*Obra de Walkala.
Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
Astros negros*
Hay una
muchedumbre de astros negros celestes
allende las
fronteras que idearon los dioses,
allá donde los
niños y los ancianos héroes
juegan sin
entusiasmo a juegos no inventados
y las blancas
alas de los serafines proletarios
dibujan
círculos rectangulares en pos de un ángel
que, mudo,
sonríe con maldad infinita
contemplando el
tragicómico deshojar de margaritas
de las
enamoradas vírgenes armadas de compases y pestañas.
(¡Ah, no!. No
me digáis que el escenario está vacío
y los gusanos
ya volaron en busca de otros muertos)
Raudos trenes
expresos transportan inexpresivos
las tardías
sensaciones de los recién nacidos
condenados a
viajar perpetuamente en el vagón de cola
o en abrasantes
utilitarios desparramados
por las derretidas
venas de una vasta metrópoli
mientras se
desploman aviones de un cielo tormentoso
entre humo
terror y sangre y llamas.
¡Todo es noche
incendiada!
¡Todo es
infierno y caos!
¡Todo es un
sanguinario pico destronando
las absurdas
esperanzas de los cielos!
Hoy quisiera
contar que entre soles y estrellas
una niña fugaz
sonríe tristemente.
___________________________Quisiera
convencerme de
la inocencia de las flores,
del vago
resplandor de los espejos
que largamente
reflejan la nada que nos cubre.
Quisiera decir
sencillamente "hasta mañana"
y amanecer sin
un rasguño al otro lado,
mas la noche,
burlona, jugó sus cartas marcadas
y su canción
anuncia que nunca volveremos.
Despertar
__________es la
temible venganza de las nubes.
-De Extrañamientos
y rescates
ECOS DE UN MISMO GRITO…
EL OJO EN LA
NUCA*
-Recuerde que,
una vez de oprimido el botón “Despegue”- sentenció Lotwer, Segundo Jefe de
Operaciones, - su mente comenzará a retroceder en el tiempo. Adaptado a la
medida Pársec, el viaje alcanzará con exactitud cincuenta de sus años
biológicos. Recuerde también que el Pársec es una medida de distancia y que el
año es una medida de tiempo. Concluido el programa efectivizaremos el regreso.
-¿Está
preparado?- Preguntó antes de mi partida, Stugger, Primer Ayudante de
Aplicaciones ¿se siente cómodo? Insistió, volviendo a arreglar el almohadón que
sostenía mi cabeza.
- Por las dudas
de que falle la tecnología, espero que la teoría del tiempo cíclico resulte
verdadera- Bromeé. Luego, ante la intranquila mirada de mi joven esposa,
simplemente cerré los ojos.
Desde que fui
seleccionado para ser la vía mediante la cual, se lleva a cabo el experimento
“El ojo en la nuca”, todo es vertiginoso.
Se trata de una
investigación de altísima pericia, proyectada y ejecutada por el conjunto de
autoridades científicas mundiales. El proceso tiende a descifrar el desarrollo
del universo y a confirmar el comportamiento acomodaticio, de las
particularidades que aspiran a cubrir las necesidades de supervivencia de las
especies. Mi participación consiste en transitar mentalmente y en reversa,
millones y millones de años luz en el tiempo, desmenuzando los vericuetos del
pasado. Los primeros avances hacia atrás, demostraron el ya conocido que los
años que transcurren, irreversiblemente, están impresos en cada vértice de la
naturaleza, que sus efectos se observan en todos los seres que la forman, vivos
o no vivos, y que cada variación que altera o conforma la vida en el universo,
ha sido determinada por circunstancias y necesidades.
La huella del
sucederse de los siglos se deja ver también en nosotros, los seres vivientes de
este planeta que orbita alrededor del sol y ha moldeado cada conformación que
nos constituye. Esa es la base de la investigación que, sin importar la
disciplina a la que pertenezcan, se propusieron nuestros científicos. Mientras
que el objeto último, es observar el pasado más lejano para comprender el
presente y poder manipular el futuro (abarcando el ambicioso “más allá de la
muerte”).
-El tiempo es
intangible y no se puede ver-se opusieron algunos. Otros apreciaron que el
único modo de “atraparlo” es a través de grabaciones cinematográficas,
fotografías, de audio y que el reloj es sólo un “pasatiempo”.
Los arqueólogos
sostuvieron que el tiempo puede ser leído en los restos que la naturaleza se
encarga de bien guardar y basaron su teoría en los fósiles que los planetas
conservan.
Los
historiadores se prestaron a colaborar en lo que respecta al pasado de corta
duración y los astrónomos, los más entusiastas, unieron sus vítores para la
investigación de larga data.
