martes, julio 22, 2014

ECOS DE UN MISMO GRITO...

 
 
*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
 
 
 
Astros negros*
 
 
 
Hay una muchedumbre de astros negros celestes
allende las fronteras que idearon los dioses,
allá donde los niños y los ancianos héroes
juegan sin entusiasmo a juegos no inventados
y las blancas alas de los serafines proletarios
dibujan círculos rectangulares en pos de un ángel
que, mudo, sonríe con maldad infinita
contemplando el tragicómico deshojar de margaritas
de las enamoradas vírgenes armadas de compases y pestañas.
 
(¡Ah, no!. No me digáis que el escenario está vacío
y los gusanos ya volaron en busca de otros muertos)
 
Raudos trenes expresos transportan inexpresivos
las tardías sensaciones de los recién nacidos
condenados a viajar perpetuamente en el vagón de cola
o en abrasantes utilitarios desparramados
por las derretidas venas de una vasta metrópoli
mientras se desploman aviones de un cielo tormentoso
entre humo terror y sangre y llamas.
 
¡Todo es noche incendiada!
¡Todo es infierno y caos!
¡Todo es un sanguinario pico destronando
las absurdas esperanzas de los cielos!
 
Hoy quisiera contar que entre soles y estrellas
una niña fugaz sonríe tristemente.
___________________________Quisiera
convencerme de la inocencia de las flores,
del vago resplandor de los espejos
que largamente reflejan la nada que nos cubre.
Quisiera decir sencillamente "hasta mañana"
y amanecer sin un rasguño al otro lado,
mas la noche, burlona, jugó sus cartas marcadas
y su canción anuncia que nunca volveremos.
 
Despertar
__________es la temible venganza de las nubes.
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Extrañamientos y rescates
 
 
 
 
 
 
ECOS DE UN MISMO GRITO…
 
 
 
 
 
 
 
 
EL OJO EN LA NUCA*
 
 
 
 
-Recuerde que, una vez de oprimido el botón “Despegue”- sentenció Lotwer, Segundo Jefe de Operaciones, - su mente comenzará a retroceder en el tiempo. Adaptado a la medida Pársec, el viaje alcanzará con exactitud cincuenta de sus años biológicos. Recuerde también que el Pársec es una medida de distancia y que el año es una medida de tiempo. Concluido el programa efectivizaremos el regreso.
-¿Está preparado?- Preguntó antes de mi partida, Stugger, Primer Ayudante de Aplicaciones ¿se siente cómodo? Insistió, volviendo a arreglar el almohadón que sostenía mi cabeza.
- Por las dudas de que falle la tecnología, espero que la teoría del tiempo cíclico resulte verdadera- Bromeé. Luego, ante la intranquila mirada de mi joven esposa, simplemente cerré los ojos.
Desde que fui seleccionado para ser la vía mediante la cual, se lleva a cabo el experimento “El ojo en la nuca”, todo es vertiginoso.
Se trata de una investigación de altísima pericia, proyectada y ejecutada por el conjunto de autoridades científicas mundiales. El proceso tiende a descifrar el desarrollo del universo y a confirmar el comportamiento acomodaticio, de las particularidades que aspiran a cubrir las necesidades de supervivencia de las especies. Mi participación consiste en transitar mentalmente y en reversa, millones y millones de años luz en el tiempo, desmenuzando los vericuetos del pasado. Los primeros avances hacia atrás, demostraron el ya conocido que los años que transcurren, irreversiblemente, están impresos en cada vértice de la naturaleza, que sus efectos se observan en todos los seres que la forman, vivos o no vivos, y que cada variación que altera o conforma la vida en el universo, ha sido determinada por circunstancias y necesidades.
La huella del sucederse de los siglos se deja ver también en nosotros, los seres vivientes de este planeta que orbita alrededor del sol y ha moldeado cada conformación que nos constituye. Esa es la base de la investigación que, sin importar la disciplina a la que pertenezcan, se propusieron nuestros científicos. Mientras que el objeto último, es observar el pasado más lejano para comprender el presente y poder manipular el futuro (abarcando el ambicioso “más allá de la muerte”).
-El tiempo es intangible y no se puede ver-se opusieron algunos. Otros apreciaron que el único modo de “atraparlo” es a través de grabaciones cinematográficas, fotografías, de audio y que el reloj es sólo un “pasatiempo”.
Los arqueólogos sostuvieron que el tiempo puede ser leído en los restos que la naturaleza se encarga de bien guardar y basaron su teoría en los fósiles que los planetas conservan.
Los historiadores se prestaron a colaborar en lo que respecta al pasado de corta duración y los astrónomos, los más entusiastas, unieron sus vítores para la investigación de larga data.
El experimento “El ojo en la nuca” reúne, aún en medio de agudas controversias, conocimientos científicos de todas las disciplinas, de unas más que de otras, tendientes a descifrar, en pos del futuro, el pasado del universo.
Insertaron en mi cerebro, una cantidad de adminículos de mecanismos complejos que, a partir del momento de activados y sirviéndose de la radiación electromagnética, me han permitido, minuto a minuto y sin desplazar mi cuerpo, navegar hacia el Big Bang. Me garantizaron a cambio atención médica permanente, alimentación de primera calidad y comodidades propias de un príncipe, haciendo extensivas tales delicias a mi familia, durante y después del proyecto.
En lo que cabe para mis hoy cuarenta y nueve años biológicos y sin moverme de la confortable camilla de laboratorio, he viajado hacia el pasado según el diseño. He superado ampliamente los márgenes en que comenzó la vida en el universo, almacenando en mi memoria, la información más asombrosa y esclarecedora jamás imaginada, la que, según lo planeado, podré develar únicamente luego de mi “retorno”.
Mi salud es óptima pero, como resultado de un desequilibrio emocional fuera de cálculo, producto de la sofocante y desgarradora soledad en que estoy inmerso, he comenzado a sufrir de amnesia funcional. Hecho imposible de ser advertido por la tecnología que manipula, al ahora avanzado transcurrir del programa. Lamentablemente, no existen probabilidades de que mi súplica por volver antes de lo previsto sea “escuchada” y, por lo tanto, modificada mi situación antes de que finalice el experimento y antes de que olvide hasta el último dato acumulado.
 
