*Foto de Pablo Jose Ciccolella.
*
Oyes al árbol?
háblame de esas cosas.
Dime del agua y del árbol,
del romance del viento y los cristales.
Oyes su beso?
háblame de esas cosas,
mientras se desnudan las ventanas.
Intenta lo que nace,
el secreto del cuerpo
es una mañana a lo lejos.
Usa tus huesos,
el idioma es un animal encendido
celebrando al universo.
Oyes la luz?
háblame de esas cosas
*De Marcela Lokdos. Lokdos1@yahoo.com.ar
HÁBLAME DE ESAS COSAS...
*
El agua del mar alcanza mi cintura. Miro hacia arriba y elevo el
ombligo. Elevo el ombligo como si hubiera un hilo que me uniera con algo que
desconozco. El verde de las olas mece mi espalda, mis brazos. Me entrego y me
dejo llevar mar adentro. El calor sobre la línea del horizonte me acompaña con
un anaranjado bramar que todavía me abraza. El agua es tibia cerca del
pacífico. Mis orejas están hundidas en el agua, siento el pelo batirse. Mis
manos dibujan ondas infinitas de luz centellante que atraviesan las olas y
alcanzan al celeste marrón de la orilla del mar.
Si me vieran desde arriba sería el perfecto modo de la paz, del
momento presente. No hay futuro, no hay dolor, no hay pasado. Soy de color
rosa, una flor rosa durmiendo en el mar.
Me asomo levemente sobre esta horizontalidad esbelta, natural.
Desde acá puedo verlos en el borde de la costa saludando, saludándome. Cierro
los ojos. Me muevo. Empiezo a tocar el áspero azucarado de la arena suspendida
en el agua, empiezo a saborear la sal en la boca. Me rozan algas, de las que
curan. Me están llevando, me hacen cosquillas frescas. Mi ombligo empieza a
descender. Me siento desorientada. Intento no pensar porque corro el riesgo de
hundirme.
La nada, el mar y yo. Todo blanco.
Vuelvo a mirar el cielo, me entrego a él como si con el ombligo
pudiera tocar a la luna dulce de la
tarde. Me acuesto en el mar. Soy de color rosa, una flor rosa durmiendo en el
mar.
El sonido del agua hace silencio. El sonido afelpado del agua está
adentro de mi cabeza. Me duermo con las algas y sus caricias. Me duermo a pesar
de la bandera roja. Yo puedo flotar hasta el infinito, hasta el fin de los
mares. Soy una flor rosa durmiendo en el mar.
Mis dedos dibujan el paso amarillo del tiempo. Hago señas al cielo
con las manos sumergidas. Sonrío de placer dorado. Estoy en la línea invisible
entre el sueño y la vigilia. Y las algas, la bandera roja, los dedos bailando,
la pequeña luna.
Mi pierna derecha rechaza la cercanía ácida de una medusa. Se
entumece, quizá sea un calambre. Una fuerza agresiva me oprime la pierna, la
enrosca. Empiezo a asustarme. Dios…o lo que sea que está ahí mirándome. Mirando
mis manos, las flores, las algas. Dios. Una rama me arrastra. Al océano negro o
a la orilla del mar. Me lastima. Lucho con fuerza, quiero elevarme, ponerme
vertical, no puedo. Intento aquietarme, siento un ardor rojo en la pierna. El
agua alrededor es agridulce ahora.
Si me mirara desde arriba podría ver a mis piernas entreabiertas,
los pies hacia afuera, las manos hacia arriba, cabeza atrás, y las olas, los
dibujos de mis dedos inconscientes, el pelo y las algas flotando, mis piernas
moviéndose y naciendo desde el oleaje una rama verde oscura que se enrosca a mi
pierna.
Flores rojas, violetas, negras crecen rápido, me enlazan las
piernas, los brazos, mi cuerpo flotando en la caída del sol.
Es el nacimiento de la noche violeta.
Floto fluorescente al anochecer, con los ojos abiertos. Crecen,
estrujan. Me entrego.
Soy el corazón vivo de un jardín acuático.
