*Obra de Cecilia
Aguado.
Villa Gesell.
Argentina
Los primeros
dioses*
*De Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Una nueva
teoría sobre el origen del universo afirma que hubo una condición especial o un
"error" en el Big-Bang. Según esta perspectiva la expansión que
siguió al gran evento se detuvo casi inmediatamente por causas desconocidas. El
polvo y materia estelar quedaron concentrados bajo presiones inimaginables y el
infinito no pudo ser colmado. A pesar de este escenario, la polémica teoría
afirma que un poco de materia logró escapar de la gravedad concentrada y
evolucionó hasta crear su propio espacio-tiempo y sus leyes físicas. Con el
paso de miles de millones de años la materia tomó forma y moldeó un sistema
solar, el primero en la historia del universo abortado. Uno de los planetas
tuvo las condiciones necesarias para crear vida inteligente. Estos seres
primigenios se desarrollaron de forma ininterrumpida bajo un cielo sin
estrellas, nebulosas y galaxias. Con el tiempo construyeron enormes telescopios
y descubrieron la condición anormal del universo. Millones de años después tuvieron
la tecnología suficiente para extraer materia condensada del evento que no pudo
expandirse y esparcirla por el espacio vacío que los rodeaba. Así nació de
forma artificial un segundo universo que reemplazó al original que nunca pudo
existir, que nosotros habitamos y que tomamos por verdadero.
*Incluido en “El
caso Max Power y otros cuentos”, de Alejandro Badillo,
publicado por Aurora Boreal.
-Link
para descarga gratuita: http://www.auroraboreal.net/images/stories/editorial/narrativa/El%20caso%20Max%20Power%20y%20otros%20cuentos.pdf
LA ILUSIÓN DE LA VIDA ES QUEBRADIZA Y TIEMBLA…
XIX
GRITOS*
Se pueden ver
las carretillas que llevan los desperdicios
de la luz. Un
mundo fuera de foco,
abstraído,
extraño.
Los perros
fuera de foco que llaman a presas de otros mundos,
los cazadores
que cazan
huecos para
llevar a sus
casas.
Nada en su
sitio.
O tal vez cada
cosa conservando, empecinadamente,
la obstinación
del sueño.
La oscuridad
verde sobre el blanco, los cristalizados
gritos. La
historia impersonal de todos
y de cualquiera.
Hay un momento
en la tarde, un exacto momento,
en que las
cosas se tuercen
y de a poco,
como si nada,
enpiezan
lentamente
a despeñarse.
(La ilusión de
la vida es quebradiza y tiembla).
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
(de su
poemario "Cazadores en la nieve")
Antes del fin
5.0*
Cuando subía
por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una
jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para
gasolina.
Inútilmente
registré mis bolsillos. Negué con la cabeza, pero ella no se movió: Un
cansancio infinito se insinuaba en su mirada.
Deduje que también
su camino estaba cortado. Como el mío. Que ambos estábamos al borde.
Fue entonces
cuando oí los pájaros. En ese canto anárquico creí adivinar que la matemática
es sabia, que menos por menos a veces es más, que dos finales pueden
representar un principio.
Extendí mi
mano, que ella tomó con algún recelo, y bajamos hasta el río. Nada más. Nos
sentamos en la hierba y nos pusimos a contemplar la corriente, a sentir la
música del agua, sacudida de cuando en cuando por el chapoteo de algún pez
extraviado, a impregnarnos de ese perfume milenario cuyo nombre no figura en
los catálogos profanos de los hipermercados. Luego vino la noche. Y su
silencio. Pero nosotros seguíamos allí, escuchando.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Naves
interplanetarias*
mi papá me
pasaba a buscar
por cierta
esquina de Ramos Mejía
detenía el
colectivo que siempre iba cargado
subía
le daba un beso
y me sentaba
adelante
en un lugarcito
pequeño
desde allí lo
miraba
me imaginaba
que mi viejo era una especie
de comandante
espacial
que la nave
estaba llena de alienígenas
que debíamos
transportar a un lejano punto
de la galaxia.
