martes, marzo 05, 2013

HAY LUNAS O ALGO BLANCO Y TERRIBLE QUE TIEMBLA...




 
*Obra de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.

 

 

EL PERRO DE PUCHO*

 

Cuando salí de la Habana

De nadie me despedí

Solo de un perrito chino
Que venía tras de mí...
 

Tonada popular

 
Se encontraba disfrutando de un almuerzo en El Floridita, sintiéndose Hemingway, cuando algo le rozó la pierna. No puede decirse que la culpa fue del hueso que le arrojó, porque Pucho había ordenado filete de pargo. El caso es que el perro chino no se le despegó a partir de ese momento. Los bromistas aseveran que se habían conocido en una reencarnación anterior.
En fin, que Pucho regresó al Taller de Gráfica de La Habana con el perro detrás. Todo el día, mientras entintaba las piedras y daba vuelta a las prensas, fue el hazmerreír de sus colegas, porque aquel animal gris y pelado era lo más feo que pueda imaginarse. La cosa hubiera quedado ahí, si al final de la jornada el chucho hubiera tomado su rumbo; pero lo siguió a casa de La Cantante. Aquello le costó un grito de “¡Para animales, contigo me alcanza!”.
Así comenzó el desandar de Pucho con el perro. Abandonó su bicicleta por taxis lujosos con aromas a perfume francés, por autobuses repletos y malolientes a sudores de jornadas laborales; incluso se internó en el Palacio de los Capitanes Generales, con la esperanza de que el sahumerio de las antigüedades opacara el sentido del perro, pero fue llamado por el altavoz porque el animalito se plantó en la puerta y no dejaba pasar a la directora.
Finalmente, un amigo le sugirió que abandonara la ciudad. Si pedaleaba hasta Caimito, donde vivía su prima, y se internaba allá por el fin de semana, de seguro al regreso el can había encontrado otro entretenimiento...
A la mañana siguiente estaba Pucho dispuesto a recorrer los kilómetros necesarios para no perder a La Cantante. Al cabo de dos horas de darle a los pies se sintió libre, suspiró y, al mirar al frente, distinguió al perro, esperándolo mientras meneaba la cola sin pelos.
No sabemos si la culpa fue de aquella visión, si de todas maneras la bicicleta iba a volcarse justo cuando venía la rastra, el caso es que ahora no se nos borra de la mente la imagen del perro junto a la lápida de Pucho.
Hay quien dice – siempre salta un supersticioso - que el perro es la Muerte y ahora está esperando su próxima víctima. Otro anda tarareando “Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí, sólo de un perrito chino, que venía tras de mí...”. Yo no digo nada, pero pienso que a lo mejor quedarse con el chucho le hubiera dado suerte, porque La Cantante tenía otro marido y pensaba botarlo de todas formas. Alguien a mi lado asevera que cuando viene tu momento, con perro o sin él te vas para el reparto boca arriba...
La verdad nada más la saben Pucho, y el perro.
 

*De Marié Rojas Tamayo.
-Nota de la autora: este cuento fue premiado en los concursos “Lalectoraimpaciente” y “La BSO de tu vida”, ambos de España. Publicado en el Libro “Tonos De Verde”, editorial Drac, Mallorca, 2004.
 
 
 
 
 
HAY LUNAS O ALGO BLANCO Y TERRIBLE QUE TIEMBLA…
 
 
 
 
 
Lo cierto*

 
Hay ciertas lunas que tiemblan,
hay lunas o algo blanco y terrible que tiembla.
Quizás sea alguien.
Blanco,
terrible,
con un temblor circular que me hace un agujero en la paciencia.
Alguien mira la luna o es mentira.
Lo cierto es que es terrible,
que perfora.

*De Pamela S. Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
 
 
 
 
*
 
 
Un mundo de cristales de hielo masticados con furia entre sorbos de whisky,
un cigarrillo y un narcótico,
mientras el rectángulo de la pared se traga las últimas estrellas, y las últimas bestias corren entre luces encendidas,
mientras hay olor a despedida, a cocheras con automóviles dormidos y sin dueño,
olor a ciempiés rubio, a soledad de una pastilla,
para suprimir el universo.
 
