*Obra de Walkala.
-Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
*
"Nacer
juntos,
como debieran
nacer y morir
todos los
amantes"
Roberto Juarroz
Quisiera que al
mirar un pájaro
al tomar entre
tus manos un grano de azúcar
al escuchar en
mitad del día
el ruido
convaleciente
de una
locomotora me miraras
por primera vez
en la vida
me miraras
interrogándome
acerca del
lenguaje
acerca del
tiempo
quisiera que lo
nombremos todo
como si hasta
ahora la mujer y el hombre
hayan estado
haciendo ruidos
para acercarse
a las cosas
que nombres
conmigo el sol
que digamos
vaca perro gallina
estiércol agua
porque tenemos
el duro camino
el lúcido y
amoroso camino de la palabra
por delante
nuestro van los caballos
y los delfines
y el pan
y la muerte
quisiera que al
mirar el mar
señalaras mi
boca
inventaras mi
lengua/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
ES UNA BALLENA VARADA EN MI MEMORIA…
Hermanos de la
soledad*
Vengo de una
casa llena de gatos. De aburrida me puse a pensar que los escritores que admiro
tuvieron un gato. Ese felino misterioso transfiere una magia que otra especie
no logra. Tienen mala fama lo sé. Traen mala suerte si son negros y no son
confiables con sus garras atentas al menor descuido, etc, etc.
Los gatos en
casa no hacían hogar, se traían para prevenirnos de las ratas. Eran fantasmas
de paso urgidos por batirse a duelo en época de celo. El gato no se llevaba
bien con los niños. El gato era cosa de adultos... así como la traición…
Nucha tenía un gato.
Vivía en casa a causa de la tuberculosis. Era la hermana mayor de mi abuela y
la menos agraciada. La madre para conservar el “status” familiar, tras una gran
mentira, la privó de un gran amor. Era común por esas épocas. Al cabo de un
tiempo, se hizo tísica y los tratamientos en las sierras solo prolongaron su
amargura. Por una serie de razones, nadie compartía contacto cercano. El gato
gris de ojos amarillos era el único ser de la casa con quien, ella pudo
ronronear sus penas.
(Me encantan
los gatos por esa complicidad hermana de la soledad)
*De Sandra
Caschera.
*
Cuando era muy
niña, escuchaba a papá hacer dormir al menor todas todas las noches con cuentos
que inventaba en el instante... Aún compartíamos por esos años la misma pieza
los tres. Lejos estaba de las manos "la casa grande". Mamá andaba
mientras haciendo las últimas tareas de la casa y seguramente alimentando de
sueños sus ojos pájaros, como conozco de esos tus ojos de cuando andas soñando.
Decía que papá
contaba los cuentos que nunca encontré en ninguna biblioteca y eran los cuentos
más mágicos del universo
*De Paz
Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
Inocencia*
Any era dulce
como la brisa de primavera, tenía una voz tenue y delicada. Femenina, vestidita
con polleras y puntillas que le hacía su propia madre.
Caminaba y
jugaba con sus primos donde sus padres estaban de reunión.
Era un día
soleado de esos donde la luz ilumina hasta los rincones.
Queriendo
compartir las charlas con los grandes, tocaba a su padre en el brazo para
preguntarle cualquier cosa sin importancia. El padre en su intento de sacársela
de encima, le dijo: “Any andá a la esquina a ver si llueve”. Y salió...
Pasaron los
minutos, las conversaciones de adultos iban y venían, la abuela con las tías,
la madre con la cuñada, los chicos que jugaban.
Al rato Any
entra por la puerta de calle y vuelve a tocar el brazo de su padre, y le dice:
“Papi, papi” con insistencia; él otra vez tratando de que lo dejara tranquilo en
su diálogo, le pregunta casi a los gritos, “Qué querés”; a lo que ella le
contesta, “No Papi, no llueve nada”.
Se hizo un
silencio y se escucharon las risas familiares prolongadas.
