domingo, junio 23, 2013

LA PLENITUD DE LO DESCONOCIDO...



*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
Hoy estoy de silencio*
 
 
Hoy estoy de silencio
y nube en boca
de latido cansado
de no estar
tengo los pies de fango de zapatos
y un sapo en el ojal
 
Hoy me anuncian el ruido
y el desahucio
una suerte de caos
y verdad
 
Hoy no quiero saber de los augures
de la guerra y el pan
 
Hoy clausuro veredas
y acertijos
 
Hoy me ausencio de sal
*De María Silvia Paschetta. mariasilviapaschetta@yahoo.com.ar
 
 
 
LA PLENITUD DE LO DESCONOCIDO…
 
 
EL GALLO*
 
Érase un gallo que tenía dificultades en la construcción de las frases. Cambiaba siempre unas palabras por otras, lo que creaba gran confusión y algunas veces hilaridad en el corral. Gustaba de usar frases hechas pero con su problema estas frases se convertían en enemigas.
Una muestra de lo que comentamos es lo que ocurrió pocos días antes de Navidad. El gallo se acercó a una gallina de largo plumaje y de dijo atusándose la cresta: "Me gustan tus plumas llenas de tinta". La gallina la miró interrogadoramente y el dijo corrigiéndose: "No, lo que quiero decir es que prefiero tus plumas a las estilográficas"
En otra ocasión le dijo a otra: "me gusta la bajeza de tu cresta" y añadió inmediatamente: "belleza, quise decir belleza"
Pero lo más terrible fue cuando quiso declararse a la gallina de sus amores y contoneándose y le dijo: "Me muero por tus huevos". Ella le miró aterrorizada y rápidamente dio media vuelta y saltando la valla del gallinero huyó despavorida. No alcanzo a escuchar al gallo que decía: "Huesos, quise decir huesos"
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
Fragmento del ensayo "La maldición de la literatura"*
 
*Por Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
 
Si se prefiere lo extranjero, lo psicótico del lenguaje, es lo que le interesa al escritor, la lengua ajena, como afirmaría Deleuze: hace gritar, hace tartamudear, balbucear, susurrar la lengua en sí misma. Pienso en un poeta argentino injustamente poco reconocido: Jorge García Sabal. Leemos: Diría que hay casi una voz. / Diría que hay casi el susurro/ de una voz. Diría que hay / una pequeña figura que se mueve/ entre el susurro y la voz. Diría / una mente que late en estado/ de sospecha. Diría que no se oye/ lo que no se podría soportar. Aquí se ve con una sutileza perfecta eso psicótico del lenguaje: la voz, el susurro o la pequeña figura moviéndose entre ambas y la sospecha de no querer oír lo insoportable, pero sin gramática. No hay otro tema que ése y llamarlo indecible no ayuda demasiado, porque se trata de decirlo o sugerirlo o mal-decirlo. La perfidia de lo literario es tocar esa zona. Que la forma dé lugar a exhibir lo informe es el desafío mayor, lo luciferino de la literatura, que sólo será luciferino para quien tenga conciencia de una categoría semejante.
Lo más audaz del escritor es que no sabe adonde lo lleva su demonización de las palabras. Allí trabaja su soberbia. Pero también la pureza de su desasimiento. Se abre en dos y salen de él, sustancias desconocidas. Es la experiencia de lo trágico, alguien abierto en sacrificio con un monólogo donde la demencia traza los mejores surcos. También su comedia: finge pensar. Es el mismo Samsa de siempre convertido en insecto consciente, o con una conciencia entre humana y animal que nunca termina de integrarse. Como diría Heidegger el abrupto sentimiento de estar-ahí. Lo desconocido alrededor y en las propias palabras. embargo anticiparlo en el Mal-Decir poético como una sospecha que abre el comienzo del agujero. Aquello disimulado en el olvido después del sueño, lo que Freud llamaría “el ombligo del sueño”, la plenitud de lo desconocido. A eso quisiera referirse el escritor primordialmente con la peor de las soberbias. Se puede llamar silencio. O mejor se puede llamar distorsión violenta del silencio, forzamiento de la lengua.
 
 
-Fragmento del capítulo "Soberbia del Mal-Decir" del  ensayo de Liliana Díaz Mindurry "La maldición de la literatura".
 
 
 
 
Algunas tardes*
 
Del lado de la luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene cajas que guardan poemas, pequeños cuentos que se ofrecen. En un labrado porta Corán se sirven tanto servilletas como textos, asoman inesperados giros.
Los libros cercanos invitan a navegar ese mar del lenguaje. Convidar palabras:
muelle, mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra-.
Como si las palabras bien hiladas, bien dichas, obraran como  bendiciones,  agradecimientos sobre lo que nutre.
 
La vida es bella!!! a pesar de, las tragedias, la muerte, la maldad, la vida bulle, intenta, busca resquicios por donde pulsar en medio del dolor, arma escenas para hacerle frente  a lo que va a llegar y ganarle pequeñas batallas.
 
