-Foto: Último
tren por San Sebastián. 1977.
SAN SEBASTIÁN*
Allá en el
fondo Donosti. Allá en el fondo la Donosti que no debe ser invocada porque una
vez que se la invoca aparece, y cuando aparece ya se sabe, es tirar de la
soguita y no hay caso, el hilito de memoria viene con todo lo que está
comprimido y de pronto se despliega y todo está intacto y vívido. Es Donosti y
son los abuelos, y el monte y los caseríos, y la niñez con árboles de manzana y
las cinco hermanas que cuatro se fueron de monjas y una no, y es el colegio y
la monja Imelda puro rencor reconcentrado pobre vieja que ya habrá muerto. Es
la Donosti que vocea como en sueños a esta estación que se llama San Sebastián,
extemporánea y tan ajena en la pampa sudamericana.
Ya al ver en el
recorrido el nombre de la estación San Sebastián, se le recortó en rojo y se
dijo que no, que esta es otra San Sebastián tan lejos tan inconmensurablemente
lejos de la baska Donosti de edificios delicados y puentes ornamentados. Sabe,
ella, que esta San Sebastián argentina no es ni puede parecerse a la Donosti
euskera, y sabe por haberlo sufrido que los viajes deben ser hacia adelante, porque
el que mira hacia atrás se transforma en sal, en estatua, en lágrima y dolor
visceral.
Pero este tren
va a hacer parada en San Sebastián, y el no pensar es difícil y el no sentir es
imposible. Detrás de las ventanillas se suceden los campos llanos y el pasto
mientras se superpone una capa delgada de helechos, de coníferas, de ovejitas
blancas con cencerro. Será una niebla quizás la que nubla la vista y hace
aparecer montes redondeados, casas blancas con tejados rojos, olor a mar allá
donde los barcos se enfrentan con sus hombres al Cantábrico.
Euskadi que ya
no es, Euskadi de la niñez que tan ligada está a la muerte, como eso de que la
meta y la largada suelen converger en las pistas circulares.
Miedo, ahora.
Miedo del tren que es como la luna y las monedas, como la lluvia y la tristeza,
imágenes que devienen en metáforas tan exactas que se confunden. El tren y el
viaje hacia la muerte, fin de viaje, la vida que traqueteando se precipita en
la nada final. Y ahora que el tren llegará a San Sebastián se cierra el círculo
sobre la infancia. Miedo. Miedo a desear que de una vez acaben los trabajos y
las agitaciones, se pare el péndulo y la San Sebastián ésta sea la Donosti
aquella. Miedo a querer estar en la muerte mientras el tren se precipita sobre
los rieles negros.
Vuelven los
parques y las estatuas, vuelve la nieve derritiéndose en las botas y vuelven
los temporales y las galernas que devoraban barcos allá donde el mar es océano
poderoso. Vuelven aquellos trenes que, se lo debe decir a si misma, no son éste
tren.
Anochece.
Ya casi llega.
Las penumbras permiten que el paisaje se levante como un libro troquelado,
abetos y robles suplantan los eucaliptus, iglesias de piedra, ríos estrechos
con puentes de pretiles gastados y sombras de peregrinos con sus maquillas,
esos báculos de andar por el monte. Ya ni hace falta mirar por la ventanilla,
si todo está más adentro de la superficie de los ojos, si ya es todo una
yuxtaposición de bailes con vestido blanco y cintas verdes y rojas, el gato
Holofernes cayendo de la terraza, los jacintos en las macetas, y el desgarro
del puerto desapareciendo en el horizonte, tan pequeño, tan pequeño, en la
nefasta jornada de la partida.
Ya no hay
planos, todo está allí comprimido y necesario, compacto. Un todo en el que la
violencia de la partida, el amor de los abuelos, el olor a los lápices de
madera, la voz de la radio BBC durante la segunda guerra, las amigas y,
también, todo lo malo, son una madeja indistinguible que le está haciendo
estallar el pecho.
No le importa
morir aquí, hoy, esta noche. En este momento se ha alineado la vía hacia
Donosti, y con lágrimas advierte que el tren se detiene.
