*Dibujo de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
El Huerto Del Señor*
Detrás de la iglesia estaba el viejo cementerio, al fondo de la calle
que da al colegio.
Mi amigo de la infancia Pablo Fontein, me recomendó que fuera a verlo. El lugar se había puesto en boga gracias a un extraño suceso. Pero no le di importancia al principio, ya que siempre fui del tipo escéptico.
Fue buscándola a Carmen recién, que crucé sus portones. Y me asombró ver que la gente se reunía en calma, a participar de un acontecimiento sorprendente. Una mujer todavía joven le hablaba a los muertos.
Ella los abrigaba con sus palabras y su voz era tan dulce, que no solo se convidaba a la tierra, sino que prendía en el alma, como un leño que arde encendiendo otras ramas.
Me preguntaba cómo podía hablar así, en medio del dolor y de la muerte, componiendo con sus palabras, sentimientos paralelos de belleza y embeleso.
Cuando les hablaba tiernamente, los muertos se movían bajo las sabanas de la tumba, y se acomodaban para seguir durmiendo, esta vez en tibios sueños.
Era como regar flores, y otras personas también se animaban, incluso las que les temían a los difuntos.
Ya era un secreto a voces en la pequeña localidad de Santa Catalina. Sobre todo entre las mujeres, que llevaban viandas y hasta iban con sus hijos a pasar el día, en los antiguos jardines del cementerio.
Eso lo cambiaba todo, los fallecidos agradecían que los mimaran, ya no descansaban a solas olvidados del mundo. Las palabras susurradas como a niños, una mano delicada sobre el sepulcro, eran una caricia suave, que atesoraban en sus nidos de silencio.
Al no soltarles la vida, ellos tampoco nos dejaban tan solos de este lado. Y en aquel pueblo, el miedo a la muerte, estaba terminando para siempre.
Mi amigo de la infancia Pablo Fontein, me recomendó que fuera a verlo. El lugar se había puesto en boga gracias a un extraño suceso. Pero no le di importancia al principio, ya que siempre fui del tipo escéptico.
Fue buscándola a Carmen recién, que crucé sus portones. Y me asombró ver que la gente se reunía en calma, a participar de un acontecimiento sorprendente. Una mujer todavía joven le hablaba a los muertos.
Ella los abrigaba con sus palabras y su voz era tan dulce, que no solo se convidaba a la tierra, sino que prendía en el alma, como un leño que arde encendiendo otras ramas.
Me preguntaba cómo podía hablar así, en medio del dolor y de la muerte, componiendo con sus palabras, sentimientos paralelos de belleza y embeleso.
Cuando les hablaba tiernamente, los muertos se movían bajo las sabanas de la tumba, y se acomodaban para seguir durmiendo, esta vez en tibios sueños.
Era como regar flores, y otras personas también se animaban, incluso las que les temían a los difuntos.
Ya era un secreto a voces en la pequeña localidad de Santa Catalina. Sobre todo entre las mujeres, que llevaban viandas y hasta iban con sus hijos a pasar el día, en los antiguos jardines del cementerio.
Eso lo cambiaba todo, los fallecidos agradecían que los mimaran, ya no descansaban a solas olvidados del mundo. Las palabras susurradas como a niños, una mano delicada sobre el sepulcro, eran una caricia suave, que atesoraban en sus nidos de silencio.
Al no soltarles la vida, ellos tampoco nos dejaban tan solos de este lado. Y en aquel pueblo, el miedo a la muerte, estaba terminando para siempre.
*De Mauricio Escribano. mauricioescri@gmail.com
¿DEL LADO DE LA SOMBRA O DE LA VIDA?
Observa*
Observa.
La madre está
pidiéndonos asilo.
La madre que ha
esperado en su lugar
comiendo la
comida de los pájaros,
la madre
atravesada por la garra
sin tacto para
el mármol de la historia.
Mira a la madre
como un puño abierto
bajo el largo
cabello de las nubes.
