*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
Hoy estoy de
silencio*
Hoy estoy de
silencio
y nube en boca
de latido
cansado
de no estar
tengo los pies
de fango de zapatos
y un sapo en el
ojal
Hoy me anuncian
el ruido
y el desahucio
una suerte de
caos
y verdad
Hoy no quiero
saber de los augures
de la guerra y
el pan
Hoy clausuro
veredas
y acertijos
Hoy me ausencio
de sal
*De María
Silvia Paschetta. mariasilviapaschetta@yahoo.com.ar
LA PLENITUD DE LO DESCONOCIDO…
EL GALLO*
Érase un gallo
que tenía dificultades en la construcción de las frases. Cambiaba siempre unas
palabras por otras, lo que creaba gran confusión y algunas veces hilaridad en
el corral. Gustaba de usar frases hechas pero con su problema estas frases se
convertían en enemigas.
Una muestra de
lo que comentamos es lo que ocurrió pocos días antes de Navidad. El gallo se
acercó a una gallina de largo plumaje y de dijo atusándose la cresta: "Me
gustan tus plumas llenas de tinta". La gallina la miró interrogadoramente
y el dijo corrigiéndose: "No, lo que quiero decir es que prefiero tus
plumas a las estilográficas"
En otra ocasión
le dijo a otra: "me gusta la bajeza de tu cresta" y añadió
inmediatamente: "belleza, quise decir belleza"
Pero lo más
terrible fue cuando quiso declararse a la gallina de sus amores y contoneándose
y le dijo: "Me muero por tus huevos". Ella le miró aterrorizada y
rápidamente dio media vuelta y saltando la valla del gallinero huyó
despavorida. No alcanzo a escuchar al gallo que decía: "Huesos, quise
decir huesos"
*De Joan
Mateu. joan@cimat.es
Fragmento del
ensayo "La maldición de la literatura"*
*Por Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Si se prefiere
lo extranjero, lo psicótico del lenguaje, es lo que le interesa al escritor, la
lengua ajena, como afirmaría Deleuze: hace gritar, hace tartamudear, balbucear,
susurrar la lengua en sí misma. Pienso en un poeta argentino injustamente poco reconocido:
Jorge García Sabal. Leemos: Diría que hay casi una voz. / Diría que hay casi el
susurro/ de una voz. Diría que hay / una pequeña figura que se mueve/ entre el
susurro y la voz. Diría / una mente que late en estado/ de sospecha. Diría que
no se oye/ lo que no se podría soportar. Aquí se ve con una sutileza perfecta
eso psicótico del lenguaje: la voz, el susurro o la pequeña figura moviéndose
entre ambas y la sospecha de no querer oír lo insoportable, pero sin gramática.
No hay otro tema que ése y llamarlo indecible no ayuda demasiado, porque se
trata de decirlo o sugerirlo o mal-decirlo. La perfidia de lo literario es
tocar esa zona. Que la forma dé lugar a exhibir lo informe es el desafío mayor,
lo luciferino de la literatura, que sólo será luciferino para quien tenga
conciencia de una categoría semejante.
Lo más audaz
del escritor es que no sabe adonde lo lleva su demonización de las palabras.
Allí trabaja su soberbia. Pero también la pureza de su desasimiento. Se abre en
dos y salen de él, sustancias desconocidas. Es la experiencia de lo trágico,
alguien abierto en sacrificio con un monólogo donde la demencia traza los
mejores surcos. También su comedia: finge pensar. Es el mismo Samsa de siempre
convertido en insecto consciente, o con una conciencia entre humana y animal
que nunca termina de integrarse. Como diría Heidegger el abrupto sentimiento de
estar-ahí. Lo desconocido alrededor y en las propias palabras. embargo
anticiparlo en el Mal-Decir poético como una sospecha que abre el comienzo del
agujero. Aquello disimulado en el olvido después del sueño, lo que Freud
llamaría “el ombligo del sueño”, la plenitud de lo desconocido. A eso quisiera
referirse el escritor primordialmente con la peor de las soberbias. Se puede
llamar silencio. O mejor se puede llamar distorsión violenta del silencio,
forzamiento de la lengua.
-Fragmento del
capítulo "Soberbia del Mal-Decir" del ensayo de Liliana Díaz
Mindurry "La maldición de la literatura".
Algunas tardes*
Del lado de la
luz, la mesa con su mantel bordado de flores de Guatemala tiene cajas que
guardan poemas, pequeños cuentos que se ofrecen. En un labrado porta Corán se
sirven tanto servilletas como textos, asoman inesperados giros.
Los libros
cercanos invitan a navegar ese mar del lenguaje. Convidar palabras:
muelle,
mórbido, huella, preciosa, almohada, hada, Alhambra-.
Como si las
palabras bien hiladas, bien dichas, obraran como bendiciones,
agradecimientos sobre lo que nutre.
La vida es
bella!!! a pesar de, las tragedias, la muerte, la maldad, la vida bulle,
intenta, busca resquicios por donde pulsar en medio del dolor,
arma escenas para hacerle frente a lo que va a llegar y ganarle
pequeñas batallas.
