*Obra de Cecilia
Aguado.
Villa Gesell.
Argentina.
PACTO DE SAL*
He aquí el
aniversario de la fuga.
Aquí. Donde
termina el tajo. Comienza.
El dolor de los
viejos retratos no es de humano.
Ni siquiera de
bestia. Orate. Santo. Ángel
Pérdida
irremediable de todos los amores:
Dios de
esperma. De cera derretida.
Campanas de
obsidiana. Escalpelos de acero.
-Quiero
escuchar tus pasos, quiero, quiero-
Padre de presa.
Alerta. Las zarpas son de pan.
Madre que va y
viene. Pacto de sal.
Las migajas han
sido devoradas.
Hay una cabeza
enterrada en la colina
Los cuervos
esperan. Les han crecido alas.
-Madre hay un
pájaro en la cama, madre, madre-
Hansel y Gretel
se han tapado el rostro
Ocultan el
bosque con sus manos.
Cierran las
cancelas de la muerte.
Se despojan de
pieles y de escamas.
-Madre, hay un
hombre en la puerta-
He aquí el
aniversario de la fuga.
Aquí donde
termina el tajo, comienza.
Y el hombre es
vértigo, deseo y agonía.
El suplicio y
el goce. Pacto de sal.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
EL DOLOR DE LOS VIEJOS RETRATOS NO ES DE HUMANO….
LA CORTADA*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Cada uno está solo con su
propia tristeza, dice Malena. De la alegría quiero escribir aquí.
Pero la alegría se debe
compartir, expandirla en el aire donde suelen brotar todas las torcazas.
Y si eso sucede, sabremos adónde
iban a parar, cuál era el destino de las palomas mensajeras que echaban a volar
en la plaza de mi pueblo en los días patrios, apenas arrojadas las tres bombas
de estruendo de rigor. Luego del discurso de las autoridades, donde nunca
faltaba la palabra de la directora y de una maestra, terminado el acto que
seguíamos un poco distraídos y poco ansiosos, nos dispersábamos en explosión
bullanguera, blanca de guardapolvos por la calle soñolienta, previa una taza de
chocolate bebido en el club de enfrente o de refrescos si el tiempo daba. Toda
como ligera parvedad.
Al poquísimo tiempo, luego de
cambiarnos de ropa iríamos a reunirnos alrededor del correr de una pelota de
goma con listones blancos o amarillos sobre el fondo de pálido rojizo. Esa
pelota que se podía llevar en un bolsillo, ya de un abrigo, ya del mismísimo
guardapolvo que disimulaba hasta a la perfección toda desigualdad social. La
prenda que tiende a democratizar, nos decía la dulcísima señorita Lidia, la de
los inmensos ojos glaucos, quien con devota unción guiaba nuestros pasos por el
fascinante mundo de este bello idioma nuestro. Ya en la construcción de una
oración correcta, como en ese universo fantástico, lleno de ventura que eran
los libros y sus mil ventanas a la imaginación tan fértil como es en los
primeros años de vida.
Probablemente jugáramos en
cualquier lugar con esa pelota, antes de arribar a casa, pero lo más probable
es que esas ganas las reprimiéramos hasta llegarnos a la cortada que guardaba
para nosotros toda su gramilla, muy recordada hoy que todo se lo ha llevado el
tiempo, porque una calle de cemento que va hasta la ruta es la realidad que nos
vence con sus autos que raudos esperan con su vértigo, destruyendo
aquella paz bucólica para siempre.
No creo exagerar si escribo que
el primer tramo de nuestra vida transcurrió casi exclusivamente en ese
espacio donde no transitaban vehículos salvo la jardinera de don Juan
Galli con el reparto de su panadería y la de don Compañy con la suya de
verduras y de leche. Pero eso era una vez al día, el resto sólo los vagabundos
perros flacos la transitaban antes que adviniera el cascotazo, o el tiro de la
gomera certera.
En ese pequeño lugar que sin
embargo tuvo su presencia alguna vez en el universo altivo, indiferente,
pasamos todos un claro tiempo de alegría que hoy sin la nostalgia del adulto
podemos celebrar como perfecto.
A esa cortada la
flanqueaban normalmente las quintas de don Clemente Gerlo y de don Ángel
Pichichello. Ambas veredas casi no existían, porque la gramilla era profusa y
no tenían ni zanjón ni bordes y degeneraba en una lisura informe.
Dos arbolitos raquíticos de cada
lado lucían enfrentados. La rápida imaginación infantil los usaba de
arcos para la contienda futbolística.
