lunes, enero 16, 2017

EDICIÓN ENERO 2017.


*Foto de Mónica Russomanno.











XXV

Tercera mujer cerca del fuego*



Que simules

ver una mujer cerca del fuego y que su vida sea un cuento

para dormir. Una mujer con la lengua

llena de lastimaduras,

ésas que producen las palabras

deformes. Que simules ver el Aqueronte

cerca, a sólo un paso, el inestable color del vino en tu mirada

y en la mujer con frío. Que simules

ver una mujer cualquiera como las otras,

y que se te agote la vista

ante esa cosa oscura de los perros

que ladran a la luna,

como si supieran

como si la mujer supiera

el salto del instante. Que simules

la secreta unción que une al fuego y las mujeres,

el cielo verde y los hielos, o que simules

ver a la pobre mujer de Brueghel

como virgen etérea que apresa al unicornio.

Es tarde ya para simulaciones,

para soñar paraísos:

cualquier hecho es el primero de la serie

o el último. Y cualquier hecho

mirarlo o no mirarlo

revela

siempre lo mismo:

la vocación de abismo de las cosas.



*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

-Del libro “Cazadores en la nieve”.
Buenos Aires, La Letra Eme Ediciones, 2014.
















RITO*



Celebramos nuestro rito cada día
adorando a nuestro dios rectangular.
Rendimos culto a una pantalla
o a las fugaces sombras que la habitan.


Reímos a la hora de la risa,
lloramos cuando el llanto es la consigna,
nos postramos ante el último profeta
salido de las entrañas de un showtime
y adoramos sin mesura la sublime palabra
de modernos predicadores con corbata
que nos hablan de los muertos convenientes,
de los que son noticia, de aquellos que no mueren
en oscuras callejas o al borde de una idea,
de aquellos que no caen de un andamio
ni llenan sus pulmones de inmundicia
en el oscuro fondo de una fábrica
o en los túneles ciegos de una mina.


Pero también esos cadáveres anónimos
que mueren día a día sin violencia
en el turbio corazón de la metrópoli
son una herida en el alma de las nubes.


Yo canto por los muertos que se miran
el rostro cada día en los espejos;
canto sus ojos graves, resignados,
su desencanto crónico, su antiguo
cansancio que no cesa.
Yo canto por los muertos
de los que nadie habla, los anónimos
silenciosos fantasmas ambulantes
que no siembran estelas ni levantan
murmullos a su paso, los que venden
su tiempo en una esquina, los que callan
y dejan que la vida les aplaste
sin un grito ni un gesto ni una lágrima.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El alba sin espejos”








*

Nos parece mentira.
Y no.
Son tus ojos
asomando en color sepia,
inmóviles
frente al paso de los años,
con una felicidad montada entre los dientes
acabada de estrenar.

¿Son tus ojos?
¿Qué mirabas,
hacia dónde,
qué buscabas
con los ojos ardidos de inocencia?
¿De qué reías,
ingenua,
qué mundos
merecías conocer por el privilegio
de ser buena?

Quema mirar atrás.
Quema
como si fuera a hacerme de sal.

Nos parece mentira.
Y no.
Ojalá lo fuera.

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com













DESAUTORREALIZACIÓN*



A punto de ser yo mismo
sentí un miedo atroz.
Desde entonces
pretendo ser el yo
del otro que no cuestiona.



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es












*


Me pregunto si sos
una suma de recuerdos,
de pasado sobre pasado de manera continua
hasta llegar al presente
como punta del iceberg de todo lo vivido
o si más bien sos
la irrupción en mi memoria
de ciertos momentos puntuales
que surgen sin avisar
pero que están escondidos siempre,
como pequeñas piedritas
que sostienen todo un mundo.

(De Seres pequeños)



*De Valeria Cervero.

valecervero@hotmail.com














A Leteo*


*de Melisa Mauriño.


