*Obra de Virginia
Rivera.
Título:
“Novia”. 40 x 30 cm.
Acuarelable, grafito y collage.
Las cosechadoras
de flores*
*De Paula
Jiménez España.
En el campo,
bajo el sol de la mañana, con sus sombreros de alas anchas cubriéndoles el
pelo, las mujeres cosechan. Con delicadeza de orfebre le roban una a una sus
flores a la tierra.
···
Sus voces,
finas como los tallos, se escuchan en el tiempo del descanso, cuando se agrupan
y dejan los canastos a sus pies, cuidados como niños de colores que asoman las
manitos sobre el mimbre. En el trabajo son tan detallistas que incluso sus
palabras parecen esculpidas con la misma atención. Juntas hablan de las hojas y
los pétalos y comparten unos minutos de silencio antes de volver a la tierra, a
su negociación con los terrones negros de donde salen juntos fortuna y desazón.
···
Ramilletes de
novias, coronas para muertos, algunas solitarias en las manos de algún tímido,
exuberantes ramos en un centro de mesa coronado de helechos, flores para tirar
a los cantantes, para lucir en la solapa o en la oreja, todo eso llevan, como
se lleva a dios, capaz de pronunciarse en cada dicha, en toda la tristeza.
···
Delgadas como
tallos son las cosechadoras, no las empuja el viento, porque no es viento lo
que hay sino ese suceder que empieza de mañana y continua deslizándose al sol
hasta que cae con sus últimos rayos al Oeste. Las que cosechan van hacia
delante como sopladas por el amanecer.
···
Es mínimo y
enorme este trabajo que solo con la lluvia se termina.
···
Veían a sus
madres agacharse en la tierra y apretar con sus dedos cada tallo, los canastos
colmados bajo el sol, los pantalones grises manchados por la tierra, que es
fría en los inviernos cuando cae el rocío, cálida en los veranos y neutra en
los recuerdos. No es como la arena, como el agua o el hielo, la tierra no
repele ni encandila y solo si se enoja produce algún estruendo. Su música es
piadosa, imperceptible, las flores que cosechan las mujeres son notas,
seminotas, silencios.
···
No hay verdad
alguna en eso: no se cosecha jamás lo que se siembra. Se cosecha lo que al
viento sobrevive, al agua, al fuego, a la torpeza humana, al robo, a las
enfermedades de la tierra. Las mujeres cosechan lo que hay, lo que se deja
llevar entre sus manos. Aunque sus hombres hayan dejado tiempo atrás, dispersas
en la tierra, semillas que son a veces ilusiones, o sueños imposibles.
···
Para decir las
grandes cosas las cosechadoras no necesitan de palabras ni voces ampulosas
dispuestas a enunciar, simplemente las dicen. ¡Pero hay que decir pétalo, decir
todos los días y tomar dimensión de todo lo que cae así, sin darnos cuenta, por
el suave empujón que da una brisa!
-Paula Jiménez
España. Acaba de publicar un libro de poemas: "La Vuelta", por
editorial Simulcoop.
LO DE SIEMPRE. EMPEZAR DE NUEVO…
ARTISTA FRENTE
AL MAR*
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
Lenta, muy lentamente, el hombre
se fue acercando hacia el borde del acantilado. La mujer sentada en las rocas
lo contempló con atención desde el fondo de un silencio profundo y expectante.
Observó su respiración agitada, su barba naciente, sus cabellos descuidados, su
camisa clara maltratada por
el viento. Había algo en él -cierta actitud de entrega a lo absoluto, la expresión desolada de sus ojos- que lo tornaba, al mismo tiempo, majestuoso e indefenso. La mujer reparó también en la firmeza con que cerraba una de sus manos y entrevió la causa, adivinó en ella la presencia de la pequeña joya en la que
el viento. Había algo en él -cierta actitud de entrega a lo absoluto, la expresión desolada de sus ojos- que lo tornaba, al mismo tiempo, majestuoso e indefenso. La mujer reparó también en la firmeza con que cerraba una de sus manos y entrevió la causa, adivinó en ella la presencia de la pequeña joya en la que
-según contaban en el pueblo- el
hombre había estado trabajando con obsesivo fervor durante los últimos meses.
