*Obra de Luis Alfredo Duarte
Herrera (1958-2010)
-Ver galería en
Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
Ovillo
entrecortado*
Tal vez ser y
estar
no sea
suficiente
para sostener
un cuerpo
una historia
una generación
de muertos
la memoria que
va y viene
sobre un hilo
encerado
tan fino
capaz de
partirse
y caer
zigzagueando
en el pozo de
la ausencia
con un
movimiento tan sutil e indiferente
que se asemeja
a las aves cuando caen
la gravedad que
empuja el cuerpo muerto
desafía la
creación de volar
tal vez el
recuerdo sea un ovillo violeta
entrecortado,
trozos unidos
de existencia
y la palabra
apenas una forma
de soportar el
dolor.
*De Vanesa
Álvarez. vanesui@hotmail.com
LA ÚLTIMA FE QUE HABITA EN LA CENIZA…
AHUECO MI MANO*
Ahueco mi mano
procurando que
el aire quede amordazado allí
pero el aire se
escapa
como si huyera
de sí mismo
o no soportara
perder la libertad,
debe sentirse
solo el aire
de repente
lejos de mi
mano.
Hay un hueco en
el interior del hueco
donde el aire
estuvo
apenas un
tiempo escaso,
sin duda
yo podría
entrar allí
todo lo que soy
podría entrar
allí.
*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com
Celestina*
A mi abuelo le
amputaron la pierna
mi abuela la
enterró en el patio
-dice que los
médicos se la dieron-
al otro día el
viejo murió
ella volvió a
su casa
y sobre la
tumba de la pierna plantó una celestina
que cuidó
durante muchos días
hasta que al
fin floreció
cortó las
flores
las puso en un
jarrón
al lado de su
cama
el olor a
flores pudriéndose
en medio del
silencio
fue todo lo que
le quedó.
*De Vanesa
Álvarez. vanesui@hotmail.com
*
Y si me quedo
qué.
Y si me quedo
con el fuego en la piel,
ardida
como una brasa
abandonada después del incendio,
la última
brasita,
la precaria
última brasita
la fatal última
brasita a merced del viento.
Y si me canso
qué.
Y si me quemo
y arrebato los
campos, los pájaros, el cielo.
Si quiero arder
y ardo
como un Fénix
hambriento
y devoro los
restos de la tarde y la lluvia
y este hastío
en el cuerpo.
Y si me duele
qué.
Soy la última
fe que habita en la ceniza.
Todo el fuego
es mi fuego.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
No me verás
morir, mamá*
*De Luciana
Reif. lc.reif@gmail.com
No me verás
morir, mamá,
no me cuidarás
hasta mis últimos días,
no sabrás con
quién duermo
ni a quién amo,
no mirarás
por el ojo de
la cerradura,
no escucharás
mis pasos
cuando llegue
tarde a casa.
No sabrás si
soy fiel, si cuido bien
a mis hijos, si
soy feliz.
No estarás ahí
cuando me duelan
los huesos
viejos y cansados,
no me cuidarás
cuando me este yendo,
no podrás
interponer tu cuerpo
entre el mío y
la muerte.
No sabrás quién
soy,
no conocerás el
color de mis canas
ni las arrugas
de mis manos.
Te irás antes,
no estarás ahí, mama,
no estarás
cuando yo me muera.
(Inédito)
-Luciana
Reif nació en la localidad de Lanús en 1990. Es Socióloga y becaria CONICET
por la Universidad Nacional de Avellaneda. Participó de la antologías El Rayo
Verde (Viajero Insomne, 2014 y 2015). Poemas suyos fueron traducidos al
italiano por el Centro Cultural Tina Modotti. Coordina junto con Valeria De
Vito el ciclo "Lo que tan rápido fuga" y junto con Luisina Varona el
blog "Un hogar fuera de mí". "Entrada en Calor" es su
primer libro publicado (El Ojo del Marmol, 2016).
EL BRAZO
IZQUIERDO DE LA INQUIETUD*
Yo pertenezco a
un tiempo
que aún
no logra romper
la densa
placenta
de luna agria,
un tiempo
para el cual
no se han
inventado
otros números
que resulten
creíbles,
que expliquen
el beso bipolar
incongruente,
como
lo siento
recorrer ahora
por el brazo
izquierdo
de mi ombligo,
como la blanca
inquietud
de un gusano
devorando
las hojas del
reloj
biológico
de mi madre.
