*Foto de Alfred Cheney Johnston.
Regalos
peligrosos*
*Por Alejandro
Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
Las
celebraciones se acumulan en el calendario. Recuerdo que, en mi niñez, las
fiestas se reducían a cumpleaños y a las navidades. Conforme fui creciendo el
mundo se amplió y también las oportunidades para participar en algún evento
para convivir y, sobre todo, intercambiar regalos. Graduaciones, días
inventados para mover las ventas, mesas de regalos para recién casados,
reuniones laborales que aparecen de la nada; aquel compañero que se cambia de
ciudad y que convoca a un último convite que genera, casi por inercia, un
intercambio de objetos comprados a última hora y que, pensamos, le pueden
servir en su nueva aventura. En la actualidad el regalo se ha convertido en un
compromiso constante e ineludible. Ya no más afectos desinteresados. Lo que
rige es un compromiso, una regla silenciosa en la que un regalo tiene que ser
correspondido con otro. Uno de los mayores dilemas surge cuando no conocemos a
la persona a quien le debemos comprar algo. Hay un supuesto importante: ambos
regalos deben conservar un precario equilibrio, es decir, deben ser
equivalentes en calidad y, sobre todo, en precio. ¿Cómo reaccionar cuando nos
regalan algo demasiado fastuoso mientras nosotros, a veces por avaricia o
porque simplemente no tenemos dinero, correspondemos con cualquier chuchería
esperanzados de que las expectativas no sean muy altas? Si nosotros somos los
espléndidos nos sentimos traicionados al recibir una cartera de plástico
comprada en un puesto ambulante o una tarjeta de regalo con la mínima
denominación. Extendemos los brazos y sonreímos lo mejor que podemos a los
bienhechores mientras algo hierve en nuestro interior. Quizás, una de las
ventajas de los intercambios navideños es que se pierde esa reciprocidad
inmediata. Se reta a la suerte y se extrae de una caja un papelito con un
nombre. Si nuestro regalo es mediocre queda la posibilidad de que nuestra
víctima no haya invertido mucho en el suyo y la justicia impere. Si el destino
es cruel no tendremos que enfrentar, al menos de inmediato, la amarga mueca del
agasajado. Por eso, pienso, en el mundo moderno, en el que la
despersonalización de internet y otras maravillas nos sumergen en una burbuja
cómoda y aislada, podemos ir a una mesa de regalos en la tienda departamental y
comprar el regalo más barato de la lista. Total, los festejados se enterarán
después o, tal vez, es nuestro más ferviente deseo, estén tan ocupados con los
preparativos de la celebración que apenas reparen en los objetos envueltos que
se acumulan en la sala. Un día después, en una especie de juicio sumario,
abrirán uno por uno los presentes y pondrán, a los que no cumplieron con las
expectativas, en una lista negra.
Sin embargo, a
pesar de todo este contexto, los peores regalos, los más peligrosos, son los
que nos damos a nosotros mismos. Si el trabajo nos exprime o aparece en el
horizonte una tarea demasiado ominosa, nos recompensamos con pequeños placeres,
victorias efímeras que nos dan, aunque sea por un momento, una sensación de
paz. Son los peores regalos porque funcionan como placebos. El acto arcaico de
comprar una película o –su reemplazo– la suscripción a un proveedor de video
por internet, funcionan como velos que ocultan aspectos de nuestras vidas que
son incómodos. ¿Para qué pensar en aquella planeación que nos pidieron desde
hace mucho en el trabajo si podemos concentrar nuestra atención en aquella
camisa que nos tienta atrás de un aparador? Son esos regalos que se rompen de
inmediato (alguna vez compré un reloj de pared –“made in China”, por supuesto–
que funcionó un día antes de averiarse por completo), que pronto pasan de moda,
que consumimos casi de inmediato, que permanecen por años en un rincón de la
casa, acumulando polvo, estoicos y burlones, los que recuerdan nuestras
miserias.
A LA ORILLA DE LOS FUEGOS…
La ausencia de
abejas sobre Chernóbil *
(a Svetlana
Alexievich)
Algunos ya no
lo recuerdan,
fue en la
infancia de nuestros días
cuando el frío
invierno nuclear
nos acobijaba a
todos en el temor.
