*Obra de Cecilia
Aguado.
https://www.facebook.com/cecilia.aguado.12?fref=ts
Villa Gesell.
Argentina
PREGUNTAS *
Una voz que
abarca los cielos y la tierra. Soy.
Las peñascosas
nubes. Los milagros. Las aguas vivas de la carne.
Precaria.
Inconstante. Minúscula. Fluctuante....
Devora las
parábolas. Los encomios. El tallo frágil de mi amor.
-Ven mi niño
que mis pechos son breves-
Despojados de
andrajos. Universales. Fieles.
Los espectros
me llaman. No siempre reconozco sus rostros.
Las cabezas de
jinetes del sueño cuelgan de una telaraña.
Ay, si el grito
se callara. Pregunta soy, de piedra silenciosa.
Pretérito
imperfecto. Triangulación de tu boca. Molinete de amor.
No me basta el
paraíso prometido. Los mandatos del orden.
Y me punza la
pregunta malva. Es mi piel. Mi llave. Mi sino.
El ataque de un
cuchillo de fuego. Grito de la lechuza.
Madre: ¿Quién
modeló mi rostro? ¿Quién me expulsó del paraíso tibio?
¿Por qué el exilio
de la higuera? ¿El féretro en la ciénaga?
-Madre. Una
niña en la Puerta. Trae una canasta de preguntas frescas-
(Dice que su
padre es espina y su madre hormiga)
Que es más
ilusorio, es la pregunta. El punto de partida de la flor o el fruto.
Paradojal
respuesta. Sangre y agua, en tu boca. Y vinagre.
¿Hay que
olvidar la ley de gravedad? Cae el fruto, maduro o podrido.
Se, no ha sido
mi primer regreso. Se, la desmesura de mis zapatos rojos.
Toco el sexo de
Lucy y me recibe la impiedad del espejo.
Aun así. Hecho
añicos el hueco de mi ombligo. Elijo las preguntas.
¿Quién? ¿Quién
sabe las repuestas?
¿QUÉ HORIZONTE VUELA DEL OJO QUE HA SOÑADO?
Desde las
profundidades de la noche*
Desde las
profundidades de la noche
surgimos como
un sueño sin banderas.
Resucitados y
anhelantes
resolvimos
prendernos en el viento
y atravesar las
nubes tormentosas
que amenazaban,
negras, nuestro sueño.
A un horizonte
inmenso nuestros ojos volaron;
como locas
gaviotas errantes planeábamos,
pero eran
nuestros títeres los que se arracimaban
en la alegre
cubierta de un barco que zarpaba.
Toda costa
escondía una sorda presencia.
Siempre creímos
que el mar nos salvaría
pero el mar
resultó una pantomima,
una niebla
poblada de fantasmas
que a nadie
revelaron su secreto.
Y llegaremos,
si llegamos algún día,
a ese horizonte
que nos prometieron,
sólo para
descubrir, horrorizados,
una tierra en
tinieblas, una vasta penumbra,
un hostil
territorio que a nadie da cobijo,
una noche
terrible sin velas ni azucenas,
un pábilo
extinguido sin ventanas ni estrellas.
De Destierro
Miguel y Clara*
*Por Victoria
Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
Hoy volví a
pensar en Clara. Parece increíble, un hombre grande y no me la puedo sacar de
la cabeza, a pesar de como terminó nuestra historia. Quizás sea el momento de
reconocer que es el gran amor de mi vida. Si cierro los ojos puedo verla,
linda, hermosa como cuando la conocí. Entré a la oficina ese día como
cualquiera otro, la vi y me enamoré. Estaba escribiendo a máquina, concentrada,
inclinada sobre la mesa, primero la vi de perfil, me acerqué, cuando la tuve
enfrente supe que caería rendido a sus pies. Unos ojos grandes negros,
profundos me miraban con desconcierto. La saludé, intentando entablar una
conversación que no fue, solo me devolvió unos monosílabos sueltos. Ese día no
me respondió, pero de a poco con toda mi paciencia fui logrando que me hablara.
Un día se me ocurrió llevarle un regalo, un perfume, me di cuenta, que aunque
no quería demostrarlo, el regalo le había gustado. Así di el primer paso.
Haciendo un
trabajo de hormiga llegó un momento en que conversábamos de todo: nuestra
historia, nuestra infancia, nuestras ideas, por supuesto no coincidíamos en
muchas cosas pero era un placer hablar con ella, y además me di cuenta que a
ella le gustaba hablar conmigo.