Baja del vagón
sin sentir el suelo bajo los pies. Sabe que la recibirá el mar y el monte, que
la querida silueta del abuelo la esperará en el andén. Con ojos fijos mira su
propia muerte.
El hijo y el
nieto la esperan. Desciende la abuela con un rostro extraña, casi como si no
hubiese nadie detrás de esa máscara rígida para responder a la llamada. La
llaman. Al hijo le ha temblado un poco la voz.
La abuela
vacila levemente, advierte al nieto, ve al hijo ya canoso. Retorna, sonríe,
vuelve a entrar en sí. Sale de Donosti, camina hacia ellos por San Sebastián.
Ha de vivir un poco más.
No quiero
cantar*
No quiero
cantar y se me hacen sangre las palabras
y brotan
obstinadas como una vena abierta
encharcando el
silencio de la tarde que espera
un tren, una
odisea o el fragor de mis gritos.
No quiero
cantar pero mis voces no se apagan
y siguen
derramando susurros delirantes
hacia el cielo
indiferente del crepúsculo.
Mas en las
estaciones abandonadas no hay certezas;
tan sólo
ausencias
oquedades
recuerdos de miradas
vagos gestos de
adiós como una llaga en la memoria
un vértigo de
trenes perdiéndose en la noche...
Sólo la
estación desierta
una voz aletargada entre mis labios
y el eco atroz que no puede escucharse.
-De Destierro
-Sergio Borao
Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!
Estación San
Sebastián*
Querido hijo:
He recibido la
carta donde me sugieres que vaya a vivir con ustedes. Tienes razón, ya no es
bueno que viva solo en esta casa donde me crié, desde donde mi madre,
apretando sus labios en un rezo, me veía correr para subir al tren
y luego saltar al vacío.
¿Qué hubiera
hecho yo sin los trenes?
Cuando las
piernas me lo permiten, me acerco a ver ese camino de hierro que se pierde,
más allá del horizonte… en el cielo.
Entonces,
miraba las vías de otro modo. Apretaba fuerte las estampitas entre
los dedos y subía y bajaba del tren, cuando estaba en movimiento,
sin ninguna dificultad.
Eran años
difíciles. Los turistas venían desde Buenos Aires y viajaban en plan de
baños a Carhué. Por lo que se sabía, allí había las aguas termales más
curativas de Argentina. Entonces, la gente era compasiva. Al verme
descalzo, con poca ropa, me daban monedas, comida, golosinas y yo
volvía a casa feliz y le prometía a mi madre que cuando fuera mayor, le
compraría un sombrero y la llevaría a las termas, para que se cure del
reuma.
Mi madre
acariciaba mi cabeza y me miraba con ternura y yo me sentía más hombre que
nunca.
-Tienes que
aprender mucho sobre el ferrocarril, así cuando se los cuentes, los turistas te
pagarán la información - insistía mi maestra. A la señorita le pareció
muy buena la idea de que practicara la lectura y me prestó, de la
biblioteca escolar, una revista con la historia del tren. Apenas había
aprendido a leer y por eso me costaba bastante hilvanar las palabras y el
sentido de las frases. Me hacía pasar al frente y me obligaba a practicar en
voz alta, hasta que conseguí hacerlo de corrido y luego memorizar lo
escrito:
“En la línea de
rieles, San Sebastián, es la última estación en haber sido levantada,
desde Puente Alsina, por la firma constructora Hume Hnos.
Esta firma, edificaba las estaciones del FC Midland. Al llegar el tendido
a San Sebastián, la sociedad constructora, quedó en bancarrota como
resultado de largas disputas, por intereses, con la Compañía General Buenos
Aires. En ese momento (mediados de 1908) el Ferrocarril del Sud y el
Ferrocarril del Oeste, absorbieron al Midland y continuaron la
construcción, reemplazando a la Hume por la Clarke, Bradbury y Co., lo
que le da a las estaciones de aquí a Carhué, un diseño arquitectónico
totalmente distinto, similar a las estaciones del Ferrocarril Sarmiento”
De pie,
en el centro del vagón, cada vez con mayor seguridad, recitaba lo
aprendido. Luego pasaba mi cajita de cartón por todos los asientos y la gente
depositaba sus colaboraciones. Los clientes me respetaban y las ganancias eran
mayores. Dejé de vender las estampitas y compré, a mi mamá y a la
maestra, un bonito adorno para colgar de la pared.