Mientras lo que tiene que pasar, pasa, en el claro del pueblo, en el claro de la ciudad, en el claro del mundo,
mientras el mundo se separa del ojo.
 
Mientras el pensamiento es un orden que jamás ocurre.
y las playas ladran cada noche,
apenas.
 
Mientras en los zaguanes los insectos corren veloces debajo de puertas y ventanas.
 
Mientras alguien pregunta la hora como si fuera posible saber algo.
 
Mentira.
no es un mundo.
 
Y aunque parezca suceder
nada sucede.
 
Las tijeras se comen cada lugar secreto,
cada nombre.
 
*De Liliana Díaz Mindurrylidimienator@gmail.com
(1953, Buenos Aires, Argentina)
 
 
 
 
 
 
 
El viaje último de la ilusión*
 
 
A Silvia Plath
 
 
Sigue sentada en el octogenario sofá, rodeada
... por verdes candelabros encendidos
para golpear el desconcierto.
Escucha el vuelo rasante de los pájaros
y quejumbrosa, ve pasar la ilusión última
de volver a verlo entre sus brazos.
La historia aún le duele con el deseo.
Las retrospectivas de su imagen
la torturan, golpeando su estrella venturosa
con vorágines insípidas.
Ella gravita. La noche avanza
desmenuzando los segundos con su lengua.
Condenándola a vivir
con el error amoroso entre sus sienes.
Hasta que caiga la hojarasca del otoño,
o las burlas risibles de la muerte.
Se levanta y deja volar un fantasmal semblante
con letras empapadas de ternura,
sin volver la mirada, se introduce en la hoguera
con la clara intención, de ahogar su sombra
con la invisibilidad del fuego.
 
 
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
 
 
 
 
 
 
 
 
ACERCA DEL FETICHISMO DE LA PLUMA, EL DESEO  Y  LA PALOMA RAUDA*
 
 
 
Para el Ángel que nació con dos caras
contenciosamente, empedernidamente,
varón. Al Hombre nuevo, que aun cabalga a Rocinante.
 
 
Por que las personas hacen cosas pero saben que hacen,
Carlos Marx.
 
 
 
Abriendo las alas
emprendía un zigzagueante retorno hacia sí misma.
La noche estaba helada. Temblaban los fantasmas. En la espesura
los árboles desnudaba.
Dormía la noche
su ultimo eclipse de luna.
Se arrepentía.
 
La fatiga le arrinconaba entera
 
Contra la piedra
pálida
sin fetiches
volaba
hacia
un horizonte lejos
una palabra herida
un cansancio menor
una payada
un clítoris mojado.
 
Si se trizara en mil estrellas
esta noche
de lunas olvidadas
de pretendidas ansias
derramadas
como adiós al estío
con una nota
cálida
perfumada
callada
en donde el mapa
se retuerce
y la algarabía
con añoranza
danza, acá
 
adonde los murciélagos y las ratas se aman
los zorros pasean contoneando el hocico
como patos entrenados para el fuego
los faisanes corren raudos y suspiro
escuchando la nota cantarina
de un bandoneón que alegre
ronronea esa espera.
 
Adonde la  belleza y la verdad en hojas
multiplicándose en pliegues de milonga
van suavizando con amor la vacuidad de la lisonja.
Se lee en su cuerpo demudado.
Vuelo nupcial de la distancia.
Radiante,
sin fragmentos
de gozo
rota.
 
 
*De Marta Zabaleta© mzabaletagood@gmail.com
Epping Forest, 11 noviembre  2003
 
 
 
 
 
 
Una "Sanata Más..." *
 
 
 
*Un cuento de Carlos Alberto Parodiz Marquez. parodizlaunion@gmail.com
 
 
 
- ¿Cómo te andan las cosas Osvaldo? ...
- Bien querido, trabajando mucho. Vos sabés que en esto, si te parás, te comen los ratones...
Insistí...
- ¿Pero realmente estás conforme?...
- Porque desde que se fué ASTOR a Europa no te he visto...
- Por eso pregunto...
- Bueno, mirá...
- Vos entendés que no es lo mismo, con ASTOR es otra cosa, pero laburar hay que laburar y yo no me quejo...
- Aquí hago dos entradas por noche y eso no te cansa mucho; lo que jode es la misma sanata todos los días; el repertorio es chico, sabés, además los muchachos hacen lo que pueden, aunque algunos no quieren mas guerra...
 
