*Obra de Cecilia Aguado.
Villa Gesell. Argentina.
No quiero
cantar*
No quiero
cantar y se me hacen sangre las palabras
y brotan
obstinadas como una vena abierta
encharcando el
silencio de la tarde que espera
un tren, una
odisea o el fragor de mis gritos.
No quiero
cantar pero mis voces no se apagan
y siguen
derramando susurros delirantes
hacia el cielo
indiferente del crepúsculo.
Mas en las
estaciones abandonadas no hay certezas;
tan sólo
ausencias
oquedades
recuerdos de
miradas
vagos gestos de
adiós como una llaga en la memoria
un vértigo de
trenes perdiéndose en la noche...
Sólo la
estación desierta
una voz
aletargada entre mis labios
y el eco atroz
que no puede escucharse.
*Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro
Y EL ECO ATROZ QUE NO PUEDE ESCUCHARSE…
MIS ZAPATOS*
Mis
zapatos están rotos
y ya no
se pueden
volver a
arreglar.
Tienen
la edad del tiempo
el
terrible desconcierto
de las
eras
la
desenfrenada
desventura
del hombre pobre.
Pobre,
no es quien no tiene
que
comer,
sino el
que no tiene la
posibilidad
de elegir.
Y mis
zapatos, ya no tienen
puntos
cardinales que seguir.
Mis
zapatos están rotos.
Y ya no
podré colocarles
diarios
adentro
para que
no se me congelen
las
costillas.
Ahora,
mis zapatos, que tienen
la edad
del viento
me
muestran, al costado
de mi
cama, el dolor del mundo,
la
triste desventura humana.
DESEMPLEO*
Abro el
diario buscando el aviso
que no
me dará un empleo.
Llueve
afuera
y el
frío, golpea como un puño
sin
piedad
las
paredes cada vez mas débiles
de una
casa transitoria
como
todo en la tierra.
No hay
trabajo.
No hay
empleo.
Sólo he
visto
vendedores
de humo,
contadores
de suicidas
(siempre
hay vacantes en la morgue)
rociadores
de campos de Soja
sin
problemas de horario
y
traslados a cualquier parte
del país
del hambre.
Abro el
diario buscando el aviso
que me
dará de comer hoy,
acaso
mañana.
Ya van
tres semanas que vuelve
a salir
el aviso de los rociadores
de
agrotóxicos.
CRIMENES*
Dos
horas antes
que el
cielo se encienda,
Caín,
desesperado
por más
droga, deambula
como un
perro rabioso
con un
cuchillo
en el
lugar del corazón.
EL ANTIGUO PARAISO*
Un
ángel, bebiendo café
en mi
cocina
me dice
que algo
no anda bien.
Tomo un
vaso con agua
y vuelvo
al calvario
de mi
cama solitaria
y fría
musitando
si será
en el
cielo
o en la
tierra.
AGUA NEGRA*
Agua
negra que estás en el cielo
y
desciendes con furia
en las
bocas de los pobres…
Agua de
los desperdicios
agua de
las cloacas
agua
negra del dolor
agua
negra de las confesiones
del
apremio físico
del
costillar mordido
del
golpe cobarde y sordo,
del
hematoma.
Agua
negra que sacude
la vida
el aire
las 7
capas del cielo.
Agua
negra, espesa, difícil
de
tragar.
Agua
negra que duele
Agua
negra que marcha
como una
sombra helada
delante
y detrás
de un
cuerpo lacerado
sin
fuerza ya para gritar
porque
el agua negra
baja con
furia
sobre la
vocación humana
de los
hombres.
*Poemas
de Jorge Palma. jpalma@adinet.com.uy
Montevideo.
URUGUAY
A SHORT
BRIEF OF THE AMERICAN HISTORY*
Para Howard
Zinn
Yo sé en donde
se esconde
el último
pájaro
de qué color
son sus plumas
y la intensidad
desesperada
con que éste
canta al
amanecer
cuando los
predadores
buscan
hambrientos
sus polluelos.
Yo sé en donde
comenzó el
grito
de la montaña
hacia adonde
se dirigieron
sus pies
cuando le
arrebataron
a los suyos
haciéndolos
recorrer
la oscuridad
envueltos
en lágrimas.
Yo sé en donde
cayeron
asesinados
los mineros
después de
declararse
en huelga
en donde
enterraron
sus cadáveres,
diez mil metros
en pleno
corazón oscuro
o quienes
celebraban
el silencio con
un nudo
sobre las ramas
de los árboles.
Yo sé
que sus
rabiosos perros
les arrancaban
la piel que
odiaban
a mordidas,
que en las
cárceles
se asesinaba
a plena luz del
día,
a quienes no
doblegaban
las cabezas
ante
el “Uncle Sam”
o Nelson Rockefeller.
