*Obra de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera-
http://galeria.walkala.eu
OTROS CAMPOS DE BELLEZA
ARMADA*
Han de llegar otros campos de belleza armada. Perder la respiración
en lo alto del camino. Esperar a que vuelva silbar el pájaro del silencio.
Hacer un mapa sonámbulo que atraviese los páramos del sueño. Quedarnos en la
quietud de la batalla, en ese ardor que deja la guerra. Contar de a pocos las
heridas, los denarios, los participios que deja la saliva ardiente cuando se ha
subido la cuesta. Han de llegar con sus viejos discos de 45 revoluciones por
minutos, sus pancartas a contraluz, a contraluna, sus nanas para dormir al hijo
que no van a tener. Campos que ya fueron arrasados por la ventisca, las bombas,
los dinosaurios. Ahí vienen los que tuvieron otro nombre, otra leyenda y
pasaron de largo como una sombra. Son los que se llevaran a Rimbaud en la
mochila, se machacaron la memoria con César Vallejo y dejaron el hálito de una
mujer encinta. Vienen de la frontera, del interior, de la selva que ya no es
oscura. Se cuidan del asma, de la nostalgia, de los traidores. Vienen a pura
luz, a tenor de una palabra que los nombra rumbo al misterio. Vienen con la
guitarra, los lugares comunes que hacen la vida y la muerte. Vienen de
cimitarra y con las manos chamuscadas. Otros campos de belleza armada para
entrar despacio con la vida en ristre nos esperan. Nos esperan.
ENTREABRIR UN
CIELO SEMEJANTE A LOS MARES DE LA LUNA DONDE GUARDAR EL ECO DE TODOS LOS
DESAMPAROS...
FOTO ANTIGUA*
A S.D.C.
Esto fue la
jaula
En la que
estuvo el pájaro bizambo y desorejado
Que ahora está
muerto pero canta
Esta fue la
casa
En la que había
una jaula
Con un pájaro
bizambo y desorejado
Que ahora está
muerto y canta
Este es el niño
Que vivía en
una casa
Donde tenían
una jaula
Con un pájaro
bizambo y desorejado
Que ahora está
muerto y canta
Yo soy el
hombre que abrió la jaula
El que olvidó
la casa
El que mató al
pájaro y al niño
pero no me
atrevo a cantar.
*De
Reynaldo García Blanco. regabla@cultstgo.cult.cu
ESTOY SOLA CON
MIS TRISTES PENSAMIENTOS.*
I
Quiero descansar.
Quiero descansar.
Pon tu mano sobre mi corazón y
no la retires hasta que adviertas que él también duerme.
Luego transfórmate en esencia que se diluya en un rayo de luna y sin ruidos penetra en el universo, desde allí podrás poseerme.
Luego transfórmate en esencia que se diluya en un rayo de luna y sin ruidos penetra en el universo, desde allí podrás poseerme.
II
Las estrellas fugaces son intentos de libertad que caen al vacío, desfallecen en el silencio que nos habla de fracasos, se adormecen en el infinito sin amas nodrizas ni cobertores tibios.
La libertad perdió su madre el día que abrió sus ojos a la realidad.
Las estrellas fugaces son intentos de libertad que caen al vacío, desfallecen en el silencio que nos habla de fracasos, se adormecen en el infinito sin amas nodrizas ni cobertores tibios.
La libertad perdió su madre el día que abrió sus ojos a la realidad.
III
Me tiendo sobre un páramo de ruidos para invocar los sonidos del silencio.
Me descubro fragmentada, sin rumbo y no escucho mi voz interior porque perdí el camino del reencuentro.
Tal vez duendes maliciosos dibujan su negrura en mis oídos, destruyan el canto de los pájaros, amordacen el violonchelo del mar, conviertan el seseo de la brisa en zumbido despiadado
Me tiendo sobre un páramo de ruidos para invocar los sonidos del silencio.
Me descubro fragmentada, sin rumbo y no escucho mi voz interior porque perdí el camino del reencuentro.
Tal vez duendes maliciosos dibujan su negrura en mis oídos, destruyan el canto de los pájaros, amordacen el violonchelo del mar, conviertan el seseo de la brisa en zumbido despiadado
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
DESVARÍOS DE
VIENTO*
Dicen que los esquimales
tienen cien formas de nombrar la nieve
Ah!!!!! Que abundancia de palabras y yo... que apenas digo durazno... fruto o misterio
y me parecen que son como cien siglos de inventar el cielo esa herrumbre de dios... que nos aleja
Ah!!!!! Que abundancia de palabras y yo... que apenas digo durazno... fruto o misterio
y me parecen que son como cien siglos de inventar el cielo esa herrumbre de dios... que nos aleja
que nos acerca.