 
 
*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
República Argentina - Villa Gesell
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sobrevida*
 
 
Nadie nos dijo que lo importante debe ser siempre lo justo
María Sotomayor
 
 
 
apenas faunas irresueltas
pedacitos de costillas
manos
dibujadas con forma de alcaucil.
 
 
lo que bebemos en el desajuste de cuerpo
amenaza el tiempo de las creencias,
el reposo de la intimidad
la sustancia genuina de la displicencia.
 
 
si jugásemos a pisarnos los pies
la premisa sería abarcar el todo
o la nada. la nada
es abrirse al todo y el todo
es asumir el riesgo de dejarse evaporar en la desesperanza.
 
 
asumo que la helada es producto del corazón
atorado en otro tiempo.
asumo
que el desarrollo de la tragedia
se incrusta como el hielo en algún espacio entre el cuero cabelludo y
los pensamientos.
 
 
“nadie nos dijo que lo importante debe ser siempre lo justo”
nadie nos dijo cómo se hace para sobrevivir.
 
 
*De Lila Biscia.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
herbergi*
 
 
 
 
Amo los cuerpos pequeños
las ciudades que crecen en los pies
por algún motivo en los pies
 
y todas esas montañas que escucho quejarse muy en voz baja
 
la habitación se quedó dormida
lo sé por el brillo de tu espalda
o la mano azul que se posa en el hombro
 
porque nadie nos dijo que lo importante debe ser siempre lo justo
 
por mucho que entierren en la tierra
el esqueleto del pájaro que dejó de gotear
un cielo       que nos mira de frente y sin miedo a los huesos rotos.
 
 
 
*De María Sotomayor.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"Naila" *
 
 
 
*De Pamela Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
 
 
 
 
“A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan.
Puedo solamente odiarla tanto,
aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a ella,
a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan.”
Lejana, Julio Cortázar.
 
 
 
