*Dibujo de Erika Kuhn.
*
Vos y yo
conocemos el
valor de la tristeza.
Somos
los que
habitamos la intemperie,
los que
encendimos en la noche el fuego
para no morir.
Los que
buscamos una mano,
un cuerpo,
otra soledad
donde
anidarnos.
Somos los que
temblamos,
todavía.
Los que
celebramos
la pequeña
victoria de reír.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
LOS QUE HABITAMOS LA INTEMPERIE…
Lo que hubiera
querido ser:
Se despierta. Sueña con el
pasado. El pasado vuelve escalonado, desacomodado, trastocado. Se despierta
molesta. Todavía tiene ese gusto en la boca. Suena el teléfono. Va al baño. Se
lava la cara y los dientes. Se mira al espejo y recuerda fragmentos del sueño.
Flashes. Imágenes. ¿Por qué con mis ex?, se pregunta inquieta.
Con uno fantasía, amor, sexo,
cariño. Con el otro reproche, violencia, enojo, agresividad. Por uno, hubiera
dado la vida. Por el otro, tuvo que dar la vida a cambio de nada o menos que nada.
Nada. Por uno, dejó pasar el tiempo, actuó tarde, lo dejó ir sin saber lo que
perdía. Por el otro, anestesió parte de su vida en años que no valieron la
pena, no actuó, se dejó ir a sí misma, sin saber, tampoco, que perdía de ella.
Federico y Mario, dos antagónicos e insoportables pasados que volvían en sus
sueños.
En el sueño ella era como
hubiera querido ser. Estaba radiante, brillante, etérea. Federico le decía —por
fin— que quería estar con ella; entonces nada más había que decir: se besaban
en un beso eterno, sin prisas, demorado y apasionado. Los dos se sentían vivos,
enteros. Estaban embarcados en una fantasía que habían reprimido por mucho
tiempo, años enteros en la vida real, pero que en este sueño cobraban vida y se
iban transformando rápidamente en una sensación de bienestar anhelado. En
cambio, desde la otra esquina del ring y en lo ideal de su sueño con Mario,
Julieta era como hubiera necesitado ser: tras la terrible discusión hecha
monólogo —casi tal como la vivió unos meses atrás— Julieta decidía no callarse
y tomaba las riendas del pleito, después de una larga y convincente explicación
en donde argumentaba los motivos reales de su infidelidad. Después de un
tiempo, lograba —mediante un gesto— que Mario comprendiera todo lo que
necesitaba comprender de un tirón, sin planteos. Mario se dejaba rendir y caer
al piso y con él en el suelo caían también todas las fichas con dolor. Ella se
iba y él —esta vez— no la frenaba. Ambos habían comprendido todo: la relación
empezaba a ser pasado y la pareja se había disuelto para siempre. Sin escenas
de sentimentalismo barato, sin violencia, sin marcas en el cuello, sin insultos
ni golpes bajos. Entonces, el cariño (que alguna vez habían sentido), quedaba
en un cajón; como un recuerdo feliz; sin rencor.
Julieta vuelve al baño. Se
refriega los ojos y la cara con agua. Las gotas caen por su rostro hacia el
lavatorio. Sus ojos están pálidos. Sus mejillas están levemente rosadas. Se
sonríe. Se arrepiente de esa sonrisa. Se tira agua bien fría en la cara, de nuevo.
Se seca despacio y toma su celular. Manda un mensaje:
Para: Federico
“Querés que nos encontremos este
viernes?
Beso, Juli.”
**
-ANGIE PAGNOTTA: Nació en
Godoy Cruz, Mendoza, pero a los pocos meses se vino a Buenos Aires, por lo cual
es 98% porteña. Es Escritora y Periodista. En 2012 fundó Revista Kundra:
literatura aleatoria y el portal de Arte y Cultura, Baires Digital. Trabajó en
contenidos de Redes Sociales para Duro de Domar, TVR, Fútbol para todos, 678 y
Diario Registrado, entre otros. Colaboró y colabora en distintos medios de
Argentina como Revista El Gran Otro, el suplemento Cultura Registrada,
Continuidad de los libros, Diario Femenino y el portal de entrevistas
Entrevistar-Te. En 2013 obtuvo una mención en narrativa por su cuento “Alejandra”,
otorgado por la Biblioteca Nacional. Escribió Nada que no quieras, su
primera novela que se encuentra en proceso de corrección y será publicada en
2017, al igual que un libro de cuentos en el que se encuentra trabajando.