Mientras lo escuchaba, hablando su jerga particular, los lentes oscuros eternos, como la sonrisa desde donde caía una humildad desarmante,
clasifiqué mi enojo, por sentirme incapacitado de juzgarle, muchas cosas censurables -no se donde saco que puedo juzgar-, pero, Osvaldo era  así. Irradiaba esa sensación diáfana, que invitaba a la purificación inconsciente a quienes lo intuían.
Una clase de amigo que te duele, Me dije.
Para quien siempre deseas lo mejor, me conformé.
Tal vez por presentir que nunca lo va a lograr.
Tenía cuarenta largos y para el "ambiente" de la música popular, un pianista sin igual, pero condenado a no poder hacer lo suyo.
Lo más cercano que había conseguido era integrar el quinteto de ASTOR.
Este, el acontecimiento revolucionario del género, ganó prestigio
Internacional, culminado en ese viaje a Europa, con olor a radicación "temporaria".
Paso que "sonaba" a fuga, vía dólares, igual a paz. Fórmula imprescindible, para algunos.
La epidemia contamina tanto a creadores como a mistificadores.
ASTOR viajó, dejando a los cuatro, "colgados de la percha".
A ellos les fue difícil todo.
El juicio crítico, muchas veces favorable, se convierte en obstáculo para conseguir trabajo porque, claro, "de repente sos tan bueno que te temen,
no sea cosa que contagies talento y se vuelvan locos, haciendo las cosas bien", supo  confiarme.
Por ésa causa, ANTONIO era violín de segunda fila en el Colón, "al fondo a la derecha". "QUICHO" buscaba, con respuestas copiadas; para un "bajista"
de su categoría, nada; temerosos de pagar y él corría "la liebre". Osvaldo "hacía cambios, intentaba unirse a los dos, para "armar algo", pero no acertaban, a la hora de decidir el rumbo musical.
HORACIO, estaba "salvado". Director musical de una grabadora, el quinteto le significó distinción, recuperar respeto perdido, que ganara años atrás, cuando supo ser el mejor guitarrista del país.
El olor a "guita" alcanza a la prostitución de la capacidad.
Especulador, no contaba con las simpatías del resto. No le preocupaba.
Sí, la pérdida de "status", por disolución.
Pérdida de "seriedad" profesional, reconocidas y elogiadas, sobre todo en otros países.
Un hombre preocupado por las formas.
Osvaldo en tanto, un purista nato, un principista de la anarquía, sufría distinto, la misma situación. Lo sumía en la orfandad.
El orgullo es prisión con barrotes de cristal.
También presión en los costados virtuales de la vida.
La paciencia del entorno, a veces, tiene ritmo cardiaco.
Por allí vagaba, en las oscuras fronteras de la estupidez y la dulce credulidad de mi inocencia.
Por eso, en la mesa de café, viejo confesionario, me tiraba con la misma ansiedad, su necesidad  de querer hacer algo mejor, estrellando letras y
sonidos contra la pared de la experiencia probada.
 
- Innovar no es saludable...
- hacé lo mismo...
- lo viejo es éxito...
- "arreglá" lo probado...
- no arriesgues; "te quemás"...
 
Eran la suma de consejos de amigos, compañeros de ruta, locutores, supuestos especialistas en la música ciudadana, como les decían, tipos
capaces de vender a la madre por un segundo de fama y, además, no entregarla.
Esa letanía siempre igual, era pesada, opresiva, agresiva, destructora.
Volví a mirarlo, detrás del humo del enésimo cigarrillo, sabiendo que no podía durar, que mentirse de esa forma tendría telón a breve plazo.
Lo vi rodeado de fantasmas.
De mitos y elogios.
De nada y de todo, pero invisible.
Sin poder.
Quieto.
Replegado.
Conforme.
Atado a una recomendación médica, cuidado con los bruscos cambios de Temperatura pasar de lugares cerrados, sin transición, corriendo riesgos
en los pasajes súbitos del frío al calor.
Subiendo a un escenario, directo al piano, ataúd de sus mejores sonidos y repetir noche a noche el ritual asfixiante; el precio de subsistir.
 
