*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
MORIR DE AMOR Y
NO DE ABISMO*
Y otra vez la
luna y el espejo…
Me mira, me
arrulla, me desea...
El sexo me
acaricia la espalda.
Relámpagos.
Cerezos. Mi amado.
Mi caballo
negro que se aleja.
Cibeles o Rea o
la Pacha…
Cubren la luna
en morados crespones.
Los espectros
andan en la calle.
Hijos
contingentes de la fatalidad.
Por la calle
hay frío, mucho frío.
Narciso se
refleja en los charcos.
Una mujer flaca
abre las piernas.
El hombre
deambula por su carne.
Y se buscan, singulares,
extraños.
Y se
encuentran, se lamen, se nostalgian.
Se lloran.
Gimen. Mueren de amor y soledad.
El hombre hunde
su cara en los pechos colgantes.
Saben a uvas
maduras, a preñez, a madre.
La mujer se
entrega a la daga, por completo.
Sabe a madera
de arrayanes. A pan. A leche.
Hay olor a
moho, a pobreza, a rancio.
El hombre huele
la desnudez de hembra.
Hay olor a
tomillo y zarzamora.
Y mana la gruta
y florece el páramo.
Es mejor morir
de pobreza y no de angustia.
Y cabalgan,
jadeantes, la utopía.
Y otra vez la
luna y el espejo.
Principio de
realidad, le llaman.
O
vergüenza…temor… o cobardía.
Secretísimo
dolor. Me languidece. Me postra.
Entrego mis
monedas a Caronte.
Y mis ojos
flotan en el lago.
Ángeles caídos
danzan en mi vientre.
La muerte
amamanta las babosas.
Un leproso me
acaricia la boca.
Y los sátiros.
Ah los sátiros.
Me tallan. Me
reinscriben. Me cincelan.
Me muerden los
pezones.
Me poseen, me
seducen, me embrujan.
Morir de amor y
no de abismo.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
DE AMOR Y NO DE ABISMO…
LOS SUEÑOS
INMOLADOS*
Entre torpes
espasmos fronterizos,
una centuria
ciega de fogatas
se exilia por
los pómulos del pubis,
emboscando
cadencias
en la húmeda
raíz de los guijarros.
Entonces,
desde lejos,
desde el seco
esqueleto de sus náuseas,
sobrevienen
aullidos polvorientos,
gritos
espiralados
y una
conflagración agonizante
que desvalida
espinas y jadeos,
que desnuca
pezones de amapolas
con puños
oxidados,
que
insurrecciona efímeras mareas,
que conmueve
racimos seminales
sobre harapos
de orgasmo.
Después,
sólo las
fauces,
sólo fauces
azules mordiendo las espaldas,
y ráfagas de
venas extinguidas
hilvanando
pestillos soñolientos
con nieblas de
tabaco.
Tal vez,
por un
instante,
el amor fue una
tregua en el vacío,
tal vez fueron
posibles los relámpagos...
pero eran tan
profundos sus silencios,
tan despiadado
el filo de su sangre,
que apenas
vislumbraron,
en quebrados
azogues,
huellas de
otras ausencias
naufragando en
la orilla de los párpados.
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
SIN CIELO*
Ángeles más
cerca del infierno que del cielo, infierno en la terrible muerte, en el cuerpo
tirado a la basura y en ser suplantada como víctima por el criminal que la
asesinó. Un abogado famoso dispuesto a defenderlo por nada, manifestaciones a
su favor y una cierta DISIMULADA simpatía, en algunos periodistas,
para un crimen tan atroz. Por suerte la intencionada búsqueda de la
desaparición del cuerpo fracasó y ella guardó en su dedo la acusación. En sus
manos pequeñas de niña dulce. Así se espera que sean las mujeres y así se las
educa. ¿Habría que capacitarlas en defensa personal, boxeo, artes marciales? O
habría que luchar con más energía para cambiar este sistema
patriarcal en el que vivimos. Inventar un mundo donde se aliente la dulzura
de hombres y mujeres, donde se les permita la sensibilidad, la afirmación, la
solidaridad, el enojo y los placeres de la vida. Un mundo en el que
el mejor no sea el que más cabezas pisó. ¿Será posible ese espacio donde
las mujeres sean libres, sin pensar si van a encontrar en las calles o en sus
casas, un hombre que las pueda someter? Un mundo donde las
mujeres tengan voz y no tome la palabra lo que guardó una niña
debajo de su uña para defenderse, porque ella ya está callada para siempre.
