*Dibujo de Erika
Kuhn.
*
Toda mi vida
fue difícil
como la de un
buscador de oro.
Tanta arena
dejé
pasar
entre los dedos
para encontrar
un
brillante
grano de
felicidad.
*De Tamara
Karpenok.
(Bielorrusia -
1950)
-Traducción de Natalia
Litvinova. litvinova25@hotmail.com
UN BRILLANTE GRANO DE FELICIDAD…
ADIOSES*
“Disfruté
tanto, tanto, cada parte, y gocé tanto, tanto, cada todo,
que me duele
algo menos cuando partes porque aquí te me quedas de algún modo.”
Silvio
Rodríguez
Basta ya, amor.
Enterremos nuestros muertos.
Dejemos de
horadar en cementerios.
Mira, rotas
nuestras uñas, nuestras pausas.
Ya fue, amor,
ya fue.
Conjuguemos el
verbo amar en pretérito perfecto.
El amor se va.
Como se va la vida. Como se va la noche.
El deseo
animal. La ternura.
Esperma
derramada, solitaria.
Espantemos los
búhos para que lleguen las primeras luces.
Ya está. El
amor es finito. Efímero. Fugaz.
Breve alondra
que parte a otros mundos.
Te amé. Me
amaste. ¿O fue el hombre del gallo?
¿Se criaban
gallos en Jerusalén?
O la mujer con
pechos insepultos, rosas de Luxemburgo.
Quizás fue la
avidez. O la leche agria.
Nos mandan a
degollar a Dios, y no me animo, ni tú.
Náufragos
miserables y sedientos.
Leche. Flor de
cannabis. Alcohol. Vómitos atajados.
-No lucho con
molinos de viento, no. No más-
Todo en la
tierra es una despedida.
El árbol se ha
secado. ¿La negación es patrimonio del hombre?
Sabes, soy
yegua chúcara que no se doma.
Monedas de dos
caras. Cara y seca. Seca.
No hay culpas,
corazón, es la vida tirando, siempre.
Hoy fui al
barrio del sur, al sur del sur. Pobreza.
¿Que es el
olvido frente al hambre?
¿Que es el
olvido frente al hambre? Pregunto.
Lloremos un
poco amor, para ablandar al mundo.
Solo un poco,
amor, solo un poco.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
Una vez fui
adolescente.*
La crisis
mundial de la década del treinta se hizo sentir fuertemente en la Argentina y
mi familia no pudo evitar el ramalazo económico, entonces mis padres decidieron
alquilar la habitación que en épocas más felices estaba destinada para mi uso
personal.
Nuestra casa
era de típico estilo “rioplatense”, las habitaciones en línea continua
bordeaban un patio con galería cubierta, la última, la pegada a mi dormitorio,
la de mis gustos, era la que se alquilaría.
Mis pocos años
no podían creer que esa habitación, mi preferida, la de los bellos sueños,
fuese ocupada por un ajeno, pero la verdad fue contundente y con algo parecido
al desencanto, mudé libros y bártulos a mi dormitorio y se clausuró la puerta
que comunicaba las dos piezas. Así mi dormitorio se llenó de trastos que desde
ese momento comenzaron a ser trastornos.
De todos los
numerosos postulantes a inquilinos, los que le cayeron mejor a mi madre fueron
los Paz; padre e hija, entonces mi padre cerró el contrato de inmediato.
El señor Paz
declaró que conducía trenes cargueros de larga distancia, por lo que su
permanencia en la casa sería discontinua, en cambio, su hija, Aurora, estaría
todo el tiempo en casa, esto me agrado, como también me agradó el color rojo de
su pelo que contrastaba con la blancura de su piel.
La mudanza de
los Paz se concretó al día siguiente. Descargaron unos pocos muebles y
envoltorios y el señor Paz partió hacia su trabajo, Aurorita, como la llamó
mamá, se dedicó a la tarea de acomodar lo traído en mi ex pieza, esto me dio la
oportunidad de ofrecerle ayuda y al aceptarla supe que lo que vislumbré debajo
su blusa me aceleraba las pulsaciones.
