viernes, octubre 19, 2018

HÁBLAME DE ESAS COSAS...


*Foto de Pablo Jose Ciccolella.









*



Oyes al árbol?
háblame de esas cosas.

Dime del agua y del árbol,
del romance del viento y los cristales.

Oyes su beso?
háblame de esas cosas,
mientras se desnudan las ventanas.

Intenta lo que nace,
el secreto del cuerpo
es una mañana a lo lejos.

Usa tus huesos,
el idioma es un animal encendido
celebrando al universo.

Oyes la luz?
háblame de esas cosas



*De Marcela Lokdos. Lokdos1@yahoo.com.ar










HÁBLAME DE ESAS COSAS...









*



El agua del mar alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el ombligo. Elevo el ombligo como si hubiera un hilo que me uniera con algo que desconozco. El verde de las olas mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me dejo llevar mar adentro. El calor sobre la línea del horizonte me acompaña con un anaranjado bramar que todavía me abraza. El agua es tibia cerca del pacífico. Mis orejas están hundidas en el agua, siento el pelo batirse. Mis manos dibujan ondas infinitas de luz centellante que atraviesan las olas y alcanzan al celeste marrón de la orilla del mar.
Si me vieran desde arriba sería el perfecto modo de la paz, del momento presente. No hay futuro, no hay dolor, no hay pasado. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.
Me asomo levemente sobre esta horizontalidad esbelta, natural. Desde acá puedo verlos en el borde de la costa saludando, saludándome. Cierro los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar el áspero azucarado de la arena suspendida en el agua, empiezo a saborear la sal en la boca. Me rozan algas, de las que curan. Me están llevando, me hacen cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a descender. Me siento desorientada. Intento no pensar porque corro el riesgo de hundirme.
La nada, el mar y yo. Todo blanco.
Vuelvo a mirar el cielo, me entrego a él como si con el ombligo pudiera tocar  a la luna dulce de la tarde. Me acuesto en el mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.
El sonido del agua hace silencio. El sonido afelpado del agua está adentro de mi cabeza. Me duermo con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar de la bandera roja. Yo puedo flotar hasta el infinito, hasta el fin de los mares. Soy una flor rosa durmiendo en el mar.
Mis dedos dibujan el paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo con las manos sumergidas. Sonrío de placer dorado. Estoy en la línea invisible entre el sueño y la vigilia. Y las algas, la bandera roja, los dedos bailando, la pequeña luna.
Mi pierna derecha rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se entumece, quizá sea un calambre. Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la enrosca. Empiezo a asustarme. Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando mis manos, las flores, las algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o a la orilla del mar. Me lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme vertical, no puedo. Intento aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El agua alrededor es agridulce ahora.
Si me mirara desde arriba podría ver a mis piernas entreabiertas, los pies hacia afuera, las manos hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los dibujos de mis dedos inconscientes, el pelo y las algas flotando, mis piernas moviéndose y naciendo desde el oleaje una rama verde oscura que se enrosca a mi pierna.
Flores rojas, violetas, negras crecen rápido, me enlazan las piernas, los brazos, mi cuerpo flotando en la caída del sol.
Es el nacimiento de la noche violeta.
Floto fluorescente al anochecer, con los ojos abiertos. Crecen, estrujan. Me entrego.
Soy el corazón vivo de un jardín acuático.
Estoy de vuelta en la costa. Tengo marcas en las piernas. Mis huellas rebosan de flores.



*De Lorena Suez. lorenarsuez@gmail.com
-Inédito-



-Lorena Suez es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en  eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada por Virginia Janza, “Tetas. Historias de Pecho” (Textos Intrusos 2015).
Publicó "Intemperie". (Viajera Editorial. 2016)
En agosto de este año presentó su libro "Mis vendavales" por Editorial Peces de Ciudad.














De pie, en la orilla*



Hay días de zonas portuarias
de tu pelo al viento al borde del borde
del río que pide presencia.
Bastaría una tarde
en el agua que es arena
y en la arena que es agua
para que pudieras entenderlo.

Cada cosa que sucede
va en la misma dirección que el río.
Una arenilla imantada al ras del piso
se disuelve cuando avanza
y es, por momentos, casi tan cercana
a todo lo que ya no podemos ver
desde cierto punto.

Entrecerrás los ojos para buscar
un poco de buena fortuna,
para entender cuál es el límite
que tu cuerpo y tu mente
son capaces de sostener.



*De Cecilia Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com












*


Una voz brama al sol.

Lo baja a la escalera de la vida

y éste

se trepa en el corazón de los seres.


