jueves, julio 18, 2019

Y LA REALIDAD ¿QUÉ DESPIDE?


*De Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010). De sus obras que firmaba como Walkala.









Elevación*


Como notas
resbalan
barriletes

Un crisol

Y  es que flotan
los cuerpos.


*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com









Y LA REALIDAD ¿QUÉ DESPIDE?










Escape*


En busca de pruebas
quebrada
descalza es
que camino

En silencio
corren

El frío
es
precipitándose

¿Qué esconde
-aun sabiendo dónde-
la pena?


*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com












MIEDO AL FUTURO*



Una vecina caminaba al revés. Sí, caminaba hacia la esquina de espaldas. Pensé que iba a tropezar. Sentí desesperación. Pero no, avanzaba con una seguridad demencial sin perder el equilibrio. Cuando llegue a su lado por un momento supuse que debía sujetarla, o al menos preguntarle el porqué de la experiencia. No me animé. Estaba despierta -no en trance- con los ojos muy grandes mirando al pasado. En su mano derecha llevaba un ramo de jazmines y en la izquierda apretaba algo invisible en el puño.


*De Eduardo Francisco Coiro.












Escenografía*



Sentada
en la escalera
de la casa vacía
miro
cómo es que el agua
cae

Escucho
adormecida
cómo es que enuncian
las gotas dispersas
la tristeza del día

que se escurre
en el cenicero.



*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com











SIOFN*



"Después de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes psicofísicas en las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados en su inconsciencia (...)"

Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.



*De Eduardo Francisco Coiro.











Escoriación*



Fragmentan
dormidas

Acordonan
antiguos

Y la realidad
¿qué despide?

Es en el ahora
que naufraga
la voluntad

Glotón
el sopapo
zurce
los instintos

¿Y la cabriola
dónde
espolea?