Estoy de vuelta en la costa. Tengo marcas en las piernas. Mis
huellas rebosan de flores.
-Inédito-
-Lorena Suez es Licenciada en
Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de
Siempre de Viaje y en eventos de Viajera
Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada por Virginia
Janza, “Tetas. Historias de Pecho” (Textos
Intrusos 2015).
Publicó "Intemperie".
(Viajera Editorial. 2016)
En agosto de este año presentó su libro "Mis
vendavales" por Editorial Peces de Ciudad.
De pie, en la orilla*
Hay días de zonas portuarias
de tu pelo al viento al borde del borde
del río que pide presencia.
Bastaría una tarde
en el agua que es arena
y en la arena que es agua
para que pudieras entenderlo.
Cada cosa que sucede
va en la misma dirección que el río.
Una arenilla imantada al ras del piso
se disuelve cuando avanza
y es, por momentos, casi tan cercana
a todo lo que ya no podemos ver
desde cierto punto.
Entrecerrás los ojos para buscar
un poco de buena fortuna,
para entender cuál es el límite
que tu cuerpo y tu mente
son capaces de sostener.
*
Una voz brama al sol.
Lo baja a la escalera de la vida
y éste
se trepa en el corazón de los seres.
Eres un sol y no lo sabes
Carta*
*De Antonio Dal Masetto.
Este es el hogar que les toco, una pálida ciudad americana, una
ciudad sometida a las modas, que les ha transmitido sus costumbres y sus
histerias, que los ha saturado con sus músicas, sus pobrezas, sus tristezas,
sus crímenes. Quiero que lo sepan: en sus venas hay otros soles y otras
fiebres. Sus carnes no están amasadas solamente con olor a nafta y horizontes
de cemento. Quiero que lo sepan porque tal vez algún día, cuando les toque
hacerse la gran pregunta, esto pueda formar parte de sus respuestas. Recupero
imágenes de un tiempo que no les pertenece. Pero seguramente las presencias que
lo habitan estén tan vivas en la memoria de vuestras sangres como en la mía.
Hay una casa sobre el lago y un pedazo de tierra con hileras de
vides. Vuestro abuelo cuida de esa viña. Llega la estación de la vendimia y lo
miro cortar los racimos, transportar los canastos, pisar la uva en la cuba. En
los días que siguen, en la penumbra del sótano, el olor del mosto es, para mí,
olor a misterio.
Hay otra casa, en la montaña. En la tierra difícil vuestros
bisabuelos han sembrado trigo. Los veo, encorvados, manejando la hoz y abriendo
surcos en el trigal. Los haces son transportados en carro hasta el molino, en
una aldea vecina. Allí se muele y se paga con parte de lo cosechado. Al
atardecer vuelven trayendo las bolsas de harina con las que amasaran pan
durante todo el año.
Estas son las dos imágenes que quiero rescatar. Una es oscura y
subterránea: ese sótano y su fermentar secreto, su actividad viva detrás de la
puerta cerrada. La otra esta llena de la luz de los trigales y el trabajo bajo
el sol. Tal vez estos recuerdos no signifiquen nada y sean solo el reflejo
melancólico de alguien que no se ha acostumbrado a las perdidas y al
desarraigo. Pero insisto en creer que en esa luz y en esa sombra existe una
enseñanza. No quiero sugerir que aquella fuese gente feliz. Eran tozudos y eran
egoístas. Tuvieron hijos y defendieron lo suyo. Duraron. Alimentaban sus vidas
con trabajo, con odios y alegrías, con pasiones fuertes y primitivas. Pero
nunca con indiferencia, que es uno de nuestros males. Perpetuaban ceremonias
que para nosotros perdieron sentido. Esperaban la hora de la cosecha seguros de
que llegaría. Trabajaban para que el milagro se repitiese. Confiaban, y la
tierra no los defraudaba. No se preguntaban por qué. Dos guerras pasaron sobre
sus casas. Ellos siguieron sembrando y cosechando.
Mas tarde, vuestros abuelos, trasplantados a tierra americana,
seguían aferrados al ritual en los pocos metros de la casa en que vivían.