REYNALDO GARCÍA BLANCO
REYNALDO GARCÍA BLANCO
Lo ha buscado más allá de
esta vida.
Lo halló en el temblor del agua de los charcos natales.
Un muñeco de palo y una niña.
La soledad del mundo se enreda entre sus pasos.
Lo halló en el temblor del agua de los charcos natales.
Un muñeco de palo y una niña.
La soledad del mundo se enreda entre sus pasos.
Cuando la infinitud era un
agobio,
El viento, extenuado de tantos desvaríos.
De los guetos. De los villorrios pobres.
De los pasillos tristes.
De las muertes.
De la Historia. Violada. Violentada,
En el hueco fragante de su pelo dormía.
Después, la partida, el adiós... y la espera.
El viento, extenuado de tantos desvaríos.
De los guetos. De los villorrios pobres.
De los pasillos tristes.
De las muertes.
De la Historia. Violada. Violentada,
En el hueco fragante de su pelo dormía.
Después, la partida, el adiós... y la espera.
¡Ah, como lo esperaba!
Ni el fragor de la rosa, ni la cruz de rocío.
Ni olor a durazno. Ni la naranja de oro.
Nada, atenuaba el hastío.
Ni el fragor de la rosa, ni la cruz de rocío.
Ni olor a durazno. Ni la naranja de oro.
Nada, atenuaba el hastío.
La mujer ya no espera. Pero
espera la niña.
El viento no es el mismo, sí lo es, la soledad y el desamparo.
El viento no es el mismo, sí lo es, la soledad y el desamparo.
No volverá, aunque vuelva.
Sus ímpetus. Su desgarrado amor.
Sus cansancios.
Jamás serán los mismos.
No volverá lo sabe, pero en noches de calma
Agudiza su oído, extiende la jungla de su pelo.
Y aunque muera en la espera, aguarda,
Los locos desvaríos del viento, adormecido.
Sus ímpetus. Su desgarrado amor.
Sus cansancios.
Jamás serán los mismos.
No volverá lo sabe, pero en noches de calma
Agudiza su oído, extiende la jungla de su pelo.
Y aunque muera en la espera, aguarda,
Los locos desvaríos del viento, adormecido.
Mientras tanto. Cruzando el
mar.
En el mar infinito.
En las eternas costas.
El viento, muerde la carne tibia de abedules.
Se revuelca en la nieve.
Bebe de la ardiente garganta de una leona.
Es un lobo estepario, sin memoria.
Y cuando la finitud es un agobio.
Siente un leve cosquilleo en el pecho.
Un olor a duraznos.
Y una geografía sin materia. Sin retorno.
En el mar infinito.
En las eternas costas.
El viento, muerde la carne tibia de abedules.
Se revuelca en la nieve.
Bebe de la ardiente garganta de una leona.
Es un lobo estepario, sin memoria.
Y cuando la finitud es un agobio.
Siente un leve cosquilleo en el pecho.
Un olor a duraznos.
Y una geografía sin materia. Sin retorno.
*De
Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
DE TUERCAS Y
MOTORES*
El taller del gordo, le
decíamos. Todos lo conocían así. El taller y la casa de familia estaban casi
lindantes a la nuestra, a no ser por un pequeño predio, con un elemental
lavadero de vehículos. Ocupaban la esquina, aunque allí le agregaron en ese
tiempo, dos columnas, una pequeña losa, como una visera, y un surtidor de
naftas, que nunca tuvo una aplicación muy comercial. No más de un par de veces he
visto cargar allí combustibles, a no más que un par de vehículos.
Eran tan pocos los autos y camiones que había entonces en el pueblo, y casi todos de los primeros modelos, hasta incluso la década de 1930. Aquellos de capota de lona y guardabarros acucharados. En la década del cuarenta el mundo estaba en la segunda gran guerra, y recién después del cuarenta y seis se vieron algunos nuevos. Eran escasos, modernos y aerodinámicos en comparación.
Eso trae que mucho trabajo no tendría un taller de entonces; pero también sucedía que había pocos, y los vehículos envejecían rápidamente en aquellos caminos de polvo, o huellones y barrizales, y cada tanto había que reacondicionarlos.