Eres un sol y no lo sabes



*De Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar














Carta*



*De Antonio Dal Masetto.



Este es el hogar que les toco, una pálida ciudad americana, una ciudad sometida a las modas, que les ha transmitido sus costumbres y sus histerias, que los ha saturado con sus músicas, sus pobrezas, sus tristezas, sus crímenes. Quiero que lo sepan: en sus venas hay otros soles y otras fiebres. Sus carnes no están amasadas solamente con olor a nafta y horizontes de cemento. Quiero que lo sepan porque tal vez algún día, cuando les toque hacerse la gran pregunta, esto pueda formar parte de sus respuestas. Recupero imágenes de un tiempo que no les pertenece. Pero seguramente las presencias que lo habitan estén tan vivas en la memoria de vuestras sangres como en la mía.
Hay una casa sobre el lago y un pedazo de tierra con hileras de vides. Vuestro abuelo cuida de esa viña. Llega la estación de la vendimia y lo miro cortar los racimos, transportar los canastos, pisar la uva en la cuba. En los días que siguen, en la penumbra del sótano, el olor del mosto es, para mí, olor a misterio.
Hay otra casa, en la montaña. En la tierra difícil vuestros bisabuelos han sembrado trigo. Los veo, encorvados, manejando la hoz y abriendo surcos en el trigal. Los haces son transportados en carro hasta el molino, en una aldea vecina. Allí se muele y se paga con parte de lo cosechado. Al atardecer vuelven trayendo las bolsas de harina con las que amasaran pan durante todo el año.
Estas son las dos imágenes que quiero rescatar. Una es oscura y subterránea: ese sótano y su fermentar secreto, su actividad viva detrás de la puerta cerrada. La otra esta llena de la luz de los trigales y el trabajo bajo el sol. Tal vez estos recuerdos no signifiquen nada y sean solo el reflejo melancólico de alguien que no se ha acostumbrado a las perdidas y al desarraigo. Pero insisto en creer que en esa luz y en esa sombra existe una enseñanza. No quiero sugerir que aquella fuese gente feliz. Eran tozudos y eran egoístas. Tuvieron hijos y defendieron lo suyo. Duraron. Alimentaban sus vidas con trabajo, con odios y alegrías, con pasiones fuertes y primitivas. Pero nunca con indiferencia, que es uno de nuestros males. Perpetuaban ceremonias que para nosotros perdieron sentido. Esperaban la hora de la cosecha seguros de que llegaría. Trabajaban para que el milagro se repitiese. Confiaban, y la tierra no los defraudaba. No se preguntaban por qué. Dos guerras pasaron sobre sus casas. Ellos siguieron sembrando y cosechando.
Mas tarde, vuestros abuelos, trasplantados a tierra americana, seguían aferrados al ritual en los pocos metros de la casa en que vivían. Plantaban hortalizas y frutales, espiaban el devenir de las estaciones. Esos florecimientos y desarrollos parecían contribuir a darles una medida y una razón a sus vidas. Probablemente, para ellos lo importante no fuese la necesidad y el placer de la cosecha, sino la certeza de la cosecha. Sin saberlo, acataron mejor que nadie el papel que a todos nos ha tocado desempeñar.
El ejemplo de esa entrega, que es también elección, que es también participación, nos habla un lenguaje olvidado, pero que reconocemos.
Nos sugiere que quizá no seamos más que intermediarios entre fuerzas que nos superan y un mundo que acepta y necesita nuestra colaboración. Que más allá de nosotros, de nuestra voluntad y conocimientos, existe una alianza entre las cosas, un pacto inalterable que es preciso secundar. Cada día trae su confusión, pero la meta es siempre la misma.
Nuestra tarea es el rescate. Lo perdido, lo oculto es nuestro objetivo. Hay en nosotros una memoria que no proviene solamente del pasado.
Ella nos indica el camino: poner orden en lo invisible. Las herramientas, los elementos de trabajo, igual que la pala y la zapa, están de este lado. Energía, lucidez y paciencia son nuestras cartas de triunfo. Pero también impaciencia, desorden, pasión. Y delicadeza, que es privilegio de la fuerza. Si todo esta en todo, entonces siempre hemos estado cerca de lo que buscamos. Cada día, cada hora, la realidad nos esta repitiendo el mismo estribillo. No hay pistas falsas. En todas partes hay señales y conclusiones. Será necesario recorrer esos senderos para llegar a descubrir lo que en última instancia sabíamos desde el principio.
Aquella luz y aquella sombra no son solo partes opuestas y complementarias de una misma esfera. Son también un espejo de nuestra condición. No nos queda más que confiar en que la tarea visible proyecte sus frutos en lo invisible. ¿Qué es el vino sino agua que contiene fuego? ¿Qué es el pan sino tierra que levitó?