Algunos ya no
lo recuerdan,
llevan una
máscara en la memoria.
Fue cuando la
Gran Madre Rusia
era roja y
excluía los pueblos blancos.
En bellos los
jardines de Prípiat
había abejas y
ruidos cotidianos,
pero desde esa
noche de abril
los días
semejaron tumbas mudas.
En las huertas
del cercano koljós
las cosechas de
papas están listas,
pero desde esa
noche de abril
todo fue
ausencias y cesio, y curios.
En el cuartel
de bomberos de Kiev
un puñado de
hombres jóvenes canta,
pero desde esa
noche de abril
serán héroes
muertos con medallas.
En los campos,
en las frondas de pinos
había
trabajadores sanos y leñadores,
pero desde esa
noche de abril
solo un bosque
rojo y suelo infértil.
Porque las
abejas fueron las primeras
en abandonar
las flores quemadas y partir,
el resto de
nosotros aún saludábamos
la promesa
vacía del Átomo para la Paz.
La ausencia de
abejas sobre Chernóbil
nos enterró a
todos en la profunda tierra
y abrió portal
a un cercano futuro azul
a una guerra
sin disparos y al silencio.
Algunos ya no
lo recuerdan,
fue en la
infancia de nuestros días
cuando el frío
invierno nuclear
nos acobijaba a
todos en su seno.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
- 2015 -
Medusa*
Ahora que la
noche
nos protege
deja que las
serpientes de mi pelo
repten desde
los márgenes
al centro.
Que recorran
las plantas de tus pies,
serpenteen las
falanges,
uña y
ligamento,
metatarso y
cuboide.
Yo que no sé
del aire
que llena tus
pulmones
y no he visto a
Tiresias,
adivino tu
nombre
en cada sueño
mío.
No miraré tus
ojos
de impulsiva
mirada
y nunca será
roca
la fibra de tu
cuerpo;
pero si así lo
hubieren
de signar los
oráculos,
déjame que te
mire
con mi vista de
hielo,
seré piedra en
tu piedra
y hoguera en la
fogata
y no habrá dios
ni Olimpo
que entorpezca
a los hados.
Déjame que te
repte,
que te impregne
en veneno,
que lo oscuro proteja
tu secreto y el
mío.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
*
Nacimos atados
al signo del
hombre.
Ser o no ser,
pensar para
evidenciarse,
para hacerse
uno más
entre los que
murmuran
su reflexión
sobre el
asfalto.
Siglos de
civilización
pesan
en nuestras
frentes.
Pájaros negros
entre el cielo
y los ojos,
ávidos de mirar
estrellas.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Espanto*
Cuando la noche
se iba, su vestido
se enredó en el
filo
de la luz
primera.
Su latido de
pánico alcanzó mi corazón.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
La pirámide del
Hechicero*
En las sierras
del Puuc, en Uxmal,
donde las
piedras vuelan de noche
y las voces de
los jaguares negros
tienen cruel
comercio con la luna.
La vieja bruja
remueve los huesos
y entre esos
presagios encuentra
el huevo del
que nacerá el Enano
que podrá ver
el futuro del mundo.
Un mal sueño ha
poseído al rey
y se inquieta
el trono de Uxmal.
El tunkul
retumba en la espesura
anunciando el
fin de su dominio.
Entre chanzas y
pruebas de un día
repudia un rey
la razón del Enano,
hasta que su
cabeza ya no soporta
y con su
muerte, otorga el mando.
Y en una sola
noche de canícula
los sortilegios
doblegan la piedra.
Del ritmo, de
ceremoniales voces
florece la
pirámide del Hechicero.
En las sierras
del Puuc, en Uxmal,
donde las
piedras vuelan de noche
y las voces de
los jaguares negros
tienen cruel
comercio con la luna.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
- 2015 -
*
Tal vez
porque crecí
a la orilla de
los fuegos
temo
al crepitar de
la madera.
Hay un engaño,
en la tibieza
del leño,
en la levedad
naranja
de la llama:
una fiesta
encendida
en los ojos del
hombre.
Cuando el fuego
encuentra
el viento
propicio,
la hoguera
desmadra.