- ¡... mozo ...!
 
Este llegó. Saco y pechera blanca, luto en la garganta.
 
- ¡... dos wiskies ... !
- ¿... tomás "Negro" ...?
 
Me sonó como un estampido en la niebla.
 
- ¿estás loco Osvaldo?
- vos no podés tomar nada, pedí un té...
- ¡dejame de joder!...
-  creo que me bajó la presión; uno, no me hace nada...
 
Repentinamente, presentí la tormenta.
Me ahogó el vértigo de una espiral desconocida.
Algo se alzaba, rugiente, en su interior.
Preludio de la explosión.
Aunque, yo, no la creía posible.
Al cabo de unas copas, un "crescendo" desagrado se convertía en constante.
Despectivo hacia todo y todos.
El mismo era su blanco.
Implacable fijación destructiva.
Yo sentía, ya, el dolor de cabeza que suele bloquearme.
Sucede, cínicamente, si hay problemas y mi integridad corre riesgos.
Resistí.
El afecto es un cordón de plata.
No supe si hacía bien.
Sí debía detener esa avalancha de amargura.
Canalizar tanto dolor, comulgante, expiado y purificado por el alcohol. Me fascinaba. Presenciaba el cataclismo, como un pasajero de la vida, testigo del
apocalipsis personal. Ni siquiera supe si me concernía.
Avieso, como un perro de jauría, cuidaba el privilegio.
Testimonial y sin compromisos.
Sólo ser el ojo, impresionando cada gesto.
No me atreví a mover un músculo.
Atraído por el misterio.
Capturado por la furia.
Una destrucción homicida, que Osvaldo desplegaba ante mis sentidos
Maravillado y, porque no, horrorizado.
Comprensión.
Presenciaba el derrumbe.
La demolición de un hombre, por si mismo, ejecutada con delectación morbosa.
Recreándose.
Mirando las astillas en que iba convirtiendo su vida.
Hablándome.
Hablándose, de lo que pudo y no hizo.
Su juicio supremo.
La implacabilidad para el conjunto.
Se tonalizaba, fantasmal, el brazo en alto, extendido, blandiéndolo sobre cabezas invisibles.
Me sentí en una audiencia, con tribunal, jurado y gente.
Autorizado a presenciar el momento de uno consigo y nunca más.
El estaba transitando el puente de color, sonido y olor.
Se había parado en el umbral de la eternidad.
Permitiéndose elegir el instante.
Prescindiendo del destino.
Desafiando al tiempo.
Todo tenía transparencia celestial.
Era coherente.
Minuciosamente preciso.
Abrumadoramente cierto.
Descarnado y real.
La fuente parecía inagotable.
Auto de culpa universal.
Un estremecimiento, me sacudió.
Estaba en medio del torbellino.
La luz, al final, me asomaba al vacío.
Espacio sin retorno.
Testigo mudo que me convertía en cómplice.
¿A quien podría contarle, qué y cómo?.
Que cosas dijo.
La velocidad ciclónica me enceguecía, marcando a fuego mi cerebro
Impidiéndome recordar.
¡...Nada...!
Todo se grababa, deslumbrante, para desaparecer con igual rapidez.
Alucinado, comprendí que cursaba el aprendizaje absoluto.
Accedía a la sabiduría vedada al hombre.
Estaba siendo revelado.
La carga de la verdad me atravesaba, convirtiéndome, azotándome.
Corría con el vértigo de la inmovilidad.
Me detenía ante el todo y nada, en la latitud infinitesimal.
Capturando su intensidad, sin retener.
Incapaz de volver la cabeza.
Tan próximo al crisol, que intenté hallar la fórmula, la forma, el método, para que el instante no  fuese perecedero.
A mi lado una voz, abruptamente, hizo posible el regreso a la realidad.
Al café.
A Osvaldo, borracho.
A la noche.
A Buenos Aires.
Al "Almacén", en la esquina...
 
