*Dibujo de Erika Kuhn.
El viaje*
Amaso tu
silencio como pan leudado
junto a la
tibieza del hogar,
es tu equipaje.
Las luces del
alba sostienen todavía
aquella mirada
que no supe darte
porque el
cansancio dolía
en el pecho-las
uñas-la espalda-las manos
(Una fotografía
sorprendida por el tiempo.
Así es la vida)
Y como la
poesía pura no quiere
que el lenguaje
pese
me despido de
vos como si fuera
en una estación
de trenes...
defiendo
algunas palabras
contra el
tiempo que todo lo arrebata,
ya llega el
estrépito de hierros candentes.
Lo infinito se
consuma en los rieles
sobre el tren
que parte.
Y te lleva de
viaje.
(Una fotografía
sorprendida por el tiempo.
Así tu imagen)
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Esta noche
cuando regresaba a casa, subí apurada al tren pensando que ya se iba... pero no,
estaba un poco demorado. Saqué el mp3 de la cartera... pero se había quedado
sin pilas porque esta mañana, o anoche tal vez, olvidé de apagarlo. Volví a
meter la mano y di con un libro de Anselm Grun que hace tanto no leía. Hablaba
del misterio del dolor humano. Me atraparon algunas citas y nuevamente hurgué
para buscar una lapicera y marcar en el libro lo que me gustaba. El tren
finalmente salió y estaba repleto de gente. Al costado, sentado en el piso, un
muchacho me llamó la atención. Hablaba con una chica que parecía ser su novia y
que estaba sentada en el asiento del lado de la ventanilla. Reparé en ella, era
muy jovencita, y dibujaba con una lapicera en un papel cuadrado. Miré el
dibujo, la mano iba rápida y no tardó en aparecer una mujer sin rostro y con el
pecho como si estuviera estallando; mientras un hombre, inconcluso en su
construcción, metía las manos en el corazón femenino. Quedé helada pensando en
esa figura. El muchacho le decía algo así como que no era real lo que ella
dibujaba. Percibí una crítica. La chica hizo muchos ademanes con las manos,
tocó el vidrio con sus nudillos, luego golpeó su cabeza y el bolso que llevaba.
-¿Real? ¿Qué es real?- le contestó, entre el susurro y el grito- ¡Nada es real!
Oí cómo el novio preguntaba: -¿Y la cara? Ella parecía furiosa: - No hay cara
todavía. ¡No hay nada!- Y guardó el papelito en el bolso y terminó diciendo que
ella quería hacer algo que se le había ocurrido pero que no le salía. Tuve
ganas de meterme y pedirle que continuara. Pero estaba yo tan triste, con el
pecho tan abierto que no me salían las palabras. Yo era el dibujo, no había
dudas. Los dibujos no hablan. Pero pueden escribir, así que de inmediato
registré algunas frases en la última hoja del libro que seguía entre mis manos.
Después la joven sacó del bolso unas manos rojas de un muñeco, o un títere, y
las tocaba mientras le decía al muchacho: - Mi amor, yo hoy vine en tren porque
estoy con vos. Si no ni loca, me da miedo pasarme y bajarme en un lugar que no
conozco... A él no lo escuchaba bien porque estaba un poco más lejos, pero algo
le contestaba y ella sonreía. Yo sentí la necesidad de volver a ver ese dibujo,
metí la mano en el bolsillito de mi cartera, saqué una tarjeta laboral y del
reverso escribí “Cuando termines con ese dibujo me gustaría verlo”. Le toqué el
hombro y se la di. Se sorprendió, leyó y me dio una sonrisa. Me bajé en la
estación de Lomas, sin decir palabra, porque al pecho lo tenía abierto “a punto
de”. Pensé que sería una buena ilustración para la novela o para una Antigua.
Tal vez llame, tal vez no. Pero es cierto lo que ella dijo: - ¿Real? ¿Qué es
real? Parecía una artista con polenta. Muy joven, e intuyo que muy talentosa.
Este tren Roca, es como dice el dicho: "un vagón lleno de sorpresas."
*De GRACIELA VEGA. cielavega@yahoo.com.ar
Transparencias*
Mastico
palabras crudas e incisivas y buceo insurrecta y desnuda, en la profundidad del
crepúsculo al amparo de profecías anunciadas en un mantra indescifrable.
Advierto en mi costado tristezas ataviadas de insomnios; descubro tímida mis
dientes en una mueca ambigua y muerdo rabiosa la mano que me retiene.
Soy una perra
sin dueño, y entierro huesos amortajados con telarañas llenas de polvo.
Inquiero a
voces una señal para poder dormir entre los brazos de un hombre que me invite a
abrir puertas sin llaves ni cerraduras, que abran el paso cuando un leve
parpadeo de conciencia me despierte del letargo al que me confinó mi celda.