LA LLUVIA
ENSUCIÓ MIS PANTALONES*
De la mañana a
la noche anduve
con mis
pantalones manchados por la ciudad,
la lluvia
que había hecho
salir el barro de la tierra
se
escabulló tenaz por entre las baldosas
y me asaltó
así
como un triste
animal manchado
quedé.
La ciudad
brillaba siguiendo su costumbre
brillaba para
mí
que soy opaca y
traigo
palabras
escondidas
para casos de
necesidad
de penuria
de escasez
de apremio
brillaba
la ciudad
desde sus más
oblicuos perfiles para mí
que fui y vine
y regresé
de una punta a
otra de los horizontes
con mi pantalón
manchado.
Después
cerca de la
llegada de la noche
cuando nadie se
acordaba ya
del agua que
cayó y dejó sus brillos
fugaces
resbaladores de
luces
nacidos para
morir antes de tiempo,
mis pantalones
manchados de animal
causaron risa
mucha risa
esa que casi
siempre
mata las bocas
de la gente triste.
Mañana también
lloverá
y tendré que
salir.
Mañana también
lloverá.
*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com
La Puelcheana*
*Por Graciela
Vega. cielavega@yahoo.com.ar
Al pie de la
sierra más alta de Lihué Calel, debajo de un alero de piedra, Puelcheana y Kurá
guardaban las mantas de piel de guanaco y una pila de leña. El hombre salía a
cazar animales y la mujer recolectaba semillas. Sobre la roca habían dibujado
sus nombres con ceniza y raíces. Por las mañanas les gustaba subir a la
montaña, haciendo equilibrio
entre las
piedras. Saltaban esquivando las espinas. Se desafiaban para ver quién de los
dos llegaba primero a la cima. Siempre ganaba Puelcheana que conocía los atajos
y las huellas de los animales como nadie. Arriba, mientras esperaba al marido,
se detenía a mirar la inmensidad.
En ese amanecer
de agosto, el sol —como una flor naranja— subía frente a las sierras.
Puelcheana se refregó las manos para entibiarlas y las miró. Eran pequeñas y
ásperas como el desierto. Cielo y sal por todos lados, solo las sierras
protegían del viento y ofrecían un poco de agua para beber. Esta vez algo le
oprimió el pecho. Se estremeció y buscó abrigo en el viento. Esta vez Kurá se
demoraba. A lo lejos, Puelcheana percibía la voz del volcán mientras un poco
más abajo los jotes volaban alborotados. Apretó la frente entre las rodillas y
así, acurrucada, sintió los latidos del corazón. Respiró profundo y levantó la
cabeza. Por el desfiladero, allá abajo,venía Kurá.
Quiso mirar y
la sal, extendida como un manto sin límite, la encandiló. Siendo niña la había
llevado por primera vez a la boca y ahora la sed le volvió a la memoria. Amaba
ese lugar en donde había nacido y era feliz. Solo que a veces, cuando rugía el
volcán, ella y Kurá pensaban en partir hacia el llano en busca de un lugar más
estable. Pero Puelcheana no estaba convencida, no podía imaginar una vida fuera
de las sierras.
Se frotó los
ojos con los dedos y estiró el cuello. Kurá subía, menos mal, por el
desfiladero y ella, aliviada, planeó bajar a escondidas para sorprenderlo. Pero
de pronto, la montaña se sacudió. El volcán estaba vivo. Puelcheana quedó
paralizada. Debajo de ella las piedras se partían. El susto le contrajo una
pierna como a los flamencos de la laguna del salitral. Atenta estaba. Oyó
nuevamente la voz del volcán. Hubiese querido estar en el refugio con Kurá,
entibiando el cuerpo a su lado. Bajó el pie y la montaña volvió a temblar. El
volcán no callaba. Puelcheana se puso en cuclillas y nuevamente se rodeó con
los brazos. Otro sacudón y se puso de pie y gritó. Después corrió, saltó de
roca en roca, arañándose las piernas al tropezar. Cayó. Volvió a levantarse una
y otra vez. Kurá la llamaba para bajar y huir.
—Puelcheanaaaa...