- ¡... Ché ... Osvaldo ...!
- ¡... vamos, que tenemos la segunda entrada ...!
 
Era RAUL, director del sexteto. Su director.
 
- ¡... No me digas que estabas tomando ...! se quejó, amargo.
- ¡... por favor ... ché ...!  luego de repasar el estado lamentable de Osvaldo.
- ¿... como tocaremos en el estado que estás ...?
 
La mirada vidriosa de Osvaldo, agotaba las llamas infernales, pero guardaba peligrosos rescoldos.
 
- ¡ ... Mirá RAUL ... yo no voy nada ...!  amenazó, sin levantar la voz.
- ¡ ... arreglense sin mí ...! se confirmó, confirmando.
- ¡... no toco más ...! afirmó, afirmándose.
- ¿ ... me oiste ...? se interrogó, interrogando.
- ¡... nunca más ...! concluyó, convenciéndose.
 
La voz, pastosa, no quitaba inflexibilidad al tono.
RAUL no pareció advertirlo.
 
- ¡ ... Dejate de joder ...! persuadido de persuadir.
- ¡ ... terminá la copa y vamos ... conciliador y conciliado.
- ... los muchachos deben estar subiendo ... animándose a animarlo.
- ¡ ... ché, Negro ... - dirigiéndose a mí –
- ... vos que sos amigo ... - por él –
-         ¡ ... convencelo, yo me voy para allá ...!
- ¡ ... justo hoy... que está todo lleno..!
 