Plantaban hortalizas y frutales, espiaban el devenir de las estaciones. Esos
florecimientos y desarrollos parecían contribuir a darles una medida y una
razón a sus vidas. Probablemente, para ellos lo importante no fuese la
necesidad y el placer de la cosecha, sino la certeza de la cosecha. Sin
saberlo, acataron mejor que nadie el papel que a todos nos ha tocado
desempeñar.
El ejemplo de esa entrega, que es también elección, que es también
participación, nos habla un lenguaje olvidado, pero que reconocemos.
Nos sugiere que quizá no seamos más que intermediarios entre
fuerzas que nos superan y un mundo que acepta y necesita nuestra colaboración.
Que más allá de nosotros, de nuestra voluntad y conocimientos, existe una
alianza entre las cosas, un pacto inalterable que es preciso secundar. Cada día
trae su confusión, pero la meta es siempre la misma.
Nuestra tarea es el rescate. Lo perdido, lo oculto es nuestro
objetivo. Hay en nosotros una memoria que no proviene solamente del pasado.
Ella nos indica el camino: poner orden en lo invisible. Las
herramientas, los elementos de trabajo, igual que la pala y la zapa, están de
este lado. Energía, lucidez y paciencia son nuestras cartas de triunfo. Pero
también impaciencia, desorden, pasión. Y delicadeza, que es privilegio de la fuerza.
Si todo esta en todo, entonces siempre hemos estado cerca de lo que buscamos.
Cada día, cada hora, la realidad nos esta repitiendo el mismo estribillo. No
hay pistas falsas. En todas partes hay señales y conclusiones. Será necesario
recorrer esos senderos para llegar a descubrir lo que en última instancia
sabíamos desde el principio.
Aquella luz y aquella sombra no son solo partes opuestas y
complementarias de una misma esfera. Son también un espejo de nuestra
condición. No nos queda más que confiar en que la tarea visible proyecte sus
frutos en lo invisible. ¿Qué es el vino sino agua que contiene fuego? ¿Qué es
el pan sino tierra que levitó?
-De “El padre y otras historias”.
*
Con vos habrá sol
y a veces tendré frío
y construiré una casa con ramitas y niebla
para que el viento arrastre
y haya que reconstruir.
Con vos,
que sos
una boca de lobo,
el ogro de los cuentos
o tal vez,
yo no sé,
un milagro parecido al amor.
Entonces,
qué me queda,
animarse a correr detrás de qué,
trepar
con el último coraje,
empujar esa puerta,
salir a jugar.
EL VIOLINISTA AZUL*
El largo de los dedos le salvó la vida. La agilidad con que lograba
moverlos sobre el cuello del instrumento, que más que una herramienta era una extensión
no sólo de su cuerpo, sino de su corazón combinada con la brillantez de una
mente tan vasta como la música. Su existencia fue una herida profunda.
En algunos casos, la sombra se devoró por completo la luz, pero aún
así su corazón era como una inmensa biblioteca de alegría. Pliegos y más
pliegos de dolor fueron paulatinamente dando forma al repertorio de un hombre
tatuado por la muerte. Hombre, que ahora estaba de pie frente a una audiencia
conformada por miles de entusiastas con un viejo violín en sus manos. Un
violín, que como él también vio pasar el mundo desde el otro lado de las
alambradas con la superficie marcada por el odio.
El pobre y errante músico entregó su tristeza convertida en una
catarsis de redención contra la barbarie a su hambriento público. Sus dedos
temblaban como aquella vez que siendo apenas un niño le arrancaron al padre de
sus manos llevándoselo en medio de los ladridos amenazantes de los perros. Mas
aún así, su violín no paró nunca de echar luciérnagas a volar en la noche para
que iluminaran el fondo abismal de la tragedia o, para hacer pedazos la gruesa
corteza anudada por la melancolía alrededor de los ojos de los errabundos con
los que tropezaba en su odisea.
Todos miraban asombrados los largos dedos deslizarse por las cuerdas
del violín con la bella sagacidad de un trapecista. Finalmente, todo el
escenario enmudeció, permitiéndole desaparecer tal como él había llegado hasta
ellos: arropado por el silencio.