Ciertas noches de luna oscura
deslizo una cuchilla sin filo
a través de la fría piel
de un río cuyo nombre
he olvidado

cuando llego
al otro lado de la serpiente
de agua imperturbable
afilo mi cuchilla sin filo
contra una piedra
tan lisa
como una lápida fresca
hasta que saltan chispas
o insectos o lágrimas

hundo mis dedos
en carne tibia y digo
“los animales
de la oscuridad
no deben buscar la luz
aunque a todos
nos sienta bien morir
abrasados, una vez”

cuando la lumbre calla
o el aleteo
se hunde crepitando
en la oscuridad
oigo el murmullo de los sauces
como si supieran
que me hamaqué en sus ramas
y me acaricié
con sus hojas la pena

tomo el filo cegador
entre las manos, sangro
apenas un signo sobre la piedra
los insectos estrellados
en mi almohada
o mi nuca
que golpea contra ella
hasta estallar
en sueños breves

para cuando amanece
estoy tan blanca
a orillas del saucedal
con las alas mojadas
las uñas rotas
la mirada perpleja
de haber estado envuelta
por muchos siglos
en la placenta de la noche

despierto y soy temblor
debajo de la mano abierta
del sol
que descubre a un paso
la piedra partida, la almohada
cortada en dos hemisferios
y el espanto
en la corriente que fluye
mientras los peces
anclados al lecho
un sueño de muerte
donde no hay puertas
ni ventanas


*Poema incluido en La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016)



-Melisa Mauriño nació en la provincia de Buenos Aires el 13 de diciembre de 1985. Es Licenciada en Psicología egresada de la UBA. Hizo su Residencia en Psicología Clínica en el PRIM Hurlingham y actualmente es residente de la Residencia post-básica interdisciplinaria en Cuidados Paliativos en el hospital “Dr. Enrique Tornú” y docente en la Universidad Favaloro. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016).
















LA ESCRIBIENTE*




La Leo es la viejita siempre niña, una ancianita que las convulsiones infantiles fijaron eternamente en unos siete años inmóviles de picardía en los ojitos pequeños, siete años de cabecita rizada y risa y llanto fácil.
Llora cuando recuerda a la mamá, que la acompañó en el geriátrico hasta los cien años pero se fue un día, el año pasado, y la dejó solita. Se ríe cuando alguna cosa le hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y se dice a sí misma “esta Leo, esta Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo largo de sus más de siete décadas de vida.
Y la Leo escribe. Escribe, trabajosa y concentradamente. Escribe en su mesa, ajena a las visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan próximos y a la vez tan lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya renunciaron a la esperanza. Ella escribe porque la niñez no renuncia a la esperanza. La Leo escribe con las manitas de dedos cortos, y cada tanto se levanta con pasos bamboleantes a mostrar cómo escribió allá debajo del punto cruz con lapicera “Leonor Taborda”. A veces copia palabras de libros o revistas. Y esconde las letras debajo de enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras veces, escribe cartas. Cartas donde cuenta que se murió la mamá, que se murió el hermano, que en su cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o mate con bombilla, y no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que alguna vez se adivinan frases pero en las que siempre se comprende el llamado, la esperanza de que sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se acerque a su naufragio.
Las cartas ocupan carillas de papeles doblados torpemente. Cuántas cartas, me pregunto, cuántas cartas a esos destinatarios que hace sesenta años fueron niños que su mamá recibía como alumnos particulares en la casa. Y que ahora son también ancianos o que han muerto en lejanas camas y ciudades distantes.
Ella recuerda bíblicas genealogías, recita los nombres de los ausentes, el nombre de los padres y de sus hijos. En su universo infantil siempre se han de nombrar padres e hijos, y los recuerda a todos. La dirección que indica es “Calchaquí”, “Santo Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el lugar preciso: enfrente de la farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos en una topografía de peatón o de vecino. La vida sencilla, los mapas de la infancia, las décadas superpuestas y las cartas que nunca llegarán a los difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se diluyeron en una Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe, y entre las palabras indescifrables anota bien clarito “Salta 3534”, para intentar forzar al destino de soledad con su correcto remitente en “Las diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un trazo temblequeante mamá murió. Hay que contar la noticia. Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo grado de hace sesenta años, los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando era pequeña y aprendió a cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las cartas para la legión de ausentes que pueblan su memoria exacta con precisiones ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los renglones con fibras. La Leo escribe al universo, tiende puentes de papel y tiempo elástico. Tiene fe en esos emisarios que dejamos las cartas en cajones, sobre las repisas, cree en la eficiencia de esos extraños devenidos en correos que finalmente desechan las misivas con los residuos cotidianos y los objetos inútiles.
Y yo escribo sobre la Leo para tender puentes de palabras en un universo indiferente, para darle pelea al tiempo, para enviar una señal luminosa que atraiga barcos a su naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua Leonor, yo no tengo fe en emisarios ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo desde mi adulta tristeza percibo la ferocidad de las distancias y la temible ausencia de los destinatarios. Yo, mientras escribo, te veo en tu silla afanándote en tus cartas y, como siempre, envidio la pueril, maravillosa felicidad de los creyentes.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com