Esa fugaz
visión me impulsó a horadar frenéticamente la madera de la puerta clausurada,
hice un agujero de un diámetro no mayor que la circunferencia de mi dedo
índice, tamaño suficiente para verla en su intimidad virginal.
Era un verano
tórrido, mi madre baldeaba el patio hasta dejar los mosaicos relucientes,
Aurorita la secundaba y con la ropa mojada pegaba al cuerpo se convertía en
Diana Cazadora. Me sentí cazado y fue un placer.
Una tarde llegó
a casa un hombre joven que declaró llamarse Franco y ser primo de Aurorita, mi
madre que estaba tomando mate, lo trató con mucho respeto porque Franco era
cura, además le ofreció hospitalidad con estas palabras; Monseñor Franco las
puertas de esta casa estarán siempre abiertas para usted.
Monseñor Franco
aceptó la invitación a pie juntillas y todos los jueves, a las cuatro de la
tarde en punto, llegaba para tomar mate y también para catequizar a la señorita
Aurorita. Esos días el espionaje era imposible, algo obscuro tapaba el
agujerito e impedía ver, el fastidio y la curiosidad se me hicieron
intolerables, entonces no aguanté más y una tarde, con un lápiz, empujé y
empujé hasta que la obscuridad desapareció. La negra sotana de Monseñor Franco
había caído y junto con la caída de la sotana, cayó mi inocencia y la virtud de
Aurorita.
*De Emilio
López.
-Artista
plástico. Escritor-
*
Mirás hacia el
cielo
y ves
tanta minúscula
belleza
suelta en el
aire:
la diminuta
certeza
de que algo
persiste fuera
de tu alcance,
se escapa
siempre
al empecinado
ejercicio de tu razón.
El viento está
lleno
de estas
pequeñas cosas,
que arden
y se consumen
solas,
sin molestar
a nadie,
sin grandes
ceremonias.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
OBCECACIONES*
*Por Jorge
Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Un escritor,
diría Piglia, escribe lo que puede y no lo que quiere. En todo caso, hace su
camino por los lugares que elige, seguro de lo que no desea para ser el
escritor que se supone que quiere ser. Con elegancia decía que si se dejara
llevar por el deseo todos seríamos Dante Alighieri. Entonces —repetía— todo
sería más fácil.
Un escritor,
decía Juan Rulfo, no puede escribir con una palabra neutra. Y le dijo una vez a
Héctor Tizón, que era su joven amigo y siempre lo consultaba, que el único que
usaba un idioma para todos era el Papa. Quien hablaba todos los idiomas, pero a
todos los hablaba mal. Le recomendó escribir como hablaban sus paisanos, esa
modulación que el jujeño había aprendido de sus niñeras quechuas. Dicho con mis
palabras, un escritor tiene que escribir en una palabra que tenga carnadura sin
importarle si sigue el canon o la lengua estrictamente literaria. Al contrario,
creo que cada vez que esté más cerca de la lengua hablada, mejor.
Acaso, como
escribió Saer, la lengua privada apela a una originalidad más plena porque sale
de la naturaleza y se mete en la historia.
Nuestro país ha
instaurado un canon desde Buenos Aires que caló en la Civilización y Barbarie.
Para la capital orgullosa y unitaria, lo primero, y lo segundo fue llamado
Regionalismo. Tal vez para no ofender al patriciado con esa palabra que remonta
a la época de Rosas y el caudillaje, que como quisieron Sarmiento y los
porteños atrasaron al país 200 años.
Muchos
escritores del Interior se pasaron a una lengua urbanizada y pulcra para no ser
reconocidos y así se arruinaron muchos.
Sobre todo para
dar razón a mi amigo Miguel Federik, el poeta de Villaguay, quien opina que los
únicos acreedores al gentilicio de argentinos son los porteños, ya que los
demás no lo somos. Respondemos por ser mendocinos, santafesinos, cordobeses,
salteños y hasta rosarinos. Somos (vamos al baldón) escritores del Interior.