*De Cecilia
E. Collazo. psic_collazo@hotmail.com
Yo no sabía*
*De Victoria
Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
Hacía unos seis
meses que mi hermano Federico se había ido de viaje. Mi vieja intentaba cubrir
con sus versiones el vacío que había dejado. Sin embargo, a mi corta edad me
daba cuenta de que no eran más que sus deseos: estaba en la costa con una chica
que conoció, se fue allá porque la familia de la chica está muy bien y el padre
le va a dar trabajo a Fede ¿sabes?
A mi las
preguntas me rebotaban en la cabeza ¿Por qué se fue sin saludar? ¿Cómo
nunca conocimos a la chica? (que para ese entonces ya tenía nombre: Liliana)
¿Va a llamar alguna vez? ¿Va a volver?, hasta que mi viejo pegaba un grito
–Acabála de una
vez, no preguntes, ¿no te das cuenta de que a tu madre le hace mal?, y mi
vieja, secándose las lágrimas con el delantal, seguía haciendo lo que fuese que
estaba haciendo.
Yo Necesitaba
saber, el tiempo pasaba y de mi hermano ni noticias.
La verdad yo lo
extrañaba horrores, Federico tenía diez años más que yo, era mi ídolo, lo sigue
siendo. Todo lo que hacía o me enseñaba, para mí, era parte de un culto
personal. Lo que más compartíamos era el fútbol. Los domingos a la mañana me
despertaba con un dale cabezón arriba, y nos íbamos derecho al jardín a
patearnos penales hasta la hora del almuerzo. Éramos fanáticos de Boca. Íbamos
a la cancha desde que teníamos edad para salir sin mamá. Era nuestra salida
sagrada. La única que hacíamos los tres hombres solos. El fútbol era nuestra
pasión compartida. La casa, después del viaje de mi hermano, cambió demasiado.
Mis viejos estaban tristes y amargados. Yo lo atribuía a su ausencia y a cuanto
lo extrañábamos los tres. Era Junio del setenta y ocho y yo tenía doce años.
Recuerdo la
conmoción en la escuela. Todos hablando de fútbol sin parar, maestras y chicos.
Juan Gómez era mi mejor amigo y estaba fascinado por que se venía el
mundial. Él era el más fanático del grado, el segundo era yo
─ ¿Viste como
va a armar Menotti el equipo? (y ahí recitaba de memoria) Fillol, Olguín,
Pasarella, Tarantini, Gallego, Kempes, Bertoni, Luque y Ortiz.
En el patio de
la escuela no se hablaba de otra cosa, y en el aula tampoco. Las maestras
pedían que escribiéramos narraciones y trabajos prácticos sobre el mundial y la
Argentina unida y en paz.
Yo no podía
evitarlo: el mundial era una fiesta para mí también. Fiesta que se terminaba
cuando cruzaba el umbral de mi casa.
Mi viejo me
despertó una mañana, más precisamente la del primero de Junio, día que empezaba
el Mundial. Se sentó en la cama vacía de Fede y me dijo que tenía algo muy
importante que decir. Escuchame Manuel, tenés totalmente prohibido ver o hablar
del mundial en esta casa ¿estamos? Su tono y su gesto tenían tal firmeza que la
pregunta por el por qué no salió de mi garganta. Todo lo que me escuché decir
fue, sí papá. Se levantó, los hombros caídos y el paso lento, y salió de la
habitación. Entendía que estuviera triste pero ¿acaso era mi culpa? ¿Qué tenía
que ver yo con que Fede se enamorara y se fuera? Lo odiaba, tanta admiración
que había sentido por mi hermano se empezaba a transformar en bronca, él se
había ido a la mierda y era yo el me quedaba sin mundial. ¿Cómo iba a hacer
para ver y poder comentar con mis amigos los treinta y ocho partidos si no me
dejaba verlos?