*


Definitivo
el Otoño
gira hacia el rincón
de los árboles
hacia esa gramilla
incendiada
ese inminente silencio
que seguirá
a los bramantes insectos.

Nada quedará
apenas la luna asome
su cara de queso redondo
tras las hojas del pino más alto.

Y yo, caminaré
de regreso a la casa
pensando
en la inquietud
de tu ausencia.



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
-Un inédito-















LUCIA LOPEZ*


“Si no son como niños, no entraran en el reino de los cielos”.



Historia de vida




5 de Junio de 2011: ha fallecido Lucia López, residente de una institución para personas con discapacidad de la Iglesia Católica, y a mucha gente aunque parezca raro, no le está resultando fácil imaginarse cómo vivir en un mundo sin ella. Había ingresado a los 12 años de edad. Cuando murió tenía 78.

¿Cómo transmitir a los que no la conocieron, quien era Lucia y cómo era Lucia?  Mi conocimiento de ella, personalmente, tuvo varias etapas.


Primera Etapa: Lucia tenía una discapacidad que le impedía mover sus brazos y sus piernas. Cuando pequeña, en su casa del Tigre, se arrastraba sentada en una lona de arpillera. Lo primero que uno percibía cuando se acercaba a  ella., era una amable  señorita ya entrada en la tercera edad, cordial, medida, de sonrisa muy fácil, casi jovial, de mirada chispeante, alegre.

Era una persona sumamente sociable, muy solidaria con sus compañeras y auxiliares,

siempre activa a través de sus posibilidades (pintaba mantelitos con la boca), generadora  constante de climas agradables, siempre disfrutando del encuentro con los demás, atenta a las necesidades del otro, muy cuidadosa en el trato, caía rápidamente simpática. .Siempre era agradable estar a su lado. Pese a  sus años y su rostro arrugado, había en ella algo de un porte juvenil, optimista, alegre, que llamaba la atención. Era, entre sus compañeras de rosario, mate y trabajo, la líder que las organizaba y armonizaba. Ellas siempre la seguían, y cuando Lucia estaba enferma, su pieza era el punto de reunión donde todas iban a tomar mate. Un sacerdote amigo le hacía bromas siempre diciéndoles “Lucia y su pandilla“. Era muy buena con sus compañeras, y, como es sabido, no hacia diferencias entre ellas. Era un persona autentica y genuinamente religiosa.   Siempre colaboraba en las tareas del Hogar, que conocía en detalle, y en el suministro de medicación, y era la mano derecha de las hermanas nuevas, a quienes guiaba y orientaba.

Nunca la vimos de mal humor, nunca con el ceño fruncido ni enojada.

Yo, personalmente, nunca la vi triste, aunque con el tiempo me entere de que tenía sus grandes  tristezas, que la habían hecho sufrir mucho.

Una auxiliar que la conoció durante 30 años, nos dice con honda nostalgia pero también  con fresca y actual emoción: “la extrañé, y la sigo extrañando”.  Un señor cuya familia siempre la llevaba a su casa, nos dice: “Vamos al hogar, y falta ella,…falta, falta, es como si faltara la mano derecha del hogar”. Otro: “Lo que siempre me ponía bien, es que Lucia siempre decía que nosotros éramos su familia”.


