*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
SI COMPRENDER UN
NÉCTAR*
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Hacía rato que no mateaba debajo
de estos fresnos viejos que plantó mi padre.
En el Ibirá majestuoso, el más
alto de todos los árboles ya no quedan esas bellas flores amarillas que
curiosamente aparecen en enero. Pero entre sus ramas se desplazaban a
saltitos breves algunos horneritos, que por lo general caminan debajo de él
buscando su comida. Sobre todo cuando mi hermano corta el pasto. Andan de a
dos, nunca solos, seguramente la misma parejita que luego construirá con barro
esas casitas que siempre me llamaron la atención. Por eso nunca los matábamos
cuando de niños andábamos siempre con esas hondas asesinas de pájaros y aún
otros animalitos menores como cuises o gaviotas de cañada.
Ayer era una tarde rara o andaba
raro yo. Estaba un poco fresco pese al espléndido sol de otoño, el movimiento
de la calle era exiguo, y había como una paz no concertada, laxa, diría que esa
paz constituía la esencia de las cosas, de los seres, de los animales y hasta
de todos estos verdes árboles que aún no se vuelven cobre, porque en rigor no
somos otoño, pero casi. Cambié la cebadura, calenté más agua y proseguí con mi
lectura, que a decir verdad interrumpía cada tanto para gozar de ese
espectáculo que nada tiene que ver con el sarro de las ciudades y su tráfico,
sin dejar de reconocer sus grandes ventajas, que precisamente no están en ese
ruido y ese apuro y esa falta de árboles aunque allí también los haya, pero los
árboles de las ciudades, lo he pensado, están cansados de tinta como se
lamentaba ese poema del gran Juanele Ortíz.
En realidad cometía aquello que
Macedonio llamaba lectura salteada, pero no porque leyera un libro de poemas,
sino porque esas continuas distracciones me llevaban constantemente a
levantar la cabeza y seguir con mi mirada el vuelo corto de ese pequeño pájaro
que yo no conocía, o el rasante vuelo de la calandria que a veces se
tiraba de Ibirá como en picada persiguiendo otro pájaro en el mejor estilo del
avión de guerra. Barthes ha escrito que uno lee incluso cuando levanta la vista
del libro. Tal vez, pero la verdad que me pasa siempre aquí. Con la pila de
libros sobre la mesa de cemento del patio que mis padres usaban para comer al
aire libre, en especial ese asado a punto del que mi padre se jactaba.
Cuando ya pensaba en cambiar la
segunda cebadura cayó mi amigo Mario Compañy que me relevó de la tarea, puso la
pava a calentar más agua y nos enfrascamos en una charla amena, entre
cambios de información que a veces nos damos por teléfono de manera más
sintética.
Se fue con la promesa de llevar
a visitar las cañadas que se han hinchado con las intensas lluvias recientes y
para mostrarme esa maravillosa fauna acuática que ha regresado y aún –me dice-
enriquecida por algunos flamencos rosados, venidos nadie sabe de dónde y que en
paz se mezclan con las gaviotas chillonas, las cigüeñas y algunas garzas
blancas como un vestido de novia que uno imagina con sus gasas al viento en
lugar de esas grandes alas que se baten suavemente por el aire.
Desde aquí se oye el croar
monótono de las ranas felices que se suman al concierto de tanto bicherio
al que no puedo identificar, pero que es un ruido agradable, y uno extraña de
pronto el ladrido de un perro lejano, muy lejano de un perro que ladra a la
luna, al sueño, a la memoria, porque nunca se sabía bien adónde se producía ese
ruido que era partido por el pito de un tren de carga que atraviesa incólume
hasta el último rincón de mi memoria tenacísima y de ese mismo magma ahondado
por los años aparece de pronto, límpido y certero un verso de Hugo Padeletti : si
comprender un néctar. ¿Por qué el poema, pienso, habrá trocado lo
sensorial para referirse a eso tan bello y lábil y perfumado por una operación
netamente ligada a la razón?
De todos modos fue un verso suyo
que siempre me encantó y no sé por qué.
En los lejanos tiempos de la
Librería Aries –que fue cuando lo conocí en la década del sesenta- es que leí
este poema. Está en su primer libro, que me obsequió él mismo. Y me dio tres
ejemplares más:
-Para tus amigos –me dijo.