Los de
Argentina eran los que me quitaban el sueño. Literalmente esa noche no dormí:
necesitaba una excusa para poder estar en la casa de Juan al día siguiente a
las siete de la tarde para ver Argentina- Hungría. No era fácil encontrar una
explicación válida que mi viejo aceptara. Nunca llegué a hablar estos detalles
con él. Creo que lo convenció mi vieja, él habrá elegido creer: el nene se va a
quedar en lo del amiguito a hacer un trabajo para la escuela, lo invitaron a
cenar y a quedarse a dormir. A cenar sí a dormir no, a la hora que terminen de
comer lo busco
El partido en
lo de Juan fue una experiencia rara. El padre de Goméz me produjo una extraña
impresión. Me enteré esa noche que el tipo era policía. Juan nunca hablaba del
padre. Si alguna vez le había preguntado a que se dedicaba evitó la respuesta.
Me enteré porque lo primero que me llamó la atención fue un arma arriba de la
mesa: mi papá es policía, todo lo que dijo mi amigo. El tipo conmigo era
atento, intentando todo el tiempo que este cómodo: nene vení, comete algo,
sentate acá, ¿así que en tu casa no ven fútbol?, y yo, gracias señor, no señor,
sí señor, ¿Qué le iba a explicar? Ni yo tenía la menor idea de porque mi viejo,
que había amado toda la vida el fútbol, se perdía ahora la posibilidad de ver
los partidos, incluso de ir a la cancha.
Junto con el
entusiasmo por el fútbol el Señor Gómez trataba muy mal a su mujer. Cosa que
hasta entonces yo nunca había visto. Le gritaba todo el tiempo la tenía de
sirvienta, y lo que más me llamaba la atención era que la Señora Gómez agachaba
la cabeza y ni contestaba, y Juan se reía.
Por lo demás,
el partido fue un éxito: dos a uno triunfo para nosotros, con goles de Luque y
Bertoni. El viejo de Gómez gritaba los goles: Para ustedes, putos; ahora vengan
a decir que la argentina no es una fiesta, vayan a Europa a decir que no se
vive en paz acá ¡vamos carajo! y otras cosas como esa que yo escuchaba por
primera vez y no entendía en lo más mínimo. A las diez de la noche mi papá me
fue a buscar. Cuando subí al auto traté de disimular la alegría pero al final
cuando llegamos a casa me preguntó como la había pasado y si había salido
todo bien, incluso creo recordar que me palmeó el hombro y esbozo una
sonrisa.
Durante ese mes
me las ingenié como pude. Algunos partidos no me quedó más remedio que
perdérmelos. A lo de Juan no pude volver. A los pocos días del primer partido
de Argentina le comenté algunas cosas a mi vieja sobre los Gómez, entre ellas
que el tipo era policía, mi vieja pálida: Ahí no volvés más. Y otra vez, eso
fue todo, no dijo nada más.
El gran tema
era la final. Con el transcurso de los días del mes de junio la situación en
casa estaba cada vez más densa. Había clima de velorio, visitas de familiares,
charlas que se interrumpían cuando yo entraba, llamados telefónicos a abogados.
Todo el tiempo me mandaban a mi habitación para que no escuchara lo que se
hablaba. Argentina seguía ganando, la final se acercaba, y yo me quedaba sin
argumentos.
La final fue el
domingo veinticinco de junio, no me lo olvido más, de un plumazo armé un
rompecabezas cuyas piezas habían danzado alrededor mio y yo me había negado a
ver. Rogué a mi vieja que me dejara ir a lo de Juan, se mantuvo inflexible.
Como era domingo mi papá no abría la ferretería y eso hacia más difícil
encontrar algún lugar con televisión o radio que no llegara a sus oídos. De
afuera, de la calle, de las casas vecinas, se escuchaba puro silencio y
transmisiones lejanas de periodistas deportivos que no llegaba a entender.
