*Dibujo de Erika Kuhn.
*
No olvides
la terrible belleza del silencio
que precede al rompimiento de una ola:
esas dos o tres palabras calladitas en tu miedo.
Esas dos o tres palabras verdaderas.
No olvides
de dónde nace el grito inmóvil
que no rompe, que no cae,
que no diste.
-Valeria Pariso nació en 1970 en la
provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: "Cero
sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013);
"Donde termina esta casa",
Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la
noche" (2015) Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares. La trilogía –Uva negra /
Mascarón de proa / El castillo de Rouen- (Vela al viento ediciones
patagónicas, 2018)
Varios de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
En el año 2014 crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a
la lectura de poesía contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la
actualidad, incluyendo fotografía a cargo de Karina
Giglio y música a cargo de César Jorge.
Coordina talleres de poesía.
LA TERRIBLE BELLEZA DEL
SILENCIO...
Presagio de luz*
En adelante
niña
soltarás tu vestido
y dejarás que el viento haga lo suyo
las sedas bailarán con soltura
y aflojarás la tensión de tus dedos
practicando caricias generosas
entregarás tu tacto a las pieles más amables.
De a poco
niña
la tela de tus ropas soltará sus arrugas
y secarán al sol la humedad acumulada
luego de tanto lodo
cuidarás tus bordados
el perfecto delineado sobre el blanco
y recordarás usar tus dedos
solo para acariciar.
La alegría te visitará
muy pronto
niña
y se quedará a vivir en el rincón
que escogiste para ella
—cuando salías de la cueva ¿te acordás?—
justo detrás de tu lóbulo derecho.
Encontrarás más espacio
entre tus pechos
niña
y la gracia se colgará de los altos de tus piernas
así
la locura anidará entre tus hebras erizadas.
Recobrarán el brillo los colores de tu casa
y las plantas harán fotosíntesis a la luz de la luna
sabrás niña
que el clima oscurecerá de repente
y sabrás también
que no hay que temerle a las tormentas
—las peores ya pasaron—
La amargura se escabullirá entre las piedras del suelo
y brotarán espinas en cantidades exponenciales
que no podrán lastimarte
tan lejos del suelo.
Las flores parirán hijos acuáticos
y nadarás con ellos en los espejos que formarán
las hojas
sudando aguas
los ríos subterráneos seguirán corriendo
pero esta vez conseguirás sumergirte
niña
sin ahogar el aire en tus poros.
Sabrás que el otro lado de tu mundo seguirá allí
avergonzado
y podrás brillar
en el intersticio entre el sueño y la vigilia
brotarán tus ideas más prodigiosas
intentarás extender este espacio
y crecerás como nunca
guardando en tu cartera estrellas inexploradas.
Entre tus brazos, burbujas enormes
oscilantes
te transportarán de un hogar a otro
y tu sensualidad cobrará fulgor
inspirarás a mil soles
recogiendo la luz de los que reconozcan tu encanto.
Serás más bella ahora, niña
evaporados de tu rostro los gestos solemnes
y tus ojos iluminarán como luna llena.
No podrás ocultar tus emociones
porque tu brillo será sincero, izará corazones
así encontrarás seis parejas que harán de ti
una mujer
niña
y serás niña mujer eternamente.
-Lorena Suez es Licenciada en
Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera
Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada
por Virginia Janza, Tetas. Historias de Pecho
(Textos Intrusos 2015).
-Publicó "Intemperie".
Por Viajera Editorial. 2016.
-Su libro infantil-juvenil "Mis vendavales"
ha sido publicado por Editorial Peces de Ciudad.
Invierno*
Recuerdo ese invierno. No quiero olvidarlo.
Me esperaba en la esquina del instituto con las manos en los
bolsillos.
Las mejillas frías, la boca tibia.
No teníamos auto. Caminábamos abrazados entre los árboles desnudos.
Juntábamos las monedas para entrar en un café.
Yo le contaba entusiasmada lo que había hecho durante el día. Él me
escuchaba sonriendo. Sus ojos sonreían. No olvido la caricia de aquella mirada.
El viento golpeaba las ramas de los árboles contra la ventana
helada.
Éramos primavera.