Y quema los
pájaros,
las tardes,
los talas.
los nidos,
el pasto.
Quema las
palabras.
Tal vez
porque crecí
oliendo a
cenizas
temo
-tanto temo-
mi cuerpo de
agua
convertido en
brasa..
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
Y será sobre la
piel...*
Hoy voy a pasar por la palabra para hablarle
a mis sueños, decirles que no avancen
porque el dolor desciñe sus figuras danzantes.
-y la tarde acongoja cuando aborda esta nave-
Debo protegerlos porque la vida abrevia
y en la mía, atardece.
Voy a pedirles que no avancen
aunque sé que ellos van a entrar en mi alma
sin pedirme la llave...
...y será sobre la piel como la caricia del agua
cuando es tibia y abraza.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
Autobiografía*
No soy más
que una sombra
de la china
proyectada en
el tiempo
una palabra
escrita,
otra palabra
una canción de
cuna
que me cantó mi
madre
la trenza de la
abuela
Robinson
mi padre en su
sillón de ruedas
tomado de mi
mano
un hijo
un amor que se
fue
para toda la
vida
mis hermanos
una amiga
que traigo
desde niña
otros amigos
mis perros
tres aves
errores y
desiertos
un éxito, un
fracaso
y esta alegría
que crezco
cada vez que
estoy triste.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
Voces*
Las de siempre.
Las nuevas.
Las perennes...
Tienen sed,
igual a la sed de piedad
que sacude mi
corazón.
Algunas cantan,
otras balbucean
muchas gritan
y me agiganto
en madre.
También yo las
abrazo.
Pero esperan
más.
Es tan grande
la impotencia
con tantas
voces hablando ahora juntas
sin entenderse,
acusando, desmintiendo.
Tienen sed,
igual a la sed de piedad
que sacude mi
corazón.
Mis magras
fuerzas no alcanzan para nada.
Quiero parir
pero no puedo
hasta que no se
oiga un canto.
Voces...
¡Canten! ¡Salven!
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
¿Adónde vamos,
ávidos y
errantes.
buscando la
felicidad?
¿Acaso
merecemos
por habernos
erguido en
nuestros pies
algún don
distinto de los
pájaros?
Estas manos
-las mismas
manos-
que
construyeron
y destruyeron
imperios,
no pueden
sostener
el leve peso de
la alegría.
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
***
http://inventren.blogspot.com/
“Gerli /
Avellaneda” *
Soleado
amanecer de primavera. El Licenciado Alberto, psicólogo de profesión, viaja en
tren rumbo a Berazategui. Debe encontrarse con Cecilia, operadora social, a fin
de realizar la visita del arresto domiciliario de uno de sus chicos, menores
con causas penales, del Centro de Referencia de Quilmes. Desearía poder abrir el
nuevo libro de Liliana Bodoc que acaba de comprarse, pero hoy el pasaje está
más que concurrido. Apenas puede mover uno de sus brazos, mientras escucha a
Jamiroquai a través de los auriculares del celular.
Al llegar a la
Estación Gerli, recuerda el arrebato que sufriera un par de años antes.
Regresaba una tardecita desde Constitución, abstraído con la mensajería del
WhatsApp, cuando un joven de buzo y gorrita, que nunca llegó a distinguir, le
manoteó el teléfono a través de una ventanilla abierta, ni bien se cerraron las
puertas del vagón. Oleadas de impotente bronca lo sumieron en un profundo bajón
anímico. Crueles autorreproches lo torturaron hasta que descendió
apesadumbrado, quince minutos después, en la Estación Lomas de Zamora: “¿Cómo
pude descuidarme y ser tan boludo? ¡Encima, trabajando con menores causados!!!”
Las puertas del
vagón se abren en Gerli, y el Licenciado vuelve a ponerse en guardia,
quitándose un auricular de la oreja, escrutando cada detalle a su alrededor,
viviendo en constante alerta ante posibles robos; la cruel realidad argentina
del siglo XXI. Escasos pasajeros ascienden rumbo a Constitución, y al momento
de cerrarse las puertas, a poco más de un metro de distancia de donde él se
encuentra, un brazo ingresa veloz a través de la ventanilla baja, intentando
apresar un celular de manos de un pasajero situado junto a la ventana. Éste,
estudiante universitario, con increíbles reflejos, y soltando el teléfono, que
cae al piso del vagón, aferra la muñeca del arrebatador con ambas manos, tirando
hacia dentro y abajo. El adolescente de gorrita, uno de los tantos que merodean
por la estación, golpea el borde de la ventanilla con su hombro y su frente,
quedando atrapado, en el instante mismo en que el vagón comienza a moverse.