Tarda más de lo
que pensábamos ese mundo donde ningún hombre piense que es natural
adueñarse de una mujer.
Cuerpos
negados desde las religiones, abusados, mostrados como carne en un
negocio, gozados en la prostitución como una mercadería. Desafiados por
estéticas casi imposibles de cumplir. Cuerpos que tienen que funcionar de
acuerdo al deseo de otros. Religiones que consideran que las mujeres no pueden
elegir tener un hijo o no de acuerdo a su deseo. Este asesino no expresa
sólo su perversión individual, se inserta en una matriz patriarcal
de siglos en la sociedad. Pone en evidencia la violencia de los medios que
ganan con el cuerpo de una niña muerta, con los avisos de la prostitución que
se resisten a perder. Con la exposición de cuerpos femeninos como objetos.
El liberalismo
salvaje que empezamos a desandar es un modelo violento donde las cualidades
angelicales no son redituables.
Es verdad que
hay importantes cambios en la situación de la mujer, pero eso justamente trae,
muchas veces, consecuencias de rabiosas respuestas.
Mientras un
equipo de abogados famosos trata de encontrar las mejores posibilidades
para que el asesino pague barato su crimen detestable,
Ángeles
ha pagado el precio más caro
Acaso Fénix*
En la mañana
verde
plumoncito que
asoma
sobre el alón
desnudo
No sé si pueda
el vuelo
Me basta este
aletear
recién nacido
entre tanta
ceniza
*De María
Silvia Paschetta. mariasilviapaschetta@yahoo.com.ar
Pegaso*
En las
verdaderas salas de espera de la muerte, que comúnmente llamamos geriátricos,
tuve que visitar a mi madre sumergida en una niebla cada vez más espesa durante
cuatro años. Nadie está preparado para dicha experiencia, ser visitante en una
sociedad cerrada en la que ninguno de sus habitantes desea quedarse. En un
sitio donde es frecuente encontrar mujeres de noventa años llamar a su padre
que está trabajando, pedir permiso para ir a buscar a su hija a la escuela o
llamar a la modista que tarda en traerle el vestido de novia, bueno es buscar
cabezas que coordinen mínimamente como quien busca pisar piedras sobre el río
Aqueronte para no caer en el Tártaro. Don Alfredo era mi preferido, siempre
empujando su silla de ruedas, nunca sentado en ella, chueco de tanto andar a
caballo y no por estar operado de cadera, según sus propias declaraciones. En
la mesa de mi madre, donde se tomaba mate en continuado, decían que estaba más
loco que una cabra, pero era prudente saber que dichos comentarios no venían
desde un cuerpo colegiado de la cordura precisamente y además estaban
infestados de celos. Siempre me gustaron los caballos y nunca supe demasiado,
el viejo me enseñó de razas, costumbres, cuidados y caracteres de los equinos
con una precisión asombrosa. Siempre terminaba sus clases hablando de Pegaso,
un tordillo rápido como el viento, con el cual se había cansado de ganar
cuadreras. El se encargaba de florearlo medio frenado de la rienda izquierda, a
la hora de la competencia, lo jineteaba su hermano cinco kilos más liviano
quien lo soltaba hasta hacerlo volar. Una vez en Sancti Spíritu, cerca de
Amenábar, su pueblo natal, llenaron dos sombreros con plata grande. Antes de
irme siempre me decía algo sobre el clima, me adelantaba si iba a llover, o si
iba a entrar una ola de frío. Lo increíble era que casi siempre acertaba con el
pronóstico. El día que le pregunté si leía el diario o miraba mucho televisión
para estar tan bien informado en el parte meteorológico, me dejó helado con la
respuesta, "No, hablo directamente con Hermes, un mensajero alado que me
trae información directamente de los dioses y de los cambios de clima". En
el acto me di cuenta lo corto que se había quedado las materas en su
diagnóstico. Sabía y creía más sobre los dioses griegos que de caballos. Me
aseguró que no habían muerto, sino más bien se habían retirado del Olimpo para
esperar agazapados en las constelaciones. Me miró fijo cuando me dijo: "El
hombre es lo que se cree y si dejamos de creer en el rayo de Zeus o en el
tridente de Poseidón, seguro que van a perder su fuerza, pero de allí a de
decir que no existen hay un largo trecho, mi amigo".
