ilusión absoluta, un producto de su imaginación como cuando en su niñez se tiraba en el pasto de la chacra de su abuelo e inventaba figuras uniendo estrella con estrella, claro que eran otras figuras, siempre volvía con el parte de sus figuras encontradas al regazo de la abuela Anita: vi dos leones con melenas, una jirafa enorme cuyo cuello cruzaba todo el cielo y la cabeza se perdía en el sur, detrás del monte oscuro... un hipopótamo blanco,
una tropilla de alazanes....
La abuela no le creía demasiado pero siempre decía, -con esa imaginación vas a llegar lejos josecito....
José se acerco a la ventana quedando al lado, casi atrás de la mujer para no cortar su visión...., ¿cómo describir esto? Toda la orilla de la ciudad contra el río se podía ver desde allí, un río iluminado por una luna plena, las luces de los faroles de la costanera , mas lejos aun las curvas de San Isidro, apenas una intuición sobre el Delta, no importaban sus palabras textuales.. Ella le preguntaba una y otra cosa, como si quisiera que ese momento no termine más que él no se vaya de allí. Como un río llamado por las mareas, ella empezó a ondular su cuerpo, a soltar el movimiento de sus caderas siguiendo, transportándose con el "contigo en la distancia" de la voz de Luis Miguel que llevaba su magia por los aires, se confundía con las luces y los sonidos de una ciudad cada vez más ausente. Y ella movía sus caderas, lentamente, la fusión de la palabras y paisajes había acercado su cuerpos a un leve roce, apenas una caricia de los glúteos de Rosario en la zona erógena de José, recién allí él se permitió descender con la mirada
desde el perfil del rostro de la morena y bajar por sus cabellos que como ramas de sauce descendían por su espalda... no pudo evitar ver su cuerpo, su cola apenas cubierta del tul traslucido y una delgada línea negra de encaje por ropa interior. José apenas podía atender las señales de peligro de la conciencia, una transgresión en su lugar de trabajo le podía costar el empleo y sus ingresos relativamente altos de Chef principal de un exclusivo hotel.
Rosario tampoco podía pensar, solo dejaba llevar su cuerpo y seguía escuchando la palabra de ese hombre que le hablaba con una voz pausada desde atrás de su pelo, casi como una voz interior...
José, dejo de mirar el cuerpo de Rosario y elevo la mirada, la noche clara de estrellas lo transporto a La cocha, San José de La Cocha para ser más precisos su pueblo Tucumano, las noches con el cielo estrellado cayendo sobre el mundo, y él de espaldas al pasto soñando despierto... La Chacra del
abuelo y sus frutales, el otoño era primavera y los frutales estaban florecidos, los duraznos y manzanos reventaban en flores y derramaban aromas de celo, sus 16 años, su crecer de golpe cuando Papá se fue y no volvió...
Y aquella, la primera vez con Mariana, su amiga de la infancia de la Chacra de los Enrique, ella que se colgaba de las ramas bajas y lo apretaba con sus piernas en tijera por la cintura, él levantando su pollera a cuadros y embistiendo como un toro, entrando, llenándola de leche...
Cuando bajo la vista se dio cuenta que estaba definitivamente perdido, que sus brazos abrazaban a la hermosa desconocida, que su pene plenamente erecto jugaba al mismo vaivén de ese hermoso culo.... ya no era él, José, sino un macho entregado a su instinto...
Rosario, se giro, le coloco sus manos en el cuello de él y se fusionaron en un largo beso hasta perder el aire y olvidarse de la ventana y el paisaje de una ciudad anónima muriendo en sus orillas.
El la alzo con sus manos sosteniéndola desde la cola, como a Mariana, aquella vez, ella cruzo sus piernas abrazando su espalda, cerrando con un candado de talones desnudos a la altura de su coxis. Así estuvieron , largo rato, perdiendo el aire, danzando a Luis Miguel... ella abandonando pisar el suelo, sin querer pisarlo nunca más, él sintiendo que los pechos de ella le perforaban el pecho y le hacían sangrar hasta el corazón....
Hasta que llegaron al borde de la mesa y ella dejo caer lentamente su espalda, dejando sus pelos como centro de mesa. Allí estuvieron, él empezó a penetrarla, a golpear con fuerza y lejanamente oír gemidos y un -más...., más..., con el segundo orgasmo la llevo a la cama, en los aires, sin salirse de adentro de ella, allí siguieron como una eternidad, hasta que descubrió que el sueño los vencería.... -Me tengo que ir.... sos una hembra hermosa, dijo José, Y Rosario que ni siquiera dijo que se llamara Rosario ni tuvo tiempo de inventarse un nombre de fantasía para su aventura. Hubiera querido decirle: -me sentí plena, la mujer más deseada del mundo. Pero guardó silencio.
Se acomodaron las ropas sin quitarse la mirada, y después de un silencio que podría haber significado "hasta siempre", él cerro la puerta y se fue.
*
Momentos de amor
Son tan intensos,
que hay que guardarlos
en una caja de cristal
para los momentos adversos
Siempre se habla de un amor
Perenne eterno,
Como si fuera un cuadrado
De cemento concreto.
Como si hubiese un diploma
Que se alcanza y se cuelga
En la pared de la oficina
El hogar o el consultorio...
Y si ya se logró, ese amor tan
Esperado, y buscado,
Se lo talló con un anillo
Una misa y un compromiso...
Nadie imagina, planea
Considera y a veces.
reniega
Qué imprevistamente
surgen,
Aparecen , acontecen,
Otros instantes de calor
De vacilación y de incertidumbre
De tropiezos que emocionan
Los ojos que florecen
En otros ojos que se miran
A la profunda cercanía
Ser cómplices de aventuras
Como amigos de años
Salvajes saludables.
Necesarios
Miradas entrecruzadas
Que inscriben y lanzan
al foco del alma
son íntegros inimitables
Que tiñen ese espacio
En una inmensidad
De travesuras relegadas
Sin sermones , ni huecos,
Que al originarse profundizan
La hermosa alegría de compartir
Una refrescante compañía
Sin obstáculos ,sin demasiados
Tapujos que tientan
El destino de sentirse
Demasiado juntos
Aun cuando sean solo
Momentos...
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