Un fuego devenido
cenizas cubre mis pechos ocultando la sangre que desborda en cada latido, en
cada deseo.
Como un pájaro
perdido, espero mi alimento con las plumas húmedas, intentando huir del acecho
del frío y la desesperación.
*De CAROLINA
QUIROGA.
EL FORASTERO*
Los pezones de
la noche han devorado el fuego.
Han devorado el
fuego…ay!
Y me llega un
misterio que me cerca. Que me acosa.
Me persigue. Me
asedia. Me convoca.
Besa la fría
boca de mi rosa.
Pareciera
conocer mi cuerpo. Mi melena de arena.
Y no se si es
mar. Si es cielo. Ceniza o aguardiente.
Arroja aguas
vivas en mis piernas.
Alguien llora
(La soledad de la bestia entre los hombres)
Y enmudezco.
Ay, mi voz de golondrina y cuervo.
Ay, la lengua
de sabores amargos.
Y surgen
nombres que enuncian otros nombres.
Brotan de una
patria de avestruces dispersos.
(No, no te
escondas, no…el nido está muy lejos)
Y vuelven: El
perfil de una casa de agua.
Las impiadosas
huellas que se alejan.
Enero y sus
páramos ardientes.
Camalotes
lejanos. Espesura de caballos salvajes.
Alguien canta
(El alborozo del hombre ante las bestias)
Y llega él. El
forastero. El hombre de la isla de ciegos.
Tiene manos
callosas. Manos de bengalas y trigo.
Lame sediento
mi cintura de algas.
Corre los velos
que me cubren.
Me da espejos.
Mi rosa es una baguala bífida.
Todas las
estrellas titilan en sus ojos.
Los pezones de
la noche se alimentan de fuego.
Se alimentan de
fuego, ay!
AGUA PASADA*
Los días vendrán
unos tras otros
y yo, molinero,
estaré esperando el regreso
del agua
que un día al pasar
movió a este molino.
*De Miguel Crispín Sotomayor.
arcomar@cubarte.cult.cu
VII*
Estamos fuera
del camino
como la lechuza
que observa
con indiferente
impotencia
parada sobre un
poste
que sostiene
los hilos tensos
de un
alambrado.
Nosotros
creemos
que será
pasajero;
sin querer
reconocer que
es el destino
que tenemos
asignado para
siempre.
-Donde supura
el aire. Poemas.
Nos y Otros
Editores. Madrid. 2007.
La fe*
Se lo habían
inculcado en el colegio. Los curas, con sus sermones y sus machaconas parábolas
que culminaban en unos "ejercicios espirituales" de los que era
imposible salir incólume. De las tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y
Caridad, la más importante era la Fe. Sin la Fe - decía el Padre Garriga - todo
lo demás carecía de importancia.
Cuando acabada
la escuela me incorporé a la vida laboral, "al mundo exterior" que
decían los curas, nunca olvidé las enseñanzas recibidas, que aunque dormidas
por el devenir de cada día en el momento mas inesperado surgían de aquellos
lugares en que la escuela los había insertado.
Sin embargo
todo el tiempo pasado en el colegio me sirvió para mantener unas relaciones con
el clero que posibilitaron que me uniera a la expedición Plumkier
(subvencionada por el obispado) que debía viajar desde Los Urales a Kamchatka
completando la cartografía de diferentes zonas. Esta circunstancia me
proporcionó la posibilidad de vivir una de las mayores experiencias de mi vida:
Aproximadamente
a la mitad del camino, en el campamento se montó una de las reuniones
habituales en las que todos los expedicionarios nos reuníamos alrededor de una
hoguera y se discutía sobre temas religiosos y filosóficos.
El clima que se
vivía en estas veladas era similar al que había vivido yo en mi época de
estudiante.
Llevábamos ocho
días debatiendo el tema de la fe y los rostros parecían iluminados por una
fuerza interior, reflejo de la propia creencia. La fe es lo más importante. La
fe mueve montañas. Si todo el mundo tuviera fe.
El clímax de la
reunión fue subiendo y todos entramos en una fase de éxtasis que nos
transportaba a un estadio superior. Todos creíamos en la fe. "La fe mueve
montañas". Entonces se produjo el fenómeno. Cuando todos tuvimos fe, las
montañas empezaron a moverse y se apartaron, se arrastraron y se trasladaron,
amontonándose en el Himalaya y formando la Siberia.
Todo el trabajo
de cartografía realizado hasta la fecha no valía un pimiento.
*De Joan
Mateu. joan@cimat.es
Arena*
¿Quiénes
seremos cuando el ruido cese
y los
cuadernos, ya cerrados, duerman?
¿Qué voz nos
llamará por nuestros nombres?