*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com












EL FENÓMENO*



Todos notaron el cambio en mí: de mujer serena, afable y sobre todo paciente y  tolerante, me convertí en un ser ansioso e impulsivo, incapaz de relajarse, incluso en los momentos que acostumbraba al disfrute. Cuando a insistencia de dos de mis mejores amigas, les hablé de ese “yo” que se me había impuesto sin permiso ni explicaciones, con la amenaza continua de dejarme al margen de la lucidez, una de ellas etiquetó los síntomas de mi mal,  en algún caso raro de menopausia; la otra, más pragmática, me recomendó las pastillas que ella acostumbraba tomar como antídoto al miedo que le producía montarse en un avión
“Creéme que cuando yo me las tomo, hasta pena me da si la travesía es corta”, me decía en su afán de convencerme. Yo por supuesto lo trataba todo, desde los remedios tradicionales hasta los menos convencionales. Algunos de ellos me funcionaban por un tiempo y a veces a hasta llegué a presumir que me había liberado de una situación tan extraña como molesta; pero cuando menos lo esperaba, la visión del fenómeno (así me acostumbré a llamarlo, como a un personaje horrendamente familiar, no sé si desde su segunda o tercera aparición) se presentaba para recordarme que nunca me podría substraer al miedo de dormir por no despertar como aquella mañana de hace ciento treinta y siete días (la que de vez en cuando  sin avisar se ha seguido repitiendo , como lo hizo esta  mañana), en la que desperté entre un montón de partes de cuerpos humanos desparramados en mi cama. Aquella escena me dejó petrificada, solo atiné a cerrar los ojos con todas mis fuerzas y a apretar los dientes con igual intensidad; cuando lo que quería era gritar, pedir ayuda. Pero mi voz también se había petrificado dentro de mí.
Así estuve hasta que el dolor en los ojos se hizo insoportable y se abrieron ya a punto de reventar. Maquinalmente hice el intento de frotarlos con mis manos, pero me dí cuenta con horror, que estas habían desaparecido y con ellas mis brazos y con mis brazos mi tórax y mis piernas, en fin todas las partes que componían mi cuerpo habían desaparecido o por lo menos no estaban donde debían estar.
Con indescriptible ansiedad, torné mis ojos hacia aquel caos, rogándole a Dios encontrar los míos entre ellos, sin detenerme a pensar que haría si los encontraba o cómo podría injertarlos, contando solo con mis ojos y mi memoria. En ese momento humillé la vista, como si me arrodillara a esperar un favor divino. Así estuve hasta que el peso de la espera me ganó; entonces en un aspecto de mí que no conocía, me manifesté en improperios contra el miedo, el dolor y la miseria; después de lo cual lloré, y sin otro recurso que agotar, me aquieté. Rato después, no se si por rebeldía ante mi indefensión o por algún escondido reducto de esperanza, me dediqué a recorrer con la mirada, el entorno más allá de la cama; hasta detenerme en el reloj despertador: apenas una hora y escasos minutos faltaban para que se cumpliera el tiempo en que acostumbraba  levantarme de la cama para alistarme con destino a mi trabajo. Fue entonces cuando a mi mente vinieron  las palabras de mi abuela "Ay mi hija, el pobre es el animal más terco que inventó el rico". Por unos minutos me quedé pensando en la razón que tendría la memoria para darle relevancia a aquel pensamiento en ese preciso momento. Fue ahí sin darme cuenta, mientras pensaba, que me sorprendí en la contemplación de una de las tantas manos dispersas en la cama y como si la misma fuera la representación de la respuesta a mis ruegos, comencé la búsqueda de mis órganos por ellas. La tarea no era fácil, pero era la única opción que tenía si quería remembrarme. Por lo menos contaba con la certeza de que esa cabeza era la mía, porque fue la única cabeza que vi entre todos los demás miembros dispersos allí y porque estaba atravesada inequívocamente por las memorias que como una espada delataban mi certeza. Pero lo que al principio me pareció una ventaja, en la práctica  de la búsqueda resultó  ser un inconveniente, ya que en ninguna de mis memorias yo me podía recordar mutilada. Oh Dios mío!, cómo hacer entonces para recuperarme. Esta vez fuí yo quien indujo el pensamiento hacia mi abuela, y esperé por su respuesta como si esa espera fuera el único requisito que ella pidiera para proveérmela. Pero la misma nunca llegó. Pensé que ya nada podría salvarme y me rendí a mi suerte, alcanzando con la boca, una de las pastillas que mi amiga me había recomendado. A los pocos minutos, el efecto se hizo sentir y comencé a ver aquellos órganos como los de las muñecas con las que yo acostumbraba a jugar cuando era niña a las que a veces le ponía los brazos donde debían ir las piernas o viceversa y entonces las ponía a caminar hacia adelante con los pies orientados hacia atrás; o las sentaba haciendo que los brazos colgaran donde debían hacerlo las piernas. Así estuve hasta que me cansé de las muñecas y la memoria me permitió el ensamblaje de gente que nunca conocí: atléticos, toscos altos, bajos, blancos, morenos, en fin toda la variedad en que puede imaginarse un ser humano, solo que con la característica común de ser acéfalos. Como había hecho con las muñecas, los arreglé a todos en línea, a pesar de saber que a diferencia de aquellas, la memoria me tenía vedada la comunicación con esos cuerpos. La sensación de verlos a todos alineados sabiendo que no era posible el intercambio de palabras entre nosotros, por no tener en los archivos de mi memoria ninguna historia común que  pudiera se el pivote que me ayudara a recordarme en ellos, acrecentaron en mi la ya existente sensación de desamparo y como el pintor que descontento con el  resultado de su obra, la esconde de su visión cubriéndola de pintura, desmembré todos aquellos cuerpos y volví a ensamblar muñecas; pero esta vez con la mente puesta en la que cada año me traía mi abuela, cerca del día de los reyes magos. Ella recibía esas muñecas por correo todos los seis de Enero, fecha de su cumpleaños, de alguien quien nunca dio sus señas y del que ella solo sabía vivía en un país al otro lado del mundo, por el sello en la envoltura. Recuerdo que al jugar con ellas, las sentaba a todas en línea y las llamaba por el nombre que yo le había puesto; a la vez que levantaba la mano de la nombrada como señal de que estaba presente, entonces iniciaba un dialogo con la más reciente, en el que ella me daba a conocer la característica del lugar de su procedencia, después de lo cual, la conversación se extendía al resto del grupo y abarcaba todos los aspectos de de la vida, que para un niño conforman una familia, extendida en este caso a un país. De manera que a través de todas ellas conocí el mundo que yo deseaba para mí. Llegamos a hacernos tan entrañables, que cuando mis padres me castigan por alguna falta, decapitaba a la más reciente, al tiempo que con palabras aleccionadoras, la hacia responsable por la falta cometida.
Cuando terminé de armar todas mis muñecas, las alineé como acostumbraba cuando jugaba con ellas, pero esta vez la memoria me ayudó a identificar la última decapitada, mientras mis ojos la acomodaban en el centro de la línea.  En ese momento sonó la alarma del reloj despertador, pero no permití que mi mente se distrajera con ese detalle, sino que inicié la conversación con mis muñecas como en los viejos tiempos, comenzando por nombrarlas y después avanzando a los tópicos que acostumbrábamos. Al final de la conversación, yo contaba con un cuerpo que mis muñecas me ayudaron a insertar en mi cabeza.
Con mi cuerpo completamente remembrado, me senté en la cama, y haciendo honor a la costumbre, volví a mirar el reloj despertador; tal vez si obviaba algunas de las actividades matutinas acostumbradas, aún podría llegar a tiempo a mi trabajo, pensaba sin hacer ningún esfuerzo por incorporarme. Sin proponérmelo, me miré los muslos desnudos y comencé a inspeccionarlos, como a un objeto que acaba de adquirirse, a seguidas, como si cumpliera una orden, volteé la cabeza para ver lo que quedaba en la cama y la vi vacía. Todo parecía igual que cualquier mañana al levantarme; excepto por la desolación que dejaba en mi  “el fenómeno” en otra de sus apariciones.