Varias manos
aferran el brazo prisionero, solidarios de la víctima, hastiados de tanta
impunidad. Al estudiante se le suman un oficinista de traje y un operario de
fábrica. Un par de mujeres también amagan con retenerlo.
—¡¿A quién
carajo le vas a robar, hijo de puta???!!!
La velocidad
del tren aumenta, lenta pero decidida. El adolescente retenido ni siquiera
consigue articular insultos. Se aferra del borde de la ventanilla con la mano
libre, intentando en vano zafarse, corriendo sobre el andén, para luego
tropezar, los pies apenas rebotando contra el suelo, dando extensos pasos de
gigante. Los gritos dentro del vagón aumentan, excitados. Ni el chofer ni los
guardas de seguridad parecen haber advertido la maniobra.
Hasta que el
adolescente cae, colgado de la ventanilla, arrastrando los pies sobre el andén.
El tren aumenta aún más la velocidad saliendo de la estación. Y al llegar al
final de la misma, el cuerpo despatarrado del adolescente, emitiendo un agudo
gemido, se estrella contra la columna enrejada y la garita de guardia, con un
ruido seco y atroz. El brazo escapa de inmediato de las salvajes zarpas que lo
retenían, en una lluvia de sangre que salpica a cuantas personas se encuentran
alrededor de la ventanilla, tiñendo todo de rojo. Femeninos gritos de terror
estallan dentro del vagón, que nunca se detiene. El estudiante, el oficinista y
el operario resoplan, contemplándose las manos vacías, inspeccionándose las
salpicaduras de sangre ajena, mientras el primero recoge el celular del suelo.
Un extraño clima de adrenalina y satisfacción se esparce a lo largo del pasaje,
en absoluto indignado.
“¿Todo esto
será real?”, piensa Alberto, sorprendido tanto de las reacciones de sus
semejantes como de las del personal ferroviario, invisible y pasivo. Conmovido
de que situaciones horrorosas se naturalicen de esta manera.
Recién al
llegar a la Estación Avellaneda y bajar del tren, observa corridas en el
personal policial y de seguridad, quienes apenas indagan al pasaje, trabajando
con desgano. Al parecer, la culpa por el incidente será por siempre de
Fuenteovejuna…
Absorto,
atraviesa el túnel de la Estación Avellaneda, realiza la combinación con el
tren del nuevo ramal electrificado vía Quilmes, consigue sentarse en uno de los
mullidos asientos, actuando en estado de shock, como si viviese una realidad
paralela y personal. Al progresar la marcha del tren hacia Berazategui y
contemplar a su izquierda el perfil a contraluz de los estadios de
Independiente y Racing, el Libertadores de América y el Cilindro de Avellaneda
respectivamente, lo despabila el zumbido de un mensaje en su celular. Es
Cecilia, quien le informa que acaba de solicitar una carpeta médica ante una
tremenda descompostura de la que no consigue desprenderse desde hace días.
Adiós visita
domiciliaria. Él no se anima a viajar solo hacia allí, algún barrio humilde
rodeado de asentamientos donde siempre es mejor ser baqueano o kamikaze.
Alberto putea
por lo bajo. “¿Por qué no me avisó antes de salir? Habíamos pautado la visita
desde la semana pasada…” Guarda con rabia el teléfono en su funda, mientras
espera seguir viaje y descender en Berazategui, a fin de tomar el 603 rumbo al
Cruce de Varela. De pronto, sin siquiera acordarse del libro de Bodoc o de que
el MP3 de su celular hace ya rato que se ha silenciado, repara en las gotitas
de sangre que se han ido secando sobre su mejilla.
¿Será la
primera sangre de la mañana?
*De Aldima.
licaldima@yahoo.com.ar
2015.
***
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ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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