*
Es una condescendencia torpe
la que habla de lealtades y reconocimientos
una mano en el bolsillo marca el compás del mundo
tantea la billetera a ciegas
el ritmo del mundo se mide en una noche
alternancia de egos
miradas que se rinden falsa y tiernamente
midiendo la calidad de los impulsos.
La mano podría deslizarse
de la billetera al sexo
ida y vuelta, vaivén continuo
con aceleramientos súbitos del lenguaje.
La boca hace advertencias que el cuerpo desoye
la mujer que se inclina sobre el sofá para recibir a un hombre
mira por encima el horizonte
línea infinita que delimita la tierra, y no ve nada.
Hay una disociación fatal entre mundo y cuerpo
el piso debajo de las rodillas es duro
los almohadones, en cambio, recrean la mentira con su fantasía de
plumas.
El hombre que penetra la carne es solo un hombre
un campo minado por el tiempo y el fulgor de un amor
que todavía expande su aura de plata.
Pero la plata es otra cosa.
El hombre que aprieta el cuello
lo sabe
entrega incierto su fragilidad a la materia.
-Mercedes Álvarez nació en Tandil,
provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve
años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por
la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.
Publicó los libros Vecinos (Baile
del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón
(Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros
(Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas
(comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón
(Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento
latinoamericano.
-Recientemente presentó su libro de cuentos Grow a lover
editado por Pensamientos Literarios (www.pensamientosliterarios.com)
PÁJAROS Y MEMORIA*
Laurie Anderson escribió en su espectáculo "Homeland" una historia con
la que comienza el show. En ella los pájaros, que existían antes de que el
mundo exista, vuelan sin tener más que aire y ningún lugar donde posarse. El
problema surge cuando el padre de una de las aves muere, y no saben qué hacer
con el cadáver ya que es una nueva cuestión, algo que los sorprende por ser la
primera vez que algo así les ocurre. Finalmente, un pájaro decide sepultarlo en
la parte trasera de su propia cabeza, y ello marca el inicio de la memoria.
Magnífica poeta, maravillosa creadora Laurie, que nos muestra los
cadáveres de nuestros padres en las nucas abultadas.
Historias, olores, sabores de antes, pasado y putrefacción, dichas
que ya fueron y dolores que retornan. Las voces que no murieron, los asombros,
las caricias de manos que no conocimos. Todo detrás de la cabeza, todo allí
apretadamente emplumado, tibio y gélido, maravilloso y atroz.
El cadáver del padre. El cuerpo muerto de las generaciones. Los días
que gastaron otros, los que pasamos sin advertirlos, las tramas sobre lo
minucioso cotidiano, los hilos que conectan continentes, las palabras de las
que desconocemos el significado y sin embargo siguen allí, en la nuca, peso y
alivio.
Tan cerca que lo sentimos detrás de las orejas, tan lejos como esa
propia nuestra espalda que no podemos ver. La memoria.
Cuántas veces habrá deseado el pájaro arrancarse el cadáver de su
padre.
Tantas como las que le llevó comprender que ya no hay retorno
cuando el hombre comienza a conocer cuando reconoce.
Y llevamos, es cierto, más cadáveres de los que sabemos detrás de
los ojos. Alegrémonos si nos ayudan a mirar.
*
Alboroto de gorriones
Van al árbol dormitorio
florecido en pájaros de la noche.
No caen a pétalos.
Se acompañan
de hoja en hoja.
Ellos
Se preguntan
porque no hacen nido.
Mirando al cielo vedado
por hojas y pájaros.
Se abrazan.
Hacen del abrazo un nido.
*De Eduardo Francisco Coiro.
CALLES*
Soy un áspid. Espanto lo que asusta mi miedo.
Soy un áspid y una calle de tierra, sin colmillos.
No hay calle que detenga las arenas de la muerte.
Soy, apenas una hoja de barro.
A veces, solo a veces, un asombro.
Un brote. Un rumor. Un pezón en celo.