Muchos se han malogrado porque han sido tan cuidadosos que no tienen identidad,
son lo que los porteños quieren para nosotros, por más que nos hayamos criado
en la selva misionera, en las sierras de Córdoba, en la llanura santafesina o
en las islas del delta del Paraná.
Borges
escribió: “Queremos no ser menos que el mundo, queremos ser tan desmesurados
como el mundo”.* Y cuán desmesurados queremos ser nosotros, hombres que no
desistimos de alabar los cielos abiertos, el viento sobre los pinos, el
temporal que ruge en los matorrales solitarios, la mirada atenta que busca los
pájaros por el aire, los gorriones que roban el fruto de los trigales, la
última mariposa que poliniza sobre la alfalfa con sus flores blancas, el cielo
que se traga para siempre esa bandada de flamencos de alas rosadas y la gaviota
que persigue al arador solo en nuestro recuerdo empecinado en sostener la niñez
muerta para siempre.
* “Otra vez
la metáfora”, en El idioma de los argentinos, Buenos Aires, 1928.
AZOGUE Y FALTA*
El azogue se
colocaba detrás de los cristales para que la límpida superficie duplicase el
universo. La falta es eso que no está, que podría estar, que quizás alguien
puede darme para que algo se complete o enriquezca.
Los ojos de
Marilyn Monroe, los ojos de María Callas, los ojos de James Dean. No tanto los
ojos como las miradas, esas miradas que cautivaron, atraparon, mantuvieron en
vilo los corazones, la atención, la memoria de un público que se sintió mirado,
abarcado, estremecido.
Dicen que la
Callas podía cortar la respiración de todo un auditorio, un inmenso auditorio,
cuando abría los ojos y los fijaba con intolerable fijeza en los espectadores.
Hemos visto esa sensual forma de ver con los párpados entrecerrados de Marilyn,
y la desafiante mirada de James Dean que hacía suspirar a las adolescentes,
temblar a las ancianas.
Quien nada dice
permite que el otro diga. Quien ofrece oscuridad pone en la imaginación todas
las claridades.
Ellos, que no
veían, que compartían una miopía que les desdibujaba el mundo, enfocaban la
imperfecta mirada un poco más atrás, más lejos, más profundamente. Sin ver,
proporcionaban la hermosa ilusión a los otros de ser vistos en una intimidad
perfecta y desnuda. Miradas que no ven, pero que se dejan mirar. Como los ojos
inmóviles de las antiguas fotografías que nos siguen atentamente por el cuarto
de paredes empapeladas, como los ciegos ojos de las estatuas, como los ojos
ciegos de los barnizados retratos al óleo, de los daguerrotipos que han sido
hechos para que, mirándolos, nos miremos. Ojos espejo, estanques vacíos que
reflejan los cielos que los observan.
Nada decían,
sus ojos. Poco veían, esos ojos. Pero se dejaban mirar y confeccionaban
sabiamente el ardid de azogues y pozos que duplican las lunas. Creaban las
tramoyas necesarias para que lo difuso abarcase a cada uno personal,
punzantemente.
Hay quien
utiliza el ardid de lo intangible para el engaño, y miente interés en esa
mirada crepuscular que no nombra y puede, por lo tanto, ser apropiada por cada
incauto que se siente amado, incluido, protegido por la particular
preocupación, falsa preocupación, del encantador de serpientes que lanza su red
para atrapar adoradores, quizás votantes. El vacío discurso que diestramente
permite que cada uno escuche lo que desea oir, los vacíos rostros gigantescos
en los carteles.
Pero quedémonos
con los ojos de Marilyn, de James Dean, de la Callas. Guardemos la crepuscular
maravilla de ser mirados por quien no ve, la excepcional cualidad del lenguaje
de decir más para quien lee, de uno, que está leyendo, que de quien escribe. No
siempre es horroroso que las palabras sean polisémicas o que los sonidos
resuenen en cada cabeza con diferentes ecos.