Quien no he comprendido ese
poema soy yo, que me sigue gustando y no se por qué. Tal vez porque en ese
verso consiguió lo que pocos, traernos la poesía para que la
disfrutemos. Tengo conmigo otros poemas de Padeletti, que voy leyendo,
mientras levanto la vista del libro y me distraigo mirando los pájaros
que cruzan erráticos el aire primoroso de este marzo en que no es otoño
todavía.
Esta mañana amaneció lloviendo,
motivo por el cual, se nos aguará la salida, y nunca la expresión podrá ser más
justa. Y la lluvia trae a mí aquellos magníficos versos de otro grande, quiero
decir, Raúl González Tuñón.
Entonces comprendimos que la
lluvia era hermosa
Estamos tocados por el mismo
destino.
Porque nos moja la misma lluvia.
Y yo comprendo entonces que
cuando los poetas son importantes viven con sus versos en nosotros, y podemos
comprender el néctar y los secretos de la lluvia esplendorosa porque habitan
por suerte en un idioma y en una poesía.
Si al fin de cuentas Pedroni
tenía razón: La gloria no es más que un verso recordado.
EL ALGÚN LUGAR DEL GRAN MURO INCONCLUSO ESTÁ LA PUERTA…
El poeta y su
sombra*
Le vi por los
caminos de la vida:
Era la viva
imagen de la muerte.
Era el poeta
caminando solo
por la orilla
de un río.
Resultaba
difícil
determinar si
era
el poeta o su
sombra
eso que
derivaba en la corriente;
resultaba
difícil
saber cuál de
las sombras
era real, cuál
era
tan sólo una
ilusión.
Y el río nunca
cuenta sus secretos.
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
-De Por
si mañana no amanece
http://sergioborao2011.blogspot.com.es/2014/03/el-poeta-y-su-sombra.html
ESA MUJER*
Esa mujer es
mía.
Absoluta.
Totalmente mía.
Jugamos a las
escondidas.
Ella siempre me
encuentra. Yo, a veces no.
Tiene una cueva
de cristal de murano.
Solo Alí Babá
entra.
Conozco sus
disfraces más secretos.
Sus horas más
tardías. Sus íconos de cera.
He llegado a la
profundidad de sus marmitas.
He rescatado
sus muertos mas amados. Sus maromas.
Los caminos.
Las rondas y las cruces. Las amo.
Conozco los
pecados veniales de sus pechos.
Sus termitas.
Sus adormideras.
La he leído
letra a letra a letra, al revés y al derecho.
Encontré
palabras que solo yo conozco.
He andado y
desandado las profundidades de su boca.
He batallado
fieramente con sus impiedades
Me ha aturdido
el concierto de cigarras en su vientre.
He llorado
sobre su hambre madre.
Tatuadas mis
serpientes en sus brazos.
Obsesivamente.
Hemos luchado cuerpo a cuerpo.
Conozco sus
empalmes y sus bardas.
Sus axilas
dolientes. La tristeza entre los dedos de sus pies
A veces, en las
noches, me quedo despierta hasta el alba.
Miro sus sueños
agazapados entre los leños.
Los miedos de
sus miedos. Roedores hambrientos.
La he
acompañado en sus entierros y sus resurrecciones
En la violencia
de sus fuegos fatuos.
Las normas
tiritan de pasión. Bengalas.
Me he dado tan
profundamente a esa mujer tan mía.
Se me ha dado
tanto.
Ya no quedan
arterías que no haya recorrido.
Todo me ha
permitido.
Menos acceder a
esa piedra llamada corazón.
El amor está al
llegar*
La vimos llegar
con el vestido color lavanda y el cabello sostenido por una diadema con
incrustaciones de strass. Entró anunciándose como aquella artista de circo que
pasó su vida enseñándole acrobacias al mono hasta que éste murió a manos del
novio celoso.
El, a pesar de
su memoria prodigiosa que le permite componer y descomponer textos que ha leído
una sola vez, no la recordaba así, sino como nunca la había visto: con una flor
en la pelo por única vestimenta. Pero ella no era una mujer de fantasía, ni tampoco
enteramente somática, ni una completa entelequia, ni por asomo una estrella
federal. A esta conclusión llegamos luego de una ardua discusión que nos llevó
a admitir que cada uno de nosotros éramos o temíamos ser una completa
entelequia, o seres de fantasía, o una estrella federal psicosomática.