me gustaba
mirarlo
girar el
volante
manejar esa
ballena metálica
por calles tan
angostas
de vez en
cuando el timbre
y algún
alienígena se bajaba.
recorríamos con
la nave casi La Matanza
que es el diente
más pobre
de la avarienta
Buenos Aires.
mi viejo tiraba
los ojos allá contra el camino
yo iba mirando
las casitas cada vez más precarias
cada vez más
chiquititas
y miraba hacia
la ciudad que quedaba atrás
y los altos
edificios me
parecían robots
a quienes habíamos logrado
engañar.
miraba también
la ropa de los
niños
la cara de las
niñas
el cansancio
imposible en la sombra de las mujeres
y de los
hombres
esos pobres
esos
alienígenas de los barrios
de la avarienta
Buenos Aires.
creo haber
aprendido más sobre sociología
acompañando a
mi viejo en el colectivo
que en los
libros de la facultad...
pero cómo
admiraba ver
los brazos
fuertes de mi papá
con la camisa
arremangada
laburante
y las manos
férreas sobre el volante:
mi viejo, el
comandante más hermoso
de la galaxia.
cierta tarde en
que tomábamos matecocido en el patio
le pregunté por
qué era colectivero
él me miró
serio
apoyó el
jarrito sobre la mesa
y me dijo al
oído
"porque
siempre me gustaron las naves interplanetarias"
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
MARTÍ*
Algunos hombres
quedan en el recuerdo de otros hombres porque se han ocupado de salir de sí,
para ser muchos y aún salirse de su propia vida para entregarla a una causa en
un grado máximo que nadie le exige sino su propia energía y su gran cuota de
amor, que pone en juego sin especular ni pensar un momento su comodidad y deja
un ejemplo, para las generaciones venideras.
Uno de esos
hombres se llamó José Martí. A los 16 años fue deportado a España por conspirar
contra su corona, desde su amada isla de Cuba.
Allí obtuvo los
títulos de Licenciado en derecho Civil y canónico y otra en Filosofía y Letras.
Volvió a
América y se puso a conspirar. Incesantemente se mueve por los países
caribeños, juntando voluntades y medios para hacer la guerra. Se casa en México
con la cubana Carmen Zayas Bazán que lo hará padre de su amado hijo José
Francisco. Regresa a Guatemala y viaja a Cuba donde pronuncia su primer
discurso político .Es elegido Vicepresidente del Club Central Revolucionario de
La Habana. Detenido por conspirar contra el gobierno español es nuevamente
deportado a España y puesto preso. Cuando es liberado sale para
Francia.
En 1880 llega a
Nueva York y recauda fondos para sufragar la guerra revolucionaria en Cuba.
Redacta sus proclamas.
En 1882 inicia
sus colaboraciones con el diario La Nación de Buenos Aires. Publica “Ismaelillo”,
dedicado a su hijo. Allí vivirá hasta 1892, donde escribe y publica un libro
íntegramente para niños, llamada “La edad de oro”.
Una frase suya
se hará famosa, entre tantas. ”He vivido en el monstruo y le conozco las
entrañas”.
En 1891 su
esposa regresa a Cuba. No verá más a su hijo adorado.
En todos estos
años, febrilmente escribe en cuanta revista recoge sus crónicas, con una
infatigable pasión revolucionaria, conspirando siempre para liberar a su patria
del yugo español.
Aunque conoció
a fondo la literatura francesa, no fue un admirador de los simbolistas
como su discípulo Rubén Darío. Estaba más apegado a las tradiciones
hispánicas, pero apegado a las novedades.
Fue un
visionario. Vió en los grandes hombres de América el modelo a seguir: San
Martín, Bolívar, José Antonio Páez, Emerson, y fue el primero en poner los ojos
sobre Walt Whitman y dio una versión ajustada de su gran valor poético.
Limpió de
ripios y oxigenó a fondo la crónica escrita en español. Le dio estatura y
agilidad, carnaduras de un nivel inigualable hasta que apareció su genio.