El experimento
“El ojo en la nuca” reúne, aún en medio de agudas controversias, conocimientos
científicos de todas las disciplinas, de unas más que de otras, tendientes a
descifrar, en pos del futuro, el pasado del universo.
Insertaron en
mi cerebro, una cantidad de adminículos de mecanismos complejos que, a partir
del momento de activados y sirviéndose de la radiación electromagnética, me han
permitido, minuto a minuto y sin desplazar mi cuerpo, navegar hacia el Big
Bang. Me garantizaron a cambio atención médica permanente, alimentación de
primera calidad y comodidades propias de un príncipe, haciendo extensivas tales
delicias a mi familia, durante y después del proyecto.
En lo que cabe
para mis hoy cuarenta y nueve años biológicos y sin moverme de la confortable
camilla de laboratorio, he viajado hacia el pasado según el diseño. He superado
ampliamente los márgenes en que comenzó la vida en el universo, almacenando en
mi memoria, la información más asombrosa y esclarecedora jamás imaginada, la
que, según lo planeado, podré develar únicamente luego de mi “retorno”.
Mi salud es
óptima pero, como resultado de un desequilibrio emocional fuera de cálculo,
producto de la sofocante y desgarradora soledad en que estoy inmerso, he
comenzado a sufrir de amnesia funcional. Hecho imposible de ser advertido por
la tecnología que manipula, al ahora avanzado transcurrir del programa.
Lamentablemente, no existen probabilidades de que mi súplica por volver antes
de lo previsto sea “escuchada” y, por lo tanto, modificada mi situación antes
de que finalice el experimento y antes de que olvide hasta el último dato
acumulado.
República
Argentina - Villa Gesell
Sobrevida*
Nadie nos dijo
que lo importante debe ser siempre lo justo
María Sotomayor
apenas faunas
irresueltas
pedacitos de
costillas
manos
dibujadas con
forma de alcaucil.
lo que bebemos
en el desajuste de cuerpo
amenaza el
tiempo de las creencias,
el reposo de la
intimidad
la sustancia
genuina de la displicencia.
si jugásemos a
pisarnos los pies
la premisa
sería abarcar el todo
o la nada. la
nada
es abrirse al
todo y el todo
es asumir el
riesgo de dejarse evaporar en la desesperanza.
asumo que la
helada es producto del corazón
atorado en otro
tiempo.
asumo
que el
desarrollo de la tragedia
se incrusta
como el hielo en algún espacio entre el cuero cabelludo y
los
pensamientos.
“nadie nos dijo
que lo importante debe ser siempre lo justo”
nadie nos dijo
cómo se hace para sobrevivir.
*De Lila
Biscia.
herbergi*
Amo los cuerpos
pequeños
las ciudades
que crecen en los pies
por algún
motivo en los pies
y todas esas
montañas que escucho quejarse muy en voz baja
la habitación se
quedó dormida
lo sé por el
brillo de tu espalda
o la mano azul
que se posa en el hombro
porque nadie
nos dijo que lo importante debe ser siempre lo justo
por mucho que
entierren en la tierra
el esqueleto
del pájaro que dejó de gotear
un cielo
que nos mira de frente y sin miedo a los huesos rotos.
*De María
Sotomayor.
"Naila"
*
“A veces sé que
tiene frío, que sufre, que le pegan.
Puedo solamente
odiarla tanto,
aborrecer las
manos que la tiran al suelo y también a ella,
a ella todavía
más porque le pegan, porque soy yo y le pegan.”
Lejana, Julio
Cortázar.
La historia
cuenta que Alina Reyes, después de meses de sentir a la otra, a la lejana, a su
otro yo mendiga, sometida, al otro lado del mundo, dice basta y pide viajar a
Budapest. Ella no sabe cómo sabe que es Budapest, pero lo sabe con una certeza
soberana. Con una soberanía que no tiene la mendiga, la lejana, sobre su
cuerpo, que, desde Buenos Aires, Alina siente golpeado, con frío. Alina desde
el piano, desde su vida resuelta, a veces la siente adentro de unos zapatos de
pobre, que no cumplen su básica función de zapatos. Y a veces la odia y otras
la quiere con un amor de compasión, de pena agujereada. Cuando no la siente se
alivia por un instante, pero al siguiente cree que quizás los golpes la han
matado y ahí de nuevo la piedad con huecos por todos lados. Por eso la historia
cuenta que Alina viaja a Budapest y camina a tientas hasta llegar a un puente
donde la encuentra y en un acuerdo tácito con la lejana, que ahora se para a
metros de ella, camina su mitad de puente y en el medio la abraza, sí, a la
otra, a la lejana, que tantas veces sintió en su propia carne, y en ella se
funde y, voluntariamente o no, intercambian sus cuerpos.