Ví la desesperación en su cara.
Imaginé el salón.
La gente.
Los turistas.
Las explicaciones.
El dueño del "Almacén", ALVAREZ, un buen tipo, personaje de la discreción y el buen gusto, vocero de la elección, del estilo, no merecía desaires.
Le indiqué con un gesto, a RAUL, que lo dejara de mi cuenta.
Lo vi alejarse.
Volverse dubitativo.
Lento, procuré vencer la obstinación.
No supe ser original.
Los argumentos gastados, oxidan.
Eran inservibles para él y para mí. MARIANO apareció. El hermano menor y retobado que no transigía con nadie.
Hizo llevaderas las intenciones, después de desconfiar y hamacar sus dudas. Pareció adherir a la causa, pero quizás reflexionó sobre los apuros
posteriores de Osvaldo, con nombre propio, su mujer, el empresario, un futuro incierto, -el mismo de siempre-, graduaron la decisión y el
cambio. Antes y para pensarlo, ordenadamente, se tomó algunas copas, luego contribuyó a la disuasión conveniente.
Logramos abandonar el café, con paso inseguro, rumbo al "Almacén".
Fué duro verlo llegar al piano.
RAUL, transpiraba esperando.
Iniciar el primer tema le habrá dolido segundo a segundo.
El derrotero de Osvaldo, nada garantizaba hasta verlo sentado.
Un alivió voló sobre los enterados.
El público estrenaba su irrespetuosidad.
Lentamente, las sonrisas regresaban y las manos de Osvaldo, ajenas a su cuerpo, viajaban por las notas insomnes, perfectas, nuevas, relucientes,
el sonido era virginal.
Vi el rocío en el pétalo del jazmín. Su comunión.
Temas trillados y atacados por una fresca musicalidad desconocida.
Única.
Cerré los ojos comprendiendo que el hilo invisible todavía estaba allí.
Brotaba del teclado, adquiriendo perfil del nunca más.
La perfección indescriptible.
Avanzaba avasallante, con la tenue sonoridad que produce la contundencia.
Capaz de penetrar, embriagar, seducir, transportar, enmudecer.
¡Sí! ¡Enmudecer!.
Percibí que el murmullo se disolvía, superado, barrido, por aquella implacable riqueza sónica, convirtiéndose en cálido clima de vibración.
Las sensibilidades se agudizaban, recibiendo el mensaje purificador.
Todos, sobrecogidos por la magnitud, estáticos, confabulaban para detener el tiempo.
Nadie entró o salió del local.
Nadie se movió, era espectral.
Silencio cristalizado.
El final casual y leve, estalló hecho añicos, en ovación gutural,
desgarrada, reclamaban la continuidad imposible.
Se advertía que su impotencia iba más allá.
Querían el segundo aquel, irrepetible.
Una escena estremecedora.
Osvaldo, distante, tuvo que ser avisado.
Abandonó el escenario.
Acodados en la barra, con ALVAREZ contagiando euforia, bebíamos.
Osvaldo, poseído por el infierno que lo consumía, era holocausto invisible y, tal vez, inservible para todos.
HERNAN, violinista exitoso cada noche, impresionado, solicitó en el micrófono, la presencia de Osvaldo, sustituyendo así, sin más, a su
pianista, quien estaba presente en la sala, pero, como todos, desbordado por el episodio excelso.
Pude tocar la llaga abierta por el acontecimiento, en aquel músico.
Su anhelo impreciso.
Atrapar un fragmento del milagro.
Protagonizar el instante.
Osvaldo retornó, dificultosamente, al piano.
La tensión, que me arqueaba, cedía a medida que desgranaba la música.
Era el reflejo de la hoguera.
Su magia, intacta.
El fuego deslumbrante, sobrenatural, opacaba el trabajo de HERNAN, alejándolo de la escena.
Todo concluyó en un nuevo estallido.
El público, conmocionado, se retiraba confuso.
Buscaba explicaciones.
Osvaldo, desde el piano, sonreía.
¿A sí mismo?
¿Mirándose desde cada nota?
¿Parado en la música que vagaba entre las mesas?
MARIANO y ALVAREZ me arrastraron al escenario.
Nos sentamos.
Bebimos, una vez más.
Comentamos o comentaron.
Mi complicidad me sustraía.
EL, escuchaba, silencioso.
Cuando quedamos solos y los mozos ordenaban, ALVAREZ, que quería más, integró a MARIANO en la percusión.
No sé porqué, todavía, me oí pronunciando nombres ... Peterson y Osvaldo, mirándome, indescifrable, traducía y así, Jobim, Villegas y aquellos que le habían importado. Agotado el inventario, avecinando el final, cambió y comenzó algo nuevo, caótico, indefinible.
Ahí estaba.
La epopeya.
El poema.
El espacio.
La vida cantada por sí, ruda aquí, cristalina allá, murmurada, gritada, gemida, latente.
El siempre de las cosas.
Nos fuimos.
ALVAREZ quería llevarnos a una fiesta.
Caminamos galaxias de silencio, atravesando la oscuridad titilada de Buenos Aires.
Su voz sonó sorprendente, calma, natural ...
 
- ¿Ché, Negro, vamos a comer algo ...?, -me miró socarrón-
- no me jodas ... fué una sanata más ...
 
 
A OSVALDO TARANTINO IN MEMORIAM...
 
 
 
 
 
 
 
 
Mínimo mundo*
 
a Gonzalo Fragui


por el cielo del planeta giran miles de aparatos.


desde una cabina acerada 
un hombre
pulsa botones y observa un monitor gigante.

Ahora cruza sobre un desierto en el sur del mundo
un campamento petrolero invadido de arcilla.

el aburrido operario pulsa botones
acerca la imagen.

algunas casas, una escuela de dos aulas
negras cigüeñas metálicas.

la placita, un banco
y un chico de seis años balanceando las piernas.

pulsa más botones, acerca más
llega hasta los ojos.

el reflejo en esos ojos infantiles
muestra un árbol de manzanas brillantes 
un columpio en vaivén
el soldadito de plomo herido 
un superhéroe con los pies en el barro.

ahora el chico mira hacia arriba
ve una fantástica estación espacial
un hombre abatido observando un monitor
vigilando sin afán sueños ajenos.

ese hombre parece llorar.-

*De aldo novelli. aldonovelli@yahoo.com
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
Inventren Próximas estaciones: 
 
 
 
 EMITA. 
-Por Ferrocarril Midland-
 
 
 
LUCAS MONTEVERDE.
-Por Ferrocarril Provincial-
 
 
 
 
 
 
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