*De Gabriela M. Rivera Contreras. gaby18rive@gmail.com


-Gabriela Rivera nació en República Dominicana. Emigró a los Estados Unidos, donde trabajó como educadora de niños con necesidades especiales.
Vive actualmente en Nueva York.











Simbiosis*



Separadas
por mundos
se buscan
se tocan
En pánico
y arrastrándose
escuchan las señales
Para no destruirse
aislados eslabones
recomienzan.


*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com












Mi viejo y los ojos*



Esos ojos grises leían y leían los tomos pesados de leyes.
En las estanterías estaban los protocolos encuadernados de blanco, de cada año que se despedía.
Su vida era el trabajo, examinaba atentamente con una lupa las firmas, antes de certificarlas.
Los domingos, cuando casi todos descansaban. Algún vecino tocaba el timbre. Y preguntaba: - ¿Esta el Doctor?: Le tengo que hacer una consulta. Entonces mi viejo salía con su portafolio de cuero, los anteojos y el libro de actas.
Él quería que fuese escribana, pero yo de chica odiaba tanto los biblioratos, los certificados, los dominios y los "libre deudas".
No me gustaba estar rodeada de tantos papeles y lapiceras.

Pretendía ser distinta, no ansiaba hacerme tanta mala sangre como él.

Cuando murió, paso algo muy paradójico.
Comencé a escribir.

De sus ojos me jacto de tenerlos parecidos.
De su puño y letra aprendí a amar mi trabajo.



Para mi papá











*


-Lo inconsciente esta servido.

¿Vas a comer?

¿Vamos a comernos?

¿Con voracidad, como el caníbal hambriento que duerme en el cerebro reptiliano?

¿O lentamente, como esos matrimonios que cuelgan de sus telas de araña acumulando años y polvillo?



*De Eduardo Francisco Coiro.












Opacidad*



Merodean
los miedos
en torno a la respuesta
Incrustarse
logran
los fantasmas
El afán deductivo
escarba
los indicios
La mente
zigzagueada
por el sobresalto
y las imágenes
retienen la aflicción
La esperanza
titila
y se miran
ellas
La tarde
gotea en la ventana.



*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com











*


Sueño que las cosas duermen y que un extraño día pueden despertarse.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com








Inventren







María Lucila*



"Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste"

Alejandra Pizarnik. -Caminos del espejo-



El hombre con el que me encuentro en el bar se llama Emilio, sabe de mi interés por escribir. Dice que va a contarme algo de su historia personal que sin dudas tiene relación con una antigua estación de trenes. Le aviso que no logro escribir razonablemente bien y que más aún, tengo la sensación de que mi escritura empeora con el tiempo.

-No importa, vengo a contarle esto porque necesito que alguien lo escriba. -me dice con tono de suplica.

-A mí me duele tanto el pasado que necesito contarlo a quien tenga un rato para escuchar.

Lo que sigue es el relato del hombre, dos horas y media sentados, con tres cafés cortados de por medio que quiso invitarme si o si. -Me ofende si no me permite pagar a mi- dijo para terminar con mi resistencia.

En la estación María Lucila trabajaba su abuelo. Su madre nació allí. La llamaron María Lucila para homenajear a la estación que además de darle trabajo a su abuelo era su vivienda.

Pasó en el pequeño pueblo sus primeros años, luego de la nacionalización, al abuelo lo trasladaron un par de veces de estación hasta que se jubiló.
Lo cierto es que su madre pasó su adolescencia y juventud radicada en Avellaneda.
Se hizo amiga de la Alejandra Pizarnik, cuando era una chiquilina tímida y tartamuda. Y al menos una vez se fueron en tren a conocer el pueblo que lleva el nombre de mi madre.

El hombre me muestra una foto con dos jóvenes que posan para la cámara haciendo equilibrio sobre el riel, más allá se observa una estación típica del Midland pero es posible ver el lugar donde se colocaba el cartel con el nombre. Atrás de la foto puede leerse "con florita Pizarnik, María Lucila, enero del '53.

Mamá era una mujer hermosa -dice el hombre. Igualita a las chicas que dibujaba Divito.

Por alguna cuestión que desconozco lo único perenne en ella, lo que había echado raíces profundas era la angustia. Su verdad era una cuna de angustias de la que nadie había logrado sacarla.