La historia cuenta que Alina Reyes, después de meses de sentir a la otra, a la lejana, a su otro yo mendiga, sometida, al otro lado del mundo, dice basta y pide viajar a Budapest. Ella no sabe cómo sabe que es Budapest, pero lo sabe con una certeza soberana. Con una soberanía que no tiene la mendiga, la lejana, sobre su cuerpo, que, desde Buenos Aires, Alina siente golpeado, con frío. Alina desde el piano, desde su vida resuelta, a veces la siente adentro de unos zapatos de pobre, que no cumplen su básica función de zapatos. Y a veces la odia y otras la quiere con un amor de compasión, de pena agujereada. Cuando no la siente se alivia por un instante, pero al siguiente cree que quizás los golpes la han matado y ahí de nuevo la piedad con huecos por todos lados. Por eso la historia cuenta que Alina viaja a Budapest y camina a tientas hasta llegar a un puente donde la encuentra y en un acuerdo tácito con la lejana, que ahora se para a metros de ella, camina su mitad de puente y en el medio la abraza, sí, a la otra, a la lejana, que tantas veces sintió en su propia carne, y en ella se funde y, voluntariamente o no, intercambian sus cuerpos.
Con la fusión termina la suelta de palomas, el abrazo, el idioma mismo. Alina camina y vomita sonidos guturales porque la nieve le entra por los zapatos rotos y el frío duele como los moretones, como el sastre gris que huye, se achica, se escurre al otro lado del puente. Son guturales porque aún no se acostumbra a la lengua, al tintinear de la mandíbula por el viento del Danubio que viene de abajo, difícil, que engancha y hostiga, y a que le duela el cuerpo. Ese otro cuerpo que se lleva el sastre gris es un anagrama de ella misma. Piensa que quizás es Naila (claro, dos A, una L, una I, una N) quien se los lleva; a los dos, su cuerpo, su sastre.
Camina con el Danubio a sus espaldas, ella también se escurre por el puente, en la dirección diametralmente opuesta, la de la mendiga. Siente una suerte de escarcha en las mejillas, sobre el pómulo morado. “Son sus lágrimas”, dice, e inmediatamente murmura “könnyek”. Temerosa de sus propias palabras, se lleva la mano a la boca, la aprieta como para que las palabras no se escapen, para que no diga esas cosas que ella no diría, que Alina no diría, aunque llegara al hotel y le contara a Luis María que se le antojó un diccionario Húngaro – Español, y que aprendió algunas palabras. Sabe que Alina aprendería, una por una, piano, diario, té, puente. Zongora, napi, ön, híd. Alina no aprendería la palabra lágrimas y por eso está aterrada, porque se para en medio de la nieve, carraspea, se prepara para decir lágrimas, fuerte y claro, y dice “könnyek”. Cada vez más Naila. Cada vez menos Alina.
Sigue presa del temor y de la nieve, camina, todavía tomándose la boca. Tiene la vista desesperada, el habla desesperada. Ahora es ella la que llora. Naila. La nieve la coloniza, la invade. Mira al cielo que la escupe, un cielo gris recortado por copos que no dejan de caer, y quiere decir, “basta de nieve, por favor”. Y como si las palabras se gastaran, se fagocitaran con el mero sonido; como si el frío y el Danubio y un Dios de cualquier nacionalidad la obligaran, Naila murmura. Es vejada por un eco en la garganta, por una traición del lenguaje, y dice: “elég hó, kerema”.
Decir “kerema” es no decir nada. ¿Qué es “kerema”? La comprensión es una astilla, una gasa de hospital público, finita, con esas tramas siempre amenazadas, siempre deformables. Naila dice “kerema” y quien pudiera verla no sospecharía jamás el infierno de no entender. Se concentra quieta, mirando a cualquier sitio, tratando de mirar adentro y “kerema” no tiene cara, ni forma, ni objeto. Y eso le urge en la boca y en los sesos, que pretenden ponerle una imagen a esa palabra. Lo intenta otra vez, y otra. Y a la vez que intenta se le borran todas. Las palabras, las fotos que coinciden con esas palabras. Naila ve cosas que anteceden toda posibilidad de ser nombradas. Ve todo blanco a su alrededor y no puede dejar de graznar “kerema”. Mira el blanco y sostiene brevemente un pensamiento lábil, un haz de algo que se escapa y no tiene geometría. Naila es en húngaro, mira en húngaro, existe en húngaro, lo que implica necesariamente desesperar, concebir las estructuras con formas asmáticas, con los bordes más agudos. Caminar en húngaro es ir tropezando, aunque los huesos permanezcan sanos y los músculos respondan. Es hablar objetos fríos de frialdad absoluta y tener el entendimiento por debajo del cero. No entender es no ser, carecer de cualquier cosa, porque nada existe si no se nombra y Naila, que tampoco sabe su nombre, está condenada a la dispersión más salvaje y natural: la de convertirse en su propio graznido inocuo, la de la insignificancia, la de mutar, invariablemente, en aquello que no comprende.
Es Naila la que llora arrodillada en un frío inmisericorde, temiendo los puños que jamás podrá nombrar, tocándose los pómulos hinchados, la boca traidora. Y no habrá ni puños ni abrazos ni libros ni rezos ni balbuceos que corrijan el cortocircuito. Porque “kerema” y cualquier otra palabra y cualquier otro objeto serán, para siempre, de correlato imposible. Al fin y al cabo, eso es no entender: ser sujeto y objeto en una alternancia elíptica, alienante, que sangra y despeina y reduce los sentidos a impulsos eléctricos, estúpidos, apenas vitales.
Es Naila la que chilla y hace fuerza con la mandíbula, empujando el silencio con la lengua, los dientes y el paladar. Hace con los labios un esfuerzo oscuro e inútil, porque ningún otro órgano responderá correctamente a su estímulo. Naila abrazaría espinas hasta sangrar porque ni una sola molécula de su ser podría interpretar el peligro.
Es Naila la que se desviste, la que se arranca de a uno los harapos sucios, tratando de desprenderse de todo aquello que la convierte en Naila, en ella misma. En cada movimiento deja un moretón al aire. Naila se mira los muslos, ahorcados por la nieve, y todo es blanco: la piel, los copos. La vista se le nubla y todo es “kerema”. Los trapos que la cubrían parecen manchas sobre el suelo incoloro. Naila es una figurita espantosa en un desierto inmaculado. No hay nadie en medio de esta tormenta que la cubra, que la guarezca, que comprenda como se disgregan los centímetros de comprensión y realidad. Es un animalejo que se acomoda en posición fetal y de a poco se borra del mapa, se sublima en el blanco que hiere los ojos, se hunde en un sepulcro de nieve y ausencia y vacío. Siente el entumecimiento, los ojos que se le cierran, las manos que se le agarrotan. Parece que sólo la mandíbula, en ese tintinear involuntario, resiste la momificación, la salvaguarda del cuerpo.
Los pensamientos se le hacen laxos, estirados, las vocales se contraen, a las consonantes les crecen pelo y uñas. “Kerema”, repite llorando, acabada toda posibilidad de jugar una vez más con las palabras. Las caras, los zapatos, el horizonte, todo es un devaneo, una duda inarticulable. Se imagina ella misma en ángulos rectos, los ojos como dos triángulos. Se imagina dos círculos en lugar de las manos, el pelo enmarañado compuesto de puros números seis. Seis, seis, seis, seis, uno al lado del otro, como de máquina de escribir, muchos, superpuestos, enmarañados como el pelo. Tiembla por completo. Pero los dientes de a poco cesan. Naila no es más que un montón de hielo esponjoso. Naila no es más que su graznido entrecortado, virulento. Es sólo nieve. Sólo “kerema”. Si alguien cavara, sin embargo, encontraría un cuerpo azulado, unas lágrimas propias y ajenas.
 