Tampoco el lavadero se ocupó más que alguna vez. Así que nosotros los chicos del vecindario, lo usábamos como patio de juegos, junto a la vereda de gramilla y la calle que de este lado no tenía cuneta, aprovechando que muy de cuando en cuando pasaba alguien.
Un primo de papá, había comprado, un camión “guerrero”, un GM color verde oliva, rezago de la guerra, con tracción en las cuatro ruedas Los días de lluvia, en los que no se permitía transitar para no estropear las calles, pasaba frente a casa transitando por la otra vereda llenas de yuyos, dejando profundas huellas, desgarradas con las tremendas ruedas “pantaneras”, en el barro blando.
Los gitanos, que siempre tenían camiones o autos para vender, rejuntados de partes y modelos, solían venir y ellos mismos trabajaban de mecánicos. Nosotros nos acercábamos curiosos y nos reíamos divertidos, de sus dichos y palabras extrañas.
Un ómnibus de media distancia comenzó parar en la esquina, teniéndola como terminal. Desde allí salía en sus dos o tres viajes semanales al norte de la provincia¸ todos caminos polvorientos y alejados. Nosotros jugábamos, los varones, pateando una pelota de cuero, que solía picar mal, porque la pelota no era del todo redonda, y el suelo y la cuneta, si bien playa, tampoco eran muy parejos. Nuestra práctica era patearla como venga, cuanto más alta o más lejos mejor, siempre que no pasara el tejido de enfrente. Una siesta pateábamos la pelota de ese modo, mientras el ómnibus permanecía ajeno en el centro de “la cancha”, en espera de su partida. En uno de esos piques, voleé la pelota con todas mis fuerzas, alto, alto… La pelota giraba descentrada mientras venía cayendo, y cayó justo para romper el vidrio trasero con un espeluznante crujido y desparramo de vidrios.
Corrimos a refugiarnos, pero mi hermano ya “mayor”, habló con el dueño y todo terminó felizmente.
Yo comencé a ir por las tardes a “ayudarle” al gordo. Lavaba las piezas que desarmaba, le alcanzaba una herramienta, o hacía algún mandado. Esas tardes pasaron a ser muy emocionantes, especialmente por una sobrina que asomaba igual que yo, a los once años; que usaba un prendedor con una margarita en el pelo, y tenía una mirada y una sonrisa que me erizaban la piel… En el barrio había otras chicas con las que éramos también compañeros y vecinos, muy bonitas; pero era ella la que me hacía sentir aquello. Era ella la que me aguardaba para ir a la escuela, esperándome frente a su casa hasta que yo salía, y entonces sentía sus pies de niña alcanzándome, y mirándonos nos sonreíamos, y podría jurar que flotábamos en nubes y estrellas, hasta cerca de la escuela de ella, donde nos separábamos. Al regreso solíamos encontrarnos en la plaza y volvíamos lentamente, flotando…, soñando. Casi no hablábamos, a veces sí, pero nos entendíamos con la mirada. A veces nos demorábamos un momento en un banco de la plaza, contándonos proyectos, o nimiedades; pero antes de llegar a casa nos separábamos. Era tan tímido que no hubiera soportado una pequeña burla de mis hermanos o de mis hermanas, y menos una mención de mi mamá. Después; el tiempo se encargó de desarmarlo todo, pero no pudo borrar ciertas huellas que se graban para siempre.
Así que esas tardes del taller fueron inolvidables.
El gordo, era un ropero, alto y grueso por todas partes. Era grueso su cuerpo, sus brazos, su cuello, su rostro; casi de niño, redondo y oscuro, nariz y orejas pequeñas, cabello muy enrulado y un minúsculo bigote ralo, mínimo, como hecho con un lápiz. Vestía siempre un mameluco, o jardinero azul, y camisa de mangas cortas. Era ceñudo, como de un enojo constante, aunque poco creíble; así hablaba a los gritos, “mandoneando”, o mezclando estentóreas carcajadas. Para mí, entonces, tenía una edad indefinida, era un adulto, y además “era grandote”, podría tener cincuenta, o cuarenta, como mi papá; pero después supe que no, que era muy joven, recién casado y con una beba.