(....)

Se equivocaron ella y mi padre en casarse. Mi padre era psiquiatra y mi madre su paciente, se enamoraron o se tuvieron lástima -vaya uno a saber- , o quisieron dar vuelta la historia de cada cual que los había llevado en ese punto de encuentro o desencuentro.

Usted sabe que todo, absolutamente todo en el universo se acerca o se aleja, pero nosotros nos ingeniamos para negar esas percepciones incomodas.
Creo que mi padre pensó que la iba a cambiar, no hay héroe más fallido que el que quiere cambiar una persona.
Llego a decírmelo una vez: -lo que no se da espontáneamente bien entre una mujer y un hombre no se lograra jamás. Nadie puede cambiar al otro -ni a sí mismo, según parece.
La angustia de mi madre le impedía conectarse plenamente con los otros, estar presente y atravesar los acontecimientos que te van marcando en la vida.
Se fue cuando mi hermano tenía 5 y yo 3 años. Dejo una carta.
Mi padre después de leerla ni intento buscarla, entro en un profundo silencio que le duro meses.
Un día nos presento a su nueva mujer: Ella es Natalia, vivirá con nosotros -nos dijo.
Natalia nos crío y malcrío lo mejor que pudo.
Mi hermano creció, estudio ingeniería electrónica y se fue a vivir a Estados Unidos. Vive en Nueva Orleans, tiene mujer e hijos americanos. Un auto y vacaciones.

Mi padre tenia 70 años cuando falleció, era 8 años mayor que mi madre. Yo no había cumplido los 21.
 Antes de enfermar, me invito a charlar en un bar. Sin que se lo pidiera me dejo su consejo: -A los 20 años un joven debe elegir si en su vida será un hombre o un marido.  Te recomiendo que seas un hombre...
Creo que le he fallado, no logre ni ser un marido eficiente ni un hombre en el sentido que creo que le daba a esa palabra mi padre con un tono cercano a lo sagrado.

*

De mi madre, quedaron casi todas las preguntas sin respuesta.
Nunca sabré si volvió a ver a su amiga Alejandra "la florita" como la llamaban los abuelos.
Hay un abismo de treinta años de silencio.
La tía Eugenia -hermana menor de mi madre- logró encontrarla unos meses antes de su muerte.
Tuvo una corazonada y la siguió. Volvió a María Lucila 20 años después de que cerraron el ramal los militares y se llevaron las vías. Y allí estaba mamá viviendo en la estación. Sin luz eléctrica, sin vecinos cercanos. Salvo una escuela pública ubicada enfrente de la estación no había nadie a Km.
Allí vivía mi madre. Envejecida prematuramente. Sacando agua con una bomba manual, cultivando vegetales en unos pocos metros de quinta. Rodeada de pájaros -tenia muchos en jaulas- y otros que venían a visitarla a los que agasajaba regando la tierra con alpiste, o mijo o arroz según lo que tuviera.
No sabía nada del mundo, ni siquiera quien era el presidente de turno, no tenia radio ni televisión.
¿Sabe cual era una de sus costumbres? Sentarse con una silla a la hora de salida de la escuela y ver el rostro de los niños. Estudiarlos con detenimiento y luego verlos alejarse por el camino de tierra hasta que eran manchas blancas.

(....)

Sabía del suicidio de Alejandra, le dolía como si hubiera pasado apenas unos días atrás:
"Pobre Florita, repetía. Tan lúcida y tan frágil. Pobres todas las personas sensibles del mundo porque no tienen cabida". Eso es lo que me dijo mucho después la tía, a la que hizo jurar que no le diría a nadie donde estaba y como vivía.

*

Esto es lo que la tía Eugenia rescato: unas fotos, unos libros de Pizarnik con anotaciones de mi madre. Una historia clínica que le leyeron en el hospital  observa que en los últimos años sufrió con su cuerpo.

Muy poco para un enigma de más de 30 años.

El hombre vuelve a abrir el libro que le dejo su madre y lee otra frase de Pizarnik marcada con birome azul:

"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia"

Así me siento, así me sentí siempre, -escribe al costado mamá- y espero que quienes esperaban algo distinto de mí puedan perdonar esta soledad en la que he hundido mis días.

Emilio derramó lágrimas. Arrugó con rabia una servilleta de papel después de secarse para evitar que sus lágrimas de sal caigan sobre el pocillo de café.
Al rato nos despedimos con un abrazo.

Mientras caminaba por la avenida me di cuenta que ninguna historia de las que he podido contar son de vidas de gente feliz.


*De Eduardo Francisco Coiro.








-Próximas estaciones de escritura:

KM. 55.  

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

  ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***



InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar

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