Prontamente asumimos que siempre se acusa al otro de lo que uno es, o teme ser,
o será en los próximos segundos.
Bien. Lo cierto
fue que la mujer no nos pidió permiso para existir y entró de lleno por el
verbo entrar que siempre se instala en la puerta de ingreso, y luego de dar
tres, cuatro, cinco pasos, llegó a la mesa del memorioso, e hizo ese clásico
movimiento femenino de pasar la mano por debajo de la cadera, acompañando el
movimiento del vestido antes de sentarse frente al hombre que, a su vez, hizo
el clásico movimiento que insinúa un ponerse de pie, como huella de antiguas
galanterías.
Hay cosas que
nadie cree pero que todo el mundo repite como si fueran ciertas: el amor está
al llegar, el amor está al llegar, el amor está al llegar, el amor está al
llegar (los cuatro estuvimos de acuerdo).
Ella tenía de
él un recuerdo enmadejado, risas entre montones de hilos embrollados, verbos
conjugados en pasado que habían nacido en tiempo presente y que en el medio,
entre una y otra conjugación, tocaron el futuro. Esto, otra vez, nos llevó a
discusiones bizantinas sobre el tiempo y su estereotipo lineal. Basta que uno
de nosotros cambie una desinencia en un verbo para que el tiempo vaya hacia
adelante o hacia atrás. Por eso, a los cuatro, nos enamoran tanto las
desinencias del presente: por su durabilidad, por su infinita finitud, por la
posibilidad de actualizar constantemente lo que existe, lo que no ha existido,
lo que quizás exista, lo que jamás existirá.
Sin embargo,
hay noches en las que nos exigimos salir de nuestra zona de confort (porque
también nos enamoran los desafíos) y caemos en el lugar común de los relatos,
que han sido confinados al uso del pasado como tiempo decimonónico de la
narración. Erudiciones más, rebeliones menos, seguimos observando a esos dos,
nacidos para nuestro deleite.
En un momento,
nos dimos cuenta de que comenzaron a charlar como si lo que se dijeran pudiera
salvarlos: a él de la felicidad, a ella del misterio. O bien, a él de la
comodidad y a ella de la confusión.
Pero fue
precisamente en ese momento que decidimos llamarnos a silencio con intención de
escucharlos. Sin embargo, el bullicio del bar mezclado con nuestra memoria de
funámbulos nos lo impedía. De todos modos nos dimos un instante para agradecer
la dificultad, porque con sólo mirarlos podíamos oír la música del encuentro,
los acordes de la afinidad, los semitonos de las coincidencias.
Eramos cuatro
diapasones en sentido literal, buscando el tono nítido para el estribillo del
relato: "El amor está al llegar", "El amor está al llegar",
"El amor está al llegar".
(Fue aquí
cuando levantamos las copas y brindamos por nuestra osadía: sabemos de memoria
que en cualquier momento nos caerá sobre la cabeza todo el peso de la retórica
y nos mandarán a hacer trabajos forzados en las cárceles de los géneros).
Rebeliones más,
transgresiones menos, a pesar de que ni una sola palabra de lo que la mujer y
el hombre decían llegaba a nuestros oídos, sus gestos confirmaban cada letra de
lo que íbamos escribiendo.
Las sílabas se
unían hasta hacer palabras.
Las palabras se
unían hasta la frase.
La frase
llegaba al punto como los amantes al orgasmo.
Y el relato de
la noche no tuvo fin.
Y el fin del
relato no pudo con la noche.
CONSUMISMO*
La mañana se
consume lentamente entre expedientes y papeleos varios, trabajos repetitivos y
sin sentido que consumen mi tiempo y el de los demás compañeros. De tanto en
tanto un café horrible en aquella horrible máquina permite una pausa en el
trabajo y consumir un cuarto de hora de mi tiempo libre en conversaciones de
pasillo, intrascendentes y manidas.