Con la fusión
termina la suelta de palomas, el abrazo, el idioma mismo. Alina camina y vomita
sonidos guturales porque la nieve le entra por los zapatos rotos y el frío
duele como los moretones, como el sastre gris que huye, se achica, se escurre
al otro lado del puente. Son guturales porque aún no se acostumbra a la lengua,
al tintinear de la mandíbula por el viento del Danubio que viene de abajo,
difícil, que engancha y hostiga, y a que le duela el cuerpo. Ese otro cuerpo
que se lleva el sastre gris es un anagrama de ella misma. Piensa que quizás es
Naila (claro, dos A, una L, una I, una N) quien se los lleva; a los dos, su
cuerpo, su sastre.
Camina con el
Danubio a sus espaldas, ella también se escurre por el puente, en la dirección
diametralmente opuesta, la de la mendiga. Siente una suerte de escarcha en las
mejillas, sobre el pómulo morado. “Son sus lágrimas”, dice, e inmediatamente
murmura “könnyek”. Temerosa de sus propias palabras, se lleva la mano a la
boca, la aprieta como para que las palabras no se escapen, para que no diga
esas cosas que ella no diría, que Alina no diría, aunque llegara al hotel y le
contara a Luis María que se le antojó un diccionario Húngaro – Español, y que
aprendió algunas palabras. Sabe que Alina aprendería, una por una, piano,
diario, té, puente. Zongora, napi, ön, híd. Alina no aprendería la palabra
lágrimas y por eso está aterrada, porque se para en medio de la nieve,
carraspea, se prepara para decir lágrimas, fuerte y claro, y dice “könnyek”. Cada
vez más Naila. Cada vez menos Alina.
Sigue presa del
temor y de la nieve, camina, todavía tomándose la boca. Tiene la vista
desesperada, el habla desesperada. Ahora es ella la que llora. Naila. La nieve
la coloniza, la invade. Mira al cielo que la escupe, un cielo gris recortado
por copos que no dejan de caer, y quiere decir, “basta de nieve, por favor”. Y
como si las palabras se gastaran, se fagocitaran con el mero sonido; como si el
frío y el Danubio y un Dios de cualquier nacionalidad la obligaran, Naila
murmura. Es vejada por un eco en la garganta, por una traición del lenguaje, y
dice: “elég hó, kerema”.
Decir “kerema”
es no decir nada. ¿Qué es “kerema”? La comprensión es una astilla, una gasa de
hospital público, finita, con esas tramas siempre amenazadas, siempre
deformables. Naila dice “kerema” y quien pudiera verla no sospecharía jamás el
infierno de no entender. Se concentra quieta, mirando a cualquier sitio,
tratando de mirar adentro y “kerema” no tiene cara, ni forma, ni objeto. Y eso
le urge en la boca y en los sesos, que pretenden ponerle una imagen a esa
palabra. Lo intenta otra vez, y otra. Y a la vez que intenta se le borran
todas. Las palabras, las fotos que coinciden con esas palabras. Naila ve cosas
que anteceden toda posibilidad de ser nombradas. Ve todo blanco a su alrededor
y no puede dejar de graznar “kerema”. Mira el blanco y sostiene brevemente un
pensamiento lábil, un haz de algo que se escapa y no tiene geometría. Naila es
en húngaro, mira en húngaro, existe en húngaro, lo que implica necesariamente
desesperar, concebir las estructuras con formas asmáticas, con los bordes más
agudos. Caminar en húngaro es ir tropezando, aunque los huesos permanezcan
sanos y los músculos respondan. Es hablar objetos fríos de frialdad absoluta y
tener el entendimiento por debajo del cero. No entender es no ser, carecer de
cualquier cosa, porque nada existe si no se nombra y Naila, que tampoco sabe su
nombre, está condenada a la dispersión más salvaje y natural: la de convertirse
en su propio graznido inocuo, la de la insignificancia, la de mutar,
invariablemente, en aquello que no comprende.
Es Naila la que
llora arrodillada en un frío inmisericorde, temiendo los puños que jamás podrá
nombrar, tocándose los pómulos hinchados, la boca traidora. Y no habrá ni puños
ni abrazos ni libros ni rezos ni balbuceos que corrijan el cortocircuito.
Porque “kerema” y cualquier otra palabra y cualquier otro objeto serán, para
siempre, de correlato imposible. Al fin y al cabo, eso es no entender: ser
sujeto y objeto en una alternancia elíptica, alienante, que sangra y despeina y
reduce los sentidos a impulsos eléctricos, estúpidos, apenas vitales.