Decide tú si
abrir o condenarla.
*De Juan F.
Rivero. juanfernandezrivero@gmail.com
-Para leer en AURORA
BOREAL. http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1431%3Atres-poemas&catid=82%3Apoesia&Itemid=199
YO SOY EL
ARBOL*
Yo soy el árbol
Un pájaro de
sueños habita mi sombrero
Y un fuego
verde acaricia el viento
Donde el
horizonte incendia la monotonía
Yo soy el árbol
Un íntimo y
eterno fulgor
Un poblador de
la memoria del hombre
Un refresco
para las fauces del verano
Yo soy el árbol
En mis hojas
vagabundea el viento
Nací entre la
nada y el ardor
Entre el agua y
aromas
Abrazado en el
asombro de la tierra
Yo soy el árbol
Humildes manos
me cuidaron
De mí nacieron
las mesas
Las casas, las
ruedas
Y la sombra
como regazo de tanta soledad
Yo soy el árbol
Para que el
poeta no crezca torcido
Tengo un
corazón descubierto de vicios
Soy un titán en
medio de la siesta
Yo soy el árbol
Y tengo un
pacto de amor con el viento
Y tengo una
sombra verde para el andariego
Y un nido para
los niños
Y una mano en
el pecho de la lluvia
Yo soy el árbol
Y soy este
bombo
Soy esta
guitarra que canta
Soy este
cuaderno
Y este lápiz
invencible
Como el
incansable murmullo libertario
Yo soy el árbol
Y canto
Y canto
Y canto
Como una nueva
brigada de la resistencia.
*De Carlos
Norberto Carbone. Ccarbone71@gmail.com
¿Del lado de la
sombra o de la vida?*
La tormenta
lavo las huellas, se encontraron desnudos de historia como los primeros
habitantes del planeta.
La lluvia era
la medida del desconsuelo.
Ella se sacó
del pecho la piedra negra. Cerrado, oscuro luto sin tiempo ni palabras.
El hombre
sintió que había un desencuentro entre la piel suave de ella y esa roca
miró el lugar de dónde había salido, seca, sin sangre, escribió algo
sobre la piedra que acomodó el paisaje y el cuerpo.
La escritura
una sonrisa a descifrar.
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
El arte de la
evasión en puntas de pie*
*Por Juan
Forn.
Cuando Chejov
llegaba a su casa de campo en Melikhovo, ochenta kilómetros al sur de Moscú,
hacía izar una bandera para que los campesinos de la zona supieran que estaba.
Había comprado esa casa, donde tenía viviendo a toda su familia, con el dinero
que ganó como escritor, pero había empezado a escribir sólo para pagarse la
carrera de médico (de hecho, firmaba con seudónimo esas “bagatelas”, para no
arruinarse el nombre). Cuando triunfó, casi sin proponérselo, y sin creerse
nunca del todo su calidad como escritor, a los únicos pacientes que atendía los
atendía gratis, a la hora en que le golpearan la puerta. Una noche, tarde,
estaba en Melikhovo sentado frente al fuego con amigos cuando lo mandaron
llamar de afuera. Se demoró en volver y cuando le preguntaron el motivo de la
tardanza dijo secamente: “Era una consulta”. ¿Tan tarde? ¿Alguien conocido?
Chejov contestó, mirando al fuego: “Era una campesina. No la había visto en mi
vida. Necesitaba láudano”. No se lo habría dado sin más, dijeron sus amigos.
Luego de un largo silencio, Chejov contestó: “Vi en sus ojos que había tomado
una decisión. Hay un puente de piedra sobre el río, acá cerca. Si se tira, va a
padecer horriblemente antes de morir. Con el láudano le será más fácil”. Y,
para cambiar de tema, se puso a hablar de literatura (cuando hablaba de literatura
también lo hacía con el filo de un bisturí: a cada aspirante a escritor que le
mandaba sus manuscritos le daba el mismo consejo: “Corten, corten, corten donde
mienten. A todo cuento que escriban córtenle el principio y el final, porque
ésos son los lugares donde más mienten todos los escritores”).