Por suerte
solamente consumo media hora para llegar a casa en el colectivo y entonces
tengo mi tiempo. Acabo invariablemente consumiendo mis ratos de ocio frente al
televisor viendo cualquier programa estúpido que no me aporta nada. Me permito
mirar de pasada a los niños durmiendo cuando voy a mi habitación hastiado de no
hacer nada y haber consumido toda una jornada.
Dormir siete
horas para levantarme cansado y aburrido después de haber consumido mi tiempo
de sueño sin darme cuenta y así poder iniciar otro día consumiendo el tiempo en
un largo pasar hacia ningún sitio.
Empiezo a
sospechar que soy el mejor consumidor de esta sociedad de consumo que nos
consume mientras yo consumo mi vida.
Siglo XXI*
no tienen
pájaros los cielos de los pobres?
no tienen
estrellas sus noches?
ni árboles
desnudos sus otoños errantes?
acaso los
perros de los pobres no ladran
como ladran
todos los perros del mundo?
entonces por
qué son pobres los pobres?
vaya pregunta
porque había
una vez un mundo
y hubo hombres
en ese mundo
que dijeron
esto es mío y no tuyo
que dijeron
esto me perteneces es mío
que dijeron
individuo soy
que miraron
fiero
que
desconfiaron de su propia raza
y mandaron
sobre la industria
sobre la tierra
que crearon
naciones
bajo la bandera
del Mercado
y pusieron sus
jueces
sus leyes
sus abogados
y colorín
colorado
este cuento
terminará cuando el pueblo
cansado de
trabajar día y noche
sin ver un
centavo
tome la tierra
asesine al
Mercado
y ponga al
hombre a cooperar con el hombre
y no con los
Bancos
llegará el día
en que la palabra miseria
no figure en el
diccionario
y nos
asombremos de nosotros mismos
llamándonos
compañeros
es estúpido
acaso el sueño?
en todo caso
esta pesadilla no podrá durar por siempre
triunfaremos
sobre esta maquinaria de dolor
llamándonos de
ojos abiertos
amigos
compañeros
hermanos/
*De León
Peredo gustavojlperedo@yahoo.com.ar
A TRAVÉS DEL
OJO DEL ÁGUILA*
Apagó la TV,
las imágenes lo habían sacudido hasta el punto de negarse a ver. Hacía muchos,
muchos meses que no llovía, pronto ya no habría alimentos porque los sembradíos
yacían quemados por el sol, los animales en las granjas muertos, los bosques
arrasados por incendios y las gentes en las calles bramando por la pérdida de
sus empleos.
Ezequiel yacía
en su cama en estado de pánico. Sus reservas se habían acabado y no se animaba
a salir a la calle por los disturbios. Hacía 24 horas que no ingería alimentos,
sentía el estómago pegado a su columna vertebral hecho que le hacía abarcar su
crisis. Todos sus músculos, sus huesos y hasta las neuronas de su cerebro
estaban en corto circuito, nada funcionaba en él, casi la sensación de estar
vivo comenzaba a agotarse.
- ¿Qué hacer? –
se preguntaba. - ¿Cómo lo hago? ¿Quién me ayuda?
Los gritos de
la gente entraban por la ventana y lo paralizaban aún más. Tal vez sería mejor
resignarse y quedarse hasta que llegara la muerte, parecía ser la única
solución.
Por suerte
estaba solo, su madre había fallecido hacía un año y no tenía más familia, eso
ya era una ventaja, no sufriría por los suyos, solamente por él.
Así llegó a
sentir que nada importaba, daba lo mismo estar vivo que muerto, buscar
soluciones o tumbarse en la cama tratando de no pensar.
Hizo un
recuento de los amigos que le quedaban. ¿Qué sería de ellos? Ni pensar salir a
buscarlos en medio del tumulto cada vez más intenso en el exterior pero el solo
imaginar que necesitaran ayuda fue aumentando su angustia hasta que sus ojos se
llenaron de lágrimas.
Su estado era
patético, su desamparo se equiparaba a un animal tendido en el desierto sin
ninguna posibilidad de sobrevivir.