Entonces la
montaña se dividió en dos. Kurá cayó también y la grieta los separó.
—Puelcheanaaaa...
Ella detuvo el
paso. Se detuvo. Quieta. A un paso de saltar hasta él. Hubo un nuevo temblor y
la grieta se hizo más profunda. La lava no tardó en bajar. Ella quedó de un
lado, él del otro. Puelcheana lloraba ahora. El cuerpo no le respondía. Saltar
o quedarse. No tuvo tiempo para pensar y el corazón decidió. Si sus pies
hubiesen huido antes... Kurá era su compañero... pero el deseo de permanecer
había sido más fuerte.
Primero fueron
los brazos los que se extendieron hasta terminar en puños de los que brotaron
espinas. Toda ella se balanceaba sobre la roca. Le siguieron los pies que como
raíces se hundieron en las uniones de las piedras. Y Puelcheana se fue
abandonando a su deseo. Pronto todo el cuerpo se puso verde y fue cubierto por
esas blancas y filosas agujas. Del pecho le brotó una flor naranja como el sol
que se levanta cada mañana frente a las Sierras de Lihué Calel.
*Fuente: Aurora
Boreal®
-El cactus
llamado Puelcheana solo crece en estas sierras. Los paisanos suelen
llamarla también "Traicionera" porque, bajo el aspecto inofensivo de
las flores, las
espinas asoman como dientes. Si alguien la toca, ella teme que la saquen de su
lugar.
Solo entonces
usa las espinas para lastimar al osado, abriéndose en la carne y desgarrándola
sin compasión.
En el caudal
espeso de mi sangre*
Te quedaste a
vivir
en el caudal
espeso de mi sangre.
Estás allí,
escondida,
ciñéndote al
redoble acompasado
de un corazón
que lentamente va apagándose...
Mas, de pronto,
te elevas
sobre el
silencio inerte de la noche,
de súbito
apareces, exultante;
un trote
repentino despereza mis venas
y estás de
nuevo ahí, llenando mi recuerdo
con el calor de
tu palabra ardiente...
Y por un
instante, creería que estoy vivo...
Pero pronto
recaigo en el letargo.
Lo demás es
quietud, desesperanza
y un reloj
incesante que astilla la penumbra.
Te quedaste en
mi sangre, a la deriva.
Yo
me he resignado
a ser tu laberinto.
*De Sergio
Borao Llop . sbllop@gmail.com
*
La imaginación
-ese autoengaño
de adelantar el tiempo-
me permite ir
por un atajo
hacia el
encuentro de los sueños.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
UNA INTEMPERIE
REGADA DE ESTRELLAS*
“No saber de
uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar.”
Fernando Pessoa
-Recorte del Libro
del desasosiego.-
Caminábamos de
la mano por la calle peatonal de su ciudad, hoy lejana para mi. Era invierno y
de madrugada, íbamos como suspendidos en el aire. La noche estaba estrellada y
limpia, por momentos parecía que el cielo se derrumbaba y las estrellas estaban
ahí nomás, como al alcance de una mano extendida.
Estábamos solos
en la calle o al menos sentíamos que éramos los únicos seres presentes en ese
momento tan único y tan frágil a la vez. Una pareja que buscaba una casa, una
cama para resguardarse de un frío polar.
Y ahí
aparecieron las preguntas sin respuesta sencilla. ¿Que hacía allí lejos de mi
pueblo con ella? ¿Que era aquello tan fuerte que nos unía? ¿Era el amor o la
devastación de la vida antigua la que nos dejaba unidos en esa intemperie
regada de estrellas?
Pensé en la
intemperie como algo primitivo: una pareja se refugia de temores y amenazas
bien reales. Buscar una caverna, encender el fuego, abrazarse, cubrirse con
unas pieles. El mundo era ese ínfimo presente, la idea de la presencia del
pasado en sus vidas no tenía sentido. El futuro por definición no existía. Solo
ese presente.
Después
llegaron trabajosamente los descubrimientos. Los seres que viven su realidad en
un escenario interno que llevan consigo, en una neurosis que los protege y
limita a la vez. Su propia caverna y el rugido de sus ancestros dinosaurios por
si no alcanzara con los miedos reales de la jungla social.
En eso estaba,
bien perdido en pensamientos sin solución, cuando llegamos a su casa.