Estaba armando su propio vehículo, mitad auto, mitad camioneta. En aquel entonces tenía el chasis, las ruedas sin guardabarros, el motor, y muy poco más. No tenía asiento y ponía un par de cajones con una manta para ir con su mujer a Reconquista, o hacer alguna compra. Marchaba después de muchos manijazos, ya que le faltaba el motor de arranque; y llenaba el taller de humo, atronando la calle, ya que casi no tenía escape. Salía sólo una o dos veces por semana, pero estaban casi toda la tarde afuera, dejándome alguna pequeña tarea, y Zuni venía a “ayudarme”, pero nosotros sólo sabíamos reírnos divertidos de cualquier ocurrencia. Volaban aquellas horas y de golpe escuchábamos a lo lejos el inconfundible ruido del motor regresando por el fondo de la calle. Espiábamos asomándonos a la esquina, y los veíamos avanzar, como una estrambótica araña de dos cabezas, arrastrando un remolino de polvo blanco y humareda azul, brincando con los barquinazos de la calle…
Una tarde, en que el gordo optó por silbar partecitas de un chamamé, mezclando carcajadas y expresiones de su Goya natal, mientras desarmaba un carburador, de un camión roñoso, modelo del 35, que íbamos a desmantelar para reconstituirlo, incluyendo pintura completa; llegó un criollo en una alta jardinera de dos crujientes y esqueléticas ruedas, casi como el viejo y sufrido caballo blanco, que mostraba sus huesos tanto en el anca como en la cruz.
Ofrecía un motor de arranque “en buenas condiciones”, que vaya a saber de donde lo habría obtenido el hombre, por sólo veinticinco pesos. Era barato. Y el gordo lo necesitaba como el agua para su “chatita”, como él aseguraba que terminaría siendo. Nuevo, ni soñar. Aquella vez todo era usado. Todo tenía valor. Todo se vendía. Un guardabarros de auto, de bicicleta, el volante de una máquina de coser, un destapador de vino, una mecha, un bulón, lo que sea…
-Eso sí, lo podría traer la semana siguiente…,- Porque no lo tenía consigo.
-Está bien…- Dijo el gordo, sin mostrar la impaciencia que sentía…
A la semana cayó el hombre, con la misma jardinera, y milagrosamente con el mismo caballo; y sin decir palabra le mostró la preciada pieza, enterita, bien presentada…El mecánico la acunó casi, la vio perfecta; se le había dado justo…
Pero con toda indiferencia sacó del bolsillo veinte pesos, y pretendió pagarle; pero el hombre puso cara de disgusto…, y frunciendo el cejo le dijo:
-No mi amigo, un trato es un trato; quedamos en veinticinco pesos…
-No; usted está equivocado, quedamos en veinte…
Y así discutieron, para sorpresa del criollo, que no esperaba que le salieran con eso. Que sí, que no…
El tampoco quería perder la operación.
De pronto tuvo la idea salvadora…
-Allí está el chico…- Se refería a mí, por supuesto. –El puede decir cuánto era...
El gordo me miró y ví su cara iluminada. Tenía el árbitro de su lado. El chivo cayó sólo en el lazo, el viejo no pensó en eso…
Pero vi la mirada del viejo. Parecía decirme que confiaba en mí. El no podía concebir que YO pudiera defraudarlo. El parecía saber que era un chico honesto, limpio…; pobre viejo…
Y yo no lo defraudé.
Miré la cara aniñada del gordo, no bajé la vista para nada…, y le dije:
-No, Don Raúl, eran veinticinco pesos…-
El mecánico, se aguantó las ganas de gritar, de zapatear…, y sacó del bolsillo lo que faltaba, y le dio al criollo su plata…
Sé que fue justo, pero todavía me asombra mi actitud de aquella tarde.
Creo que el primer impulso del gordo, habrá sido comerme crudo; luego, seguramente, no se sintió muy orgulloso delante de mí, por su intento. Hasta creo que terminó valorando la actitud del pequeño Quijote.
Eran tan pocos los autos y camiones que había entonces en el pueblo, y casi todos de los primeros modelos, hasta incluso la década de 1930. Aquellos de capota de lona y guardabarros acucharados. En la década del cuarenta el mundo estaba en la segunda gran guerra, y recién después del cuarenta y seis se vieron algunos nuevos. Eran escasos, modernos y aerodinámicos en comparación.
Eso trae que mucho trabajo no tendría un taller de entonces; pero también sucedía que había pocos, y los vehículos envejecían rápidamente en aquellos caminos de polvo, o huellones y barrizales, y cada tanto había que reacondicionarlos.
Tampoco el lavadero se ocupó más que alguna vez. Así que nosotros los chicos del vecindario, lo usábamos como patio de juegos, junto a la vereda de gramilla y la calle que de este lado no tenía cuneta, aprovechando que muy de cuando en cuando pasaba alguien.