Sobre el pan,
antiguo compañero de la humanidad, resbala el queso su ternura salada. El
tomate rojo es como una flor abierta, orégano, rúcula, algo verde, completan la
imagen simple y sabrosa. El calor del horno precalentado, si el pan
es lácteo mejor, se le sacan los bordes. Es tan simple, trae, como cuando
la magdalena de Proust se moja en el té, un universo complejo de
recuerdos.
Surge una casa
blanca cerca del mar, los picaflores, los amigos.
Con el silencio
verde alrededor, otra casa, un arroyo, amigos, niños y un
hombre que plantaba árboles y flores.
Detrás de la
palabra está el caos, cada palabra es una valla, nos dice Henry Miller.
Intentos para
formar la reja con olores y sabores.
Receta, un
poema, rodajas de ese pan como ya les conté, y el café que
despierta como un antiguo espantamuertes. Leche que sació la sed
primera y si pueden lo verde, un jardín, una maceta, una hoja o una selva
interior.
Lucha contra el
desierto, el desierto, la nada.
El hombre que
reía sin separar los labios*
*Por Juan
Forn
En 1948, cuando
el comunismo tomó el poder en Checoslovaquia, decretó la muerte de las
chabacanerías (en checo, braks). Braks eran las novelitas baratas de aventuras,
amor, misterio, miedo o fantasía que, según las nuevas autoridades, eran una
invención burguesa para sacar provecho de los trabajadores y a la vez embrutecerlos
(hasta entonces se las conocía popularmente con el nombre de “novelas para
cocineras”). Se hicieron quemas públicas de libros, los escolares iban de casa
en casa pidiendo ejemplares para alimentar las llamas de las hogueras que
hacían en la calle. Todos los escritores de novelas baratas fueron obligados a
abandonar su oficio (“Intento borrar de mi memoria mi pasado literario”,
declaró a la prensa Marie Kyzlinkova, la famosa autora de Corazón hambriento,
desde su nuevo puesto de trabajo fregando los pisos de una estación ferroviaria
en las afueras de Praga), ninguno logró subsistir en el nuevo régimen, salvo el
insólito caso de Edvard Kirchberger, que se convirtió en Karel Fabian sin dejar
rastros y siguió escribiendo y publicando hasta el fin de su vida, a pesar de
los obstáculos que enfrentó en su camino.
Edvard
Kirchberger escribía sobre monstruos, brujas y asesinos. Karel Fabian escribió
sobre guerrilleros, tractoristas y enemigos del pueblo. Kirchberger inoculaba
miedo en los huesos de sus lectores, Fabian enal-tecía el sudor de los
trabajadores. Cuando Kirchberger decía “cloaca”, se refería a sótanos
espectrales, cuando lo decía Fabian se refería a centrales de espionaje
capitalista. Pero eran el mismo hombre. El día en que los comunistas tomaron el
poder, Edvard Kirchberger dejó sobre el escritorio de su jefe, en la revista
anticomunista donde escribía, una carta que decía: “Vendrán a encerrarte pero
puedes confiar en mí, estoy preparado para ir a la cárcel contigo por combatir
el totalitarismo, por defender la libertad”. Dos días después escribió una
carta al PC checo pidiendo su ingreso en estos términos: “No quiero nada del
partido. Creo que los que se afilian por miedo o interés son falsos. Yo he
reflexionado por mi propia cuenta y sé que el comunismo es mi evangelio. La
noche que escribí esa carta a mi jefe estaba borracho, me puse triste y
compasivo hasta un extremo inconcebible y redacté esas líneas cuyo contenido ya
ni recuerdo. Entiendo que esto pueda parecer poco fiable, pero a los escritores
nos ocurren todo tipo de cosas extrañas por las noches”.
Su pedido no
recibió respuesta. Poco después empezaron las persecuciones y se cerraron las
fronteras. El previsor Kirchberger venía juntando piedras de encendedor
(vulgarmente conocidas como chispas) porque le habían dicho que en Alemania
valían más que los billetes checos. Las escondía en casa de un amigo, junto con
una muda de ropa. Al volver un día a su casa vio un auto policial en la puerta,
siguió caminando hasta lo de su amigo y huyó con sus chispas del país. Lo
increíble es que volvió en dos meses. Se presentó a las autoridades, dijo que
su nombre era Karel Fabian y que había escrito la primera novela socialista
checa. Se titulaba El fugitivo y contaba la historia de un checo que huía de su
país, llegaba arrastrándose a Occidente, iba de campo en campo de deportados
hasta convencerse de la magnitud de su error y, mareado por el hambre y la sed,
con sus últimas fuerzas, lograba volver a Checoslovaquia. Nadie sabía de dónde
venía Fabian, pero el comandante Pokorny de la policía secreta dio el visto
bueno para su publicación, porque coincidía con el primer aniversario del
comunismo en el poder.
Así comenzó la
larga y opaca carrera literaria de El Hombre Que Reía Sin Separar Los Labios.