Yo tampoco
olvido
quién envenenó
las esquinas de
los guetos
con marihuana
y cocaína
quién asesinó
a Fred Hampton
con 39 balazos
en la cama
mientras dormía
encarceló a
Leonard Peltien
a Óscar López
a los “África
Family”
y a Mumia. Yo
sé
que me conoces,
que tienes
mi teléfono
pinchado
que puedes
espiar
con quién
duermo
debajo de mis
sábanas
que puedes
echarme
en boca de la
noche
a ser devorado
por tus lobos
caucásicos,
pero tu
corazón,
ese que nunca
miente
te denunciará
como a una
cobarde,
que se esconde
debajo de la
excusa
de proteger a
los más débiles.
América,desenterraré
tus crímenes,
para que
los ciegos
escuchen,y los tontos
conozcan la
soledad
que está en tu
carne
de bajas
pasiones humanas
y de tumbas.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
“CEREMONIA DE
ARENA” *
“…maniatados a
una conciencia que es el tiempo, no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos
delicadamente nos arrancan los párpados para dejarnos ver sin tregua cómo
crecen las plantas del balcón, cómo corren las nubes al futuro…”
JULIO CORTAZAR
Era arena
liviana. Precaria. Transitoria
Espora
arrastrada por el viento.
Ojo de aguja.
Mano de nervios no videntes.
La puerta es
ciega. No hay llave. Ni ganzúa.
Separar la paja
del grano. El espejo no refleja su rostro..
La Cábala la
besaba en la boca.
Le quitaba la
tierra de los ojos.
Pequeña niña.
Mujer del mito de Platón.
Colgada en el
tendal del equilibrio.
Muerde el reloj
que señala las doce.
El ya no
vendrá.
Dormirá con la
dulce idea de la eterna erección
Él, también
reaccionaba ante el vuelo de un pájaro.
(Creo que ella
nunca lo supo)
Puede ser tan
falaz. Tan estupidez. Tan Vida.
Nunca olvidó la
agridulce sensación de su sexo.
El sexo es
pendular. Fluctuante. Irresoluto.
El cruce del
umbral se dio en el cielo de la piedra.
Era una espora
arrastrada por el viento.
Ella dormía con
la cara tapada. Nadie lloraba.
Nadie llora
cuando se renuncia a Dios.
Todos absuelven
a la muerte. No a la muerta.
Era un martes.
Solo yo lloraba.
Ella miraba no
se adonde con sus ojos de sílice.
Ceremonia de
arena. Liviana. Precaria. Transitoria
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
Bendición
*
Si vas a caer,
que sea.
Que temas al
abismo,
que se abran
las viejas
cicatrices
como las
amapolas.
Que te
entregues al viento,
que te sepas
efímero.
Que nunca seas
el mismo
cuando te
levantes.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
http://temblor-esencial.blogspot.com.ar/
***
InvenTREN
Inventren*
Al amigo Coiro,
que sueña trenes.
Lo que vemos
desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta
de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de
blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece
ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados
de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de
niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a
participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades
y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra.
Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas
por grabar, de mundos por descubrir y relatar.
Si nos
acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un
apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando
lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue
verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá
forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se
los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados
en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el
sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de
este paisaje.
Nuestros pasos,
lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos
aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado
e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han
desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También
faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de
animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su
último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de
hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes.
No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro
tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles,
como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y
encuentros.
Dentro del
inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le
llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una
suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que
se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota
trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se
pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos
amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente.
La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las
vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que
iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía
escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía
atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo
seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el
país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el
tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin
trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando,
sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía
conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche
no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es
posible despertar.
Por eso no es
extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos
muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón
de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También
hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas.
"No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos"
dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta
gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no
hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio,
con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve
en esa intersección imaginaria.
Un rato más
tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de
alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio,
quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan,
tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro
de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a
pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en
su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de
camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste
inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante,
señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado
fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve
y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás,
mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en
cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan,
apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y
abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma
cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo,
aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos
durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese
momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado
del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos
callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más
pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se
habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos
conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle
con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus
pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas
sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae
una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco
reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que
fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta
nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura.
Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este
día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la
vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.
Ha ido llegando
más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la
lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora
concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque
nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar.
Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va
transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa;
sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos
confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque
nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se
extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos
que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la
primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es
posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada
ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que
entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten
los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos
ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible,
diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá
sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato
después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano
aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos
del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos,
tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro
ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde
viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la
inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta
esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de
nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener
sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen.
Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas
interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un
punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo
remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene
del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar
con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas
nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El
círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser,
pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los
caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca,
poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero
inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria
resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un
chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este
barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le
reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo
general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común:
"Vamos subiendo. Es la hora".
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
***
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POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
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ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
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VILLANUEVA.
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