-De “El padre y otras historias”.











*



Con vos habrá sol
y a veces tendré frío
y construiré una casa con ramitas y niebla
para que el viento arrastre
y haya que reconstruir.
Con vos,
que sos
una boca de lobo,
el ogro de los cuentos
o tal vez,
yo no sé,
un milagro parecido al amor.
Entonces,
qué me queda,
animarse a correr detrás de qué,
trepar
con el último coraje,
empujar esa puerta,
salir a jugar.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com












EL VIOLINISTA AZUL*



El largo de los dedos le salvó la vida. La agilidad con que lograba moverlos sobre el cuello del instrumento, que más que una herramienta era una extensión no sólo de su cuerpo, sino de su corazón combinada con la brillantez de una mente tan vasta como la música. Su existencia fue una herida profunda.

En algunos casos, la sombra se devoró por completo la luz, pero aún así su corazón era como una inmensa biblioteca de alegría. Pliegos y más pliegos de dolor fueron paulatinamente dando forma al repertorio de un hombre tatuado por la muerte. Hombre, que ahora estaba de pie frente a una audiencia conformada por miles de entusiastas con un viejo violín en sus manos. Un violín, que como él también vio pasar el mundo desde el otro lado de las alambradas con la superficie marcada por el odio.

El pobre y errante músico entregó su tristeza convertida en una catarsis de redención contra la barbarie a su hambriento público. Sus dedos temblaban como aquella vez que siendo apenas un niño le arrancaron al padre de sus manos llevándoselo en medio de los ladridos amenazantes de los perros. Mas aún así, su violín no paró nunca de echar luciérnagas a volar en la noche para que iluminaran el fondo abismal de la tragedia o, para hacer pedazos la gruesa corteza anudada por la melancolía alrededor de los ojos de los errabundos con los que tropezaba en su odisea.

Todos miraban asombrados los largos dedos deslizarse por las cuerdas del violín con la bella sagacidad de un trapecista. Finalmente, todo el escenario enmudeció, permitiéndole desaparecer tal como él había llegado hasta ellos: arropado por el silencio.



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es












*



Es una condescendencia torpe
la que habla de lealtades y reconocimientos
una mano en el bolsillo marca el compás del mundo
tantea la billetera a ciegas
el ritmo del mundo se mide en una noche
alternancia de egos
miradas que se rinden falsa y tiernamente
midiendo la calidad de los impulsos.
La mano podría deslizarse
de la billetera al sexo
ida y vuelta, vaivén continuo
con aceleramientos súbitos del lenguaje.
La boca hace advertencias que el cuerpo desoye
la mujer que se inclina sobre el sofá para recibir a un hombre
mira por encima el horizonte
línea infinita que delimita la tierra, y no ve nada.
Hay una disociación fatal entre mundo y cuerpo
el piso debajo de las rodillas es duro
los almohadones, en cambio, recrean la mentira con su fantasía de plumas.
El hombre que penetra la carne es solo un hombre
un campo minado por el tiempo y el fulgor de un amor
que todavía expande su aura de plata.
Pero la plata es otra cosa.
El hombre que aprieta el cuello
lo sabe
entrega incierto su fragilidad a la materia.



*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com



-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Recientemente presentó su libro de cuentos Grow a lover editado por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)















PÁJAROS Y MEMORIA*



Laurie Anderson escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con la que comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el mundo exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El problema surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer con el cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la primera vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en la parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.
Magnífica poeta, maravillosa creadora Laurie, que nos muestra los cadáveres de nuestros padres en las nucas abultadas.
Historias, olores, sabores de antes, pasado y putrefacción, dichas que ya fueron y dolores que retornan. Las voces que no murieron, los asombros, las caricias de manos que no conocimos. Todo detrás de la cabeza, todo allí apretadamente emplumado, tibio y gélido, maravilloso y atroz.
El cadáver del padre. El cuerpo muerto de las generaciones. Los días que gastaron otros, los que pasamos sin advertirlos, las tramas sobre lo minucioso cotidiano, los hilos que conectan continentes, las palabras de las que desconocemos el significado y sin embargo siguen allí, en la nuca, peso y alivio.
Tan cerca que lo sentimos detrás de las orejas, tan lejos como esa propia nuestra espalda que no podemos ver. La memoria.
Cuántas veces habrá deseado el pájaro arrancarse el cadáver de su padre.
Tantas como las que le llevó comprender que ya no hay retorno cuando el hombre comienza a conocer cuando reconoce.
Y llevamos, es cierto, más cadáveres de los que sabemos detrás de los ojos. Alegrémonos si nos ayudan a mirar.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com











*


Alboroto de gorriones


Van al árbol dormitorio
florecido en pájaros de la noche.