Cuando hablamos
de Chejov siempre parece que habláramos de un hombre mayor. En todas sus fotos
parece haber nacido médico, sensato, sabio, salvo en una que le sacó su hermano
en Melikhovo, el mismo año en que ocurrió el incidente del láudano. Chejov
tenía treinta y cuatro años; aunque aún parecía un estudiante revoltoso, le
quedaban menos de diez años de vida, ya escupía sangre cuando tosía y tenía dos
hermanos muertos de tuberculosis, además de doce hermosas mujeres esperando en
vano su propuesta de matrimonio. ¿Sabía para entonces que tenía fecha pronta de
salida? ¿Vivió así, y escribió así, porque sabía? Miren la foto y recuerden que
la pregunta que Chejov se hizo siempre fue la misma que trataba de transmitir a
cada paciente que examinaba: “¿Cómo debería vivir, siendo el que soy, sabiendo
lo que sé?”.
Lo que sabemos
es que fue siempre enfermizamente privado, el rey de la elipsis, el maestro de
la evasión en puntas de pie, tanto en la vida como en lo que escribió. Cuando
ensayaban La Gaviota, y un actor le pidió que le explicara cómo era el
personaje que debía representar, contestó espantado: “Pero si usa pantalones a
cuadros”. Las mujeres casaderas de Moscú decían que era “elusivo como un
meteoro” (él, por su parte, se limitaba a repetir: “Denme una esposa que, como
la luna, no aparezca todas las noches en mi cielo”). En Melikhovo quería la
casa siempre llena de gente, pero se construyó una cabaña apartada para poder
escabullirse a su antojo de familia, amigos y pacientes. Cuando le vino la
fama, en lugar de disfrutarla en Moscú o Petersburgo (“Uno sólo puede
acostumbrarse a la fama como un hombre a la verruga que tiene en la frente”) se
fue a la isla de Sajalín, en Siberia: estuvo tres meses censando las miserias
de la población carcelaria, haciendo una ficha de cada uno de los presos, a
razón de 160 por día, en jornadas de catorce horas de trabajo; nadie le había
pedido tal cosa, lo hizo sólo para que Rusia tuviera delante de sus ojos
aquello que no quería ver. Volvió por mar, cruzando a Japón y de ahí a Ceilán,
donde tuvo la experiencia sexual más gloriosa de su vida, y escribió desde
allá: “Al fin puedo decirlo. He vivido. He estado en el infierno y en el
paraíso, hijos de perra”. Aunque en otro tramo de su correspondencia dice,
famosamente: “No me gusta hablar por carta de cosas que me importen mucho”.
Dicen que era
bueno y generoso sin amar, cariñoso y atento sin apego, accesible pero
insondable. Desde muy chico le inculcaron la modestia, a la manera rusa
(“Recuerdo bien el momento en que mi padre empezó a educarme, o debería decir
azotarme, yo tenía cuatro años”). De grande descubrió que no podía deshacerse
de ella, y tampoco de la aversión invencible que le producía la grandilocuencia
rusa (“Siempre me parece que engaño a la gente, o les parezco demasiado alegre
o indiferente”). En 1901, cuando le quedaban menos de tres años de vida, se
casó en secreto con la actriz Olga Knipper. Su madre, sus hermanos y sus amigos
se enteraron por los diarios, días después. Olga se ganó el corazón de Chejov
porque era desenfadada en la cama y sensata fuera de ella: ordenada,
trabajadora, autosuficiente económicamente y, además, la mayoría del tiempo
estaba a mil kilómetros de distancia (para entonces, la tuberculosis había
obligado a Chejov a mudarse a Yalta, mientras Olga triunfaba en Moscú, en el
teatro donde Stanislavski montaba las obras de su marido). Chejov decía que la
había elegido porque tenía una caligrafía hermosa y buen ojo para los detalles
cuando escribía cartas, pero también es cierto que le servía para controlar a
la distancia las puestas que hacía Stanislavski de sus obras, así como
Stanislavski y su socio Nemirovich-Danchenko (que era amante de Olga)
necesitaban de ella para que el ya muy enfermo Chejov les entregara la gran
obra que les había prometido: El jardín de los cerezos.