Tan sólo
nuestras huellas en la arena
quedarán, si el
mar no las engulle.
¿Persistiremos
lluvia, trino, rumoroso río?
¿Tal vez
ensoñación de una palabra
prendida entre
las crines del recuerdo?
¿Ceniza
entonces, rescoldo de nostalgias?
Signos apenas
en la arena leve.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!
*
almarnos de
placer
sentir la
liviandad de confiarle a la brisa
las letras
cenicientas
de algún
nombre.
(al fin
será el amor
que viaje)
*De Alejandra
Alma.
Sueño de León
Trotsky*
profeta y
desterrado
El 20 de agosto
de 1940 mientras espera al visitante que le va a leer sus escritos políticos,
en el estudio de la casa de Coyoacán, tuvo este sueño.
Diego Rivera
escribe con flores oblicuas sobre la mesa de su cumpleaños. Él toca las flores
que resbalan, dejando un espacio como un anticipo del cuerpo de Frida. Ella se
desapega del dolor y alza las piernas en un vuelo exorbitante. La pollera
bordada queda como un abanico borde que orilla la desmesura de un país que
puede inventarlo todo, hasta el refugio.
Conejos
liberados intentan distraer a la muerte que hace tiempo lo busca y que, ahora,
se indicia más cercana en los murales de Siqueiros que lo apuntan como blanco,
nieve, hielo, piqueta, para destruir su pensamiento.
Su cabeza es un
Himalaya inaccesible. Certezas grises y descalificadas lo atacan; él pelea en
rojo, asalta los inviernos. Al menos ha vivido como un hombre.
El tren se
desblinda. Su amigo Bretón le alcanza una bandera de palabras. Las bolsas
grises intentan abrocharle ojos en la espalda. No se deja, mira hacia adelante.
La excesiva luz de México es un resplandor sobre sus libros.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
Televidente*
Esa noche,
después de cenar, el señor de la casa, sentado en el sillón más confortable del
living, encendió el televisor. Con el control remoto pasaba de historias
irreales como sueños, a sueños reales como historias. Todo era igual. La luz de
la pantalla que le rebotaba en la cara lo durmió y soñó.
Soñó que él era
un aparato de televisión en el que se veían historias irreales como sueños y
sueños reales como historias y que Dios era un televidente que, arto de tanta
estupidez, apagaba el televisor.
A la mañana, el
señor de la casa continuaba profundamente dormido en el sillón más confortable
del living y empezaba a dar “mal olor”.
*De Emilio Zepol.
ENVIDIA*
Aquellas heridas
y esas
y estas
mutilaron mi cuerpo.
Perdí
mis peregrinas piernas.
Y mis alas, perdí.
Ahora
solo puedo envidiar a las
gaviotas.
*De Miguel Crispín Sotomayor.
arcomar@cubarte.cult.cu
BIBLIOTECA*
La copa
interminable.
Roque Sáenz
Peña, 1954
Cuando el
enigma nos rozó la sangre
con fulgores de
insomnio
con rituales
con hogueras
con magias
con presagios
con jirones de
lámparas furtivas
comprendimos
que en esa
biblioteca
abandonada en
medio del estío
para escapar
detrás de las gaviotas
escolleras
y dunas
repetidas
beberíamos
mostos de leyendas
en el cáliz
secreto de los elfos
que habitaban
desnudos
impacientes
sus reinos de
apartadas geografías
Los dueños de
la casa
tan lejanos
no sospecharon
las pupilas negras
explorando
evaluando
descubriendo
la bautismal
memoria de las sílabas
porque
en el
escritorio de los niños
mientras los
encargados
por los patios
desenvolvían la
piedad del agua
sobre tiestos
con plantas desvalidas
capturadas en
redes hechiceras
agitando
escudillas vagabundas
mendigamos el
pan de la palabra
entre libros
leídos a
hurtadillas
*De NORMA
SEGADES - MANIAS
*
Desenumero los
días
limpio el pozo
de la muchedumbre
hasta hallar a
ese ser
que no alcanza
a captarse
a sí mismo.
Ese yo que es
palabra y encrucijada
la bestia del
saber
bajo el cielo
del cerebro.
Este hombre
dentro del Hombre
que duerme en
el mito.
El amo del
conflicto
la catástrofe
sagrada
emboscada entre
los huesos
de la
animalidad lucida.
Allá en el
fondo amniótico del limo
donde el Verbo
babea su vocablo
temiendo la luz
en la cima del aljibe.
Su rostro
cargado de visiones
acampa
indefenso en el vacío.
Hasta que se lo
lleva la noche
y nadie sabe a
dónde.
De eso está
hecha mi leyenda
soy un huésped
del viento
que barre las
cenizas.
Una fábula
andariega
el fuego en el
agua
que habita mi
sonrisa.
***
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