Fue entonces que tuvo el presentimiento. Nada extraordinario estaba sucediendo, pero ella supo que algo inquietante se cernía sobre la momentánea quietud de la escena. Bajo las nubes grises e hinchadas que parecían aplastar al mundo, el olor penetrante del mar fue de pronto un presagio, y el viento un emisario del desconsuelo.
Sin atreverse a intervenir, comprendiendo que no estaba autorizada a modificar un acontecimiento que intuía irreversible, un rito que parecía establecido desde muchos siglos antes, la mujer siguió los sucesos con ojos fascinados: el torso del hombre y su brazo derecho arqueándose hacia atrás,
la tensión extrema del cuerpo, el feroz impulso hacia adelante, la maniobra de los dedos al abrirse en un gesto irrevocable.
No tuvo tiempo siquiera de abrir la boca para intentar un grito. La joya dibujó una parábola desesperanzada, refulgió contra el cielo por única vez -ella pudo vislumbrar su hermosura perfecta segundos antes del final- y cayó para siempre en una indiferencia infinita de sal y de espuma.
Hubo en la mujer un reflejo efímero de angustia; luego una mudez de asombro y espanto. En lo alto, un viento triste azotaba los rostros. Abajo, heladas, las olas se suicidaban furiosas contra la barranca.
- ¿Qué vas a hacer ahora?- se animó después a preguntarle, con un susurro quedo que fue casi una plegaria.
El hombre no desvió sus ojos hacia ella. Con la mirada vacía, perdida en algún punto indescifrable del océano, dejó pasar unos segundos antes de dar, con voz cansada, la respuesta que ella ya sabía:
- Lo de siempre. Empezar de nuevo.
Fue entonces que tuvo el presentimiento. Nada extraordinario estaba sucediendo, pero ella supo que algo inquietante se cernía sobre la momentánea quietud de la escena. Bajo las nubes grises e hinchadas que parecían aplastar al mundo, el olor penetrante del mar fue de pronto un presagio, y el viento un emisario del desconsuelo.
Sin atreverse a intervenir, comprendiendo que no estaba autorizada a modificar un acontecimiento que intuía irreversible, un rito que parecía establecido desde muchos siglos antes, la mujer siguió los sucesos con ojos fascinados: el torso del hombre y su brazo derecho arqueándose hacia atrás,
la tensión extrema del cuerpo, el feroz impulso hacia adelante, la maniobra de los dedos al abrirse en un gesto irrevocable.
No tuvo tiempo siquiera de abrir la boca para intentar un grito. La joya dibujó una parábola desesperanzada, refulgió contra el cielo por única vez -ella pudo vislumbrar su hermosura perfecta segundos antes del final- y cayó para siempre en una indiferencia infinita de sal y de espuma.
Hubo en la mujer un reflejo efímero de angustia; luego una mudez de asombro y espanto. En lo alto, un viento triste azotaba los rostros. Abajo, heladas, las olas se suicidaban furiosas contra la barranca.
- ¿Qué vas a hacer ahora?- se animó después a preguntarle, con un susurro quedo que fue casi una plegaria.
El hombre no desvió sus ojos hacia ella. Con la mirada vacía, perdida en algún punto indescifrable del océano, dejó pasar unos segundos antes de dar, con voz cansada, la respuesta que ella ya sabía:
- Lo de siempre. Empezar de nuevo.
Ante Mares
Violetas.*
Como caracoles
vacíos,
dejamos
nuestras voces
en el hueco del
silencio,
para que todo
suene a viento.
*De Mauricio Escribano. mauricioescri@gmail.com
El lenguaje de
las flores*
Las flores me
miran desde la ventana cuando preparo el café. La lluvia les puso un
vestido de gotas. Contentas con la lluvia y con el lugar en que las ubiqué, una
regadera azul. Están intercambiando aromas con las otras habitantes del
jardín. O quizá cuenten algo. Termino el café y las voy a escuchar.
Aleph sonoro.
Guardan un íntimo secreto, una historia de sabios pétalos desplegados en
harenes. Harenes donde la única tarea es el roce de la flor
con el -cuerpo, una anticipación del paraíso
Harenes donde
vuelcan su jugo sensorial en la garganta de la que cuenta. Harenes donde la
flor penetra la boca. Se vuelca, se transforma en palabras, habla, ella se
salva.