Me escondo, me traslado y las calles me recorren toda.
Me alcanzan. Me acarician, me hablan.
Es frecuente que griten.
Paso a paso traen las huellas de mi madre.
El viento vuela el sombrero de mi padre.
De tanto caminarme me han gastado.
Algunas duermen, No amor, no las despiertes. No.
El polvo cubre la cicatriz de Abel.
Cuesta abajo. Puta clara, lluvia oscura.
Lázaro gime y palpita de pasión.
Escucho las pisadas. Huyen. No me esperan.
Hay un ciego que baila. Y un niño.
Tengo sangre en la boca. En el pubis, sangre.
Los amantes yacen en un puente de niebla.
Soy un áspid. Espanto lo que asusta mi miedo.
Soy un áspid y una calle de tierra, sin colmillos.
No hay calle que detenga las arenas de la vida.
*
En medio de nuestra total enajenación de consumismo
y poder absurdo, el arte, la literatura y la música nos unen a nuestro origen y
a lo más auténtico de nuestra esencia, a la infancia, a los mitos. Es ese
nuestro deseo de belleza. No deseamos otra cosa, lo sepamos o no...
*De Liliana Díaz
Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
Lo inmediato*
El hombre, casi un anciano, camina erguido por la acera.
El papelito en la mano.
En él, esas extrañas palabras: “Estación Polvaredas”.
La sensación de libertad y de vértigo.
La multitud pasando junto a él sin prestarle atención. Al mismo
tiempo, el recuerdo de una institución. ¿De qué clase? ¿Una cárcel? ¿Un cuartel?
¿Un claustro? ¿Una Universidad? No. Esto último no. La sensación recordada, o
más bien vagamente intuida, es opresiva, de encierro. Pero ya se ha ido. De
nuevo es la gente que pasa. Un joven trajeado le sonríe. ¿Tal vez le conoce? No
va a ser posible saberlo, porque el joven continúa su veloz marcha entre los
demás viandantes y se pierde tras un grupo de jovencitas que conversan con gran
estrépito.
Volvamos al papel. ¿Qué hace ahí? ¿Qué significa? Estación… ¿De
tren? ¿De autobús? Y ¿Quién escribió la nota? Porque esa no es su letra. ¿O sí?
Vuelve a mirar alrededor. Palpa sus bolsillos, mas no hay nada en ellos. ¿Es un
indocumentado? No sabría decirlo. El dolor en el costado le hace pensar que tal
vez alguien le asaltó para robarle, pero no puede recordarlo. Quizá no sea más que una dolencia propia de
la edad. Las risas de unos niños le distraen. Mira hacia ellos. Juegan. ¡Qué
cosa grande ser niño y jugar con esa alegría, esa despreocupación! Por fin una
certeza: Es un adulto. Si pudiera mirarse en un espejo… Justo entonces ve la
entrada a unos grandes almacenes. Se dirige hacia ellos. Tiene la impresión de
que encontrará allí alguna respuesta, aunque ignora a qué pregunta. Al entrar
al sitio, junto a las escaleras mecánicas, ve el espejo y se acerca. Se mira en
él, pero no reconoce a ninguno de todos esos reflejos. Tras unos segundos,
logra identificarse, pero su aspecto no le resulta familiar. Ése no puede ser
él. Y ahí surge una nueva pregunta: ¿Quién es él? E inevitablemente, una
segunda: ¿Qué aspecto tiene o debería tener? Ambas respuestas le están vedadas.
No puede recordarlo. Vuelve a mirar el papelito y esas dos palabras escritas,
como si allí pudiese existir alguna clave para desentrañar el misterio.
Una empleada sonriente se le acerca y pregunta si puede ayudarle en
algo. Le gustaría responder afirmativamente, pero oscuramente sospecha que si
le hace a ella las preguntas que él mismo no logra responder, muy bien puede
tomarle por un desequilibrado. ¿Será eso? ¿Estará loco? No quiere ni pensarlo.
Más bien entrevé otra cosa: Un olvido momentáneo, la urgencia de hacer algo, de
ir a algún sitio… ¿Será ése el sitio? se pregunta mirando de nuevo el papelito.