Siempre la vimos serena, incluso en una ocasión en que una hermana inexperta la acuso injustamente de algo, situación nada fácil, ella se mantuvo equilibrada, mansa y pacífica. Tuve la oportunidad  de poder conocerla más a fondo a partir de que armamos un grupo de lectura y escritura, por un pedido suyo. El grupo se mantuvo durante más de 12 años, cohesionado, activo, siempre interesante y alegre. Ella, rara vez se olvidó de darme un regalo en su nombre y en el de sus compañeras cuando era mi cumpleaños.

Mi conocimiento de Lucia se profundizo de un modo un tanto sorprendente, y aconteció luego de su velatorio. (2 etapa) Iban caminando delante mío dos señores de clase media, y de pronto, uno le dice al otro: “A mi, Lucia me transformó la vida”. Y el otro le responde para mi sorpresa, “A nosotros también”. Eran miembros de dos familias que solían sacar a Lucia a pasear. Me quede impactado. Todos queríamos a Lucia., pero no me hubiera imaginado, lo confieso, que Lucia pudiera tener una influencia tan poderosa  sobre gente ya madura, hecha y derecha en la vida, y de quienes la separaba un abismo educativo y cultural. Cómo hacía Lucia. ? Qué hacía Lucia? Repetí esta experiencia  varias veces hablando con gente que la había conocido. Cualquiera  hubiera pensado que en realidad, la  beneficiada era ella, por un “acto de caridad” de esa gente, pero algo decía a las claras que la situación era un poco más compleja. Como pudo Lucia con su estilo sencillísimo y modesto, con sus límites sociales, culturales, de lenguaje incluso, conmover la vida  de estas personas?  David derribando a Goliat? Pero, donde escondía Lucia su honda? (Uno no puede evitar pensar instantáneamente en la historia de San Antonio María Vianney, el santo cura de Ars., también limitado intelectualmente, lo cual no fue obstáculo para su santidad).


Mi conocimiento de Lucia como profesional continuó profundizándose con la aparición providencial de tres libretitas que la encargada de su hogar encontró entre su ropa. (3 etapa) Aquí me encontré con una faceta de Lucia que no me había imaginado. Lo que estaba allí escrito me permitió conocerla desde una dimensión impensada. Fue como ver detrás de un hermoso tapiz, el complejo entramado de hilos que producían su belleza.


Leo entre sus pensamientos: (transcribo la redacción tal como ella la escribió).

“En el año 1984 más o menos por la mitad del año me sentí muy mal, yo no sé si el señor me está probando o soy yo la soberbia, tal vez prueba mi amor por Jesús y la Virgen, así que aunque se me venga un ejército yo no tengo que fallar, tengo que seguir adelante. (Lucia en este momento tenía 51 años).


”A principios del año 1985 lo pase otra vez mal, pero muy mal, yo no sabía qué hacer, ya no quería vivir más, quería irme del Hogar, para dar catequesis a los niños pobres y mostrar a Dios a quienes no lo conocen.”

“Querido Jesús: estoy triste, desanimada por completo,….siempre estoy sola….sufro mucho”. ( sin fecha).

Otro: “Hoy estuve muy triste, y me dolió pensar qué triste es mi vida, pero también tengo días lindos, con alegría, y otros tristes, pero debo estar siempre contenta, porque a pesar de que estoy enferma , tengo la gracia de Dios, y ahora que estoy grande siento la vocación de entregarme a los demás”.


12 abril 1986: (“Para mi hacer los votos fue un cambio total, una gracia enorme. Yo como enferma pensaba que era una cosa imposible,  pero me di cuenta de que para Dios no hay nada imposible”.)

“Jesús mío, yo quiero estar junto a vos para colmarte los dolores que sufrís por nuestras faltas. Mis dolores no son nada”. (Sin fecha).

Sus reflexiones van pasando del querer cuidar y amar “a los pobres” en general, a querer atender a sus compañeras discapacitadas, Siente que Jesús está en ellas, siente que su misión y sentido de la vida está allí. Pasa de una suerte de “idealismo adolescente” a un realismo adulto y maduro.