Almorzamos en silencio nadie emitió sonido. Mis papás habían envejecido años de
golpe. Se les notaba en los movimientos, los gestos, las palabras, y los
silencios. Terminamos de comer y se fueron a dormir la siesta. Una idea me
atravesó como un rayo: me iba a escapar. Mi viejo dormía como un tronco, Juan
vivía a diez cuadras, ya lo tenía decidido para cuando se levantaran y me
encontraran ya iba a ser tarde: yo habría visto el partido. Me quedé en
silencio en el living fingiendo leer mientras el corazón me latía a ritmos
imposibles, cuando empecé a escuchar los ronquidos de mi viejo, dejé el libro,
busqué la campera y trepé a una silla para buscar la llave en el porta
llaves que habíamos comprado el verano anterior en Mar del Plata con Federico.
Bajé en puntas de pie, corrí la silla, puse la llave en la cerradura y cuando
giré el picaporte la voz de mi viejo me envolvió como un viento de tormenta
próxima a estallar. − ¿Adonde te crees que vas?, y entonces empezó a gritarme
de todo a un milímetro de distancia, al tiempo que mi vieja se acercaba
corriendo para ponerse en el medio. Él jamás me había pegado y muy pocas veces
gritaba: esta fue la primera vez que lo vi tan furioso. Los gritos terminaron
cuando agarró el diario que estaba arriba de la mesa, se veía una multitud de
gente con banderitas y al lado una foto grande de Videla
-¿No sabés lo
que estos hijos de puta están haciendo? ¿Qué querés? ¿Ir a festejar con los
asesinos de tu hermano?
Me senté en el
sillón y empecé a llorar. Mi papá pegó un portazo y se encerró en la
habitación. Mi mamá, en un mar de lágrimas, se acercó y me abrazó.
- No –dije- yo
no sabía.
Nunca más pude
disfrutar un mundial. Solo sigo a Boca. Lo lamento. Pero no puedo. Así fue para
mí, los milicos me robaron, un hermano, un país, la infancia y la selección
nacional de fútbol.
El chico de
Henderson*
Aparece una vez
más la imagen de la placita frente a la estación Henderson.
El hombre era
un niño aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor iba
corriendo a la par de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio.
Cada tanto
veían llegar al tren.
Fue en 1977 el
último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños.
Se ve
corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que
agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el
tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida
de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba
marcas de ausencia en el terraplén.
Tarde o
temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la
universidad le quedo aquella enseñanza que decía "la vida de las personas
transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".
Y la ciudad de
Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que
desde su cargo en el ferrocarril completo las obras para que el Midland llegara
a Carhué.
Frank Henderson
que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en la vida para la
fundación del club de golf en Mar Del Plata -El que pudieron conocer en
aquellas vacaciones de familia en el 79-.
Después ocurrió
lo irreversible, aunque aun hoy le cueste aceptarlo. Reynaldo fue sorteado para
hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix
CL 46.
El hombre se
niega por un momento a llamarlo por su nombre a ese barco de guerra. ¿Porque no
lo hundieron los japoneses en Pearl Harbor? Todo hubiera sido distinto, se
ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero General Belgrano.
En algún limbo
Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden
al infinito cielo. Como en el azar, son un misil sin blanco.
Reynaldo sigue
allí. En el barco, presintiendo o no lo que vendrá y sin poder cambiar el curso
de las cosas.
El hombre
preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo
estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace 10 años.
Que a nadie se
le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus.
Tampoco que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano, un héroe del
pueblo hundido en el crucero.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
La casa de la
nona...*
no tiene nada
es cierto
ni vereda
adobada con flores
ni ventanales
de amplitud traga mariposas
ni puertas
labradas por artesano alguno
es humilde como
una abeja
como el trigo o
el arroz
como la canción
popular en las trincheras del grito
es la antigua
casa donde mi viejo y mi nona me tejieron
una infancia
extraordinaria
como la bufanda
que abriga al escolar
en su tierra.
esa casa es una
ballena varada en mi memoria.
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
CUANDO NO TE
PERTENEZCA*
Me pregunto
cuánto durará tu amor, qué parte de mí es la amada.