Nada de lo
nuevo le fue ajeno: Flaubert, Henry James, Oscar Wilde. Todo entraba en la
esponja de su inteligencia inscripto en su pequeño cuerpo de gigante.
Imposible no
comparar las cartas a sus hijos que otro grande, el Che Guevara, enviara a sus
hijos, en lo que ambos intuían el último viaje.
En 1895 se
encuentra con las tropas de otro revolucionario, José Maceo, cerca de
Guantánamo, El 19 de mayo después de arengar a las tropas es mortalmente
herido.
Sin ser
militar, pensó que debía predicar con el ejemplo. Desoyó consejos. Montó en un
caballo blanco, se puso un sombrero del mismo color que acababan de regalarle y
se lanzó a la muerte.
Los enemigos
nunca devolvieron el cuerpo.
El pueblo lo
llamaba El Presidente.
Los que lo
oyeron como orador, dicen que su voz convencía a las piedras.
Era como un
canto de alegría por los tiempos nuevos.
*De Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
*
Voy a quedarme
acá,
abrazada
a tu pecho,
hasta que ceda
la tormenta.
Podés
revolverme
el pelo
suavecito
y dibujar
los signos de
la magia
en mi espalda.
Podés reírte
como te reís
cuando parecés
feliz
y yo te creo.
Vos,
que no sos el
amor,
pero
te le parecés
tanto.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Lectora*
La lectora sube
la apuesta, escenifica el lugar, abre el libro, vuelca las palabras como una
leche tibia.
El corre hacia
la voz con avidez. Toma lo que ella derrama, la abre, la deletrea, la descifra,
la lee, la articula, la silabea.
Alfabeto,
abecedario, música, legado. Busca la piedra primera en el pelo, como un mar
oscuro de peces escondidos, ideas enlazadas, arabescos, lealtades. En el pecho,
emociones al borde entre el sentir y el pensar. En las manos, en
las piernas, en la piel o en la mirada. La piedra del origen de lo
inefable, anterior a las palabras
con las que
ella le nombra el mundo.
Él, encuentra
en la boca de ella, entre la boca y el libro, el lugar casi lecho, donde la
piedra se deshace en hebras y habla.
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
Pan negro*
*Por Victoria
Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
La idea se le
ocurrió a Genaro. Cincuenta años y tierras ajenas de por medio no logran borrar
el recuerdo. A los seis años, su hermano no era consciente de estar
compartiendo con él lo que sería una historia familiar que se contaría hasta el
infinito, como bandera de lo que fueron, como estandarte de resistencia.
‒ Vení Genaro, sentate al lado mío, acá
en el galpón no nos encuentra nadie
‒ ¿Por qué llora mamá?
‒ Por la harina
‒ ¿Qué pasa con la harina?
‒ ¿No sabes que si la encuentran se la
llevan los soldados?
‒ ¿Para qué la quieren?
‒ ¡Para comer! ¡para qué va a ser!
‒ ¡Ya sé! ¿y si no se la damos?
‒ ¿Cómo, no sabés lo que pasó con
el papá de Gina? Por eso también llora mamá
Roberto vivía
del campo. No estaba en el frente porque la guerra lo encontró enfermo como
para poder ir a pelear. Por cuestiones del azar pudo quedarse con su familia.
Muy pocos habían podido permanecer en el pueblo. Hasta su mañana fatal, él
había sido un afortunado. Continuó con su vida en la medida de lo posible. No
vivían cerca del frente, al principio la guerra era una escena lejana que
apenas los rozaba. Junto a su mujer y su hija intentaron que la vida siguiera;
hasta que a los soldados les tocó atravesar el pueblo de camino a un nuevo
frente de batalla.
Roberto tenía
posición tomada y aborrecía una guerra de la que desconocía todo salvo los
efectos que estaba provocando en su pueblo y su gente: amigos que ya no
estaban, otros que volvían muertos o mutilados, hambre. Esa mañana se levantó
como todas las demás a trabajar la tierra ni bien se asomó el sol. Terminó de
desayunar y salió. Se encontró con un grupo de soldados que venían por el
camino que rodeaba su casa y seguía hacia la montaña. Los saludó
con un leve movimiento de cabeza y se dio vuelta para seguir con sus cosas.