Esas miradas
estaban hechas para ser miradas, y para estremecer por reflejo de los anhelos de
los espectadores. Y las canciones, las canciones están hechas para que otras
voces las enriquezcan, y mi espíritu, este, mi espíritu, está hecho para que el
tuyo le preste luz.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-2007-
Jubileo*
El sol se
ofrece generoso.
Con esa luz
difícil de explicar.
Los árboles
gorjean.
Es la mañana un
estreno,
un cofre de
seda para guardar
miradas rotas,
desencuentros, ausencias...
No irán lejos
-sólo las guardamos- son nuestras.
Hay que
quedarse inmóvil un momento,
se siente la
presencia
de la
Presencia.
La soledad de
pronto,
puede llenarse
con el universo entero.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
El mundo del
sentido sólo está en la ficción.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
De paso*
Lo pensó así en
el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará de nosotros
cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título de una
canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones de su
mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin motivo
aparente, habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el olvido
minutos u horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad indefinida
de quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en ninguno. Por
eso una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de cualquier parte:
La edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias. Todo es una misma
argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la memoria.
Pero ¿a qué
venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras, el
exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente. Un
cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de
Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de
Madrid; en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un
entresueño, que se van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las
que, al final, apenas queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
Tal vez fue ese
detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el letrero-, el nombre
de la estación, lo que le trajo a la mente la frase lapidaria. Porque ¿algún
ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese ingeniero? Cierto que en
algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo, quizá se reflejase no
sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual este lugar que ahora
pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no dejó de resultarle
sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta y completa que sea,
imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos artículos, esas
anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de las gentes
futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada,
infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o
gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las
escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de
hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o anodinos,
puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La única
biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y no
queda registro en parte alguna...
Vio las vías
perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y el
desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso
concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares
de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus respectivos
destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y este punto, el
único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación erigida en medio
de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente perdidos o
inimaginables.
Así sucede -pensó-
tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en todo el
inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el encuentro!
Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino, intuyendo.
Desencuentros...
Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le
habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero
¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede
tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo
el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se
pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes
que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía
que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también
-por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había
venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia. (Pero
-atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté alejado
del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya vendrá a
corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco recordaba,
hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del cual venía.
De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación solitaria
había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más. De nuevo,
estaba solo.
Los
desencuentros, sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y
¿para qué habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación?
Amigos que se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos
rostros apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había
visto en dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
"Hablar de
nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos
alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo
estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se
desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí
en esas horas
de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible derrota?
¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora disuelta
entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando tuvo que
partir para no regresar? Para no regresar.
¿Amistad?
Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre
seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad?
Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
Un día, no muy
lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos viejas, tal vez
uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un sueño abandonado en
las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron alguna vez, de quienes
tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese mismo andén conversaron
durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un instante en un lugar
que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que quede?
Un vacío tan
grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación inconcebible, era
la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró, miró hacia el
cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus hombros. Tuvo que
sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si vio, o sólo los
soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos, callados,
cabizbajos.
De los dos
jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que dormitaba,
sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
Hizo un gesto
vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y preguntó:
- ¿Qué estará
haciendo ahí?
Después de un
rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por lluvias y
sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del camino:
- Está
esperando.
El joven le
mira, incrédulo.
- ¿El tren?
Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
- Probablemente
él sabe.
- Pero si
supiera, entonces...
El viejo calla.
Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro. Sólo cuando ya
casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la estación
abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a oírse su voz
grave, sentenciosa.
- Hay gente que
va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay gente que hace
las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles circunstanciales,
insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección. Caminas durante años
y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y ya no hay
alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y ahora
espera. Nada más.
Y sin mirar atrás,
los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en realidad no fuesen a
ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el camino que se extiende
bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha instaurado de nuevo entre
ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el rumor de la brisa que
recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando al pasar, de forma
leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún día, pronto, sólo
será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de los hombres.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próximas estaciones de escritura:
PLOMER
-Por Ferrocarril Midland-
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI. KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA
DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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