-Hola Clara
¿como estás hoy? Te extrañé anoche- me animé un día
-No me digas
esas cosas, por favor- siempre tan tímida
-Bueno es lo
que siento, no se puede evitar-insistí
-Hablemos de
otra cosa ¿si?-
Entonces
empezábamos a debatir: historia, literatura, política, nunca rechazaba mi
conversación ni mi compañía.
Un día conocí a
su familia. Fuimos en el auto hasta su pueblo, un pequeño pueblo perdido en la
provincia de Bs As. Hicimos prácticamente todo el trayecto en silencio, pensé
que quizás fueran los nervios de que conociera a su familia ¡siempre tan
preocupada Clara! Yo intentaba todo el tiempo que fuera feliz, a veces lo
lograba, a veces no. Clara era un ser luminoso que me había cambiado la vida.
La amaba con toda el alma y si bien a veces me respondía como yo esperaba, a
veces era distante, como el día del viaje. Le saqué conversación sin éxito en
varias oportunidades, no hubo caso. No sé porque estaba tan nerviosa, sus
padres nos recibieron con los brazos abiertos increíblemente hospitalarios. La
primera visita fue un poco rara porque no nos conocíamos pero después fue
fluyendo, el padre hacia unos asados espectaculares, la pasábamos genial. Sin
embargo, Clara siempre con esa mirada sombría, debí sospechar que a pesar de
mis esfuerzos lo nuestro no iba a funcionar.
Miguel sabía
que Clara iba a ser liberada en cualquier momento. Lo intuía, quedaban pocos
detenidos, la confirmación se la dio Gutiérrez
-Che, se te va
la mina- por un segundo a Miguel se le paró el corazón
-¿La
trasladan?-ambos sabían que traslado era sinónimo de vuelo de la muerte
- ¡Que cara! No
boludo, no te asustes, la liberan -Miguel respiró, quiso saber
-¿Sabes que
día?
-No, pero te lo
averiguo, te va a salir caro, eh
- Dale boludo,
me debes más de una, averiguame ¿si?
-Porque sos vos
y porque la piba se portó como los dioses, desde que la trajeron a la oficina
no paró de laburar, está bien que hacen cualquier cosa con tal de no volver a
los calabozos, pero ella se portó mejor que cualquiera, le escribió a máquina
trabajos a medio mundo y nunca la oí quejarse de nada, y mirá que cuando llegó
la pasó mal, después recapacitó, se dio cuenta como son las cosas, menos mal
que la metieron en el programa de recuperación enseguida, sino vos te quedabas
sin novia, ¡pobrecito Miguel se iba a quedar solito! -lo cargó Gutiérrez
- Calláte
imbécil, no me cargues y conseguime la fecha
- ¡No te
calentes! es un chiste
El centro
clandestino se estaba desmantelando, ya casi no quedaban prisioneros. A Miguel
le costaba pensar que iba a ser de su vida. Hacia dos años que había decidido
directamente vivir ahí. No tenía sentido alquilar afuera, todo lo que
necesitaba estaba adentro, y desde que conoció a Clara, ya no salió más que
para hacer trabajos que le indicaran, o comprar alguna cosa para él o para
ella. Se puso feliz cuando Clara pudo visitar a sus padres, así él iba a
conocerlos.
La segunda vez
que fueron, era año nuevo, cuando terminaron de cenar, ayudó a la mamá de Clara
a levantar la mesa, y ahí se animó, le confesó que estaba enamorado de su hija.
Notó que la mujer se sorprendía pero entendió que la situación era compleja. No
le importaba. La historia la escribía él.
Tenía todo
planeado, cuando esto se terminara con el dinero que había ahorrado iba a
alquilar un departamento y se iba a casar con Clara, quizás hasta tener hijos.
No estaba seguro si ella iba a poder, pero lo intentarían. Fantaseaba a menudo
con eso, un sinfín de imágenes cotidianas en las que él y Clara comían
juntos, hacían las compras, se amaban, ella con panza, los dos con un bebé, juntos
y felices. Finalmente supo el día exacto en que Clara iba a salir, consiguió
ser quien la lleve a su casa, después de todo él había sido su responsable
durante dos años. Lo preparó todo muy bien, la casa lista, amueblada, hasta le
compró ropa, la ropa que imaginó que a ella iba a gustarle. Ese día compró
flores. Después de subirla esposada al auto salieron del predio. Anduvieron
como media hora, ella atrás en silencio, él mirándola por el espejo retrovisor,
sonriéndole. Ella esporádicamente insinuaba una sonrisa tenue, hasta que él
rompió el silencio
-¿Te gustan las
flores? Son para vos
-¿Vamos a ver a
mis viejos?