“Ey, tú” gritó uno de los soldados. Roberto se detuvo cerró los ojos y respiró
hondo. Un grupo de tres soldados se le acercó mientras el resto siguió su
camino. No eran precisamente amables, bruscamente le exigieron que les diera lo
que tuviese para comer y llevar al frente.
‒ Esta guerra no es mía. La comida sí‒ contestó Roberto
A punta de
fusil lo llevaron detrás de su casa. Agradeció en silencio que su mujer y su
hija no estuvieran esa mañana, habían pasado la noche en la casa de sus suegros
a diez kilómetros de allí. Roberto insistió en no darles los pocos alimentos
que tenía y que si se los entregaba le faltarían a su familia. Sin embargo, no
supo evaluar las consecuencias. En un forcejeo inevitable por un costal de
harina un fusil tronó y mató a Roberto de un tiro certero en el pecho. Los
soldados tomaron lo que pudieron y corrieron a unirse con sus compañeros.
‒ ¿No te diste cuenta de que el papá de
Gina no está más?
‒ Pensé que estaba en la guerra, como
los otros...como papá.
‒ Pero no. Lo mataron unos soldados. El
viejo de enfrente los vio que lo llevaban detrás de la casa, escuchó un disparo
y a los soldados correr con la harina, lo mataron por la harina. Seguro no se
las quiso dar, eso dijo la mamá de Gina, yo la oí cuando fuimos a verla ¿no
escuchaste vos?
‒ No, yo estaba afuera con Gina jugando,
me dijo que estaba triste por lo del padre, pero nada más, no quise preguntarle
porque lloraba y yo quería que estuviera contenta, entonces la distraje
haciéndome el mono y ella se empezó a reír…creí que se había ido a la guerra el
padre, como papá y los otros.
‒ Ahora mamá esta triste por eso, por el
pobre Roberto y también por nuestra harina si se la llevan al frente ¿Qué vamos
a comer? Sin harina va a estar difícil
‒ Tiene que haber alguna forma…
‒ Si la escondemos nos puede pasar algo
malo, no se puede hacer nada.
‒ Tendría que ser esconderla sin
esconderla, sin que nadie se dé cuenta.
‒No te digo, no hay nada que hacer.
‒ ¿Y si la disfrazamos?
‒ ¡Estás loco! ¿Cómo se disfraza
la harina?
Isabella
cocinaba una sopa con las pocas verduras que tenía. Picaba, trituraba y echaba
a la olla con furia. La injusta muerte de Roberto no la dejaba respirar, la
angustia trepaba por su pecho como una marea imposible de parar. Roberto
y su mujer habían sido sus vecinos por años, se llevaban muy bien y
contaban los unos con los otros en los tiempos duros. Cuando ella se quedó sola
porque su marido no tuvo la suerte de estar enfermo como Roberto y marchó al
frente, ellos se convirtieron en su familia. Gina y sus hijos jugaban
como hermanos desde que tenían uso de razón. ¿Cómo iban a vivir sin hombres? La
muerte de su amigo y la ausencia de su esposo hacían la vida tan gris y triste
que solo se mantenía fuerte por los niños y por su amiga, ahora viuda, en
tiempos de una guerra de la que no sabían nada más que el sonido de cañones que
cada tanto llegaba del otro lado de la montaña. Disimulaba lágrimas de cebolla
con lágrimas de dolor que secaba una y otra vez con su delantal sin poder
detener su marcha. “Y ahora con los soldados encima no vamos a poder retener la
comida”, pensó,” ¿qué voy a darles a los niños si se llevan la harina? “Y se
sintió mezquina por pensar en eso cuando su amiga había perdido mucho más. En
eso estaba cuando sus hijos entraron corriendo a la cocina y atropellando
palabras entre los dos querían decir más rápido de lo que podían sus bocas una
idea que parecía entusiasmarlos. Tuvo que calmarlos y pedirles tranquilidad. Al
fin Genaro habló: para cuidar la harina sólo tenían que disfrazarla. Isabella
rió le causó gracia la ocurrencia y le dio una ternura infinita que su hijo
pensara que era posible. Le acarició la cara y se acercó a la mesada para
seguir con las verduras. “No, mamá, en serio sabemos como hacerlo”. Y ahí como
si hicieran juntos un pase de magia sincronizado palabras contaron que solo
debían confundirla con chocolate. Si mezclaban la harina con cacao los soldados
no la reconocerían y así podrían conservarla. Así lo hicieron, en un tambor
pusieron harina y cacao, los mezclaron de tal modo que la harina vestida de
marrón fue invisible para los soldados que no la llevaron ¿Para qué iban a
querer tanto chocolate en el frente?