Un golpe seco
contra el cristal de la ventana lo hizo trizas y un águila con las alas
desplegadas entró en la habitación y quedó suspendido en el aire fijando sus
ojos en Ezequiel al mismo tiempo que de ellos salía un rayo de luz blanquecino
que chocó contra el cuerpo desahuciado del hombre y lo absorbió como si
fuera un elemento líquido esparcido sobre la cama. No hubo dolor ni sensación
alguna, sólo se vio a sí mismo elevado en el aire como si se tratase de una
pluma y con una velocidad indescriptible fue trasladado hacia una cabina
desconocida. Los gritos de la gente desaparecieron, su estómago volvió a la
normalidad y sintió su cuerpo como en las mejores épocas de su vida. El águila
lo siguió hacia su nuevo lugar colocándose frente a él apoyado en una saliente
del tablero de comando.
El artefacto
elevó vuelo sin que le afectara el despegue, sólo un leve chillido penetró sus
oídos que se percibió como algo musical.
Había sido
depositado sobre algo mullido que le devolvió a su esqueleto y a sus músculos
una sensación tan placentera que casi lo adormeció, pero una voz que nunca
sabría de donde salió lo sacudió.
- No duermas –
dijo en tono imperativo, - mira los ojos del águila, allí están las imágenes de
la tierra que los humanos supieron concebir. Tienes el privilegio de verla y
darte cabal cuenta de lo que entre todos hicieron de ese mundo.
Con movimiento
lento, motivado talvez por el efecto pánico experimentado antes, se movió hacia
el ave negra y se enfrentó a las dos pantallas de sus ojos. Si, el
panorama era desolador, mucho peor del que había visto en las imágenes
televisivas, era el Apocalipsis, pensó, el fin de todo lo vivo.
- Es el
resultado del desenfreno humano. ¡Míralo! – ordenó la voz con todo firme. –
Hazte cargo de tu parte de responsabilidad.
Algo muy
especial pasaba en su cuerpo, esa mortal dejadez que lo invadió cuando yacía en
su lecho, desapareció, pero todas sus células fueron invadidas por el pánico
que ardía en sus vísceras como una mordedura despiadada.
- ¿Qué pasó con
los demás? – alcanzó a musitar.
- No te
preocupes, cada uno tuvo su juicio y se determinó con gran justicia a quienes
debíamos llevar.
- ¿A dónde?
- Ya lo sabrás
a su debido tiempo.
- ¿Para qué?
- También lo
sabrás en su momento. Ahora mira, que tu retina incorpore lo que pasa allá
abajo, tal vez te sirva luego.
A partir de ese
momento se hizo un gran silencio, Ezequiel no apartó su mirada de las pantallas
por donde pasaban todos los lugares del mundo, esos que alguna vez deseó
fervientemente conocer; pero ahora todo ardía, todo se derrumbaba y él era un
espectador pasivo, impotente, sintiendo que tal vez la voz había sido sabia y
él tenía parte de la culpa por los sucesos. Pero también atisbó cierta
rebeldía, no encontraba entre sus recuerdos las conductas indebidas que
hubieran contribuido a ese desastre, su vida había sido ordenada, honesta, si
se quiere inocua pero nunca intencionalmente inadecuada.
- ¿Pero yo, por
qué? – No pudo evitar la pregunta.
- Eso está en
tu interior, búscalo. – fue la orden.
Y ya no hubo
más palabras, la voz se acalló y sólo quedó él dentro de la nave y el águila
estática con sus ojos pantallas. Ezequiel no podía apartar su mirada de esas
escenas que eran cada vez mas escalofriantes, ruinas y más ruinas aplastadas
contra la tierra y sin ningún indicio de vida. Él comenzó a buscar el por qué
de su privilegio. La curiosidad de hallar un indicio sobre su futuro se perdía
en la nada en su cerebro confuso. ¿Qué méritos había reunido para ser
considerado apto? Si bien no había hecho mal a nadie deliberadamente, tampoco
había desparramado buenas acciones de esas que merecen ser destacadas; había
cuidado a su madre hasta que murió, había ayudado a quien lo necesitó en su
momento, pero no eran acciones heroicas que merecieran premio.