No caen a pétalos.


Se acompañan
de hoja en hoja.


Ellos

Se preguntan
porque no hacen nido.


Mirando al cielo vedado
por hojas y pájaros.


Se abrazan.
Hacen del abrazo un nido.



*De Eduardo Francisco Coiro.













CALLES*



Soy un áspid. Espanto lo que asusta mi miedo.

Soy un áspid y una calle de tierra, sin colmillos.

No hay calle que detenga las arenas de la muerte.

Soy, apenas una hoja de barro.

A veces, solo a veces, un asombro.

Un brote. Un rumor. Un pezón en celo.

Me escondo, me traslado y las calles me recorren toda.

Me alcanzan. Me acarician, me hablan.

Es frecuente que griten.

Paso a paso traen las huellas de mi madre.

El viento vuela el sombrero de mi padre.

De tanto caminarme me han gastado.

Algunas duermen, No amor, no las despiertes. No.

El polvo cubre la cicatriz de Abel.

Cuesta abajo. Puta clara, lluvia oscura.

Lázaro gime y palpita de pasión.

Escucho las pisadas. Huyen. No me esperan.

Hay un ciego que baila. Y un niño.

Tengo sangre en la boca. En el pubis, sangre.

Los amantes yacen en un puente de niebla.

Soy un áspid. Espanto lo que asusta mi miedo.

Soy un áspid y una calle de tierra, sin colmillos.

No hay calle que detenga las arenas de la vida.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com











*


En medio de nuestra total enajenación de consumismo y poder absurdo, el arte, la literatura y la música nos unen a nuestro origen y a lo más auténtico de nuestra esencia, a la infancia, a los mitos. Es ese nuestro deseo de belleza. No deseamos otra cosa, lo sepamos o no...