Durante meses
Isabella y sus hijos hornearon el mejor pan con sabor a chocolate cocinado con
la harina, que los soldados no quisieron llevar, porque no reconocieron de tan
bien disfrazada que estaba. Ellos compartieron con Gina y su madre esos panes
que endulzaron apenas tiempos feroces que los marcaron para siempre.
Por años esta
historia permaneció en sus familias como gesto de resistencia y dolores
compartidos.
No hubo pan más
rico que aquel pan de cacao del otoño de 1916. Hasta las miguitas sacudidas
desde el mantel convocaron a los pájaros a un festín imprevisto, se dieron
cuenta que era un pan oscuro pero pan al fin…
*
En el centro
abismal
de la tristeza
hay un diminuto
insecto:
una luciérnaga
que debate con
la oscuridad.
Neuquén
INVENTREN
El Reynoso*
(De la Estación
Emiliano Reynoso – Ferrocarril Provincial)
Es un pesado
tren el de la memoria. Así lo siente el hombre mientras viaja acunado por el
vaivén del tren de trocha angosta.
El arquitecto
es hoy un hombre viejo. Ha dirigido muchas obras, ha visto desfilar delante de
su mirada a verdaderos personajes entre los albañiles y gremios que trabajaban
en sus obras.
Mira el
recorrido de la línea y se detiene en la Estación Reynoso.
“El Reynoso”.
Reynoso era el apellido del peón que se convirtió en una leyenda que
circuló por años en las obras. Cada tanto cuando le tocaba compartir un
almuerzo con los obreros, alguien contaba la historia, modificada con el
énfasis y el suspenso que le imprimen los Cuentacuentos a sus narraciones.
Los albañiles
son excelentes narradores de historias propias y ajenas.
Al mediodía se
contaban historias, mientras se cortaba la carne del asado y se servía vino
tinto.
Las épocas han
cambiado, ahora casi no existe el ritual del asado en las obras.
“Fuimos
un pueblo alegre” –se dice sin poder profundizar en explicaciones.
Pero el
arquitecto no quiere perder el hilo de los acontecimientos que fueron el origen
de la leyenda del Reynoso:
La obra era una
casa de campo que quedaba en el medio del campo y no era una metáfora. El
campito quedaba a un par de kilómetros de la ruta y a unos 300 metros del
apeadero del ferrocarril, se llegaba por una huella que se hacía
intransitable con una lluvia copiosa. Unas pocas casas perdidas. Un solo vecino
con el que se compartía el alambrado y una línea de eucaliptos altos a los
fondos.
Para comprar
cigarrillos o comida había que ir hasta la ruta. Un solo corralón de materiales
“El cóndor” atendido por los dos hermanos del apellido inolvidable: los
“Cucurulo”.
Costo encontrar
un equipo de albañiles que estuvieran dispuestos a viajar horas en tren para
llegar hasta el fin del mundo.
Los albañiles
trajeron al Reynoso, un correntino fuerte que además de peonar en la jornada
laboral acepto quedarse como sereno en el medio de la nada.