-No a un lugar
mejor
Clara no
preguntó más nada. Miguel paró el auto enfrente a su nueva casa, antes de
bajarla, le sacó las esposas
-Estás libre- Entonces
Clara se sorprendió, sonrió, un poco descreída quizás, pero sonrió feliz, por
primera vez, como nunca la había visto
-¿Me puedo ir?
¿Me voy a mi casa con mis viejos?
-No, Clara,
acá, esta es tu nueva casa, conmigo ¿ves? ¿Te gusta?-y otra vez la sombra en el
rostro de Clara, oscureciéndola completamente
Miguel no
entendía, era una casa preciosa ¿no lo amaba acaso?
-Si- dijo ella
tímidamente- es preciosa
Entraron,
Miguel le preguntó si necesitaba algo, Clara le dijo que lo que más había
extrañado en esos últimos dos años era darse una ducha con agua bien caliente y
los churros con dulce de leche, le pidió por favor si podía ir a comprarle una
docena mientras ella se bañaba.
Miguel salió
sonriente caminando a la panadería del barrio, cuando volvió quince minutos
después, se encontró una casa vacía.
Cuando llegó a
la casa de los padres de Clara ya no quedaba nadie.
Clara salió del
país con su familia, en España los esperaba su hermana. Allí treinta años
después logró ver a Miguel entre rejas.
Desierto*
¿Qué horizonte
vuela del ojo que ha soñado?
El absurdo
viaje retorna en preguntas
Extranjera del
sentir y los sentidos
su cuerpo se
torna ingrávido
flota levemente
el todo mar
azul
extensión en
calma
donde nada es
de tierra/
nada se
esculpe/
donde tierra
no hay/
Humo*
Escuchó la fuga
de un eco en su memoria. Supo entonces que todo lo ocurrido después no merecía
la pena. No fueron más que puñetazos al aire, bocanadas de humo sin cigarrillo,
reflejos de un eclipse.
¿Quién iba a
recordar ahora si las libélulas emigraron en noviembre o de qué fuentes manó la
sangre de los parias? ¿Con qué ojos mirar hacia el ocaso sin evocar la precisa
sentencia del olvido? ¿A quién iba a importarle si el norte es el oeste o si el
este termina por devorarse a sí mismo como un intemporal Ourobouros? (El sur
no, el sur es siempre el mismo resplandor crucificado)
Y esa
persistente voz preguntando una y otra vez cuándo terminó exactamente la
película; esa voz queriendo averiguar (¡cómo si eso fuese a cambiar algo!)
cuánto tiempo llevaba presionando inútilmente los botones del telemando y
recibiendo por única respuesta una pantalla negra que grita
"Nevermore!"
De Prosas
breves
El ciruelo del
mundial*
Cada mundial
vuelvo a recordar la historia del árbol en el fondo de la casa de los padres de
Kalman.
Porque el
secuestro ocurrió al principio del mundial de la dictadura.
Quizá será por
la tapa del libro, que conservo desde aquella época.
La hoja suelta
y maltrecha de papel de "EL ESTADO Y LA REVOLUCION " de V.I.
LENIN.
PEQUEÑA
BIBLIOTECA MARXISTA LENINISTA. Editorial Anteo, 1972
En la
desesperación el padre polaco de Kalman había enterrado todo lo que encontró en
la pieza de sus hijos.
Solo se había
salvado la colección de mecánica popular y el diccionario.
La imagen de su
rostro recién retornado del chupadero. Su cara, nunca voy a olvidar su cara
aunque la imagen este desgastada por las décadas transcurridas.
A los 20 años
Kalman había envejecido de golpe: era un muchacho ojeroso con una tristeza
madre instalada en la mirada. Me recibió sentado en una habitación
deliberadamente sombría, como si sus ojos acostumbrados a semanas en la
mazmorra no toleraran la luz.
Me dio la hoja
suelta y dijo: -Llevalo de recuerdo, es lo único que quedo de la biblioteca.
De la
biblioteca enterrada yo sólo había leído "Para leer al Pato Donald".
Después se
largo con el relato del secuestro y lo que soportó en ese campo clandestino.
A menudo pienso
en él, más aun cuando se acerca un mundial.
Cuando volvió a
su casa, fueron con los viejos a un vivero y compraron un ciruelo bastante
crecido.