Un primo de papá, había comprado, un camión “guerrero”, un GM color verde oliva, rezago de la guerra, con tracción en las cuatro ruedas Los días de lluvia, en los que no se permitía transitar para no estropear las calles, pasaba frente a casa transitando por la otra vereda llenas de yuyos, dejando profundas huellas, desgarradas con las tremendas ruedas “pantaneras”, en el barro blando.
Los gitanos, que siempre tenían camiones o autos para vender, rejuntados de partes y modelos, solían venir y ellos mismos trabajaban de mecánicos. Nosotros nos acercábamos curiosos y nos reíamos divertidos, de sus dichos y palabras extrañas.
Un ómnibus de media distancia comenzó parar en la esquina, teniéndola como terminal. Desde allí salía en sus dos o tres viajes semanales al norte de la provincia¸ todos caminos polvorientos y alejados. Nosotros jugábamos, los varones, pateando una pelota de cuero, que solía picar mal, porque la pelota no era del todo redonda, y el suelo y la cuneta, si bien playa, tampoco eran muy parejos. Nuestra práctica era patearla como venga, cuanto más alta o más lejos mejor, siempre que no pasara el tejido de enfrente. Una siesta pateábamos la pelota de ese modo, mientras el ómnibus permanecía ajeno en el centro de “la cancha”, en espera de su partida. En uno de esos piques, voleé la pelota con todas mis fuerzas, alto, alto… La pelota giraba descentrada mientras venía cayendo, y cayó justo para romper el vidrio trasero con un espeluznante crujido y desparramo de vidrios.
Corrimos a refugiarnos, pero mi hermano ya “mayor”, habló con el dueño y todo terminó felizmente.
Yo comencé a ir por las tardes a “ayudarle” al gordo. Lavaba las piezas que desarmaba, le alcanzaba una herramienta, o hacía algún mandado. Esas tardes pasaron a ser muy emocionantes, especialmente por una sobrina que asomaba igual que yo, a los once años; que usaba un prendedor con una margarita en el pelo, y tenía una mirada y una sonrisa que me erizaban la piel… En el barrio había otras chicas con las que éramos también compañeros y vecinos, muy bonitas; pero era ella la que me hacía sentir aquello. Era ella la que me aguardaba para ir a la escuela, esperándome frente a su casa hasta que yo salía, y entonces sentía sus pies de niña alcanzándome, y mirándonos nos sonreíamos, y podría jurar que flotábamos en nubes y estrellas, hasta cerca de la escuela de ella, donde nos separábamos. Al regreso solíamos encontrarnos en la plaza y volvíamos lentamente, flotando…, soñando. Casi no hablábamos, a veces sí, pero nos entendíamos con la mirada. A veces nos demorábamos un momento en un banco de la plaza, contándonos proyectos, o nimiedades; pero antes de llegar a casa nos separábamos. Era tan tímido que no hubiera soportado una pequeña burla de mis hermanos o de mis hermanas, y menos una mención de mi mamá. Después; el tiempo se encargó de desarmarlo todo, pero no pudo borrar ciertas huellas que se graban para siempre.
Así que esas tardes del taller fueron inolvidables.
El gordo, era un ropero, alto y grueso por todas partes. Era grueso su cuerpo, sus brazos, su cuello, su rostro; casi de niño, redondo y oscuro, nariz y orejas pequeñas, cabello muy enrulado y un minúsculo bigote ralo, mínimo, como hecho con un lápiz. Vestía siempre un mameluco, o jardinero azul, y camisa de mangas cortas. Era ceñudo, como de un enojo constante, aunque poco creíble; así hablaba a los gritos, “mandoneando”, o mezclando estentóreas carcajadas. Para mí, entonces, tenía una edad indefinida, era un adulto, y además “era grandote”, podría tener cincuenta, o cuarenta, como mi papá; pero después supe que no, que era muy joven, recién casado y con una beba.