Aquel
día, lo recuerdo bien, viajaba una señora, sentada junto a
una de las ventanillas. El vagón estaba completo pero el lugar, al lado de
ella, vacío, sin ocupar. El viento movía su cabellera, que era
del mismo color del sol cuando cae. Un vestido con motitas verdes y
sus anteojos ovalados, de ancha armadura blanca. Encendió un cigarrillo,
a la vez que escuchaba mis palabras con atención.
Por su aire
distinguido, no tuve dudas, venía de la gran ciudad.
Sobresalía entre nosotros, la gente del pueblo pero también, era
diferente a los otros viajeros que la miraban fumar casi con desprecio.
El caso es que
ella estaba en el tren cuando yo lo abordé y me puse a recitar, mi memorización
de rutina. Me preguntaba qué hacía esa dama viajando en este tren,
indiferente a los susurros y chismes de los pasajeros que no le quitaban
la vista de encima. También yo la observaba mientras me escuchaba,
sus hermosas uñas pintadas y su bolso adornado, de resplandecientes
moños dorados.
No recuerdo
de otra persona que no fuera de mi familia o mi maestra, que me
haya sonreído, con tanta amabilidad, al momento de pasar mi cajita y tan
generosa pues, tampoco recuerdo, haber recibido tamaña cantidad de
dinero por el mismo trabajo.
Ese día
como pocos, salté del tren, exultante por la recaudación.
Nunca volví a
verla pero mi madre, se ruborizó cuando se la mencioné y me dijo que era
de las mujeres que venían a trabajar, en un lugar de lucecitas rojas,
detrás de la estación La Rica, unos kilómetros más adelante.
Cuando terminé
la primaria ya estaba hecho al ferrocarril y pude conseguir un empleo como mozo
de carga. La muchedumbre se arremolinaba en el andén y yo debía correr de un
lado al otro para cumplir con mi tarea.
Los años me
hicieron guardabarreras y jamás me aburrí de ver pasar las
formaciones, de esperar que llegaran y de despedirlas al partir.
Ahora que el
calendario de mi vida consume sus últimas hojas, mi querido, mi buen hijo, no
me pidas que abandone los trenes.
Ha pasado la
vida. Aunque el tren ya no regrese, sigo sentándome en el viejo banco, debajo
del alero de la estación, a esperar el pitido que anuncia su
llegada. El servicio se ha suspendido desde hace años y yo,
he aprendido que la soledad, es una estela de humo en el recuerdo,
restos de una memoria de papel que el tiempo ha borrado, un
desierto sin norte, olas de arena en un mar seco, un extenso camino de hierro
que marcha paralelo, desde mi niñez a la muerte.
Tuyo, tu padre.
República
Argentina
Luces extrañas*
¿Qué es lo que
hace
que una vida
funcione y avance?