Sumido en sus
cavilaciones e incertidumbres dejó de percibir el tiempo, todo transcurría
rápido. Por lo que veía en las pantallas se daba cuenta que la nave se
trasladaba alrededor de la tierra, su vuelo era tan sigiloso que todo estaba
estático dentro de la cabina, respiraba sin dificultad, no sentía ni frío ni
calor, era un estado ideal nunca experimentado, ni siquiera imaginado. De
pronto el pajarraco cerró los ojos, ya no mostró imágenes; tuvo miedo que todo
fuera a terminar en ese momento, tuvo terror a morir aunque tiempo antes había
invocado a la muerte como solución definitiva.
La penumbra la
envolvió, fue como un manto negro que abolió todos sus sentidos, el tiempo se
licuó en la nada, presintió el fin y cerró los ojos en espera de lo inevitable.
- Ya llegamos –
resonó la voz y la misma fuerza que lo introdujo en la cabina lo sacó de ella
depositándolo sobre un suelo con gramilla intensamente verde. Su asombro le
impedía determinar si lo que veía era real o si se trataba de un hermoso sueño
pues estaba en medio de una zona boscosa, con enormes árboles, algunos cargados
de frutos y por entre las ramas se filtraba una luz cuyos destellos tenían matices
nunca vistos por Ezequiel.
- ¿Dónde estoy?
– gritó desesperado.
- En tu nuevo
hogar, - respondió la voz produciendo un eco que parecía potenciarse al chocar
contra las copas de los árboles.
- ¡No hay nadie
aquí!, - volvió a clamar.
- Espera,
tienes a tu favor todo el tiempo de los tiempos.
El hombre cayó
de rodillas porque sus piernas ya no lo sostenían, un presentimiento
apocalíptico le mordía las entrañas, solo, en medio de ese bosque, perdido para
siempre en no sabía donde, hacía que su corazón se precipitara al borde del
estallido. Miró la cápsula espacial como para darse aliento ya que aún estaba
allí y podía servirle de refugio; de todos modos añoró su casa, añoró su cama y
llegó a añorar los alaridos de la multitud reclamando por las calles de su ciudad.
De pronto otro
haz de luz iluminó el panorama, comenzó a girar en busca de algo hasta que se
detuvo en un espacio abierto limitado por dos árboles, allí apareció una mujer
surgida de la nada.
- ¡Berenice! –
exclamó y sus ojos se desorbitaron ante esa figura.
Era su novia de
adolescente, aquella jovencita que abandonó por seguir a una prostituta que lo
volvió loco y cubrió a su madre de vergüenza. No la había vuelto a ver desde
entonces, no había tenido oportunidad de pedirle perdón por el dolor que le
causó, tampoco tuvo las agallas para buscarla cuando se dio cuenta de su error.
Todos errores, la voz tenia razón, el hombre era una máquina de cometer
errores.
Ahora estaba
allí, detenida a una distancia prudencial, mirándolo con la misma expresión
dulce de antes, como si nada hubiera pasado, hecho que lo hacía sentir más
culpable.
Ezequiel se
incorporó aunque no pudo avanzar hacia ella y fue Berenice, tal vez empujada
por el rayo de luz, la que se encaminó hacia él.
- Aquí están
los dos, - dijo la voz, - que la experiencia vivida los haya hecho más sabios.
Este es vuestra última oportunidad.
El águila voló
en círculos alrededor de ellos, los enfrentó por un instante y en las pantallas
de sus ojos pudo verse el nuevo paisaje. Sólo duró un breve momento, luego
emprendió vuelo y atravesando un portal que apareció de pronto y se perdió a lo
lejos.
DETRÁS DE
AQUELLA PUERTA*
*De Olga
Orozco.
En algún lugar
del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no
abriste
y que arroja su
sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una
puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el
color de la inclemencia
y semeja una
lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora
cruja con una melodía incomparable contra el oído de tu ayer,
acaso
resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada
noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su
poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un
engaño,
una fabulación
del viento entre los intersticios de una historia baldía
refracciones
falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no
se abre hacia ningún retorno;
no guarda
ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses
entonces como quien al final de un viaje erróneo
-cada etapa un
espejo equivocado que te sustrajo el mundo-
descubriera el
lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada
paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación
secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques
entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de
brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes
tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también,
también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es
sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues
pasar,
encontrarás
detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.
-De La noche
a la deriva, 1983
***
INVENTREN
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