*
Me acaban de
llamar para ofrecerme una tarjeta dorada, sería bueno tener una con la que se
abran deseos. Una que juegue al resplandor. Una que tenga el sabor de ciertos
dulces lejanos y la mullida tibieza
protectora que dura tan poco y se busca incansable. No hay caso, lo dorado o lo
adorado, con flecos de sol sobre lo que sentimos, no está en venta, no necesita
tarjeta de crédito, se descubre o se crea.
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Tesoro*
Cómo quien encuentra un tesoro o
un bien imprevisto, a los pies de la cama encontré el botón azul noche.
En la oscura tarde pensé tu
andar desabotonado por algún punto del saco. Pude ver la llovizna dejando nubes
con gotitas en los lentes de tus anteojos.
Así, cómo un rayo, este pequeño
objeto que se desprendió de tu ausencia te trajo de nuevo a mi lado.
La habitación se iluminó por
completo de tu sonrisa desnuda.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
*
La tristeza
siempre es en pasado.
Es la bestia
que nos mordió una vez,
cuando fuimos inocentes.
Lo que duele es la cicatriz,
el rastro de la herida
quemando hasta el hueso,
hasta la certeza virgen de la felicidad.
Entonces,
¿quién puede pronunciar
los nombres del dolor?
¿Quién recuerda
esa fragilidad de rama
quebrándose en el aire?
-Nació en
General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó:
Cuadernos
de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Fenoglio (El Mensú, 2015)
La hija
del pescador (La Magdalena, 2016) Y Piedras de
colores (Proyecto Hybris 2018)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
ESPEJOS OXIDADOS*
“Lo único que me duele de morir, es que no sea de
amor”
García Márquez.
Ese hombre me tiembla desde siglos.
Me desangra las albas y muerde los desvelos.
Es cardal y racimo. Amor y duelo.
La noche tensa la lámpara de agua.
Me viene desde lejos ese hombre.
Desde antes del galope del sueño.
Previo al hambre. A las chozas de chapa.
Viene antes de mi dura madre.
Antes del padre nuestro. Del hijo.
Desde antes de estupro de espejos oxidados.
-No estoy dormida, digo, no es un sueño-
Pero el gallo ha cantado tres veces.
Y el hombre ha llorado mansamente.
Tres veces, tres.
Le beso la punta de los dedos. De las manos, los pies.
No habla. No dice. Guerrea con las nubes.
Es cobardía y valor. Falacia y realidad.
Un hombre moribundo me tiembla en la impiedad.
-Ay, amor, muerto, dormido, agónico.
Y un vacío me atormenta las vísperas.
Alzo la mano y me persigno, en vano.
En vano, me persigno.
Mientras tanto, no es él, que pasa su lengua por mi boca.
Es polvo, solo polvo que me llena la boca.
*De Amelia Arellano.
CADA PRIMERA VEZ*
Me resigno a que sea ésta la última vez en que el milagro se de, en
que la maravilla acontezca. Buscaré tus ojos, y será tu mirada, será la primera
vez en que sea mirada, será la constatación de la correspondencia, y tu voz
dirá las palabras, y tus manos me acariciarán con la perfecta seguridad del
deseo. Todo lo guardaré como acto inicial, como justificación de mi existencia.
Me buscaré en tu cuerpo, me encontraré en vos completa y feliz, imagen
minúscula de camafeo, miniatura atesorada de mi reflejo en tus ojos.
Seremos felices recontando para el otro los saldos de nuestras
vidas, evocando niñeces y sucesos olvidados. Te hablaré de aquella vez que, y
de aquella otra en que, y me escucharás ávidamente, agradeciendo mi
confidencia.
La vida en común será la exploración de una selva virgen, entre los
dos cortaremos las lianas que cierren los caminos, desmontaremos el lugar de la
edificación de nuestro hogar. Levantaremos paredes contra la intemperie,
crearemos bromas y palabras sólo para nosotros, nos asiremos con un lenguaje
compartido y prescindiremos de las explicaciones.
En lo cotidiano llegará la dulzura del abrazo, la confortable
costumbre del cuerpo recién descubierto y casi ajeno pero milagrosamente
próximo. Dibujaré mis brazos en torno a tu figura, serán mis brazos nuevos.