Como Kirchberger, Karel Fabian se dedicó a lo único que sabía y quería hacer:
novelitas baratas. Sólo que ahora eran socialistas. “Nuestras plantas
metalúrgicas son las entrañas del país. La electricidad es su sangre. El
ladrillo es nuestro pan.” Sobrevivió a la caída en desgracia de Pokorny (que lo
había tomado bajo su ala para que escribiera una novela sobre su vida). Aceptó
sin queja ir a trabajar a una fundición de metal y luego a una fábrica de
tractores. Cuando las aguas estaban revueltas, escribía igual sus novelitas,
pero para el cajón. En cuanto aclaraba el panorama volvía a publicar. Nunca
tuvo grandes tiradas, nunca recibió un Premio Stalin ni una dacha de verano. Ni
siquiera tenía carnet del partido: en los archivos consta que recién logró el
ingreso durante la Primavera de Praga de 1968, cuando no le decían que no a
nadie. Dice la carta: “No espero ventajas, tan sólo balas para defender a mi
país en la lucha”. Después de que entraran los tanques soviéticos, y que
lograra acomodarse una vez más (haciendo ocasionalmente de informante), Fabian
hace decir a un personaje de sus novelitas: “Lo importante es el mástil. La
bandera puede ondear de cualquier color”.
Cuando era
Kirchberger todavía, durante la guerra, estuvo tres años encerrado en la
prisión de Straubing, superó 94 interrogatorios, períodos de aislamiento
solitario y de extenuación laboral, durante tres años sobrevivió con una ración
de ochenta gramos de pan duro por día, cuando los nazis huyeron los dejaron
encerrados de a diez en celdas para uno, él fue el único sobreviviente de la
suya, cuando lo encontraron estaba rodeado de cadáveres, tenía las
articulaciones de los codos de-sencajadas, una pierna rota y le habían
arrancado todos los dientes. Por eso se reía sin separar los labios. Durante los
interrogatorios había traicionado a catorce personas, incluyendo a su mujer y
sus suegros de entonces. Cuando salió de Straubing escribió a los familiares de
los que había denunciado, pidiéndoles perdón; le dijeron que se fuera de Praga
si no quería problemas. Ese fue el momento en que huyó a Occidente. En una de
sus novelitas socialistas, un oficial americano en la Guerra de Corea,
responsable de una matanza, es encontrado por los aldeanos delirando de fiebre.
Como está enfermo no pueden negarle ayuda, pero lo tienen en una choza
apartada, le dejan la comida en la puerta, nadie le habla ni lo toca y después
de cada comida destrozan el cuenco y la cuchara que usa.
Karel Fabian
murió, pacíficamente jubilado, en un departamentito proletario en Praga, en
1983. Antes quemó todos sus cuadernos y papeles, salvo una carta que le había
enviado desde Alemania, luego de emigrar, una hija suya: “Me exigiste siempre
obediencia absoluta, pero nunca me explicaste por qué ser tan obediente”. Ni
esa hija ni las demás personas que conocían a Karel Fabian sabían que había
sido Edvard Kirchberger, que hizo todo lo que hizo por obediencia al único
imperativo que rigió su vida: seguir escribiendo sus novelitas, sabiendo que
después de cada comida serían destruidos el cuenco y la cuchara que habían
pasado por sus manos. Nunca aspiró a la gloria, ni siquiera aspiró a que
alguien contara su historia. Pero eso fue lo que pasó. El libro se llama
Gottland, lo escribió el polaco Mariusz Szczygiel y tiene un epígrafe que
sospecho que a Karel Fabian no le hubiera disgustado: “No sé quién le lava la
ropa a Dios / sólo sé que el agua sucia nos la bebemos nosotros”.
*
sigo andando
hacia las puestas de sol
y en cada
menguante de luna vuelvo a buscar
un resto de los
besos que han quedado
deshechos
en el polvo
sigo cada
amanecer envuelta hacia los brazos de la muerte que llega
todos dicen que
llega
alguna vez
inexorable
no he vuelto a
verte desde el sol en aquel cenit
que jugaba
indiferente
con un tiempo
infinito
van quebrándose
mi piel
y mis zapatos
de andar para encontrarte
y es un
insomnio absurdo
lleno de
jóvenes risas y preguntas
que deberían ya
haber hallado las respuestas
es que no sé ya
cómo preguntarte
dónde has
estado todo este tiempo
que pudiste
vivir sin mí?
Junio 2013
Tijeras*
Tenía las
tijeras clavadas en su cuello mientras la sangre se había esparcido por la cama
manchando las sábanas. Aun quedaban en el filo algunos cabellos del último
servicio.
Los ojos
abiertos de la modista miraban, sin ver, sus tijeras clavadas en el corazón del
peluquero que, había muerto instantáneamente sobre una tela de lino reservada
para un vestido de noche.
Los amantes
habían decidido compartirlo todo, el amor, el sexo, la casa, la vida e incluso,
hoy, las herramientas de trabajo.
*De Joan
Mateu. joan@cimat.es
* * *
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