De lo único de
lo que se arrepentía en haber cambiado el campo por la ciudad era de la noche
perdida, decía que los ciudadanos no sabían de cielos, más bien de cielorrasos.
Que andaban encandilados como liebres en época de caza, por culpa de las luces
de neón y el alumbrado público. Que desconocían de estrellas, de lunas, y lo
peor de todo es que ya no les interesaba saberlo. La tarde que vinieron unos
familiares desde Humbolt a visitarlo, me invitó a la reunión. Mariana, una
bisnieta a la que no conocía, sacó de su mochila un dibujo, un garabato que
puso sobre la mesa como regalo. "Qué lindo dibujo", dijo el bisabuelo,
"¿Quién es?", preguntó. La nena con la transparencia que da la
inocencia, tocando tres veces con su manito el papel, contestó: "Zeus, el
dioz de los diozez, quien va a zer zinó?". Me levanté para dejarle la
exclusividad del llanto al anciano, mientras me juraba ponerlo cara a cara con
sus dioses. Fredy, el enfermero nochero del residencial, es oriundo de Loreto,
plena selva amazónica. Las revistas que les llevé de regalo, junto con el pato
para que lo hiciera guisado o el corazón de vaca para sus anticuchos, no fueron
suficientes para quebrar su voluntad. Como buen peruano no aceptó el soborno y
me dijo: "Deje de traerme obsequios, se lo voy a entregar al viejo, pero
por convicción, aquí adentro la única sorpresa que existe es quien se va a
morir primero y si le llega pasar algo me voy a sentir con culpa". Lo pasé
a buscar a las dos de la mañana, no habló una palabra, sólo tenía una sonrisa
dibujada en su rostro que no se la había visto antes. Tomé la ruta 33 y a la
altura de Firmat, me desvié por un camino lateral de tierra y me detuve en
pleno campo cerca de un monte de eucaliptos. Lo dejé sólo con su mundo de
estrellas. Lo vi llorar, reírse, hablarles, dar vueltas en círculos, levantar
las manos hacia el cielo como si fuera a levitar durante casi una hora. Al regresar
sólo me dijo: "nunca se lo voy a terminar de pagar". Volvimos
cantando Luna tucumana y Zamba de mi esperanza. Lo que nunca voy a saber es a
quien se refirió en realidad, si a su parejero, al caballo alado o a la misma
constelación, cuando sacó la cabeza peligrosamente por la ventanilla y con toda
la sangre en el rostro y sus cabellos blancos como rayos, mirando hacia arriba
gritó: "¡Pegaso!, ¡Pegaso!, Cuidámela a Marianita por favor, te lo pido
por el amor de Zeus".
NUDOS*
Raro letargo
amor, raro letargo.
Remotas
lejanías desnudas, llaman desde la piel dormida.
Amordazan,
anudan.
Loco acróbata
loco, mi corazón,
Intenta desasir
lo imposible.
Los nudos. Allí
están. Acechantes. Alertas.
Rama de mimbre,
cadena, cordón umbilical.
La piel oscura
de mi padre
y la penumbra-
intacta- de mi madre.
Lágrimas de
piedra, bebe sediento el clavel del aire.
Raro letargo
amor, raro letargo.
El agua al
alcance de la mano,
El árbol
genuflexo, con los brazos cruzados.
A su sombra,
descansa, rendida, la muñeca de trapo.
Cabalga la
distancia, en sus trenzas de humo
En sus
piernitas flacas, gime, anudada
Una pena de
nácar.
Raro letargo
amor, raro letargo.
Nudos de nácar,
nudos, desnudos.
* * *
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