Si es a mí a
quien deseas o es a esta mujer que está a tu lado, que parece lo mismo pero no
es igual.
Alejada ya de
un hombre, me ocurre seguir preguntándome por su salud, por sus achaques, por
sus afectos y su transitar por las aceras. Alejada ya definitiva,
irrevocablemente, me ha ocurrido recordarlo con ternura, sonreírme en el
colectivo, desearle en silencio y desde lejos un feliz cumpleaños, si
necesitamos un ejemplo.
No soy afecta a
recontar defectos, a caer en críticas de acero y piel desgarrada.
Me ocurre
rememorar sin ira y con aprecio, me ocurre sentirme unida por un pasado común a
ese ser que ya es un extraño, y que ya hizo que los días y las noches me fueran
borrando de sus sábanas y del olor en los cabellos.
Y me ha
ocurrido golpe tras golpe escuchar que la otra mujer, la mujer de antes de mi
pareja ya no existe, no significa nada, es un fantasma, un cadáver amortajado
en el extranjero. Es la madre de mis hijos dirá, es aquella con la que cometí
el error de casarme, lo que sea, pero nada, nada de nada, ni un aleteo sutil de
sentimiento, ni una rosa en el libro, ni una cajita de fósforos escondida en un
cajón. Ni una sonrisa, por dios, para quien debe de haber reído, charlado,
hecho el amor en un lejano tiempo de felicidad.
Yo no nací hoy
ni me han parido ayer y sin historia. Los hombres que fueron parte de mi vida
fueron queridos, y no reniego tan pronto ni tan levemente de los afectos. Quizás
porque tomo tan en peso y profundidad la palabra amor es que me sea tan difícil
pronunciarla. Pero yo los he amado a todos, y a todos los sigo queriendo.
No me mueve el
que este hombre sea mío, que sea hoy mi pareja, novio, esposo, lo que sea pero
mío. Lo quiero porque lo quiero, porque lo encuentro bueno, noble, propicio
para la querencia. Puedo quererlo sin posesión e inclusive desde el abismo de
las décadas o los kilómetros. Que no haya ni pueda haber un futuro compartido
no quita la ternura ni la calidez de una caricia lejana.
Cuando me dicen
que me aman, y cuando me lo dicen ahora mientras cocino, o escribo, o recorto
una cartulina azul. Cuando me dicen que me aman, me pregunto cuánto durará este
amor, cuán larga es su sombra, hasta adónde abarca. Me pregunto, mi amor, si tu
cariño tiene una correa como esos perrillos volubles, que tan pronto saltan al
amigo que llega, como le dan la espalda y son todo fiestas para el nuevo
visitante.
Sin necesidad
de que la estatua de alabastro sea de mi propiedad puedo disfrutar su belleza,
sin que la magnolia presida mi jardín puedo admirar sus flores de gigante, sin
que estés a mi lado puedo valorarte. Y no te negaré cuando la noche caiga, ni
cuando el gallo cante hasta la tercera vez.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
ALFONSINA Y EL
BAR*
*De Reynaldo
García Blanco. regabla@cultstgo.cult.cu
No es posible
que te llames así
y que vengas a
este sitio
Los
parroquianos cantan en desorden
y tú humedeces
el cristal
¿Lágrimas
o escorpiones?
Esto ya lo
contaré a mi regreso
por lo pronto
lo escribo
Que te llames
Alfonsina
y vengas en las
noches a llorar
donde los
hombres vienen a reírse de la muerte
de la muerte.
- Reynaldo
García Blanco (Venegas, Cuba, 1962). Escribe para CMKC Radio Revolución los
espacios Andar la librería y Comentarios de SuperShow. Ha obtenido los premios
José María Heredia, América Bobia, Pinos Nuevos, Calendario y La Gaceta de
Cuba, entre otros. En el 2006 apareció su poeario Campos de belleza armada (
Unión). Actualmente coordina el Centro de Promoción Literaria José Soler Puig y
el Taller Literario Aula de Poesía.
***
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