Estaba armando su propio vehículo, mitad auto, mitad camioneta. En aquel entonces tenía el chasis, las ruedas sin guardabarros, el motor, y muy poco más. No tenía asiento y ponía un par de cajones con una manta para ir con su mujer a Reconquista, o hacer alguna compra. Marchaba después de muchos manijazos, ya que le faltaba el motor de arranque; y llenaba el taller de humo, atronando la calle, ya que casi no tenía escape. Salía sólo una o dos veces por semana, pero estaban casi toda la tarde afuera, dejándome alguna pequeña tarea, y Zuni venía a “ayudarme”, pero nosotros sólo sabíamos reírnos divertidos de cualquier ocurrencia. Volaban aquellas horas y de golpe escuchábamos a lo lejos el inconfundible ruido del motor regresando por el fondo de la calle. Espiábamos asomándonos a la esquina, y los veíamos avanzar, como una estrambótica araña de dos cabezas, arrastrando un remolino de polvo blanco y humareda azul, brincando con los barquinazos de la calle…
Una tarde, en que el gordo optó por silbar partecitas de un chamamé, mezclando carcajadas y expresiones de su Goya natal, mientras desarmaba un carburador, de un camión roñoso, modelo del 35, que íbamos a desmantelar para reconstituirlo, incluyendo pintura completa; llegó un criollo en una alta jardinera de dos crujientes y esqueléticas ruedas, casi como el viejo y sufrido caballo blanco, que mostraba sus huesos tanto en el anca como en la cruz.
Ofrecía un motor de arranque “en buenas condiciones”, que vaya a saber de donde lo habría obtenido el hombre, por sólo veinticinco pesos. Era barato. Y el gordo lo necesitaba como el agua para su “chatita”, como él aseguraba que terminaría siendo. Nuevo, ni soñar. Aquella vez todo era usado. Todo tenía valor. Todo se vendía. Un guardabarros de auto, de bicicleta, el volante de una máquina de coser, un destapador de vino, una mecha, un bulón, lo que sea…
-Eso sí, lo podría traer la semana siguiente…,- Porque no lo tenía consigo.
-Está bien…- Dijo el gordo, sin mostrar la impaciencia que sentía…
A la semana cayó el hombre, con la misma jardinera, y milagrosamente con el mismo caballo; y sin decir palabra le mostró la preciada pieza, enterita, bien presentada…El mecánico la acunó casi, la vio perfecta; se le había dado justo…
Pero con toda indiferencia sacó del bolsillo veinte pesos, y pretendió pagarle; pero el hombre puso cara de disgusto…, y frunciendo el cejo le dijo:
-No mi amigo, un trato es un trato; quedamos en veinticinco pesos…
-No; usted está equivocado, quedamos en veinte…
Y así discutieron, para sorpresa del criollo, que no esperaba que le salieran con eso. Que sí, que no…
El tampoco quería perder la operación.
De pronto tuvo la idea salvadora…
-Allí está el chico…- Se refería a mí, por supuesto. –El puede decir cuánto era...
El gordo me miró y ví su cara iluminada. Tenía el árbitro de su lado. El chivo cayó sólo en el lazo, el viejo no pensó en eso…
Pero vi la mirada del viejo. Parecía decirme que confiaba en mí. El no podía concebir que YO pudiera defraudarlo. El parecía saber que era un chico honesto, limpio…; pobre viejo…
Y yo no lo defraudé.
Miré la cara aniñada del gordo, no bajé la vista para nada…, y le dije:
-No, Don Raúl, eran veinticinco pesos…-
El mecánico, se aguantó las ganas de gritar, de zapatear…, y sacó del bolsillo lo que faltaba, y le dio al criollo su plata…
Sé que fue justo, pero todavía me asombra mi actitud de aquella tarde.
Creo que el primer impulso del gordo, habrá sido comerme crudo; luego, seguramente, no se sintió muy orgulloso delante de mí, por su intento. Hasta creo que terminó valorando la actitud del pequeño Quijote.
Epílogo:
Más de veinte años después, cuando comencé a pasar lo domingos en la balsa cruzando el río Paraná, para cubrir la gerencia del banco en Mercedes; me pareció verlo sentado, en cubierta, afuera de la sala de máquinas. Igual. Todo igual…Como si estuviera delante del mismo gordo, de la misma edad de aquellos tiempos
Titubeante, me acerco y sintiéndome descolocado, recordando su apellido, le pregunto:
-Perdón, pero Ud., ¿Podría ser de apellido Lorenzo…?
Levantó su mirada con dudas…
-Si. ¿Por…?
_Y tiene un hermano mayor…,¿De nombre Raúl?
Soltó su clásica risotada…
-¡JA, JA, JA…! ¡Yo soy Raúl!... - ¿Y vos?...
No lo podía creer, ¿Y los más de veinte años… dónde los había dejado?