Después de la
luna de miel, Olga y Chejov estuvieron casi seis meses sin verse. Cuando por
fin ella fue a Yalta, se quedó cinco días y luego se lo llevó a un pueblo
montañas adentro, donde lo convenció de someterse a una cura de kumis: una
leche fermentada de yegua cuyos bacilos se decía que combatían con éxito al de
la tuberculosis (había que beber cuatro litros por día de esa sustancia espesa
y agria). Antes de volverse a los escenarios de Moscú, Olga le pidió que le
informara puntualmente de los progresos. Quince días después, Chejov le
escribía: “Aumenté otros tres kilos esta semana. Ahora me siento más fuerte
cuando toso sangre”.
Cuando estalló
la Guerra Ruso-Japonesa en 1904, quiso ir como voluntario al frente, pero un
médico enfermo más que médico es un paciente, y Olga lo convenció, en cambio,
de ir al spa de Badenweiler, en Alemania. Ir a morir adonde otros iban a
reponerse, más chejoviano imposible. Raymond Carver contó la muerte de Chejov
en el cuento “Rosas amarillas”. Máximo Gorki contó el entierro en Moscú: una
multitud esperaba en la estación de tren, pero siguió por error el féretro del
general Keller, que venía de Manchuria. Cuando llegaron al cementerio y la banda
se puso a tocar marchas militares comprendieron que estaban en el funeral
equivocado: el ataúd de Chejov iba en otro vagón, que llevaba ostras. En una
escena de Tío Vania, un personaje se desmaya y otro pide: “Rápido, un vaso de
agua”, pero cuando se lo alcanzan no se lo da a la víctima, sino que se lo bebe
él, con total naturalidad. Ahí está Chejov, como cuando dijo: “La literatura
tiene de bueno que uno se puede pasar con la pluma en la mano días enteros, sin
advertir cómo pasan las horas y al mismo tiempo sintiendo algo que se parece a
la vida”.
MUERTE **
¿Cuántas muertes serán necesarias para que comprenda el hombre
Que ya ha habido demasiados muertos?
Que ya ha habido demasiados muertos?
BOB DYLAN
Yo, podría decirte muchas cosas.
Muchas cosas, dulce, pequeña inmensa, tan temida.
Tan anhelada, tan odiada.
Los ángeles han caído en tus espejos de agua.
Torpes criaturas sin pupilas.
Yo podría decirte que se que me buscabas y me buscas.
Sé, de tu espera ansiosa en aquella tarde de verano sediento.
Hubo un tiempo en que acechabas como reptil hambriento.
En la concavidad del tajo consagrado me escondía.
Vos traías la cabellera larga de los tiempos.
Las uñas chamuscadas con la congoja del ardiente enero.
Muchas cosas, dulce, pequeña inmensa, tan temida.
Tan anhelada, tan odiada.
Los ángeles han caído en tus espejos de agua.
Torpes criaturas sin pupilas.
Yo podría decirte que se que me buscabas y me buscas.
Sé, de tu espera ansiosa en aquella tarde de verano sediento.
Hubo un tiempo en que acechabas como reptil hambriento.
En la concavidad del tajo consagrado me escondía.
Vos traías la cabellera larga de los tiempos.
Las uñas chamuscadas con la congoja del ardiente enero.
Yo venía de un vértice encendido, de un planisferio oscuro.
Y fui hembra, resucitada y bautizada por el polvo.
Vos, en cambio, no sabes la geografía exacta de tu nombre.
Tu nombre es de mujer, como la justicia, la vida, la utopía.
Como la bandera, la patria, la palabra.
La libertad, la negación del no, la rosa.