Es Naila la que
chilla y hace fuerza con la mandíbula, empujando el silencio con la lengua, los
dientes y el paladar. Hace con los labios un esfuerzo oscuro e inútil, porque
ningún otro órgano responderá correctamente a su estímulo. Naila abrazaría
espinas hasta sangrar porque ni una sola molécula de su ser podría interpretar
el peligro.
Es Naila la que
se desviste, la que se arranca de a uno los harapos sucios, tratando de
desprenderse de todo aquello que la convierte en Naila, en ella misma. En cada
movimiento deja un moretón al aire. Naila se mira los muslos, ahorcados por la
nieve, y todo es blanco: la piel, los copos. La vista se le nubla y todo es
“kerema”. Los trapos que la cubrían parecen manchas sobre el suelo incoloro.
Naila es una figurita espantosa en un desierto inmaculado. No hay nadie en
medio de esta tormenta que la cubra, que la guarezca, que comprenda como se disgregan
los centímetros de comprensión y realidad. Es un animalejo que se acomoda en
posición fetal y de a poco se borra del mapa, se sublima en el blanco que hiere
los ojos, se hunde en un sepulcro de nieve y ausencia y vacío. Siente el
entumecimiento, los ojos que se le cierran, las manos que se le agarrotan.
Parece que sólo la mandíbula, en ese tintinear involuntario, resiste la
momificación, la salvaguarda del cuerpo.
Los
pensamientos se le hacen laxos, estirados, las vocales se contraen, a las
consonantes les crecen pelo y uñas. “Kerema”, repite llorando, acabada toda
posibilidad de jugar una vez más con las palabras. Las caras, los zapatos, el
horizonte, todo es un devaneo, una duda inarticulable. Se imagina ella misma en
ángulos rectos, los ojos como dos triángulos. Se imagina dos círculos en lugar
de las manos, el pelo enmarañado compuesto de puros números seis. Seis, seis,
seis, seis, uno al lado del otro, como de máquina de escribir, muchos,
superpuestos, enmarañados como el pelo. Tiembla por completo. Pero los dientes
de a poco cesan. Naila no es más que un montón de hielo esponjoso. Naila no es
más que su graznido entrecortado, virulento. Es sólo nieve. Sólo “kerema”. Si
alguien cavara, sin embargo, encontraría un cuerpo azulado, unas lágrimas propias
y ajenas.
-
"Naila" es uno de los cuentos de Doce dientes (Textos
intrusos, 2013),
Porque una tarde
reventé los muros*
Porque una
tarde reventé los muros de mi encierro
dispuesto a
devorar el horizonte.
Porque bebí del
cáliz celosamente oculto
que entreabre
las puertas de la dicha.
Porque cerré
los ojos y me lancé al vacío
de otros ojos
que incitaban a la vida.
Porque violé
los estatutos de los presos
y prendí fuego
a los viejos pergaminos
que cercenan
los sueños.
Porque ungí
sagradamente mis alas oxidadas
con el verbo
balsámico de otro labio lejano.
Porque corrí,
dancé, canté sobre el asfalto,
porque amé,
deliré, caminé junto a ríos
y habité otras
ciudades y atravesé fronteras,
y dejé que mi
piel ardiera entre las brasas
de una incierta
quimera
mientras Kronos
devoraba los segundos
que conducen al
valle desolado
que los ángeles
llaman Despedida.
(Mi último dios
espera entre las sombras
del rincón
oriental; no dice nada.
No queda nadie
más, sólo nosotros:
su sombra y mi
delirio.
____________________Sólo
uno
podrá salir con
vida)
-De Destierro
En camino*
Me pregunto
cuántas incertidumbres
llevaré conmigo
cuando parta
cuánto mundo no
habré visto…
qué orfandad de
palabras quedará...
en los poemas
no escritos.
A veces trae el
desvelo
inquietudes
disfrazadas
que no
entiendo. Me cuestiono
si supe vivir,
y si puedo
transitar ese
camino con andar leve.
Redimida de
cargas inútiles,
sólo con el
sentimiento.
Y la certeza de
mi aprendizaje:
saber que el
milagro es constante
en cada flor
que se abre,
en el sol, la
lluvia, el aire.
¿No vemos acaso
brillar estrellas
extinguidas
hace siglos?
Tal vez como
ellas nuestros destinos.
Somos parte del
juego y del enigma.
Al final del
sendero
alguien espera.
Le llevo en mi
equipaje
el corazón
absolutamente
desguarnecido.
-Del libro NAVEGO
PALABRAS.
*
Como si la vida
hiciera chispas
con esa
rebeldía
que abrasa en
soledad
momentos antes
de apagarse
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
SAN SEBASTIÁN
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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