La empleada sigue ahí y el hombre niega con la cabeza, tratando de devolver una
sonrisa cordial, pero consiguiendo apenas una mueca que inquieta ligeramente a
la vendedora, quien se propone no perderle de vista, al menos mientras deambule
por esa planta.
Tal vez el hombre haya percibido, de algún modo, esos pensamientos,
porque se dirige hacia la escalera mecánica y, mediante ella, al piso superior:
“Moda caballero”, desapareciendo en unos segundos del campo de visión de la
empleada recelosa. La segunda planta está llena de trajes, pantalones,
corbatas, zapatos y demás prendas de vestir. Un par de vendedores, de ésos
cuyas sonrisas parecen talladas en piedra, se le acercan ofreciéndole algún
producto, pero el hombre niega con la cabeza y camina sin prisa por entre los
innumerables pasillos. ¿Busca algo? Sí. Un recuerdo que no llega. Su presencia,
en un lugar tan grande, debería pasar desapercibida, pero no es así. En todo
momento hay alguien pendiente de sus actos. Como si ese inocente papelito en su
mano fuese un artefacto explosivo o la revelación de un secreto abominable.
Ha debido cambiar nuevamente de planta, porque ahora se encuentra
rodeado de artículos deportivos. La visión de los balones, las canastas, las
raquetas, le transportan muy lejos, hacia atrás, en el recuerdo. Pero es sólo
un instante. Las escenas de esa lejana juventud ni siquiera llegan a
concretarse. Pasea por la sección de artes marciales bajo la atenta mirada del
encargado de la misma. Ya no le preguntan si desea algo. Se ha debido correr la
voz. Un intruso recorre los almacenes sin objeto alguno. No parece peligroso,
pero hay que mantenerle vigilado.
Con la mano libre, sopesa una pelota de tenis. Mira hacia arriba,
como tratando de apresar un instante en su pasado, pero no hay nada. Sólo el
contacto suave de ese objeto, que le resulta grato. Resignado, la deja junto a
las otras pelotas y continúa su peregrinaje por el edificio. En la sección de
moda femenina siente como un pinchazo, una revelación. Sin embargo, se va tan
velozmente como vino. Cabecea dos o tres veces, como negando algo a un
interlocutor invisible y sigue subiendo.
Se detiene en la sección de juguetería, con una indefinible pero
agradable sensación. Pasea entre los múltiples estantes repletos de artículos
hechos para el ocio. Algunos le traen vagos efluvios de un pasado remoto. Otros
no. Se pregunta cómo funciona uno u otro de los que están a la vista. En
cualquier caso, son siempre instantes. Instantes desgajados de su empresa
principal, que es una búsqueda, aunque él mismo ignore el objeto de la misma.
De pronto ve un tren: una maqueta hecha a escala. Una de esas maquetas
tan perfectas que cualquiera tomaría por trenes reales. Y lo recuerda todo:
Mira el papelito. Sabe que debe reunirse allí con… ¿Con quién? ¿Con quién? Pero
¿y la fecha? ¿Qué fecha es? Es urgente encontrar un calendario, preguntar a
alguien… En ese momento ve los ojos. Unos ojos grandes que le miran con
simpatía. Los reconoce, aunque no pueda precisar a quién pertenecen. Sólo sabe
que no son ésos los ojos que hay tras el papelito. Ella se le acerca, le habla
en susurros, le dice que ya todo está bien, que ella va a llevarle al sitio
donde debe ir. Él, olvidado ya de todo, se deja llevar. Tras la extraña pareja
(él con su traje raído, ella con su uniforme blanco), dos fornidos enfermeros
caminan en silencio, paralelos, clones de sí mismos. El papelito descansa ahora
en el bolsillo de la camisa del hombre. Los recuerdos, la entrevisión de esa
estación perdida en el misterio, como cada tarde, se han desvanecido
nuevamente.
*De Sergio Borao
Llop. sbllop@gmail.com
-Próximas estaciones de escritura:
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A.
BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
-Por Ferrocarril Midland-
Km 55
ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
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