Le dije quien era. Quiso saber de mi madre, de todos nosotros. Ambos nos reencontramos con un trozo de vida, aquel domingo de sol y de río: y muchas veces nos volvimos a sentar hablando, pero juro que nunca me animé a preguntarse por la Zuni, su pequeña y hermosa sobrina.
Con el alma en
las manos*
La caricia busca una
oculta almohada para acunar los sueños, el
regazo perdido, ese oscuro
saber vuelto perfume
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
Conjuros para que el
2012 se vaya en paz*
*Por Miriam
Cairo. cairo367@hotmail.com
*
Colocar dos ruedas de bicicleta en las ancas de diciembre y sostenerlo sobre un
plano inclinado. Producir una fosforescencia beckettiana sobre los cuatro
puntos cardinales y sostener el último esbozo del año sobre la cúspide de los
buenos deseos. Luego soltarlo compasivamente. Intentar eso.
* Proteger con la palabra siempre, la palabra nunca
y con la palabra nunca, la palabra siempre.
* Poner a reposar, detrás de la luna, las flores y
los vicios que no nacieron todavía.
* Encontrar por casualidad la luz mágica del último
sol en el último universo.
* Amar de pie durante toda la noche hasta escuchar
los latidos de otro corazón en el pecho propio.
* Abrir las ventanas para que entre volando el pez
redondo de aletas bordadas con lentejuelas y darle de beber las lágrimas
derramadas. Una vez embriagado con el agua de la pena, dejarlo ir al alba,
convertido en caballo blanco o recuerdo último.
* Salir de las grandes profundidades del mar o la
memoria en puntas de pie, para no pisar el sueño de los peces.
* Prolongar el tiempo juntos.
* Entreabrir un cielo semejante a los mares de la
luna donde guardar el eco de todos los desamparos.
* Reconocer las voces demoradas en esa gran
distancia que separa las primeras señales de las últimas.
* Sentirse completamente perdido donde se esté
perdido; completamente a salvo donde se esté a salvo; completamente agujereado
donde se esté agujereado; completamente roídos donde nos estén royendo;
completamente iluminados donde nos estén iluminando. * Vaciar de contenido
ciertos nombres para abrirles las puertas a otros nombres con nuevos
contenidos.
* Darse de beber de orilla a orilla.
* Tener miedo de las grandes palabras, de los
chistes geniales, de los condones empastados, de los cuervos que se creen
mariposas, de los fulanos que se creen hombres, de los cisnes que se creen
sapos, de los sapos que se creen rosas, de las rosas que se creen crisantemos,
de las damas de compañía, de los cobradores de impuestos, de los pájaros
asombrillados, de los ángeles que vienen a deshora.
* Multiplicar los dones y los panes, los sueños y
la paciencia, las elipses de la vía láctea y el color azul de los fantasmas.
* Hacerse puro aliento de pájaro. Puro sexo de
dragón. Puro poniente negro. Puro enchastre genital. Hacerse pura memoria, pura
nube que se va clavando en el azul inmenso.
* Producir una lluvia de domingo en pleno martes,
llevar el sol del martes al domingo, colocar la noche del viernes en el lunes,
sacar el amanecer del jueves y subirlo al miércoles, generar un atardecer de
sábado infinitesimal que interrumpa el orden de los sucesos.
* Empujar hacia atrás, con movimiento decidido, lo
que es de atrás; luego con un ruido futurista y esperanzador dar somera cuenta
a la superstición del almanaque y avanzar.
* Desnudar los ojos, ignorar las piedras que lastiman,
vivir dos siglos en un minuto sobre un pecho latiente.
* De un salto subir a la popa del navío que nos
aguarda.
* Ampararse bajo la magnolia sedosa y crear un
lugar de reposo hasta que el año se vaya con todas sus pompas.
EJERCICIOS DE
OLVIDO*
No es para vos
que escribo,
es para mi,
solo para mi.
Guardo el
candor de suponer
que si me digo
mucho
terminaré
aceptando,
terminaré
aprendiendo.
Me exorcizo de
este amor
a través de las
palabras,
me resucito a
mi antigua
condición de
ausente,
de dormida,
de sigilosa
sombra,
de borrada.
Me escribo
no para
marcarme,
sino para
diluirme,
me fragmento,
me desmigo,
vuelco el alma,
la vierto en
mis manos
y la acuno
o la sacudo
según juzgue
que necesita dormir
o despertarse.
Es para
desaparecerme
que escribo,
para no verme,
para usar las
manos
como último
recurso,
como único
ejercicio
de endurecer el
alma.