Fue una
ceremonia familiar plantar el ciruelo sobre el bulto de los libros enterrados
en la quinta.
La dictadura
pasó, años después volvieron a discutir si tenían que desenterrar los libros,
el árbol había crecido y ya daba sombra.
Fue Kalman el
que decidió: -dejémoslo tal cual, parece que las raíces están bien alimentadas.
El lamento de
los sobrevivientes*
*De José
Sbarra
(1950-1996)
“Esta es la
verdad que nos parece, sin embargo,
el error, pero
que es cierta justamente porque
sucede que es
el error. En cuanto a la prueba,
no soy yo, sino
la historia, cuando termine, la
que la
proporcionará”.
Hegel
(Fragmento I)
Esta tristeza
que nos llega con la tarde ya es moneda
corriente,
viene desde lejos (quizás desde nuestra infancia)
a recordarnos
que somos los elegidos para quienes
fue reservado
el dolor de las horas.
¿Qué haremos
con los inviernos que restan?...
Con nuestra
piel arrugada y los ojos vidriosos,
con las
lagrimas que rodarán por las solapas gastadas,
con el frío de
la vida que se alarga como las sombras
de la tarde?
¿Qué haremos
que no sea parir dolor?
¿engendrar
monstruos perseguidores de nuestra propia hipocresía?
¿Qué haremos
con estas vigilias interminables e infecundas,
con nuestros
sueños hartos de derrotas?
¿Qué haremos
con los hijos que no tuvimos?
¿A dónde iremos
a dar con nuestra sangre sucia?
¿Habrá algún
sitio para los solitarios,
para los que no
compusimos sinfonías,
para los que no
supimos hacer estallar en colores nuestra tristeza?
Para los que no
hicimos concesiones,
para los
empecinados,
para los que
pretendimos el todo, la libertad absoluta y
nos quedamos
con el ardor de la nada.
¿Habrá piedad
para los que jugamos a cara o seca
y perdimos?
¿A dónde iremos
los que olvidamos sonreír en el momento
necesario;
los que no
supimos retroceder
cuando
retroceder significaba avanzar?
¿Dónde
acabaremos los que nunca fuimos inocentes?
¿Quién se
apiadara de los desesperanzados
cuando todo
haya concluido
y hoy mismo
y esta misma
tarde
y en este
tedioso instante
quien golpeara
la puerta para traer algo
que no sea
indiferencia,
desprecio por
nosotros,
asco de
nuestras caras
o la boleta del
gas?
¿En qué
infierno acabaremos los equivocados,
los que no
fuimos genios,
los que no
fuimos dioses,
los que
sobrevivimos de prestado,
que conocimos
la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras?
¿Qué será de
los vencidos ilesos?
¿Qué será de
los fracasados,
de los que no
recibimos una bofetada a tiempo o la tuvimos
pero nadie se
acerco a consolarnos?
¿Habrá un sol,
una playa, un mar, un cielo nuevo
para los
desertores del rebaño que nos estrellamos las
narices contra
las piedras pero no nos atrevimos a regresar?
¿Qué será de
los que lloramos a escondidas?
¿Habrá algún
premio para los que quisimos volar más
alto y no
triunfamos? (pero nos defendimos a gritos
cuando dijeron
que era soberbia).
¿Viviremos
mucho tiempo más intercambiando caretas con
nuestros
fantasmas?
¿Habrá piedad
para los que escuchamos a todos y no
entendimos a
nadie;
para los que la
soledad no nos dio un jaque de muerte
ni el amor nos
dio un golpe de vida?
¿Qué haremos
con este silencio insultante,
con los espejos
injuriosos?
¿Y qué haremos
con los soles nuevos? ¿Continuaremos
interponiendo
las persianas atávicas?
¿Habrá ternura
para los desarraigados,
para quienes el
futuro es una palabra sin sentido,
para los que
descubrieron con espanto que el amor es lo
mejor pero no
alcanza?
¿Quién nos
mirará con ojos que no sean de misericordia
o benevolencia?
¿Qué haremos
con nuestros amaneceres abúlicos?
¿No cesaremos
nunca de dejarnos caer de la cama,
de quedarnos
acostados en el piso,
enredados aún
en las sábanas,
mirando puntos
en el techo,
recitando
poemas atribulados,
cantando zambas
tristes como “la añera”?
¿Seguiremos
asomándonos a la ventana,
contando
personas de a dos en dos,
mirando
paraguas los días de lluvia?
¿Hasta cuándo
viviremos parapetados en los rincones
oscuros, con la
soledad como una enfermedad contagiosa?