Fabián Casas
posiblemente no
exista un camino cierto
que me conduzca
hacia la imagen soñada
de lo que
debería ser y no ser mi paso
callado fugaz y
sin marca por esta roca azul
que gira fría
en el infinito
pero sin
vacilar tomo la ruta solitaria
atrás he dejado
el humo geométrico de una ciudad
atrás también
quedan las ventanas iluminadas
como cruces de
fuego con pequeños epitafios
atrás sí bien
atrás aúlla el lobo metálico del tren
de nuestra
historia interrumpida
y avanzo con el
gesto de los trapecistas
observo la
línea latente con el corazón como un satélite
que hace subir
la marea de mi condena
estiro mis
brazos hacia el volante para lograr equilibrio
entonces la
velocidad se lleva los recuerdos
y son migas de
pan que arrojo a los pájaros del pasado
que amenazan
con su vuelo de luto
«voy hacia un
encuentro» me digo y la voz
retumba en la
oscura cabina del auto
para que unas
palabras regresen sin orden a mis oídos
que repiten
«todos deseamos que nos olviden
para así nacer
de nuevo»
es por eso
posiblemente que no me asombre
al ver las
luces extrañas que vendrán a buscarme
es por eso que
me dejaré llevar a otro planeta
donde seguro
mis pasos irán tras tu ciudad tu ventana
tu epitafio
para comprobar si has resuelto
nacer conmigo
otra vez
(Sobre la memoria, que
reivindica los momentos en la distancia,
y sobre la posibilidad
recurrente de una inversión en el tiempo)
Del pueblo solo queda un caserío
exiguo, calles de fresco lodazal que acceden hasta la estación. He dejado el
auto en una calle lateral, de esas que miran hacia un infinito sin árboles
donde solo residen el horizonte y las nubes. Me reciben los perros, los
guardianes incondicionales, como en todo lugar donde los edificios son bajos y
se unen con los componentes básicos de la tierra. El único elemento del otro
lado del endeble alambrado es la estación misma, San Sebastián. Yo tenía la
curiosidad y toda la intención de acercarme al viejo andén y tomar algunas
fotos. La fachada de chapa se conserva muy bien y me sorprende que esté habitada,
una familia del lugar se ha afincado aquí a cambio de conservar lo edilicio y
mantener a raya la naturaleza. Algunas gallinas, un par de cabras y tres perros
componen la fauna doméstica. Un poco más alejado un pequeño edificio sanitario
y leña, mucha leña y en una pared colgada una sierra de mano y unas sogas
viejas, que dan cuenta de la obtención del combustible primario.
Parado en ese andén, hoy, quince
de septiembre de 2014 al mediodía, observo, hacia Carhué la nada misma, no hay
ni vías, solo pasto seco y el tendido de los viejos postes de un telégrafo
prehistórico. La vía principal no existe, es la orientación típica de estas
estaciones y mi brújula interna la que me indica la dirección de los perdidos
puntos cardinales. Hacia Puente Alsina, unos galpones grandes de chapa gris,
bien conservados, depósitos de vialidad quizás, y otros dos más chicos, un poco
más alejadas también un par de viviendas de los empleados del Midland, estas
si, aunque de piedra, ya hace mucho tiempo abandonadas, el moho verdinegro toma
por asalto las viejas paredes. Al fondo antes de desaparecer de la vista, el
tanque de agua, como un vagón alzado en el aire por una mano invisible hacia el
cielo gris y más alejado aún la silueta de un pájaro delgado y extraño, el caño
hidrante que hoy solo convoca al camión de la municipalidad.
Miro hacia la estación, que ya
ni el nombre conserva, le han quitado las tablas o paneles donde estaba la
denominación y observo que no hay nada que se parezca a una boletería, quizás
estaba en alguna estancia o división interna. La estación cerró en septiembre
de 1977, un día once de ese hermoso mes recorrió el tren de pasajeros estas
poblaciones por última vez. Un día de septiembre cincuenta estaciones como
esta, cuyos nombre de poco van muriendo, pasaron administrativamente al olvido,
y Carhué, la orgullosa Carhué, punta de riel de un pasado turístico y
esplendoroso, quedó a la deriva, un barco despojado, una ciudad que hacia el
sur solo mostraría paramos desolados, cubiertos por la sal del desbordado Lago
Epecuén. Nunca más oiría el trepidar de la maquinaria pesada de un tren, nunca
más el vibrar de los durmientes de quebracho y el baile minúsculo de sus
temblorosos clavos de hierro.
Pido permiso al actual
habitante, padre de familia y este me permite el paso al interior de la
estación, cruzo un umbral hollado por miles de pies antes que los míos. Observo
la carencia de algún reloj como es común o lo dicta la memoria de otras
estaciones entrevistas. Si hay, en un rincón de polvo y hojas secas, una balanza
para pesaje de encomiendas, no de plataforma, sino de esas otras con pesos
deslizables, ni tan vieja ni tan nueva. Un banco contra la pared solitaria y
enfrente una ventanilla de boletería con enrejado marrón, semejante a un
pequeño confesionario surgido entre las sombras. Olor a madera, a capas de
pintura gris, a sellos postales, a monedas antiguas de bronce. Sobre el
antepecho de la ventanilla, me aguarda un pequeño boleto amarillento con número
de serie 18362, lo tomo entre mis dedos, dice en letras pequeñísimas: Servicio
coche Motor - Ferrocarril Midland y en destacadas pone San Sebastián a Puente
Alsina, clase única y el suculento precio de $ 0.40 de moneda nacional. Sonrío
solo para mí y el corazón se me encabrita de pura nostalgia.