Después la costumbre será costumbre. Ya no estaré en tus ojos, será
el fastidio de oír otra vez la misma conocida historia, la broma repetida que
ya no causa gracia.
Después vendrá la inútil repetición, la furiosa búsqueda de lo que
fue y no puede volver. Noche tras noche agotaremos las ansias de aprehender la
felicidad, retorceremos la cuerda, mentiremos instantes que no son el instante,
pero fingiremos creer que creemos.
Cuando ya no sea posible, cuando el engaño sea tan evidente que las
repeticiones se vuelvan vergüenza y traición, será el momento de encontrar de
nuevo la mirada la caricia el completo ser en otros ojos, otras manos, otra
voz.
*
Nuestras vidas son una mercancía más:
sueño así con que nuestro amor
me sea ofertado a meses sin intereses*
3
21 59 6…
¡3!
1101,
5 61.
7, 7 25
38 100.
7, 7 25
1001.
48, 11, 1 92
8 36.
9 808, 13
7
4 22…
¡314!
27 89, 2
11 21401...
3.
DESEO INNUMERABLE*
¿Quién camina memorias sobre el piso oscuro de la noche
¿Qué desvelo enciende al hombre en sus acciones
cómo acero frío gestando temblores de violencia
en los largos pasillos de la espera sempiterna.
¡Ese prometer interminable!
ya es agua de ironía que navega a la deriva
-y muchas veces desciende por los ojos-
¿Quién camina memorias... repitiendo muletillas
harto rayadas por el uso interminable.
¡Detengan la costumbre de soñar a largo plazo
de crucificar manos, de matar presentes
inevitablemente respiramos alfileres!
Atravesar los instantes/ los espacios/ los días/
los olvidos/ no es fácil, ya casi son siglos
de incontables desencuentros.
Es momento de que las aguas bajen
y el canto no se ahogue.
Que se haga costumbre encender
hogueras de esperanza a contrafuego
y no sea ella -la Esperanza- la eterna fugitiva.
Que se cumpla este deseo innumerable
antes de que se rompa
el delgado hilo
de los sueños.
*
"Regresar al pasado una y otra vez y contarlo
todo, incesantemente, hasta lograr que el recuerdo ya no cuente su realidad
originaria.”
*De Beatriz Russo.
Inventren
INVENTREN*
Al amigo Coiro, que sueña trenes.
Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una
sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro
tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de
desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de
pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un
niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era
actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la
melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros
yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su
videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por
descubrir y relatar.
Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina
ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va
marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna
vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá
forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se
los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados
en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el
sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de
este paisaje.
Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer
austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto,
que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio
de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está
destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto
tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado
hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez
circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han
emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas
traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando
el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja
balada de destierros y encuentros.
Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos.
Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad
es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la
noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente:
El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años
dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata,
hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo
terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos
doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar
el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante
puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela,
el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de
que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo
supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se
suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella
primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante
horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando
desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde
entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla
de la que no le es posible despertar.
Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos
saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de
sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un
botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán
aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo.
"Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va
esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el
suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para
esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto,
cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.
Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos,
parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son
ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos
de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes
estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años
que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como
si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma
escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un
letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del
apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir.
Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero
firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión.
Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van
aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a
descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a
todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos
antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos.
Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos
saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué:
Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí,
que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos
escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A
esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido.
Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una
pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del
Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un
lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se
quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se
desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una
maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos
traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el
hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde
que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo
empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego.
"¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros,
imposible saber quién.
Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos
callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va
floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a
estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo
dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y
fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa
que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve.
No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese
espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o
definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos
adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque
sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del
crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo.
Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el
murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga,
otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos
de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan
familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos
que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un
camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el
sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero
inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del
oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos,
tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro
ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde
viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la
inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta
esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de
nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener
sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen.
Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas
interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un
punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo
remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene
del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar
con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas
nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El
círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser,
pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los
caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca,
poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero
inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria
resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un
chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este
barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le
reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo
general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común:
"Vamos subiendo. Es la hora".
-Próximas estaciones de escritura:
KM. 55.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO
VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
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