Anda ahora las
calles, olores de mercado, hace compras, puso la flor cerca del alma, se
mezclan en su cabeza los alimentos en la fiesta de Babette imaginada .Adentro
de la blusa la flor, se mueve al respirar, sueña la mesa tendida, manteles blancos
donde ella reinará, un rosa girando al rojo, abierta hacia el cielo, creciendo.
Sale del
comedor, de la cocina, de los almohadones en el piso del harén, bordados,
relieves.
La flor se
mezcla con los libros, los cafés, las discusiones, el diseño de otro posible
mundo.
La flor
manifiesta, a veces sangre.
Se
acerca al río. El río no tiene sirenas ni endriagos.
Alguien viene
de arrojar su flor, se abrazan llorando, el llanto es hondo, tan hondo como el
río, como el dolor, como los cuerpos que quedaron allí separados del nombre.
Cada lucha
contiene la fuerza de la vida que no termina de ser abatida
con la muerte.
Esas obreras
quemadas en la fábrica, hermanas de ayer pidiendo pan y rosas.
Flores en el
interior de la cabeza, animando la belleza de pensar lo nuevo, lo
que casi no se puede.
Flores en el
cuerpo, caricia, perfumes, flores como manos, como lápices para escribir con
los tallos.
Para bien venir
a los niños cuando llegan al mundo, para acompañar a los que se van, para honrar
a los buscadores de justicia.
Flores, un
lenguaje
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
COMO DE PIEDRA*
La imagen fija
quedo grabada en mi memoria.
Aún puedo ver
su gesto, su mirada
en el momento
supe muy bien qué requería.
Con un brillo
especial en esos ojos,
con un gesto
sagaz en la sonrisa,
volteó hacia
atrás, y yo
quedé atrapada
no atiné a nada
era mi dueño,
era yo su esclava
allí quedé
aprisionada
solo quería por
siempre ser amada
sólo quería que
deje de mirarme
o que dijera
algo, cualquier cosa…
Como un insecto
en la luz quedé fijada
solo por medio
de esa, su mirada.
Como de piedra
el rostro, como de granito
Y yo tan sola,
vulnerable, frágil, por el mensaje aterrador que transfería.
Ahora sé a lo
que viene, solo espero.
-Marzo 2011
Platito*
*Por Antonio
Dal Masetto.
Parece que la
crisis de pareja alcanzó niveles sin antecedentes y todo haría suponer que va
en camino de agravarse. Tengo una clara señal del problema esta tarde, cuando
me siento en una confitería y en la mesa vecina hay seis señoras tomando el té.
Lindas señoras. Un ramillete de bonitas señoras.
Hablan en voz
alta así que no puedo evitar escuchar la conversación. Más que hablar se
quejan. Son voces acongojadas que terminan en llanto. Y la frase que aparece
todo el tiempo es:
-Ya no hay
hombres.
Cada una expone
su drama, la última relación, la mala suerte, la indiferencia, el egoísmo y las
canalladas del fulano. Se lamentan por los
fracasos
pasados y se lamentan por la imposibilidad de establecer una nueva pareja.
Probaron de todo: retomaron los estudios en la universidad, recorrieron los
boliches de moda, acudieron a las academias de tango y de salsa. No les queda
nada por intentar.
-Ya no hay
hombres -repiten.
Lloran. Las
lágrimas no se deslizan por las mejillas, sino que salen disparadas de los ojos
como de un surtidor y van a caer en las tazas de té.
En realidad son
cinco las que se quejan y lloran. La sexta permaneció callada todo el tiempo.
Es una morena delgada y de expresión serena.
-Chicas,
chicas, paren la mano -interviene finalmente la morena delgada-. Están haciendo
mal las cosas, ustedes tienen una visión errada del tema; la ciudad está llena
de hombres y la mayoría disponibles. Los hombres están donde estuvieron
siempre, solamente hay que saber atraerlos. Hace muchos años, pero muchos, que
prácticamente no paso un día y una noche sola, y les puedo asegurar que cambié
y cambio muchos compañeros, se va uno y aparece otro.
-¿Cómo hacés?
-preguntan las otras secándose los ojos con las servilletas.
-Presten
atención que les paso la receta. Como primera medida, siempre tengo un cartón
de leche en la heladera. Apenas quedo sola, quiero decir cuando el último
hombre que pasó por mi casa acaba de partir, saco la leche y pongo a entibiar
un poco. Luego la vuelco en un platito. Utilizo un lindo platito, de ésos con
flores esmaltadas. Agrego una cucharada de azúcar y revuelvo.