Y yo, olfateo
en el rabo
equivocado
del perro
que me ladra
con el brazo
izquierdo
de la inquietud
arremangado
por las arrugas
que entristecen
mi confianza
de hombre
soltero,
ignorado
por el amor
insatisfecho
de sus dos
manos
íntimas.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Recursos de las
sombras*
El aliento de
la brisa
aletea en las
cortinas, se lleva
los rumores del
mundo.
Por la noche,
cuando las manos
del reloj
convocan un sueño que no llega
estos muros
efímeros se levantan.
Los recursos de
las sombras
tienen una
cinta-azul-sedosa
por la que bajo
hasta el fondo,
hasta no hacer
pie
ni siquiera
sobre un ensueño…
En momentos así
quisiera liberar
un recuerdo
prisionero. Apenas
puedo salvar
una imagen,
robarla.
Áspera de
astillas,
lastimada de
impotencias
atravieso estos
muros blandos
y monstruosos
y a falta de
palabras me muerdo
la voz.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
CUANDO NO TE
PERTENEZCA*
Me pregunto
cuánto durará tu amor, qué parte de mí es la amada.
Si es a mí a
quien deseas o es a esta mujer que está a tu lado, que parece lo mismo pero no
es igual.
Alejada ya de
un hombre, me ocurre seguir preguntándome por su salud, por sus achaques, por
sus afectos y su transitar por las aceras. Alejada ya definitiva,
irrevocablemente, me ha ocurrido recordarlo con ternura, sonreírme en el
colectivo, desearle en silencio y desde lejos un feliz cumpleaños, si
necesitamos un ejemplo.
No soy afecta a
recontar defectos, a caer en críticas de acero y piel desgarrada.
Me ocurre
rememorar sin ira y con aprecio, me ocurre sentirme unida por un pasado común a
ese ser que ya es un extraño, y que ya hizo que los días y las noches me fueran
borrando de sus sábanas y del olor en los cabellos.
Y me ha
ocurrido golpe tras golpe escuchar que la otra mujer, la mujer de antes de mi
pareja ya no existe, no significa nada, es un fantasma, un cadáver amortajado
en el extranjero. Es la madre de mis hijos dirá, es aquella con la que cometí
el error de casarme, lo que sea, pero nada, nada de nada, ni un aleteo sutil de
sentimiento, ni una rosa en el libro, ni una cajita de fósforos escondida en un
cajón. Ni una sonrisa, por dios, para quien debe de haber reído, charlado,
hecho el amor en un lejano tiempo de felicidad.
Yo no nací hoy
ni me han parido ayer y sin historia. Los hombres que fueron parte de mi vida
fueron queridos, y no reniego tan pronto ni tan levemente de los afectos.
Quizás porque tomo tan en peso y profundidad la palabra amor es que me sea tan
difícil pronunciarla. Pero yo los he amado a todos, y a todos los sigo
queriendo.
No me mueve el
que este hombre sea mío, que sea hoy mi pareja, novio, esposo, lo que sea pero
mío. Lo quiero porque lo quiero, porque lo encuentro bueno, noble, propicio
para la querencia. Puedo quererlo sin posesión e inclusive desde el abismo de
las décadas o los kilómetros. Que no haya ni pueda haber un futuro compartido
no quita la ternura ni la calidez de una caricia lejana.
Cuando me dicen
que me aman, y cuando me lo dicen ahora mientras cocino, o escribo, o recorto
una cartulina azul. Cuando me dicen que me aman, me pregunto cuánto durará este
amor, cuán larga es su sombra, hasta adónde abarca. Me pregunto, mi amor, si tu
cariño tiene una correa como esos perrillos volubles, que tan pronto saltan al
amigo que llega, como le dan la espalda y son todo fiestas para el nuevo
visitante.
Sin necesidad
de que la estatua de alabastro sea de mi propiedad puedo disfrutar su belleza,
sin que la magnolia presida mi jardín puedo admirar sus flores de gigante, sin
que estés a mi lado puedo valorarte. Y no te negaré cuando la noche caiga, ni
cuando el gallo cante hasta la tercera vez.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Más textos: http://auroraboreal.net/literatura/puro-cuento/2025-relatos-de-monica-graciela-russomanno
LO MEJOR*
El viento sopla
para peinar
mis
pensamientos.
La sangre en
mis venas
se vuelve agua
soñando lluvias
perladas en mis
hombros.
Quiero olvidar
el paraguas
la capa
o el sombrero.
Mejor a piel
desnuda
a cabellos
revueltos
a uñas sin
esmaltes
a pies llenos
de barro.