Aseguro la correa de mi cámara,
la Kodak Instamatic es una fiel compañera de caminos y de rieles. Me doy
vuelta para hacerle una pregunta al dueño de casa y descubro que he estado
solo, ignoro cuanto tiempo ha pasado. El aire que ha ingresado por la puerta ha
barrido el polvo y las hojas y el banco luce como si le hubieran aplicado una
nueva capa de pintura marrón. Levanto la vista y localizo casi en las sombras
un reloj que se me había pasado por alto, y también escucho su metálico corazón
en movimiento. Salgo nuevamente o recuerdo haber salido una vez más, a la
plataforma. Gente del pueblo se ha reunido en el andén, han llegado hasta el
alambrado delimitador en Falcon Futura, en renoletas, en Rambler,
en Renault 12, en cupés Chevys o Peugeot 504. Tomo algunas
fotos de todos ellos y cambio el rollo, en el aire se siente algo así como una
expectativa, un aire de ceremonia o despedida. Se acerca ahora, viniendo desde
Puente Alsina una formación de coche motor bastante antigua, un gusano
amarillo, rojo y azul que trepida ya cercano, lleva en su frente el número
2779, es un coche Ganz, le saco fotos, es un momento único. Me doy
cuenta que todavía tengo el boleto entre mis dedos, pero algo ha cambiado, las
letras grandes dicen: Puente Alsina a San Sebastián.
Abordamos el tren, a pesar de
sus años de servicio las comodidades son más que buenas. Me arrellano en un
asiento doble cubierto de cuerina marrón, he visto los del otro vagón, tal vez
no pertenecientes a este coche motor, sino un arreglo de último momento y estos
bancos eran de madera, como los de las plazas, también marrones. Partimos, y
toda la cacofonía metálica del tren se armoniza y adopta una cadencia
maravillosa y adormecedora al igual que las conversaciones de los pasajeros,
todo se convierte en un murmullo continuo y conocido. Entreveo pasar las
estaciones, mal recuerdo ahora algunos nombres: La Rica, Araujo, Dudignac,
Corbett, Henderson, Casey, Saturno, son algunas, las demás las devorará el
tiempo que es el depredador de la memoria. A las seis y cuarto de la tarde
arribamos a Carhué partido de Adolfo Alsina.
Recuerdo Carhué como entre
sombras de esa tarde a la salida de la estación. Un movimiento inusual me
sorprende en la ciudad turística, innumerables coches circulan por calles
prolijas y atiborradas de negocios, cuyos carteles multicolores comienzan a
encenderse. Muchos de ellos son hoteles, hospedajes y pensiones: Hotel Azul,
Hotel Americano, Hotel Las Familias, Hotel Horizonte, Hotel Plaza, el Hispano
Argentino, también casas de regalos y fábricas de alfajores. Casa Bruni y sus
electrodomésticos exhibiendo la nueva cocina marca Volcán. Me llama la atención
un bellísimo coche estacionado como al descuido, un Pontiac Chieftain
color arena que una delicia flamante para gente de buen respaldo económico y
por las calles muchos otros: Pontiac Bonneville, Ford 1950, el
año del Libertador, inverosímiles colectivos de chasis Chevrolet
cubiertos de propaganda local, extraños Kaiser Manhattan, Chevrolet
Bell Air, y hasta un exclusivo y aerodinámico sedan Studebaker.