Que cruel designio te persigue, compañera.
Quien mutila tus pechos. Quien te castra. ¿No te cansas?
Y fui hembra, resucitada y bautizada por el polvo.
Vos, en cambio, no sabes la geografía exacta de tu nombre.
Tu nombre es de mujer, como la justicia, la vida, la utopía.
Como la bandera, la patria, la palabra.
La libertad, la negación del no, la rosa.
Que cruel designio te persigue, compañera.
Quien mutila tus pechos. Quien te castra. ¿No te cansas?
Te he visto trepar por los balcones y los nidos vacíos.
Te he observado, absorta, en la mirada de los gatos negros.
Testigo he sido de la transmutación de tus manos.
He contemplado tus rituales de danza en los patíbulos.
He percibido los poetas sentarse en tu huesudo pubis.
He escuchado el llanto de las madres y los hijos.
Te oí mil veces pasar por la puerta de mi casa.
He visto a Belcebú y a vos y a un niño con pupilas sangrantes.
Y te has equivocado una y otra vez .Setenta veces siete.
Te he observado, absorta, en la mirada de los gatos negros.
Testigo he sido de la transmutación de tus manos.
He contemplado tus rituales de danza en los patíbulos.
He percibido los poetas sentarse en tu huesudo pubis.
He escuchado el llanto de las madres y los hijos.
Te oí mil veces pasar por la puerta de mi casa.
He visto a Belcebú y a vos y a un niño con pupilas sangrantes.
Y te has equivocado una y otra vez .Setenta veces siete.
Y me preguntas, incisivamente, al borde del abismo.
Porqué el poeta, ante tanto tormento.
Ante los albores terribles de las guerras.
Ante la fetidez de un sol alquitranado.
Porqué el poeta se baña en la clepsidra el deseo.
Porqué se empapa en la penumbra del amor.
Porqué el poeta, ante tanto tormento.
Ante los albores terribles de las guerras.
Ante la fetidez de un sol alquitranado.
Porqué el poeta se baña en la clepsidra el deseo.
Porqué se empapa en la penumbra del amor.
Yo podría decirte muchas cosas…
Y digo, se, que parece fútil, banal, invertebrado.
Los poetas cantan al amor y a la luna.
Y llenan oquedades y agujeros de bala.
Y yo, entre ellos…
Saco la flecha del cervatillo y la clavo en mi pecho.
Hondo, muy hondo, hasta los confines del barro.
Y me despojo y me bebo y me amordazo en besos.
Y celebro. Celebro ser mortal, jubilosamente…
Vos, en cambio, amada, pequeña inmensa, tan temida.
Llevas la carga tan pesada de los dioses .Por siglos de los siglos.
Ser inmortal, una y otra vez, inmortal.
Inmortal. Una y otra vez.
Y digo, se, que parece fútil, banal, invertebrado.
Los poetas cantan al amor y a la luna.
Y llenan oquedades y agujeros de bala.
Y yo, entre ellos…
Saco la flecha del cervatillo y la clavo en mi pecho.
Hondo, muy hondo, hasta los confines del barro.
Y me despojo y me bebo y me amordazo en besos.
Y celebro. Celebro ser mortal, jubilosamente…
Vos, en cambio, amada, pequeña inmensa, tan temida.
Llevas la carga tan pesada de los dioses .Por siglos de los siglos.
Ser inmortal, una y otra vez, inmortal.
Inmortal. Una y otra vez.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
**Del Libro “Exorcismo de la hoja””
Pascual*
Silvano D'Orba.
El tío abuelo Pascual, se siente muy viejo y sin descendencia decide dejar
instrucciones para el después de su muerte. Piensa en su hermana mayor ya
fallecida, la sobreviven dos hijos y dos nietos, En su hermano menor, Juan,
tres hijos profesionales, nietos y bisnietos. Pascual ordena en su testamento
que mientras esa casa exista este disponible una habitación lista para recibir
a los descendientes de sus hermanos que lleguen desde la Argentina. El los
espera, ahora o en un futuro indefinido, confía, quiere que ninguna puerta se
cierre después de su partida.