Continúa: “Cuando tenemos una enfermita difícil no sabemos cómo sacárnosla de encima, y decimos “Es loca, es para el manicomio”, pero nosotras, rezamos por esa persona? Tal vez Dios nos quiere probar por medio de esa persona, para ver si sabemos practicar la paciencia, si podemos mejorarla por medio de nuestro cariño y amor y  hacernos así santas”.



Resulta sorprendente leer todo esto. Vemos como Lucia va adquiriendo a medida que madura, una mirada sobre el mundo, sobre la vida, y sobre Dios, que la va transformando.

Aquí la pregunta es: ¿Cómo se produjo un cambio tan grande en ella?  Que misterioso puente unió a la Lucia  sufriente, con la Lucia serena, entregada y atenta  al sufrimiento de los demás, olvidada de si misma, tranquila y feliz? Que une a  la Lucia enferma, (según ella se nombra) con la Lucia consagrada a la enfermedad de los demás? Como logró recorrer tan accidentado y difícil camino, encontrando en él fuerzas y claridad?  Pensamos que se fue identificando con el amor genuino de muchos de los que la rodeaban y cuidaban, y que fue absorbiendo desde su nivel de comprensión, las verdades de su Religión. (“Yo de la hermana Margarita puedo decir que fue una madre, y con su dulzura me corregía, Yo veía la paciencia que me tenía, era muy amable y caritativa. Ella parecía muy severa, pero era porque yo no la conocía bien. Con su dulzura hacía que se me pasaran todas las angustias”).


Una anécdota de sus comienzos en la institución, que ella misma nos contó, nos permite  dimensionar la magnitud del cambio: cuando venían visitas, ella, avergonzada, huía hacia el fondo, hacia los baños, y se escondía allí, dispuesta a no salir, hasta que esa visita se fuera. El peso de su cuerpo dañado, distinto, le resultaba aplastante, inaceptable, imposible de abordar, ni de pensar. Un sacerdote que acostumbraba  a sacar a pasear a los residentes, hacía lo siguiente: Se paraba en la otra punta, y le decía “Lucia !!! si no salís, yo me voy a quedar parado acá toda la tarde hasta que vos salgas !” Y así lograba que Lucia fuera de paseo con todos los demás.


Años después, vemos operado en ella, un giro copernicano, su cuerpo ya no le pesa, no se queja ni está deprimida, se siente valiosa y cómoda, adquiere vínculos, los cultiva y conserva, atiende a los que están más necesitados que ella, se maneja con una gran fluidez social.


Lucia había realizado un profundo y genuino camino espiritual, con absoluta seriedad  y absoluta y confiada entrega. Y a la par,  una valiosa elaboración psíquica de sus carencias. Vemos aquí parte del hondo entramado entre lo psíquico y lo espiritual. En el silencio de su modestísima condición, asumió y aceptó el dolor, y se lanzó, firme y decidida, con los brazos abiertos hacia Dios y hacia los demás. Comprendió el sentido del dolor en la vida humana sin necesidad de profundas conceptualizaciones,  y descubrió la forma de superarlo: ir hacia los demás, encontrarle un sentido. Lo que muchas personas más inteligentes que ella no logran, naufragando en el dolor, o en el sin sentido, o en el miedo o las dudas, ella lo concretó ejemplarmente. Entregándose con total generosidad y confianza, transformó, no solo la realidad de los demás a su alrededor, siendo un profundo factor de bienestar y de calidad de vida para los otros, (no sólo pares, sino también empleadas, hermanas, profesionales, etc.) sino también su propia realidad, y así, encontró la Paz y un mayor bienestar ella misma. Aunque parezca una paradoja, Lucia creyó en su fe.


Finalizo con el comentario de un residente que conocía bastante a Lucia “Que como era lucia ?....Lucia era… (Vacila)……….era como un niño,………en el sentido de que era una persona muy ingenua,….. quiero decir….tenía el candor y la inocencia de un niño……uno no se podía imaginar a Lucia haciéndole daño a nadie


”Si no son  como niños, no entraran en el reino de los cielos”, nos  resuena  enseguida en la mente. Creo que con pocas palabras,  no se podría haber dicho algo más rico y bello sobre Lucia. El candor y la inocencia son el patrimonio esencial de las almas puras, así como la distancia respecto al mal.