La ciudad es pujante y
cosmopolita, está en su apogeo, todo el mundo y sobre todo la sociedad de
Buenos Aires se da cita aquí para disfrutar de los baños termales y su acción
terapéutica, reconocida en todo el mundo. En la sede de la Sociedad Italiana
proyectan “El Seductor”, un estreno, con Luis Sandrini, Elina Colomer y la
cubana Blanquita Amaro, que justamente trata de un jefe de una estación
pueblerina que se enamora de una bella mujer que viaja en un tren, todo el
argumento se presta a equívocos y alegres miradas, los espectadores festejan el
lenguaje de gestos del personaje. Más por gastar un par de horas que por las
risas, acudo a la función y después ceno unas pastas en la Sociedad. Luego,
cansado, con los ojos llenos de imágenes busco un hospedaje modesto y me duermo
en un sueño de viajes y pasajeros que se convierten en estatuas de sal.
A las siete y media de la mañana
ya estoy en la estación, el tren ha sido invertido de sentido en la mesa
giratoria y ahora reanudaremos el viaje. Una multitud de personas despide el
tren agitando las manos y algunos pañuelos al abandonar la plataforma de Carhué
a las ocho y cinco minutos exactos. Recorremos las estaciones a la inversa, San
Fermín, Coronel Freyre, Coraceros, Hortensia, Morea, Ortiz de Rosas, Baudrix,
Indacochea, por nombrar las omitidas en el viaje de ida. En cada una un puñado
de pobladores nos despide, ellos saben que ya es la última vez que verán el
tren de pasajeros, hasta los perros nos acompañan en el lento paso por los gastados
andenes. Al pasar por San Sebastián observo el boleto en mis manos y ahora me
muestra la información correcta, el destino cierto: leo a la luz del mediodía:
San Sebastián a Puente Alsina. Acomodo mi traje de franela gris, el cuello de
mi camisa y la delgada corbata negra, me subo el pantalón bien alto y me relajo
para el viaje hacia Buenos Aires.
El viaje se hace torpe,
traqueteante, las horas, los pensamientos y las estaciones se suceden
lentamente, como un libro que se recorre despacio, hoja por hoja, con la yema
de los dedos. Converso un momento con el guarda uniformado mientras me pica el
boleto y me comenta que la formación es un coche motor Birmingham Gardner
y que todos los asientos ahora son de madera, es más, casi toda la estructura
de este vagón en que viajamos, por ejemplo, es categóricamente, de madera.
Consulto mi Guía Peuser 1948 de Horarios del Ferrocarril Midland y voy
apuntando mentalmente las estaciones que quedan atrás: Ingeniero Williams,
Plomer, Km 38, Rafael Castillo, José Ingenieros, La Salada, La Noria, Villa
Caraza ya ingresando al partido de Lanús. El tiempo está a nuestro favor, hemos
hecho el recorrido con ventaja, los pasajeros descubren una algarabía contenida
que comienza a explotar con el final del viaje. Son las tres y cuarto de la
tarde y la formación llega a Puente Alsina.
Desciendo en la plataforma y me
asombra la complejidad de estación mayor, acostumbrado a las humildes paradas
de provincia. En vías secundarias veo la locomotora más extraña que rodara por
rieles argentinos, una inmensa Sentinel Cammell de calderas revestidas
de acero, un tren blindado, una bestia que devora ingentes cantidades de carbón
y más agua aún. Recorro las dependencias y doy con la puerta que da al frente,
desde allí veo las obras ya casi terminadas sobre el Riachuelo, del puente
Uriburu con su estilo neoclásico, la estación tomaría el nombre de los
sucesivos puentes que como este, fueron construidos desde la Avenida Saénz para
salvar el brazo de agua hacia el sur, hacia donde entreveo los caserones del
barrio Pompeya. En la rotonda cercana, tres líneas de tranvías se disputan el
gentío hacia Constitución, Plaza Once o La Paternal, las líneas 9, 8 y 55
respectivamente. Para los que no gustan de lo motorizado, diversos carruajes te
acercan hasta los barrios aledaños. Saco algunas fotos de la fabulosa
arquitectura del puente y guardo mi pequeña cámara Agfa Billy Clack.