Sobre el pan, antiguo compañero de la humanidad, resbala el queso su ternura salada. El tomate rojo es como una flor abierta, orégano, rúcula, algo verde, completan la imagen simple  y sabrosa. El calor del horno  precalentado, si el pan es lácteo mejor, se le sacan los bordes. Es tan simple, trae, como cuando la magdalena de Proust se moja en el té, un universo complejo de recuerdos.
Surge una casa blanca  cerca del mar, los picaflores, los amigos.
 
Con el silencio verde alrededor, otra casa,  un arroyo, amigos, niños  y un hombre que plantaba árboles y flores.
Detrás de la palabra está el caos, cada palabra es una valla, nos dice Henry Miller.
Intentos para formar la reja con olores y sabores.
Receta, un poema, rodajas de ese pan  como ya les conté, y el café que despierta  como  un antiguo espantamuertes. Leche que sació la sed primera y si pueden lo verde, un jardín, una maceta, una  hoja o una selva interior.
Lucha contra el desierto, el desierto, la nada.
 
*De Cristina Villanueva. Cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
El hombre que reía sin separar los labios*
 
 
*Por Juan Forn
 
 
En 1948, cuando el comunismo tomó el poder en Checoslovaquia, decretó la muerte de las chabacanerías (en checo, braks). Braks eran las novelitas baratas de aventuras, amor, misterio, miedo o fantasía que, según las nuevas autoridades, eran una invención burguesa para sacar provecho de los trabajadores y a la vez embrutecerlos (hasta entonces se las conocía popularmente con el nombre de “novelas para cocineras”). Se hicieron quemas públicas de libros, los escolares iban de casa en casa pidiendo ejemplares para alimentar las llamas de las hogueras que hacían en la calle. Todos los escritores de novelas baratas fueron obligados a abandonar su oficio (“Intento borrar de mi memoria mi pasado literario”, declaró a la prensa Marie Kyzlinkova, la famosa autora de Corazón hambriento, desde su nuevo puesto de trabajo fregando los pisos de una estación ferroviaria en las afueras de Praga), ninguno logró subsistir en el nuevo régimen, salvo el insólito caso de Edvard Kirchberger, que se convirtió en Karel Fabian sin dejar rastros y siguió escribiendo y publicando hasta el fin de su vida, a pesar de los obstáculos que enfrentó en su camino.
Edvard Kirchberger escribía sobre monstruos, brujas y asesinos. Karel Fabian escribió sobre guerrilleros, tractoristas y enemigos del pueblo. Kirchberger inoculaba miedo en los huesos de sus lectores, Fabian enal-tecía el sudor de los trabajadores. Cuando Kirchberger decía “cloaca”, se refería a sótanos espectrales, cuando lo decía Fabian se refería a centrales de espionaje capitalista. Pero eran el mismo hombre. El día en que los comunistas tomaron el poder, Edvard Kirchberger dejó sobre el escritorio de su jefe, en la revista anticomunista donde escribía, una carta que decía: “Vendrán a encerrarte pero puedes confiar en mí, estoy preparado para ir a la cárcel contigo por combatir el totalitarismo, por defender la libertad”. Dos días después escribió una carta al PC checo pidiendo su ingreso en estos términos: “No quiero nada del partido. Creo que los que se afilian por miedo o interés son falsos. Yo he reflexionado por mi propia cuenta y sé que el comunismo es mi evangelio. La noche que escribí esa carta a mi jefe estaba borracho, me puse triste y compasivo hasta un extremo inconcebible y redacté esas líneas cuyo contenido ya ni recuerdo. Entiendo que esto pueda parecer poco fiable, pero a los escritores nos ocurren todo tipo de cosas extrañas por las noches”.
Su pedido no recibió respuesta. Poco después empezaron las persecuciones y se cerraron las fronteras. El previsor Kirchberger venía juntando piedras de encendedor (vulgarmente conocidas como chispas) porque le habían dicho que en Alemania valían más que los billetes checos. Las escondía en casa de un amigo, junto con una muda de ropa. Al volver un día a su casa vio un auto policial en la puerta, siguió caminando hasta lo de su amigo y huyó con sus chispas del país. Lo increíble es que volvió en dos meses. Se presentó a las autoridades, dijo que su nombre era Karel Fabian y que había escrito la primera novela socialista checa. Se titulaba El fugitivo y contaba la historia de un checo que huía de su país, llegaba arrastrándose a Occidente, iba de campo en campo de deportados hasta convencerse de la magnitud de su error y, mareado por el hambre y la sed, con sus últimas fuerzas, lograba volver a Checoslovaquia. Nadie sabía de dónde venía Fabian, pero el comandante Pokorny de la policía secreta dio el visto bueno para su publicación, porque coincidía con el primer aniversario del comunismo en el poder.
Así comenzó la larga y opaca carrera literaria de El Hombre Que Reía Sin Separar Los Labios. Como Kirchberger, Karel Fabian se dedicó a lo único que sabía y quería hacer: novelitas baratas. Sólo que ahora eran socialistas. “Nuestras plantas metalúrgicas son las entrañas del país. La electricidad es su sangre. El ladrillo es nuestro pan.” Sobrevivió a la caída en desgracia de Pokorny (que lo había tomado bajo su ala para que escribiera una novela sobre su vida). Aceptó sin queja ir a trabajar a una fundición de metal y luego a una fábrica de tractores. Cuando las aguas estaban revueltas, escribía igual sus novelitas, pero para el cajón. En cuanto aclaraba el panorama volvía a publicar. Nunca tuvo grandes tiradas, nunca recibió un Premio Stalin ni una dacha de verano. Ni siquiera tenía carnet del partido: en los archivos consta que recién logró el ingreso durante la Primavera de Praga de 1968, cuando no le decían que no a nadie. Dice la carta: “No espero ventajas, tan sólo balas para defender a mi país en la lucha”. Después de que entraran los tanques soviéticos, y que lograra acomodarse una vez más (haciendo ocasionalmente de informante), Fabian hace decir a un personaje de sus novelitas: “Lo importante es el mástil. La bandera puede ondear de cualquier color”.
Cuando era Kirchberger todavía, durante la guerra, estuvo tres años encerrado en la prisión de Straubing, superó 94 interrogatorios, períodos de aislamiento solitario y de extenuación laboral, durante tres años sobrevivió con una ración de ochenta gramos de pan duro por día, cuando los nazis huyeron los dejaron encerrados de a diez en celdas para uno, él fue el único sobreviviente de la suya, cuando lo encontraron estaba rodeado de cadáveres, tenía las articulaciones de los codos de-sencajadas, una pierna rota y le habían arrancado todos los dientes. Por eso se reía sin separar los labios. Durante los interrogatorios había traicionado a catorce personas, incluyendo a su mujer y sus suegros de entonces. Cuando salió de Straubing escribió a los familiares de los que había denunciado, pidiéndoles perdón; le dijeron que se fuera de Praga si no quería problemas. Ese fue el momento en que huyó a Occidente. En una de sus novelitas socialistas, un oficial americano en la Guerra de Corea, responsable de una matanza, es encontrado por los aldeanos delirando de fiebre. Como está enfermo no pueden negarle ayuda, pero lo tienen en una choza apartada, le dejan la comida en la puerta, nadie le habla ni lo toca y después de cada comida destrozan el cuenco y la cuchara que usa.
Karel Fabian murió, pacíficamente jubilado, en un departamentito proletario en Praga, en 1983. Antes quemó todos sus cuadernos y papeles, salvo una carta que le había enviado desde Alemania, luego de emigrar, una hija suya: “Me exigiste siempre obediencia absoluta, pero nunca me explicaste por qué ser tan obediente”. Ni esa hija ni las demás personas que conocían a Karel Fabian sabían que había sido Edvard Kirchberger, que hizo todo lo que hizo por obediencia al único imperativo que rigió su vida: seguir escribiendo sus novelitas, sabiendo que después de cada comida serían destruidos el cuenco y la cuchara que habían pasado por sus manos. Nunca aspiró a la gloria, ni siquiera aspiró a que alguien contara su historia. Pero eso fue lo que pasó. El libro se llama Gottland, lo escribió el polaco Mariusz Szczygiel y tiene un epígrafe que sospecho que a Karel Fabian no le hubiera disgustado: “No sé quién le lava la ropa a Dios / sólo sé que el agua sucia nos la bebemos nosotros”.
 