Después
entreabro la puerta y coloco el platito cerca de la entrada, del lado de
adentro. A la manija le ato un piolín que mediante un dispositivo muy sencillo
cerrará la puerta apenas le pegue un tironcito. Y me pongo a esperar. Nunca
tengo que esperar demasiado. En cualquier momento uno asoma la cabeza, descubre
la leche tibia, entra con pasos cautelosos y se pone a lamer. En ese momento
tiro del piolín, la puerta se cierra y una vez que está adentro, listo. Te
pueden tocar gordos, flacos, jóvenes, maduros.
Algunos vienen
lastimados, otros son un poco ariscos. Yo les tengo cariño a todos. Lo que
quiero transmitirles, chicas queridas, es que la ciudad está llena de tipos
necesitados de que le rasquen un poco la cabecita y le hagan unos mimos. Pongan
en práctica mi método y nunca más van a dormir solas. No es que les vayan a
durar para siempre. Algunos se van solos después de un tiempo, a otros hay que
llevarlos del brazo para invitarlos a salir por la puerta por la que entraron.
Y después de nuevo a calentar la lechita.
-Ya mismo corro
a casa a fijarme si me queda leche en la heladera y si no me voy al
supermercado -dice una.
-Yo también
-dicen las otras. Pagan, salen, las miro despedirse en la vereda con besos
apresurados y partir veloces en distintas direcciones. Me quedo pensando que el
método seguramente se difundirá y dentro de no mucho tiempo la ciudad brindará
a los desangelados caballeros que la transitan la posibilidad de cientos, de
miles de puertas entreabiertas con el plato de leche esperando un poco más allá
del umbral.
-Publicado en
contratapa de Página/12 el 12 de noviembre del 2002.
Detrás del
brutal silencio.*
A Lorca
La noche estaba
turbia y sola,
acallando tres
disparos
en su vientre
negro.
Cayó un cuerpo
a oscuras,
amortajado por
lágrimas tristes:
rodó por las
hierbas,
y los
despeñaderos.
La luna siguió
callada
en su blanca
aurora,
que no así era
indiferente.
Así fue como
cortaron
al zorzal sus
alas,
su magia de
duende,
su verbo.
No se esfumó
con su vida:
emergió del
cadáver,
como humo
esbelto,
a eternizarse
sobre los
deseos
de turbas,
de furibundas
hienas,
que amputaron
su vuelo
con intención
de matarle.
Olvidaron que
no hay silencio
para el verso:
una vez que cae
del labio del
bardo,
abre heridas y
cura tierra
pero nunca
muere.
¡Hundieron
Granada!,
¡la hundieron!
Fue el grito...
El pesar se
adueñó de todo
sin espacio ni
tiempo
para
devolvernos aquel ángel,
coqueto y
travieso,
que escondió su
inocencia,
en hombros
enemigos,
pensando que la
muerte
respetaría su
niñez,
su brillo de
canario dócil...
Olvidó que las
bestias
son bestias
y cuando las
azuzan matan:
esa es su
naturaleza maldita.
*De Daniel
Montoly© danielmontoly@yahoo.es
*
La mujer se
esconde en el ojo de tigre.
Su sombra es un
rumor sin eco.
El castaño la
cubre en un rumor decapitado.
Cuadratura de
la soledad.
Hay un tragaluz
en el corazón del vino.
La marea. Hace
girar las hojas de la lanza.
Y llega el
geómetra con sus puertas de cedro.
Con sus varas
de incienso.
Reconstruye su
casa de muñecas.
Descubre que
sus lados opuestos son iguales
La longitud
destiempo que no pasa.
Razón áurea de
la supervivencia.
Pavimenta en
gris el piso de su casa.
Hay un diván
que espera.
Textura, trama,
urdimbre.
Un latido de
premura la estremece.
La lengua le
recorre la espalda.
-Amor mío tan
lejos esa luna-
La sacude. La
agita Le zarandea el pecho.
Suben descalzos
peldaños de la esfera.
Levantan sus
ojos y se besan las manos.
Y se esconden
en el ojo de tigre.
Y yacen. Se
arrellanan. Se hayan.
Cuadratura
compartida del deseo.
* * *
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