¿Cuántas veces corrimos detrás
de una pelota? No tiene importancia el material que formaba la esfera.: goma,
trapo o cuero, lo importante era que rodara.
Atravesados de sol o de viento,
también en el esplender laxo del verano, con sus ejércitos de mariposas o de su
nube de abejas, allí estábamos. Sin importarnos si un grupo de gorriones atrevidos
se zambullían en un claro pequeño de tierra y se despiojaban
desaprensivamente en los veranos, o los gansos de doña Leonida Lencioni pasaban
por el lugar e interrumpiendo el partido. Nosotros no cejábamos. A veces alguno
golpeaba la puerta de doña María Pichichello y pedía una jarra de agua para
mitigar la sed o mojar un poco el rostro o la cabeza, chorreando sudor. Y
luego, por supuesto, seguíamos. A veces, si era a la tarde la reunión desoíamos
el llamado materno de la merienda que el entusiasmo hacia pasar por alto.
Cuando muy de vez en cuando nos comunicamos entre nosotros o no podemos
ver las caras, se borran todas las referencias a aquella distancia que hace
seña desde el mero recuerdo, pero uno de pronto exclama:
-¿Te acordás de la cortada de
don Pichi?
Y saltan como esquirlas las
anécdotas que no siempre coinciden, que no siempre son las mismas. Salvo cuando
el recuerdo se reúne alrededor del huerto en los frutales de don Clemente
Gerlo. Y las veces en que teníamos que salir corriendo con las manos vacías,
porque el hombre ya cansado de ser robado reaccionaba, pero lo hacia
livianamente. Por allí se sentaba debajo de una higuera con un revolver oxidado
entre las piernas o se escondía detrás de los altos tomatales y cuando
estábamos adentro con la atención sobre esas brevas llenas de miel, se nos
aparecía. Era el desbande, pero luego comprendimos con los años que en su
bondad, solo nos quería amedrentar. A veces he pensado y lo compartí con los
amigos, que si un día un viento borra el pueblo del mapa (digo, es un decir) de
él sólo querría salvar esa cortada y el robo de sus frutas exquisitas.
También para mí por una razón
mucho más egoísta. Yo era vecino de don Gerlo, es decir de esa quinta.
Porque yo me crié en una cortada
de gramilla profusa que cruzó esa nube de mariposas amarillas cuando el mundo
recién comenzaba.
*
No es la
primera vez que mi hermana llega con bolsas para mí. Nuestra casa de infancia
es un goteo que no para nunca. Siempre aparecen cosas nuevas en los placares o
en las bibliotecas. Son como esas bengalas que no se terminan de apagar. Así,
dos por tres, aparecen cosas que debemos sacarnos de encima.
Nuevas, es un
decir. En realidad son cosas del pasado que en sucesivas mudanzas fuimos arreando...
una o la otra.
Esta vez entra
con dos bolsas descuajeringadas por el peso. Yo no las quiero, dice enseguida
de saludarme. Y en ese breve pero emotivo acto, las deja a mis pies. Las miro
sin tocarlas y me doy cuenta. Son fotos. Muchísimas fotos. Sueltas, en álbumes,
en sobres de papel.
La estrategia
de mi hermana parece ser traerlas sin previo aviso por si se me ocurre negarme.
Pero no se me ocurre, me las llevo a mi casa. Dejo las bolsas varios días en el
piso hasta que decido que no las voy a guardar, que voy a hacer una selección.
¿Elegir en base a qué? Empiezo a mirar y a descartar. Las primeras que quedan
afuera son los cumpleaños. La escena inmortal alrededor de la torta. El momento
estelar de los tres deseos. Y alrededor tanta gente que ya no está, que no me
acuerdo quién es, que no se acuerda quién soy. No tiene sentido. Además estas
fotos las guardan los padres que son los que celebran el crecimiento de los
hijos (los hijos celebramos otras cosas), ellos son los que se acuerdan de la
ropa que quedó chica, del esfuerzo de traer al mago, del festejo que alegró un
mal momento. Aunque tampoco están obligados, conservar no es un deber.
Después están
las fotos de las vacaciones en la playa, casi tan seriales como los cumpleaños.
Igual me quedo con algunas. La que estamos abrazadas de pie cerca de la orilla.
La que estamos leyendo en las sillas plegables. La que estamos en cuclillas con
las paletas clavadas en la arena como deportistas posando antes del torneo.
Siguen las
fotos de la primera infancia, de la no-memoria, donde tengo la misma cara pero
sin uso y tres posiciones: sentada, acostada y gateando. Y mis viejos en
actitudes de principiantes. De estas también elijo algunas.