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com







Inventren







Lo inmediato*



El hombre, casi un anciano, camina erguido por la acera.
El papelito en la mano.
En él, esas extrañas palabras: “Estación Polvaredas”.
La sensación de libertad y de vértigo.
La multitud pasando junto a él sin prestarle atención. Al mismo tiempo, el recuerdo de una institución. ¿De qué clase? ¿Una cárcel? ¿Un cuartel? ¿Un claustro? ¿Una Universidad? No. Esto último no. La sensación recordada, o más bien vagamente intuida, es opresiva, de encierro. Pero ya se ha ido. De nuevo es la gente que pasa. Un joven trajeado le sonríe. ¿Tal vez le conoce? No va a ser posible saberlo, porque el joven continúa su veloz marcha entre los demás viandantes y se pierde tras un grupo de jovencitas que conversan con gran estrépito.
Volvamos al papel. ¿Qué hace ahí? ¿Qué significa? Estación… ¿De tren? ¿De autobús? Y ¿Quién escribió la nota? Porque esa no es su letra. ¿O sí? Vuelve a mirar alrededor. Palpa sus bolsillos, mas no hay nada en ellos. ¿Es un indocumentado? No sabría decirlo. El dolor en el costado le hace pensar que tal vez alguien le asaltó para robarle, pero no puede recordarlo.  Quizá no sea más que una dolencia propia de la edad. Las risas de unos niños le distraen. Mira hacia ellos. Juegan. ¡Qué cosa grande ser niño y jugar con esa alegría, esa despreocupación! Por fin una certeza: Es un adulto. Si pudiera mirarse en un espejo… Justo entonces ve la entrada a unos grandes almacenes. Se dirige hacia ellos. Tiene la impresión de que encontrará allí alguna respuesta, aunque ignora a qué pregunta. Al entrar al sitio, junto a las escaleras mecánicas, ve el espejo y se acerca. Se mira en él, pero no reconoce a ninguno de todos esos reflejos. Tras unos segundos, logra identificarse, pero su aspecto no le resulta familiar. Ése no puede ser él. Y ahí surge una nueva pregunta: ¿Quién es él? E inevitablemente, una segunda: ¿Qué aspecto tiene o debería tener? Ambas respuestas le están vedadas. No puede recordarlo. Vuelve a mirar el papelito y esas dos palabras escritas, como si allí pudiese existir alguna clave para desentrañar el misterio.
Una empleada sonriente se le acerca y pregunta si puede ayudarle en algo. Le gustaría responder afirmativamente, pero oscuramente sospecha que si le hace a ella las preguntas que él mismo no logra responder, muy bien puede tomarle por un desequilibrado. ¿Será eso? ¿Estará loco? No quiere ni pensarlo. Más bien entrevé otra cosa: Un olvido momentáneo, la urgencia de hacer algo, de ir a algún sitio… ¿Será ése el sitio? se pregunta mirando de nuevo el papelito. La empleada sigue ahí y el hombre niega con la cabeza, tratando de devolver una sonrisa cordial, pero consiguiendo apenas una mueca que inquieta ligeramente a la vendedora, quien se propone no perderle de vista, al menos mientras deambule por esa planta.
Tal vez el hombre haya percibido, de algún modo, esos pensamientos, porque se dirige hacia la escalera mecánica y, mediante ella, al piso superior: “Moda caballero”, desapareciendo en unos segundos del campo de visión de la empleada recelosa. La segunda planta está llena de trajes, pantalones, corbatas, zapatos y demás prendas de vestir. Un par de vendedores, de ésos cuyas sonrisas parecen talladas en piedra, se le acercan ofreciéndole algún producto, pero el hombre niega con la cabeza y camina sin prisa por entre los innumerables pasillos. ¿Busca algo? Sí. Un recuerdo que no llega. Su presencia, en un lugar tan grande, debería pasar desapercibida, pero no es así. En todo momento hay alguien pendiente de sus actos. Como si ese inocente papelito en su mano fuese un artefacto explosivo o la revelación de un secreto abominable.
Ha debido cambiar nuevamente de planta, porque ahora se encuentra rodeado de artículos deportivos. La visión de los balones, las canastas, las raquetas, le transportan muy lejos, hacia atrás, en el recuerdo. Pero es sólo un instante. Las escenas de esa lejana juventud ni siquiera llegan a concretarse. Pasea por la sección de artes marciales bajo la atenta mirada del encargado de la misma. Ya no le preguntan si desea algo. Se ha debido correr la voz. Un intruso recorre los almacenes sin objeto alguno. No parece peligroso, pero hay que mantenerle vigilado.
Con la mano libre, sopesa una pelota de tenis. Mira hacia arriba, como tratando de apresar un instante en su pasado, pero no hay nada. Sólo el contacto suave de ese objeto, que le resulta grato. Resignado, la deja junto a las otras pelotas y continúa su peregrinaje por el edificio. En la sección de moda femenina siente como un pinchazo, una revelación. Sin embargo, se va tan velozmente como vino. Cabecea dos o tres veces, como negando algo a un interlocutor invisible y sigue subiendo.
Se detiene en la sección de juguetería, con una indefinible pero agradable sensación. Pasea entre los múltiples estantes repletos de artículos hechos para el ocio. Algunos le traen vagos efluvios de un pasado remoto. Otros no. Se pregunta cómo funciona uno u otro de los que están a la vista. En cualquier caso, son siempre instantes. Instantes desgajados de su empresa principal, que es una búsqueda, aunque él mismo ignore el objeto de la misma.
De pronto ve un tren: una maqueta hecha a escala. Una de esas maquetas tan perfectas que cualquiera tomaría por trenes reales. Y lo recuerda todo: Mira el papelito. Sabe que debe reunirse allí con… ¿Con quién? ¿Con quién? Pero ¿y la fecha? ¿Qué fecha es? Es urgente encontrar un calendario, preguntar a alguien… En ese momento ve los ojos. Unos ojos grandes que le miran con simpatía. Los reconoce, aunque no pueda precisar a quién pertenecen. Sólo sabe que no son ésos los ojos que hay tras el papelito. Ella se le acerca, le habla en susurros, le dice que ya todo está bien, que ella va a llevarle al sitio donde debe ir. Él, olvidado ya de todo, se deja llevar. Tras la extraña pareja (él con su traje raído, ella con su uniforme blanco), dos fornidos enfermeros caminan en silencio, paralelos, clones de sí mismos. El papelito descansa ahora en el bolsillo de la camisa del hombre. Los recuerdos, la entrevisión de esa estación perdida en el misterio, como cada tarde, se han desvanecido nuevamente.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com







-Próximas estaciones de escritura:


JUAN ATUCHA.

–Por Ferrocarril Provincial-


JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.






***

-Por Ferrocarril Midland-



Km 55


ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.









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