Extraigo el reloj con su leontina de delicados eslabones del bolsillo de mi
chaleco gris, de paso me acomodo el traje cruzado a rayas también de gris y mi
sombrero de fieltro de ala ancha en la vidriera de un café. Un canillita pasa a
las voces que se han iniciado los conflictos en el Chaco, la situación entre
Bolivia y Paraguay no tiene otra solución que el uso de las armas, la guerra es
inminente. Lo mismo sucede entre los hermanos peruanos y Colombia. El
continente tiene varios frentes de batalla y el hombre solo siente el deseo de
forjar países modernos.
Pernocto en un hospedaje de
Valentín Alsina y escuchando en la radio los conflictos del norte me duermo.
Temprano me levanta el traqueteo de los tranvías y salgo hacia la cortada
Membrillar, son las siete de la mañana. Debo partir, el tren que me espera en
la estación es un pequeño monstruo negro, una Kerr Stuart de cabina
abierta. Solo dos vagones componen el convoy más un pequeño furgón de cola o Brake
Van inglés, suficiente material rodante para el viaje hasta San Sebastián.
Entre bufidos y chorros de vapor de agua como un animal de pesadilla parte el
tren, nos restan unas siete horas de viaje. En Fiorito y en la Noria abordan
operarios e ingenieros de la empresa constructora Hume Hnos, nos
apretujamos un poco entre herramientas y vaivenes, mal agarrados a los fierros
y los bancos de madera, aunque el tren se deslice tranquilo y rápido sobre los
rieles nuevos. Vemos el campo ya amanecido y en sus labores, el sol nos
persigue y en algunas estaciones los niños que marchan hacia las escuelas nos
saludan con los ojos grandes y las sonrisas de la inocencia.
A las diez de la mañana llegamos
a San Sebastián. La estación nueva, toda de chapones relucientes, hay quien
dice que en algún futuro será de material, no es vano soñar con el futuro de
los Ferrocarriles Argentinos, debería ser más que una utopía. Descienden los
operarios de la constructora y todo se llena de voces y metálica melopea de
clavijas y herramientas. Hoy es 15 de junio de 1909, en dirección a Carhué no
hay vías todavía, cientos de durmientes nuevos de quebracho aguardan que las
manos enguantadas los acarreen a sus sepulturas definitivas, quizás por un
siglo o más, la carcoma y la fatiga dictaran sus años de tierra y sueño. A un
costado una pirámide de rieles, buen acero británico calentándose al sol. San
Sebastián esta febril e inquieta, inmensa de movimientos y vitalidad. Acomodo
los operarios para una placa fotográfica y los inmortalizo para la posteridad.
Aquí crecerá un pueblo, al amparo de estas venas de sangre de este tiempo de
industria y avances industriales. Me siento en el banco de la plataforma y
sueño, me adormezco, mi sombrero cubre mis ojos y escucho el grito eterno del
tren.
– 26/07/14.-
Reencuentro*
Esta arriba del
tren pero sabe que no va a ninguna parte, vagamente trata de calmar la soledad
con el método que utilizaba su tío después de enviudar a los 85 años. Los
domingos, se iba hasta la estación de tren y viajaba hasta el final del
recorrido. Bajaba, buscaba una parrilla, pedía un sanguche de bondiola, un vaso
de tinto. Pasaba un rato en el andén de la estación apoyado en su bastón.
Probaba su buena vista ayudada con lentes para ver pasar mujeres, decirles
piropos y -después de lograr un "gracias" o una sonrisa bien dada-
subirse al próximo tren para volver a su casa antes del anochecer. "contra
la soledad del domingo no hay como el viaje en tren" -recuerda con la voz
presente de su tío.
Se levanta y se
dirige al vagón comedor buscando una excusa para estirar las piernas, adelante
va una mujer muy agraciada. Al entrar al vagón comedor casi se tropieza con un
hombre que caminaba en sentido contrario sin verla.
El hombre
observa que de las disculpas ellos pasan casi enseguida a un abrazo. "sos
vos" se dicen, "pasaron 26 años".
Como único
testigo Lamenta no tener mejor oído ni leer los labios.