Todo se redujo
a una bolsa de zapatos. Las descartadas no sé dónde están: habrán ido a parar
al basural o a la casa de un artista contemporáneo o a las manos de un
coleccionista amateur. Por ahí, me vuelvo a ver.
*De Alejandra
Zina. alejandra.zina@gmail.com
La vida*
Una rosa,
aparición súbita, me sobresalta de belleza. No sé si el encanto se
debe a la mirada inocente del descubrimiento o prueba una
especie de escepticismo que sabe que entre plantar un rosal
y la salida victoriosa de la flor, hay una infinidad de
peligros sorteados, azares, eslabones perdidos.
La sorpresa de
lo que no está escrito, o al menos no del todo escrito, talismanes.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
ACERCA DEL
RE-ENCUENTRO*
Será en la edad
madura. /
Cuando la pulpa
fresca del durazno perfume los crepúsculos. /
Al caer de las
rosas. /
Detrás de la
neblina, / los nombres bienamados, / los rostros bienamados, / renacerán entre
los nomeolvides / como si algún conjuro pusiera del reverso la trama de la
ausencia. /
Será a la hora
en que el alma se adormezca, / dulcemente, / entre matas de hortensias y
racimos. /
Cuando la uva
se entregue a la vendimia. /
Cuando los
primitivos habitantes, / los seres primordiales orfebres de la fronda,
talladores de bayas y capullos / salgan a los caminos / y los filos oscuros de
las dalias rasguen el corazón de la distancia. /
Y de los ojos
puros de los ángeles, / los ojos que cegaron las vigilias, / emerjan en
bandadas las luciérnagas. /
Alzará la
armonía tensas arquitecturas de hojas verdes, / como cúpulas verdes, como
domos, / en alabanza al dios de los venados / y las vegetaciones / y el
misterio. /
Y los únicos
templos, / los únicos altares habrán de edificarse en el rocío. /
Y un aroma a
aire puro, / a alba salvaje, / a luz amamantada por pezones de lluvia /
restaurará las claves de todas las liturgias. /
Y el cielo será
límpido. /
Nuestra señora
de las soledades trenzará su cabello con hilos de ceniza, / con hebras de
ternura, / en tanto que el altivo protector del silencio encenderá los ceibos
con su ardiente mirada / y vagará entre blancos laberintos, / entre las torres
blancas, / nuestra señora del olvido, /la dama de la estricta desmemoria, /
custodiando los bulbos de campánulas / que el señor de los vientos / deposita
en los huecos de la higuera. /
Sólo la reina
de las mariposas / aseará su belleza en el estanque de los lirios. /
En úteros de
plata los espejos engendrarán las alas, / alguna insurrección de colibríes
sobre la placidez de las gardenias, / un rumor de palomas hacia los tulipanes.
/
Porque será en
el tiempo de los pájaros. /
Hacia la
claridad de las glicinas. /
A la hora en
que el alma se despliega y ha llegado el instante del reencuentro. /
Al caer de las
rosas. /
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
Herencia*
Le dejo sus
cuadernos por legado.
Llegaron
embalados en una caja y atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas
rayadas y espiral que vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el
que dice “Amor”.
Son frases
sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber de su tío gestado
en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas
con resaltador en un recorte de diario.
Todo
prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban
tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El hombre va al
final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me dicen en el
bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la escribo con
mi memoria no tan buena…"
“Lo
verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es”.
"Tal cual
el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
Sigue una
reflexión:
“Cada vez
seremos más los viejos solitarios. Hasta que lleguemos a estar sentados en el
geriátrico mirando un Potus.
Con suerte
habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y en una mañana
cualquiera, llegara una viejita a sentarse al lado nuestro. Nos tomara la mano.
Y será tarde
para casi todo, menos para sonreír”
GERMINAL*
Palabra:
penetra en mí
tus universos
múltiples.
Oculta en los
ángulos precisos
del papel,
observo.
Desde este
exilio espero
reconocer la
fuerza...
de tu verdad.
Conspiran la
noche y el fuego frío
de estrellas
que arden ¡tan lejanas!
Conspiran,
haciéndome
creer que puedo
nacer un poema
en mi légamo.
Despierto.
Compruebo
que todo fue
un sueño soñado
en un desvelo
y que nada es
absolutamente
cierto.
La luna respira
en gris
y otra raza
deberá concebirte,
palabra.
Yo sólo
intento.
***
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