¿Hasta cuándo
nos aferraremos a las tinieblas como
arañas?
¿Habrá algún
sitio para los que no fuimos escuchados,
para los que no
supimos gritar,
para los que no
tuvimos la respuesta del eco
en la montaña
de los hombres?
¿A qué sitio
iremos a dar con nuestros pocos dientes y
nuestros pocos
pelos que no sea de podredumbre y
silencio?
Tanta sangre
enloquecida y caliente,
tantos sueños,
tanto pudor
innecesario,
tanto error
y después tanto
arrepentimiento
para ser
cenizas,
barro inútil,
cauces
desolados, ahítos de piedras y de olvido.
(¿O tendrá
mejores matices la muerte de los muertos?)
Tantos deseos
de partir,
de abandonar
esta casa,
de dejar esta
suerte,
de dejarse a
uno mismo…
¿Cuándo
gritaremos ese ¡ahora!, ¡ahora!, ¡ahora!,
hasta que se
descuelguen los retratos de todos los museos,
hasta derribar
esta casa,
hasta sepultar
nuestros espectros,
hasta apostatar
de este despiadado ocultamiento?
¡Cuántas
palabras más encerradas que nosotros mismos!
cuántas
caricias puras dentro de la piel,
cuantos sonidos
de amor en silencio,
(cómo ensucia
al sentimiento el acto)
cuánto daño
padecido
(cómo defrauda
a la intención el gesto)
y cuanto nos
queda por padecer todavía.
¿Cómo recuperaremos
el tiempo que se nos fue esperando?
¿Cómo
responderemos ahora a todo aquello que no
respondimos?
¿Qué ilusión
podrá resistir a nuestro cansancio?
¿Qué respuestas
encontraremos en las paredes?
¿Qué plegaria
rezar que no contenga mentiras?
¿Qué sueño
soñaremos los que nos nutrimos de letargos?
¿Qué canción
entonaremos que no evoque los deseos
irrealizables,
los intentos fútiles?
¿Ante que Dios
nos arrodillaremos los que no aprendimos
a rendir
pleitesía?
¿Hasta cuándo
soportaremos los relojes que marcan y
fustigan los
rostros, las horas de mármol y acero?
Los
sobrevivientes estamos condenados a respirar entre
los muertos,
a tocarlos con
nuestras sombras innocuas.
En esta casa
muda ¿qué móvil existirá que nos despierte?
ya
acostumbrados a esperar el porvenir y siempre
desesperando en
cada instante.
Apoyados en los
alféizares, con los ojos irritados, con
las manos
mortecinas, mirando octubres o eneros en la
calle. Y los
jóvenes, la belleza, los niños, los frutos, el
amor afuera…
¿De qué
simiente surgimos los infinitamente deshabitados?
¿Qué oráculo
inexorable predijo nuestro desierto?
¿En qué juego
de la infancia apostamos la inocencia?
¿En qué rayuela
perdimos la esperanza
y en que
escondida aprendimos a sufrir?
Para los
sobrevivientes no hay presencia concreta
que sirva de
compañía,
apenas y a
veces hay estériles vanaglorias de arte
a simulaciones
de locura envasable y vendible.
El triunfo nos
destruye (quizás la verdad en estado puro
se halle
únicamente en la desolación y el fracaso).
Un
sobreviviente para otro es siempre un espejismo.
-De Obsesión de
vivir. (1975)
*Texto completo
en: http://es.scribd.com/doc/47319611/Obsesion-de-Vivir-J-Sbarra-1975
*
Yo quise ser un
rojo violín desorbitado
Máximo Simpson
Yo quise ser
o quiero
todavía
Pasionaria con
el brazo extendido
señalando
horizontes.
La que
piensa juntando líneas
para mostrar
que el rey está
desnudo
y la
reina demasiado atada
Una mesa
cubierta de poemas
para
que cada invitado se sirva su palabra
Una ronda de
cuentos para ahuyentar el frío
Un almohadón
de
sonidos
y aromas
esa flor
desorbitada y única
que
acaricia los ojos que se ofrecen
el café que
anima las mañanas
yo quise ser la
libertad
y todavía
quiero y seguiré queriendo
en un mundo de
palabras que encierran en cárcel de sentidos
y los pobres se
llaman terroristas desde niños
por no poner
sus dones en las manos del amo
quiero abrir la
llave
aspirar el poco
aire que dejaron sin contaminar
y ser la
libertad.
***
INVENTREN
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