Y antes o
después del cariño físico, Raquel me trajo las pantuflas de su ex marido para
que no se enfriaran mis pies en el camino al baño.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
DESPUÉS DE LOS
CREPÚSCULOS*
¿Qué queda,
al fin,
después de los
crepúsculos?
¿Un beso
indiferente en las mañanas?
¿Una caricia,
casi distraída,
rozando mi
mejilla despeinada?
Pues,
es en este
instante en que decido
que no voy a
rendirme sin batallas,
que no acepto
rutinas,
ni pretextos,
ni caderas de
secas naftalinas
en mis rincones
de obediencias ásperas,
ni sueños
maniatados,
ni mohos
transitorios,
ni lunas con
mordaza.
Que voy a
resistir,
cada
centímetro,
de éste,
mi territorio
sin palabras,
que voy a
encabritar mis rebeldías,
que voy a
amarte con la piel descalza
y el fuego,
y el temblor,
y las entrañas,
y algunas veces
voy a odiarte tanto
que estallará
un volcán en mi garganta
y una lluvia de
lenguas derretidas
caerá sobre tu
furia estupefacta,
que voy a
combatir,
desde mi
insomnio,
con toda la
estrategia necesaria
para ganarle al
mundo las contiendas
en los
desfiladeros del hastío,
sin esquinas,
ni magias.
Y después de
centurias de crepúsculos
aún andaré de
soles rigurosos,
aún llevaré la
risa agazapada
nutriéndome de
cielo los relojes,
procreándome
caminos en el alma,
porque aquí,
en el desorden
de mis días,
la vida es un
oficio que se asume
insolentando al
hombro la esperanza.
*De Norma Segades Manias. directoragaceta@gmail.com
-DEL LIBRO: EL AMOR SIN MORDAZAS
A un visitante
*
Todo te
parecerá
incómodo
irritante
sucio
de tan
viejo.
Te recostarás
sobre un
colchón
hundido.
Te taparás
con sábanas
raídas.
Comerás
harinas
fréidas
fideo
mucho
arroz.
Te
despertarán
el ladrido
de los perros
una pelea
campal
entre mis gatos
el obstinado
croar
de los
escuerzos
pidiendo lluvia
después
de una jornada
de 50º.
Y la lluvia
misma
cayendo
sobre el techo
de chapas
te parecerá
el fin del
mundo.
Todo
te parecerá
salvaje y
peligroso
incluida yo
en mi guarida.
Si lográs
ganarte
el corazón
de Tití
quizá
te ofrende
una serpiente.
*De María Belén Aguirre.
(Tucumán – 1977)
*
Yo, que vivo en
un universo bastante asombroso nunca entenderé a la gente que funciona con
catecismos y certezas. Pero los respeto, aunque ellos nunca respetan la
irrealidad del mundo.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
InvenTREN
El vagón*
Y estoy aquí,
frente al remozado vagón-comedor de un añorado tren.
Las roídas
maderas de su escalinata, el pasamanos de hierro que vibra bajo mi mano.
Fantasmas de
huellas digitales de infinitas manos. Desconocidos inmigrantes llegados a estas
inconmensurables pampas a sembrar semillas, hijos, huesos.
Me siento en
uno de los bancos, cierro los ojos y los oídos a los infames motores del
boulevard próximo y los espíritus centenarios invaden el lugar.
Puedo oír el
acompasado trac-trac de las ruedas sobre los durmientes de quebracho. Percibo
el agua de colonia de las mujeres, encorsetadas en largos vestidos, me llega el
picante humo de tabaco negro. Los quedo murmullos del duro alemán, los
exaltados diálogos italianos.
El apocado peón
criollo, mirándose pensativo las alpargatas.
Me saca del
ensueño la llegada de clientes del vagón-bar. Vuelvo a la realidad del coqueto
lugar. Han respetado todos lo detalles del antiguo vagón, sus doradas farolas
con pantallas de cristal opaco, la sobriedad de sus maderas y los vidrios fijos
de las ventanas adornadas con cortinas de voile blanco, apagan los ruidos de
este siglo y se extraña los lejanos aires perfumados de lino y ortigas que éste
mismo vagón acumulaba en sus viajes por los campos santafecinos.
*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
ÁLVAREZ DE TOLEDO
POLVAREDAS. JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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