 
 
 
*
 
 
sigo andando hacia las puestas de sol
y en cada menguante de luna vuelvo a buscar
un resto de los besos que han quedado
deshechos
en el polvo
sigo cada amanecer envuelta hacia los brazos de la muerte que llega
todos dicen que llega
alguna vez
inexorable
no he vuelto a verte desde el sol en aquel cenit
que jugaba
indiferente
con un tiempo infinito
van quebrándose mi piel
y mis zapatos de andar para encontrarte
y es un insomnio absurdo
lleno de jóvenes risas y preguntas
que deberían ya haber hallado las respuestas
es que no sé ya cómo preguntarte
dónde has estado todo este tiempo
que pudiste vivir sin mí?
 
 
Junio 2013
 
 
 
 
 
Tijeras*
 
 
Tenía las tijeras clavadas en su cuello mientras la sangre se había esparcido por la cama manchando las sábanas. Aun quedaban en el filo algunos cabellos del último servicio.
Los ojos abiertos de la modista miraban, sin ver, sus tijeras clavadas en el corazón del peluquero que, había muerto instantáneamente sobre una tela de lino reservada para un vestido de noche.
Los amantes habían decidido compartirlo todo, el amor, el sexo, la casa, la vida e incluso, hoy, las herramientas de trabajo.
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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