*Lic. Marcelo Trebucq. marcelo.trebucq@gmail.com
-Psicoanalista-















Una casa sin espejos*



Habitábamos en el silencio infausto
de las endebles siluetas de la aurora.
Y en la fatal indiferencia cotidiana
de una envejecida casa sin espejos.

En el devenir de la incierta mañana,
descubrí la presencia de tus manos.
Los rayos del sol lamian tu cuerpo,
y levemente se vertían en tu interior.

Residíamos en el vértice desgastado
de un enorme y vacío reloj de arena,
y en el prólogo de los libros nuevos
olvidados en el ensueño de las sillas.

Observé a cierta jornada de tu boca,
hiedras impropias y cangrejos rojos
y unos pasos más allá de tu sonrisa
unas ramas muertas o raíces viejas.

Fuimos pasajeros de otras memorias
otras caricias devolvíamos al tiempo.
En la incorrecta indolencia rutinaria
de una envejecida casa sin espejos.


*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
- 2017-









*



Las orillas aparecen para dejar registro. Como si no hubiera caminos detrás de nosotros. Como si la muerte no se llevara todo límite y toda apuesta. Pero persisten. Orillas para decir qué hay del otro lado del artificio. Orillas para dejar fecha sin partirnos en dos.


*De Valeria Cervero. valecervero@hotmail.com








InvenTREN






PRIMER ÚLTIMO TREN. EL TREN*




El tren no se detiene jamás, por el fuera las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el ritmo de los sacudones constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un continuo, el olor de los vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de envoltorios que terminan arrugados en los pasillos.
Yo camino buscando ese cine móvil, que se mueve porque el tren se mueve y se mueve porque sorprendentemente aparece a diferentes distancias de la locomotora, que, como el vagón de cola, son los hitos inmóviles que a la vez se desplazan.
Encuentro la puerta que comunica con la oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha comenzado, jamás logro ver los títulos de inicio, siempre los finales.
Hay gente en un enorme edificio rodeado por el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza oriental en el dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.
Las personas, lo adivino después, están muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde deben escoger un instante, el instante más feliz que hayan vivido, para pasar en él la eternidad. Tienen un tiempo para hacerlo.
Los vemos recordar, buscar, debatirse entre instantes afortunados. Hay quien fue un mujeriego desapegado, pero decide que la eternidad será un momento con su familia. Hay el joven desdichado que no puede recordar un solo momento de felicidad plena, pero descubre que puede pasar la eternidad en el recuerdo dichoso de otra persona, esa otra afortunada persona que fue feliz gracias a él. Y hay una ancianita.
Hay una ancianita, una viejita que no escucha lo que le dicen, que no responde, que en un momento hace callar a su instructor para poder oír el bello canto de un pájaro que llega por la ventana. Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos de niña, levanta el dedito y señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje en amarillo el trino que llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las coloca sobre el escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco valiosas para la mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.
Y el hombre estudia a la ancianita, a la minúscula viejita de rostro de muñeca cuarteada, hasta que descubre lo evidente. Dice que pensó que sería la más difícil, y es, en cambio, la más simple. Ella ya ha escogido en qué lugar pasar la eternidad. Lo ha escogido desde antes de morir. Como casi todos, se ha vuelto a la infancia, donde la absoluta y plena felicidad es posible.
Y dónde, me pregunto, adónde elegiría, yo, detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me pregunto, pasaría yo la eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que desearía proyectar en el presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un único instante continuo.
El tren se aleja, o se acerca. El tren sigue su marcha traqueteante por la llanura mientras pienso esto, sentada yo en una butaca de un vagón en penumbras.
Me sobresalta la carcajada de Oliver Reed, que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed que ha vuelto hacia atrás la cabeza, me mira con fijeza y súbitamente, bruscamente, brinda por mí bebiendo del pico de su eterna botella siempre llena.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com








***
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GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
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