Los
reencontrados buscan una mesa , se sientan. El hombre que viaja sin destino los
sigue quizá por curiosidad, quizá por darle un acontecimiento rescatable a su
vida en este domingo. Encuentra una mesa, puede verlos pero no escuchar. Debe
seguir lo que ocurra desde sus gestos.
Los bautiza
para poder imaginarlos mejor: él se llama Esteban y ella tiene cara de Lucia.
Esteban tiene
entre 55 y 60 años. Vive solo o con padres ancianos.
Lucía aparenta
una década menos que él. No esta sola de hombre aunque la soledad es la sombra
de sus pasos.
Se ríen mucho.
De pronto Esteban ha recuperado la postura de un hombre joven.
Con su dedo
índice recorre sus labios.
"llevo tu
beso perenne en mis labios" quisiera decirle.
Ella le toma
delicadamente la mano, la acerca a su boca y le besa ese dedo que transporta un
hechizo compartido hace muchos años.
No, no fueron
amantes. Despliegan un cariño que solo puede dar una bella amistad.
Hace frío, aun
en este comedor donde hay vapores de café y tibiezas de cocina. Esperan el
pedido tomados de la mano.
Cuando la moza
llega a la mesa desprenden sus manos con incomodidad.
Después del
café con leche aparecen ataduras y dolores en el relato de los rostros.
-26 años es
mucho tiempo-.
Lucia le
recuerda que “El lenguaje es una piel”, saca un libro de su cartera. Le lee
largo rato a Esteban.
"La vida
es un milagro" "Encontrarse vivos y mutuamente sensibles es aún más
milagroso"
Con los
celulares se muestran fotos. Se brindan expresiones de ternura.
-Son las fotos
de los hijos. Intuye el observador que va ganando confianza en su rol.
El tren va a
detenerse en una estación. Lucia y Esteban se levantan. El hombre sabe que se
van de ese tren.
Hermoso día
para refundar el mundo con sus propios pasos -deberían decirse.
El hombre se
asoma por la ventanilla. Los ve irse tomados de la mano. Llevan una promesa de
futuro.
Seguramente no
les interesa ni el nombre de la estación, pero en el cartel se lee "San
Sebastián".
El viaje y el
espejo*
Vienen pasos de
luz, marcan un nuevo día.
Me digo: será
hoy, hoy me decido.
Se inicia la
danza de rumores y a su orden...
se alzan manos,
cuerpos, lazos,
de rutina. Como
sutil veneno, el vértigo
desenrosca
instintos hasta ser fijación
de horas
obsesivas. Me nace el grito.
Lo arrojo
invertido, hacia adentro.
Partida,
descentrada, me desprendo
del avance
inexorable de mi tiempo
rechazo el
escándalo de ritmos prefijados,
destruyo
relojes de mecanismos perfectos
en un mundo
ajeno al pulso de mi pulso.
(Desde un punto
Omega
crearé bandadas
que me presten
su aire y su
donaire
para saber los
cielos)
Crecen los
pasos de luz.
Me fijan
horarios y emociones,
salen a
buscarme y no hallan
sino el grito
metido en el silencio
exterior de mi
cuerpo.
Parto hoy
Lleno una
maleta de recuerdos,
me visto de
aromas olvidados,
enfundo muebles
y prejuicios…
Antes de echar
llave me acuerdo del espejo,
nigromante sin
piedad, me da la imagen real:
marca un rostro
surcado de ansiedades
y en un juego
de luz y sombras, en la frente
una cruz de
ceniza me coloca. Es el signo
que deshace el
viaje…
Al volverme,
ingreso
bajo el mando
de la luz,
al vértigo.
-De RAÍZ AL
AIRE -1981-
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO
NORTE.
-Por Ferrocarril Provincial-
J.J. ALMEYRA.
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
Al salir de la
Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un
doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente
Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.
-las estaciones
por venir en el ferrocarril Midland:
INGENIERO
WILLIAMS.
GONZÁLEZ
RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS
DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO
GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ
DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA
SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE
ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
-las estaciones
por venir en el ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
ORTIZ DE ROZAS.
JOSE RAMÓN
SOJO.
ÁLVAREZ DE
TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN
ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN
SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR
OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D.
SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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