Armamos un
obrador con chapas bastante grande, una parte se dividió para que sea el
dormitorio del Reynoso. Además del catre, ropa y unas pocas cosas el hombre
había traído un pequeño altar caserito del gauchito Gil.
El Reynoso
hacía las compras para el asado y llevaba los pedidos de materiales al corralón
donde teníamos cuenta corriente. En esa época no existían los teléfonos
celulares. Un día aviso que le regalaron una mascota.
-Le puse
“Tigui” dijo. Del gato de Reynoso nos olvidamos enseguida, al hombre se
lo vio comprar botellas de leche, juntar los huesos del asado o comprar hueso
con carne para el animalito. La mascota se quedaba dentro de un sector bien
alambrado pero agreste que ni siquiera fue desmalezado. La única entrada era la
puerta del fondo del obrador – casa del sereno.
Esa zona del
campito en la que no trabajábamos era el equivalente a unas 4 hectáreas. El
proyecto contemplaba en una segunda parte construir allí una amplia pileta de
natación, un quincho y parquizar.
En esa mañana
de enero había un calor demencial. Era una visita de rutina a una obra que ya
estaba en etapa de terminación, estaban los pintores, los albañiles y el
Reynoso que recién había vuelto de comprar las provisiones para el mediodía en
los comercios de la ruta.
Fue todo muy
rápido, como suele ser con los hechos que marcan la memoria para siempre.
Escuchamos tiros. Algunos nos silbaron por encima de nuestras cabezas. Uno de
los pintores se tiro de la escalera al piso. Se escucho un lamento de animal
grande, un ronquido doloroso que venia desde el pastizal. Luego escuchamos el
grito que pretendía emular al del Tarzán de Johnny Weissmüller. Ahí ubicamos al
tipo trepado al eucalipto blandiendo una carabina con gesto triunfal. No
habíamos salido de la sorpresa cuando vimos al Reynoso trepar como un gato al
árbol. Sujetó al hombre, lo bajo a los golpes. Desde el piso con el Reynoso
golpeándolo ese hombre ya no gritaba como Tarzán sino que pedía auxilio,
perdón, piedad…
Los albañiles
salieron disparados, cruzaron el alambrado, lograron sacarle al Reynoso el
cuchillo antes que lo sacara del cinto, creo que lo iba a degollar como a un
cordero.
Fue por esto
que supimos que el vecino era un cazador furtivo –denunciado por cuatrerismo- ,
tenía a maltraer a varios campos de Saladillo. La noticia podría haber salido
en los diarios pero no fue así: el dueño del campo que construía su casa era un
empresario exportador de lana que compró un acuerdo de silencio: nadie diría ni
una palabra, no habría denuncias policiales. Supe que el acuerdo incluía
comprarle su chacra a un precio increíble con tal de no tener a un chiflado
cerca. Reynoso iría a una obra que teníamos en Barracas.
A la mascota la
enterramos en los fondos del terreno. Reynoso que era un hombre grande lloraba
como un niño. Se había puesto sus mejores ropas y tenia un pañuelo colorado
anudado al cuello. Le habían matado a la única compañía que había tenido
durante casi dos años en la soledad de ese paraje perdido en la pampa. Ahí nos
enteramos de una habilidad de su mascota: como un perrito amaestrado traía en
su boca una piedra que colocaba sobre su alpargata, El Reynoso daba la patada
con fuerza y Tigui atrapaba la piedra en el aire o la buscaba entre los pastos
hasta traerla de vuelta a los pies del hombre.
***
20 años después
en otra obra ubicada en el barrio de Núñez a la hora del relato, el capataz
santiagueño volvió a contar la historia pero esta versión era algo mas
verosímil que aquellos hechos ocurridos delante de mis ojos: el vecino era un
joven drogadicto que había ahorcado al gato. Reynoso había hecho
justicia: se había trenzado en lucha y lo degolló sin miramientos.
No dije nada,
me limite a escuchar.
Además, lo del
tigre de Bengala jamás lo hubieran creído.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
***
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MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
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MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
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PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
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