Lobos*
Me acuerdo de la historia que contaba mi padre más de una vez: la
historia del soldado que retornando al pueblo pasó por el bosque de los lobos.
Descendía de la montaña después de salir de Padula, la noche lo sorprendió y
decidió quedarse en la oscuridad del bosque. Sentado, fumando quizás, mientras
veía consumirse las llamas de una pequeña fogata. Había llovido, era difícil
mantener el fuego. Se podría imaginar que utilizó incluso las cartas de su
novia a la que había ido a ver para sostener esa llama. Para estar despierto,
lo cierto es que sus ojos se cerraron y allí lo encontraron -contaba mi padre-
sentado y comido por los lobos. Pienso en las pesadillas que se encarnan en
nuestro mundo más originario.
Puedo volver a ver la imagen de mi padre emergiendo de la única pesadilla que le vi contar con espanto: pastoreaba las ovejas sin compañía ni perros y al llegar a un sendero que se estrecha de rocas una manada de lobos atacan y empiezan a devorarlas. Ve eso sin poder hacer nada. Aferrado a un bastón largo, apenas cuidando su vida. En ese punto se despertó y gritó con toda la fuerza como si el sueño fuese más fuerte que lo real.
Puedo volver a ver la imagen de mi padre emergiendo de la única pesadilla que le vi contar con espanto: pastoreaba las ovejas sin compañía ni perros y al llegar a un sendero que se estrecha de rocas una manada de lobos atacan y empiezan a devorarlas. Ve eso sin poder hacer nada. Aferrado a un bastón largo, apenas cuidando su vida. En ese punto se despertó y gritó con toda la fuerza como si el sueño fuese más fuerte que lo real.
Silvana*
Silvana escribe las cartas de su madre y su abuela para su tío en la
Argentina. Cuando él tío partió ella no había nacido. Quedaron unas pocas
fotos, el relato de su madre sobre aquella partida: un hombre joven al que ven
irse con su bolso caminando hasta perderse de vista rumbo a la estación de
trenes. La letorina va repleta, muchos también van a Napoli para embarcarse a
América. Hay besos y abrazos desesperados ante la intuición de un paso
irreversible.
Escribió una nueva carta, sale a ver el cielo, sueña un avión para ella.
Silvana escribe sin parar, no solo al tío en la Argentina .Tiene amigos con los que se escribe en francés, inglés, portugués, y hasta en chino, el último de los idiomas que aprendió.
Silvana escribe sin parar, no solo al tío en la Argentina .Tiene amigos con los que se escribe en francés, inglés, portugués, y hasta en chino, el último de los idiomas que aprendió.
Ese hombre joven que había nacido en 1923 y vieron partir en 1952 fue mi
padre, el que mojaba con lágrimas las cartas que recibía desde Italia.
Higueras*
Anita me hace
sentir que estoy despojado de las memorias de la infancia.
-¡como no te
acordas del galpón de Antonio Bruno donde guardaba el camión
"guerrero"!
Para nada,
digo, para mi existía el terreno de la esquina con la higuera y después la casa
de doña Josefa que nos curaba el empacho a los chicos y a los grandes también.
Recuerdo comer
los higos arriba de la higuera, creo que nunca más debo haber comido higos tan
dulces. Y era tan lindo ver el mundo desde lo alto, a esa edad la higuera
parecía altísima, era como estar en la copa de una araucaria añosa.
Anita vuelve a
hacerme sentir un olvidado: no era una higuera, eran tres...
Consejo*
Mi padre
hablaba poco pero era certero en sus palabras.
"No hay
que temerle a los muertos sino a los vivos"
Nos decía con
tono de consejo.
* * *
Inventren Próximas estaciones:
EMITA.
-Por Ferrocarril Midland-
LUCAS
MONTEVERDE.
-Por Ferrocarril Provincial-
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