No es para vos,
escribo para
mi,
para olvidarte.
*De Alejandra
Morales.
INVENTIVA
SOCIAL*
Al Lic. Eduardo Francisco Coiro
La sociedad va a reinventarse a sí misma
en la persona y corazón de una niña
de doce o catorce años
al final de un invierno y de una guerra;
va a inventarse otra vez
hombre por hombre
sin miedos entre el hombre y la víbora
entre la araña y el hombre
entre hombre y tiburón
entre el hombre y su vecino
la plantita venenosa arrancada de raíz
y la rosa sin precio en florería
Mujer por mujer
tiene que reinventarse
en la persona o corazón de un niño
al final de un tornado terrible
donde ya casi nada estaba en pie
Y cada uno nacerá de todas las muertes
menos los peores asesinos
Y cada uno habrá aprendido a amar
desde tanto dolor acumulado.
Cada grano de arena será bello
y se enamorará de la luna
y será para siempre correspondido.
y volverán
a reinventarse el silencio
y la risa
la pelota de fútbol sin dueño
el bastidor para bordar las flores
la bicicleta con luces y timbre
la cocinita para hacer postres en cumpleaños
el lápiz para aprender a no tachar
un país sin bandera ni fronteras
un planeta sin bancos de usura
una mesa redonda y un pan
un aire transparente para verse los ojos
y que sea imposible mentir u odiar
Nunca más plazas de toros
nunca más gallos de humana riña
nunca más caza deportiva
polígonos de tiro,
motines trágicos,
panoplias monederos y cadenas
La humanidad que muere para sembrarse
renacerá en sociales inventivas
donde no tenga su interregno el miedo,
donde ya nadie más secuestre niños
asesine a su novia o esposa
la sociedad donde ganan los malos
que se quede con lo que destruyó;
el mundo en su aritmética de guerras
que se muerda su cola de dragón
Que renazcan el niño que no pudo ser niño
la enamorada que no pudo dar a luz
el poeta fusilado por la espalda
Que no vuelvan dineros ni relojes
ni látigos ni bombas de terror
La humanidad que había en tantos versos
y tantas veces cayó pisoteada
que vuelva a ser lo que no pudo ser hasta hoy.
*De Rubén Vedovaldi. RubenVedovaldi@netcoop.com.ar
Al Lic. Eduardo Francisco Coiro
La sociedad va a reinventarse a sí misma
en la persona y corazón de una niña
de doce o catorce años
al final de un invierno y de una guerra;
va a inventarse otra vez
hombre por hombre
sin miedos entre el hombre y la víbora
entre la araña y el hombre
entre hombre y tiburón
entre el hombre y su vecino
la plantita venenosa arrancada de raíz
y la rosa sin precio en florería
Mujer por mujer
tiene que reinventarse
en la persona o corazón de un niño
al final de un tornado terrible
donde ya casi nada estaba en pie
Y cada uno nacerá de todas las muertes
menos los peores asesinos
Y cada uno habrá aprendido a amar
desde tanto dolor acumulado.
Cada grano de arena será bello
y se enamorará de la luna
y será para siempre correspondido.
y volverán
a reinventarse el silencio
y la risa
la pelota de fútbol sin dueño
el bastidor para bordar las flores
la bicicleta con luces y timbre
la cocinita para hacer postres en cumpleaños
el lápiz para aprender a no tachar
un país sin bandera ni fronteras
un planeta sin bancos de usura
una mesa redonda y un pan
un aire transparente para verse los ojos
y que sea imposible mentir u odiar
Nunca más plazas de toros
nunca más gallos de humana riña
nunca más caza deportiva
polígonos de tiro,
motines trágicos,
panoplias monederos y cadenas
La humanidad que muere para sembrarse
renacerá en sociales inventivas
donde no tenga su interregno el miedo,
donde ya nadie más secuestre niños
asesine a su novia o esposa
la sociedad donde ganan los malos
que se quede con lo que destruyó;
el mundo en su aritmética de guerras
que se muerda su cola de dragón
Que renazcan el niño que no pudo ser niño
la enamorada que no pudo dar a luz
el poeta fusilado por la espalda
Que no vuelvan dineros ni relojes
ni látigos ni bombas de terror
La humanidad que había en tantos versos
y tantas veces cayó pisoteada
que vuelva a ser lo que no pudo ser hasta hoy.
*De Rubén Vedovaldi. RubenVedovaldi@netcoop.com.ar
-Febrero 2009
***
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