 
 
- "Naila" es uno de los cuentos de Doce dientes (Textos intrusos, 2013),
-Blog de Pamela Terlizzi Prinahttp://pamelaterlizziprina.blogspot.com.ar/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Porque una tarde reventé los muros*
 
 
 
Porque una tarde reventé los muros de mi encierro
dispuesto a devorar el horizonte.
 
Porque bebí del cáliz celosamente oculto
que entreabre las puertas de la dicha.
 
Porque cerré los ojos y me lancé al vacío
de otros ojos que incitaban a la vida.
 
Porque violé los estatutos de los presos
y prendí fuego a los viejos pergaminos
que cercenan los sueños.
 
Porque ungí sagradamente mis alas oxidadas
con el verbo balsámico de otro labio lejano.
 
Porque corrí, dancé, canté sobre el asfalto,
porque amé, deliré, caminé junto a ríos
y habité otras ciudades y atravesé fronteras,
y dejé que mi piel ardiera entre las brasas
de una incierta quimera
mientras Kronos devoraba los segundos
que conducen al valle desolado
que los ángeles llaman Despedida.
 
(Mi último dios espera entre las sombras
del rincón oriental; no dice nada.
No queda nadie más, sólo nosotros:
su sombra y mi delirio.
____________________Sólo uno
podrá salir con vida)
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En camino*
 
 
 
Me pregunto cuántas incertidumbres
llevaré conmigo cuando parta
cuánto mundo no habré visto…
qué orfandad de palabras quedará...
en los poemas no escritos.
A veces trae el desvelo
inquietudes disfrazadas
que no entiendo. Me cuestiono
si supe vivir, y si puedo
transitar ese camino con andar leve.
Redimida de cargas inútiles,
sólo con el sentimiento.
 
Y la certeza de mi aprendizaje:
saber que el milagro es constante
en cada flor que se abre,
en el sol, la lluvia, el aire.
¿No vemos acaso brillar estrellas
extinguidas hace siglos?
Tal vez como ellas nuestros destinos.
Somos parte del juego y del enigma.
 
Al final del sendero
alguien espera.
Le llevo en mi equipaje
el corazón
absolutamente
desguarnecido.
 
 
 
*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
-Del libro NAVEGO PALABRAS.
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Como si la vida hiciera chispas
 
con esa rebeldía
 
que abrasa en soledad
 
momentos antes de apagarse
 
 
 
*De alejandra alma. almaalma3h@gmail.com
 
 
 
***
 
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