Mejor parecerse
a un árbol
en cuyas ramas
se cuelgan
pájaros raros,
tan raros
que nadie
conoce.
Mejor ser un
pez
nadando en un
Cosmos
infinito.
Mejor
despojarse
de la historia
y del nombre impuesto.
Mejor volver al
origen
aunque esta sea
sólo una semilla.
Mejor hundirme
en la tierra con la lluvia,
disolverse
y disolverse..
*De Patricia
Dajruch. lalupayelbuho@outlook.com.ar
*
Con el filo
de mi lengua
corté
a ras / el
recuerdo
del último beso
que nos dimos.
No sangran
comprobé
las cosas
secas.
*De María Belén Aguirre.
(Tucumán – 1977)
InvenTREN
El presente imperfecto*
*Por Héctor Ángel Benedetti.
Hacía mucho frío y todavía era de noche cuando llegó a la avenida
Triunvirato, donde estaba la estación del Central Buenos Aires. Miró hacia el
fondo de la otra calle: aunque cercana, la verja del cementerio solo se dejaba
intuir por secciones, raramente iluminadas por los faroles de la vereda y los
tachos encendidos de los primeros floristas que ya de madrugada trabajaban en
sus ramos; del enorme pórtico griego tras las rejas se veía, o podía deducirse,
su columnata. El ángel de la trompeta apenas era una mancha. Demasiado temprano
para estar ahí (pensó). Desde la esquina, más allá del ferrocarril, la
perspectiva se confundía pronto en la oscuridad a pesar de las débiles
salpicaduras amarillas que significaban un tranvía o la vidriera de un café.
Cruzó en dirección a la terminal. Caminó con pasos tranquilos, porque en
realidad faltaba buen rato para abordar el tren que habría de ponerlo, horas
más tarde, cien kilómetros más lejos.
Junto a la plataforma, el convoy estacionado parecía mayor de lo
que en verdad era; sin embargo, de todas formas tenía su longitud: un mixto de
cargas, encomiendas y pasajeros, encabezado por una locomotora de seis ejes,
prendida y ansiosa por salir a echar vapor. La juzgó perfecta. No era una
fascinación técnica, ¡qué sabía él de mecánica!; era más bien por aquel
armónico esplendor de acero rodante, todo un arte de temple viril. Prefirió
esperar arriba a que se hicieran las siete; buscó un asiento del medio.
Lentamente su coche fue poblándose. No muchos viajeros, ninguno muy notable.
Uno leía el diario con gesto de apatía; adelante, una señorita se concentraba
en mirar por la ventanilla un punto fijo del andén. Llamó un poco la atención
al subir una familia de caras ruborosas, con pinta provinciana, quizá de los
campos de más allá del Pilar; marido y mujer de tanto en tanto hablaban en voz
muy baja y con frases cortas. Los chicos se durmieron enseguida. Alguien de
atrás tosió. Él leyó otra vez el boleto de cartón, que conocía de memoria; lo
guardó en un bolsillo de su saco justo cuando sonó un silbato agudo y vino el
sacudón de arranque. Afuera seguía sin amanecer.
Para las siete y media el tren ya había tomado la vía principal y
comenzaba a despejarse cada vez más rápido del suburbio. Recién por Manzone
asomó el sol; un sol invernal que los árboles obstruían, pero suficiente para
mostrar el paisaje de las quintas, de unas calles de tierra que cortaban en
diagonal, de un almacén, de una alcantarilla, de un caballo pastando, de otro
ferrocarril que corría paralelo a pocas cuadras, de un ciclista solitario junto
a la garita de un guardabarreras, de un palomar. Después de cruzar un puente de
fierro (no reconoció el río: era el Luján), notó que el tren ingresaba a otro
empalme y torcía un poco más hacia el norte, a la vez que el entorno se volvía
definitivamente rural. Ahora, un caserón distante o un horno de ladrillos eran
las novedades; lo habitual, el ganado y los molinos. La familia provinciana se
bajó en Pavón. Doce kilómetros adelante vio la tapia trasera de otro
camposanto, más antiguo que el de la Chacarita, donde subiera; era el
cementerio de Capilla.
A las once menos cuarto el tren marchaba encajonado entre los
pastizales de una trinchera: la entrada a la estación de Zárate. Aquí bajaron
todos. El andén estaba varios metros abajo del nivel de calzada; la mañana,
aunque muy luminosa, seguía siendo fría; en este lugar era, además, húmeda. Los
pasajeros se repartieron por una escalera en herradura que ascendía hasta el
edificio principal y pronto se dispersaron por la calle Mitre. Él no tenía tanto
apuro. Ahí mismo compró un periódico, El Debate; y con ese andar tardo y
desinteresado que fingen los forasteros cuando les sobra el tiempo en un pueblo
que apenas conocen, se fue a leerlo a una confitería de la plaza, diez cuadras
más allá.
Las noticias locales no le importaron, pero se fijó en el aviso de
una pieza ofrecida en alquiler. También estudió la sección de empleos.
* * *
—¿Qué me pasó?
Casi no podía abrir los ojos, molesto por la claridad y el dolor de
cabeza (sintió como si tuviera clavado un punzón en la frente). Intentó
incorporarse de la cama, pero la enfermera lo reacomodó.
—Está usted bien, señor Ramírez.
—No me llamo Ramírez. ¿Dónde estoy?
—Tuvo un accidente y lo trajimos aquí; nada demasiado grave, pero
perdió el conocimiento. No se asuste si por ahora no recuerda mucho. Su patrón
se ocupó de todo, señor Ramírez.
—Ya le dije que no me llamo así. No sé de qué patrón me habla; por
favor, dígame dónde estoy.
—En el hospital del Carmen, de Zárate.
—¿De Zárate? ¿Qué hago acá? Dios mío. Tenía que estar en Tribunales
muy temprano. ¿Qué día es hoy?
—Quince.
La respuesta lo desconcertó.
—¿Acá el tiempo va para atrás? Salí de mi casa el dieciocho…
—¿El dieciocho de qué mes?
—El dieciocho de agosto.
—Estamos a quince de diciembre. ¡Ah, aquí viene el doctor!
* * *
Le prometieron la visita de un especialista. No soportó la
dilación: al atardecer tomó su ropa —la halló en una mesita junto a su
cama— y se vistió con sigilo y rapidez. Se fue del hospital. En el saco
descubrió unos pesos; a un viejo de la calle Pellegrini le compró el último
ejemplar que le quedaba del diario El Eco tan solo para confirmar en qué
día estaba y para tener la excusa de preguntar por la estación de trenes. El
viejo le indicó que caminara hasta la avenida y doblase a la izquierda; iba a
cruzar una vía, pero esa no le convenía para ir a Buenos Aires; según este
hombre, era preferible seguir unas cuadras más por la misma avenida hasta la
estación del Central Argentino, que ofrecía mejores horarios y un recorrido más
corto (La vía que tenía que cruzar era la del Central Buenos Aires por la que
él viniera, pero no la recordaba; la otra, la sugerida del Central Argentino,
nada más le proporcionó que la borrosa imagen de una excursión de su niñez a la
finca de unos tíos en San Pedro).
Con la cabeza aún latiendo y todos sus razonamientos aturdidos por
las circunstancias, abandonó el diario en un cesto y se dirigió a la estación
recomendada. Allí pidió un boleto. Sentado en el último coche, aguardó el toque
de salida del servicio local a Villa Ballester de las ocho y cuarto, que luego
combinaría con el eléctrico a Retiro. Miró su reloj. Miró por la ventanilla. La
tarde había devenido en una noche magnífica.
El tren partió y al rato ya pasaba por un negro embarcadero de
hacienda; después, por unos terrenos anegados que de a poco fueron erizándose
en un pueblo grande y en una refinería tenebrosa; de allí salió a un malezal
interminable bajo la luz lunar. Llegó a ver fugazmente unas cruces de palo y
una pequeña ermita al costado del terraplén. Una pareja de chacareros se apeó
en Otamendi. Sin saberlo cruzó de nuevo el río Luján. A medida que avanzaba,
los campos se achicaron en granjas y se hicieron más frecuentes los pasos a
nivel; en un punto ya todo fue ciudad. Se puso fría la noche.
Trasbordó y llegó en plena madrugada a destino, donde las cosas
estaban como ayer.
*Héctor Ángel Benedetti es un escritor argentino nacido en
General San Martín, provincia de Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1969. Su
obra comprende diversas materias; las más frecuentes son la narrativa de
ficción (cuentos, novela), crítica literaria, relatos de viajes, e historia y
análisis de temas relacionados con la cultura argentina.
Ha sido publicado por editoriales como Seix Barral, Planeta,
Sudamericana, Corregidor, Proa y Siglo XXI Editores, entre otras. Varios de sus
escritos premiados hoy forman parte de antologías.
Desde diciembre de 2010 integra la comisión directiva de la
Sociedad Argentina de Escritores.
***
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POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
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ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
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VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
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